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Que trata de la venida y población que hizo el gran chichimeca Xólotl en las tierras de los tultecas Habían pasado cinco años que los tultecas se habían destruido y estaba la tierra despoblada, cuando vino a ella el gran chichimeca Xólotl a poblarla, teniendo noticia por sus exploradores de su destrucción, que fue en el año de 963 de la encarnación de Cristo nuestro señor que llaman macuili técpatl; el cual salió de hacia la parte septentrional y de la región y provincia que llaman Chicomóztoc, y habiendo entrado por los términos y tierra de los tultecas hasta llegar a la ciudad de Tolan, cabecera de su imperio, en donde halló muy grandes ruinas despobladas y sin gente, por lo que no quiso hacer asiento en Tula, sino que prosiguió con sus gentes enviando siempre exploradores por delante, para que viesen si hallaban alguna de la gente que hubiese escapado de la destrucción y calamidad de esta nación. El cual llegó a un lugar que se llama Tenayocan Oztopolco, lugar de muchas cuevas y cavernas, que era la principal habitación que esta nación tenía; de buen temple, aires y de buenas aguas, opuesta al nacimiento del sol, cerca de la laguna que ahora se llama mexicana; que con su acuerdo y con el de los más principales de su ejercito, se fundó allí su corte y principal morada, y habiendo tomado la posesión quieta y pacífica sobre toda la tierra que contenía dentro de todos los términos del imperio de los tultecas, por su persona y por la de sus caudillos y capitanes (que los más principales de ellos eran seis señores que se llamaban Acatómatl, Quahuatlápal, Cozcaquauh, Mitlíztac, Tecpan, Iztacquauhtlila), pobló con las gentes de su ejército, que fue el mayor número que se halla en las historias haber tenido ningún príncipe de los más poderosos que hubo antes ni después en este nuevo mundo porque, según parece sin las mujeres y niños, era más de un millón, y las tierras que pobló este gran ejército en su primer asiento fueron todas las que caen de la parte de adentro de las sierras de Xocotitlan, Chiuhnauhtécatl, Malinalocan, Itzocan, Atlixcahuacan, Temalacatitlan, Poyauhtlan, Xiuhtecuhtitlan, Zacatlan, Tenamítec, Quauhchinanco, Tototépec, Meztitlan, Quachquetzaloyan, Atotonilco y Quahuacan, hasta tornar a dar con la sierra referida de Xocotitlan, que todo ello contiene más de doscientas leguas de circunferencia; y los pocos tultecas que habían escapado de su destrucción, les dejó vivir en los puertos y lugares en donde estaban reformados y poblados cada uno con su familia, que fue en Chapoltépec, Colhuacan, Tlatzalantepexoxoma, Totolapan, Quauhquecholan, y hasta la costa del Mar del Norte en Tozapan, Tochpan, Tziuhcóac y Xicotépec, y lo mismo en Chololan, aunque algunos de ellos no pararon hasta la tierra de Nicaragua a donde fueron a poblar, y a otras tierras remotas, en donde no llegó con tanta fuerza la seca y calamidad referida. Este gran chichimécatl traía por mujer a la reina Tomyauh en quien tuvo al príncipe Nopaltzin, que ya era mancebo cuando vino a estas partes, y era uno de los más principales caudillos de su ejército; y asimismo tuvo otras dos hijas en ella que nacieron en Tenayocan en donde tenía corte, que fueron las infantas Cuetlaxxochitzin y Tzihuacxochitzin. El cual procedía del antiquísimo linaje de los reyes teochichimecas, cuyo imperio y señorío estaba debajo del septentrión, cuales fueron Nequámetl Namácuix y otros muchos, según parece por la historia de los reyes chichimecas, y lo declara el canto que compusieron los infantes de México, Xiuhcozcatzin y Izcoatzin, que se intitula canto de la historia de los reyes chichimecas. Y este apellido y nombre de chichimeca lo tuvieron desde su origen, que es vocablo propio de esta nación, que quiere decir los águilas, y no lo que suena en la lengua mexicana, ni la interpretación bárbara que le quieren dar por las pinturas y caracteres, porque allí no significa los mamones, sino los hijos de los chichimecas habidos en las mujeres tultecas; aprovechándose los históricos de los labios que concluyen la partícula te para poder pronunciar tepilhuan. Había poco más de veinte años que este gran poblador estaba poblando, cuando comenzaron a venir otros seis caudillos de su misma nación, también con cantidad de gente, que venían en su seguimiento, entrando cada caudillo un año tras otro; el primero de los cuales se llamaba Xiyotecua; el segundo Xiyotzoncua; el tercero Zacatitechcochi; el cuarto Huihuaxtzin; el quinto Tepotzoteaca; el sexto y último Itzcuintecua: a los cuales recibió y mandó poblar en las tierras y términos de Tepetlaóztoc. Y habiéndose reformado los tultecas que habían escapado de su destrucción y calamidad, y teniendo por su cabeza principal a Nauhyotzin, que residía en Culhuacan, suegro que vino a ser del príncipe Póchotl, acordó el gran chichimeca Xólotl de pedirles le diesen un cierto tributo y reconocimiento como a supremo y universal señor que era de esta tierra de Anáhuac. Nauhyotzin en nombre de todos los demás de su nación respondió: "que la tierra la habían poseído sus mayores a quienes pertenecía; y que jamás ellos reconocieron ni pagaron tributo a ningún señor extraño, y que así ellos, aunque eran pocos y estaban acabados, pretendían guardar su libertad y no reconocer a nadie, sino tan solamente al sol y a los demás sus dioses". Y vista por Xólotl su determinación y que por medios de paz no habían querido allanarse, lo remitió a las armas; y así despachó al príncipe Nopaltzin su hijo con razonable ejército, que fue menester poca gente, porque sus contrarios, aunque juntaron toda la más que pudieron, no eran tan aventajados en la milicia como los chichimecas. Diose la batalla en la laguna y carrizales de Colhuacan; y aunque los culhuas tenían el campo aventajado para pelear en canoas, en pocos lances fueron vencidos y desbaratados por el príncipe Nopaltzin; y habiéndolos sojuzgado restituyó en el señorío de los culhuas a Achichómetl (que a esta sazón se llamaban así los del linaje de los tultecas), con cierto reconocimiento que diesen en cada año al gran chichimécatl Xólotl su padre. Esto acaeció en el año de 984 de la encarnación de Cristo nuestro señor y en el que llaman 13 calli.
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De la casa Telpochcalli Despachado esto, los padres no olvidados de la educación de los hijos ni de sus vidas que debían proteger y dilatar, lo que pensaban que no podría alcanzarse en manera alguna más que educándolos muy bien e instruyéndolos en costumbres honestas, los dedicaban a alguno de los colegios en los cuales se instruía a los niños y a las niñas. De éstos había cuatro géneros en cualquiera ciudad importante, dos para los varones y dos para las mujeres, consagrados al Dios Quetzalcóatl. En uno de éstos la regla prescrita de vida era más suave e indulgente, en el otro era más acerba y severa, para que se eligiera congruentemente a la naturaleza de cada uno. Llegado por consiguiente el tiempo oportuno para cumplir el voto, se reunían los consanguíneos y los afines en casa de los Padres, y recordaban a la memoria del niño o de la niña el voto de los progenitores, el lugar donde debían ser educados y el género de vida que debían observar. Los persuadían de que esto sería grato a los Dioses y para ellos muy útil en lo futuro, tanto para pasar y conservar la vida más cómoda y alegremente, cuanto para pedir a los Dioses y obtener de ellos amplísima fortuna de familia; como que ahí podían aprender el modo de placer a los Dioses y de qué manera los asuntos públicos y privados deberían ser manejados por ellos. Y (para hablar de los varones), al niño que nacía los padres lo dedicaban sobre la marcha al colegio Calmécac o al Telpochcalli. En el colegio Calmécac, donde se acostumbraba cuando habían llegado a la edad madura ministrar a los Dioses y, o servirlos hasta el fin de la vida, o, casándose, formar parte del Consejo de los Reyes; por lo que eran tenidos en gran precio por el pueblo y aun por el mismo rey. En el colegio Telpochcalli, sería educado con otros jóvenes hasta que estuviese apto para las cosas militares en que había de ocuparse o para los cargos urbanos que tenía que desempeñar. Antes que el muchacho fuese conducido allí, se preparaba para los educadores de jóvenes, llamados Teachcan o pedagogos y Telpuchteghoa o prefectos, porque habían matado a alguno o hecho prisionero en la batalla, una espléndida cena entre los padres de los candidatos en la que, después de un fecundo y largo discurso a los preceptores y maestros para que tuviesen cuidado paternal y pío de los hijos que tendrían que educar, atestiguaban con fervorosas preces y empeñaban su fe, de que alguna vez les darían las gracias de manera no común por los beneficios que conferirían a sus hijos. En cambio ellos prometían aplicarse al asunto con todo el empeño de que fueran capaces. Recibido por consiguiente el niño dentro del Telpochcalli, asistía a los ministerios domésticos y se ejercitaba en los coros y danzas, hasta que andando el tiempo y ocupado diligentemente en todas estas cosas, era elegido como maestro de otros niños. Y si mostraba valor bélico, el que ostentaba cuantas veces se ofrecía la ocasión, y acaeciera que llevara cuatro enemigos prisioneros, se le desginaba Tlacateicatl u otro de los rectores de la Ciudad, la cual magistratura, andando los días, según los méritos y valor de cada uno, se conmutaba en cosas más dignas. Había en cualquier poblado mexicano cinco casas del Telpochcalli. Ni se consideraba demasiado difícil esta regla de vida, puesto que los niños educados en las casas paternas, se retiraban al Colegio Telpochcalli cuando convenía, o cuando tenían que dormir allí de noche. Pero si contecía que se quedaran fuera de noche, eran castigados duramente. Aunque omita las telas de algodón, los caracoles, las plumas, las trenzas y otros ornamentos semejantes prescritos y familiares a los habitantes de ese Colegio no juzgo que deba callar acerca del uso del vino, que sólo fuese permitido a los muy viejos y a éstos nunca en público, sino en privado. Pero el joven que encontraban ebrio, si fuese nacido de clara estirpe lo estrangulaban con un lazo, pero si era plebeyo, moría a estacazos. Era permitido en los colegios tener al arbitrio de cada uno dos o tres concubinas, y cuando quisieran ser absueltos de la religión, casarse; con la condición de que regalaran al colegio veinte mantas de las que llaman cuachtli. Sin embargo, había entre ellos algunos a los cuales les gustaba tanto este género de vida, que se aprovechaban de ella hasta la muerte y nunca la cambiaban por otra ni querían salir a no ser obligados por orden del rey. No se elegía de entre éstos senadores que rigieran las ciudades o las plazas fuertes, sino que se les confiaban empleos inferiores con los cuales sirvieran a la república y dedicaran su trabajo a toda la ciudad.
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CAPÍTULO IV De la salida de los mexicanos, y camino y población de Mechoacán Habiendo pues, pasado trescientos y dos años, que los seis linajes referidos salieron de su tierra y poblaron la de Nueva España, estando ya la tierra muy poblada y reducida a orden y policía, aportaron a ella los de la séptima cueva o linaje, que es la nación mexicana; la cual, como las otras, salió de las provincias de Aztlán y Teuculhuacán, gente política y cortesana, y muy belicosa. Adoraban éstos el ídolo llamado Vitzilipuztli, de quien se ha hecho larga mención arriba, y el demonio, que estaba en aquel ídolo, hablaba y regía muy fácilmente esta nación. Este pues, les mandó salir de su tierra, prometiéndoles que los haría príncipes y señores de todas las provincias que habían poblado las otras seis naciones; que les daría tierra muy abundante, mucho oro, plata, piedras preciosas, plumas y mantas muy ricas. Con esto salieron llevando a su ídolo metido en una arca de juncos, la cual llevaban cuatro sacerdotes principales, con quien él se comunicaba, y decía en secreto los sucesos de su camino, avisándoles lo que les había de suceder, dándoles leyes, y enseñándoles ritos y ceremonias y sacrificios. No se movían un punto sin parecer y mandato de este ídolo: cuándo habían de caminar, y cuándo parar y dónde, él lo decía, y ellos puntualmente obedecían. Lo primero que hacían dondequiera que paraban, eran edificar casa o tabernáculo para su falso dios, y poníanle siempre en medio del real que asentaban, puesta el arca siempre sobre un altar hecho al mismo modo que le usa la Iglesia Cristiana. Hecho esto, hacían sus sementeras de pan, y de las demás legumbres que usaban; pero estaban tan puestos en obedecer a su dios, que si él tenía por bien que se cogiese, lo cogían, y si no, en mandándoles alzar su real, allí se quedaba todo para semilla y sustento de los viejos y enfermos, y gente cansada, que iban dejando de propósito dondequiera que poblaban, pretendiendo que toda la tierra quedase poblada de su nación. Parecerá por ventura esta salida y peregrinación de los mexicanos, semejante a la salida de Egipto, y camino que hicieron los hijos de Israel, pues aquéllos, como éstos, fueron amonestados a salir y buscar tierra de promisión, y los unos y los otros llevaban por guía su dios, y consultaban el arca y le hacían tabernáculos, y allí les avisaba, y daba leyes y ceremonias, y así los unos como los otros gastaron gran número de años en llegar a la tierra prometida. Que en todo esto y en otras muchas cosas hay semejanza de lo que las historias de los mexicanos refieren a lo que la Divina Escritura cuenta de los israelitas, y sin duda es ello así: que el demonio, príncipe de soberbia, procuró en el trato y sujeción de esta gente, remedar lo que el altísimo y verdadero Dios obró con su pueblo, porque como está tratado arriba, es extraño el hipo que Satanás tiene de asemejarse a Dios, cuya familiaridad y trato con los hombres pretendió este enemigo mortal falsamente usurpar. Jamás se ha visto demonio que así conversase con las gentes, como este demonio Vitzilipuztli. Y bien se parece quién él era, pues no se han visto ni oído ritos más supersticiosos ni sacrificios más crueles e inhumanos, que los que éste enseñó a los suyos; en fin, como dictados del mismo enemigo del género humano. El caudillo y capitán que éstos seguían, tenía por nombre Mexi, y de ahí se derivó después el nombre de México, y el de su nación mexicana. Caminando pues, con la misma prolijidad que las otras seis naciones, poblando, sembrando y cogiendo en diversas partes, de que hay hasta hoy señales y ruinas, pasando muchos trabajos y peligros, vinieron a cabo de largo tiempo a aportar a la provincia, que se llama de Mechoacán, que quiere decir tierra de pescado, porque hay en ella mucho en grandes y hermosas lagunas que tiene, donde contentándose del sitio y frescura de la tierra, quisieron descansar y parar. Pero consultando su ídolo y no siendo de ello contento, pidiéronle que a lo menos les permitiese dejar de su gente allí, que poblasen tan buena tierra, y de esto fue contento, dándoles industria cómo lo hiciesen, que fue que en entrando a bañarse en una laguna hermosa que se dice Pázcuaro, así hombres como mujeres, les hurtasen la ropa los que quedasen, y luego sin ruido alzasen su real y se fuesen, y así se hizo. Los otros, que no advirtieron el engaño, con el gusto de bañarse, cuando salieron y se hallaron despojados de sus ropas, y así burlados y desamparados de los compañeros, quedaron muy sentidos y quejosos, y por declarar el odio que les cobraron, dicen que mudaron traje y aun lenguaje. A lo menos es cosa cierta que siempre fueron estos mechoacanes, enemigos de los mexicanos; y así vinieron a dar el parabién al Marqués del Valle, de la victoria que había alcanzado cuando ganó a México.
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CAPÍTULO IV Entran los españoles en Guachoya. Cuéntase cómo los indios tienen guerra perpetua unos con otros Pasado el despoblado, el primer pueblo que los españoles vieron de la provincia de Guachoya fue el principal de ella, que había el mismo nombre, el cual estaba a la ribera del Río Grande, en cuya demanda iban los nuestros. Estaba asentado sobre dos cerros altos, el uno cerca del otro. Tenía trescientas casas. Las medias de ellas estaban en el un cerro, y las otras en el otro. Y el sitio llano que había entre los dos cerros servía de plaza; en lo más alto del uno de ellos estaba la casa del cacique. Estas dos provincias Guachoya y Anilco tenían entre sí gran odio y enemistad y se hacían cruel guerra, por lo cual no pudieron tener aviso los guachoyas de la ida de los españoles a su pueblo, y así los hallaron desapercibidos. Mas, como quiera que pudieron, se pusieron en arma el cacique y sus vasallos para defender el pueblo. Mas, viendo la pujanza de los contrarios y que no podían resistirla, se acogieron al Río Grande, y en muy hermosas canoas, que, como gente enemistada, para semejantes necesidades tenían apercibidas, lo pasaron, llevando consigo sus mujeres e hijos y toda la hacienda que llevar pudieron, y desampararon el pueblo. Los castellanos entraron en él, donde hallaron mucha comida de maíz y otras semillas y frutas que la tierra tiene en abundancia, y se alojaron a todo su placer. Porque, como hemos visto, casi todas las provincias que estos españoles anduvieron tenían guerra unos con otros, será razón decir aquí de qué suerte era esta guerra que se hacía, para lo cual es de saber que no era guerra de poder a poder con ejército formado ni con batallas campales sino muy raras veces, ni por codicia y ambición de quitarse los estados los unos señores a los otros. La guerra que se hacían era de asechanzas y cautelas, saltándose en las pesquerías, cacerías, y en sus sementeras y en los caminos, dondequiera que pudiesen hallar descuidados los contrarios. Los que prendían en los tales lances eran tenidos por esclavos, unos con prisiones perpetuas como en algunas provincias hemos visto, deszocado un pie, otros como prisioneros de rescate, para trocar unos por otros. La enemistad entre ellos no llegaba a más que a hacerse mal en las personas con muertes o heridas o prisiones, sin pretender quitarse los estados, y, si alguna vez se encendía la guerra, llegaba hasta quemarse los pueblos y talar los campos, mas, luego que los vencedores habían hecho el daño que querían, se recogían a sus tierras, sin querer señorear las ajenas. De donde parece que la guerra y enemistad que hay entre ellos más es por gentileza y por mostrar la valentía y esfuerzo de sus ánimos y por andar ejercitados en la milicia que por desear la hacienda y estado ajeno. Los prisioneros que de la una parte o la otra se cautivan, con facilidad los vuelven a rescatar, trocando unos por otros para que vuelvan de nuevo a sus asechanzas. Y esta manera de guerra la tienen ya hecha naturaleza entre ellos y es causa de que perpetuamente, dondequiera que se hallen, anden apercibidos de sus armas, porque en ninguna parte están seguros de enemigos. Y de aquí nace que, siendo tan ejercitados en esta continua milicia, sean tan belicosos en sí y tan diestros en sus armas, particularmente en los arcos y flechas, que, como son armas de tiro con que de lejos pueden hacer efecto, las usan más que otras, como cazadores que andan a cazar hombres y animales. Y esta guerra no la tiene el cacique con sólo uno de sus vecinos, sino con todos los que parten términos con él, sean dos o tres o cuatro, o más, que todos la tienen unos con otros. Ejercicio por cierto loable en la soldadesca para que nadie se descuide y cada uno pueda mostrar la gallardía de su persona. Esta es, en común, la enemistad de los indios del gran reino de la Florida. Y ella misma sería gran parte para que aquella tierra se ganase con facilidad, porque "todo reino diviso, etcétera." Al fin de tres días que los españoles habían estado en el pueblo Guachoya, el señor de él, que había el mismo nombre, habiendo sabido lo que en la provincia de Anilco entre indios y españoles había pasado y cómo aquel curaca no había querido recibir de paz al gobernador, antes había menospreciado su amistad y mensajes con no responder a ellos, quiso no perder la ocasión que en las manos tenía para vengarse de sus enemigos, los de Anilco, y, como hombre mañoso que era y lleno de astucias, envió luego una solemne embajada al gobernador con cuatro indios, caballeros principales, y otros muchos de servicio, que vinieron cargados de mucha fruta y pescado, con los cuales envió a decir suplicaba a su señoría le perdonase la inadvertencia que había tenido en no le haber esperado y recibido en su pueblo y le diese licencia para venir a besarle las manos, que si se la daba, vendría dentro de cuatro días a besárselas personalmente, y que, desde luego, le ofrecía su vasallaje y servicio. El gobernador holgó con la embajada y respondió a los mensajeros dijesen a su curaca le agradecería su buen ánimo y estimaba en mucho su amistad, que viniese sin pesadumbre alguna, que sería bien recibido. Los mensajeros volvieron contentos con la respuesta, y el cacique, en los tres días que tardó en venir, envió cada día siete u ocho recaudos, que todos contenían unas mismas palabras, diciendo a su señoría le avisase de su salud y si había en qué le servir, con otras impertinencias de ningún momento. Los cuales recaudos enviaba Guachoya, como hombre recatado y astuto, para ver si con ellos descubría alguna novedad o cómo los tomaba el adelantado. Mas, habiendo visto que los recibía con buena amistad, se aseguró, y, el último día de los cuatro vino antes de comer, como lo había avisado el día antes. Trajo en su compañía cien hombres nobles, todos, conforme a la usanza de ellos, muy bien aderezados de grandes plumajes y hermosas mantas de martas y otras pellejinas de mucha estima. Todos traían sus arcos y flechas de las mejores que ellos hacen para su mayor ornamento.
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CAPÍTULO IV Dos indios dan a entender que desafían a los españoles a batalla singular Tres días después de este hecho, en la misma provincia que llamaron de los Vaqueros, acaeció otro no menos extraño, y fue que, como el general y sus capitanes y soldados dejasen de caminar un día, por descansar del trabajo pasado de las jornadas largas que hasta allí habían hecho, vieron a las diez del día venir por un hermoso llano dos indios gentileshombres, compuestos de grandes plumajes, con sus arcos en las manos y las flechas en sus aljabas en las espaldas, y, como llegasen doscientos pasos del real, se pusieron a pasear cerca de un nogal que allí había, y no se paseaban ambos juntos hombro a hombro, sino pasando el uno por el otro para que cada uno de ellos guardase las espaldas al compañero. Así anduvieron casi todo el día sin hacer cuenta de los negros, indios e indias y muchachos, que con agua y leña por cerca de ellos pasaban. De donde vinieron los castellanos a entender que no lo hacían por la gente de servicio, sino por ellos, y dieron cuenta del hecho al gobernador, el cual mandó luego echar bando que no fuese soldado alguno a ellos, sino que los dejasen para locos. Los indios se pasearon hasta la tarde sin hacer otra cosa, como que esperaban los españoles que dos a dos quisiesen ir a combatir con ellos. Ya cerca de ponerse el sol, vino una compañía de caballos que había salido de mañana a correr el campo, los cuales tenían su alojamiento cerca de donde los indios andaban paseando y, como los viesen, preguntaron qué indios eran aquéllos. Y, habiéndolo sabido y lo que sobre ellos se había mandado, que los dejasen para locos, obedecieron todos salvo uno que, por mostrar su valentía, quiso ser inobediente. Y diciendo "pese a tal, no será bien que haya otro más loco que ellos que les castigue la locura", se fue corriendo a ellos. Este soldado era natural de Segovia y se decía Juan Páez. Los indios, viendo que los acometía un castellano solo, salió a recibirle el que más cerca de él se halló, por dar a entender que habían pedido batalla singular. El otro indio se apartó y metió debajo del nogal, en confirmación de la intención que tenían, que era pelear uno a uno, y que su compañero, para un castellano solo, aunque a caballo, no quería socorro. Juan Páez arremetió al indio a toda furia por llevarlo de encuentro. El infiel, que le esperaba con una flecha puesta en el arco, viéndole llegar a tiro, se la tiró y le dio por la sangradera del brazo izquierdo sobre una manga de malla y, rompiendo la cota por ambas partes, quedó la flecha atravesada en el brazo, de la cual herida y del golpe, que fue muy grande, no pudo Juan Páez menear el brazo y las riendas se cayeron de la mano, y el caballo, que las sintió caídas, paró de golpe, que es muy ordinario de los caballos hacerlo así cuando las sienten caer, y también es aviso del jinete soltarlas de golpe cuando el caballo le huye y no quiere parar. Los compañeros de Juan Páez, que aún no se habían apeado, viéndole en tal peligro, arremetieron todos juntos a toda prisa por le socorrer antes que el enemigo lo matase. Los indios, viendo ir tantos caballos contra ellos, se pusieron en huida a un monte que allí cerca había, mas antes que a él llegasen los alancearon, no guardando buena ley de guerra, que, pues los indios no habían querido ser dos contra un español, fuera razón que tantos españoles a caballo no fueran contra dos indios a pie. Con estos sucesos, aunque singulares, que por no haber acaecido otros mayores los contamos, caminaron los castellanos por la provincia que llamaron de los Vaqueros más de treinta leguas. Al fin de ellas se acabó aquella mala poblazón y descubrieron al poniente de cómo iban unas grandes sierras y montes, y supieron que eran despoblados. El gobernador y sus capitanes, escarmentados de la hambre y trabajos que pasaron en los desiertos que atrás dejaron, no quisieron pasar adelante hasta haber descubierto camino que los sacase a poblado y quisieron llevar prevenidos los inconvenientes que hubiese. Para lo cual mandaron que saliesen tres compañías de a caballo de a veinte y cuatro caballos y, por tres partes, fuesen todos encaminados al poniente a descubrir lo que por aquel paraje hubiese. Mandáronles que entrasen la tierra adentro y se alejasen todo lo más que les fuese posible y trajesen relación no solamente de lo que viesen, sino que también la procurasen de lo que más adelante hubiese, y para intérpretes les dieron indios de los más ladinos que entre los españoles había domésticos. Con esta orden salieron del real los setenta y dos caballeros y dentro de quince días volvieron todos casi con una misma relación, diciendo que cada cuadrilla había entrado más de treinta leguas, y hallado tierras muy estériles y de poca gente, y tanto peores cuanto más adelante pasaban; que esto era lo que habían visto y de lo de adelante traían peores nuevas, porque muchos indios que habían preso, y otros que los habían recibido de paz, les habían dicho que era verdad que adelante había indios, empero que no vivían en pueblos poblados, ni tenían casas en que habitasen, ni sembraban sus tierras, sino que era gente suelta que andaba en cuadrillas cogiendo las frutas, hierbas y raíces que la tierra de suyo les daba y que se mantenían de cazar y pescar, pasándose de unas partes a otras, conforme a la comodidad que el tiempo les daba para sus pesquerías y cacerías. Esta relación trajeron las tres cuadrillas, con poca o ninguna diferencia de la una a la otra. Alonso de Carmona, demás de la relación dicha, añade en este paso que les dijeron los indios que delante de aquella provincia donde estaban (al poniente) había muy grandes despoblados de tierra muy llana y muchos arenales donde se criaban las vacas cuyos eran los pellejos que habían visto, y que había mucha suma de ellas.
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CAPITULO IV Del vecindario de Cartagena. Su calidad, distincion de castas, su origen, genio y costumbres 61 Supuesta yá la noticia de la ciudad de Cartagena en quanto á sus edificios y fabrica, es consiguiente passar á darla particular de los habitadores que forman su vecindario. Este, pues, se divide en varias castas producidas de la union de blancos, negros y indios, de que por su orden havremos de tratar. 62 El vecindario blanco que habita en Cartagena se puede subdividir en dos especies: una de los europeos y otra de los criollos ó hijos de aquel país. Los primeros, á quienes dan el nombre de chapetones, no son en muy crecido numero porque ó bien se restituyen a España luego que han hecho un mediano caudal ó bien passan á las provincias interiores á mejorar su fortuna; los que allí hay mantienen las casas de comercio y son los que desfrutan mas floridos caudales; otros, por el contrario, están reducidos á miseria, y muchos de ellos, á vivir de su trabajo personal. Las familias de criollos blancos son las que posseen los bienes de tierra ó haciendas, y, entre estas, hay algunas de mucha distincion porque sus ascendientes passaron á aquellos parages con empleos honorificos y, llevando sus familias, quedaron establecidos allí y han procurado mantenerse en el lustre de sus antepasados casando ó yá con sus iguales del país ó de los europeos que van en las armadas, bien que en otras no dexa de experimentarse decadencia de su primera distincion. 63 Otras familias hay tambien de gente blanca, aunque pobre, que ó están enlazadas con las de castas ó tienen su origen en ellas y, assi, participan de mezcla en la sangre pero quando no se distingue esta por el color, les basta el ser blancos para tenerse por felices y gozar de esta preferencia. 64 Continuando en las otras especies de gente, las que se originan de la mezcla de blancos y negros, podemos contar la primera la de los mulatos, tan conocida de todos que no necessita mayor explicacion; despues, la de tercerones, que proviene de mulato y blanco y empieza á acercarse á este ultimo, aunque el color no dissimula todavia su origen y calidad. Los quarterones entran despues de los antecedentes y, como se dexa inferir, provienen de blanco y tercerón; y luego los quinterones, de blanco y quarterón. Esta es la ultima que participa de las castas de negro, y, quando llegan á este grado, no es perceptiblle la diferencia entre los blancos y ellos por el color ni facciones; y aun suelen ser mas blancos que los mismos españoles. La generacion de blanco y quinterón se llama yá español, y se considera como fuera de toda raza de negro, aunque sus abuelos, que suelen vivir, se distinguen muy poco de los mulatos. Es tanto lo que cada uno estima la gerarquia de su casta y se desvanece en ella que, si por inadvertencia se les trata de algun grado menos que el que les pertenece, se sonrojan y lo tienen á cosa injuriosa, aunque la inadvertencia no haya tenido ninguna parte de malicia, y avisan ellos al que cayó en el defecto que no son lo que les ha nombrado y que no les quieran substraer lo que les dió su fortuna. 65 Antes de llegar al grado ó gerarquia de quinterones, se ofrecen muchas intercadencias que les embarazan el llegar á ella porque entre el mulato y el negro hay otra casta que llaman sambo, originada de la mezcla de alguno de estos dos con indio ó entre sí; y se distinguen tambien segun las castas de donde fueron los padres: entre el tercerón y mulato, quarterón y tercerón, y assi en adelante son los hijos tente en el ayre porque ni abanzan á salir ni retroceden. Los hijos de quarterones ó quinterones por la junta con mulatos ó tercerones, y lo mismo los de estos y negros, tienen el nombre de salto atrás porque, en lugar de adelantarse á ser blancos, han retrocedido y se han acercado á la casta de los negros. Tambien, todas las mezclas desde negro hasta quinterón con indio se denominan sambos de negros, mulato, tercerón, etc. 66 Estas son las castas mas conocidas y comunes no porque dexe de haver otras muchas que provienen de la union de unos con otros, y son de tantas especies y en tan grande abundancia que ni ellos saben discernirlas ni se ve otra gente en todas las calles de la ciudad, en las estancias y en los pueblos, y por casualidad se encuentran personas blancas, especialmente mujeres, porque las que legitimamente lo son viven con algun recogimiento en sus casas. 67 Desde la casta de mulatos inclusive, todas las demás visten como los españoles, aunque unos y otros de ropa muy ligera porque no permite otra el clima del país. Ellos son los que trabajan en todo genero de oficios mecanicos de las ciudad, lo que no executan los blancos, ó sean criollos ó chapetones, los quales tienen á grande afrenta el buscar la vida en estos exercicios y solo se dedican á la mercancia; pero como no todos pueden tener fortuna en ella ni quien los fomente con creditos, se ven muchos perdidos por no querer emplearse en los exercicios que aprendieron y usaron en sus países y, muy distantes de lograr las riquezas que imaginaron posseer quando concibieron el nombre de Indias, llegan á experimentar el ultimo extremo de miseria y de infelicidad. 68 Entre todas las castas no es la de menor numero la de los negros. Estos se conciben en dos estados, que son libres y esclavos; y uno y otro en otros dos, que son criollos y bozales; una parte de estos ultimos está empleada en el cultivo de las haciendas ó estancias. Los que habitan en la ciudad se exercitan en los trabajos recios con que ganan su jornal y de él dan á sus amos un tanto diariamente y se mantienen de lo que les queda. La fuerza de los calores no permite que puedan usar de ropa alguna y assi andan siempre en cueros cubriendo unicamente con un pequeño paño lo mas deshonesto de su cuerpo. Lo mismo sucede con las negras esclavas, de las quales unas se mantienen en las estancias casadas con los negros de ellas y otras en la ciudad ganando jornal; y para ello, venden en las plazas todo lo comestible y por las calles las frutas y dulces del país de todas especies y diversos guisados ó comidas, el bollo de maíz y el cazabe, que sirven de pan, con que se mantienen los negros. Las que tienen hijos pequeños y los están criando, que son casi todas los llevan cargados sobre las espaldas para que no les puedan estorvar el manejo de los brazos; y cuando quieren darles de mamar, les muestran el pecho por debaxo de ellos ó por encima del hombro y de esta suerte, sin moverlos, les dan el alimento. Sería esto increible á los que no lo han visto si no consideraran que el tener los pechos sin ninguna sujecion los hace crecer tanto que muchas veces les llegan mas abaxo de la cintura, y assi no es dificil echarlo sobre el hombro para que la cria pueda tomarlo. 69 El vestuario que usan, assi hombres como mugeres blancas, se distingue poco del que se acostumbra en España. Los hombres de republica visten en cuerpo, como en Europa, pero con la diferencia de que toda la ropa que usan es ligera, tanto que por lo ordinario hacen las chupas de Bretaña y lo mismo los calzones y las casacas de algun genero muy sencillo, como de tafetán, de todos colores porque el uso se entiende sin limitacion de ningunos. Lo mas comun es no usar pelucas, y, quando estuvimos allí, solo se notaba este adorno en el governador y algun oficial de la plaza, aunque muy raros. Tampoco acostumbran corbata sino solo el cabezón de la camisa con unos botones de oro gruessos, y las mas veces desabrochados; y en las cabezas llevan unos virretes blancos de algun lienzo muy delgado, y otros van con ellas totalmente descubiertas y cortado el pelo contra el casco. A esto se agrega la costumbres de llevar abanicos para hacerse ayre, texidos de una especie de palma muy fina y delgada y á la manera de media luna con un cabo en el medio hecho de la misma palma. La gente de color y la que no es de familias distinguidas usan capa y sombrero redondo, bien que algunos, aunque sean mulatos y muchas veces negros, se visten en cuerpo como los españoles y principales del país. 70 Las mugeres españolas usan una ropa que llaman pollera, y pende de la cintura; esta es hecha de tafetán sencillo y sin aforro porque los calores no les permiten otra cosa; y de medio cuerpo arriba, un jubón ó almilla blanca muy ligera, y este solo en el tiempo que allí llaman ibierno porque en el de verano no lo usan ni pueden sufrir, pero siempre se fajan para abrigar el estomago. Quando salen á la calle, se ponen manto y basquiña y tienen por costumbre ir á missa los dias de precepto á las tres de la mañana para librarse del calor, que empieza á entrar con la claridad. 71 Aquellas que legitimamente no son blancas se ponen sobre las polleras una basquiña de tafetán de distinto color, pero nunca negro, la qual está toda picada para que se vea la de abaxo, y cubren la cabeza con una como mitra de un lienzo blanco, fino y muy lleno de encages, el qual, quedando tiesso á fuerza de almidón, forma arriba una punta, que es la qué corresponde á la frente; llamanle el pañito y nunca salen fuera de sus casas sin él y una mantilla terciada sobre el hombro. Las señoras y demás mugeres blancas se visten á esta moda de noche, y el trage les sienta mejor que el suyo porque, criandose con él, lo manejan con mas ayre. No usan zapatos calzados dentro ni fuera de sus casas sino una especie de chinelas con tacón, donde solamente les entra la punta de los pies. Quando están en sus casas, es su continuo exercicio estar sentadas en las jamacas, meciendose para coger algun ambiente, y entonces tienen el pantufo, que assi llaman á aquella moda de chinelas, fuera del pie. Es tanta la costumbre que tienen hecha á las jamacas que en todas las casas hay dos ó tres ó mas segun la familia; en ellas, passan todo lo mas del dia y muchas veces duermen tambien, assi hombres como mugeres, sin estrañar la incomodidad de no poder estender bien el cuerpo. 72 Notase por lo regular en ambos sexos el ser de entendimientos claros y comprehensivos y, consiguientemente, posseer hábiles y despiertos ingenios, y que tienen industria para trabajar muy perfectamente en las artes mecanicas. Esto reluce mas en los que se inclinan á las letras porque en la pequeña edad de aquella juventud se experimenta un particular lucimiento de la aplicación, adelantando la sutileza y claridad de sus entendimientos en termino muy breve, lo que en otros climas no consiguen sino a fuerza de mucho trabajo y alguna mas madurez. Durales prosperamente assi la aplicacion como el fruto de ella hasta la edad de 25 ó 30 años; y, desde esta, van en decadencia por los mismos passos y con la brevedad que subieron, y muchas veces aun antes de llegar a esta edad, que es en la que havia de empezar á labrar el trabajo producciones de cultivo, lo abandonan totalmente con una pereza natural que hace terminar progressos, de que la temprana penetracion daba las proporcionadas esperanzas, y perderse estas sin llegar á colmo los efectos de sus capacidades. 73 La causa principal que se conoce para que con tanta brevedad desfallezca la aplicacion y cessen los progressos en los entendimientos de aquellos naturales es, sin duda, la falta de objetos en que emplearse y en que tener el estímulo de lograr el adelantamiento correspondinte á el afán de sus tareas y el premio de sus estudios por carecerse allí de la ocupacion en exercitos y armadas y ser en corto numero los empleos literarios. El mirar, pues, distante la esperanza de su colocacion por aquel rumbo dá motivo á que, faltando el incentivo del honor y introduciendose facilmente el ocio, este abra el camino al vicio y sea causa que, abandonados á él, pierdan enteramente la accion de volver á ser dueños de la razon y de continuar con mas glorioso aplauso los buenos principios en que se exercitaron quando la menor edad y la sujecion ponia mas cotos á la malicia. Lo mismo que en las ciencias se experimenta en las artes mecanicas, pues con muy cortos fundamentos les basta para trabajar en ellas con mucho acierto, aunque los dexan imperfectos porque no se dedican á perfeccionarlas ni adelantar mas de lo que vieron hacer al que les enseñó. Tambien es digno de toda admiracion lo muy temprano que en aquel clima despiertan los entendimientos, pues se ve razonar á las pequeñas criaturas de dos á tres años de edad con mas formalidad que las que en Europa tienen seis o siete; y en tanta pequeñez que, apenas empiezan á ver la luz sin poderla distinguir, no ignoran quanto puede encerrar en sí la malicia. 74 A proporcion que en los ingenios de los americanos amanecía mas temprano la luz de la razon y la capacidad, se tuvo creido en Europa se les anticipaban tambien las tinieblas de la caduquez, desfalleciendo en ellos á los 60 años ó antes la firmeza del juicio, la penetracion del discurso y la madurez de la prudencia; y declinando al estado de decrépitos desde la altura de comprehension á que los havia conducido con tantas ventajas la disposicion natural del clima, pero de esta preocupacion vulgar los han vindicado yá los mas juiciosos talentos, y en su defensa se aplicaron los del célebre padre Fr. Benito Feijóo en el discurso 6 del tomo 4 de su Theatro Critico, y están voceando la falsedad de ella las propias experiencias de quantos con alguna reflexion y cuidado han viajado por aquellos paises y observado en el trato continuo de sus naturales de todas edades la constante igualdad de sus luces y subsistente capacidad de sus entendimientos; en aquellos á lo menos en quienes la falta de aplicacion ó abandono á los vicios no altera la regular disposicion de ellos y sus progresos. Assi, se reconocen personas de aventajada prudencia, grandes talentos y comprehension tanto en el manejo de las ciencias theoricas quanto en el de las prácticas, politica y moral, que permanecen en él hasta edades muy adelantadas. 75 Brilla en los naturales de Cartagena, sin excepcion de calidad ó gerarquia, la virtud de la caridad tanto que, si no fuera por la mucha que exercitan con los europeos recien llegados, casi todos los que van, como ellos dicen, á buscar fortuna experimentarian allí la ultima estacion de su vida con la miseria y enfermedades. Y porque este es assunto que merece ser sabido, aunque son muy comunes sus noticias entre los que han estado en aquel país, no omitiré decir alguna cosa de él que pueda servir de desengaño á los que, deseosos de posseer mas riquezas que las que gozan en sus patrias, se imaginan que las tienen conseguidas con transportarse á las Indias. 76 Luego que se desembarcan en aquella ciudad los que llaman en los navíos pulizones, que son hombres que no tienen otro empleo, caudal ni recomendacion que la de ir fugitivos y sin licencia de los tribunales á buscar fortuna á un país donde nadie los conoce, despues de andar vagando por todas partes la ciudad sin hallar hospedaje ni quien los alimente, llegan al ultimo recurso que es el de san Francisco, donde, aunque no quede satisfecha la hambre, á lo menos se entretiene con una sopa de cazabe, que, no siendo soportable para los del país, se dexa entender qué tal será para los pobres que no están acostumbrados á ella. Los portales de las plazas y pórticos de las iglesias corresponden de possada á huespedes de tal comida. Esto dura hasta que hallan coyuntura de agregarse á algun mercader que passe á las provincias interiores y quiera llevarlos consigo para servirle en el camino porque, entre los comerciantes de aquella ciudad que no lo necessitan, tienen poco cabimiento estos aventureros que verdaderamente lo son. A pocos días la estrañeza que percibe la naturaleza en aquel distinto clima, junto con el mal trato de las comidas y la continua desazon que no puede faltar en el animo viendo reducidas á miserias, tan grandes quanto nunca se puede ponderar bien, las vanas esperanzas de las riquezas que se prometian en su fantasía, los conduce á el infeliz estado de caer enfermos de lo que allí llaman chapetonada, sin tener otro recurso en esta extremidad que el de la divina Providencia porque el del hospital de San Juan de Dios que hay en aquella ciudad es ninguno respecto de que en él no reciben al que no paga. Aquí es donde se experimenta la caridad de aquellas gentes porque, compadecidas de verlos padecer en tal desamparo, las negras y mulatas libres los recogen y llevan á sus casas donde les assisten y curan á su costa con tanto cariño y puntualidad como si tuvieran una precisa obligacion á ello; al que muere, lo hacen enterrar de limosna y, aun, les mandan decir algunas missas. Las resultas de estas compassivas demostraciones suelen ser que, despues de recuperado en la salud el chapetón, agradecido á tanta fineza, ó se casa con la negra ó mulata ó con alguna de sus hijas y queda desde entonces establecido en un estado mucho más desdichado que el que pudiera tener en su patria, trabajando en lo que le ofrece la ocasion. 77 El desinterés de aquellas gentes en este particular es tanto que no se puede creer sea el fin de casarse el que promueve la caridad, pues muy frequentemente se experimenta que no quieren admitirlos ni para propios maridos ni para que lo sean de sus hijas porque no se quedan perdidos; y antes bien, ellas solicitan la ocasión de alguna persona á quien se agreguen á servir para que los internen en el país, unos á Santa Fé, Popayán y Quito, y otros del Perú, segun ellos se inclinan y contemplan ser mejor medio de buscar sus adelantamientos. 78 Los que se quedan en aquella ciudad, yá sea tan mal casados, como llevo referido, ó yá en otro estado infeliz para sus almas, que tambien es bien frequente, se aplican á pulperos, canoeros y otros exercicios semejantes, en que andan siempre mal vestidos y tan colmados de trabajos y desdichas que nunca olvidan la vida que tenian en sus tierras por muy mísera que fuesse; y quando llegan á verse mas dichosos despues de haver trabajado todo el dia y muchas veces parte de la noche, se han de conformar con algunos platanos, bollo ó cazabe, que tiene el lugar de pan, y un pedazo de tasajo, que es la carne de baca salada y despues seca, y suelen passarseles los años sin gustar el pan de trigo, que acaso nunca les faltaría en España. 79 Otros tan infelices como estos, y no corto numero, se retiran de la ciudad á alguna pequeña estancia, donde en una choza ó bujio de paja viven poco menos que irracionales, cultivando en sus pequeñas rozas las sementeras que puede producir el país para mantenerse con lo que les rinde su venta. 80 Lo mismo que queda dicho de las negras y mulatas, en que se deben entender comprehendidas todas las demas castas, se ha de suponer, en quanto á la caridad, de las mugeres y gente blanca, y que en todas especies son sus genios obsequiosos y agradables con extremo, reluciendo con mas particularidades esta virtud en el femenino sexo á proporcion que suele serle mas natural la compassion y el agrado. 81 En quanto á las costumbres de aquella gente, tienen algunas que difieren sensiblemente de las de España, y aun de las que se practican en las principales partes de Europa; las mas notables son el uso del aguardiente, cacao, miel y demás dulces y tabaco en humo, á que se agregan otras singularidades, que seguirán á estas en su explicacion particular. 82 El aguardiente tiene un uso tan comun que las personas mas arregladas y contenidas lo beben á las once del dia porque pretenden que con esta prevencion recupera el estomago alguna fuerza de la mucha que pierde con la sensible y continua transpiracion y que coadyuba á avivar el apetito; en esta se convidan unos á otros para hacer las once, pero esta precaucion, que no es mala quando se practica con moderacion, passa en mucho á hacerse vicio, y se embelesan tanto en él que, empezando á hacer las once desde que se levantan de la cama, no las concluyen hasta que se vuelven á dormir. Las personas de distincion de la ciudad usan para esto del aguardiente de España, pero la gente de baxa esphera y los negros que no tienen para tanto ocurren al del país, que se hace del caldo ó jugo que se saca de la caña dulce, y por esta razon tiene el nombre de aguardiente de caña; con que, el de esta especie tiene un consumo mucho mas crecido. 83 El chocolate, á quien allí conocen solamente por el nombre de cacao, es tan frequente que lo acostumbran tomar diariamente hasta los negros esclavos despues que se han desayunado; y para este fin, lo venden por las calles las negras que lo tienen yá dispuesto en toda forma y, con solo calentarlo, lo van despachando por jicaras, cuyo valor es un quartillo de real de plata, pero no es todo puro cacao porque este comun es compuesto de maiz la mayor parte y una pequeña de aquel; el que usan las personas de distincion es puro y trabajado como en España. Repiten el tomarlo una hora despues de haver comido, costumbre que no ha de dexar de practicarse en dia alguno, pero nunca lo usan en ayunas ó sin haver comido algo antes. 84 En la misma conformidad, es grande el consumo que hacen de los dulces y miel, pues, quantas veces en el discurso del dia se les ofrece beber agua, ha de ser precediendo el tomar dulce. Suelen preferir muchas veces la miel á las conservas y otros dulces de almibar ó secos porque endulza mas; en aquellos usan del pan de trigo de que solo para ellos y el chocolate se sirven, y esta la toman con torta de cazabe. 85 No menor es la passion que tienen al tabaco en humo, cuyo uso es general entre todas las personas sin excepcion de sexo ni calidad; pero las señoras y mugeres blancas lo chupan en sus casas, moderacion que no es practicada de las otras de castas ni de los hombres, los quales no distinguen de sitio ni ocasion. La moda de tomarlo es en pequeños cigarros, hechos y embueltos con el mismo tabaco; las mugeres se particularizan en el methodo de recibir el humo, que es poniendo dentro de la boca la parte ó extremo del tabaco que está encendido, y assi lo mantienen largo rato sin que se les apague ni ofenda el fuego de él; una de las finezas particulares que practican con las personas con quienes professan familiaridad y estiman es el encender por sí los tabacos y repartirlos entre las que están de visita, aunque sean de respeto, y, de rehusar el admitirlo, se averguenzan teniendolo á desayre, por cuya razon no se aventuran á ofrecerlos sino es á los que saben que lo usan. Las señoras de distincion aprenden esta costumbre desde que son pequeñas, y no es dudable que la contraen de las amas de leche que las crian, y son las mismas negras esclavas; y siendo tan comun entre aquellas personas de distincion, se comunica facilmente su uso á los que passan de Europa y hacen allí alguna residencia. 86 Entre los varios estilos que allí se experimentan en los naturales, es muy entablado el de los bayles ó fandangos á la moda del país, con los quales hacen sus festejos y celebran los dias señalados. Estos son mas comunes siempre que hay en aquella bahía armadas de galeones, guarda-costas ú otros navios que vayan de España y, en estas ocasiones, van acompañados de gran desorden porque concurren á ellos las tripulaciones de los navios y son los que lo llevan consigo. Quando estas diversiones se hacen en las casas de distincion, son honestas y sossegadas; y baylando en los principios algunas danzas que imitan á las de España, continúan despues con las del país, que son de bastante artificio y ligereza, á que acompañan con correspondientes canciones, y suelen durar regularmente unas y otras hasta el amanecer. 87 Los fandangos vulgares del populacho consisten principalmente en mucho desorden de bebida de aguardiente y vino, á que se siguen indecentes y escandalosos movimientos, de los quales se componen las piezas que danzan; y como en el intermedio que duran estas funciones no dexan de beber, al fin paran en riñas, de donde rara vez dexa de seguirse desgracia. Quando se hallan en aquella ciudad forasteros, son estos los que los disponen y costean; y como son a puerta franca y no se les escasean á ninguno de los que entran los licores, no dexan de ser crecidos. 88 Tambien se notan algunas particularidades en los duelos funerales ó mortorios siendo una la grandeza y señorío que procuran obstentar en ellos, aunque á costa de la propia comodidad. Quando el difunto es persona de distincion, colocan el cuerpo sobre un sumptuoso féretro que hacen en la pieza principal de la casa y lo acompañan de numero de cirios encendidos, en cuya forma lo mantienen las veinte y quatro horas regulares ó mas tiempo, sin cerrarse las puertas de la casa para que puedan entrar y salir á todas horas las personas que tienen conocimiento en ella, y generalmente todas las mugeres de baxa esphera de la ciudad, que es costumbre el que vayan á llorar al difunto. 89 Van, pues, vestidas de negro, por lo regular de parte de tarde y en el discurso de la noche, y, assi entran en la pieza donde está el cuerpo, á el qual se acercan y, unas veces puestas de rodillas junto á él y otras en pie y, lo mas comun, como queriendolo abrazar, dan principio á sus clamores con un ayre lloroso mezclado con desaforados gritos, en los quales se dexa entender el eco de que lo llaman por su nombre; y despues de haver hecho varias exclamaciones, continúan refiriendo sin mudar de tono ni desapacibilidad todas quantas propiedades buenas y malas tenia quando vivia, sin exceptuarse de esta lamentable relacion aquellas impuras costumbres ó flaquezas que le conocieron con tanta puntualidad y expression de las circunstancias que no puede ser mas individual una confession general. Fatigadas las que están en este exercicio despues de haverse empleado en él algun rato, se retiran á uno de los rincones de la sala donde hacen poner los dolientes una botija de aguardiente y otra de vino y beben de lo que mas les gusta, pero luego que se apartan del cuerpo, llegan otras; y assi, se van remudando hasta que no hay mas que vayan de afuera. Entonces, continúan la misma ceremonia las criadas esclavas y las que han sido familiares de la casa y permanecen en ello todo el discurso de la noche; con que, se dexa comprehender la confusion que causará aquella tropa de desentonados alaridos. 90 Concluido el entierro, que va acompañado de la misma algazara, permanece el duelo en la casa por nueve días, y los pacientes, assi hombres como mugeres, no se han de mover del parage, donde reciben los pésames. Todas las personas que tienen amistad ó parentesco con ellos les han de acompañar las nueve noches desde que obscurece hasta que quiere volver á salir el sol; con que, el sentimiento es verdadero para todos, para los del duelo por la pérdida de la persona y para aquellos que les acompañan por la incomodidad que passan en las noches.
contexto
En que se declara la navegación hasta llegar al Callao de Lima, que es el puerto de la ciudad de los Reyes Declarado he, aunque brevemente, de la manera que se navega por este mar del Sur hasta llegar al puerto de los Quiximies, que ya es tierra del Perú, y agora será bien proseguir la derrota hasta llegar a la ciudad de los Reyes. Saliendo, pues, de cabo de Passaos, va la costa al sur cuarta del sudueste hasta llegar a Puerto Viejo, y antes de llegar a él está la bahía que dicen de los Caraques, en la cual entran las naos sin ningún peligro; y es tal, que pueden dar en él carena a navíos aunque fuesen de mil toneles. Tiene buena entrada y salida, excepto que en medio de la furna que se hace de la bahía están unas rocas o isla de peñas; mas por cualquier parte pueden entrar y salir las naos sin peligro alguno, porque no tiene más recuesta de la que ver por los ojos. Junto a Puerto Viejo, dos leguas de tierra dentro, está la ciudad de Santiago, y un monte redondo al sur, otras dos leguas, al cual llaman Monte Cristo; está Puerto Viejo en un grado de la equinocial a la parte del sur. Más adelante, por la misma derrota a la parte del sur cinco leguas, está el cabo de San Lorenzo, y tres leguas dél al sudueste está la isla que llaman 6de la Plata, la cual terná en circuito legua y media, donde en los tiempos antiguos solían tener los indios naturales de la Tierra Firme sus sacrificios, y mataban muchos corderos y ovejas y algunos niños, y ofrecían la sangre dellos a sus ídolos o diablos, la figura de las cuales tienen en piedras adonde adoraban. Viniendo descubriendo el marqués don Francisco Pizarro con sus trece compañeros, dieron en esta isla, y hallaron alguna plata y joyas de oro, y muchas mantas y camisetas de lana muy pintadas y galanas; desde aquel tiempo hasta agora se le quedó, por lo dicho, el nombre que tiene de isla de Plata. El cabo de San Lorenzo está en un grado a la parte del sur. Volviendo al camino, digo que va prosiguiendo la costa al sur cuarta del sudueste hasta la punta de Santa Elena: antes de llegar a esta punta hay dos puertos; el uno se dice Callo y el otro Zalango, donde las naos surgen y toman agua y leña. Hay del cabo de San Lorenzo a la punta de Santa Elena quince leguas, y está en dos grados largos; hácese una ensenada de la punta a la parte del norte, que es buen puerto. Un tiro de ballesta dél está una fuente, donde nasce y mana gran cantidad de un betún que parece pez natural y alquitrán; salen desto cuatro o cinco ojos. Desto y de los pozos que hicieron los gigantes en esta punta, y lo que cuentan dellos, que es cosa de oír, se tratará adelante. Desta punta de Santa Elena van al río de Tumbez, que está della veinte y cinco leguas; está la punta con el río al sur cuarta al sudueste; entre el río y la punta se hace otra gran ensenada. Al nordeste del río de Tumbez está una isla, que terná de contorno más de diez leguas y ha sido riquísima y muy poblada; tanto, que competían los naturales con los de Tumbez y con otros de la Tierra Firme, y se dieron entre unos y otros muchas batallas y hubo grandes guerras; y con el tiempo, y con la que tuvieron con los españoles, han venido en gran diminución. Es la isla muy fértil y abundante y llena de árboles; es de su majestad. Hay fama que de antiguamente está enterrado en ella gran suma de oro y plata en sus adoratorios. Cuentan los indios que hoy son vivos que usaban los moradores desta isla grandes religiones, y eran dados a mirar en agüeros y en otros abusos, y que eran muy viciosos; y aunque sobre todo muchos dellos usaban el pecado abominable de la sodomía, dormían con sus hermanas carnales y ha. clan otros grandes pecados. Cerca desta isla de la Puna está otra más metida en la mar, llamada Santa Clara; no hay ni hubo en ella población ni agua ni leña; pero los antiguos de la Puna tenían en esta isla enterramientos de sus padres y hacían sacrificios; y había puesto en las alturas donde tenían sus aras gran suma de oro y plata y fina ropa, dedicado y ofrecido todo al servicio de su dios. Entrados los españoles en la tierra, lo pusieron en tal parte (a lo que cuentan algunos indios) que no se puede saber dónde está. El río de Tumbez es muy poblado, y en los tiempos pasados lo era mucho más. Cerca dél solía estar una fortaleza muy fuerte y de linda obra, hecha por los ingas, reyes del Cuzco y señores de todo el Perú, en la cual tenían grandes tesoros, y había templo del sol y casa de mamaconas, que quiere decir mujeres principales vírgenes, dedicadas al servicio del templo, las cuales casi al uso de la costumbre que tenían en Roma las vírgenes vestales vivían y estaban. Y porque desto trato largo en el segundo libro desta historia, que trata de los reyes ingas y de sus religiones -y gobernación, pasaré adelante. Ya está el edificio desta fortaleza muy gastado y deshecho, mas no para que deje de dar muestra de lo mucho que fue. La boca del río de Tumbez está en cuatro grados al sur; de allí corre la costa hasta Cabo Blanco al sudueste; del cabo al río hay quince leguas, y está en tres grados y medio, de donde vuelve la costa al sur hasta isla de Lobos. Entre Cabo Blanco y isla de Lobos está una punta que llaman de Parina, y sale a la mar casi tanto como el cabo que hemos pasado; desta punta vuelve la costa al sudueste hasta Paita. La costa de Tumbez para delante es sin montañas, y si hay algunas sierras son peladas, llenas de rocas y peñas; lo demás todo es arenales, y salen a la mar pocos ríos. El puerto de Paita está de la punta pasadas ocho leguas, poco más; Paita es muy buen puerto, donde las naos limpian y dan cebo; es la principal escala de todo el Perú y de todas las naos que vienen a él. Está este puerto de Paita en cinco grados; de la isla de Lobos (que ya dijimos) córrese deste oeste hasta llegar a ella, que estará cuatro leguas; y de allí, prosiguiendo la costa al sur, se va hasta llegar a la punta del Aguja. Entre medias de isla de Lobos y punta de Aguja se hace una grande ensenada, y tiene gran abrigo para reparar las naos; está la punta del Aguja en seis grados; al sur della se ven dos islas que se llaman de Lobos Marinos, por la gran cantidad que hay dellos. Norte sur con la punta está la primera isla, apartada de Tierra Firme cuatro leguas; pueden pasar todas las naos por entre la tierra y ella. La otra isla, más forana, está doce leguas desta primera y en siete grados escasos. De punta de Aguja vuelve la costa al su-sudueste hasta el puerto que dicen de Casma. De la isla primera se corre norueste sudueste hasta Mal Abrigo, que es un puerto que solamente con bonanza pueden las naos tomar puerto y lo que les conviene para su navegación. Diez leguas más adelante está el arrecife que dicen de Trujillo; es mal puerto, y no tiene más abrigo que el que hacen las boyas de las anclas; algunas veces toman allí refresco las naos; dos leguas la tierra dentro está la ciudad de Trujillo. Deste puerto, que está en siete grados y dos tercios, se va al puerto de Guanape, que está siete leguas de la ciudad de Trujillo, en ocho grados y un tercio. Más adelante al sur está el puerto de Santa, en el cual entran los navíos, y está junto a él un gran río y de muy sabrosa agua; la costa toda es sin montaña (como dije atras), arenales y sierras peladas de grandes rocas y piedras; está Santa en nueve grados. Más adelante, a la parte del sur, está un puerto cinco leguas de aquí, que ha por nombre Ferrol, muy seguro, mas no tiene agua ni leña. Seis leguas adelante está el puerto de Casma, adonde hay también otro río y mucha leña, do los navíos toman siempre refresco; está en diez grados. De Casma corre la costa al sur hasta los farallones que dicen de Guabra; más adelante está Guarmey, por donde corre un río, de donde se va por la misma derrota hasta llegar a la Barranca, que está de aquí veinte leguas a la parte del sur. Más adelante seis leguas está el puerto de Guaura, donde las naos pueden tomar toda la cantidad de sal que quisieren; porque hay tanta, que bastaría para proveer a Italia y a toda España, y aun no la acabarían, según es mucha. Cuatro leguas más adelante están los farallones; córrese de la punta que hace la tierra con ellos nordeste sudueste; ocho leguas en la mar está el farallón más forano; y están estos farallones en ocho grados y un tercio. De allí vuelve la costa al sudueste hasta la isla de Lima; a medio camino, algo más cerca de Lima que de los farallones, está una baja que ha por nombre Salmerina, la cual está de tierra nueve o diez leguas. Esta isla hace abrigo al Callao, que es el puerto de la ciudad de los Reyes; y con este abrigo que da la isla está el puerto muy seguro, y así lo están las naos. El Callao, que, como digo, es el puerto de la ciudad de los Reyes, está en doce grados y un tercio.
contexto
CAPITULO IV Del temperamento de Portobelo, y epidemias que en tiempo de armada causan gran mortandad en los que van en ellas 215 Muy comun es en toda Europa la noticia de lo perjudicial que es á la salud el temperamento de Portobelo. En él no solo padecen los estrangeros que allí llegan sino que los proprios del país, aunque connaturalizados con su templo, viven sujetos á sufrir varias pensiones que les aniquilan el vigor de la naturaleza, y muchas veces dan con ellos en la sepultura. Opinion muy valida es allí la de ser en los tiempos pasados, y no mas de veinte años atrás, tan peligrosos en él los partos que era muy rara la muger que no moría, y assi se tenia la providencia de passarlas á Panamá á los quatro ó cinco meses de estar en cinta, y no volvian á su tierra hasta passado el tiempo de los accidentes que suelen sobrevenir al parto; y aunque algunas desde poco acá se arriesgan á quedarse allí para esperar este trance, por lo general, la mayor parte no se expone á tanto peligro, y tienen por menos molesto el hacer la travesía que media entre las dos ciudades que el dexar su vida en contingencia, que despues no tiene enmienda. 216 El excessivo amor que una señora de aquella ciudad, muy conocido en ella, professaba á su marido, el temor de que este en su ausencia no le correspondiesse y el estar él con empleo que no podia abandonar para acompañarla á Panamá motivó el que se aventurase á ser la primera en interrumpir el orden observado hasta entonces. Los fundamentos de su temor eran tales que pudieron acreditar de prudente su resolucion y calificar de acertada la eleccion á vista del peligro que iba á evitar en el que de conocido se ofrecia á padecer. Salió al fin con felicidad, y el exemplar empezó á ser modelo en las otras, desvaneciendo aquel horror que los antiguos malos sucessos tenian infundido en el animo y que eran causa de que con tanta repugnancia mirassen para este fin aquel temperamento. 217 Aun mas adelantan aquellos naturales en este punto diciendo que no procreaban allí los animales de otros climas, y assi las gallinas que se introducian de Panamá ó Cartagena se estirilizaban, luego que llegaban allí, y no ponian huevos; y hoy sucede todavia que la carne de baca que se consume se lleva de Panamá en pie y, á poco tiempo de estada, se enflaquece tanto que no se puede comer, siendo assi que no falta yerva en las colinas y cañadas de los montes. Tampoco se ven crias de cavallos ó burros, y todo esto confirma la opinion de que aquel temple es contrario para la generacion de criaturas de otros temperamentos benignos, ó no tan nocivos, como él. No confiandonos en este particular de la voz comun, que muchas veces suele ser vulgaridad sin fundamento, indagamos este punto con algunas personas capaces, y sus dictamenes no se apartaban del ordinario, apoyandolos con experiencia propia en todos los assuntos de esta naturaleza. 218 El licor del thermometro de Mr. de Reaumur marcaba el día 4 de diciembre del mismo año de 1735, á las 6 de la mañana, 1021 y, al medio día, 1023. 219 Los calores que allí se experimentan son excessivos, y coadyuba á ello el que, estando toda la poblacion rodeada de cerros muy altos, no dexan lugar al viento para que, bañandola, pueda temperarla. Las espesas arboledas que visten aquellos cerros cortan el passo á los rayos del sol, impidiendole el que con su calor llegue á secar la tierra, que ocultan sus copas, y assi están siempre exhalando vapores espesos que forman gruessas nubes, y estas vuelven á deshacerse convirtiendose en aguaceros copiosos; y luego que cessan, se descubre el sol pero, apenas con la actividad de sus rayos, ha secado en corto tiempo la superficie de aquel terreno, que los arboles no ocupan con su sombra y las calles de la ciudad, quando formado yá otro pavellón, vuelve á esconderse con él, y en esta forma permanece todo el dia y noche, successiva y repentinamente y aclarando con la misma promptitud sin que en uno ú otro se experimente moderacion en el calor. 220 Estos aguaceros que tan repentina y frequentemente quieren parecer un principio de diluvio son acompañados de tempestades de truenos, relampagos y rayos tan formidables que sobresalen y atemorizan el animo mas tranquilo y fuerte, y, como todo el puerto está rodeado de aquellas altas montañas, causa mayor estruendo el ruido, resonando largo rato despues, con la correspondencia de varios ecos en las concavidades y quebradas que forman entre sí las colinas de aquellas montañas, siendo tanto lo que por esto se aumenta que el de un cañon disparado se oye succesivamente por espacio de un minuto despues; y con este no pequeño, la gritería y algazara que con su espanto forman los monos, que hay de todas castas en los montes, con particularidad de noche y al amanecer quando los navios de guerra tiran el cañon de retreta ó de romper el nombre. 221 Esta tan continua intemperie y el recio trabajo que tienen los marineros en la descarga de los navios, unos en sus bodegas desarrumando la fardería, otros en las lanchas y otros con los carretones en tierra, acrecienta la transpiracion y les aminora las fuerzas; pero ellos, para recuperar el brio, ocurren al aguardiente, cuyo consumo es muy considerable en estas ocasiones. La fatiga del trabajo, la abundancia de la bebida y la contrariedad del clima disponen las naturalezas á padecer las enfermedades que se experimentan en aquel país, y, siendo en él todos los accidentes mortales porque no hay en los cuerpos, á quienes coge poseidos de una grande debilidad, resistencia para expelerlos, es consiguiente las epidemias y la muerte. 222 Es cierto que á esto mismo están sujetos aun los que no tienen el trabajo y fatigas de la gente de mar, pero esto nace de que la causa principal es el clima y que las otras solo son coadyubantes y sirven de hacer mas comun y pronta la enfermedad, y, con evidencia, hallando preparada la massa de sangre para recibir el accidente, hace mayor progreso este en la persona para acabar con ella. 223 En algunas ocasiones se han llevado medicos de Cartagena para que, como mas prácticos en el methodo de cura que requieren los accidentes de aquellos climas, assistiessen á los enfermos, pero esta providencia no ha sido de algun alivio ni ha evitado que en cada ocasion de armada ó navios que deban hacer allí alguna residencia queden sepultadas la tercera parte ó mitad de la gente que llevan. Por esta causa, le dan á aquella ciudad, y no sin gran fundamento, el renombre de sepultura de españoles, pero puede amplificarse mas y decirse de todas las naciones que van allí porque mas estrago hizo en los ingleses el temperamento que las balas quando en el año de 1728 bloquearon aquel puerto con su armada, llevados de la codicia de hacerse dueños del tesoro que havia concurrido á él para empleo de la feria de los galeones, que, por muerte del marqués Grillo, quedó mandando uno de los grandes oficiales que han hecho brillar con su acertada conducta el honor de la Marina de España, Don Francisco Cornejo. Este general hizo acordonar los navios de su comando dentro del puerto, dispuso una batería en la costa del sur de él á su entrada, cuyo mando y guarnicion dexó al cuidado de la marina ó, por mejor decir, al suyo propio, pues en todo vigilante no havia providencia á que no atendiesse, y, con sus bien dirigidas precauciones, puso tanto horror á la crecida armada que se presentó delante del puerto que la contuvo, sin determinarse á mas que á hacer su bloqueo, en el seguro de que, recibiendo este y toda la gente que havia en él los viveres de Cartagena, havia de precisarlos por la hambre, á lo que miraba muy lexos de conseguir por la fuerza; y quando aquel comandante enemigo contaba con mas seguridad sobre sus proyectos, empezó á apoderarse la intemperie de sus tripulaciones, haciendo tal estrago que dentro de poco tiempo fue preciso que abandonara del todo su empresa y se volviera á hacer á la vela para Jamaica, dexando en aquellas playas mas de la mitad de gente. 224 No obstante, lo nocivo para la salud y contrario á la vida de los europeos que es Portobelo, se experimentó en la armada del año de 30 no haver havido enfermedades allí, siendo assi que el trabajo y desorden de comida y bebida en las tripulaciones era sin diferencia, como en las antecedentes, y que el clima no havia mudado, á lo menos sensiblemente, y se atribuuyó á haver passado yá la epidemia en Cartagena, la qual les indultó para que en aquella ciudad gozassen de salud, de donde debe inferirse que el principal origen de estas enfermedades proviene de que la naturaleza de los europeos, no acostumbrada á aquellos temples, los extraña con estremo, y esta novedad les hace padecer hasta que las destruye totalmente ó prepara en disposicion adequada para ellos, con lo qual, quedando connaturalizados, gozan tanta sanidad como los mismos naturales ó criollos.
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De la comida pública del rey Se sentaba solo a la mesa pero con gran pompa y abundancia de todo género de comida exquisita. La mesa era un cojín de pieles de ciervos o de tigres teñidas de diversos colores. Se sentaba en un banquito de palo de cuatro pies, pequeño y bajo y adornado con hermosos dibujos e imágenes. Los manteles, las toallas y las servilletas eran de algodón, nuevas todos los días y blanquísimas, porque no se ponían más que una sola vez en la mesa. Cuatrocientos criados de familias nobles traían las viandas apiñadas al principio en aparadores abacis ¿angarillas? y se llevaban a la mesa según la orden del rey, quien levantándose, señalaba con una varita las que más le atraían y después se sentaba a comer. Se ponían bajo las viandas carbones encendidos para que no se enfriaran y perdieran el gusto con el calor; lo mismo vemos que hacen hoy los habitantes del Viejo Mundo, no sólo los reyes, sitio también hombres de mediocre fortuna. Rara vez acontecía que comiera otra cosa, a no ser que los maestresala le recomendaran con insistencia algún manjar. Antes de que se sentara se presentaban veinte o más de las concubinas más hermosas y más gratas al gran Señor, o las que estaban de semana, llevando agua para que se lavara las manos, con señalada humildad y reverencia. Llegaba el mayordomo y circundaba la mesa con una reja de madera para que la increíble multitud de hombres presente no fuese pesada y molesta al rey mientras cenaba. Este maestresala y no otro cualquiera traía y llevaba los manjares. El resto de los criados y de la turba presente a la cena del Señor, ni se acercaban a la mesa ni nadie hablaba, a no ser algún fubón o alguno que respondiese al Señor que preguntaba o inquiría alguna cosa. No se permitía entrar en el aula regia con los pies calzados, ni se brindaba con gran pompa como se hace hoy. Con frecuencia estaban presentes seis próceres de edad senil, a cierta distancia del rey, a los cuales daba algunos manjares en prenda de amor para que los comieran, de aquellos que le parecían más sabrosos. Ellos lo recibían con gran reverencia y los comían con los ojos bajos, sin ver para nada al Señor, lo que se tenía por la suma veneración al rey y principal reverencia. Al mismo tiempo se tocaban diversos instrumentos músicos de los que comportaba la época y la gente, como flautas, caracoles, huesos con estrías atravesadas, y tímpanos, acompañados de canto y halagando así más suavemente los oídos. Asistían también a la cena por diversión o por lujo, enanos, jorobados, convulsos de rara, monstruosa y admirable naturaleza. Estos al mismo tiempo que los bufones, cenaban de lo que sobraba, con tres mil guardias del rey que estaban sentados en los patios y en las plazas más cercanas, en gracia de los cuales se acostumbraba poner, según dicen, tres mil platos llenos de comida y otros tantos jarros con las bebidas que acostumbraban los mexicanos. Estaban abiertas para todos las bodegas y las despensas colmadas de increíble cantidad de viandas y bebidas, ya sea de las compradas en el mercado, o de las traídas por los cazadores, pajareros, arrendatarios y tributarios reales. Las cazuelas, escudillas, ollas, tinajas, jarros y los demás vasos de barro, no inferiores a los nuestros se ponían sólo una vez y no se usaban más. No faltaba la vajilla de oro y piedras preciosas, por el contrario era muy numerosa, pero nunca la usaban, ya sea porque les gustara más la de barro, o porque una vez ensuciada con las viandas no podía ser llevada de nuevo a la mesa, lo que podían conseguir fácilmente usando las de barro. Dicen que los reyes no comían para nada carne humana, excepto por motivo religioso la de los inmolados a los dioses. Pero todos los otros la comían con placer, siempre que fuese del enemigo o de los matados en la guerra. Levantados los manteles concurrían las mujeres, las amigas y concubinas que habían estado presentes a la cena, y le echaban agua para que se lavara las manos, con la misma veneración y reverencia que antes. Inmediatamente se retiraban y se recluían en sus apartamentos en gracia del pudor para comer con las demás. Se retiraban también para comer, los varones principales y los ministros, exceptuados aquellos que estaban de guarda ese día, los cuales para desempeñar ese cargo habían comido antes.
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CAPÍTULO IV La manera de pelear que los indios tuvieron con los españoles por el río abajo Habiendo reconocido los indios la armada de los españoles, pequeña en número mas grande en calidad y esfuerzo, la siguieron hasta medio día sin hacerle enojo alguno, y, pasada aquella hora, dividieron las canoas en tres tercios iguales, haciendo vanguardia, batalla y retaguardia. En las delanteras del primer tercio iban las del curaca Quigualtanqui, capitán general en agua y tierra de la liga de los caciques. No se supo de cierto que él viniese en ellas, mas los indios en los cantares que decían y en las voces sueltas que daban apellidaban muy a menudo su nombre. Las canoas, divididas en los tres tercios, se arrimaron todas a la ribera de la mano derecha de como iban el río abajo. Las de la vanguardia, hechas un escuadrón largo y angosto, arremetieron con las carabelas de los castellanos, no para embestirlas, sino para pasar por delante, dejándolas a mano izquierda para poder tirar mejor sus flechas. De esta manera pasaron de una ribera a otra, cortando el río al sesgo, y echaron sobre las carabelas una lluvia de flechas, en tanta cantidad que los navíos de alto abajo quedaron cubiertos de ellas y heridos muchos españoles, que no les aprovechó la defensa de los paveses y rodelas que llevaban. Habiendo pasado las primeras canoas y llegado a la ribera de la mano izquierda se volvieron luego por delante a la mano derecha a ponerse en el primer puesto. Entretanto, las canoas del segundo tercio arremetieron con los bergantines por la misma orden que las primeras, y habiendo descargado sus flechas y llegado a la orilla de la mano siniestra, se volvieron luego a la diestra y se pusieron delante de las canoas primeras. Apenas habían acabado de pasar por los bergantines las canoas del segundo escuadrón cuando acometieron las del tercero por la misma forma y orden que las pasadas, y, habiendo echado otra lluvia de flechas, volvieron a la ribera de la mano derecha y se pusieron delante del segundo escuadrón. A este tiempo, como las carabelas no dejasen de navegar, aunque los indios las molestaban, llegaron al paraje de las primeras canoas, las cuales, viéndolas en buen puesto, arremetieron segunda vez con ellas e hicieron lo mismo que la vez primera, y luego las segundas y terceras hicieron lo propio, volviendo siempre a ponerse en la ribera de la mano derecha después de haber descargado sus flechas. En esta forma de un juego de cañas muy concertado, entrando a tirar sus flechas y saliendo a volverse a poner en el puesto, persiguieron los indios a los castellanos todo aquel día sin dejarles descansar un punto. La noche hicieron lo mismo, aunque no tan continuadamente como el día porque se contentaron con dar solos dos rebatos, uno a prima noche y otro al cuarto del alba. Los españoles, al principio, cuando los indios les acometieron, no embargante que llevaban asidos por popa las canoas en que iban los caballos, pusieron gente en ellas para que las defendiesen, entendiendo que había de haber batalla de manos. Empero, viendo que no hacían efecto alguno porque los enemigos no querían llegar a golpe de espada sino asaetarlos de lejos con las flechas, y viendo que los cristianos que iban en las canoas recibían mucho daño por el poco reparo que llevaban, los recogieron a los bergantines dejando los caballos con la poca defensa de los paveses y cubiertas que con pieles de animales les habían hecho. Con la batalla y pelea continua que el primer día y noche tuvieron los indios con los españoles, con esa misma, sin innovar cosa alguna ni mudar orden, los siguieron diez días continuos con sus noches, que por evitar prolijidad no los escribimos singularmente, y también porque no acaecieron particularidades más de las que dijimos del primer día. Sólo hay que decir que en este tiempo mataron con las flechas casi todos los caballos, que no quedaron más de ocho que acertaron a ir mejor reparados. Los españoles, aunque heridos generalmente sin escapar alguno, se defendían de los indios con sus paveses y rodelas y les ofendían con algunas ballestas que llevaban, porque los arcabuces se habían gastado en clavos para los bergantines, y gastáronse todos porque, demás de la necesidad que a ello la falta de hierro les forzó, hicieron poco efecto en toda esta jornada y descubrimiento por la poca práctica y experiencia que nuestros arcabuceros entonces tenían, a que no ayudaba poco el mal recaudo que después de la batalla de Mauvila hallaron para hacer pólvora, porque en ella se les quemó cuanta habían llevado. Por estas razones, los indios no solamente no habían temido los arcabuces, mas antes los habían menospreciado y hecho burla de ellos, de cuya causa no los traían los nuestros.