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CAPÍTULO IV Ahora bien, estaban con su madre Hunbatz y Hunchouén cuando llegó la mujer llamada Ixquic. Cuando llegó, pues, la mujer Ixquic ante la madre de Hunbatz y Hunchouén, llevaba a sus hijos en el vientre y faltaba poco para que nacieran Hunahpú e Ixbalanqué, que así fueron llamados. Al llegar la mujer ante la anciana, le dijo la mujer a la abuela: -He llegado, señora madre; yo soy vuestra nuera y vuestra hija, señora madre. Así dijo cuando entró a la casa de la abuela. -¿De dónde vienes tú? ¿En dónde están mis hijos? ¿Por ventura no murieron en Xibalbá? ¿No ves a éstos a quienes les quedaron su descendencia y linaje y que se llaman Hunbatz y Hunchouén? ¡Sal de aquí! ¡Vete!, gritó la vieja a la muchacha. -Y sin embargo, es la verdad que soy vuestra nuera; ha tiempo que lo soy. Pertenezco a Hun-Hunahpú. Ellos viven en lo que llevo, no han muerto Hun Hunahpú y Vucub Hunahpú: volverán a mostrarse claramente, mi señora suegra. Y así, pronto veréis su imagen en lo que traigo, le fue dicho a la vieja. Entonces se enfurecieron Hunbatz y Hunchouén. Sólo se entretenían en tocar la flauta y cantar, en pintar y esculpir, en lo que pasaban todo el día, y eran el consuelo de la vieja. Habló luego la vieja y dijo -No quiero que tú seas mi nuera, porque lo que llevas en el vientre es fruto de tu deshonestidad. Además, eres una embustera: mis hijos de quienes hablas ya son muertos. Luego agregó la abuela: -Esto que te digo es la pura verdad; pero en fin, está bien, tú eres mi nuera, según he oído. Anda, pues, a traer la comida para los que hay que alimentar. Anda a cosechar una red grande de maíz y vuelve en seguida, puesto que eres mi nuera, según lo que oigo, le dijo a la muchacha. -Muy bien, replicó la joven, y se fue en seguida para la milpa que poseían Hunbatz y Hunchouén. El camino había sido abierto por ellos y la joven lo tomó y así llegó a la milpa; pero no encontró más que una mata de maíz; no había dos, ni tres, y viendo que sólo había una mata con su espiga, se llenó de angustia el corazón de la muchacha. -¡Ay, pecadora, desgraciada de mí! ¿A dónde he de ir a conseguir una red de maíz, como se me ha ordenado?, exclamó. Y en seguida se puso a invocar al Chahal de la comida para que llegara y se la llevase. ¡Ixtoh, Ixcanil, Ixcacau, vosotras las que cocéis el maíz; y tú Chahal, guardián de la comida de Hunbatz y Hunchouén!, dijo la muchacha. Y a continuación cogió las barbas, los pelos rojos de la mazorca y los arrancó, sin cortar la mazorca. Luego los arregló en la red como mazorcas de maíz y la gran red se llenó completamente. Volvióse en seguida la joven; los animales del campo iban cargando la red, y cuando llegaron, fueron a dejar la carga a un rincón de la casa, como si ella la hubiera llevado. Llegó entonces la vieja y luego que vio el maíz que había en la gran red, exclamó -¿De dónde has traído todo este maíz? ¿Por ventura acabaste con nuestra milpa y te la has traído toda para acá? Iré a ver al instante, dijo la vieja, y se puso en camino para ir a ver la milpa. Pero la única mata de maíz estaba allí todavía y asimismo se veía el lugar donde había estado la red al pie de la mata. La vieja regresó entonces a toda prisa a su casa y dijo a la muchacha: -Ésta es prueba suficiente de que realmente eres mi nuera. Veré ahora tus obras, aquéllos que llevas en el vientre y que también son sabios, le dijo a la muchacha.
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Capítulo IV 209 De los diversos pareceres que hubo sobre el administrar del sacramento del bautismo, y de la manera que se hizo los primeros años 210 Cerca del administrar este sacramento del bautismo, aunque los primeros años todos los sacerdotes fueron conformes, después como vinieron muchos clérigos y frailes de las otras órdenes, agustinos, dominicos y franciscanos, tuvieron diversos pareceres contrarios los unos de los otros; parecíales a los unos que el bautismo se había de dar con las ceremonias que se usan en España, y no se satisfacían de la manera con que los otros le administraban, y cada uno quería seguir su parecer, y aquél tenía por mejor y más acertado, ora fuese por buen celo, ora sea porque los hijos de Adán todos somos amigos de nuestro parecer; y los nuevamente venidos siempre quieren enmendar las obras de los primeros, y hacer, si pudiesen, que del todo cesasen y se olvidasen, y que su opinión sola valiese, y el mayor mal era que los que esto pretendían no curaban ni trabajaban en deprender la lengua de los indios, ni en bautizarlos. Estas diversas opiniones y diferentes pareceres fueron causa que algunas veces se dejó de administrar el sacramento del bautismo, lo cual no pudo ser sin detrimento de los que le buscaban, principalmente de los niños y enfermos, que morían sin remedio. Ciertamente esta queja tendrán de los que dieron la causa con sus opiniones y inconvenientes que pusieron, aunque ellos piensen que su opinión era muy santa, y que no había más que pedir; y la misma queja creo yo que tendrán otros niños y enfermos, que venidos a recibir este sacramento mientras se hacían las ceremonias, antes que llegasen a la sustancia de las palabras se morían. En la verdad esta fue indiscreción, porque con estos tales ya que querían guardar ceremonias, habían primero de bautizar el enfermo, y asegurado lo principal, pueden después hacer las ceremonias acostumbradas. Demás de lo dicho, otras causas y razones que éstos decían parecerán en los capítulos siguientes. 211 Los otros que primero habían venido también daban sus razones por donde administraban de aquella manera el bautismo, diciendo que lo hacían con pareceres y consejo de santos doctores y de doctas personas, en especial de un gran religioso y gran teólogo, llamado fray Juan de Tecto, natural de Gante, catedrático de teología en la universidad de París, que creo no haber pasado a estas partes letrado más fundado, y por tal el emperador se confesó con él. Este fray Juan de Tecto, con dos compañeros, vino en el mismo año que los doce ya dichos, y falleció el segundo año de su llegada a estas partes, con uno de sus compañeros también docto. Estos dos padres, con los doce, consultaron con mucho acuerdo cómo se debía proceder en los sacramentos y doctrina con los indios, allegándose a algunas instrucciones que de España habían traído, de personas doctas y de su ministro general el señor cardenal de Santa Cruz y de los coroneles sic y dando causas y razones, alegaban doctores muy excelentes y derechos suficientes, y demás de esto decían que ellos bautizaban a necesidad y por haber falta de clérigos, y que cuando hubiese otros que bautizasen, y ayudarían en las predicaciones y confesiones, y que por entonces tenían experiencia que hasta que cesase la multitud de los que venían a bautizarse, y muchos más que en los años pasados se habían bautizado, y los sacerdotes habían sido tan pocos, que no podían hacer el oficio con la pompa y ceremonias que hace un cura cuando bautiza una sola criatura en España, adonde hay tantos ministros. Acá en esta nueva conversión, ¿cómo podía un solo sacerdote bautizar a dos y tres mil en un día, y dar a todos saliva, flato y candela y alba, y hacer sobre cada uno particularmente todas las ceremonias, y meterlos en la iglesia adonde no las había? Esto no lo podrán bien sentir sino los que vieron la falta de los tiempos pasados. ¿Y cómo podrían dar candela encendida bautizando con gran viento en los patios, ni dar saliva a tantos? Que el vino para decir las misas muchas veces se hallaba con trabajo, que era imposible guardar las ceremonias con todos, adonde no había iglesias, ni pilas, ni abundancia de sacerdotes, sino que un solo sacerdote había de bautizar, confesar, desposar y velar, y enterrar, y predicar, y rezar, y decir misa, deprender la lengua, enseñar la doctrina cristiana a los niños, y a leer y cantar. Y por no poderse hacer hacíanlo de esta manera: a el tiempo del bautismo ponían todos juntos los que se habían de bautizar, poniendo los niños delante, y hacían sobre todos el oficio del bautismo, y sobre algunos pocos la ceremonia de la cruz, flato, sal, saliva, alba; luego bautizaban los niños cada uno por sí en agua bendita, y esta orden siempre se guardó en cuanto yo he sabido. Solamente supe de un letrado que pensaba que sabía lo que hacía, que bautizó con hisopo, y éste fue después uno de los que trabajaron en estorbar el bautismo de los otros. Tornando al propósito digo: que bautizados primeros los niños, tornaban a predicar y a decir a los adultos y examinados lo que habían de creer, y lo que habían de aborrecer, y lo que habían de hacer en el matrimonio, y luego bautizaban a cada uno por sí. 212 Esto tuvo tantas contradicciones que fue menester juntarse toda la iglesia que hay en estas partes, así obispos y otros prelados, como los señores de la Audiencia Real, adonde se altercó la materia, y fue llevada la relación a España; la cual vista por el Consejo Real y de Indias, y por el señor arzobispo de Sevilla, respondieron, que se debía continuar lo comenzado hasta que se consultase con Su Santidad. Y en la verdad, aunque no faltaban letras, y los que vinieron primero trajeron, como dicho es, la autoridad apostólica y de su opinión eran santos y excelentes doctores; pero gran ciencia es saber la lengua de los indios y conocer esta gente, y los que no se ejercitasen primero a lo menos tres o cuatro años no deberán hablar absolutamente en esta materia, y por esto permite Dios que los que luego como vienen de España quieren dar nuevas leyes, y seguir sus pareceres, y juzgar y condenar a los otros y tenerlos en poco, caigan en confusión y hagan cegueras, y sus yerros sean como viga de lagar y una paja lo que reprendían. ¡Oh! y cómo he visto esto por experiencia ser verdad muchas veces en esta tierra; y esto viene de poco temor de Dios, y poco amor con el prójimo, y mucho con el interés; y para semejantes casos proveyó sabiamente la Iglesia, que en la conversión de algunos infieles y tierras nuevas, "los ministros que a la postre vinieron se conformen con los primeros hasta tener entera noticia de la tierra y gente a donde allegaren". 213 La lengua es menester para hablar, predicar, conversar, enseñar, y para administrar todos los sacramentos; y no menos el conocimiento de la gente, que naturalmente es temerosa y muy encogida, que no parece que nacieron sino para obedecer, y si los ponen a el rincón allí se están como enclavados; muchas veces vienen a bautizarse y no lo osan demandar ni decir; por lo cual no los deben examinar muy recio, porque yo he visto a muchos de ellos que saben el Pater Noster y el Ave María y la doctrina cristiana, y cuando el sacerdote se lo preguntan se turban y no lo aciertan a decir; pues a estos tales no se les debe negar lo que quieren, pues es suyo el reino de Dios, porque apenas alcanzan una estera rota en qué dormir, ni una buena manta que traer cubierta, y la pobre casa en que habitan rota y abierta al sereno de Dios; y ellos simples y sin ningún mal, no codiciosos de intereses, tienen gran cuidado de aprender lo que les enseñan, y más en lo que toca a la fe; y saben y entienden muchos de ellos cómo se tienen de salvar e irse a bautizar dos y tres jornadas; sino que es el mal que algunos sacerdotes que los comienzan a enseñar, los querrían ver tan santos en dos días que con ellos trabajan, como si hubiese diez años que los estuviesen enseñando, y como no les parecen tales, déjanlos; paréceme los tales a uno que compró un carnero muy flaco y diole a comer un pedazo de pan, y luego atentóle la cola para ver si estaba gordo. 214 Lo que de esta generación se puede decir es, que son muy extraños de nuestra condición, porque los españoles tenemos un corazón grande y vivo corno fuego, y estos indios y todas las animalias de esta tierra naturalmente son mansos, y por su encogimiento y condición descuidados en agradecer, aunque muy bien sienten los beneficios, y como no son tan prestos a nuestra condición son penosos a algunos españoles; pero hábiles son para cualquiera virtud, y habilísimos para todo oficio y arte, y de gran memoria y buen entendimiento. 215 Estando las cosas muy diferentes, y muchos pareceres muy contrarios, unos de otros, sobre la manera y ceremonias con que se había de celebrar el sacramento del bautismo, allegó una bula del Papa, la cual mandaba y dispensaba en la orden que en ello se había de tener; y para mejor la poder poner por la obra, en el principio del año de 1539 se ayuntaron, de cinco obispos que en esta tierra hay, los cuatro; y vieron la bula del papa Paulo III, y vista, la determinaron que se guardase de esta manera: el catecismo dejáronle al albedrío del ministro; el exorcismo, que es el oficio del bautismo, abreviáronle cuanto fue posible, rigiéndose por un misal romano, y mandaron que a todos los que se hubieren de bautizar se les ponga óleo y crisma, y que esto se guarde por todos inviolable mente, así con pocos como con muchos, salvo en urgente necesidad. Sobre esta palabra urgente hubo hartas diferencias y pareceres contrarios, sobre cuál se entendería urgente necesidad, porque en tal tiempo una mujer, y un indio, y aun un moro, pueden bautizar en fe de la iglesia; y por esto fue puesto silencio al bautismo de los adultos, y en muchas partes no se bautizaban sino niños o enfermos. Esto duró tres o cuatro meses, hasta que en un monasterio que está en un lugar que se llama Coauhchula Huaquechula, los frailes se determinaron de bautizar a cuantos viniesen, no obstante lo mandado por los obispos; lo cual como fue sabido por toda aquella provincia, fue tanta la gente que vino, que si yo por mis propios ojos no lo viera no lo osara decir; mas verdaderamente era gran multitud de gente la que venía, porque demás de los que venían sanos, venían muchos cojos y mancos, y mujeres con los niños a cuestas, y muchos viejos canos y de mucha edad, y venían de dos y tres jornadas a bautizarse, entre los cuales vinieron dos viejas, asida la una a la otra, que apenas se podían tener, y pusiéronse con los que se querían bautizar, y el que las había de bautizar y las examinaba quísolas echar, diciendo que no estaban bien enseñadas, a lo cual una de ellas respondió, diciendo: "¿A mí que creo en Dios me quieres echar fuera de la iglesia? Pues si tú me echas de la casa del misericordioso Dios, ¿a dónde iré? ¿No ves de cuán lejos vengo, y si me vuelvo sin bautizar en el camino me moriré? Mira que creo en Dios; no me eches de su iglesia." Estas palabras bastaron para que las dos viejas fuesen bautizadas y consoladas con otros muchos; porque digo verdad, que en cinco días que estuve en aquel monasterio, otro sacerdote y yo bautizamos por cuenta catorce mil y doscientos y tantos, poniendo a todos óleo y crisma, que no nos fue pequeño trabajo. Después de bautizados es cosa de ver el alegría y el regocijo que llevan con sus hijuelos a cuestas, que parece que no caben en sí de placer. 216 En este mismo tiempo también fueron muchos a el monasterio de Tlaxcala a pedir el bautismo, y como se lo negaron, era la mayor lástima del mundo ver lo que hacían, y cómo lloraban, y cuán desconsolados estaban, y las cosas y lástimas que decían, tan bien dichas, que ponían gran compasión a quien los oía, e hicieron llorar a muchos de los españoles que se hallaban presentes, viendo cómo muchos de ellos venían de tres y de cuatro jornadas, y era en tiempo de aguas, y venían pasando arroyos y tíos con mucho trabajo y peligros; la comida paupérrima y que apenas les basta, sino que a muchos de ellos se les acaba en el camino; las posadas son a donde los toma la noche, debajo de un árbol, si le hay; no traen sino cruz y penitencia. Los sacerdotes que allí se hallaron, vista la importunación de estos indios, bautizaron los niños y los enfermos, y algunos que no los podían echar de la iglesia; porque diciéndoles que no los podían bautizar, respondían: "pues en ninguna manera nos iremos de aquí sin el bautismo, aunque sepamos que aquí nos tenemos de morir". Bien creo que si los que lo mandaron y los que lo estorbaron vieran lo que pasaba, que no mandaran una cosa tan contra razón, ni tomaran tan gran carga sobre sus conciencias; y sería justo que creyesen a los que lo ven y tratan cada día, y conocen lo que los indios han menester, y entienden sus condiciones. 217 Oído he yo por mis oídos a algunas personas decir que sus veinte años o más de letras no las quieren emplear con gente tan bestial: en lo cual me parece que no aciertan, porque a mi parecer no se pueden las letras mejor emplear que en amostrar al que no lo sabe el camino por donde se tiene de salvar y conocer a Dios. Cuánto más obligados serán a estos pobres indios, que los deberían regalar como a gusanos de seda, pues de su sudor y trabajo se visten y enriquecen a los que por ventura vienen sin capas de España. 218 En este mismo tiempo que digo, entre los muchos que se vinieron a bautizar, vinieron hasta quince hombres mudos, y no fueron muchos, según la gran copia de gente que se bautizó en estos dos monasterios, porque en Cuauquechula que duró más tiempo el bautizar, se bautizaron cerca de ochenta mil ánimas; y en Tlaxcala más de veinte mil; estos mudos hacían muchos ademanes, poniendo las manos; y encogiendo los hombros y alzando los ojos al cielo, y todo dando a entender la voluntad y gana con que venían a recibir el bautismo. Asimismo vinieron muchos ciegos, entre los cuales vinieron dos, que eran marido y mujer, ambos ciegos, asidos por las manos, y adestrábanlos tres hijuelos, que también los traían a bautizar, y traían para todos sus nombres de cristianos; y después de bautizados iban tan alegres y tan regocijados, que se les parecía bien la vista que en el ánima habían logrado, con la nueva lumbre de la gracia que con el bautismo recibieron.
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Capítulo IV Del gobierno que tenían los Yngas y costumbre de los indios No se les puede negar a lo Yngas, haber sido en el gobierno político de este tan extendido Reino sumamente avisados, y discretos, gobernando estos indios conforme pide su naturaleza y condición, y acomodando las leyes a las tierras y temples de ellas y a las inclinaciones de los indios. Todos confiesan que si el día de hoy fueran regidos conforme lo fueron de los Yngas, trabajaran más los indios y se vieran mayores efectos de su sudor, y se fueran aumentando en infinito número. Son los indios, por la mayor parte, perezosos y que si no es por fueza, o grandísima necesidad, no echaran mano a darse al trabajo, tristes, melancólicos, cobardes, flojos, tibios, viles, mal inclinados, mentirosos, ingratos a quien les hace bien, de poca memoria y de ninguna firmeza en cosa que tratan, y algunos hay ladrones y embaidores, y en general, todos dados a supersticiones y hechicerías, abusioneros, entregados totalmente a dos vicios, lujuria y embriaguez, y deste procede no haber de ellos cosa secreta, ni aun de las que les convienen guardar secreto, especial las mujeres, que es por medio de as cuales se han descubierto y manifestado en este reino guacas, riquezas, enterramientos de tesoros de oro y plata, y aun delitos muy ocultos y guardados entre ellos. Pues siendo de esta naturaleza e inclinación, los indios fueron gobernados en tan largas y distintas provincias por el Ynga, de tal suerte que aun ocultísimamente en las más apartadas regiones deste Reino, no osaban traspasar ni exceder de sus mandatos, como si él estuviese presente, porque, como les conoció el humor, llevólos por allí, enfrenándolos en sus vicios y castigándolos con suma severidad, sin perdonarles ninguno, que fue medio eficacísimo para tener sujetos tanta infinidad de indios. El modo con que los gobernaba, era que tenía en el Cuzco, junto a su persona, cuatro señores orejones de los más principales, y de más experiencia y entendimiento, sabios en la paz y en la guerra, los cuales eran como cuatro consejeros de Estado, de cuyas manos y prudencia pendía todo el Reino, así en las cosas de policía como de guerra. Estos orejones eran de su linaje del Ynga, y parientes muy cercanos, o hermanos, o tíos, y después dél eran las personas de más autoridad en la corte; despachaban y proveían los negocios, por esta orden: cada uno tenía a su cargo una de las cuatro provincias dichas, de Colla Suyo, Ante Suyo, Conti Suyo y Chinchay Suyo, y los que venían a negociar al Cuzco, acudían al suyo, el cual les oía, y si eran negocios livianos, los proveían y despachaban ellos luego, sin detenerlos. Si eran negocios de más calidad, lo comunicaban entre sí, y si eran cosas arduas y de muchos peso, daban cuenta al Ynga, y entraban en acuerdo, todos juntos con él, y si el que venía a negociar era curaca, o capitán, o indio principal, entraba él también en la consulta, para oírle el Ynga y que diese sus razones. Oídas, si el negocio pedía más acuerdo, llamaba a otros consejeros inferiores, con los cuales se confería y trataba, y con brevedad lo despachaban. Estos cuatro orejones salían algunas veces a visitar el Reino, o algunas provincias dél, donde era necesario por casos que sucedían, y pedían jueces graves y de autoridad y, entrando en las provincias donde eran enviados, hacían Junta General de toda ella y de los pobres que había, para darles de comer y repartir entre ellos los mantenimientos, como el Ynga lo ordenaba y tenía mandado. En esta visita apartaba, conforme los avisos que tenía, a los delincuentes con sus mandones, que llaman llactacamayoc, y después de la suficiente averiguación y pesquisa que hacían, iban castigándolos a cada uno conforme merecía y había excedido de las órdenes y mandatos del Ynga, y según la calidad de los delitos, sin que ninguno se quedase exento. Con esto temían y no osaban traspasar en nada lo que se les ordenaba. Eran de tanta estimación y honra estos cuatro oficios, que a todos los capitanes y gobernadores, caciques y mandones, sobrepujaban, de suerte que sólo el Ynga les era superior, y así eran temidos y respetados donde quiera que iban y por las grandes justicias que hacían en todo género de gente. Mudaban cada día dos vestidos y no se ponían segunda vez vestido ya puesto, comían con casi tanto aparato y majestad que el Ynga. Las leyes que tenían no eran escritas, porque el uso de las letras no había llegado a ellos, ni las conocían. Todos los delitos y negocios administraban y castigaban de memoria, por la buena razón natural, haciendo luego ejecutar lo que mandaban, sin remisión ninguna. Demás de los cuatro orejones dichos, tenía en cada provincia el Ynga un Auqui, que era como virrey, el cual ordinario era orejón del linaje del Ynga, al cual llamaban tocoricucapu, que es como veedor mayor de todas las cosas. Este era superior en la provincia y gobernación, a los gobernadores, capitanes y curacas; tenía cuenta con todo lo que pasaba y se hacía en la provincia, y la visitaba cuando le parecía, rodeando todo el distrito, y tenía facultad este tocoricuc de entrar en todas las casas, aunque fuesen de los principales, y ver lo que en ellas se hacía. Tenía éste sus tenientes y mandones en todos sus pueblos de su provincia, los cuales solicitaban y daban prisa a los oficiales de cualquier oficio, y a las obra públicas, y le avisaban de todo lo que pasaba y como se obedecía lo que él mandaba. En habiendo alguna cosa en que poner remedio, él de secreto lo enviaba a decir a uno de los cuatro orejones del Consejo de Estado. Esto era en los negocios arduos y dificultosos, que pertenecían a los gobernadores o curacas, porque los negocios de menos calidad, él los conocía y despachaba, juntamente con el gobernador o curaca principal. Este tocoricuc tenía licencia para andar en la Sierra, por ser tierra áspera y fragosa, en una hamaca, y en los llanos en unas andas; recogía todas las comidas y las metía en los depósitos y trojes del Ynga, que ellos llaman piruas, y proveía, cuando se le ordenaba, la corte del Ynga y los indios soldados, que había en las fortalezas, y estaba a su cargo hacer los templos, fortalezas y repararlas, aderezar los caminos, de suerte que todo estuviese puesto en perfección y no hubiese cosa ninguna en que reparar. Tenían, demás de esto, en los pueblos ciertos diputados, que era su oficio mirar y proveer que los extranjeros, mercaderes y advenedizos no fuesen maltratados, ni molestados de los naturales de la tierra, y si caían malos, ellos tenían cuidado de buscarles médicos, y los hacían curar y regalaban; y si morían; los sepultaban y sus bienes daban a sus hijos, o a los parientes más propincuos que con ellos venían.
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Capítulo IV 309 De la humildad que los frailes de San Francisco tuvieron en convertir a los indios, y de la paciencia que tuvieron en las adversidades 310 Fue tanta la humildad y mansa conversación que los frailes menores tuvieron en el tratamiento e inteligencia que con los indios tenían, que con algunas veces en los pueblos de los indios quisiesen entrar o poblar y hacer monasterios, religiosos y frailes de otras órdenes, iban los mismo indios a rogar a el que estaba en lugar de su Majestad, que regía la tierra, que entonces era el señor obispo don Sebastián Ramírez, diciéndole que no les diesen otros frailes sino de los de San Francisco, porque los conocían y amaban, y eran de ellos amados; y como el señor presidente les preguntase la causa por qué querían más a quellos que a otros, respondían los indios: "porque éstos andan pobres y descalzos como nosotros, comen de lo que nosotros, asiéntanse entre nosotros, conversan entre nosotros mansamente". Otras veces queriendo dejar algunos pueblos para que entrasen frailes de otras órdenes, venían los indios llorando a decir: "que si se iban y los dejaban, que también ellos dejarían sus casas y se irían tras ellos"; y de hecho lo hacían y se iban tras los frailes; esto yo lo vi por mis ojos. Y por esta buena humildad que los frailes tenían con los indios, todos los señores de la Audiencia Real les tuvieron mucho miramiento, aunque al principio venían de Castilla indignados contra ellos, y con propósito de los reprender y abatir, porque venían informados que los frailes con soberbia mandaban a los indios y se enseñoreaban de ellos; pero después que vieron lo contrario tomáronles mucha afición, y conocieron haber sido pasión lo que en España de ellos se decía. 311 Algunos trataron y conversaron con personas que pudieran ser parte para les procurar obispados y no lo admitieron; otros fueron elegidos en obispos y venidas las lecciones las renunciaron humildemente excusándose diciendo que no se hallaban suficientes ni dignos para tan alta dignidad, aunque en esto hay diversos pareceres en si acertaron o no en renunciar: porque para esta nueva tierra y entre esta humilde generación convenía mucho que fueran los obispos como en la primitiva Iglesia, pobres y humildes, que no buscaran rentas, sino ánimas, ni fuera menester llevar tras sí más de su pontificial, y que los indios no vieran obispos regalados, vestidos de camisas delgadas y dormir en sábanas y colchones y vestirse de muelles vestiduras, porque los que tienen ánimas a su cargo han de imitar a Jesucristo en humildad y pobreza, y traer su cruz a cuestas y desear morir en ella; pero como renunciaron simplemente, y por se allegar a la humildad, creo que delante de Dios no serán condenados. 312 Una de las buenas cosas que los frailes tienen en esta tierra es la humildad, porque muchos de los españoles los humillan con injurias y murmuraciones, pues de parte de los indios no tienen de qué tomar vanagloria, porque ellos les exceden en penitencia y en menosprecio. Y así cuando algún fraile de nuevo viene de Castilla, que allá era tenido por muy penitente, y que hacía raya a los otros, venido acá es como río que entra en la mar, porque acá toda la comunidad vive estrechamente y guarda todo lo que se puede guardar; y si miran a los indios, verlos han paupérrimamente vestidos y descalzos, las camas y moradas en extremo pobres; pues en la comida a el más estrecho penitente exceden, de manera que no hallarán de qué tener vanagloria ninguna; y si se rigen por razón muy menos tendrán soberbia; porque todas las cosas son de Dios, y el que afirma alguna cosa buena ser suya es blasfemia, porque es querer hacerse Dios; pues luego locura es gloriarse el hombre de las cosas ajenas, pues para esperar y recibir los bienes de la gloria que por Cristo no son prometidos, y para sufrir los males y adversidades que a cada paso se ofrecen a los que piadosa y justamente quieren vivir, patientia necesaria est. Esta sufre y lleva la carga de todas la tribulaciones y sufre los golpes de los enemigos sin ser herida el ánima; así como contra los bravos tiros de artillería ponen cosas muelles y blandas en que ejecuten su furia, bien así contra las tentaciones y tribulaciones del demonio y del mundo y de la carne se debe poner la paciencia; que con lo contrario nuestra ánima será presto turbada y rendida. De esta manera ponían los frailes la paciencia por escudo contra las injurias de los españoles; cuando ellos muy indignados decían, que los frailes destruían la tierra en favorecer a los indios, y que algún día se levantarían los indios contra ellos; los frailes para mitigar su ira respondían con paciencia: "si nosotros no defendiésemos los indios, ya vosotros no tendríades quién os sirviese. Si nosotros los favorecemos, es para conservarlos, y para que tengáis quién os sirva; y en defenderlos y enseñarlos, a vosotros servimos y vuestras conciencias descargamos; porque cuando de ello os encargasteis, fue con obligación de enseñarlos; y no tenéis otro cuidado, sino que os sirvan y os den cuanto tienen y pueden haber. Pues ya que tiene poco o no nada si los acabásedes ¿quién os serviría?" Y así muchos de los españoles, a lo menos los nobles y los virtuosos, decían y dicen muchas veces: que si no fuera por los frailes de San Francisco, la Nueva España fuera como las Islas, que ni hay indio a quien enseñar la ley de Dios, ni quien sirva a los españoles. Los españoles también se quejaban y murmuraban diciendo mal de los frailes, porque mostraban querer más a los indios que no a ellos, y que los reprendían ásperamente; lo cual era causa que les faltasen muchos con sus limosnas y les tuviesen una cierta manera de aborrecimiento. A esto respondían los frailes diciendo: "que siempre habían tenido a los españoles por domésticos de la fe, y que si alguno o algunos de ellos alguna vez tenían alguna necesidad espiritual o corporal, más aína acudían a ellos que no a los indios; mas como los españoles en comparación de los indios son muy pocos y saben bien buscar su remedio, así espiritual como corporal, mejor que los indios, que no tienen otros sino aquellos que han aprendido la lengua; porque los principales y casi todos son de los frailes menores, hay razón que se vuelvan a remediar a los indios que son tantos, y tan necesitados de remedio; y aun con estos no pueden cumplir por ser tantos, es mucha razón que se haga así, pues no costaron menos a Jesucristo las ánimas de estos indios como las de los españoles y romanos, y la ley de Dios obliga a favorecer y a animar a éstos que están con la leche de la fe en los labios, que no a los que la tienen ya tragada con la costumbre". 313 Por la defensión de los indios, y por les procurar algún tiempo en que pudiesen ser enseñados de la doctrina cristiana, y porque no les ocupasen en domingos ni fiestas, y por les procurar moderación en sus tributos, los cuales eran tan grandes que muchos pueblos no los pudieron cumplir vendían a mercaderes renoveros que solía haber entre ellos, los hijos de los pobres y las tierras, y como los tributos eran ordinarios, y no bastase para ellos vender lo que tenían, algunos pueblos, casi del todo se despoblaron, y otros se iban despoblando, si no se pusiera remedio a moderar los tributos, lo cual fue causa que los españoles se indignasen tanto contra los frailes, que estuvieron determinados de matar algunos de ellos, que les parecía que por su causa perdían el interés que sacaban de los pobres indios. Y estando por esta causa para dejar los frailes del todo la tierra y volverse a Castilla, Dios que socorre en las mayores tribulaciones y necesidades, no lo consintió, porque siendo la católica Majestad del Emperador don Carlos informado de la verdad, procuró una bula del papa Paulo III, para que de la vieja España viniesen a esta tierra ciento y cincuenta frailes.
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De cómo se dio principio al segundo viaje de las Islas de Salomón por el ya adelantado Álvaro de Mendaña, en cuya compañía fue por piloto y capitán Pedro Fernández de Quirós. Cuéntase la salida del Callao Pasados en silencio muchos años, desde el primer viaje arriba dicho hasta el tiempo presente, fue Dios servido que en la ciudad de los Reyes, residencia de los virreyes del Perú, pregonó la jornada Álvaro Mendaña, Adelantado, que por orden de S. M. quería hacer a las islas de Salomón. Tendió bandera, cuyo capitán fue don Lorenzo Barreto, su cuñado, y envió a los valles de Trujillo y Saña otro capitán que se llamaba Lope de Vega, a cuyo cargo estaba levantar gente y hacer bastimentos. Tuvo el adelantado en su expedición algunas dificultades y contradicciones, las cuales facilitó y ayudó a vencer don García Hurtado de Mendoza, marqués de Cañete, virrey del Perú en aquella ocasión, conque se despachó y aprestó lo mejor que pudo cuatro navíos, y se fue de Lima al Callao con su mujer doña Isabel Barreto y toda la gente que había de llevar allí; y con las diligencias que hizo persuadió, llevó por capitán y piloto mayor a Pedro Fernández de Quirós, el cual propuso al Adelantado algunas dificultades que se le habían ofrecido en los discursos que hizo en razón del viaje, así de ida como de vuelta, y todas se absolvieron; conque acabó de resolver en ir a la jornada. Las desórdenes que en esta jornada hubo fueron muchas, y para el intento que en esta historia se lleva, es fuerza decir algunas de ellas, que a mi parecer han sido la causa del mal fin que tuvo. Las estrellas del octavo cielo son en grandeza desiguales, porque unas a nuestra vista son grandes y otras pequeñas que apenas se alcanzan a ver. Hay quien dice que si alguna de ellas faltara allá en el cielo, que también acá en la tierra faltara el efecto suyo; quiero decir, que no se entienda que la cosa más menuda que se muestra ha dejado de dañar y puede aprovechar su parte. Embarcóse el maese de campo, y lo primero que hizo fue atravesarse con el contramaestre de la capitana sobre cosas de su oficio, diciéndole palabras de las que obligan poco e indignan mucho. Descartóse el contramaestre, y queriendo vengarse el maese de campo, se lo impidieron ciertas personas de cuenta. Estaba a esta sazón hablando el piloto mayor con doña Isabel, quien dijo: --Riguroso viene el maese de campo; si aquel fuera el modo de acertar en lo que se pretende, tuviera próspero fin, mas a mí muy lejos me parece de acertar. Y vuelto al maese de campo, le dijo que mirase que el adelantado no gustaría que le tratase su gente con el desamor que mostraba, y más por tan leve ocasión. El maese de campo respondió con gran desgarre: --Mire lo que tenemos acá. Y el piloto mayor, lo que es razón en toda parte, mostróse indignadísimo. El maese de campo con altivez replicó: --Conóceme, ¿no sabe que soy el maese de campo, y que si navegamos los dos en una nao y le mando embestir con unas peñas que lo ha de hacer? Replicó el piloto mayor: --Cuando ese tiempo venga, haré lo que me pareciere no ser desatino; y, yo no reconozco en esta armada otra cabeza sino el adelantado que me ha entregado aquesta nao, cuyo capitán soy, y en llegando le diré las obligaciones que tiene y tengo; y créase de mí, que si entendiera ser señor de todo lo que se va a descrubrir, por sólo no ser mandado por quien tanto se adelanta y tan poca reputación muestra, no fuera a la jornada. Dos buenos soldados que se hallaron a estas razones se alteraron de lo dicho, y llegándose al piloto mayor, le dijeron que allí estaban sus personas, pues la suya habían tanto menester para su viaje. Estimó el piloto su buena voluntad, respondiéndoles que no venía a formar bandos: lo demás que pasó se deja. Embarcóse el adelantado, y con decir que pondría el remedio conveniente se quedó el piloto mayor. Viernes nueve de abril año de nuestro Salvador Jesucristo mil quinientos y noventa y cinco, mandó zarpar áncoras y dar las velas del puerto del Callao de los Reyes del Perú, que tiene de latitud meridional doce grados un tercio, en demanda de los valles de Santa, Trujillo y Saña, de su misma costa y provincia.
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CAPÍTULO IV Balam Quité, Balam Acab, Mahucutah e Iqui Balam dijeron: -Aguardemos que amanezca. Así dijeron aquellos grandes sabios, los varones entendidos, los sacerdotes y sacrificadores. Esto dijeron. Nuestras primeras madres y padres no tenían todavía maderos ni piedras que custodiar, pero sus corazones estaban cansados de esperar el sol. Y ya eran muy numerosos todos los pueblos y la gente yaqui, los sacerdotes y sacrificadores. ¡Vámonos, vamos a buscar y a ver si están guardados nuestros símbolos!, si encontramos lo que pondremos a arder ante ellos? Pues estando de esta manera no tenemos quien vele por nosotros, dijeron Balam Quitzé, Balam Acab, Mahucutah e Iqui Balam. Y habiendo llegado a sus oídos la noticia de una ciudad, se dirigieron hacia allá. Ahora bien, el nombre del lugar a donde se dirigieron Balam-Quitzé, Balam Acab, Mahucutah e Iqui-Balam y los de Tamub e Ilocab era Tulán Zuiva, Vucub Pec, Vucub Ziván. Éste era el nombre de la ciudad a donde fueron a recibir a sus dioses. Así, pues, llegaron todos a Tulán. No era posible contar los hombres que llegaron; eran muchísimos y caminaban ordenadamente. Fue entonces la salida de sus dioses; primero los de Balam-Quitzé, Balam Acab, Mahucutah e Iqui-Balam, quienes se llenaron de alegría: -¡Por fin hemos hallado lo que buscábamos!, dijeron. Y el primero que salió fue Tohil, que así se llamaba este dios, y lo sacó a cuestas en su arca a Balam-Quitzé. En seguida sacaron al dios que se llamaba Avilix, a quien llevó BalamAcab. Al dios que se llamaba Hacavitz lo llevaba Mahucutah; y al dios llamado Nicahtacah lo condujo Iqui-Balam. Y junto con la gente del Quiché, lo recibieron también los de Tamub. Y asimismo Tohil fue el nombre del dios de los de Tamub, que recibieron el abuelo y padre de los Señores de Tamub que conocemos hoy día. En tercer lugar estaban los de Ilocab. Tohil era también el nombre del dios que recibieron los abuelos y los padres de los Señores a quienes igualmente conocemos ahora. Así fueron llamadas las tres familias quichés y no se separaron porque era uno el nombre de su dios, Tohil de los Quichés, Tohil de los Tamub y de los Ilocab; uno solo era el nombre del dios, y por eso no se dividieron las tres familias quichés. Grande era en verdad la naturaleza de los tres, Tohil, Avilix y Hacavitz. Y entonces llegaron todos los pueblos, los de Rabinal, los Cakchiqueles, los de Tziquinahá y las gentes que ahora se llaman Yaquis. Y allí fue donde se alteró el lenguaje de las tribus; diferentes volviéronse sus lenguas. Ya no podían entenderse claramente entre sí después de haber llegado a Tulán. Allí también se separaron, algunas hubo que se fueron para el Oriente, pero muchas se vinieron para acá. Y sus vestidos eran solamente pieles de animales; no tenían buenas ropas que ponerse, las pieles de animales eran su único atavío. Eran pobres, nada poseían, pero su naturaleza era de hombres prodigiosos. Cuando llegaron a Tulán Zuiva, Vucub Pec, Vucub-Ziván, dicen las antiguas tradiciones que habían andado mucho para llegar a Tulán.
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CAPÍTULO IV Estaban, pues, Balam Quitzé, Balam Acab, Mahucutah e IquiBalam, estaban todos juntos en la montaña con sus mujeres y sus hijos cuando llegaron todos los guerreros y soldados. Las tribus no se componían de dieciséis mil, ni de veinticuatro mil hombres. Rodearon toda la ciudad, lanzando grandes gritos, armados de flechas y de escudos, tañendo tambores, dando el grito de guerra, silbando, vociferando, incitando a la pelea, cuando llegaron al pie de la ciudad. Pero no se amedrentaban los sacerdotes y sacrificadores, solamente los veían desde la orilla de la muralla, donde estaban en buen orden con sus mujeres y sus hijos. Sólo pensaban en los esfuerzos y vociferaciones de las tribus cuando subían éstas por las faldas del monte. Poco faltaba ya para que se arrojaran sobre la entrada de la ciudad, cuando abrieron las cuatro calabazas que estaban a las orillas de la ciudad, cuando salieron los zánganos y las avispas, como una humareda salieron de las calabazas. Y así perecieron los guerreros a causa de los insectos que les mordían las niñas de los ojos, y se les prendían de las narices, la boca, las piernas y los brazos. -¿En dónde están, decían, los que fueron a coger, los que fueron a sacar todos los zánganos y avispas que aquí están? Directamente iban a picarles las niñas de los ojos, zumbaban en bandadas los animalejos sobre cada uno de los hombres; y aturdidos por los zánganos y las avispas, ya no pudieron empuñar sus arcos ni sus escudos, que estaban doblados en el suelo. Cuando caían quedaban tendidos en las faldas de la montaña y ya no sentían cuando les disparaban las flechas y los herían las hachas. Solamente palos sin punta usaron Balam-Quitzé y Balam Acab. Sus mujeres también entraron a matar. Sólo una parte regresó y todas las tribus echaron a correr. Pero los primeros que cogieron los acabaron, los mataron; no fueron pocos los hombres que murieron, y no murieron los que ellos pensaban perseguir, sino los que los insectos atacaban. Tampoco fue obra de valentía, porque no murieron por las flechas ni por los escudos. Entonces se rindieron todas las tribus. Humilláronse los pueblos ante Balam Quitzé, Balam Acab y Mahucutah. -Tened piedad de nosotros, no nos matéis, exclamaron. -Muy bien. Aunque sois dignos de morir, os volveréis nuestros vasallos por toda la vida, les dijeron. De esta manera fue la derrota de todas las tribus por nuestras primeras madres y padres; y esto pasó allá sobre el monte Hacavitz, como ahora se le llama. En éste fue donde primero estuvieron fundados, donde se multiplicaron y aumentaron, engendraron sus hijas, dieron el ser a sus hijos, sobre el monte Hacavitz. Estaban, pues, muy contentos cuando vencieron a todas las tribus, a las que derrotaron allá en la cumbre del monte. Así fue como llevaron a cabo la derrota de las tribus, de todas las tribus. Después de esto descansaron sus corazones. Y les dijeron a sus hijos que cuando los quisieron matar, ya se acercaba la hora de su muerte. Y ahora contaremos la muerte de Balam Quitzé, Balam Acab, Mahucutah e Iqui Balam, así llamados.
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CAPÍTULO IV Tres capitanes van a descubrir la comarca de Apalache y la relación que traen Habiendo descansado el ejército algunos días y reparádose algún tanto del mucho trabajo pasado, aunque nunca en este tiempo faltaron las continuas armas y rebatos que de noche y día los enemigos daban, el gobernador envió cuadrillas de gente de a pie y de a caballo con capitanes señalados que entrasen quince y veinte leguas la tierra adentro a ver y descubrir lo que en la comarca y vecindad de aquella provincia había. Dos capitanes entraron hacia la banda del norte por diversas partes, el uno llamado Arias Tinoco y otro Andrés de Vasconcelos, los cuales, sin que les hubiese acaecido cosa que sea de contar, volvieron, el uno a los ocho días y el otro a los nueve de como habían salido del real, y dijeron casi igualmente que habían hallado muchos pueblos con mucha gente y que la tierra era fértil de comida y limpia de ciénagas y montes bravos. Al contrario dijo el capitán Juan de Añasco, que fue hacia el sur, que había hallado tierra asperísima y muy dificultosa y casi imposible de andar por las malezas de montes y ciénagas que había hallado, y tanto peores cuanto más adelante iba a mediodía. De ver esta diferencia de tierras muy buenas y muy malas me pareció no pasar adelante sin tocar lo que Alvar Núñez Cabeza de Vaca, en sus Comentarios, escribe de esta provincia de Apalache, donde la pinta áspera y fragosa, ocupada de muchos montes y ciénagas, con ríos y malos pasos, mal poblada y estéril, toda en contra de lo que de ella vamos escribiendo, por lo cual, dando fe a lo que escribe aquel caballero, que es digno de ella, entendemos que su viaje no fue la tierra tan adentro como la que hizo el gobernador Hernando de Soto, sino más allegado en la ribera del mar, de cuya causa hallaron la tierra tan áspera y llena de montes y malas ciénagas, como él dice, que lo mismo halló y descubrió, como luego veremos, el capitán Juan de Añasco, que fue del pueblo principal de Apalache a descubrir la mar, el cual hubo gran ventura en no perderse muchas veces, según la mala tierra que halló. El pueblo que Cabeza de Vaca nombra Apalache, donde dice que llegó Pánfilo de Narváez, entiendo que no fue este principal que Hernando de Soto descubrió, sino otro alguno de los muchos que esta provincia tiene, que estaría más cerca de la mar, y, por ser de su jurisdicción se llamaría Apalache como la misma provincia, porque en el pueblo que hemos dicho que era cabeza de ella se halló la que hemos visto. También es de advertir que mucha parte de la relación que Alvar Núñez escribe de aquella tierra es la que los indios le dieron, como él mismo lo dice, que aquellos castellanos no la vieron porque, como eran pocos y casi o del todo rendidos, no tuvieron posibilidad para hollarla y verla por sus ojos ni para buscar de comer y así los más se dejaron morir de hambre. Y en la relación que le daban es de creer que los indios dirían antes mal que bien de su patria, por desacreditarla para que los españoles perdieran el deseo de ir a ella, y con esto no desdice nuestra historia a la de aquel caballero.
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De cómo vinieron nuevos cristianos a la isla Y prosiguiendo el gobernador en el socorro de los españoles, por el mes de mayo del año de 1541 envió una carabela con Felipe de Cáceres, contador de Vuestra Majestad, para que entrase por el río que dicen de la Plata a visitar el pueblo que don Pedro de Mendoza allí fundó, que se llama Buenos Aires, y porque a aquella sazón era invierno y tiempo contrario para la navegación del río, no pudo entrar, y se volvió a la isla de Santa Catalina, donde estaba el gobernador, y allí vinieron nueve cristianos españoles, los cuales vinieron en un batel huyendo del pueblo de Buenos Aires, por los malos tratamientos que les hacían los capitanes que residían en la provincia, de los cuales se informó del estado en que estaban los españoles que en aquella tierra residían, y le dijeron que el pueblo de Buenos Aires estaba poblado y reformado de gente y bastimentos, y que Juan de Ayolas, a quien don Pedro de Mendoza había enviado a descubrir la tierra y poblaciones de aquella provincia, al tiempo que volvía del descubrimiento, viniéndose a recoger a ciertos bergantines que había dejado en el puerto que puso por nombre de la Candelaria, que es en el río del Paraguay, de una generación de indios que viven en el dicho río, que se llaman payaguos, le mataron a él y a todos los cristianos con otros muchos indios que traía de la tierra adentro con las cargas, de la generación de unos indios que se llaman chameses, y que de todos los cristianos e indios había escapado un mozo de la generación de los chameses, a causa de no haber hallado en el dicho puerto de la Candelaria los bergantines que allí había dejado que le aguardasen hasta el tiempo de su vuelta, según lo había mandado y encargado a un Domingo de Irala, vizcaíno, a quien dejó por capitán en ellos; el cual, antes de ser vuelto el dicho Juan de Ayolas, se había retirado, y desamparado el puerto de la Candelaria; por manera que por no los hallar el dicho Juan de Ayolas para recogerse en él, los indios los habían desbaratado y muerto a todos, por culpa del dicho Domingo de Irala, vizcaíno, capitán de los bergantines; y asimismo le dijeron e hicieron saber cómo en la ribera del río del Paraguay ciento veinte leguas más bajo del puerto de la Candelaria, estaba hecho y asentado un pueblo, que se llama la ciudad de la Ascensión, en amistad y concordia de una generación de indios que se llaman carios, donde residía la mayor parte de la gente española que en la provincia estaba; y que en el pueblo y puerto de Buenos Aires, que es en el río del Paraná, estaban hasta sesenta cristianos, dende el cual puerto hasta la ciudad de Ascensión, que es en el río del Paraguay, había trescientas cincuenta leguas por el río arriba, de muy trabajosa navegación; y que estaba por teniente de gobernador en la tierra y provincia Domingo de Irala, vizcaíno, por quien sucedió la muerte y perdición de Juan de Ayolas y de todos los cristianos que consigo llevó; y también le dijeron e informaron que Domingo de Irala dende la ciudad de la Ascensión había subido por el río del Paraguay arriba con ciertos bergantines y gentes, diciendo que iba a buscar y dar socorro a Juan de Ayolas; y había entrado por tierra muy trabajosa de aguas y ciénagas, a cuya causa no había podido entrar por la tierra adentro, y se había vuelto y había tomado presos seis indios de la generación de los payaguos, que fueron los que mataron a Juan de Ayolas y cristianos; de los cuales prisioneros se informó y certificó de la muerte de Juan de Ayolas y cristianos, y cómo al tiempo había venido a su poder un indio chane, llamado Gonzalo, que escapó cuando mataron a los de su generación y cristianos que venían con ellos con las cargas, el cual estaba en poder de los indios payaguos cautivo; y Domingo de Irala se retiró de la entrada, en la cual se le murieron sesenta cristianos de enfermedad y malos tratamientos; y otrosí, que los oficiales de Su Majestad que en la tierra y provincia residían habían hecho y hacían muy grandes agravios a los españoles pobladores y conquistadores, y a los indios naturales de la dicha provincia, vasallos de Su Majestad, de que estaban muy descontentos y desasogados; y que por esta causa, y porque asimismo los capitanes los maltrataban, ellos habían hurtado un batel en el puerto de Buenos Aires, y se habían venido huyendo con intención y propósito de dar aviso a Su Majestad de todo lo que pasaba en la tierra y provincia; a los cuales nueve cristianos, porque venían desnudos, el gobernador los vistió y recogió, para volverlos consigo a la provincia, por ser hombres provechosos y buenos marineros, y porque entre ellos había un piloto para la navegación del río.
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Cómo desembarcamos en una bahía donde había maizales, cerca del puerto de Potonchan, y de las guerras que nos dieron Y estando en las estancias y maizales por mí ya dichas, tomando nuestra agua, vinieron por la costa muchos escuadrones de indios del pueblo de Potonchan (que así se dice), con sus armas de algodón que les daba a la rodilla, y con arcos y flechas, y lanzas y rodelas, y espadas hechas a manera de montantes de a dos manos, y hondas y piedras, y con sus penachos de los que ellos suelen usar, y las caras pintadas de blanco y prieto enalmagrados; y venían callando, y se vienen derechos a nosotros, como que nos venían a ver de paz, y por señas nos dijeron que si veníamos de donde sale el sol, y las palabras formales según nos hubieron dicho los de Lázaro, "Castilan, Castilan", y respondimos por señas que de donde sale el sol veníamos. Y entonces paramos en las mientes y en pensar qué podía ser aquella plática, porque los de San Lázaro nos dijeron lo mismo; mas nunca entendimos al fin que lo decían. Sería cuando esto pasó y los indios se juntaban, a la hora de las Ave-Marías, y fuéronse a unas caserías, y nosotros pusimos velas y escuchas y buen recaudo, porque no nos pareció bien aquella junta de aquella manera. Pues estando velando todos juntos, oímos venir con el gran ruido y estruendo que traían por el camino, muchos indios de otras sus estancias y del pueblo, y todos de guerra, y desque aquello sentimos, bien entendido teníamos que no se juntaban para hacernos ningún bien, y entramos en acuerdo con el capitán que es lo que haríamos; y unos soldados daban por consejo que nos fuésemos luego a embarcar; y como en tales casos suele acaecer, unos dicen uno y otros dicen otro, eran muchos indios, darían en nosotros y habría mucho riesgo de nuestras vidas; y otros éramos de acuerdo que diésemos en ellos esa noche; que, como dice el refrán, quien acomete, vence; y por otra parte veíamos que para cada uno de nosotros había trescientos indios. Y estando en estos conciertos amaneció, y dijimos unos soldados a otros que tuviésemos confianza en Dios, y corazones muy fuertes para pelear, y después de nos encomendar a Dios, cada uno hiciese lo que pudiese para salvar las vidas. Ya que era de día claro vimos venir por la costa muchos más escuadrones guerreros con sus banderas tendidas, y penachos y atambores, y con arcos y flechas, y lanzas y rodelas, y se juntaron con los primeros que habían venido la noche antes; y luego, hechos sus escuadrones, nos cercan por todas partes, y nos dan tal rociada de flechas y varas, y piedras con sus hondas, que hirieron sobre ochenta de nuestros soldados, y se juntaron con nosotros pie con pie, unos con lanzas, y otros flechando, y otros con espadas de navajas, de arte, que nos traían a mal andar, puesto que les dábamos buena prisa de estocadas y cuchilladas, y las escopetas y ballestas que no paraban, unas armando y otras tirando; y ya que se apartaban algo de nosotros, desque sentían las grandes estocadas y cuchilladas que les dábamos, no era lejos, y esto fue para mejor flechar y tirar al terrero a su salvo; y cuando estábamos en esta batalla, y los indios se apellidaban, decían en su lengua "al Calachoni, al Calachoni", que quiere decir que matasen al capitán; y le dieron doce flechazos, y a mí me dieron tres, y uno de los que me dieron, bien peligroso, en el costado izquierdo, que me pasó a lo hueco, y a otros de nuestros soldados dieron grandes lanzadas, y a dos llevaron vivos, que se decía el uno Alonso Bote y el otro era un portugués viejo. Pues viendo nuestro capitán que no bastaba nuestro buen pelear, y que nos cercaban muchos escuadrones, y venían más de refresco del pueblo, y les traían de comer y beber y muchas flechas, y nosotros todos heridos, y otros soldados atravesados los gaznates, y nos habían muerto ya sobre cincuenta soldados; y viendo que no teníamos fuerzas, acordamos con corazones muy fuertes romper por medio de sus batallones, y acogernos a los bateles que teníamos en la costa, que fueron socorro, y hechos todos nosotros un escuadrón rompimos por ellos; pues oír la grita y silbos y vocería y priesa que nos daban de flecha y a manteniente con sus lanzas, hiriendo siempre en nosotros. Pues otro daño tuvimos, que, como nos acogimos de golpe a los bateles y éramos muchos, íbanse a fondo, y como mejor pudimos, asidos a los bordes, medio nadando entre dos aguas, llegamos al navío de menos porte, que estaba cerca, que ya venía a gran priesa a nos socorrer, y al embarcar hirieron muchos de nuestros soldados, en especial a los que iban asidos en las popas de los bateles, y les tiraban al terreno, y entraron en la mar con las lanzas y daban a manteniente a nuestros soldados, y con mucho trabajo quiso Dios que escapamos con las vidas de poder de aquella gente. Pues ya embarcados en los navíos, hallamos que faltaban cincuenta y siete compañeros, con los dos que llevaron vivos, y con cinco que echamos en la mar, que murieron de las heridas y de la gran sed que pasaron. Estuvimos peleando en aquella bataca poco más de media hora. Llámase este pueblo Potonchan, y en las cartas de marear le pusieron nombre los pilotos y marineros bahía de Mala Pelea Y desque nos vimos salvos de aquellas refriegas, dimos muchas gracias a Dios; y cuando se curaban las heridas los soldados, se quejaban mucho del dolor dellas, que como estaban resfriadas con el agua salada, y estaban muy hinchadas y dañadas, algunos de nuestros soldados maldecían al piloto Antón Alaminos y a su descubrimiento y viaje, porque siempre porfiaba que no era tierra firme, sino isla; donde los dejaré ahora, y diré lo que más nos acaeció.