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Datos principales
Desarrollo
CAPÍTULO IV La manera de pelear que los indios tuvieron con los españoles por el río abajo Habiendo reconocido los indios la armada de los españoles, pequeña en número mas grande en calidad y esfuerzo, la siguieron hasta medio día sin hacerle enojo alguno, y, pasada aquella hora, dividieron las canoas en tres tercios iguales, haciendo vanguardia, batalla y retaguardia. En las delanteras del primer tercio iban las del curaca Quigualtanqui, capitán general en agua y tierra de la liga de los caciques. No se supo de cierto que él viniese en ellas, mas los indios en los cantares que decían y en las voces sueltas que daban apellidaban muy a menudo su nombre. Las canoas, divididas en los tres tercios, se arrimaron todas a la ribera de la mano derecha de como iban el río abajo. Las de la vanguardia, hechas un escuadrón largo y angosto, arremetieron con las carabelas de los castellanos, no para embestirlas, sino para pasar por delante, dejándolas a mano izquierda para poder tirar mejor sus flechas. De esta manera pasaron de una ribera a otra, cortando el río al sesgo, y echaron sobre las carabelas una lluvia de flechas, en tanta cantidad que los navíos de alto abajo quedaron cubiertos de ellas y heridos muchos españoles, que no les aprovechó la defensa de los paveses y rodelas que llevaban. Habiendo pasado las primeras canoas y llegado a la ribera de la mano izquierda se volvieron luego por delante a la mano derecha a ponerse en el primer puesto. Entretanto, las canoas del segundo tercio arremetieron con los bergantines por la misma orden que las primeras, y habiendo descargado sus flechas y llegado a la orilla de la mano siniestra, se volvieron luego a la diestra y se pusieron delante de las canoas primeras.
Apenas habían acabado de pasar por los bergantines las canoas del segundo escuadrón cuando acometieron las del tercero por la misma forma y orden que las pasadas, y, habiendo echado otra lluvia de flechas, volvieron a la ribera de la mano derecha y se pusieron delante del segundo escuadrón. A este tiempo, como las carabelas no dejasen de navegar, aunque los indios las molestaban, llegaron al paraje de las primeras canoas, las cuales, viéndolas en buen puesto, arremetieron segunda vez con ellas e hicieron lo mismo que la vez primera, y luego las segundas y terceras hicieron lo propio, volviendo siempre a ponerse en la ribera de la mano derecha después de haber descargado sus flechas. En esta forma de un juego de cañas muy concertado, entrando a tirar sus flechas y saliendo a volverse a poner en el puesto, persiguieron los indios a los castellanos todo aquel día sin dejarles descansar un punto. La noche hicieron lo mismo, aunque no tan continuadamente como el día porque se contentaron con dar solos dos rebatos, uno a prima noche y otro al cuarto del alba. Los españoles, al principio, cuando los indios les acometieron, no embargante que llevaban asidos por popa las canoas en que iban los caballos, pusieron gente en ellas para que las defendiesen, entendiendo que había de haber batalla de manos. Empero, viendo que no hacían efecto alguno porque los enemigos no querían llegar a golpe de espada sino asaetarlos de lejos con las flechas, y viendo que los cristianos que iban en las canoas recibían mucho daño por el poco reparo que llevaban, los recogieron a los bergantines dejando los caballos con la poca defensa de los paveses y cubiertas que con pieles de animales les habían hecho.
Con la batalla y pelea continua que el primer día y noche tuvieron los indios con los españoles, con esa misma, sin innovar cosa alguna ni mudar orden, los siguieron diez días continuos con sus noches, que por evitar prolijidad no los escribimos singularmente, y también porque no acaecieron particularidades más de las que dijimos del primer día. Sólo hay que decir que en este tiempo mataron con las flechas casi todos los caballos, que no quedaron más de ocho que acertaron a ir mejor reparados. Los españoles, aunque heridos generalmente sin escapar alguno, se defendían de los indios con sus paveses y rodelas y les ofendían con algunas ballestas que llevaban, porque los arcabuces se habían gastado en clavos para los bergantines, y gastáronse todos porque, demás de la necesidad que a ello la falta de hierro les forzó, hicieron poco efecto en toda esta jornada y descubrimiento por la poca práctica y experiencia que nuestros arcabuceros entonces tenían, a que no ayudaba poco el mal recaudo que después de la batalla de Mauvila hallaron para hacer pólvora, porque en ella se les quemó cuanta habían llevado. Por estas razones, los indios no solamente no habían temido los arcabuces, mas antes los habían menospreciado y hecho burla de ellos, de cuya causa no los traían los nuestros.
Apenas habían acabado de pasar por los bergantines las canoas del segundo escuadrón cuando acometieron las del tercero por la misma forma y orden que las pasadas, y, habiendo echado otra lluvia de flechas, volvieron a la ribera de la mano derecha y se pusieron delante del segundo escuadrón. A este tiempo, como las carabelas no dejasen de navegar, aunque los indios las molestaban, llegaron al paraje de las primeras canoas, las cuales, viéndolas en buen puesto, arremetieron segunda vez con ellas e hicieron lo mismo que la vez primera, y luego las segundas y terceras hicieron lo propio, volviendo siempre a ponerse en la ribera de la mano derecha después de haber descargado sus flechas. En esta forma de un juego de cañas muy concertado, entrando a tirar sus flechas y saliendo a volverse a poner en el puesto, persiguieron los indios a los castellanos todo aquel día sin dejarles descansar un punto. La noche hicieron lo mismo, aunque no tan continuadamente como el día porque se contentaron con dar solos dos rebatos, uno a prima noche y otro al cuarto del alba. Los españoles, al principio, cuando los indios les acometieron, no embargante que llevaban asidos por popa las canoas en que iban los caballos, pusieron gente en ellas para que las defendiesen, entendiendo que había de haber batalla de manos. Empero, viendo que no hacían efecto alguno porque los enemigos no querían llegar a golpe de espada sino asaetarlos de lejos con las flechas, y viendo que los cristianos que iban en las canoas recibían mucho daño por el poco reparo que llevaban, los recogieron a los bergantines dejando los caballos con la poca defensa de los paveses y cubiertas que con pieles de animales les habían hecho.
Con la batalla y pelea continua que el primer día y noche tuvieron los indios con los españoles, con esa misma, sin innovar cosa alguna ni mudar orden, los siguieron diez días continuos con sus noches, que por evitar prolijidad no los escribimos singularmente, y también porque no acaecieron particularidades más de las que dijimos del primer día. Sólo hay que decir que en este tiempo mataron con las flechas casi todos los caballos, que no quedaron más de ocho que acertaron a ir mejor reparados. Los españoles, aunque heridos generalmente sin escapar alguno, se defendían de los indios con sus paveses y rodelas y les ofendían con algunas ballestas que llevaban, porque los arcabuces se habían gastado en clavos para los bergantines, y gastáronse todos porque, demás de la necesidad que a ello la falta de hierro les forzó, hicieron poco efecto en toda esta jornada y descubrimiento por la poca práctica y experiencia que nuestros arcabuceros entonces tenían, a que no ayudaba poco el mal recaudo que después de la batalla de Mauvila hallaron para hacer pólvora, porque en ella se les quemó cuanta habían llevado. Por estas razones, los indios no solamente no habían temido los arcabuces, mas antes los habían menospreciado y hecho burla de ellos, de cuya causa no los traían los nuestros.