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Capítulo IV La obra poética de Nezahualcoóyotl Entre los forjadores de cantos que conocemos, Nezahualcóyotl (1402-1472) es el que más amplia y merecida fama ha alcanzado. Hijo de Ixtlilxóchitl el Viejo, nació en Tetzcoco, al oriente de la ciudad de México. Desde su infancia recibió esmerada educación, tanto en el palacio paterno, como de sus maestros en el calmécac o escuela de estudios superiores. Así pudo adentrarse en el conocimiento de las doctrinas y sabiduría heredadas de los toltecas. Los años de la juventud fueron, sin embargo, en extremo difíciles. A la edad de dieciséis años vio morir a su padre asesinado por los soldados de Tezozómoc, señor de Azcapozalco. Perseguido por los que se habían adueñado de su patria y su trono, pudo ganarse el favor de quienes gobernaban en otros señoríos, como Huexotzinco y Tlaxcala, y de modo especial el de sus parientes por línea materna, los mexicas o aztecas. Aliado con estos últimos, llevó a cabo la liberación de los dominios de su padre. Así se coronó en 1431 y poco después estableció de manera definitiva la alianza con México-Tenochtitlan. Su reinado, de más de cuarenta años, fue época de esplendor. Nezahualcóyotl edificó palacios, templos, jardines botánicos y zoológicos. Fue consejero de los reyes mexicas y, como arquitecto extraordinario, dirigió la construcción de calzadas, las obras de introducción del agua a México, la edificación de diques o albarradas para aislar las aguas saladas de los lagos e impedir inundaciones. Como legislador, promulgó sabias disposiciones. Esto y otras muchas cosas acrecentaron su fama, que habría de perdurar. La obra poética de Nezahualcóyotl ha sido a veces objeto de fantasías. Quienes cayeron en ellas no tomaron en cuenta las colecciones de antiguos cantares en nahualt, donde se conservan las composiciones que realmente concibió y expresó. Cerca de treinta son los poemas que sobreviven de la obra de Nezahualcóyotl. Entre los grandes temas sobre los que discurrió están el de la fugacidad de cuanto existe, la muerte inevitable, la posibilidad de decir palabras verdaderas, el enigma del hombre frente al Dador de la vida. El conjunto de estos poemas contribuirá, más que cualquier suerte de ponderaciones, a un acercamiento al alma y la belleza de expresión de tan admirado gobernante de Tetzcoco. CREACIONES POÉTICAS DE NEZAHUALCÓYOTL CANTO DE LA HUIDA (De Nezahualcóyotl cuando andaba huyendo del señor de Azcapotzalco) En vano he nacido, en vano he venido a salir de la casa de dios a la tierra, ¡yo soy menesteroso! Ojalá en verdad no hubiera salido, que de verdad no hubiera venido a la tierra. No lo digo, pero... ¿qué es lo que haré? ¡oh príncipes que aquí habéis venido! ¿vivo frente al rostro de la gente? ¿qué podrá ser? ¡reflexiona! ¿Habré de erguirme sobre la tierra? ¿Cuál es mi destino?, yo soy menesteroso, mi corazón padece, tú eres apenas mi amigo en la tierra, aquí. ¿Cómo hay que vivir al lado de la gente? ¿Obra desconsideradamente, vive, el que sostiene y eleva a los hombres? ¡Vive en paz, pasa la vida en calma! Me he doblegado, sólo vivo con la cabeza inclinada al lado de la gente. Por esto me aflijo, ¡soy desdichado!, he quedado abandonado al lado de la gente en la tierra. ¿Cómo lo determina tu corazón, Dador de la Vida? ¡Salga ya tu disgusto! Extiende tu compasión, estoy a tu lado, tú eres dios,. ¿Acaso quieres darme la muerte? ¿Es verdad que nos alegramos, que vivimos sobre la tierra? No es cierto que vivimos y hemos venido a alegrarnos en la tierra. Todos así somos menesterosos. La amargura predice el destino aquí, al lado de la gente. Que no se angustie mi corazón. No reflexiones ya más. Verdaderamente apenas de mí mismo tengo compasión en la tierra. Ha venido a crecer la amargura, junto a ti a y tu lado, Dador de la Vida. Solamente yo busco, recuerdo a nuestros amigos. ¿Acaso vendrán una vez más, acaso volverán a vivir? Sólo una vez perecemos, sólo una vez aquí en la tierra. ¡Que no sufran sus corazones!, junto y al lado del Dador de la Vida. PONEOS DE PIE ¡Amigos míos, poneos de pie! Desamparados están los príncipes, yo soy Nezahualcóyotl, soy el cantor, soy papagayo de gran cabeza. Toma ya tus flores y tu abanico. ¡Con ellos ponte a bailar! Tú eres mi hijo, tú eres Yoyontzin. Toma ya tu cacao, la flor del cacao, ¡que sea ya bebida! ¡Hágase el baile! No es aquí nuestra casa, no viviremos aquí, tú de igual modo tendrás que marcharte. CANTO DE PRIMAVERA En la casa de las pinturas comienza a cantar, ensaya el canto, derrama flores, alegra el canto. Resuena el canto, los cascabeles se hacen oír, a ellos responden nuestras sonajas floridas. Derrama flores, alegra el canto. Sobre las flores canta el hermoso faisán, su canto despliega en el interior de las aguas. A él responden variados pájaros rojos. El hermoso pájaro rojo bellamente canta. Libro de pinturas es tu corazón, has venido a cantar, haces resonar tus tambores, tú eres el cantor. En el interior de la casa de la primavera alegras a las gentes. Tú sólo repartes flores que embriagan, flores preciosas. Tú eres el cantor. En el interior de la casa de la primavera alegras a las gentes. ALEGRAOS Alegraos con las flores que embriagan, las que están en nuestras manos. Que sean puestos ya los collares de flores. Nuestras flores del tiempo de lluvia, fragantes flores, abren ya sus corolas. Por allí anda el ave, parlotea y canta, viene a conocer la casa del dios. Sólo con nuestras flores nos alegramos. Sólo con nuestros cantos perece vuestra tristeza. Oh señores, con esto, vuestro disgusto se disipa. Las inventa el Dador de la vida, las ha hecho descender el inventor de sí mismo, flores placenteras, con ellas vuestro disgusto se disipa. SOY RICO Soy rico, yo, el señor Nezahualcóyotl. Reúno el collar, los anchos plumajes de quetzal, por experiencia conozco los jades, ¡son los príncipes amigos! Me fijo en sus rostros, por todas partes águilas y tigres, por experiencia conozco los jades, las ajorcas preciosas... SOLAMENTE ÉL Solamente él, el Dador de la Vida. Vana sabiduría tenía yo, ¿acaso alguien no lo sabía? ¿Acaso alguien? No tenía yo contento al lado de la gente. Realidades preciosas haces llover. de ti proviene tu felicidad, ¡Dador de la vida! Olorosas flores, flores preciosas, con ansia yo las deseaba, vana sabiduría tenía yo...
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CAPÍTULO IV Que fuera de los Trópicos es al revés que en la Tórrida, y así hay más aguas cuando el sol se aparta más Fuera de los Trópicos acaece todo lo contrario, porque las lluvias con los fríos andan juntas, y el calor con la sequedad; en toda Europa, es esto muy notorio, y en todo el Mundo Viejo. En todo el Mundo Nuevo pasa de la misma suerte, de lo cual es testigo todo el reino de Chile, el cual por estar ya fuera del círculo de Capricornio y tener tanta altura como España, pasa por las mismas leyes de Invierno y Verano, excepto que el Invierno es allá cuando en España Verano, y al revés, por mirar al polo contrario, y así en aquella provincia vienen las aguas en gran abundancia juntas con el frío, al tiempo que el sol se aparta más de aquella región, que es desde que comienza abril hasta todo septiembre. El calor y la sequedad vuelve cuando el sol se vuelve a acercar allá; finalmente pasa al pie de la letra lo mismo que en Europa. De ahí procede que así en los frutos de la tierra como en ingenios, es aquella tierra más allegada a la condición de Europa que otra de aquestas Idias. Lo mismo por el mismo orden, según cuentan, acaece en aquel gran pedazo de tierra que más adelante de la interior Etiopía se va alargando al modo de punta hasta el Cabo de Buena Esperanza. Y así dicen ser esta la verdadera causa de venir el tiempo de Estío las inundaciones del Nilo, de las cuales tanto los antiguos disputaron. Porque aquella región comienza por abril, cuando ya el sol pasa del signo de Aries, a tener aguas de invierno, que lo es ya allí; y estas aguas, que parte proceden de nieves, parte de lluvias, van hinchendo aquellas grandes lagunas, de las cuales según la verdadera y cierta geografía, procede el Nilo; y así van poco a poco ensanchando sus corrientes, y a cabo de tiempo corriendo larguísimo trecho, vienen a inundar a Egipto al tiempo del Estío, que parece cosa contra naturaleza y es muy conforme a ella; porque al mismo tiempo es Estío en Egipto, que está al Trópico de Cancro, y es fino Invierno en las fuentes y lagunas del Nilo, que están al otro Trópico de Capricornio. Hay en la América otra inundación muy semejante a esta del Nilo, y es en el Paraguay o Río de la Plata, por otro nombre, el cual cada año, cogiendo infinidad de aguas que se vierten de las sierras del Pirú, sale tan desaforadamente de madre y baña tan poderosamente toda aquella tierra, que les es forzoso a los que habitan en ella, por aquellos meses pasar su vida en barcos o canoas, dejando las poblaciones de tierra.
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En que se acaba la descripción del Río de la Plata Bien se ha entendido, como tengo declarado en el capítulo pasado, que entrando por el Río de la Plata, a mano derecha caen los ríos y provincias de que tengo hecha relación. En éste diré lo que contiene sobre mano izquierda a la parte del sur, tomando la costa del Río de la Plata, arriba en esta forma: desde el Cabo Blanco para Buenos Aires es tierra muy rasa y desabrigada, de malos puertos, falta de leña, de pocos ríos, salvo uno, que está 20 leguas adelante, que llaman de Tubichamirí, nombre de un cacique de aquella tierra. Este río baja de las Cordilleras de Chile, y es el que llaman el Desaguadero de Mendoza, que es una ciudad de aquel gobierno, que cae a esta parte de la Gran Cordillera en los Llanos, que van continuando a Buenos Aires, adonde hay desde la boca de este río, otras 20 leguas. Es toda aquella tierra muy llana, los campos tan anchurosos y dilatados, que no hay en todos ellos un árbol: es de poca agua, de mucha caza de venados, avestruces y gran copia de perdices, aunque de pocos naturales: los que hay son belicosos, grandes corredores y alentados, que llaman Querandíes; no son labradores, y se sustentan de sola caza y pesca, y así no tienen pueblos fundados, ni lugares ciertos más de cuanto se les ofrece la comodidad de andar de ordinario esquilmando los campos. Estos corren desde Cabo Blanco hasta el Río de las Conchas, que dista de Buenos Aires cinco leguas arriba, y toma más de otras sesenta la tierra adentro hasta la Cordillera, que va desde la mar bojeando hacia el norte, entrando por la gobernación de Tucumán. Estos indios fueron repartidos con los demás de la comarca a los vecinos de la Trinidad, que es el mismo que llaman Buenos Aires. Está situada en 36 grados abajo de la Punta Gorda sobre el propio Río de la Plata, cuyo puerto es muy desabrigado, y corren mucho riesgo los navíos estando surtos donde llaman los Pozos, por estar algo distante de la tierra. Mas la Divina Providencia proveyó de un Riachuelo, que tiene la ciudad por la parte de abajo como una milla, tan acomodado y seguro que metidos dentro de él los navíos, no siendo muy grandes, pueden estar sin amarrar con tanta seguridad como si estuvieran en una caja. Este puerto fue poblado antiguamente por los Conquistadores, y por causas forzosas que se ofrecieron, vinieron a despoblarle, donde parece que dejaron cinco yeguas y siete caballos, los cuales el día de hoy han venido a tanto multiplico, en menos de 60 años, que no se puede numerar, porque son tantos los caballos y yeguas, que parecen grandes montañas, y tienen ocupados desde el Cabo Blanco hasta el Fuerte de Gaboto, que son más de 80 leguas, y llegan adentro hasta la Cordillera. De esta ciudad arriba hay algunas naciones de indios, y aunque tienen diferentes lenguas, son de la misma manera y costumbres que los Querandíes, enemigos mortales de los españoles, y todas las veces que pueden ejercitar sus traiciones no lo dejan de hacer. Otros hay más arriba, que llaman Timbúes, y Caracarás 40 leguas de Buenos Aires en Buena Esperanza, que son más afables y de mejor trato y costumbres que los de abajo. Son labradores, y tienen sus pueblos fundados sobre la costa del río: tienen las narices horadadas, donde sientan por gala en cada parte una piedra azul o verde: son muy ingeniosos y hábiles, y aprenden bien la lengua española: fueron más de 8.000 indios antiguamente, y ahora han quedado muy pocos. Y dejando atrás el Río de Luján, y el de los Arrecifes hasta el Fuerte de Gaboto, lugar nombrado por los muchos españoles que allí fueron muertos, y pasando adelante por la ciudad de Santa Fe, de donde hay a ella otras 40 leguas con algunas poblaciones de indios, que llaman Gualachos, por abajo de esta ciudad 12 leguas entra un río, que llaman el Salado, es caudaloso, el cuál atraviesa toda la Gobernación de Tucumán, y nace de las Cordilleras de Salta y Calchaqui, baja a las juntas de Madrid y Esteco, y pasa 12 leguas de Santiago del Estero, regando muchas tierras y pueblos de indios, que llaman Tonocotes y otras naciones de aquel gobierno hasta que viene a salir donde desagua en este de la Plata. Tiene este distrito muchos indios, que fueron repartidos a los pobladores de esta ciudad, la cual está fundada en 32 grados al este con la de Córdoba. Los demás indios de esta jurisdicción no son labradores, y tienen por pan cierto género de barro, de que hacen unos bollos, y metidos en el rescoldo se cuecen, y luego para comerlos los empapan en aceite de pescado, y de esta manera los comen, y no les hacen daño ninguno. Todas las veces que se les muere un pariente, se cortan una coyuntura del dedo de la mano, de manera que muchos de ellos están sin dedos por la cantidad de deudos que se les han muerto. De aquí adelante, salen otros ríos poblados de indios pescadores, hasta una laguna que llaman de las Perlas, por haberlas allí finas y de buen oriente con ser de agua dulce, aunque hasta ahora no se ha dado en pescarlas, más de las que los indios traen a los españoles, aunque por ser todas cocidas, pierden mucho de su buen lustre y estima. De aquí a la ciudad de San Juan de Vera hay seis leguas, de la cual en el capítulo pasado hice mención, donde tiene frontero de sí el puerto de la Concepción, ciudad del Río Bermejo, que dista del río 44 leguas hacia el poniente. Tiene esta ciudad en su comarca muchas naciones de indios, que llaman comúnmente Frentones, aunque cada nación tiene su nombre propio. Están divididas en 14 lenguas distintas, viven entre lagunas, por ser la tierra toda anegadiza y llana, por medio de la cual corre el Río Bermejo, que es muy caudaloso, y sale nueve leguas más arriba de la boca del Río Paraguay, el cual tiene su nacimiento en los Chichas del Perú, juntándose en uno el Río de Tarija, el de Toropalca, y el de San Juan, con el de Homagua y Jujuy, en cuyo valle está fundada la ciudad de San Salvador en la Provincia de Tucumán, viene a salir a los Llanos, y pasa por muchas naciones de indios bárbaros, dejando a la parte del norte en las faldas de la Cordillera del Perú, los indios Chiriguanas, que son los mismos, que en el Río de la Plata llamamos Guaraníes, que toman las fronteras de los corregimientos de Mizque, Tomina, Paspaya y Tarija. Esta gente es averiguado ser advenediza de la provincia del Río de las Plata, como en su lugar haremos mención, de donde venidos, señorearon esta tierra, como hoy día la poseen, destruyendo gran parte de ella, excepto la que confina con la gobernación de Tucumán, por ser montuosa y cerrada, y los indios que por allí viven son belicosos, y todos los más de ellos Frentones del distrito de la Concepción, la cual como dije, está poblada sobre este Río Bermejo. Y dejándole aparte, siguiendo el Paraguay arriba, a la misma mano, hay algunas naciones de gente muy bárbara, que llaman Mahomas, Calchinas y Mogolas, y otras más arriba que se dicen Guaycurúes, muy belicosas, las cuales no siembran, ni cogen ningún fruto de semilla, de que se puedan sustentar, sino de caza y pesca. Estos Guaycurúes dan continua pesadumbre a los vecinos de la Asunción, que es la ciudad más antigua y cabeza de aquella gobernación; y sin embargo, de tener mucha gente de españoles e indios, con la comarca muy poblada, han sido poderosos para apretar esta República, de suerte que han despoblado más de 80 chacras y haciendas muy buenas de los vecinos, y muértoles mucha gente, como en el último libro se podrá ver. Abajo de esta ciudad cuatro leguas, entra de la parte del poniente otro río, que llaman los de aquella tierra Araguay, los Chiriguanas de la Cordillera le dicen Itia, y los indios del Perú, Pilcomayo. Nace en los Charcas, de entre las sierras que distan de Potosí y Porco para Oruro, juntándose con él muchas fuentes sobre el río de Tarapaya, que es la ribera donde están fundados lo ingenios de plata de la Villa de Potosí, y volviendo al leste, va a juntarse con el río Cachimayo, que es de la ciudad de la Plata; y bojeando al mediodía hacia el Valle de Oroncota, entrando por el corregimiento de Paspaya, dejando a la izquierda el de Tomina, cortando la gran Cordillera general, sale a los llanos, donde va por muchas naciones de indios los más de ellos labradores, aunque los pueblos de la parte del norte, que comúnmente llaman de los Llanos del Manso, los han consumido los Chiriguanas, y corriendo derecho al leste viene a entrar al del Paraguay, haciendo dos bocas frente a la Frontera, distrito de la Asunción, cuatro leguas de ella, en cuya comarca hay muchos pueblos de indios Guaraníes, donde los españoles antiguos tuvieron puerto, comunicación y amistad con ellos. Está esta ciudad fundada sobre el mismo Río del Paraguay, en 25 grados de la equinoccial, es tierra muy fértil y de buen temperamento, abundante de pesquería, caza y de mucha volatería de todo género de aves; es sana en todo lo más del año, excepto por los meses de marzo y abril, que hay algunas calenturas y mal de ojos. Da todo género de frutas de Castilla, y muchas de la tierra, en especial viñas y cañaverales de azúcar, de que tienen mucho aprovechamiento. Empadronáronse en la comarca de esta ciudad 24.000 indios guaraníes, que fueron encomendados por el gobernador Domingo Martínez de Irala, a los conquistadores antiguos. Van poblando los naturales y encomiendas de este distrito a la misma mano, río arriba, hasta la provincia de Jerez, gozando de muchos ríos caudalosos, que entran en este del Paraguay, como son Jejuí, Ipané, Piraí, donde en esta distancia, a mano izquierda, como vamos, hay otras naciones de indios que llaman Parúes y Payaguás que navegan en canoas gran parte de aquel río hasta el puerto de San Fernando, donde comúnmente tienen su asistencia en una laguna, que llaman de Ayolas, 120 leguas de la Asunción, y arriba de ella está el paraje de Santa Cruz de la Sierra, gobernación distinta, aunque esta ciudad fue poblada por los conquistadores del Río de la Plata; cuya provincia el primero que la descubrió fue Juan de Ayolas, y después la sojuzgó el capitán Domingo Martínez de Irala, donde halló en aquella tierra mucha multitud de indios labradores en grandes pueblos, aunque el día de hoy todos los más son acabados y consumidos. Esta ciudad de Santa Cruz está con la de Jerez de leste a oeste, 60 leguas del río, y la de Jerez 30 a mano derecha, la cual está ciento y tantas leguas de la Asunción. Tiene su fundación sobre un río navegable y caudaloso, que llaman los naturales Botetey, y está de la equinoccial 20 grados, tiene muy buenas tierras, está dividida en alta y baja, hay en ella muchas naciones de indios, que todos son labradores. Los que habitan en lo alto, se llaman Cutaguas y Curumias, todos de una costumbre y lengua, gente bien inclinada, y no muy bárbara; no usan ningún género de brebaje que los embriague, aunque los de abajo tienen muchos: hablan diferentes lenguas, y están poblados entre ríos y lagunas, los cuales además de las cosechas de legumbres que cogen, tienen cerca de las lagunas tanto arroz silvestre, de que hacen muy grandes trojes, y silos, que siempre se hallan provistos de este gran sustento: cogen en toda aquella provincia mucho algodón, que sin beneficio alguno se da en cantidad; y es tanta la miel de abeja silvestre, que todos los montes y árboles tienen sus colmenas y panales, que sacan gran cantidad de cera, y se aprovechan de ella en las gobernaciones del Paraguay y Tucumán. Es abundante de pastos, donde se cría todo género de ganados, y muy fértil de pan y vino, y de todas las legumbres y semillas de Castilla. Finalmente es una provincia de mucha estima y de las más nobles y ricas de aquella gobernación, porque a la falda de una Cordillera, que parte aquella tierra en alto y baja y viene bojeando desde el Brasil, se han hallado minerales de oro con muchas muestras de metales de plata. De esta provincia que va al leste, se sabe haber Pigmeos, qué habitan debajo de la tierra, y salen en los campos rasos, y a la parte del norte van continuados muchos pueblos de naturales hasta la provincia de los Colorados, junto con los que llaman de los Partis, que descubrieron los de Santa Cruz de la Sierra, que está distante de Jerez ciento treinta leguas, donde es cosa cierta haber gran multitud de naturales, divididos en 14 comarcas muy pobladas, así a la parte del norte como a la del leste y mediodía, con fama de mucha riqueza. Y volviendo a proseguir el Río del Paraguay arriba desde el paraje de Santa Cruz hasta el puerto que llaman de los Reyes, hay algunos pueblos y naciones que navegan el río hasta unos pueblos de indios llamados Arejones, los cuales viven dentro de una isla, que hace este río de más de diez leguas de largo, dos y tres de ancho. Es en fin esta amenísima tierra abundante de mil géneros de frutas silvestres, y entre ellas uvas, peras y aceitunas: tiénenla los indios toda ocupada de sementeras y chacras, y en todo el año siembran y cogen sin hacer diferencia de invierno ni verano, siendo un perpetuo temple y calidad, son los indios de aquella isla de buena voluntad y amigos de españoles; llámanles Orejones, por tener las orejas horadadas, en donde tienen metidas ciertas ruedecillas de madera, o puntas de mates que ocupan todo el agujero. Viven en galpones redondos, no en forma de pueblos, sino cada parcialidad de por sí: consérvanse unos con otros en mucha paz y amistad. Llamaron los antiguos a esta isla el Paraíso Terrenal, por su abundancia y maravillosas calidades que tiene. Desde aquí a los Jarayes hay 60 leguas, río arriba, la cual es una nación de más policía y razón de cuantas en aquella provincia se han descubierto. Están pobladas sobre el mismo Río Paraguay: los de la parte de Jerez, se dicen Jerabayanes, y los de Santa Cruz de la Sierra se llaman Maneses, y todos se apellidan Jarayes, donde hay pueblos de estos indios de seis mil casas, porque cada indio vive en la suya con su mujer e hijos. Tienen sujetas a su dominio otras naciones circunvecinas, hasta los que llaman Turtugueses, son grandes labradores, y tienen todas las legumbres de las Indias, muchas gallinas, patos, ciertos conejillos y puercos, que crían dentro de sus casas; obedecen a un cacique principal, aunque tienen otros muchos particulares, y todos están sujetos al Manes, que así llaman a ese Señor: viven en toda forma de República donde son castigados de sus caciques los ladrones y adúlteras; tienen aparte las mujeres públicas, que ganan por su cuerpo, porque no se mezclen con las honestas, aunque de allí salen muchas casadas, y no por eso son tenidas en menos; no son muy belicosos, aunque prudentes y recatados, y por su buen gobierno, temidos y respetados de las demás naciones. Han sido siempre leales amigos de los españoles, tanto que llegando a este puerto el Capitán Domingo Martínez de Irala con toda su armada, fue de ellos bien recibido, y dieron huéspedes a cada soldado, para que les proveyesen de lo necesario, y siéndolo forzoso hacer su entrada de allí por tierra, les dejó en confianza todos los navíos, balsas y canoas que llevaban, con velas, jarcias, áncoras, vergas, y los demás pertrechos que no podían llevar por tierra, y al cabo de 14 meses, que tardaron en dar vuelta de su jornada, no les faltó cosa ninguna de las que dejaron en su poder. Desea mucho esta gente emparentar con los españoles, y así les daban de buena voluntad sus hijas y hermanas, para que hubiesen de ellos generación: hablan de una lengua muy cortada, y fácil de aprender, por manera que con facilidad serían atraídos a la conversión y conocimiento de Dios. De esta provincia adelante hay otras poblaciones de gentes y naciones diferentes, hasta el Calabrés que es un cacique guaraní, que dista como 60 leguas, donde se juntan dos ríos, uno que viene de la parte del leste, y otro del poniente, d e aquí adelante no se ha navegado, puesto, que hasta estos ríos han llegado bergantines y barcos; y por ser pequeños y de poca agua, no han entrado por ellos los españoles; lo que de noticia se tiene es que por aquella parte hay muchas naciones de indios, que poseen oro y plata, en especial hacia el norte, donde entienden cae aquella laguna, que llaman del Dorado. También se ha sabido que hacia el Brasil hay ciertos pueblos de gente muy morena y belicosa, la cual ha entendido ser negros retirados de los portugueses de aquella costa, que se han mezclado con los indios de aquella tierra, la cual es muy dilatada hasta el Marañón que coge en sí todos los ríos que nacen del Reino del Perú, desde el corregimiento de Tomina, de donde sale el río de San Marcos y se junta con el río grande, que llaman de Chungurí, y luego cerca de los llanos del río de Parapití, corriendo al norte para la ciudad de San Lorenzo gobernación de Santa Cruz, adonde le llaman el Guapay, que quiere decir río que todo lo bebe, y así bajando por aquellos llanos, va recibiendo en sí todos los ríos que salen de las faldas y serranías del Perú, como son el de Pocoma, Cochabamba, Chuquiabo, y los del Cuzco y Chucuito, hasta el otro Cabo de Quito, el nuevo reino, con que viene a hacerse el más caudaloso río de todas las indias, que sale al Mar del Norte, en el primer grado de la equinoccial, sin otro muy caudaloso, que sale más al Brasil, que llaman de las Amazonas, como parece por la traza y descripción del Mapa, que aquí pongo en este lugar, advirtiendo que no lleva la puntualidad de las graduaciones y parte, que se le debían dar, porque mi intento no fue más que por ella hacer una demostración de lo que contienen aquellas provincias, costa de mar y ríos, de que trato en el discurso de este libro, como en su descripción se contiene.
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CAPÍTULO IV Actitud psicológica de Motecuhzoma Enterado por los informes de sus mensajeros de la llegada de esos forasteros que traían consigo animales y cosas tan extrañas, el ánimo de Motecuhzoma se turbó cada vez más. Los informantes de Sahagún refieren cómo envió toda clase de magos y brujos para causar algún maleficio a los españoles e impedir se acercaran a México-Tenochtitlan. En medio de sus dudas, pensando que posiblemente fueran dioses, Motecuhzoma envió también cautivos para que fueran sacrificados en su presencia. Los informantes nos describen vivamente cuál fue la reacción de los españoles al enterarse de esto. El texto indica también por qué fueron llamados "dioses" los conquistadores. Antes de "inventar" una imagen capaz de explicar la presencia de los forasteros, por una especie de proyección, se les aplica el viejo mito del retorno de Quetzalcóatl. Se pensó que eran los dioses venidos del cielo, los dioses que regresaban. Los magos fracasaron en su intento de causar un maleficio a los españoles, para lograr que decidieran mejor alejarse, Los mensajeros comunican todo esto a Motecuhzoma. En México-Tenochtitlan, tanto Motecuhzoma como el pueblo en general viven intensos días de terror. "Los dioses", o unos extraños forasteros, venidos de más allá del mar inmenso, amenazan con acercarse a la gran capital azteca. El texto indígena nos pinta algo así como un retrato psicológico de la figura de Motecuhzoma agobiado por las dudas y las vacilaciones. Al fin vemos al gran tlataoani (o rey) resignado, dominando su corazón para ver y admirar lo que habrá de suceder, Motecuhzoma envía magos y hechiceros En este tiempo precisamente despachó una misión Motecuhzoma. Envió todos cuantos pudo, hombres inhumanos, los presagiadores, los magos. También envió guerreros, valientes, gente de mando. Ellos tenían que tener a su cargo todo lo que les fuera menester de cosas de comer: gallinas de la tierra, huevos de éstas, tortillas blancas. Y todo lo que aquéllos (los españoles) pidieran, o con que su corazón quedara satisfecho. Que los vieran bien. Envió cautivos con que les hicieran sacrificio: quién sabe si quisieran beber su sangre. Y así lo hicieron los enviados. Pero cuando ellos (los españoles) vieron aquello (las víctimas) sintieron mucho asco, escupieron, se restregaban las pestañas; cerraban los ojos, movían la cabeza. Y la comida que estaba manchada de sangre, la desecharon con náusea; ensangrentada hedía fuertemente, causaba asco, como si fuera una sangre podrida. Y la razón de haber obrado así Motecuhzoma es que él tenía la creencia de que ellos eran dioses, por dioses los tenía y como a dioses los adoraba. Por esto fueron llamados, fueron designados como "Dioses venidos del cielo". Y en cuanto a los negros, fueron dichos: "divinos sucios". Hasta entonces comieron las tortillas blancas, los huevos, las gallinas, y toda especie de frutos como son: Zapote de árbol (zapotes de varios géneros). Tezonzapote (mamey). Aztazapote (zapote blanco). Zapote caca de gallina (tal vez el chicozapote). Camote, cuauhcamote, poxcauhcamote (camote manchado: morado), xochicamote (camote morado), tlapalcamote (camote rojo). Jícama, mazaxócotl (¿fruta del venado?), fruta del río (atoyajacote), guayaba (xalxócotl). Cuauhjilotes, aguacates, huajes, tejocotes, capulines, tunas, tunas rojas, tunas de dulce, tunas de zapote, tunas de agua. También comida para los "venados" (caballos); punta de tule, recortes de hierba. Y aun dizque (los envió) para que vieran qué casta de gente era aquélla: a ver si podían hacerles algún hechizo, procurarles algún maleficio. Pudiera ser que les soplaran algún aire, o les echaran algunas llagas, o bien alguna cosa por este estilo les produjeran. O también pudiera ser que con alguna palabra de encantamiento les hablaran largamente, y con ella tal vez los enfermaran, o se murieran, o acaso se regresaran a donde habían venido. Por su parte ellos hicieron su oficio, su comisión para con los españoles, pero de nada fueron capaces en absoluto, nada pudieron hacer. Se informa a Motecuhzoma del fracaso de los magos En consecuencia, al momento regresaron presurosos, dieron cuenta a Motecuhzoma de qué condición eran, y cuán fuertes: -¡No somos sus contendientes iguales, somos como unas nadas! Por lo tanto, Motecuhzoma dio órdenes rigurosas: intimó con enojo, punzantemente mandó, bajo amenaza de muerte impuso precepto a los mayordomos y a todos los principales, capitanes, de que vieran y cuidaran esmeradamente sobre todo lo que aquéllos pudieran necesitar. Y cuando salieron de sus naves (los españoles) y al fin ya van a emprender la marcha hacia acá, y ya están en movimiento, ya van siguiendo su camino, fueron muy esmeradamente cuidados, se les hicieron honores: venían bajo el amparo de ellos, vinieron siguiendo su camino: mucho se hizo en favor suyo. La angustia de Motecuhzoma y del pueblo en general Ahora bien, Motecuhzoma cavilaba en aquellas cosas, estaba preocupado; lleno de terror, de miedo: cavilaba qué iba a acontecer con la ciudad. Y todo el mundo estaba muy temeroso. Había gran espanto y había terror. Se discutían las cosas, se hablaba de lo sucedido. Hay juntas, hay discusiones, se forman corrillos, hay llanto, se hace largo llanto, se llora por los otros. Van con la cabeza caída, andan cabizbajos. Entre llanto se saludan; se lloran unos a otros al saludarse. Hay intento de animar a la gente, se reaniman unos a otros. Hacen caricias a otros, los niños son acariciados. Los padres de familia dicen: -¡Ay, hijitos míos!# ¿Qué pasará con vosotros? ¡Oh, en vosotros sucedió lo que va a suceder!# Y las madres de familia dicen: -¡Hijitos míos! ¿Cómo podréis vosotros ver con asombro lo que va a venir sobre vosotros? También se dijo, se puso ante los ojos, se le hizo saber a Motecuhzoma, se le comunicó y se le dio a oír, para que en su corazón quedara bien puesto. Una mujer, de nosotros los de aquí, los viene acompañando, viene hablando en lengua náhuatl. Su nombre, Malintzin; su casa, Teticpac. Allá en la costa primeramente la cogieron# Por este tiempo también fue cuando ellos (los españoles), hacían con instancia preguntas tocante a Motecuhzoma: cómo era, si acaso muchacho, si acaso hombre maduro, si acaso viejo. Si aún tenía vigor, o si ya tenía sentido de viejo, si acaso ya era un hombre anciano, si tenía cabeza blanca. Y les respondían a los "dioses", a los españoles: -Es hombre maduro; no grueso, sino delgado, un poco enjuto; no más cenceño, de fino cuerpo. Motecuhzoma piensa en huir Pues cuando oía Motecuhzoma que mucho se indagaba sobre él, que se escudriñaba su persona, que los "dioses" mucho deseaban verle la cara, como que se le apretaba el corazón, se llenaba de grande angustia. Estaba para huir, tenía deseos de huir; anhelaba esconderse huyendo, estaba para huir. Intentaba esconderse, ansiaba esconderse. Se les quería esconder, se les quería escabullir a los "dioses". Y pensaba y tuvo el pensamiento; proyectaba y tuvo el proyecto; planeaba y tuvo el plan; meditaba y andaba meditando en irse a meter al interior de alguna cueva. Y a algunos de aquéllos en quienes tenía puesto el corazón, en quienes el corazón estaba firme en quienes tenían gran confianza, los hacía sabedores de ello. Ellos le decían: -"Se sabe el lugar de los muertos, la Casa del Sol, y la Tierra de Tláloc, y la Casa de Cintli. Allá habrá que ir. En donde sea tu buena voluntad". Por su parte él tenía su deseo: deseaba ir a la Casa de Cintli (templo de la diosa del maíz). Así se pudo saber, así se divulgó entre la gente. Pero esto no lo pudo. No pudo ocultarse, no pudo esconderse. Ya no estaba válido, ya no estaba ardoroso; ya nada se pudo hacer. La palabra de los encantadores con que habían trastornado su corazón, con que se lo habían desgarrado, se lo habían hecho estar como girando, se lo habían dejado lacio y decaído, lo tenía totalmente incierto e inseguro por saber (si podría ocultarse) allá donde se ha mencionado. No hizo más que esperarlos. No hizo más que resolverlo en su corazón, no hizo más que resignarse; dominó finalmente su corazón, se recomió en su interior, lo dejó en disposición de ver y de admirar lo que habría de suceder.
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CAPITULO IV De las providencias generales con que pueden precaverse los desórdenes indicados De la demostración que hemos hecho de los males y desórdenes en que abunda la campaña de Montevideo es muy fácil descender a los remedios, y poniéndose por obra cualquiera de los que tenemos meditados cesarán aquellos, y trascenderá el beneficio al comercio en general, y a todas las clases del Estado, que tienen relación o dependencia de este resorte universal. Sin otra providencia que la de prohibir a los comerciantes el manejo de las estancias teníamos andado la mitad del camino. Traídas las estancias a manos de labradores, y restituido a éstos el derecho exclusivo de abastecer de cueros a los comerciantes de Europa, encontrarían en esta negociación un lucro sobrado sin necesidad de tocar en el ganado cimarrón. Medio millón de cueros con que proveyese a España el campo de Montevideo por mano de cien hacendados que faenasen a cinco mil cada uno, les dejaba mucha ganancia, aunque no las vendiesen más que a ocho reales, pues no les bajaría en este caso de un cincuenta por ciento; y no pudiendo concurrir el campo de Buenos Aires con otro medio millón, debemos considerar que el de Montevideo habría de poner en la mar las tres cuartas partes del millón, y que éste más ganaría. Repartidas entre hombres de campo las tierras que hoy poseen los comerciantes, harían aquellos lo que no pueden hacer éstos, que sería poblarlas, habilitarlas, cultivarlas y buscar en ellas por medios lícitos las ganancias que solicitan en el ganado cimarrón; y aunque no se prohibiese la entrada de cueros orejanos, bastaría poner toda la tierra en manos de hombres útiles, criados en la campaña para que ninguno quisiese salir de su casa a buscar en la sierra lo que podía hallar en su estancia; mayormente si para fomentarlos, y hacerles sentir más antes el provecho, se les repartía con el terreno un número de dos a tres mil cabezas que hiciesen casta en el primer año. La experiencia nos ha enseñado que el que tiene estancia poblada y pastoreada no necesita de otro arbitrio de buscar la vida y así no roba ganado ni se dedica al contrabando; y sólo ejerce estas dos granjerías el que tiene una estancia yerma e inhabitada, sin otro fin que el que le sirva de trampa para la caza del ganado y de pasaporte para introducirlo. E1 que cría su ganado a rodeo cuida de engordarlo, caparlo, y herrarlo, tiene cueros, grasa, sebo y carne fresca o salada para el abasto y comercio, con que le sobra para mantenerse honestamente, y no necesita de robar. Si las tierras usurpadas por los comerciantes y los ganados silvestres de la campaña se repartiesen a los mismos changadores y peones de campo conseguiríamos hacer un vasallo útil de un ladrón y de un contrabandista; porque teniendo tierras y ganado propio no codiciaría el ajeno a que los conduce hoy su ocio y su necesidad extrema. La exclusión de los comerciantes del dominio y posesión de los terrenos que manejan con títulos de estancias no es un proyecto de que nos debamos lisonjear. Es la pena que impone la ley de indias a los pobladores que no edifican los solares ni labran las tierras que les han sido repartidas. Sin embargo de esto hay todavía un medio más sencillo de ver logrado nuestro fin sin entrar en discusiones con los hacendados comerciantes; y consiste en gravar con ocho reales a favor del ramo de guerra la entrada del cuero orejano en vez de los dos que pagan hoy unos y otros. Esta resolución nos negociaría inmediatamente la suelta de las estancias que poseen los comerciantes, y pondría en salvo el ganado orejano del lazo, y de la media luna. Luego que ya se pusiese en planta se verían obligados los comerciantes a abandonar unas estancias en que no podían criar ganado manso ni manejar un título para introducir el cimarrón. Que no criarían ganado manso es cosa efectiva, porque esta ocupación requiere la asistencia personal del dueño, la cual es imposible al comerciante. Pero si a pesar de este grave obstáculo se resolviese a hacer cría mejor para nuestro intento. Lo que no tiene duda es que estando grabado el cuero orejano con ocho reales de entrada estaría bien seguro el silvestre de que ninguno lo tocase, porque este gasto sobre los ordinarios de faena, conducción, alcabala, almacenaje, apaleo y embarque excluye toda ganancia aun cuando se vendiese a dieciocho reales. Precisando el comerciante a criar o a abandonar la estancia sucedería lo mismo al changador, que abarcaría tierras para criar, o mudaría de oficio, porque no habiendo comercio de ganado orejano faltaría la materia de su oficio; y para que no quedase hecho un vago a vista de su imposibilidad de comprar tierras y ganado sería lo más oportuno repartirle uno y otro de los sobrantes de ambas cosas, en que abunda la campaña. Tan útil nos parece el pensamiento de repartir toda la campaña en suertes de estancias de a diez o doce leguas cuadradas, y el aplicar a estos nuevos colonos un cierto número de cabezas, que con sólo este arbitrio quedaba defendida la internación de cueros orejanos al Brasil aunque se indultase de todo gravamen. Acomodados estos hombres sobre un terreno de diez o doce leguas y pobladas éstas de dos o tres mil cabezas, que al año siguiente subirían a cuatro mil y a seis mil el subsiguiente mirarían con tanto horror el oficio de ladrones que acaso les sería de tormento y de vergüenza la memoria de haberlo sido. Ninguno habría que quisiese salir de su casa y dejar por un mes al cuidado de su estancia para destrozar reses a beneficio del que mande darles muerte, siendo cierto que ninguno de estos miserables se ha visto con dos camisas, ni hay uno que tenga más fondo que la ropa que trae puesta. Estos infelices han trabajado siempre para otros. Parecidos a los asesinos, nunca han sacado más provecho de su iniquidad que el escaso jornal que han querido darles. Por tanto, hemos oído a muchas personas y tenérnoslo por verdad que atraídos estos pobres de algún interés a mejor vida, dejarían la que hacen tan desastrada, y se tendrían por muy dichosos. Ellos mismos serían en este caso los más celosos guardas del campo para que no pasase ganado a los portugueses. Pero cuando este rico tesoro no se quisiese fiar a la custodia de los que tantas veces lo han robado, podrán continuar los resguardos con el aumento de las tres guardias a que en el día se les están haciendo casas; y si éstas no bastan con los fuertes de San Miguel, Santa Teresa y Santa Tecla que mucho tiempo hace guarnecen las fronteras, pueden adelantarse hasta seis en los parajes donde otras veces se ha pensado establecerlas. Y para que se excusen éstas y aquéllas, y baste con una o dos, sería buen arbitrio imponer de muerte o a lo menos de diez años de presidio y doscientos azotes al que venda cueros o traspase ganado a cualquiera vasallo de Su Majestad Fidelísima cometiéndose la sustanciación de la causa y la imposición de la pena (por virtud de proceso militar) al jefe del campo a quien se confía su arreglo privativamente. Una pena de esta gravedad para unos hombres a quienes se quita la tentación de delinquir con quitarles la hambre y la ociosidad y que por otra parte pretenderán borrar la infamia de su antecedente vida, tenemos por muy cierto que baste para la enmienda de los desórdenes pasados, y que nos dé en cada delincuente un labrador y un buen vasallo. Las tierras que se les repartan deben ser las más fronteras a los portugueses por entre las guardias y los fuertes, teniendo por limite el río Yacuy por la parte del norte, y por el occidente y el oriente el Uruguay y la costa del mar. Esta providencia mira a dos fines, uno es que impedido el paso al ganado por las inmediaciones de las fronteras, retroceda y ocupe el centro de donde lo han ahuyentado las correrías de los indios y las de los changadores; y el otro, que habiendo estos nuevos pobladores los terrenos más contiguos a nuestras guardias y fortalezas estén más bien celados y se les olviden hasta los deseos de comunicación con los portugueses. Las vaquerías de los indios guaraníes deben cesar enteramente y aunque cesarían sin otra providencia que la del gravamen de los ochos reales sobre cada cuero orejano se les debe hacer entender por sus doctrineros, y publicarse por bando que les quedan prohibidas aquellas absolutamente sobre toda especie de ganado, ya sea osco, o ya de cualquiera otro color, bajo la pena de cincuenta azotes y de seis meses de cárcel. Así pensamos que quedan remediados de una vez, y para siempre, los desórdenes y excesos de los hacendados, changadores, indios y portugueses que tanto daño han hecho al Estado. Pero si nos es lícito decir lo que sentimos, sólo quedan remediados exteriormente al modo que se evitan los delitos de un facineroso encerrándolo en una prisión. Este método no alcanza más que a paliar el mal, dejando en el fondo la raíz de la enfermedad; es parecido al que usa un físico en la curación de una llaga cuando por ignorar el arte la cierra en falso, que volviendo abrir su boca necesita tratarse de nuevo, y sanar ante todas cosas el daño de la primera curación. Otro es, a nuestro entender, el remedio que debe emplearse para desvanecer en su origen el principio de tantos males políticos; remedio a cuya eficacia cederán inmediatamente; y que es más sencillo, sólido y conveniente que los que dejamos apuntados, aunque de ambos deberá hacerse uso al mismo tiempo. Del arbitrio principal que debe plantificarse para la reforma de los habitantes de la campaña de Montevideo Una sola providencia es capaz de todo lo que deseamos encontrar por entre una multitud de proyectos y combinaciones siempre inferiores en sus alcances a la malicia humana. Bastaría a nuestro ver para remedio universal de la campaña en todo el cúmulo de sus males por santificar en ella la religión. La semilla del Evangelio, sembrada en estos campos por medio de una bien entendida política y por unos obreros verdaderamente religiosos, mejoraría o renovaría de tal manera la faz de esta tierra que sería suficiente a civilizar sus habitantes, a subordinarlos, a hacerlos aplicados, y a convertirlos en vasallos útiles, que hiciesen calmar el rigor de las leyes criminales, y excusada la combinación de tantos remedios como hemos apuntado. Este pensamiento envuelve una verdad sencilla, que desenrollando descubre su grande importancia. La religión pues, la religión cristiana, de que sólo hay en la campaña una noticia, o de que sólo se sabe el nombre, traería al Estado todas las grandes ventajas que se pretenden buscar a mucha costa en los filos de la espada y por las manos de verdugo. La religión católica establecida por los exjesuitas en los treinta pueblos de Misiones, fue la mejor arma que sujetó a unos neófitos que vivían en la infidelidad adorando al sol, o a la luna. Por la disciplina de aquellos misioneros se hallan hoy reducidos aquellos infieles a unos ciudadanos útiles que viven de la labor de sus manos, sin ofender a nadie; humildes y obedientes al que los gobierna; expertos en la agricultura; y lo que es más admirable, maestros en el canto llano, prácticos en la liturgia, diestros en el manejo de instrumentos de cuerda, aire, y tecla; versadísimos en la solfa, hábiles en el pincel, sueltos en el bordado, famosos en el tejido, y en una palabra con una asombrosa disposición a copiar todo cuanto ven, sin más maestro muchas veces que la vista del original que se proponen imitar. Estos ejemplos ofrecen a la evidencia una prueba, la más robusta, intergiversable y sólida de la eficacia de la religión para hacer deponer a los hombres toda especie de ferocidad y domesticar sus espíritus hasta el punto que se estime conve-niente. Por el contrario, la falta de este freno de seda vuelve indómitos a los racionales, y hace libertinos a los mismos católicos. No sería fácil encontrar paganos, idólatras ni herejes entre los vecinos de nuestra campaña; todos ellos que tienen y confiesan (si se les pregunta) lo que enseña y predica la Santa Iglesia Católica; pero en las costumbres, en las inclinaciones y en el conocimiento del verdadero Dios poquísima será la diferencia, si hay alguna, de estos campesinos con un gentil. No es éste un hipérbole oratorio, ni convenía a la simplicidad de este papel semejantes exageraciones. Es por nuestra desgracia una verdad demasiado notoria. Los homicidios, el incesto, el adulterio y hasta los crímenes nefandos, se cometen en la campaña con la mayor serenidad que lo que cuesta el referirlo. Del hurto y de la embriaguez, se opina y se hace uso como de una acción lícita o indiferente. Los amencebamientos y la permanencia en la mayor excomunión por espacio de diez, quince, veinte y treinta años son noticias muy familiares en los oídos de los confesores. Llegar los hombres a la edad de la adolescencia sin haber recibido más que un solo sacramento, o ninguno es demasiado común. Entrar en la pubertad, así hombres como mujeres, sin saber la oración del Padre Nuestro acontece a la mayor parte de los que nacen en la campaña; robarse los hombres a las mujeres, y traerlas de toldería en toldería por muchos años se oye a cada paso. Sorprender los maridos a sus mujeres in fraganti delito y luego salir demandándolas ante los jueces es cosa que causa admiración a los recién llegados a la América, hasta que la costumbre de oírlo desavenece la novedad. E1 modo y el motivo de matar a un hombre en la campaña es de las cosas más monstruosas que se oyen en aquellos destinos, y para la cual apenas se atinaría con la causa. Porque se mata a un hombre abriéndolo en canal como a un cerdo; y el fundamento de esta inhumanidad ha sido tan despreciable que a veces no ha sido otro que el antojo de matar. Hemos visto más de un reo que ha dado por razón de un homicidio atroz el deseo de ser ahorcado. E1 uso del cuchillo es irremediable en la campaña; el de la bebida es el más común deleite; la efusión de sangre es el único ejercicio en que se ocupan; temor a la justicia no hay porque tenerlo; a Dios no se le conoce aquí. Con que acostumbrada la vista y las manos de aquellos hombres a ver correr ríos de sangre, a lidiar con fieras, y a vivir entre ellas, se les endurece el corazón, y votan lejos de ellos la humanidad y el amor fraterno, que juzgan de la vida de sus semejantes poco o menos más que de la de un novillo. ¿Qué excesos, pues, no cometerían en el uso de la venus unos hombres que en nada lo parecen, sino en la figura? Unos hombres que no están ligados a sus semejantes por religión, ni por vínculos de carne y sangre en su modo de pensar. ¿Qué pecado habrá que les parezca enorme, si lo pide la sensualidad? Ninguno por cierto, porque donde no hay fe actual, ni temor, ni ley, preciso es que el hombre se embrutezca, y haga obras semejantes a una fiera. Consiguiente a esto es que el sacramento del matrimonio sea muy poco frecuentado en la campaña; porque entre unas gentes donde el amancebamiento no causa rubor, ni tiene penas temporal y el patrimonio del más acomodado consiste en saber enlazar un toro, o en ser más diestro en robar, claro está que poco anhelo puede haber por subyugarse al matrimonio. No es menos claro el punto de la educación, costumbre y doctrina de unos hijos nacidos de barraganas, de parientas, de casadas y de unos padres tales cuales quedan dibujados; con que la población al paso que se multiplican los medios para que se aumente no casa lo que correspondía; y la que hay es tan perniciosa y de infecto origen que sería mejor que no la hubiese. Pero todo esto con ser absolutamente cierto, como lo es y dicho sin ponderación, es cosa que debe causar muy poco espanto al que reflexione la constitución de nuestros campos en los dos sistemas, espiritual y temporal. Considérese el territorio de que hablamos tomándolo desde Montevideo hacia el norte un espacio de más de cuatrocientas leguas de largo, y de doscientas poco menos de ancho; y asiéntese por supuesto que en todo este océano de tierra no hay quizás una docena de capillas, ni una población formal. Maldonado, las Minas, la Colina, Santo Domingo Soriano, las Víboras, las Piedras, el Rosario, las Corrientes, y Canelones (situados todos a la orilla del agua) son las únicas iglesias que se conocen hasta el Paraguay, a reserva de los pueblos de Misiones. El terreno está poblado de habitantes, con que resulta que a excepción de aquellos pocos que viven vecinos a estas iglesias, los demás tienen la misa a diez, quince, veinte y más leguas de sus casas; y el que la tiene a dos o tres no más casi siempre encuentra en la crudeza del temperamento, y en la frecuencia de los robos un impedimento sino físico, moral y legítimo para excusarse de oírla; de manera que a las veces se pasa el año sin que hayan oído misa los que han deseado oirla; y muchos o todos los de su vida a los que no han hecho esta intención. Los muertos, si no tienen pertenencias, se entierran donde se puede buenamente y siempre hay que conducirlos en carros por espacio de muchas leguas, si se han de sepultar en sagrado; pero casi siempre sin exequias ni sufragios. Aun en el mismo puerto de Montevideo con ser tan Populoso, que llegará su población a diez o doce mil almas, es común quedarse sin misa alguna gente por falta de iglesias, pues sólo hay dos muy reducidas, a donde no sin mucha incomodidad oyen misa los que viven más cercanos a ellas de murallas adentro. En los oratorios privados de la campaña sólo hay misa cuando residen los dueños a quienes se concedieron, y esto no todas veces; con que en una palabra el oir misa en la campaña la gente que la habita es pura casualidad. ¿Pues cuándo cumplirán con el precepto de la confesión y comunión anual unos hombres que rehusan el oir misa en los días de fiesta, y que nunca se congregan a oir la palabra de Dios, ni tienen a quien oírla? Unas gentes, pues, nacidas, criadas, y avecindadas en parajes donde se ignora hasta el nombre del rey que gobierna; donde no se ve administrar los santos sacramentos; donde no se oye predicar jamás; donde rara vez se encuentra misa; donde el trato es con las fieras; donde apenas se conoce el pan; donde no se sabe lo que quiere decir vigilia; donde apenas se tiene idea de la eternidad, donde oscuramente se sabe lo que es pecado mortal; en una palabra, donde pocos o ningunos saben los primeros rudimentos del catecismo, y ni aun el persignarse; ¿no sería un milagro del Altísimo que floreciese la paz y la justicia? ¿No puede pasar por obra de la Providencia que los hombres no se coman los unos a los otros? Si el señor no guarda la ciudad, en vano se desvela el que ha de guardarla. Si la religión y la doctrina del Evangelio no se planta primero en esta tierra, jamás llevará frutos de buenas costumbres. Ilumine la fe los entendimientos de tanto miserable, y sus corazones se harán capaces de todos los sentimientos que pretende inspirar la política. Estos son unos hombres casi muertos para la vida espiritual; o unos cuerpos semivivos, que necesitan de piadosos samaritanos que se hagan cargo de curarles sus heridas. Son aquellos difuntos ya corrompidos, a quienes simbolizó Lázaro en el sepulcro, necesitan de Jesucristo que les vuelva la vida. Venga este señor a la campaña y sobrarán los resguardos. Vengan obreros espirituales; venga la Doctrina cristiana; amanezca la luz del evangelio sobre unos ciegos de nacimiento, más infelices que el de Jericó, pues no conocen su ceguera; entren a esta copiosa mies operarios de Jesucristo con las hoces de sus leguas, dando a conocer al que los envía, y venga detrás la política, la justicia, los reglamentos, los ministros del rey, el comercio, la agricultura, la industria, y todo hallará cuartel. Pero principiar por estas lecciones la enseñanza, y olvidarse de aquella disciplina es poner la carreta delante de los bueyes, o querer que lea el que no conoce el alfabeto. No hay duda que si se entabla alguno de estos proyectos que hemos insinuado, se reformará el estado de la campaña, porque los hombres, y aún los brutos ceden al rigor de los castigos; pero cuando se hayan connaturalizado con el azote, cuando se hayan familiarizado sus ojos con los suplicios, perderá entre ellos el castigo toda su eficacia, y la lástima común vendrá a desarmar el brazo del verdugo. Así se observa que aconteció en Roma en tiempo de sus reyes que del rigor pasó a la indolencia, y de la indolencia a la impunidad; porque a la verdad no es la crueldad de las penas el mayor freno para contener los delitos; antes se ha visto más de una vez que los grandes tormentos, endurecidos los ánimos de los hombres, han perdido la virtud del escarmiento, y los ha hecho más atrevidos. El Montesquieu testifica esta verdad con ejemplares de diversas capitales de Asia y de Europa donde los delitos más atroces se han visto nacer de la acerbidad de las penas. Los robos en despoblado, dice este escritor, que eran tan frecuentes en algunos países que se inventó para desterrarlos el suplicio de la rueda; y que después de algún tiempo se robaba como antes en los caminos. Del Japón refieren los viajeros que se compiten en crueldad de las penas con la atrocidad de los delitos y que no son menos frecuentes que si absolutamente no se castigaran. véase lo que escribe de Turquía el autor de la obra intitulada Legislación Oriental acerca de los panaderos turcos, a los cuales asegura este escritor, en calidad de testigo de vista, que ahorcan casi todas las semanas por lo que rebajan en el pan; y que sin embargo de tan excesivo rigor se tropieza en la calle todos los días los cuerpos de los ahorcados. Tan verdad como todo esto es que no se halla en la crueldad de los castigos el vínculo de la obediencia, y del buen orden que se desea establecer en una república. Pero cuando hablamos de plantear la subordinación y de introducir la disciplina civil en unos campos abiertos a toda especie de vicios, y de docilitar a unos hombres montaraces que llevan desde la niñez el fuego de sus iniquidades, que no son sensibles a la vergüenza, y por decirlo de una vez, que nada tienen que perder, es empresa de mayor riesgo el arrojarse de un golpe sobre ellos a ponerles la ley, y despojarlos arrebatadamente de la abusiva libertad en que han estado toda su vida. Puede considerarse tan difícil este logro que acaso se haga imposible, y vengan a ser los últimos desaciertos de estos hombres peores que los que se pretenden enmendar. Por el contrario el fiar a la religión todo el éxito del negocio, no ofrece riesgo el menor. Semejante tentativa no puede dar en ningún tiempo motivos de arrepentimiento, así como no los dió y fue tan eficaz para la conquista de la América de mano de unos infieles; y no es verosímil que hallemos a Dios menos propicio para esta empresa que lo encontramos para aquella. La predicación del Evangelio puede obrar de muchas maneras la reducción que se pretende de estos forajidos; porque primeramente alumbra el entendimiento y destierra la ignorancia, que es el principio de nuestros desaciertos, y lo fue del deicidio que se ejecutó en Jerusalem; induce al temor de Dios; y dejando aparte otros efectos puramente espirituales, instruyen las leyes del vasallaje, las cuales nos guían a amar al soberano, y a servirlo por amor, a temerlo como a ministro del Altísimo, a observar sus leyes, y para explicarme en la frase de Jesucristo, nos enseña a dar al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios. Porque siguiendo esta misma parábola, en el campo no se sabe de quien es la imagen de la moneda, esto es, quien es el que nos gobierna, y cuales son sus derechos que le son debidos de justicia que no se le pueden usurpar sin delito. Se puede asegurar sin peligro que de diez vecinos de nuestra campaña, creen los nueve que el contrabando es un acto lícito en el fuero interno, y que no tiene más reato que el de la pena corporal si llega a ser aprendido el contrabandista; y el uno que resta de los diez, no cree positivamente que el contrabando sea pecado; bien que como ya se ha dicho la mayor parte de la gente de la campaña ignora el nombre del soberano reinante con estar tan reciente su exaltación. El efecto más provechoso a nuestro intento, que viene con la predicación del Evangelio en la campaña, es la reducción o la reunión de familias que se ve en cualquier parte del orbe cristiano luego que se levanta una capilla o una ermita. Así como el agua y los montes atraen las gentes para fundar pueblos y meterse en sociedad, así un altar entre los católicos congrega a los hombres y a las mujeres, y resultan los matrimonios, de donde viene la multiplicación de los linajes. Luego que hay iglesia y hay pastor se congrega el rebaño, se planta la devoción, la virtud, la política, la justicia, y las buenas costumbres, y todo lo que se quiere que haya, en sabiéndolo negociar. De manera que siendo unos mismos los hombres antes y después de reunidos en sociedad empiezan a parecer otros desde que se congregan a vivir en compañía. Como nada hay más infalible que la religión católica, tampoco hay cosa que sea más amable a los que la mamaron en la cuna; y desde el momento que va entrando por nuestros ojos la luz de las verdades eternas, se va insinuando en nuestros corazones la obediencia a los superiores, y nos va haciendo declinar de nuestro amor a la independencia. Por lo dicho, estamos bien persuadidos según el carácter flexible de aquellos naturales, que se difundiesen por nuestra campaña unos operarios celosos que misionasen el evangelio por las estancias más pobladas, y se levantasen junto a ellas algunas capillas, regidas por unos párrocos desinteresados y de mucha caridad, que incesantemente trabajasen en administrar el pasto espiritual, en breve sería la campaña un nuevo mundo y una brillante piedra que esmaltase y diese doble precio a la diadema de nuestro soberano. Las conveniencias que de la planificación de este proyecto sacaría el Estado, la iglesia, el comercio y la real hacienda exceden de lo que se puede explicar, y aún de lo que se puede comprender. Es obra de muchos volúmenes lo que se puede calcular sobre este plan. Entonces se verían logrados sin tropiezo los dos grandes proyectos de la salazón de carnes, y el de la pesca de la ballena, sobre que tanto se ha trabajado inútilmente; proyectos bastantes por sí solos a estimular por la conservación de esta América, cuando no produjesen otros frutos; y cuando no se lograsen éstos, aseguraríamos el comercio exclusivo de los cueros, más pingüe y lucrativo que el beneficio de los ricos minerales.
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CAPÍTULO IV Que en la Tórridazona corren siempre Brisas, y fuera de ella Vendavales y Brisas No es el camino de mar como el de tierra, que por donde se va por allí se vuelve. El mismo camino es, dijo el filósofo, de Atenas a Tebas, y de Tebas a Atenas. En la mar no es así; por un camino se va y por otro diferente se vuelve. Los primeros descubridores de Indias Occidentales y aun de la Oriental, pasaron gran trabajo y dificultad en hallar la derrota cierta para ir y no menos para volver, hasta que la experiencia, que es la maestra de estos secretos, les enseñó que no era el navegar por el Océano, como el ir por el Mediterráneo a Italia, donde se va reconociendo a ida y vuelta unos mismos puertos y cabos y sólo se espera el favor del aire, que con el tiempo se muda. Y aun cuando esto falta, se valen del remo, y así van y vienen galeras costeando. En el mar Océano, en ciertos parajes no hay esperar otro viento; ya se sabe que el que corre ha de correr más o menos; en fin, el que es bueno para ir no es para volver, porque en pasando del Trópico y entrando en la Tórrida, señorean la mar siempre los vientos que vienen del nacimiento del sol, que perpetuamente soplan, sin que jamás den lugar a que los vientos contrarios por allí prevalezcan ni aún se sientan; en donde hay dos cosas maravillosas: una, que en aquella región que es la mayor de las cinco en que dividen el mundo, reinen vientos de Oriente que llaman Brisas, sin que los de Poniente o de Mediodía, que llaman Vendavales, tengan lugar de correr en ningún tiempo de todo el año. Otra maravilla es que jamás faltan por allí Brisas, y en tanto más ciertas son cuanto el paraje es más propincuo a la Línea que parece habían de ser allí ordinarias las calmas, por ser la parte del mundo más sujeta al ardor del sol, y es al contrario, que apenas se hallan calmas y la Brisa es mucho más fresca y durable. En todo lo que se ha navegado de Indias se ha averiguado ser así. Ésta, pues, es la causa de ser mucho más breve y más fácil, y aun más segura la navegación que se hace yendo de España a las Indias Occidentales, que la de ellas volviendo a España. Salen de Sevilla las flotas y hasta llegar a las Canarias, sienten la mayor dificultad, por ser aquel golfo de las Yeguas, vario y contrastado de varios vientos. Pasadas las Canarias, van bajando hasta entrar en la Tórrida y hallan luego la Brisa, y navegan a popa, que apenas hay necesidad de tocar a las velas en todo el viaje. Por eso llamaron a aquel gran golfo de las Damas, por su quietud y apacibilidad. Así llegan hasta las Islas Dominica, Guadalupe, Deseada, Marigalante y las otras que están en aquel paraje, que son como arrabales de las tierras de Indias. Allí las flotas se dividen, y las que van a Nueva España, echan a mano derecha en demanda de La Española, y reconociendo el cabo de San Antón, dan consigo en San Juan de Lúa, sirviéndoles siempre la misma Brisa. Las de tierra firme toman la izquierda y van a reconocer la altísima sierra Tairona, y tocan en Cartagena y pasan a Nombre de Dios, de donde por Tierra se va a Panamá, y de allí por la mar del Sur al Pirú. Cuando vuelven las flotas a España, hacen su viaje en esta forma: La del Pirú va a reconocer al cabo de San Antón, y en la isla de Cuba se entra en La Habana, que es un muy hermoso puerto de aquella isla. La flota de Nueva España viene también desde la Veracruz o isla de San Juan de Lúa a La Habana, aunque con trabajo, porque son ordinarias allí las Brisas, que son vientos contrarios. En La Habana, juntas las flotas, van la vuelta de España buscando altura fuera de los Trópicos, donde ya se hallan Vendavales, y con ellos viene a reconocer las islas de Azores o Terceras, y de allí a Sevilla. De suerte que la ida es en poca altura y siempre menos de veinte grados, que es ya dentro de los Trópicos, y la vuelta es fuera de ellos, por lo menos en veinte y ocho o treinta grados. Y es la razón la que se ha dicho que dentro de los Trópicos, reinan siempre vientos de Oriente, y son buenos para ir de España a Indias Occidentales, porque es ir de Oriente a Poniente. Fuera de los Trópicos, que son en veinte y tres grados, hállanse Vendavales y tanto más ciertos cuanto se sube a más altura; y son buenos para volver de Indias, porque son vientos de Mediodía y Poniente, y sirven para volver a Oriente y Norte. El mismo discurso pasa en las navegaciones que se hacen por el mar del Sur, navegando de la Nueva España o el Pirú a las Filipinas o a la China, y volviendo de las Filipinas o China a la Nueva España. Porque a la ida, como es navegar de Oriente a Poniente, es fácil y cerca de la Línea, se halla siempre viento a popa, que es Brisa. El año de ochenta y cuatro salió del Callao de Lima un navío para las Filipinas, y navegó dos mil setecientas leguas sin ver tierra; la primera que reconoció, fue la isla de Luzón, adonde iba, y allí tomó puerto, habiendo hecho su viaje en dos meses, sin faltalles jamás viento ni tener tormenta, y fue su derrota cuasi por debajo de la Línea, porque de Lima, que está a doce grados al Sur, vinieron a Manila, que está cuasi otros tantos al Norte. La misma felicidad tuvo en la ida al descubrimiento de las islas que llaman de Salomón, Álvaro de Mendaña, cuando las descubrió, porque siempre tuvieron viento a popa hasta topar las dichas islas, que deben de distar del Pirú, de donde salieron, con mil leguas, y están en la propria altura, al Sur. La vuelta es como de Indias a España, porque para hallar Vendavales, los que vuelven de las Filipinas o China a México, suben a mucha altura, hasta ponerse en el paraje de los Japones, y vienen a reconocer las Californias, y por la costa de la Nueva España tornan al puerto de Acapulco, de donde habían salido. De suerte que en esta navegación está también verificado, que de Oriente a Poniente se navega bien dentro de los Trópicos, por reinar vientos Orientales; y volviendo de Poniente a Oriente se han de buscar los Vendavales o Ponientes, fuera de los Trópicos, en altura de veinte y siete grados arriba. La misma experiencia hacen los portugueses en la navegación a la India, aunque es al revés, porque el ir de Portugal allá es trabajoso, y el volver es más fácil, porque navegan a la ida de Poniente a Oriente, y así procuran subirse hasta hallar los vientos generales, que ellos dicen que son también de veinte y siete grados arriba. A la vuelta reconocen a las Terceras, pero esles más fácil, porque vienen de Oriente, y sírvenles las Brisas, o Nordestes. Finalmente, ya es regla y observación cierta de marineros que dentro de los Trópicos, reinan los vientos de Levante, y así es fácil navegar al Poniente. Fuera de los Trópicos, unos tiempos hay Brisas; otros y lo más ordinario, hay Vendavales, y por eso quien navega de Poniente a Oriente procura salirse de la Tórrida y ponerse en altura de veinte y siete grados arriba. Con la cual regla se han ya los hombres atrevido a emprender navegaciones extrañas para partes remotísimas y jamás vistas.
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Cómo los oficiales reales y otros caballeros y capitanes prendieron al Adelantado, y de lo demás que sucedió Después que el Adelantado volvió de la guerra de los indios Yapirúes, se ofreció despachar al Maestre de Campo a la provincia de Alcaay a la pacificación de los indios de aquella comarca que andaban bastantemente turbados y alborotados para cuyo efecto partió de la Asunción con 250 soldados, muchos indios amigos, y los capitanes correspondientes. Seguidamente en este tiempo los oficiales reales determinaron poner en ejecución sus designios, convocando para ello a los que tenían de su satisfacción, diciéndoles que convenía al servicio de S.M. que prendiesen al Adelantado, porque gobernaba como tirano, excediendo en todo la orden de S.M., e instrucciones que su real Consejo le había dado, añadiendo otras razones aparentes, que moverían a cualquiera que no estuviese muy sobre sí, como Felipe de Cáceres, que con su altivez y ambición fomentaba estas novedades, tomando por motivo que en cierta consulta que se había ofrecido, le había tratado mal de palabras, y que en este acto su sobrino Alonso Riquelme le había tirado una puñalada; de tal manera supo persuadir a la gente, que redujo a su voluntad la mayor parte de los capitanes, y así procuraron lograr la ocasión de la ausencia del Maestre de Campo y otros amigos del Adelantado, el cual a la sazón se hallaba en cama purgado. Dícese que fueron sabedores de esta conjuración algunos criados del gobernador, en particular Antonio Navarrete y Diego de Mendoza su Maestre Sala, que tenía particular amistad con el contador y aun posaba en su casa. Halláronse en esta conjuración doscientas y más personas, y entre ellas, y como de los más principales factores el Veedor Alonso Cabrera, el Tesorero García Venegas, el capitán Nuño de Chaves, Jaime Resquin, Juan de Salazar y Espinosa, Alonso de Valenzuela, el capitán Camargo, Martín de Orué, Agustín de Ocampos, Martín Suárez de Toledo, Andrés Fernández el Romo, Hernando Arias de Mancilla, Luis de Osorio, el capitán Juan de Ortega, y otros oficiales y caballeros; y tomando armas, se fueron una mañana a casa del Adelantado, el cual fue avisado de la venida de esta gente, antes que entrasen en el patio, y dejándose caer en la cama, se armó de su cota y celada, y tomando una espada y rodela, salió de su sala, a tiempo que entraba toda la gente, a quien dijo en alta voz --Caballeros: Qué traición es ésta que hacen contra su Adelantado? Ellos respondieron: No es traición, que todos somos servidores de S.M., a cuyo servicio conviene que V.S. sea preso y vaya a dar cuentas a su Real Consejo de sus delitos y tiranías. A lo cual dijo el Adelantado, cubriéndose con su rodela y espada: Antes moriré hecho pedazos, que permitir tal traición. Al punto todos le acometieron, requiriéndole se rindiese, si no quería morir hecho pedazos; y cargando sobre él a estocadas y golpes, llegó Jaime Resquin con una ballesta armada, y poniéndola al pecho del Adelantado, le dijo: Ríndase, o le atravieso con esta jara; y él le respondió con semblante grave, dándole de mano, de modo que le apartó la jara --Desvíense ustedes un poco, que yo me doy por preso; y corriendo la vista por toda aquella gente, atendió a don Juan Francisco de Mendoza, a quien llamó, y dio su espada, diciendo: A usted señor don Francisco entrego mis armas, y ahora hagan de mí lo que quisieren. Al punto le echaron mano, y le pusieron dos pares de grillos, y puesto en una silla, le llevaron a la casa de García Venegas rodeado de soldados, y le metieron en una cámara, o mazmorra fuerte y oscura, poniéndole 50 soldados de guardia. Al mismo tiempo dieron orden de prender al alcalde mayor Pedro de Estopiñán, Alonso Riquelme, Ruy Díaz de Melgarejo, Francisco Ortiz de Vergara, al capitán Diego de Abreu, y otros caballeros, quitándoles las armas, y asegurando sus personas, con cuyos hechos vinieron a usurpar la jurisdicción real, mandando cuanto les pareció, bien así por bandos y pregones, como por ministros y oficiales, de modo que no había alguno que osase contradecirles sin el peligro de ser severamente castigado y despojado de sus bienes. Luego los oficiales reales escribieron al Maestre de Campo avisándole de lo sucedido, sobre que le requerían no quisiese innovar cosa alguna, ni hacer algún tumulto, pues aquello había sido ejecutado de común acuerdo, y por convenir al real servicio y utilidad de la República; y así le suplicaban se viniese luego, pues le aguardaban, para que se tratase lo que más conviniese al bien común. Fue muy sensible al Maestre de Campo este suceso, y mucho más por no estar en su mano el remedio, por hallarse en la obligación los más principales capitanes, y sobre todo por sentirse él bastantemente enfermó de una disentería, que le tenía muy fatigado, de modo que no podía andar ni a pie ni a caballo; mas viendo el peso de negocio tan grave, se animó y se mandó llevar en una harnaca a la Asunción, donde se agravó tanto su enfermedad, que estuvo con mucho riesgo de perder la vida. Juntos los oficiales reales y capitanes determinaron elegir sujeto que los gobernase en nombre de S.M., y hecho los juramentos y solemnidades necesarias, dieron sus sufragios por cedulillas, como por una real provisión estaba ordenado: y conferidos los votos hallaron la mayor parte a favor del Maestre de Campo, y habiéndole hecho saber su elección, se escusó afectuosamente con el motivo de la enfermedad, de que decía estaba más para ir a dar cuenta a su Criador, que para tomar a su cargo cosas temporales, máxime donde había muchos caballeros principales, que merecían aquel empleo, y así que no había necesidad de ponerle en un hombre ya moribundo. Con estas demandas y respuestas pasó gran parte del día, hasta que a instancias del Veedor Alonso Cabrera, de los capitanes, Salazar, Nuño de Chaves, y Gonzalo de Mendoza, y de otros amigos y deudos del Adelantado, condescendió, y aquel mismo día que fue el 15 de agosto del año 1542 le sacaron a la plaza publica en una silla, y allí fue recibido al Gobierno de esta provincia con título de Capitán, habiendo primero jurado sobre un Misal de mantener en paz y justicia a los españoles y naturales de aquella tierra en nombre de S.M., hasta que por él otra cosa se mandase, y de despachar al Adelantado con todo lo procesado a su real y supremo Consejo. Y hechas las demás solemnidades, quedó recibido de la Suprema Autoridad de aquella provincia. En la misma elección se acordó de hacer una carabela de buen porte para el transporte del Adelantado a Castilla, la cual luego se puso en astillero a costa del real erario, aunque se acabó en mucho tiempo, pasando en todo él aquel buen caballero las mayores inhumanidades en la prisión, en que no le permitían tinta ni papel ni otra cosa de consuelo, pero en todo mostraba él su grande paciencia, y como fue consiguiente a su prisión el embargo y depósito de todos sus bienes, que eran de consideración, sólo le daban de ellos lo muy preciso para sustentarse. Sufrió esta penalidad poco más de diez meses, dentro de los cuales algunos amigos suyos intentaron sacarle de ella, pero como esto no había de efectuarse precisamente sino a sabiendas de los de la guardia que tenía dentro, concertaron con dos de ellos; y estando ya para ponerse en práctica, fue descubierto por los oficiales reales, y como éstos en todo tenían autoridad en la República, proveyeron de remedio, e hicieron que el general castigase a los motores de este negocio. De aquí nació otra violenta determinación, que fue que si por algún acometimiento sacasen de la prisión al Adelantado, luego le diesen de puñaladas, y muerto lo arrojasen al río, y que lo mismo se hiciese con el general Irala, si prontamente no concurría a reducirle otra vez a la prisión. De aquí dimanaron muchas diferencias y discordias entre los principales, y hubo de llegar la disensión a términos de rompimiento y común perdición, si la mucha prudencia y buen celo del general no hubiera acudido con tiempo a remedio, como adelante se verá.
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Que trata lo que dicen los indios desde reino que había antes que los Incas fuesen conocidos y de cómo había fortalezas por los collados, de donde salían a se dar guerra los unos a los otros. Muchas veces pregunté a los moradores destas provincias lo que sabían que en ellas hobo antes que los Incas los señoreasen, y sobre esto dicen que todos vivían desordenadamente y que muchos andaban desnudos, hechos salvages, sin tener casas ni otras moradas que cuevas de las muchas que vemos haber en grandes riscos y peñascos, de donde salían a comer de lo que hallaban por los campos. Otros hacían en los cerros castillos que llaman pucaras, desde donde, ahullando con lenguas estrañas, salían a pelear unos con otros sobre las tierras de labor o por otras causas y se marchaban muchos dellos, tomando el despojo que hallaban y las mugeres de los vencidos; con todo lo cual iban triunfando a lo alto de los cerros donde tenían sus castillos y allí hacían sus sacrificios a los dioses en quien ellos adoraban, derramando delante de las piedras e ídolos mucha sangre humana y de corderos. Todos ellos eran behetrías sin orden, porque cierto dicen no tenían señores ni más que capitanes con los cuales salían a las guerras: si algunos andaban vestidos, eran las ropas pequeñas y no como agora las tienen. Los llautos y cordones que se ponen en las cabezas para ser conocidos unos entre otros, dicen que los tenían como agora los usan. Y estando estas gentes desta manera, se levantó en la provincia del Collao un señor valentísimo llamado Zapana, el cual pudo tanto que metió debajo de su señorío muchas gentes de aquella provincia; y cuentan otra cosa, la cual si es cierta o no sábelo el altísirno Dios que entiende todas las cosas, porque yo lo que voy contando no tengo otros testimonios ni libros que los dichos de estos indios, y lo que quiero contar es que afirman por muy cierto que después que se levantó en Hatuncollao aquel capitán o tirano poderoso, en la provincia de los Canas, questá entre medias de los Canches y Collao, cerca del pueblo llamado Chungara se mostraron unas mugeres como si fueran hombres esforzados que, tomando las armas, compelían a los questaban en la comarca donde ellas moraban y quéstas, casi al uso de lo que cuentan de las amazonas, vivían sin sus maridos haciendo pueblos por sí; las cuales, después de haber durado algunos años y hecho algunos hechos famosos, vinieron a contender con Zapana, el que se había hecho señor de Hatuncollao, e por defenderse de su poder, que era grande, hicieron fuerzas y albarradas, que hoy viven, para defenderse, y que después de haber hecho hasta lo último de potencia fueron presas y muertas y su nombre deshecho. En el Cuzco está un vecino que ha por nombre Tomás Vázquez, el cual me contó que yendo él y Francisco de Villacastín al pueblo de Ayavire, viendo aquellas cercas y preguntando a los indios naturales lo que era, les contaron esta historia. También cuentan lo que yo tengo escripto en la primera parte, que en la isla de Titicaca en los siglos pasados hobo unas entes barbadas blancas como nosotros; y que saliendo del valle de Coquimbo un capitán que había por nombre Cari allegó a donde agora es Chucuito, de donde, después de haber hecho algunas nuevas poblaciones, pasó con su gente a la isla y dio tal guerra a esta gente que digo, que los mató a todos. Chirihuana, gobernador de aquellos pueblos, que son del Emperador, me contó lo que tengo escripto. Y, como esta tierra fuese tan grande y en parte tan sana y aparejada para pasar la humana vida y estobiese inchido de gentes, aunque anduviesen en sus guerrillas y pasiones, fundaron e hicieron muchos pueblos y los capitanes que mostraron ser valerosos pudieron quedarse por señores de algunos pueblos; y todos, segund es público, tenían en sus estancias o fortalezas indios los más entendidos que hablaban con el Demonio, el cual, permitiéndolo Dios todopoderoso por lo que él sabe, tuvo poder grandísimo en estas gentes.
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CAPÍTULO IV De otros más que han hecho la misma jornada de la Florida y de las costumbres y armas en común de los naturales de ella Luego que en España se supo la muerte de Hernando de Soto, salieron muchos pretensores a pedir la gobernación y conquista de la Florida, y el emperador Carlos Quinto, habiéndola negado a todos ellos, envió a su costa el año de mil y quinientos y cuarenta y nueve un religioso llamado fray Luis Cáncel Balbastro, por caudillo de otros cuatro de su orden, que se ofrecieron a reducir con su predicación aquellos indios a la doctrina evangélica. Los cuales religiosos, habiendo llegado a la Florida, saltaron en tierra a predicar, mas los indios, escarmentados de los castellanos pasados, sin quererlos oír, dieron en ellos y mataron a fray Luis y a otros dos de los compañeros. Los demás se acogieron al navío y volvieron a España, afirmando que gente tan bárbara e inhumana no quiere oír sermones. El año de 1562, un hijo del oidor Lucas Vázquez de Ayllón pidió la misma conquista y gobernación, y se la dieron. El cual murió en la Española solicitando su partida, y la enfermedad y la muerte se le causó de tristeza y pesar de que por su poca posibilidad se le dificultase de día en día la empresa. Después acá han ido otros, y entre ellos el adelantado Pedro Meléndez de Valdés, de los cuales dejo de escribir por no tener entera noticia de sus hechos. Esta es la relación más cierta, aunque breve, que se ha podido dar de la tierra de la Florida y de los que a ella han ido a descubrirla y conquistarla. Y antes que pasemos adelante, será bien dar noticia de algunas costumbres que en general los indios de aquel reino tenían, a lo menos los que el adelantado Hernando de Soto descubrió, que casi en todas las provincias que anduvo son unas, y, si en alguna parte en el proceso de nuestra historia se diferenciaren, tendremos cuidado de notarlas; empero, en lo común, todos tienen casi una manera de vivir. Estos indios son gentiles de nación e idólatras. Adoran al Sol y a la Luna por principales dioses, mas sin ningunas ceremonias de tener ídolos ni hacer sacrificios ni oraciones ni otras supersticiones como la demás gentilidad. Tenían templos, que servían de entierros y no de casa de oración, donde por grandeza, demás de ser entierro de sus difuntos, tenían todo lo mejor y más rico de sus haciendas, y era grandísima la veneración en que tenían estos sepulcros y templos, y a las puertas de ellos ponían los trofeos de las victorias que ganaban a sus enemigos. Casaban, en común, con sola una mujer, y ésta era obligada a ser fidelísima a su marido so pena de las leyes que para castigo del adulterio tenían ordenadas, que en unas provincias eran de cruel muerte y en otras de castigo muy afrentoso, como adelante en su lugar diremos. Los señores, por la libertad señorial, tenían licencia de tomar las mujeres que quisiesen, y esta ley o libertad de los señores se guardó en todas las Indias del nuevo mundo, empero, siempre fue con distinción de la mujer principal legítima, que las otras más eran concubinas que mujeres, y así servían como criadas, y los hijos que de estas nacían ni eran legítimos ni se igualaban en honra ni en la herencia con los de la mujer principal. En todo el Perú la gente común casaba con sola una mujer, y el que tomaba dos tenía pena de muerte. Los incas, que son los de la sangre real, y los curacas, que eran los señores vasallos, tenían licencia para tener todas las que quisiesen o pudiesen mantener, empero, con la distinción arriba dicha de la mujer legítima a las concubinas. Y, como gentiles, decían que se permitía y dispensaba con ellos esto, porque era necesario que los nobles tuviesen muchas mujeres para que tuviesen muchos hijos. Porque para hacer guerra y gobernar la república y aumentar su imperio, afirmaban era necesario hubiese muchos nobles, porque éstos eran los que se gastaban en las guerras y morían en las batallas, y que, para llevar cargas y labrar la tierra y servir como siervos, había en la plebeya gente demasiada, la cual (porque no era gente para emplearla en los peligros que se empleaban los nobles), por pocos que naciesen, multiplicaban mucho, y que para el gobierno eran inútiles, ni era lícito que se lo diesen, que era hacer agravio al mismo oficio, porque el gobernar y hacer justicia era oficio de caballeros hijosdalgo y no de plebeyos. Y volviendo a los de la Florida, el comer ordinario de ellos es el maíz en lugar de pan, y por vianda frisoles y calabaza de las que acá llaman romana, y mucho pescado, conforme a los ríos de que gozan. De carne tienen carestía, porque no la hay de ninguna suerte de ganado manso. Con los arcos y las flechas matan mucha caza de ciervos, corzos y gamos, que los hay muchos en número y más crecidos que los de España. Matan mucha diversidad de aves, así para comer la carne como para adornar sus cabezas con las plumas, que las tienen de diversos colores y galanas de media braza en alto, que traen sobre las cabezas, con las cuales se diferencian los nobles de los plebeyos en la paz, y los soldados de los no soldados en la guerra. Su bebida es agua clara, como la dio la naturaleza, sin mezcla de cosa alguna. La carne y pescado que comen ha de ser muy asado o muy cocido, y la fruta muy madura, y en ninguna manera la comen verde ni a medio madurar, y hacían burla de que los castellanos comiesen agraz. Los que dicen que comen carne humana se lo levantan, a lo menos a los que son de las provincias que nuestro gobernador descubrió; antes lo abominan, como lo nota Alvar Núñez Cabeza de Vaca en sus Naufragios, capítulo catorce, y diez y siete, donde dice que de hambre murieron ciertos castellanos que estaban alojados aparte y que los compañeros que quedaban comían los que se morían hasta el postrero, que no hubo quién lo comiese, de lo cual dice que se escandalizaron los indios tanto que estuvieron por matar todos los que habían quedado en otro alojamiento. Puede ser que la coman donde los nuestros no llegaron, que la Florida es tan ancha y larga que hay para todos. Andan desnudos. Solamente traen unos pañetes de gamuza de diversos colores que les cubre honestamente todo lo necesario por delante y atrás, que casi son como calzones muy cortos. En lugar de capa, traen mantas abrochadas al cuello que les bajan hasta medias piernas; son de martas finísimas que de suyo huelen a almizque. Hácenlas también de diversas pellejinas de animales, como gatos de diversas maneras, gamos, corzos, venados, osos y leones, y cueros de vaca, los cuales pellejos aderezan en todo extremo de perfección; que un cuero de vaca y de oso con su pelo lo aderezan y dejan tan blando y suave que se puede traer por capa y de noche les sirve de ropa de cama. Los cabellos crían largos y los traen recogidos y hechos un gran nudo sobre la cabeza. Por tocado traen una gruesa madeja de hilo del color que quieren, la cual rodean a la cabeza y sobre la frente le dan con los cabos de la madeja dos medios nudos, de manera que el un cabo queda pendiente por la una sien y el otro por la otra hasta lo bajo de las orejas. Las mujeres andan vestidas de gamuza; traen todo el cuerpo cubierto honestamente. Las armas que estos indios comúnmente traen son arcos y flechas, y, aunque es verdad que son diestros en otras diversas armas que tienen, como son picas, lanzas, dardos, partesanas, honda, porra, montante y bastón, y otras semejantes, si hay más, excepto arcabuz y ballesta, que no la alcanzaron, con todo eso no usan de otras armas, sino del arco y flechas, porque, para los que las traen, son de mayor gala y ornamento; por lo cual los gentiles antiguos pintaban a sus dioses más queridos, como eran Apolo, Diana y Cupido, con arco y flechas, porque demás de lo que estas armas en ellos significan, son de mucha hermosura y aumentan gracia y donaire al que las trae. Por las cuales cosas, y por el efecto que con ellas, mejor que con algunas de las otras, se puede hacer de cerca y de lejos, huyendo o acometiendo, peleando en las batallas o recreándose en sus cacerías, las traían estos indios, y en todo el nuevo mundo es arma muy usada. Los arcos son del mismo altor del que les trae, y como los indios de la Florida son generalmente crecidos de cuerpo, son sus arcos de más de dos varas de largo y gruesos en proporción. Hácenlos de robles y de otras diversas maderas, que tienen fuertes y de mucho peso. Son tan recios de enarcar que ningún español, por mucho que lo porfiaba, podía, llevando la cuerda, llegar la mano al rostro; y los indios, por el mucho uso y destreza que tienen, llevan la cuerda con grandísima facilidad hasta ponerla detrás de la oreja, y hacen tiros tan bravos y espantables como adelante los veremos. Las cuerdas de los arcos hacen de correa de venado. Sacan del pellejo, desde la punta de la cola hasta la cabeza, una correa de dos dedos de ancho, y, después de pelada, la mojan y tuercen fuertemente, y el un cabo de ella atan a un ramo de un árbol y del otro cuelgan un peso de 4 ó 5 arrobas y lo dejan así hasta que se pone como una cuerda de las gruesas de vihuelón de arco, y son fortísimas. Para tirar con seguridad de que la cuerda al soltar no lastime el brazo izquierdo, lo traen guarnecido por la parte de adentro con un medio brazal, que los cubre de la muñeca hasta la sangradura, hecho de plumas gruesas y atado al brazo con una correa de venado que le da siete u ocho vueltas donde sacude la cuerda con grandísima pujanza. Esto es lo que en suma se puede decir de la vida y costumbre de los indios de la Florida. Y ahora volvamos a Hernando de Soto, que pedía la conquista y gobernación de aquel gran reino que tan infeliz y costoso ha sido a todos los que a él han ido.
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CAPÍTULO IV Estado presente de los pueblos, su fábrica, etc. Hablaremos aquí del Estado y porte que tenían antes del año 1768, en que fueron desterrados los Jesuitas por orden del Rey, y puestos en su lugar, para lo espiritual, religiosos de otras órdenes: y para lo temporal, administradores seglares. Y trataremos sus cosas como si estuviesen presentes. Hay al presente treinta pueblos (como se ve en el mapa) en las orillas y cercanías de los dos grandes ríos Paraná y Uruguay. Son compuestos de los indios que vivían en los países circunvecinos de esos ríos, y de los transmigrados del Guayrá, Itatines y Tape. Tienen como cien mil almas. Los pueblos de Itapúa, Corpus y Santa Ana, San Miguel y San Ángel, pasan de mil familias: el de Yapeyú pasa de mil setecientas: los otros tienen de 600 a 700. La planta de ellos es uniforme en todos. Todas las calles están derechas a cordel, y tienen de ancho diez y seis o diez y ocho varas. Todas las casas tienen soportales de tres varas de ancho o más, de manera que cuando llueve, se puede andar por todas partes sin mojarse, excepto al atravesar de una calle a otra. Todas las casas de los indios son también uniformes: ni hay una más alta que otra, ni más ancha o larga; y cada casa consiste en un aposento de siete varas en cuadro como los de nuestros colegios, sin más alcoba, cocina ni retrete. En él está el marido con la mujer y sus hijos: y alguna vez el hijo mozo con su mujer, acompañando a su padre. Todos duermen en hamaca, no en cuja, cama o suelo. Hamaca es una red de algodón, de cuatro o cinco varas de largo, que cuelgan por las puntas de dos largas estacas, o pilares, o de los ángulos de la pared, levantada como tres cuartas o media vara de la tierra: y les sirve también en lugar de silla para sentarse o conversar. Y es cosa tan cómoda, que muchos españoles, aun de conveniencias, las usan. Si es verano, es cosa fresca. Si hace frío, ponen encima de ella alguna ropa. En este aposento hacen sus alcobas con esteras para dormir con decencia. No quieren aposento mayor para toda su familia, ni aun para dos. Gustan mucho de lo pequeño y humilde. Nunca se pasean por el aposento. Siempre están sentados o en su hamaca o en una sillita (que siempre las hacen muy chicas), o en el suelo, que es lo más ordinario, o en cuclillas. Si a ellos los dejan, no hacen más que un aposento de paredes de palos, cañas y barro como un jeme de anchas, con cuatro horcones más recios a los cuatro lados para mantener el techo, y cubiertas de paja; y de capacidad no más que cinco varas en cuadro. De ésto gustan mucho: y en sus sementeras todas las tienen así: que además de la casa del pueblo, tienen otras en sus tierras. La del pueblo es de paredes de tres cuartas o vara de ancho, de piedra o de adobes: y los pilares de los soportales también de piedra; y de una solo cada uno en muchas partes; y todas cubiertas de teja. Estas se las han hecho hacer así los Padres, por meterles en mayor cultura, de que hay Cédulas Reales; que, por su genio, no hicieran más que la de paja. Y en el pueblo de la Santísima Trinidad, son las casas de piedra de sillería, de piedras grandes, labradas en cuadro: y los soportales, de arcos de la misma piedra y labor. Y encima de cada puerta hay alguna piedra laboreada con alguna flor por ser piedra blanda, fácil de labrar. Los demás pueblos que hay en el Paraguay y otras partes a cargo de clérigos o otros religiosos, son de casas de paja y paredes de barro y palos, como las de las sementeras de nuestros indios. Todos los pueblos tienen una plaza de 150 varas en cuadro, o más: toda rodeada por los tres lados de las casas más aseadas, y con soportales más anchos que las otras: y en el cuarto lado está la Iglesia con el cementerio a un lado y la casa de los Padres al otro. Además de esto, hay en cada pueblo casa de recogidas, cuyos maridos están por mucho tiempo ausentes, o que se huyeron y no se sabe de ellos: y con ellas están las viudas, especialmente si son mozas y no tienen padre o madre, o pariente de confianza que pueda cuidar de ellas, y se sustentan de los bienes comunes del pueblo. Hay almacenes y graneros para los géneros del común, y algunas capillas. Estas son las fábricas del pueblo. La Iglesia no es más que una: pero tan capaz como las Catedrales de España. Son de tres naves: y la del pueblo de la Concepción, de cinco. Tienen de largo setenta, ochenta y aun más varas: de ancho, entre 26 y 30. Hay dos de piedra de sillería: las demás, son los cimientos y parte de lo que a ellos sobresale, de piedra: lo restante, de adobes; y todo el techo que es de madera, estriba en pilares de madera. Primero se hace el techo y tejado, y después las paredes: de este modo: En la parte de las paredes y en la de las naves del medio, se hacen unos hoyos profundos de tres varas y de dos de diámetro. Estos se enlosan bien con piedras fuertes. Córtanse para pilares unos árboles que allí hay más fuertes que la encina y roble de Europa: y no se cortan del todo, sino que se sacan con mucha parte de sus raíces. Tráense al pueblo con 20 o 30 juntas de bueyes por su mucha longitud y peso. Acomódase la parte de sus raíces para que pueda entrar al hoyo: y se chamuscan bien con fuego para que resistan bien a la humedad. Lo que ha de sobresalir al hoyo, se labra redondo en columna con su pedestal, cornisas, etc., o en cuadro, o cilíndrico. Hácense los cimientos de grandes piedras, dejando en ellos los hoyos para pilares: y regularmente están de ocho en ocho varas. Métense éstos en los hoyos y alrededor, hasta llenar el hoyo, se le echa cascajo de tela y ladrillos quebrados, después piedras, y al fin tierra, apelmazándolo todo, y nivelando el pilar. Así se ponen los pilares de las paredes y de las naves del medio. Después se ponen los tirantes, soleras y tijeras, y el tejado. Hecho esto, se prosiguen las paredes desde el cimiento: y como dije, son de adobes, y de cuatro o cinco cuartas de ancho: y en medio de ellas quedan los pilares; aunque en algunas partes, en la caja de la pared, de manera que se ve la mitad de ellos. De este modo carga toda la fábrica del tejado en los pilares y nada en la pared. Del mismo modo se fabrican las casas de los Padres y las del pueblo. No se halló cal en aquellos países: y por eso se halló este modo de fabricar. Las dos magníficas iglesias que dije son de piedra de sillería hasta el tejado, y son las de San Miguel y la Trinidad, las hizo sin cal un hermano Coadjutor, grande arquitecto y ésas no tienen pilares, sino que están al modo de Europa: y todo se blanquea muy bien.