Compartir


Datos principales


Desarrollo


De la casa Telpochcalli Despachado esto, los padres no olvidados de la educación de los hijos ni de sus vidas que debían proteger y dilatar, lo que pensaban que no podría alcanzarse en manera alguna más que educándolos muy bien e instruyéndolos en costumbres honestas, los dedicaban a alguno de los colegios en los cuales se instruía a los niños y a las niñas. De éstos había cuatro géneros en cualquiera ciudad importante, dos para los varones y dos para las mujeres, consagrados al Dios Quetzalcóatl. En uno de éstos la regla prescrita de vida era más suave e indulgente, en el otro era más acerba y severa, para que se eligiera congruentemente a la naturaleza de cada uno. Llegado por consiguiente el tiempo oportuno para cumplir el voto, se reunían los consanguíneos y los afines en casa de los Padres, y recordaban a la memoria del niño o de la niña el voto de los progenitores, el lugar donde debían ser educados y el género de vida que debían observar. Los persuadían de que esto sería grato a los Dioses y para ellos muy útil en lo futuro, tanto para pasar y conservar la vida más cómoda y alegremente, cuanto para pedir a los Dioses y obtener de ellos amplísima fortuna de familia; como que ahí podían aprender el modo de placer a los Dioses y de qué manera los asuntos públicos y privados deberían ser manejados por ellos. Y (para hablar de los varones), al niño que nacía los padres lo dedicaban sobre la marcha al colegio Calmécac o al Telpochcalli. En el colegio Calmécac, donde se acostumbraba cuando habían llegado a la edad madura ministrar a los Dioses y, o servirlos hasta el fin de la vida, o, casándose, formar parte del Consejo de los Reyes; por lo que eran tenidos en gran precio por el pueblo y aun por el mismo rey.

En el colegio Telpochcalli, sería educado con otros jóvenes hasta que estuviese apto para las cosas militares en que había de ocuparse o para los cargos urbanos que tenía que desempeñar. Antes que el muchacho fuese conducido allí, se preparaba para los educadores de jóvenes, llamados Teachcan o pedagogos y Telpuchteghoa o prefectos, porque habían matado a alguno o hecho prisionero en la batalla, una espléndida cena entre los padres de los candidatos en la que, después de un fecundo y largo discurso a los preceptores y maestros para que tuviesen cuidado paternal y pío de los hijos que tendrían que educar, atestiguaban con fervorosas preces y empeñaban su fe, de que alguna vez les darían las gracias de manera no común por los beneficios que conferirían a sus hijos. En cambio ellos prometían aplicarse al asunto con todo el empeño de que fueran capaces. Recibido por consiguiente el niño dentro del Telpochcalli, asistía a los ministerios domésticos y se ejercitaba en los coros y danzas, hasta que andando el tiempo y ocupado diligentemente en todas estas cosas, era elegido como maestro de otros niños. Y si mostraba valor bélico, el que ostentaba cuantas veces se ofrecía la ocasión, y acaeciera que llevara cuatro enemigos prisioneros, se le desginaba Tlacateicatl u otro de los rectores de la Ciudad, la cual magistratura, andando los días, según los méritos y valor de cada uno, se conmutaba en cosas más dignas. Había en cualquier poblado mexicano cinco casas del Telpochcalli.

Ni se consideraba demasiado difícil esta regla de vida, puesto que los niños educados en las casas paternas, se retiraban al Colegio Telpochcalli cuando convenía, o cuando tenían que dormir allí de noche. Pero si contecía que se quedaran fuera de noche, eran castigados duramente. Aunque omita las telas de algodón, los caracoles, las plumas, las trenzas y otros ornamentos semejantes prescritos y familiares a los habitantes de ese Colegio no juzgo que deba callar acerca del uso del vino, que sólo fuese permitido a los muy viejos y a éstos nunca en público, sino en privado. Pero el joven que encontraban ebrio, si fuese nacido de clara estirpe lo estrangulaban con un lazo, pero si era plebeyo, moría a estacazos. Era permitido en los colegios tener al arbitrio de cada uno dos o tres concubinas, y cuando quisieran ser absueltos de la religión, casarse; con la condición de que regalaran al colegio veinte mantas de las que llaman cuachtli. Sin embargo, había entre ellos algunos a los cuales les gustaba tanto este género de vida, que se aprovechaban de ella hasta la muerte y nunca la cambiaban por otra ni querían salir a no ser obligados por orden del rey. No se elegía de entre éstos senadores que rigieran las ciudades o las plazas fuertes, sino que se les confiaban empleos inferiores con los cuales sirvieran a la república y dedicaran su trabajo a toda la ciudad.

Obras relacionadas


No hay contenido actualmente en Obras relacionadas con el contexto

Contenidos relacionados