De la entrada que hizo el Adelantado por el puerto de los Reyes, y de algunas discordias y sucesos que después se ofrecieron Acabada la guerra de Tabaré con buen suceso, estaba el Adelantado muy obedecido y respetado de los indios de la tierra, aunque por otra parte se hallaba en grandes diferencias con los oficios reales, a causa de querer ellos tener tanta manó en el gobierno, que pretendían que el Adelantado no hiciese cosa alguna sin su parecer, dando por razón que así lo mandaba S.M. A lo cual el Adelantado respondía que en las cosas de gobierno de poco momento y ordinarias no tenía necesidad de consultarles nada, porque de otro modo sería extinguirle el oficio para que ellos fuesen los gobernadores y no él; y así andaban con exhortos, requerimientos y grandes protestas, de suerte que estaban muy encontrados con gran disgusto del Adelantado, que los toleraba con más paciencia de la que convenía a su estado y reputación, cediendo siempre de su parte cuanto era posible por llevar al cabo sus intentos. Estando en estas diferencias fue resuelto de común acuerdo hacer una entrada a descubrir por la tierra algunas riquezas de las que tenían noticia, para cuyo fin alistó 400 hombres con los capitanes Salazar, Francisco Ruiz y Juan de Ortega, y de los que recién vinieron de España, Nuño de Chaves, García Rodríguez Valenzuela, y otros caballeros. Púsose en marcha el Adelantado, dejando en la Asunción a su Maestre de Campo Domingo de Irala, el día 3 de septiembre del año 1541, en cuatro bergantines, seis barcas, veinte balsas, con más de doscientas canoas, en que llevaba algunos caballos, y muchos indios amigos, así Guaraníes como Agaces y Yapirúes. Iban en su compañía el contador Felipe de Cáceres y el Factor Pedro de Orantes, con los cuales navegó el río arriba, llegando a los pueblos de Yeruquizaba, y otros que están en aquella costa hasta el puerto de San Fernando, y después el de la Candelaria; y dejando atrás la laguna de Ayolas, fue recibido de los indios Paraguaes con muestras de amistad. Sucedió que un día quedaron atrás unas canoas por muy pesadas y cargadas, y las tomaron sin mucha contienda, y desde allí adelante siempre que se les ofrecía alguna ocasión, no la malograban, robando y matando siempre que podían; hasta que al cabo el Adelantado determinó hacerles una celada en esta forma: dispuso que después que caminase la armada, se quedara una partida de canoas con muy buena gente en su anegadizo inmediato donde estuviesen ocultos, y que al tiempo que pasasen las canoas de payaguaes, que siempre iban distantes, siguiendo las marchas de los españoles, les saliesen repentinamente por la retaguardia. Así se puso este plan en ejecución, y acometieron los nuestros a los indios tan repentinamente, que no les dieron lugar a dar vuelta sus canoas, ni tomar tierra, de modo que de toda aquella escuadra de canoas no escapó indio alguno, que no fuese muerto o preso, sin embargo de haber hecho bastante resistencia. Luego el Gobernador mandó ahorcar a todos los caciques cabezas de aquellos insultos; y prosiguiendo adelante, llegasen a los pueblos de los Guayarapos, que estaban a la mano izquierda, y a los de los Guatos que habitaban a la derecha del río Paraguay, con quienes tuvieron comunicación, y desde allí fueron a reconocer aquella tierra que llaman el Paraíso, que es una gran isla, que está en medio de los brazos en que se divide el río, tierra tan amena y fértil, como queda referido. Y habiendo reconocido los españoles la afabilidad de los naturales, desearon poblarse en aquel sitio, y lo hubieran puesto en práctica, si el Adelantado, cuyos pensamientos eran descubrir las tierras del occidente, les hubiera permitido. Y siendo de ellos instado, respondió, señores, corramos la tierra, y después haremos asiento, donde más nos convenga, después de haber visto y descubierto lo que hay adelante, que no es razón que a la primera vista de este buen terreno nos quedemos en él, que podrá acaso poco más adelante haber mejores. De aquí nació el quedar en desgracia de muchos, y en particular de los antiguos, que tenían ya algunas raíces en la tierra. Prosiguió su viaje por aquel río, hasta que llegó al puerto de los Reyes, en el cual se desembarcó, y proveyéndose de lo necesario, determinó su viaje por tierra, dejando en las embarcaciones la gente competente y por cabo de ella a Pedro de Estopiñán, su primo. Y tomando su derrota rumbo al norte, fue pasando por varios pueblos indios, gente labradora, que los más de ellos los recibían de paz; y si algunos tomaban las armas para impedirles el pasaje, eran castigados por los nuestros con toda moderación; y después de muchas jornadas llegaron a un pueblo grande de más de 8.000 casas, de donde salieron como 5.000 indios a distancia de dos leguas a atajarles el paso; aunque por lo que después se supo, no era sino por entretenerlos, hasta poner sus familias en salvo, y retirados con mucha pérdida de gente, llegó la nuestra al pueblo, el cual hallaron ya desamparado de indios. Todas las casas estaban proveídas de bastimentos y alhajas, muchas mantas de algodón, listadas y labradas, otras de pieles de tigres, cibelines, cangiles y nutrias, muchas gallinas, patos, y cierto género de conejillos domésticos, que fue grande refrigerio y abasto para toda la tropa. Y habiendo corrido todo el pueblo, hallaron en la plaza principal una casa muy formidable en el círculo de un fuerte de muy buena madera en figura piramidal, cubierta por lo alto de ciertas empleitas de hojas de palmas, dentro de la cual estaba encerrada un monstruosa culebra, o género de serpiente, de tan horrible figura, que a todos causó espanto; era muy gruesa y llena de escamas de diversos colores, con unos como ojos rubicundos, que la añadían más fealdad; cada escama era del tamaño de un plato: la cabeza muy grande y chata con unos colmillos tan diformes, que sobrepujaban y salían fuera de la boca; los ojos pequeños, aunque tan encendidos, que parecían centellas de fuego; tenía de larga más de 25 pies, y de grueso en medio del cuerpo como un novillo: la cola era en forma de tabla, de un hueso duro y negro; al fin era tan horrible y monstruosa, que a todos llenó de horror. Los españoles con arcabuces, y los amigos con saetas, comenzaron a herir a este feroz dragón, que echaba gran copia de sangre: y revolcándose dentro del palenque, hacía estremecer todo el suelo, dando al mismo tiempo tan espantosos silbos, que a todos tenían aterrados: en fin quedó muerto, y averiguando lo que era, dijeron los naturales que todos los de aquella comarca tenían a este monstruo en grande veneración y culto, porque el demonio hablaba dentro de él, y les respondía a todo lo que le preguntaban: sustentábase de carne humana, para cuyo efecto movían guerra entre sí los indios comarcanos por coger cautivos para su diario pasto. Este día fue Dios Nuestro Señor servido de que cesase el motivo de esta horrible carnicería, en que el infernal dragón ocupaba aquella engañada gente. Recogido por los soldados y amigos el despojo, los oficiales reales pidieron de todo ello el quinto, que pertenecía a S.M. como cosa de estima y valor, haciendo para el efecto varios requerimientos al Adelantado, según lo habían hecho en otras ocasiones. Sin más declaración ni acuerdo comenzaron sobre el caso a molestar algunos soldados con tanta instancia, y tan importunadamente que llegaron a pedir y quitar el real derecho de sacarle el quinto de lo más mínimo, y tanto que hasta de cinco peces que cogían, decían que se debía dar el uno, y lo propio querían de los venados y otras cosas que cazaban, y tenían de algún valor, con lo cual quedó toda la gente muy disgustada: y dijeron al Adelantado claramente que no querían pasar adelante por no experimentar más agravios de los oficiales reales, pues se metían en cosas tan menudas, pidiéndoles quinto, y que temían que en cosas mayores serían más. El Adelantado por aplacar a la gente mandó a los oficiales reales no tratasen más de aquella materia, que S.M. no era servido de cosas de tan poca sustancia, y que cuando esto quisiera, en recompensa de aquel corto interés por escuchar molestias a los soldados, darle S.M. de su propio caudal cuatro mil ducados anuales con lo cual se evitó el intento que por entonces tenían los oficiales reales, que quedaron de ello, y de otras cosas pasadas muy sentidos, y así por su parte, y la de otros capitanes y soldados requirieron al Adelantado se volviese a la Asunción, donde tenían que hacer cosas de su oficio en servicio de S.M., a quien querían dar cuenta del estado de la tierra. Y viendo que no podía hacer más progreso, con sumo desconsuelo se vio precisado a dar la vuelta sin conseguir el fin del descubrimiento que intentaba. Luego que llegó a sus embarcaciones, se metió dentro de una de ellas, y bajó con toda la gente a la Asunción, logrando de su expedición haber traído más de tres mil cautivos de todas edades y sexos, y alguna porción de víveres, con lo cual los españoles tuvieron con que pasar con más comodidad. Poco después de llegado determinó el adelantado reprimir la insolencia de los indios Yapirúes, que molestaban aquella República, a cuya diligencia salió personalmente con 300 soldados, y más de 1.000 amigos; y habiéndose informado del lugar en que estaban recogidos en un cuerpo, lugar muy acomodado, defendido por un lado del río Paraguay, y por el otro de una laguna que lo rodeaba, quedando sólo una puerta, en que tenían una fortificación de madera; los sitió por aquella parte, y empezó a batirlos, y al mismo tiempo hizo a los amigos pasar a nado la laguna, y que con resolución se apoderasen del sitio, haciendo el daño que pudiesen, con lo cual los españoles entraron con más facilidad por las trincheras, y a fuego y sangre rindieron el pueblo, sin embargo de la rigurosa defensa que hicieron los indios, en que murieron muchos de ellos: todos los que pudieron ser habidos, se cogieron y se ajusticiaron los motores de los insultos, y los restantes se llevaron a la Asunción, y fueron puestos cuatro leguas de la ciudad con otros indios más benévolos, llamados Mogolas, con lo cual quedó muy gustoso el Adelantado aunque llegó enfermo de unas cuartanas, que días antes le tenían muy quebrantado. Esto sucedió el año de 1542.
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CAPÍTULO III De otros descubridores que a la Florida han ido Con la relación que estos castellanos dieron en Santo Domingo de lo que habían visto, y con la de Miruelo, que ambas fueron casi a un tiempo, vino a España el oidor Lucas Vázquez de Ayllón a pedir la conquista y gobernación de aquella provincia, la cual, entre las muchas que la Florida tiene, se llama Chicoria. El emperador se la dió, honrándole con el hábito de Santiago. El oidor se volvió a Santo Domingo y armó tres navíos grandes, año de mil y quinientos y veinticuatro, y con ellos, llevando por piloto a Miruelo, fue en demanda de tierra que el Miruelo había descubierto, porque decían que era más rica que Chicoria. Mas Miruelo, por mucho que lo porfió, nunca pudo atinar dónde había sido su descubrimiento, del cual pesar cayó en tanta melancolía que en pocos días perdió el juicio y la vida. El licenciado Ayllón pasó adelante en busca de su provincia Chicoria y en el río Jordán perdió la nave capitana, y con las dos que le quedaban siguió su viaje al levante, y dio en la costa de una tierra apacible y deleitosa, cerca de Chicoria, donde los indios le recibieron con mucha fiesta y aplauso. El oidor, entendiendo que todo era ya suyo, mandó que saltasen en tierra doscientos españoles y fuesen a ver el pueblo de aquellos indios, que estaba tres leguas tierra adentro. Los indios los llevaron, y después de los haber festejado tres o cuatro días, y asegurándolos con su amistad, los mataron una noche, y de sobresalto dieron al amanecer en los pocos españoles que con el oidor habían quedado en la costa en guarda de los navíos; y habíendo muerto y herido los más de ellos, les forzaron a que rotos y desbaratados se embarcasen y volviesen a Santo Domingo, dejando vengados los indios de la jornada pasada. Entre los pocos españoles que escaparon con el oidor Lucas Vázquez de Ayllón, fue uno llamado Hernando Mogollón, caballero natural de la ciudad de Badajoz, el cual pasó después al Perú, donde contaba muy largamente lo que en suma hemos dicho de esta jornada. Yo le conocí. Después del oidor Lucas Vázquez de Ayllón, fue a la Florida Pánfilo de Narváez, año de mil y quinientos veinte y siete, donde con todos los españoles que llevó se perdió tan miserablemente, como lo cuenta en sus Naufragios Alvar Núñez Cabeza de Vaca que fue con él por tesorero de la Hacienda Real. El cual escapó con otros tres españoles y un negro y, habiéndoles hecho Dios Nuestro Señor tanta merced que llegaron a hacer milagros en su nombre, con los cuales habían cobrado tanta reputación y crédito con los indios que les adoraban por dioses, no quisieron quedarse entre ellos, antes, en pudiendo, se salieron a toda prisa de aquella tierra y se vinieron a España a pretender nuevas gobernaciones, y, habiéndolas alcanzado, les sucedieron las cosas de manera que acabaron tristemente como lo cuenta todo el mismo Alvar Núñez Cabeza de Vaca, el cual murió en Valladolid, habiendo venido preso del Río de la Plata, donde fue por gobernador. Llevó Pánfilo de Narváez en su navegación cuando fue a la Florida un piloto llamado Miruelo, pariente del pasado y tan desdichado como él en su oficio, que nunca acertó a dar en la tierra que su tío había descubierto, por cuya relación tenía noticia de ella, y por esta causa lo había llevado Pánfilo de Narváez consigo. Después de este desgraciado capitán, fue a la Florida el adelantado Hernando de Soto, y entró en ella año de 39, cuya historia, con las de otros muchos famosos caballeros españoles e indios, pretendemos escribir largamente, con la relación de las muchas y grandes provincias que descubrió hasta su fin y muerte, y lo que después de ella sus capitanes y soldados hicieron hasta que salieron de la tierra y fueron a parar a México.
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CAPÍTULO III Principios de las misiones del Paraguay Habiendo reducido a la obediencia del Rey los primeros españoles todas las naciones de indios infieles del río Paraguay y parte de las del Paraná a fuerza de armas; no alcanzó su valor a sujetar las del Guayrá, ni las del Paraná abajo. Las primeras estaban encima del gran Salto del Paraná en su banda oriental. Las segundas, hacia la junta que hacen los dos ríos Paraná y Paraguay: y estando sin esta sujeción, estaban consiguientemente sin sujeción al Rey del cielo. Dos Jesuitas, deseosos de ganar para Dios aquellas pobres almas, salieron del Paraguay hacia el año 1610, y con grandes peligros de la vida entraron en las del Paraná abajo. Casi al mismo tiempo entraron dos Jesuitas a las del Salto, sin más escolta ni más armas, entre gente tan feroz, que una cruz en la mano, que servía de báculo. Unas y otras naciones tenían y tienen en los escritos el nombre de GUARANÍES, y son de una lengua, aunque los españoles y portugueses han dado en llamarlos TAPES, por la equivocación de la nación del TAPE. Vulgarmente son entendidos por las MISIONES DEL PARAGUAY esas naciones y las demás que después se les juntaron, y componen treinta grandes pueblos: y por eso en el mapa les doy este título, y en esta relación. Hallaron los Misioneros unos indios los más bárbaros, sangrientos e incultos del mundo. No tenían pueblos en forma, sino algunos aduares de cabañas de paja debajo de algún cacique, a quien daban alguna obediencia. No sembraban sino una cosa corta, que les duraba pocos días. Vivían de caza y de la pesca. Andaban casi del todo desnudos: tenían continuas guerras unos caciques contra otros. A los que mataban, luego los asaban y se los comían. A los prisioneros engordaban primero como a cebones, y después los mataban y hacían banquetes de sus carnes. Sus vicios dominantes eran la lascivia y lujuria de bestias, la embriaguez, la venganza y la hechicería. Recibieron de paz a los Padres: y entre continuos trabajos y peligros de la vida, lograron domesticar aquellas fieras, reduciéndolos primero a racionalidad en pueblos grandes, y después a vida cristiana. En 20 años de trabajos apostólicos, tenían ya formados en el Paraná abajo algunos pueblos tan numerosos, que en ellos se recogieron las gentes de cincuenta y sesenta leguas en contorno, que entonces estaban muy poblados aquellos países. Y en el Paraná arriba, encima del Salto, que llaman la provincia del Guayrá, los dos Misioneros, con otros que se les fueron juntando, formaron al mismo tiempo trece pueblos con cincuenta mil almas, en que había como diez mil familias. (A cada casado con su mujer e hijos llamamos familia: una cosa con otra suele haber cinco personas o almas. En la anual numeración que se hace de las Misiones del Paraguay siempre salen más de cuatro almas por familia, y nunca llegan a cinco). Pasados veinte años, en que ya había en los trece pueblos del Guayrá no sólo justicia y cultura, con Corregidores, Alcaldes, oficios mecánicos, bienes de comunidad, etc., sino también iglesias magníficas, cada una con su capilla de músicos bien diestros, cuya facultad les enseñó un Padre que había sido músico del Emperador, cosa que causaba grande admiración ver a los que antes eran sangrientas fieras, tan mudados en lo racional y cristiano; vinieron a infestarles los Mamelucos de San Pablo hasta acabarlos. Hay en el Brasil, no lejos de Río Janeiro, una ciudad llamada SAN PABLO (que entonces más merecía el nombre de SAULO). Los portugueses que la fundaron, habiendo sujetado por armas los indios en contorno, que llaman TUPÍES, se casaron con las indias. Como era ciudad retirada hacia los confines de los dominios del Rey de España, según la línea de territorios echada por el Papa Alejandro VI en que se convinieron los dos Reyes, y además de esto, tenía caminos y entradas difíciles: se refugiaban a ella muchos hombres facinerosos, ladrones, homicidas y lujuriosos. Vivían con gran libertad, sin que la justicia pudiese sujetarlos. Estos salían en gruesas tropas acompañados y ayudados de los Tupíes, que les servían de criados o esclavos, a coger indios infieles para servirse de ellos como esclavos en sus ingenios de azúcar y demás labranzas. Había excomunión pontificia de que no se hiciesen semejantes violencias; pero ellos no hacían caso de eso, diciendo que iban a misión para traer aquellos infieles a que se hiciesen cristianos: siendo así que a los que se resistían en entregárselas, los mataban, y a los que traían, los herraban como esclavos, y aun los vendían por tales. Pusiéronles este nombre de MAMELUCOS, a lo que parece, a imitación de los Mamelucos de Egipto, con quienes tuvieron sus peleas los portugueses en el Mar Rojo: y allí llaman MAMELUCOS a los que en Turquía llaman GENÍZAROS. Estos, a los principios, se contenían en coger infieles. Hicieron varias correrías en las cercanías de los trece pueblos: y servía de algún provecho, porque muchos, por huir de los Mamelucos, se acogían a los pueblos, y se hacían cristianos. Entraban también los Mamelucos a los pueblos, y afectaban devoción a los templos y a los Misioneros. Mas viendo que la caza de los infieles iba despacio, por estar separados y en pequeños aduares (que allí llaman RANCHERÍAS), y que los cristianos y catecúmenos eran muchos millares y juntos: picándoles la infernal codicia, y destituidos de toda piedad y cristiandad, entraron de mano armada en los pueblos, matando a cuantos se resistían, por la ventaja de las armas de fuego, y maniatando a todos los demás, y amenazando con la muerte y aun hiriendo a los Misioneros, que defendían como podían sus ovejas. Hicieron en esto estragos inauditos. De este modo destruyeron los trece pueblos casi del todo. Los que pudieron escapar, fueron transmigrados por los Padres a los pueblos del Paraná abajo, casi doscientas leguas distantes: y después de excesivos trabajos, por bosques y sierras, cargados de sus tiernos hijos, llegaron como cuatro mil almas, residuo de cincuenta mil. Va en el mapa apuntada al grado 22 la provincia del Guayrá, de donde salieron y eran naturales. Como los Padres de los trece pueblos eran veintiséis o más (que procuran estar dos juntos a lo menos), y no eran menester tantos para las cuatro mil almas, oyendo decir en el discurso de la transmigración que hacia el poniente, a orillas del río Paraguay, había muchos indios no mal dispuestos para el Evangelio en el país de los Itatines, se encaminaron allá algunos. Fueron bien recibidos: y a costa de muchos sudores, penurias, fatigas y peligros (que de todo esto hay siempre mucha cosecha en Misiones nuevas, pero que lo endulza Dios con muchos consuelos del alma), en algunos años formaron ocho pueblos. Supiéronlo los impíos Mamelucos, y por el camino que por bosques y sierras habían abierto los Padres para ganar aquellas almas, fueron ellos a destruirlas. Hicieron lo que en el Guayrá, y aun mataron un Padre a balazos. Los que pudieron escapar fueron transmigrados a los pueblos dichos del Paraná abajo. Con los cuatro mil que escaparon del Guayrá, hicieron los pueblos de Loreto y San Ignacio Mirí: y con estos Itatines el de Ntra. Sra. de Fe, que se ven en el mapa. Como el diablo por medio de los Mamelucos iba destruyendo indios, iba Dios dando otros muchos en diversos países. A este tiempo descubrió Dios la provincia del Tape, muy poblada de indios. Está este país en la cabecera del río Ibicuí, que es el que el mapa pone que entra en el río Uruguay y cerca de Yapeyú. No se apunta esta provincia, porque lo estorba el letrero de las notas, en donde pertenecía ponerla. Aquí en pocos años fundaron los Misioneros nueve pueblos grandes, que había pueblo de dos mil familias, en que suele haber diez mil almas. Aquí también vinieron los Mamelucos. No era factible resistirles, porque todos venían con armas de fuego y espadas: y los indios, aunque eran muchos más, sólo tenían garrotes y saetas de hueso de que se burlaban con sus broqueles y ESCUPILES. Llaman ESCUPILES a unas sotanas colchadas apretadamente de algodón; que no pasan las saetas. No obstante, con una estacada que hicieron en el pueblo de Jesús María, pensaron defenderse: y estando en la defensa un hermano Coadjutor con los indios, le dio una bala en una medalla que tenía al pecho, sin más daño que estampársela sin mucha molestia. Y a dos padres que estaban resguardándose con unos maderos, les hirieron, aunque no de muerte. Salieron vencedores los Mamelucos, y prosiguieron hasta asolar los nueve pueblos, con muerte de muchos indios, y cautiverio de muchos millares. El residuo transmigraron los Padres a los pueblos de Uruguay, hasta donde habían llegado los Padres del Paraná formando pueblos. Cebados los Mamelucos con tanto botín, como la codicia aumenta las ganas de tener más, según el otro: CRESCIT AMOR NUMMI QUANTUM IPSA PECUNIA CRESCIT, prosiguieron detrás de los transmigrados hasta el río Uruguay. Viendo los Padres que no había más defensa en los indios, que la muralla de aquel gran río, y temiendo que ésta la venciesen los agresores; enviaron a España al venerable P. Ruiz de Montoya, que se había hallado en estas irrupciones del Guayrá y Tape, para alcanzar de la Corte algún remedio. Diéronse algunas providencias que no tuvieron efecto por las dificultades de aquellas tan distantes partes. Una de ellas fue permitir que los indios tuviesen armas de fuego, cosa que estaba vedada a todos los de toda la América. Como esto no costaba dificultad a otros, se puso en ejecución. Compráronse luego de los bienes de la comunidad de cada pueblo armas y municiones. Adiestráronse los indios en ellas. Vinieron los Mamelucos, y antes de llegar al Uruguay y cercanías de los pueblos, les salían al encuentro. Fueron vencidos los indios en varias refriegas, hasta que el año de 1644, habiendo juntado todo su poder en un ejército de cuatro mil y novecientos hombres portugueses y tupíes, con intento de asolar los pueblos todos, fueron del todo derrotados y nunca más volvieron. Desde entonces respiraron los pobres indios, y fueron creciendo en toda cultura y cristiandad hasta este siglo.
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Capítulo III 56 En el cual prosigue la materia comenzada, y cuenta la devoción que los indios tomaron con la señal de la cruz, y cómo se comenzó a usar 57 En todo este tiempo los frailes no estaban descuidados de ayudar a la fe y a los que por ella peleaban, con oraciones y plegarias, mayormente el padre fray Martín de Valencia con sus compañeros, hasta que vino otro padre llamado fray Juan de Zumárraga, que fue primer obispo de México, el cual puso luego mucho cuidado y diligencia en adornar y ataviar su iglesia catedral, en lo cual gastó cuatro años toda la renta del obispado. Entonces no había proveídas dignidades en la Iglesia, sino todo se gastaba en ornamentos y edificios de la iglesia, por lo cual está tan ricamente ataviada y adornada como una de las buenas iglesias de España, aunque a el dicho fray Juan de Azumárraga no le faltaron trabajos, hasta hacerle volver a venir a España, dejando primero levantada la señal de la cruz, de la cual comenzaron a pintar muchas; y como en esta tierra hay muy altas montañas, también hicieron altas y grandes cruces, a las cuales adoraban, y mirando sanaban algunos que aún estaban heridos de la idolatría. Otros muchos con esta santa señal fueron librados de diversas acechanzas y visiones que se les aparecían, como adelante se dirá en su lugar. 58 Los ministros principales que en los templos de los ídolos sacrificaban y servían, y los señores viejos, que como todos estaban acostumbrados a ser servidos y gozar de toda la tierra, porque no sólo eran señores de sus mujeres e hijos y haciendas, mas de todo lo que ellos querían y pensaban, todo estaba a su voluntad y querer, y los vasallos no tienen otro querer si no es el del señor, y si alguna cosa les mandan, por grave que sea, no saben responder otra cosa sino mayny, que quiere decir "así sea", pues estos señores y ministros principales no consentían la ley que contradice a la carne, lo cual remedió Dios, matando muchos de ellos con las plagas y enfermedades ya dichas y de otras muchas y otros se convirtieron; y como de los que murieron han venido los señoríos a sus hijos, que eran de pequeños bautizados y criados en la casa de Dios; de manera que el mismo Dios les entrega sus tierras en poder de los que en Él creen; y lo mismo ha hecho contra los opositores que contradicen la conversión de estos indios por muchas vías. 59 Procuraron también los frailes que se hiciesen iglesias en todas partes y así ahora casi en cada provincia donde hay monasterio hay advocaciones de los doce apóstoles, mayormente de San Pedro y San Pablo, los cuales demás de las iglesias intituladas de sus nombres, no hay retablo en ninguna parte donde no estén pintadas sus imágenes. 60 En todos los templos de los ídolos, si no era en algunos derribados y quemados de México, en los de la tierra, y aun en el mismo México, eran servidos y honrados los demonios. Ocupados los españoles en edificar México y en hacer casas y moradas para sí, contentábanse con que no hubiese delante de ellos sacrificio de homicidio público, que a escondida y a la redonda de México no faltaban; y de esta manera se estaba la idolatría en paz, y las casas de los demonios servidas y guardadas con sus ceremonias. En esta sazón era ido el gobernador don Hernando Cortés a las Higueras, y vista la ofensa que a Dios se hacía, no faltó quien se lo escribió, para que mandase cesar los sacrificios del demonio, porque mientras esto no se quitase, aprovecharía poco la predicación, y el trabajo de los frailes sería en balde; en lo cual luego proveyó bien cumplidamente. Mas como cada uno tenía su cuidado, como dicho es, aunque lo había mandado, estábase la idolatría tan entera como de antes, hasta que el primero día del año de 1525, que aquel año fue en domingo, en Tetzcoco, adonde había los más y mayores teocallis o templos del demonio, y más llenos de ídolos, y muy servidos de papas o ministros, la dicha noche tres frailes, desde las diez de la noche hasta que amanecía, espantaron y ahuyentaron todos los que estaban en las casas y salas de los demonios; y aquel día después de misa se les hizo una plática, encareciendo mucho los homicidios, y mandándoles de parte de Dios, y del rey no hiciesen más la tal obra, si no que los castigarían según que Dios mandaba que los tales fuesen castigados. Esta fue la primera batalla dada a el demonio, y luego en México y sus pueblos y derredores, y en Couathiclan Cuautitlan. Y luego casi a la par en Tlaxcallan comenzaron a derribar y destruir ídolos, y a poner la imagen del Crucifijo, y hallaron la imagen de Jesucristo crucificado y de su bendita Madre puestas entre sus ídolos a hora que los cristianos se las habían dado, pensando que a ellas solas adorarían; o fue que, ellos como tenían cien dioses, querían tener ciento y uno; pero bien sabían los frailes que los indios adoraban lo que solían. Entonces vieron que tenían algunas imágenes con sus altares, junto con sus demonios e ídolos; y en otras partes la imagen patente y el ídolo escondido, o detrás de un paramento, o tras la pared, o dentro del altar, y por esto se las quitaron, cuantas pudieron haber, diciéndoles que si querían tener imágenes de Dios o de Santa María, que les hiciesen iglesia. Y al principio por cumplir con los frailes comenzaron a demandar que les diesen las imágenes, y a hacer algunas ermitas y adoratorios, y después iglesias, y ponían en ellas imágenes, y con todo esto siempre procuraron de guardar sus templos sanos y enteros; aunque después, yendo la cosa adelante, para hacer las iglesias comenzaron a echar mano de sus teocallis para sacar de ellos piedra y madera, y de esta manera quedaron desollados y derribados; y los ídolos de piedra, de los cuales había infinitos, no sólo escaparon quebrados y hechos pedazos, pero vinieron a servir de cimientos para las iglesias; y como había algunos muy grandes, venían lo mejor del mundo para cimiento de tan grande y santa obra. 61 Sólo Aquel que cuenta las gotas del agua de la lluvia y las arenas del mar, puede contar todos los muertos y tierras despobladas de Haití o Isla Española, Cuba, San Juan, Jamaica y las otras islas; y no hartando la sed de su avaricia, fueron a descubrir las innumerables islas de los Lucayos y las de Baraguana, que decían Herrerías de Oro, de muy hermosa y dispuesta gente y sus domésticos guatiaos, con toda la costa de la Tierra Firme, matando tantas ánimas y echándolas casi todas en el infierno, tratando a los hombres peor que a bestias, y tuviéronla en menos estima, como si en la verdad no fuesen criados a la imagen de Dios. Yo he visto y conocido hartos de estas tierras y confesado algunos de ellos, y son gente de muy buena razón y de buenas conciencias; ¿pues por qué no lo fueran los otros, si no les dieran tanta prisa a los matar y acabar?; ¡oh, cuánta razón sería en la Nueva España abrir los ojos y escarmentar en los que de estas islas han perecido! Llamo Nueva España desde México a la tierra del Perú, y todo lo descubierto de aquella parte de la Nueva Galicia hacia el norte. Toda esta tierra, lo que no está destruido, debería escarmentar y temer el juicio que Dios hará por la destrucción de las otras islas; baste que ya en esta Nueva España hay muchos pueblos asolados, a lo menos en la costa del Mar del Norte, y también en la de la Mar del Sur, y adonde hubo minas al principio que la tierra se repartió, y aún otros muchos pueblos lejos de México están con media vida. 62 Si alguno preguntase qué ha sido la causa de tantos males, yo diría que la codicia, que por poner en el cofre unas barras de oro para no sé quién, que tales bienes yo digo que no los gozará el tercero heredero, como cada día vemos que entre las manos se pierden y se deshacen como humo o como bienes de trasgo, y a más tardar duran hasta la muerte, y entonces por cubrir el desventurado cuerpo con desordenadas y vanas pompas y trajes de gran locura, queda la desventurada ánima, pobre, fea y desnuda. ¡Oh, cuántos por esta negra codicia desordenada del oro de esta tierra están quemándose en el infierno! Y plega a Dios que paren en esto; aunque yo sé y veo cada día que hay algunos españoles que quieren ser más pobres en esta tierra, que con minas y sudor de indios tener mucho oro; y por esto hay muchos que han dejado las minas. Otros conozco, que de no estar bien satisfechos de la manera como acá se hacen los esclavos, los han ahorrado. Otros van modificando y quitando mucha parte de los tributos, y tratando bien a sus indios. Otros se pasan sin ellos, porque les parece cargo de conciencia servirse de ellos. Otros no llevan otra cosa más de sus tributos modificados, y todo lo demás de comidas, o de mensajeros, o de indios cargados, lo pagan, por no tener que dar cuenta de los sudores de los pobres. De manera que éstos tendría yo por verdaderos prójimos; ya que digo, que el que se tuviere por verdadero prójimo y lo quisiere ser, que haga lo mismo que estos españoles hacen.
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Cómo llegamos a la Florida En este mismo día salió el contador Alonso Enríquez y se puso en una isla que está en la misma bahía y llamó a los indios15, los cuales vinieron y estuvieron con él buen pedazo de tiempo, y por vía de rescate le dieron pescado y algunos pedazos de carne de venado. Otro día siguiente, que era Viernes Santo, el gobernador se desembarcó con la más gente que en los bateles que traía pudo sacar, y como llegamos a los buhíos o casas que habíamos visto de los indios, hallámoslas desamparadas y solas, porque la gente se había ido aquella noche en sus canoas. El uno de aquellos buhíos era muy grande, que cabrían en él más de trescientas personas; los otros eran más pequeños, y hallamos allí una sonaja de oro entre las redes. Otro día el gobernador levantó pendones por Vuestra Majestad y tomó la posesión de la tierra en su real nombre, presentó sus provisiones y fue obedescido por gobernador, como Vuestra Majestad lo mandaba. Asimismo presentamos nosotros las nuestras ante él, y él las obedesció como en ellas se contenía. Luego mandó que toda la otra gente desembarcase y los caballos que habían quedado, que eran más de cuarenta y dos, porque los demás, con las grandes tormentas y mucho tiempo que habían andado por la mar, eran muertos; y estos pocos que quedaron estaban tan flacos y fatigados, que por el presente poco provecho podimos tener de ellos. Otro día los indios de aquel pueblo vinieron a nosotros, y aunque nos hablaron, como nosotros no teníamos lengua16, no los entendíamos; mas hacíannos muchas señas y amenazas, y nos paresció que nos decían que nos fuésemos de la tierra, y con esto nos dejaron, sin que nos hiciesen ningún impedimento, y ellos se fueron.
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CAPITULO III De la Isla de Santo Domingo, llamada Española, y, de sus propiedades La Isla Española, que por otro nombre se llama Santo Domingo, por razón de que en tal día fue descubierta, está en 18 grados y fue la primera que se descubrió en las Indias por el Capitán Cristóbal Colón, digno de inmortal memoria. Pobláronse el año de 1492. Es una isla que tiene en contorno más de 600 leguas. Divídese en cinco reinos: el uno de ellos, que agora se llama la Vega y en aquel tiempo que se descubrió se llamaba Magua, tiene 80 leguas de circuito, y tiéndense todas ellas de Norte a Sur, en la cual mar, según lo que el Reverendísimo de Chiapa testifica en su libro, entran de sólo este reino 30 mil ríos y arroyos, los 12 de ellos tan grandes como Ebro, Duero y Guadalquivir, en España. Y dice el sobredicho Obispo otra grandeza: que la mayor parte de estos ríos, que son los que corren de la Sierra que está al Poniente, son riquísimos de oro, y alguno de ellos muy subido en quilates, como lo es el que se saca de las minas de Cibao, tan conocido en aquel reino y aun en el de España por su mucha perfección; de la cual mina acaeció sacar un pedazo de oro virgen tan grande como una grande hogaza y que pesaba 3.600 castellanos, y se perdió y hundió en la mar trayéndolo a España, como lo testifica el mismo Reverendísimo sobre dicho. En esta Isla hay mucha más cantidad de ganado vacuno que en la que queda atrás de Puerto Rico, y cógese mucho azúcar y jengibre y cañafístola, y ansí mesmo muchas frutas de las de España y otras de la tierra, que son muchas. Hay muchos puercos, cuya carne es tan sana y tan sabrosa como el carnero de España, y vale todo por muy poco precio, y cómprase un novillo por 8 reales, y las demás cosas de la tierra a este respecto, aunque las mercadurías de España valen caras. Es tierra de mucho oro, si hubiese gente que lo sacase, y muchas perlas. En toda la Isla no se coge trigo, si no es en el obispado de Palenzuela, aunque hay otras muchas partes donde, si lo sembrasen, se daría bien; pero la naturaleza que suele suplir las necesidades, cumplió la del trigo con darles en su lugar una raíz que se cría en toda la isla en mucha cantidad y abundancia y les sirve de pan, como lo hacía a los propios naturales cuando fueron nuestros españoles: es blanca, se llama cazave, la cual molida y hecha harina, hacen de ella pan para sustentarse que, aunque no es tan bueno como el de harina de trigo, pueden pasar en él y sustentarse. *Aquí va mapa 1 . Es tierra muy cálida, a cuya causa los mantenimientos son de poca sustancia. Está la ciudad principal de esta Isla, que se llama Santo Domingo, por la razón arriba dicha, donde hay Arzobispo y Audiencia Real fundada a la orilla de la mar, y tiene un río grande que le sirve de puerto muy bueno y seguro. Hay en ella tres conventos de religiosos y dos de religiosas. En esta Isla dice el Reverendísimo de Chiapa en su libro, que había, cuando entraron los españoles en ella, tres cuentos de nombres de los naturales indios, de los cuales no has el día de hoy 200 y los más son mestizos, hijos de indias y españoles, o negros; a esta causa tienen pobladas todas las estancias e ingenios de negros, de los cuales debe de haber en todas las islas más de 12 mil. Es tierra muy sana para los que están acostumbrados a vivir en ella. Hay en toda esta mar ballenas en abundancia, que las ven desde los navíos y aun las temen algunas veces; pero sobre todo hay mucha infinidad de unos peces muy grandes, que llaman tiburones, de los cuales andan grandes manadas; son aficionadísimos a carne humana y siguen un Navío 500 leguas sin dejarse ver día ninguno, y ha acaecido muchas veces pescar este pez y hallarle en el buche todas las inmundicias y cosas que dende la Nao se han echado en muchos días de navegación, y las cabezas de carnero enteras con sus cuernos. Si acaso cogen un hombre a la orilla del mar parado, se lo comen todo, o a lo menos le cortan a cercén todo lo que pueden alcanzar, una pierna o brazo, o el medio cuerpo, como muchas veces se ha visto, y hácenlo con mucha facilidad, porque tienen muchas hileras de dientes, y agudos como navajas.
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CAPÍTULO III En seguida fueron aniquilados, destruidos y deshechos los muñecos de palo, y recibieron la muerte. Una inundación fue producida por el Corazón del Cielo; un gran diluvio se formó, que cayó sobre las cabezas de los muñecos de palo. De tzité se hizo la carne del hombre, pero cuando la mujer fue labrada por el Creador y el Formador, se hizo de espadaña la carne de la mujer. Estos materiales quisieron el Creador y el Formador que entraran en su composición. Pero no pensaban, no hablaban con su Creador y su Formador, que los habían hecho, que los habían creado. Y por esta razón fueron muertos, fueron anegados. Una resina abundante vino del cielo. El llamado Xecotcovach llegó y les vació los ojos; Camalotz vino a cortarles la cabeza; y vino Cotzbalam y les devoró las carnes. El Tucumbalam llegó también y les quebró y magulló los huesos y los nervios, les molió y desmoronó los huesos. Y esto fue para castigarlos porque no habían pensado en su madre, ni en su padre, el Corazón del Cielo, llamado Huracán. Y por este motivo se oscureció la faz de la tierra y comenzó una lluvia negra, una lluvia de día, una lluvia de noche. Llegaron entonces los animales pequeños, los animales grandes, y los palos y las piedras les golpearon las caras. Y se pusieron todos a hablar; sus tinajas, sus comales, sus platos, sus ollas, sus perros, sus piedras de moler, todos se levantaron y les golpearon las caras. Mucho mal nos hacíais; nos comíais, y nosotros ahora os morderemos, les dijeron sus perros y sus aves de corral. Y las piedras de moler: -Éramos atormentadas por vosotros; cada día, cada día, de noche, al amanecer, todo el tiempo hacían holi, holi huqui, huqui nuestras caras, a causa de vosotros. Éste era el tributo que os pagábamos. Pero ahora que habéis dejado de ser hombres probaréis nuestras fuerzas. Moleremos y reduciremos a polvo vuestras carnes, les dijeron sus piedras de moler. Y he aquí que sus perros hablaron y les dijeron: -¿Por qué no nos dabais nuestra comida? Apenas estábamos mirando y ya nos arrojabais de vuestro lado y nos echabais fuera. Siempre teníais listo un palo para pegarnos mientras comíais. Así era como nos tratabais. Nosotros no podíamos hablar. Quizás no os diéramos muerte ahora; pero ¿por qué no reflexionabais, por qué no pensabais en vosotros mismos? Ahora nosotros os destruiremos, ahora probaréis vosotros los dientes que hay en nuestra boca: os devoraremos, dijeron los perros, y luego les destrozaron las caras. Y a su vez sus comales, sus ollas les hablaron así: -Dolor y sufrimiento nos causabais. Nuestra boca y nuestras caras estaban tiznadas, siempre estábamos puestos sobre el fuego y nos quemabais como si no sintiéramos dolor. Ahora probaréis vosotros, os quemaremos, dijeron sus ollas, y todos les destrozaron las caras. Las piedras del hogar, que estaban amontonadas, se arrojaron directamente desde el fuego contra sus cabezas causándoles dolor. Desesperados corrían de un lado para otro; querían subirse sobre las casas y las casas se caían y los arrojaban al suelo; querían subirse sobre los árboles y los árboles los lanzaban a lo lejos; querían entrar en las cavernas y las cavernas se cerraban ante ellos. Así fue la ruina de los hombres que habían sido creados y formados, de los hombres hechos para ser destruidos y aniquilados: a todos les fueron destrozadas las bocas y las caras. Y dicen que la descendencia de aquéllos son los monos que existen ahora en los bosques; éstos son la muestra de aquéllos, porque sólo de palo fue hecha su carne por el Creador y el Formador. Y por esta razón el mono se parece al hombre, es la muestra de una generación de hombres creados, de hombres formados que eran solamente muñecos y hechos solamente de madera.
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De las poblaciones, que en este tiempo mandó hacer el Gobernador, y las cosas que en ellas acaecieron Habiendo considerado Domingo Martínez de Irala la mucha gente española, que había en la tierra, y la poca comodidad que tenían por no haberles cabido parte de las encomiendas de indios que había repartido en aquella ciudad: acordó de lo que sobre el asunto debía hacer, y consultando con el prelado, oficiales reales y demás capitulares, fue resulto se hiciesen algunas poblaciones, donde se pudiesen acomodar los que habían quedado sin parte. Con esto se determinó hacer una en la provincia del Guairá por ser escalón y pasaje del camino del Brasil, reduciendo a un cuerpo la poca gente que allí había quedado de la villa de Ontiveros, con la que de nuevo se despachasen para esta fundación, la cual fue cometida al capitán Rui Díaz Melgarejo. Otra fundación se dispuso hacer en la provincia de los Jarayes en el Río del Paraguay arriba, 300 leguas de la Asunción, por ser uno de los mejores territorios aquel gobierno y más vecino al Perú, y además con las noticias de riquezas que tenía de aquella parte, para cuyo efecto el gobernador nombró a Nuño de Chaves por general. Para poner estas disposiciones en efecto se alistaron los vecinos, y dispuestas las cosas, partió el capitán Melgarejo con cien soldados, y llegado felizmente al Paraná, pasó a la otra parte a los pueblos del Guairá, y habiendo especulado la disposición del terreno, hizo su fundación tres leguas más arriba de la villa de Ontiveros con título de Ciudad Real, donde agregó toda la gente que antes había quedado en la cercanía de aquel peligroso salto, por haber contemplado ser mejor el sitio en que se hacía esta fundación, que el de la villa de Ontiveros. Empezóse ésta a los principios del año 1557 en sitio rodeado de grandes bosques y arboledas sobre el propio río Paraná en la boca del río Pequirí. Es el temperamento poco sano, porque a más de los vapores que salen de los montes, está bajo el trópico de Capricornio, por cuya causa es muy nocivo el calor del sol, y causa en el otoño fiebres agudas, y pesadas modorras; aunque los naturales no son muy afligidos, y las sobrellevan mejor que nosotros, y así se halló aquel río muy poblado de ellos, supliendo esta incomodidad la abundancia de caza, pesquería y todo género de volatería que allí hay. Algunos de aquellos pueblos, llegado el tiempo de las enfermedades, se retiran a otros ríos, que vienen de tierra adentro, que también están poblados de otros indios, y es de más saludable constelación por estar en más altura. Empadronáronse en aquella provincia en todos los ríos comarcanos a esta ciudad cuarenta mil fuegos, que se entiende cada fuego por un indio con su mujer e hijos, aunque siempre corresponde a muchos más, los cuales fueron encomendados a setenta vecinos, que por algunos años los tuvieron con gran sosiego, siendo tratados los encomenderos con gran respeto de los naturales y muy abastecidos de los frutos de la tierra, como vino, azúcar, algodón, lienzo y cera: siendo sus telares tenidos en mejor reputación que todos los de aquella gobernación, hasta que con el transcurso del tiempo fue faltando el servicio personal de los naturales por causa de los continuos asaltos que les daban otros indios enemigos por el río, con que vino la ciudad a gran disminución y miseria, como adelante se dirá, con otras cosas que en aquella tierra sucedieron.
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CAPÍTULO III Prosigue la mala vida del cautivo cristiano y cómo se huyó de su amo Con la luz del día se certificó Juan Ortiz del buen tiro que a tiento había hecho de noche porque vio muerto el león, atravesadas las entrañas y el corazón por medio (como después se halló cuando lo abrieron), cosa que él mismo, aunque la veía, no podía creer. Con el contento y alegría que se puede imaginar mejor que decir, lo llevó arrastrando por un pie, sin quitarle el dardo, para que su amo lo viese así como lo había hallado, habiendo primero recogido y vuelto al arca los pedazos que del niño halló por comer. El cacique y todos los de su pueblo se admiraron grandemente de esta hazaña, porque en aquella tierra en general se tiene por cosa de milagro matar un hombre a un león, y, así, tratan con gran veneración y acatamiento al que acierta a matarlo. Y en toda parte, por ser animal tan fiero, se debe estimar en mucho, principalmente si lo mata sin tiro de ballesta o arcabuz, como lo hizo Juan Ortiz. Y, aunque es verdad que los leones de la Florida, México y Perú no son tan grandes ni fieros como los de África, al fin son leones y el nombre les basta, y, aunque el refrán común diga que no son tan fieros como los pintan, los que se han hallado cerca de ellos dicen que son tanto más fieros que los dibujados, cuanto va de lo vivo a lo pintado. Con esta buena suerte de Juan Ortiz tomaron más ánimo y osadía la mujer e hijas del cacique para interceder por él que lo perdonase del todo y se sirviese de él en oficios honrados, dignos de su esfuerzo y valentía. Hirrihigua de allí en adelante, por algunos días, trató mejor a su esclavo, así por la estima y favor que en su pueblo y casa le hacían como para acudir al hecho hazañoso que ellos en su vana religión tanto estiman y honran, que lo tienen por sagrado y más que humano. Empero (como la injuria no sepa perdonar), todas las veces que se acordaba que a su madre habían echado a los perros y dejádola comer de ellos y cuando se iba a sonar y no hallaba sus narices, le tomaba el diablo por vengarse de Juan Ortiz, como si él se las hubiera cortado; y como siempre trajese la ofensa delante de los ojos, y con la memoria de ella de día en día le creciese la ira, rencor y deseo de tomar venganza, aunque por algún tiempo refrenó estas pasiones, no pudiendo ya resistirlas, dijo un día a su mujer e hijas que le era imposible sufrir que aquel cristiano viviese, porque su vida le era muy odiosa y abominable, que cada vez que le veía se le refrescaban las injurias pasadas y de nuevo se daba por ofendido. Por tanto, les mandaba que en ninguna manera intercediesen más por él si no querían participar de la misma saña y enojo, y que, para acabar del todo con aquel español, había determinado que tal día de fiesta (que presto habían de solemnizar), lo flechasen y matasen como habían hecho a sus compañeros, no obstante su valentía, que por ser de enemigo se debía antes de aborrecer que estimar. La mujer e hijas del cacique, porque lo vieron enojado y entendieron que no había de aprovechar intercesión alguna, y también porque les pareció que era demasía importunar y dar tanta pesadumbre al señor por el esclavo, no osaron replicar palabra en contra. Antes, con astucia mujeril acudieron a decirle que sería muy bien que así se hiciese pues él gustaba de ello. Mas la mayor de las hijas, por llevar su intención adelante y salir con ella, pocos días antes de la fiesta en secreto dio noticia a Juan Ortiz de la determinación de su padre contra él y que ella, ni sus hermanas, ni su madre ya no valían ni podían cosa alguna con el padre, por haberles puesto silencio en su favor y amenazádolas si lo quebrantasen. A estas nuevas tan tristes, queriendo esforzar al español añadió otras en contrario y le dijo: "Porque no desconfíes de mí ni desesperes de tu vida, ni temas que yo deje de hacer todo lo que pudiere por dártela, si eres hombre y tienes ánimo para huirte, yo te daré favor y socorro para que te escapes y te pongas en salvo. Esta noche que viene, a tal hora y en tal parte, hallarás un indio de quien fío tu salud y la mía, el cual te guiará hasta un puente que está dos leguas de aquí. Llegando a ella, le mandarás que no pase adelante, sino que se vuelva al pueblo antes que amanezca, porque no le echen menos y se sepa mi atrevimiento y el suyo, y, por haberte hecho bien, a él y a mí nos venga mal. Seis leguas más allá del puente está un pueblo cuyo señor me quiere bien y desea casar conmigo, llámase Mucozo; dirasle de mi parte que yo te envío a él para que en esta necesidad te socorra y favorezca como quien es. Yo sé que hará por ti todo lo que pudiere, como verás. Encomiéndate a tu Dios, que yo no puedo hacer más en tu favor." Juan Ortiz se echó a sus pies, en reconocimiento de la merced y beneficio que le hacía, y siempre le había hecho, y luego se apercibió para caminar la noche siguiente. Y a la hora señalada, cuando ya los de la casa del cacique estaban reposados, salió a buscar la guía prometida, y con ella salió del pueblo sin que nadie los sintiese, y, en llegando a la puente, dijo al indio que con todo recato se volviese luego a su casa, habiendo primero sabido de él que no había dónde perder el camino hasta el pueblo de Mucozo.
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CAPÍTULO IV Del oro que se labra en Indias El oro entre todos los metales fue siempre estimado por el más principal y con razón, porque es el más durable e incorruptible, pues el fuego que consume o disminuye a los demás, a éste antes le abona y perfecciona, y el oro que ha pasado por mucho fuego, queda de su color y es finísimo; el cual propiamente (según Plinio dice), se llama obrizo, de que tanta mención hace la Escritura. Y el uso que gasta todos los otros (como dice el mismo Plinio), al oro sólo no le menoscaba cosa, ni le carcome ni envejece, y con ser tan firme en su ser, se deja tanto doblar y adelgazar, que es cosa de maravilla. Los batihojas y tiradores saben bien la fuerza del oro en dejarse tanto adelgazar y doblar, sin quebrar jamás, lo cual todo con otras excelentes propriedades que tiene bien considerado, dará a los hombres espirituales ocasión de entender, porque en las Divinas Letras la caridad se asemeja al oro. En lo demás, para que él se estime y busque, poca necesidad hay de contar sus excelencias, pues la mayor que tiene es estar entre los hombres ya conocido por el supremo poder y grandeza del mundo. Viniendo a nuestro propósito hay en Indias gran copia de este metal, y sábese de historias ciertas que los Ingas del Pirú, no se contentaron de tener vasijas mayores y menores de oro, jarros y copas, y tazas y frascos, y cántaros y aun tinajas, sino que también tenían sillas, y andas o literas de oro macizo, y en sus templos colocaron diversas estatuas de oro macizo. En México también hubo mucho de esto, aunque no tanto, y cuando los primeros conquistadores fueron al uno y otro reino, fueron inmensas las riquezas que hallaron, y muchas más sin comparación las que los indios ocultaron y hundieron. El haber usado de plata para herrar los caballos a falta de hierro y haber dado trescientos escudos de oro por una botija o cántaro de vino, con otros excesos tales, parecería fabuloso contarlo, y en efecto pasaron cosas mayores que estas. Sácase el oro en aquellas partes en tres maneras; yo a lo menos de estas tres maneras lo he visto, porque se halla oro en pepita, y oro en polvo y oro en piedra. Oro en pepita llaman unos pedazos de oro, que se hallan así enteros y sin mezclar de otro metal, que no tienen necesidad de fundirse ni beneficiarse por fuego. Llámanlos pepitas, porque de ordinario son pedazos pequeños del tamaño de pepita de melón o de calabaza; y esto es lo que dice Job glebae illius aurum, aunque acaece haberlos y yo los he visto mucho mayores, y algunos han llegado a pesar muchas libras. Esta es grandeza de este metal solo según Plinio afirma, que se halla así hecho y perfecto, lo cual en los otros no acaece, que siempre tienen escoria y han menester fuego para apurarse; aunque también he visto yo plata natural a modo de escarcha, y también hay las que llaman en indias papas de plata, que acaece hallarse plata fina en pedazos a modo de turmas de tierra, mas esto en la plata es raro y en el oro es cosa muy ordinaria. De este oro en pepita es poco lo que se halla respecto de lo demás. El oro en piedra es una veta de oro que nace en la misma piedra o pedernal, y yo he visto de las minas de Zaruma, en la gobernación de Salinas, piedras bien grandes pasadas todas de oro, y otras ser la mitad oro y la mitad piedra. El oro de esta suerte se halla en pozos y en minas que tienen sus vetas como las de plata, y son dificultosísimas de labrar. El modo de labrar el oro sacado de piedra que usaron antiguamente los reyes de Egipto, escribe Agatarchides en el quinto libro de la Historia del mar Eritreo o Bermejo, según refiere Focio en su Biblioteca, y es cosa de admiración cuán semejante es lo que allí refiere a lo que agora se usa en el beneficio de estos metales de oro y plata. La mayor cantidad de oro que se saca en Indias es en polvo, que se halla en ríos o lugares por donde ha pasado mucha agua. Abundan los ríos de Indias de este género como los antiguos celebraron el Tajo de España y el Pactolo de Asia, y el Ganges de la India Oriental. Y lo que nosotros llamamos oro en polvo, llamaban ellos Ramenta auri. Y también entonces era la mayor cantidad de oro lo que se hacía de estos ramentos o polvos de oro que se hallaban en ríos. En nuestros tiempos en las islas de Barlovento, Española y Cuba y Puerto Rico, hubo y hay gran copia en los ríos, mas por la falta de naturales y por la dificultad de sacarlo, es poco lo que viene de ellas a España. En el reino de Chile, y en el de Quito y en el Nuevo Reino de Granada, hay mucha cantidad. El más celebrado es el oro de Carabaya en el Pirú, y el de Valdivia en Chile, porque llega a toda la ley, que son veinte y tres quilates y medio, y aun a veces pasa. También es celebrado el oro de Veragua por muy fino. De las Filipinas y China traen también mucho oro a México, pero comúnmente es bajo y de poca ley. Hállase el oro mezclado, o con plata o con cobre. Plinio dice que ningún oro hay donde no haya algo de plata; mas el que tiene mezcla de plata comúnmente es de menos quilates que el que la tiene de cobre. Si tiene la quinta parte de plata, dice Plinio que se llama propriamente electro, y que tiene propriedad de resplandecer a la lumbre de fuego mucho más que la plata fina ni el oro fino. El que es sobre cobre, de ordinario es oro más alto. El oro en polvo se beneficia en lavaderos, lavándolo mucho en el agua, hasta que el arena o barro, se cae de las bateas o barreñas, y el oro, como de más peso, hace asiento abajo. Benefíciase también con azogue. También se apura con agua fuerte, porque el alumbre de que ella se hace tiene esa fuerza de apartar el oro de todo lo demás. Después de purificado o fundido, hacen tejos o barretas para traello a España, porque oro en polvo no se puede sacar de Indias, pues no se puede quintar y marcar, y quilatar hasta fundirse. Solía España, según refiere el historiador sobredicho, abundar sobre todas las provincias del mundo de estos metales de oro y plata, especialmente Galicia y Lusitania, y sobre todo las Asturias, de adonde refiere que se traían a Roma cada año veinte mil libras de oro, y que en ninguna otra tierra se hallaba tanta abundancia; lo cual parece testificar el libro de los Machabeos donde dice entre las mayores grandezas de los romanos, que hubieron a su poder los metales de plata y oro que hay en España. Agora a España le viene este gran tesoro de Indias, ordenando la Divina Providencia que unos reinos sirvan a otros y comuniquen su riqueza, y participen de su gobierno para bien de los unos y de los otros, si usan debidamente de los bienes que tienen. La suma de oro que se trae de Indias no se puede bien tazar, pero puédese bien afirmar que es harto mayor que la que refiere Plinio haberse llevado de España a Roma cada año. En la flota que yo vine el año de ochenta y siete, fue la relación de Tierrafirme, doce cajones de oro que por lo menos es cada cajón cuatro arrobas, y de Nueva España mil y ciento cincuenta y seis marcos de oro. Esto sólo para el Rey, sin lo que vino para particulares registrado y sin lo que vino por registrar, que suele ser asaz mucho. Y esto baste para lo que toca al oro de Indias; de la plata diremos agora.