CAPITULO III Viage desde el puerto del Callao á las islas de Juan Fernandez y noticia de los mares y vientos generales que se experimentan en esta navegacion 445 Entre las varias providencias que para la defensa del mar del sur havia premeditado la aplicacion y celo del virrey de Lima, marqués de Villa Garcia, fue una, como se ha apuntado, el aprestar dos fragatas con el designio de que hiciessen el corso en las costas de Chile; y haviendo llegado el tiempo adequado para su salida, entregó el comando de la una, nombrado Nuestra Señora de Belén, á Don Jorge Juan y puso á mi cuidado el de la otra, llamada la Rosa. Estos dos vasos se havian entresacado de los marchantes que navegan en aquel mar por hallarse todos los del rey empleados en la esquadra de Panamá. Su porte era de 14 á 16 mil quintales, que es como allí los regulan, y corresponden de 600 á 700 toneladas; abrióseles una batería corrida, y montaba cada una 30 cañones, haviendose tenido el cuidado de que fuessen de los mas veleros, y el equipage de cada una se componia de 350 hombres, gente escogida y buenos marineros, fuerzas bastantes para el intento á que se dirigian. 446 El dia 4 de diciembre del año de 1742 nos hicimos á la vela, y se empezó la derrota para las islas de Juan Fernandez governando desde sudoeste quarta al oeste hasta el sur quarta al sudoeste, segun lo permitian los vientos, que siempre se mantenían entre el este sueste y sur sueste, unas veces mas fuertes que otras y, en. ocasiones, yá con calmas de poca duracion y yá con ráfagas cortas y sin malicia. Assi, continuamos hasta el 27 del mismo mes, que, estando por los 33 grados de latitud con corta diferencia y 15 grados poco mas al occidente del puerto del Callao, llamandose los vientos al noroeste, se cambió de derrota, y proseguimos governando entre el este sueste y este hasta descubrir la isla de afuera de Juan Fernandez en el dia 7 enero de 1743 á las 3 de la tarde, demorando la cabeza del sueste al nordeste quarta al este y la del noroeste al nordeste; desde aquí se prosiguió al este quarta al nordeste, y al dia siguiente 8 á las 11 de la mañana dimos vista á la otra isla, que llaman de Tierra, demorando al este nordeste, la que se montó en la noche de este dia por el cabo del Norte, y el dia 9 dimos fondo en el puerto de ella. 447 Desde la salida del Callao hasta llegar á la altura del tropico, se experimentaron los vientos endebles y con pequeñas calmas pero, desde el tropico en adelante, fueron mas constantes, frescos, y las ráfagas, con alguna mas fuerza aunque sin malicia ni mucha duracion; pero, como yá queda dicho en otra parte, siempre soplan del lado de sueste y no se experimentan por el de el sudoeste hasta estar de 15 á 20 grados ó mas al occidente del meridiano del Callao. Como, luego que nos consideramos por la latitud necessaria para tomar las islas, y que los vientos se llamaron al noroeste, hicimos derrota al este acercándonos á aquel meridiano, los vientos se fueron rodeando á proporcion por el oeste noroeste, oeste sudoeste y sur hasta que volvieron á su parage regular del sudeste, sur sudeste y sudeste quarta al este, de forma que el 27 de diciembre, que empezaron á ventar por el noroeste, se mantuvieron por allí todo el dia y los dos siguientes por el norte noroeste y noroeste, pero el 30 passaron al oeste noroeste, el 31 al sur sudoeste y el primero de enero fueron yá al sur, sur sueste y sueste, en cuya alternacion se nota lo que yá queda supuesto. Por esto, quando se quieren encontrar semejantes vientos, se procura apartarse de la costa hasta hallarlos, con la circunstancia de ser necessario alexarse mas en unas ocasiones que en otras, pero esto se ha de entender en tiempo de verano porque en el ibierno siguen otro régimen, como explicaré despues. 448 Regularmente, está la athmosphera de aquellos mares cubierta de celages ó vapores obscuros bastantemente elevados, los quales encubren todo el cielo y suelen passarse quatro y cinco dias sin poderse observar la latitud porque no se abren ó dissipan las nubes; á esto llaman allí sures pardos, siendo esta buena señal por no haver con ellas calmas y ser los vientos frescos y constantes. Muy comunmente suele verse entonces una gran brumazon en el horizonte, renegrida y con muchos aparatos; pero en esta sazon toda aquella apariencia no trae resultas perniciosas pues solo causa el efecto de refrescar el viento un poco mas de lo ordinario, caer algunas gotas de agua ó aguacero, y dentro de quatro ó cinco minutos vuelve á quedar tan sereno el tiempo como antes, lo qual advierte la misma turbonada porque, luego que acaba de formarse en el horizonte, empieza á abrir ojo, que assi llaman los prácticos, esto es, que se rompe la nube y hace claridad por el mismo horizonte donde se formaba. Los parages donde con mas regularidad se experimentan estas turbonadas son desde los 17 ó 18 grados de latitud en adelante. 449 Por los meses de diciembre, enero y febrero y aun hasta marzo es ordinario haver calmas en las inmediaciones del tropico, esto es, desde los 14 á 16 grados hasta los 26 ó 28, y en unos años se experimentan mas que en otros, pero cerca de la costa no son tan comunes porque los terrales recalan algo, y siempre son estos del sudeste hasta el este sudeste. Antiguamente y hasta ahora no muchos años, se hacian los viages del Callao á Chile con tanta dilacion que gastaban en ir y volver un año por lo menos, lo qual provenia de que, no ossando apartarse de la costa y bordeando sobre ella, adelantaban muy poco en la derrota, y, assi, les era forzoso á aquellos navios hacer escala en todos los puertos intermedios para proveerse de agua y viveres; pero haviendo ido un piloto europeo y hecho su primer viage en la forma que los demás, reconoció que havia mares del oeste y sudoeste; esta señal le dió motivo á hacer juicio que mas afuera reynaban estos vientos, y, en el segundo viage, se dexó ir del bordo de afuera con animo de buscarlos; y haviendolos encontrado y llegado á Chile en poco mas de 50 dias, cosa no vista hasta entonces, empezó á divulgarse la voz de que era bruja, nombre que despues le quedó. Con este ruido y la confirmacion de las fechas de las cartas, empezaron á persuadirse todos que navegaba por arte diabolica, y dieron lugar las voces á que la Inquisicion hiciera pesquisa de su conducta; manifestó su diario, y quedaron satisfechos con él y convencidos de que el no hacer todos aquel viage con la misma brevedad era por no haverse determinado á apartarse de la costa, como él lo acababa de practicar, y desde entonces quedó entablado el methodo de esta navegacion. 450 Los mares son bonancibles en toda esta travesía, unas veces se sienten del sueste y sur ó del este, que son las partes por donde vienta, y otras del sudoeste y oeste, particularmente despues que se está apartado de la costa de 10 á 12 grados; solo en la inmediacion de las islas de Juan Fernandez se sienten yá mares gruessas y levantadas; el curso que se advierte en ellas es bastantemente sensible pues, desde que se dexa la costa del Callao hasta que se sale fuera de aquel meridiano, yendo á mayor latitud cosa de seis grados, van para el norte. Desde los 16 grados hasta los 20 de latitud no son perceptibles pero desde los 20 en adelante corren al sur ó sudoeste con alguna fuerza, y mas en el ibierno que en el rigor del verano, siendo tanta la que se nota que, haviendo puesto todo cuidado en mi segundo viage á Chile el año de 1744 por fines de octubre y principios de noviembre y arreglado la distancia de las millas en la corredera para el cálculo de mi derrota á 47 pies y medio de París, hallé diariamente mayor la latitud concluida por la observacion que la de la derrota desde 10 hasta 15 minutos. Esto mismo anotó Don Jorge Juan en uno y otro viage, y repararon igualmente en el navio francés en que yo venia su capitan y oficiales; con que, no queda duda en la realidad de su curso, el qual mantienen hasta los 38 grados ó 40 de latitud con igualdad en todos ellos. 451 En los 34 grados 30 minutos de latitud y 4 segundos 40 minutos al occidente del Callao se encuentra una faxa de agua verdosa, como de placer, que corre norte sur, y se navega sobre ella poco mas de 30 leguas, la qual, segun toda apariencia, debe seguir larga distancia en aquel mar porque igualmente se halla en todas latitudes casi hasta muy cerca de la costa de Guatemala, pero no siempre siguiendo por un mismo meridiano sí apartandose acia el noroeste; del mismo modo, se repara en mayor latitud que la de Juan Fernandez, y assi lo advierten las embarcaciones que van en derechura á Chiloé ó Valdivia. 452 En esta travesía, aunque sea en largas distancias de la costa, se ven pardelas, que es una ave bien particular por lo mucho que se aparta de la tierra; su tamaño es algo mayor que el de un palomo; el cuerpo, largo; el cuello, no mucho; la cola, proporcionada; las alas, largas y delgadas; y en el color, se distinguen dos especies, la una, parda, de donde les viene el nombre, y la otra, negra, á la qual dan el de pardela gallinera, y en las demás partes ó tamaño no tienen diferencia unas de otras. Otra pequeña ave se observa tambien allí, á quien dan el nombre de almas de maestre; esta es pintada de blanco y negro y tiene la cola larga, pero no es tan comun como las pardelas; y lo regular es verse quando hay temporal, de lo qual han tomado ocasion para aplicarles tal nombre. Cerca de las islas de Juan Fernandez, en sus inmediaciones y no mas distantes que de 10 á 12 leguas, se dexan ver algunos ballenatos ó ballenas de aquel mar y, á este respeto, desde alguna mayor distancia, lobos marinos, bien que tampoco estos se alexan mucho de tierra. 453 Aunque se le dá á aquel mar el renombre de Pacifico, y lo es con efecto en aquellos espacios que están entre los tropicos, no se ha de entender assi generalmente pues desde los 20 ó 23 grados de latitud en adelante se experimentan temporales tan fuertes y frequentes como en los mares de Europa, y, sin diferencia alguna, en mayores alturas son mas comunes y recios. Yo contemplo que el nombre de mar Pacifico que le dieron los primeros españoles nació de que, haviendole navegado, no experimentaron mas que dulzura en los vientos y apacibilidad en la mar y, por esto, se persuadieron á que siempre y en cualquier parte de él sería assi, pero se equivocaron en ello porque en el ibierno se experimentan temporales bien furiosos y mares tan alborotados como en otros qualesquiera. 454 Empieza el ibierno en aquellas costas y sus mares al mismo tiempo que en Lima y Valles, esto es, por el mes de junio hasta octubre y noviembre, aunque su fuerza mayor es hasta agosto y septiembre; en todo el tiempo que dura no hay seguridad en que dexe de haver temporales porque se experimentan repentinamente, debiendose entender que en mayor altura que la de 35 á 36 grados como desde 40 en adelante se anticipa el ibierno, comenzando desde abril y aun á principios de este mes, y que igualmente fenece mas tarde, segun comunmente se experimenta. 455 Luego que vá á entrar el ibierno, empiezan á ventar los nortes desde los 20 grados en adelante; no reynan estos de continuo porque, aunque son vientos propios de la estacion, no generales como el sur; siempre que vientan es con temporal, unas veces mas fuerte que otras, de modo que en los principios no son tan furiosos como en el rigor del ibierno y, al fin de este, vuelven á ir perdiendo la fuerza; pero quando están en su mayor vigor, soplan con horror á ráfagas, y, levantando mares gruessos, la athmosphera se llena de vapores por todas partes, y de continuo se convierten estos en menuda lluvia, que dura tanto como el viento. Estando el norte en toda su fuerza sin la mas leve señal de quererse cambiar, salta de repente al oeste, que es la travesía, y no con menor fortaleza; conocese quando ha de hacer, esta variacion pronta, en que se aclara el horizonte alguna cosa por esta parte, pero desde que esta pequeña claridad se percibe hasta que el golpe del segundo temporal está encima apenas tardará de siete á ocho minutos, por lo que es indispensable, siempre que se está aguantando la furia de algun norte, poner grandissimo cuidado en la travesía y, á la señal mas leve que se descubra de ella, preparar la maniobra con la mayor prontitud porque á veces sorprehende tan repentinamente que ni aun dá el tiempo necessario para concluirla, y yá se dexa entender quan peligroso será que coja á el navio en facha, mayormente si capea, que suele ser regular, conforme lo pide la ocasion y el lado donde tiene la amura. 456 En el mes de abril del mismo año de 1743, hallandome en 40 grados de altura, experimenté un norte tan furioso que duró desde el 29 de marzo hasta el 4 de abril; dos veces passó el viento á la travesía y, haciendo su vuelta por el sur, en muy pocas horas volvió al norte. La primera vez, que passó al oeste, fue tan subitamente que la unica señal ó aviso consistió en meter tanta agua en todo el navio de popa á proa con los remolinos que se formaron en la mar en oposicion del norte que pareció á algunos de mis oficiales y gente de guardia haverse el navio sumergido; la felicidad estuvo en que, teniendo la amura á estrivor, se hallaba en la arribada; con que, á poco movimiento y pronto que se le dió al timón, cedió el viento, y volvió á quedar capeando sin recibir algun daño; lo contrario huviera experimentado sin esta casualidad y la de no ser el viento por el norte precisamente sino por el noroeste con corta diferencia porque, aunque allí se les dá el nombre de nortes, regularmente son entre el norte y noroeste; y mientras reynan, unas ráfagas lo llevan acia el norte y otras para el noroeste. Tambien suele suceder que de repente calma pero, no haviendo passado antes á la travesía, es para volver con mas fuerza y no tarda en ello mas de media hora ó una, todo lo qual lo dá á entender bastantemente la athmosphera, en que se mantiene sin disminuirse lo cerrado de los horizontes y con mucha brumazon. 457 La duracion de estos temporales no tiene regla fixa porque, aunque los prácticos de aquel mar son de dictamen que el norte vienta 24 horas y de allí passa á la travesía, que por esta continúa con fuerza dos ó quatro acompañado de aguaceros y que con ellos aplaca la furia que tuvo en los principios y se rodea hasta el sudoeste para abonanzar, yo, entre los varios que he passado en aquel mar, lo he experimentado assi en algunos pero en otros, como el que dexo citado, muy diversamente. Este tuvo principio el 29 de marzo á la 1 de la tarde y duró hasta el 31 á las 10 de la noche, que son 57 horas; entonces, se cambió a la travesía y permaneció hasta el 1 de abril sin descaecimiento alguno, que fueron 22 horas; del oeste se rodeó al oes sudoeste y sudoeste pero sin descaecer nada de su fuerza; de aquí, calmando casi totalmente, volvió otra vez á passar para el norte, por donde ventó otras 15 á 20 horas, que fueron seguidas de una segunda travesía, con la qual se mitigó su furor, llamandose el dia 2 á las 10 de la noche del sudoeste al sueste; assi, vino a durar el temporal quatro dias naturales y nueve horas. Despues de este, experimenté otros de la misma duracion y fuerza, que apuntaré en su lugar. Lo que sí ha concluido, tanto por la propia experiencia como por el dictamen de los prácticos de aquel mar, es que, segun la altura de polo, assi es más ó menos la duración y fuerza de estos temporales porque desde 20 á 30 grados no son tan fuertes y durables como de 30 á 36 y, mas que en este, desde los 36 á los 45 grados, á cuyo respeto siguen en adelante. 458 No hay tampoco regularidad ó periodo en estos vientos; á veces suelen no passarse 8 dias de intervalo de uno á otro y, en otras ocasiones, mas tiempo ni todos son tampoco de igual fuerza; pero interin dura el ibierno, no hay seguridad en el tiempo porque suelen experimentarse quando se esperan menos como ni tampoco en el vigor con que sobrevienen. 459 Si del norte passa el viento al nordeste en aquel mar, es señal que ha de ventar mucho porque nunca se entabla por el nordeste ni de allí vá al este; su vuelta regular es al oeste y sudoeste, contrario de lo que se experimenta en el emispherio boreal, y en uno y otro es la vuelta ordinaria del viento como el camino del sol, que es la razon porque assi como en el un emispherio dá su vuelta del este al sur y oeste siguiendo á aquel astro, del mismo modo, en el otra vá del este al norte y oeste. 460 Los pilotos de aquel mar tienen observado con el largo tiempo de su practica que, siempre que ha de ventar el norte con uno ó dos dias de anticipacion á él, se dexan ver tanto en las costas como al rededor de los navios unos pajaros marinos que llaman quebrantahuesos, y, fuera de estas ocasiones, es raro el que se descubran; yo, sin inclinarme á promover ninguna vulgaridad, no escusaré el decir que con esta advertencia puse todo cuidado en apurar esta noticia y, en los temporales que experimenté, siempre los ví, y aun, en alguna ocasion desde el dia antes, quando todavia no havia apariencias de norte; y desde que empezaba á ventar, se rodeaban á él navio una infinidad de ellos, á veces reboloteando al rededor y á veces sosteniendose sobre las encrespadas olas, y nunca se apartaban de su inmediacion hasta que el viento cessaba y abonanzaba el tiempo. Lo que se hace mas particular en este assunto es que sin temporal ni se ven en el mar ni en la tierra, siendo inaveriguable donde se mantienen mientras hay bonanza para acudir con tanta puntualidad y poblar el mar desde que por su natural instinto conocen que ha de ventar el norte. 461 Este pajaro es algo mayor que un anade de los grandes; tiene el cuello gruesso, corto y algo encorbado; la cabeza, grande; el pico, gruesso y no muy largo; la cola, pequeña, el lomo, levantado; las alas, grandes y encorbadas por el encuentro; las zancas, pequeñas; y por el color de la pluma, se distinguen dos diferentes especies ó castas porque el de la una es toda blanquizca con manchas cenicientas obscuras, de cuyo color son las alas por la parte superior; la otra tiene blanco todo el pecho y parte interior de las alas y, assimismo, la parte inferior del cuello y toda la cabeza, pero el lomo, parte superior del ala y del pescuezo es entre negro y pardo, por cuya razon los llaman de lomo prieto. Los pilotos tienen por señal mas cierta del norte los de esta ultima casta porque dicen se suelen ver algunos de la otra sin sobrevenir el temporal tan inmediatamente. Entre ellos, conocimos uno natural del Callao sumamente curioso y aplicado á notar en los diarios hasta las circunstancias mas pequeñas que le ocurrian en sus viages; llamabase Bernardo de Mendoza y havia concebido tanta seguridad en la señal de estos pajaros que, quando se hallaba en alguno de los puertos de aquella costa y pronto para salir, examinaba primero si podia descubrir desde la marina alguno de ellos y, si llegaba á verlo, difería el viage hasta que huviesse passado el norte, assegurando que casi siempre le havia sido esta observacion de grande utilidad; y lo confirmó en una ocasion que, hallandose en Valdivia, se hizo á la vela de aquel puerto contra su voluntad á instancias del governador de allí, que, menos atento á ella que á los fines de que saliesse á navegar la embarcacion, miraba con repugnancia tales prevenciones pero se desengañó en breve porque, apenas huvo salido el puerto, quando, sobreviniendole un fuerte temporal de norte, estuvo para perderse en aquella ensenada, y, al fin, passado el viento, volvió con felicidad á tomar el mismo puerto para repararse de los daños que recibió. 462 Estos vientos nortes dan lugar á algunas otras advertencias sobre ellos, como son que siempre se experimentan quando los sures están en su fuerza tanto en aquellas grandes alturas como desde los 20 grados de latitud sur hasta la costa de Panamá porque es en el ibierno, y que solo hay estos nortes desde los 20 grados á mayor altura y no acia la equinocial; otra, que, interin duran las brisas en la costa desde Panamá hasta la equinocial, en todo lo restante de la mar del sur no se experimentan estos vientos, y solo son los sures los que reynan; y, ultimamente, que en la distancia de 30 ó 40 leguas en las costas de Chile, interin que en un parage vienta el norte con temporal deshecho, en otro está reynando el sur fresco, particularidad que se experimentó en los tres navios, la Esperanza, Belén y la Rosa, en ocasion que, estando todos en la boca de la bahía de la Concepcion, se separó el ultimo; y mientras fue con viento sur fresco para Valparayso, los otros, que se havian dirigido á las islas de Juan Fernandez, passaron un norte antes de llegar á ellas. 463 Assi como en el tiempo de verano es regular que los sures corren entre el sur sueste y es sueste, tambien en el de ibierno lo es el que se mantengan algun tiempo entre el sudoeste y sur; por lo qual, en esta sazon no es necessario apartarse de la costa tanto para encontrarlos como en el verano.
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CAPÍTULO III Que la Sagrada Escritura nos da a entender que la tierra está en medio del mundo Y aunque a Procopio Gazeo y a otros de su opinión les parezca que es contrario a la Divina Escritura poner la tierra en medio del mundo y hacer el cielo todo redondo, más en la verdad ésta no sólo no es doctrina contraria, sino antes muy conforme a lo que las letras sagradas nos enseñan. Porque dejando aparte que la misma Escritura usa de este término muchas veces: la redondez de la tierra, y que en otra parte apunta que todo cuanto hay corporal es rodeado del cielo y como abarcado de su redondez, a lo menos aquello del Ecclesiastés no se puede dejar de tener por muy claro, donde dice: "Nace el sol y pónese, y vuélvese a su lugar, y allí tornando a nacer da vuelta por el Mediodía, y tuércese hacia el Norte, rodeando todas las cosas anda el espíritu alderredor y vuélvese a sus mismos cercos." En este lugar dice la paráfrasis y exposición de Gregorio el Neocesariense o el Nazanzeno: "El sol, habiendo corrido toda la tierra, vuélvese como en torno hasta su mismo término y punto." Esto que dice Salomón y declara Gregorio, cierto no podía ser si alguna parte de la tierra dejase de estar rodeada del cielo. Y así lo entiende San Jerónimo escribiendo sobre la Epístola a los Efesios de esta manera: "los más comúnmente afirman conformándose con el Ecclesiastés, que el cielo es redondo y que se mueve en torno a manera de bola. Y es cosa llana que ninguna figura redonda tiene latitud ni longitud, ni altura ni profundo, porque es por todas partes igual y pareja, etc.". Luego, según San Jerónimo, lo que los más sienten del cielo que es redondo, no sólo no es contrario a la Escritura, pero muy conforme con ella, pues San Basilio y San Ambrosio, que de ordinario le sigue en los libros llamados Hexameron, aunque se muestran un poco dudosos en este punto, al fin más se inclinan a conceder la redondez del mundo. Verdad es, que con la quinta substancia que Aristóteles atribuye al cielo, no está bien San Ambrosio. Del lugar de la tierra y de su firmeza es cosa cierta de ver, cuán galanamente y con cuánta gracia habla la Divina Escritura, para causarnos gran admiración y no menor gusto de aquella inefable potencia y sabiduría del Creador. Porque en una parte nos refiere Dios, que él fue el que estableció las columnas que sustentan la tierra, dándonos a entender, como bien declara San Ambrosio, que el peso inmenso de toda la tierra le sustentan las manos del divino poder, que así usa la Escritura nombrar columnas del cielo y de la tierra, no cierto las del otro Atlante que fingieron los poetas, sino otras propias de la palabra eterna de Dios, que con su virtud sostiene cielos y tierra. Mas en otro lugar la misma Divina Escritura, para significarnos cómo la tierra está pegada y por gran parte rodeada del elemento del agua, dice galanamente, que asentó Dios la tierra sobre las aguas, y en otro lugar, que fundó la redondez de la tierra sobre la mar. Y aunque San Agustín no quiere que se saque de este lugar como sentencia de fe que la tierra y agua hacen un globo en medio del mundo, y así pretende dar otra exposición a las sobredichas palabras del Salmo, pero el sentido llano sin duda es el que está dicho, que es darnos a entender que no hay para qué imaginar otros cimientos ni estribos de la tierra sino el agua, la cual con ser tan fácil y mudable, la hace la sabiduría del supremo Artífice, que sotenga y encierre aquesta inmensa máquina de la tierra. Y dícese estar la tierra fundada y sostenida sobre las aguas y sobre el mar, siendo verdad que antes la tierra está debajo del agua que no sobre el agua, porque a nuestra imaginación y pensamiento, lo que está de la otra banda de la tierra que habitamos, nos parece que está debajo de la tierra, y así el mar y aguas que ciñen la tierra por la otra parte, imaginamos que están debajo, y la tierra encima de ellas. Pero la verdad es que lo que es propiamente debajo, siempre es lo que está más en medio del universo. Más habla la Escritura conforme a nuestro modo de imaginar y hablar. Preguntará alguno, pues la tierra está sobre las aguas, según la Escritura, las mismas aguas ¿sobre qué estarán, o qué apoyo tendrán? Y si la tierra y agua hacen una bola redonda, toda esta tan terrible máquina ¿dónde se podrá sostener? A eso satisface en otra parte la Divina Escritura causando mayor admiración del poder del Creador. "Extiende (dice) al Aquilón sobre vacío, y tiene colgada la tierra sobre no nada." Cierto galanamente lo dijo. Porque realmente parece que está colgada sobre no nada la máquina de la tierra y agua, cuando se figura estar en medio del aire, como en efecto está. Esta maravilla de que tanto se admiran los hombres, aun la encarece más Dios preguntando al mismo Job: "¿Quién echó los cordeles para la fábrica de la tierra? Dime si lo has pensado ¿o en qué cimiento están aseguradas sus basas?" Finalmente, para que se acabase de entender la traza de este maravilloso edificio del mundo, el profeta David, gran alabador y cantor de las obras de Dios, en un Salmo que hizo a este propósito, dice así: "Tú que fundaste la tierra sobre su misma estabilidad y firmeza, sin que bambalee ni se trastorne para siempre jamás." Quiere decir, la causa porque estando la tierra puesta en medio del aire no se cae ni bambalea es porque tiene seguros fundamentos de su natural estabilidad, la cual le dio su sapientísimo Creador para que en sí misma se sustente sin que haya menester otros apoyos ni estribos. Aquí pues, se engaña la imaginación humana buscando otros cimientos a la tierra y procede el engaño de medir las obras divinas con las humanas. Así que no hay que temer por más que parezca que esta tan gran máquina cuelgue del aire, que se caiga o trastorne, que no se trastornará, como dijo el Salmo, para siempre jamás. Con razón, por cierto, David, después de haber contemplado y cantado tan maravillosas obras de Dios, añade: "Gozarse ha el Señor en sus obras", y después, "¡Oh qué engrandecidas son tus obras, Señor! bien parece que salieron todas de tu saber." Yo cierto si he de decir lo que pasa, digo que diversas veces que he peregrinado pasando esos grandes golfos del mar océano y caminando por estotras regiones de tierras tan extrañas, poniéndome a mirar y considerar la grandeza y extrañeza de estas obras de Dios, no podía dejar de sentir admirable gusto con la consideración de aquella soberana sabiduría y grandeza del Hacedor, que reluce en estas sus obras, tanto que en comparación de esto, todos los palacios de los reyes y todas las invenciones humanas me parecen poquedad y vileza. ¡Oh, cuántas veces se me venía al pensamiento y a la boca aquello del Salmo! "Gran recreación me habéis, Señor, dado con vuestras obras, y no dejaré de regocijarme en mirar las hechuras de vuestras manos." Realmente tienen las obras de la Divina arte un no sé qué de gracia y primor como escondido y secreto, con que miradas una y otra y muchas veces, causan siempre un nuevo gusto. Al revés de las obras humanas, que aunque estén fabricadas con mucho artificio, en haciendo costumbre de mirarse no se tienen en nada, y aun cuasi causan enfado, sean jardines muy amenos, sean palacios y templos galanísimos, sean alcázares de soberbio edificio, sean pinturas o tallas, o piedras de exquisita invención y labor, tengan todo el primor posible, es cosa cierta y averiguada que en mirándose dos o tres veces, apenas hay poner los ojos con atención, sino que luego se divierten a mirar otras cosas, como hartos de aquella vista. Mas la mar, si la miráis o ponéis los ojos en un peñasco alto que sale acullá con extrañeza, o el campo cuando está vestido de su natural verdura y flores, o el raudal de un río que corre furioso y está sin cesar batiendo las peñas y como bramando en su combate y, finalmente, cualesquiera obras de naturaleza por más veces que se miren, siempre causan nueva recreación y jamás enfada su vista, que parece sin duda que son como un convite copioso y magnífico de la Divina Sabiduría que allí de callada sin cansar jamás, apacienta y deleita nuestra consideración.
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CAPITULO III Entrada en el puerto de la isla de Fernando de Noroña, su descripcion y la noticia de aquel puerto 666 Persuadidos yá por las señas y congeturas que nos facilitaba el estado de nuestra derrota á que no podiamos estar muy distantes de la isla que buscábamos, haviendo el dia 20 de mayo sobrevenido niebla, cerrazon y agua, fue preciso ponerse á la capa de las gavias, mas por el recelo de propassar la isla que por el temor de abordarse ó perderse unos á otros; y dando muestras el dia 21 de ser mas claro que el anteceente, se pusieron en derrota las fragatas, y á las 9 y media descubrió la isla el Luis Erasmo, demorando oeste quarta al sudoeste distancia de 9 leguas, verificadas despues por la corredera. 667 Como se consideraba aquella isla totalmente despoblada y possible el que, por la comodidad de su puerto, huviesse llegado á él alguna otra embarcacion viniendo de la India oriental con la precision de hacer aguada ú otra semejante urgencia, discurrieron los capitanes de las fragatas francesas entrar en él con pabellones ingleses para mejor dissimular la derrota que traían y, en caso de haver embarcacion enemiga, tomar la que conviniesse; pero sucedió bien al contrario porque luego se vieron dos fortalezas en el puerto con vanderas portuguesas y un vergantin con la misma y gallardete largo. Esto nos fue tanto mas estraño quanto todas las noticias que teniamos convenian en que se hallaba desierta y abandonada de los portugueses por su mucha esterilidad, mas, segun despues se supo, el haversela querido apropiar la Compañía Francesa de la India Oriental para que sus navios hiciessen escala en ella havia obligado á la Corona de Portugal á desalojarlos y fortalecerla toda, quitando á la misma compañia ú otros la ocasion de establecerse tan inmediatos á la costa del Brasil, y por entonces se cumplian siete años que de orden de aquel soberano se havian construido las fortalezas y formandose en ella poblacion. 668 Con esta novedad, se suscitó en nosotros la duda de no saber el estado en que se mantendrian las potencias de la Europa ni si havria tomado la de Portugal otro partido en la presente guerra que el de la neutralidad, por lo que nos fue forzoso quedar de acuerdo las tres fragatas de las señas y advertencias reciprocas para haver de entrar al puerto. 669 Para tomar el de esta isla, es necessario montarla por la parte del norte porque la fuerza que lleva la corriente, si se intenta hacer por la del sur, es tanta que no dá lugar á que se consiga sin perder en ello por lo menos quatro ó cinco dias ó muchos mas hasta volver á tomar barlovento y executarlo por aquella en que las corrientes no son contrarias; con esta advertencia, luego que demoraba al sur y tan inmediata, como ya queda dicho, se governó al sudoeste 5 grados sur y, despues de haver navegado poco menos de una legua, quando quedaba yá montada la isla, se governó al sur quarta al sudoeste, dirigiendo la proa á un monte gruesso que está en medio de otros dos bien distinguibles, el uno, que cae á la parte del este y es mas abultado que el de en medio, y el otro, que corresponde á la del oeste, sustenta un alto picacho de piedra tan escarpado que por la parte del este parece amenazar con su caida, por cuya razon le dan el nombre de Campanario. La corriente con la grande fuerza que lleva allí para el oeste, nos conduxo tanto acia esta parte alexandonos de la isla que, despues de haver hecho varios bordos sin grangear nada, fue forzoso, para no descaecer mas, dar fondo apartados del buen fondeadero, en 25 brazas de agua sobre lama suelta con conchuela y cascajo, distantes de tierra como una legua y un quarto con poca diferencia y demorando el fuerte de los Remedios, principal de los que guardan aquel puerto, al sur sueste. La mar, que se experimentaba allí muy alborotada con la fuerza del viento, y el efecto que este y la corriente hacian en la fragata, teniendola en continuo trabajo por los cables, obligó á mejorarla y entrar mas adentro, al legitimo fondeadero que dista de tierra cosa de un tercio de legua, en el qual quedó la fragata el 23 de marzo en 13 brazas de agua sobre fondo de arena menuda blanca mezclada con algunos granos de negra, de cuyo parage demoraba el fuerte de San Antonio al este quarta al sudeste 5 grados sur, el de los Remedios, al sur quarta al sudoeste, el de la Concepcion, al sur sudoeste 4 grados oeste y el picacho del Campanario, al sudoeste 3 grados sur. 670 Dos puertos tiene esta isla, donde pueden fondear los navios y toda suerte de embarcaciones, el uno á la parte del norte y el otro á la del noroeste; el primero es el principal assi por su abrigo y capacidad como por su buen fondo y tenedero. Uno y otro son radas abiertas sin resguardo alguno por las partes del norte y oeste, si bien estos vientos, y con particularidad los del norte, aunque reynan en algun tiempo del año, es poco el que duran, y en estas ocasiones son uno y otro puerto impracticables tanto por el peligro que tienen las embarcaciones quanto porque la fuerza de la resaca impossibilita totalmente la comunicacion con la tierra, provenido de que, siendo todas las playas de peñolerias, la hay de continuo tan grande que no permite el que se acerquen á ellas las embarcaciones sin exponerse al peligro de hacerse pedazos; y aun quando reynan los vientos por el este, es tan dificil que, aunque menor el peligro, no falta del todo; hay en esta sazon dias en que la mar está mas sossegada, y en ellos se puede desembarcar con algun trabajo, estorvandolo en los demás la mar, que rompe en las playas y peñascos. Assi, en todos tiempos es puerto bastantemente penoso y bueno solamente para quando no hay otro recurso ni dexa otro arbitrio la necessidad urgente de haver de tomarle á costa de qualquiera incomodidad. 671 Despues que, desalojando de aquella isla á la Compañia Francesa de la India, volvieron á hacerse dueños de ella los portugueses, la fortificaron toda, y assi, fuera de los tres fuertes que tiene el puerto del norte, hay otros dos en el del noroeste, y dos mas á la parte el este de la isla, en una pequeña ensenada, donde solo barcos muy pequeños pueden llegar y con trabajo. Todos están labrados de piedra, son capaces y bien proveidos de artilleria de calibre grande; con que, en su circunferencia hay 7 fortalezas muy competentes, siendo assi que todo su largo apenas llegará á ser de dos leguas y que no da ni aun lo necessario para mantener la gente que la habita. De Pernambuco, á cuya govierno pertenece, le subministran los viveres y frutos para su subsistencia pero el cuidado y celo de que no se apodere de ella otra nacion y con este pie se adelante á mayores pretensiones obliga á mantenerla á cualquier costo. 672 El fuerte principal de los Remedios se halla fundado sobre un alto peñasco escarpado, contra quien bate la mar, y en su pie hay una caverna por donde continuamente entra el agua en crecida cantidad sin haver exemplar de verse salir por ella en ningun tiempo, á la alteracion de muy cortos intervalos, forma unos formidables eructos el viento, que, hallandose comprimido, rechaza el torrente del agua para salir quando, al tapar esta con su fluxo toda la boca, no la dexa hueco por donde respirar; parte de ella se descubre quando en el refluxo de la ola no se mantiene el agua tan alta como en el fluxo, y el ruido no tiene diferencia al que hacen los volcanes. Por la parte opuesta de la isla ni en toda su circunferencia, se vé sitio ni señal que indique la correspondencia de aquella caverna; con que, es dable que la tenga algo apartada de allí. 673 La esterilidad de esta isla no procede de la mala calidad de su tierra pues produce todo quanto se siembra en ella propio de paises cálidos, sino de la falta de humedad porque passan dos y tres años sin llover ni verse el mas leve aparato de agua, y su escasez es causa de que se sequen totalmente todas las plantas, faltando el agua, á los arroyos y lo mas pingue de toda la isla; quando las nubes no la fecundizan con su riego, se vuelve tan árido y desapacible como los peñones y rocas; en la ocasion que llegamos, se havian passado dos años sin caer agua alguna, y solo en la noche desde el 19 al 20 de mayo empezaron las nubes á descargar aguaceros, que continuaron todo el tiempo de nuestra estada allí, proveyendose aquella gente del agua de pozas, que formaban á manera de cazimbas, la qual, y no menos la que corria por los arroyos despues que llovió, era muy gruessa y salobre, pero aquellos habitantes decian que en lo interior de la isla, donde tienen su origen, nunca faltaba, aunque fuesse en corta cantidad, y que la que allí manaba era delgada y buena. 674 En lo interior de la isla, tienen los portugueses una poblacion, en la qual hace su continua residencia el governaddor y un cura parroco, y aquel passa á las fortalezas quando le dan aviso de descubrirse embarcaciones. La guarnicion de estas es numerosa pues, quando dimos fondo en aquel puerto, se hallaban yá juntos en la principal fortaleza cerca de mil hombres, parte de tropa reglada que se le embia de Pernambuco y se remuda cada seis meses, parte de desterrados de toda aquella costa del Brasil y algunos, aunque pocos, que se establecen allí con sus familias, toda gente pobre y mestizos de castas; hay tambien algunos indios que se embian para el trabajo de las fortificaciones y que sirvan al governaddor y demás oficiales residentes en la isla, entre los quales hay un almojarife, que hace el oficio de tesorero, y un proveedor, para subministrar los pagamentos y la distribucion de viveres que se hace en aquella tropa y gente con gran puntualidad y buen régimen. 675 El mas regular y comun alimento de aquellos habitantes, y de que usan en todo el Brasil, es la farina de pau ó harina de palo, la qual comen todos sin excepcion de persona en lugar de pan; hacese de la raiz que llaman de moniato, la qual queda yá explicada en la descripcion de Cartagena que se dió en la primera parte, y tambien de las de ñame y yuca; para ello, las mondan primeramente, ponenla á desflemar en varias aguas hasta que totalmente ha perdido aquel jugo fuerte y nocivo, despues las rallan ó, moliendolas, las convierten en harina y, bueltas á lavar y á mudar aguas, las secan y comen á cucharadas, mezclandola con los otros manjares; y están tan connaturalizados á ella que, quando se les sirve el pan de trigo en las masas, toman un bocado de él y lo acompañan con un poco de esta harina; despues de esta comida, que verdaderamente es de palo en el gusto y el sabor, usan mucho del arroz y miel de caña de azucar llevada de Pernambuco. Hay allí dos vergantines del rey destinados para el transporte de viveres y el de la tropa en cada viage que hacen, con la buen disposicion y régimen de que, teniendo arreglado el tiempo en que han de salir del puerto de la costa, donde tienen su destino, interin que el uno vá acia la isla, el otro hace su regresso de ella. 676 Despues que en esta segunda vez se establecieron allí los portugueses, además de los pequeños plantíos que havian empezado á hacer, llevaron ganado bacuno, puercos y ovejas para criar, los quales se han aumentado, no obstante la esterilidad del territorio, á causa de lo poco que consumen de ellos los portugueses; por esta razon, pudieron subministrar á las fragatas la carne fresca que necessitaron para refrescar sus tripulaciones todo el tiempo que estuvieron allí y la precisa para los primeros dias despues de la salida. 677 Aquel puerto es abundante de pescados; sus especies son cinco ó seis, y, entre ellas, hay lampreas y morenas, estas de un tamaño disforme, pero ninguno es de buen gusto. En el fondo de aquel puerto se cria una especie tambien de pescado, á quien dan el nombre de cofre porque se le assemeja en la figura, que es triangular, y la cabeza hace un hozico, que remata como el de los puercos; este se compone todo de un huesso á manera de cuerno, el qual encierra la carne, entrañas y demás partes del animal; por las dos superficies superiores es verde escamado y, por la inferior, blanco; tiene dos aletas pequeñas como los demás peces, y la cola, que está horizontal, lo es tambien; luego que se saca del agua, empieza á echar por la boca unos espumarajos algo verdes y de un olor tan fastidioso que se hace insoportable, el qual queda despues por mucho tiempo existente. Algunos nauticos que han encontrado este animal en otros puertos afirman ser tan ponzoñosa su carne que quita la vida al que la come, hinchandolo y haciendolo rebentar dentro de pocas horas; los habitantes de aquella isla informaron lo contrario y asseguraban no recibir daño alguno de comerlo, pero observaban en esto la precaucion de ponerle un gran peso encima para obligarlo á desflamar por las salivas toda la malignidad que en sí encierra; y haviendolo tenido assi un dia entero, lo abrian, separaban aquella dura cascara que lo envuelve y ponian á cocer y, quando lo estaba á la mitad, le mudaban á otro agua, con cuya diligencia perdía del todo su mala disposicion; yo tendria por inutiles todas estas diligencias respeto de que el gusto de su carne no es digno de que se emplee en la preparacion tanto trabajo, y quando lo fuera, sería bastante para abominarla la memoria del fétido olor que despide antes de llegarse á poner en este punto. 678 En el tiempo propio de que las tortugas pongan sus huevos, que es desde diciembre á abril, y en el de sacarlos, que es el mismo, se pueblan las playas de toda la isla de ellas pero despues salen á la mar y no las hay, como se experimentó quando estuvimos allí. En el intermedio de estos mismos meses, reynan los vientos por el norte y noroeste y, desde mayo en adelante, se entablan por el este, apartandose algunas veces al sueste y tomando en otras del nordeste. 679 La latitud de esta isla, observada por varios pilotos franceses desde ella misma quando estaba por la compañia francesa, es de 3 grados 53 minutos austral, en cuya conformidad está situada en la nueva carta francesa; su diferencia de meridianos con Paris es 33 grados mas occidental respeto del observatorio; dista de la costa del Brasil de 60 á 80 leguas, en lo qual hay variedad porque la carta la sitúa 60 leguas al oriente de ella, y los pilotos portugueses que hacen la travesía juzgan haver 80; con que, se puede tomar un medio entre los dos, y entonces será la distancia 70 leguas. 680 Luego que las fragatas dieron fondo en aquel puerto y que quedaron asseguradas de ser los que las habitaban portugueses, arriaron las vanderas inglesas, largaron las francesas y fueron una despues de otra saludando la vandera y correspondiendoselas á cada una de los tres fuertes que guarnecen aquella rada; despues, passó á ver al governaddor y á cumplimentarlo en nombre de los tres capitanes y maestres un oficial de la Marquesa de Antin; hablóle y, siendo correspondido atentamente del governaddor, lo retuvo este diciendole que en aquella ocasion no podia menos que satisfacerse plenamente de qué fragatas eran aquellas, de donde venian y quales eran sus designios, que lo avisasse por medio de un papel á los capitanes de ellas para que le remitiessen el despacho comissional de la nacion á quien legitimamente pertenecian y el registro del puerto de donde salian y que, una vez impuesto en ello, les atenderia en quanto pendiesse de su arbitrio; executóse assi luego, y, assi que se enteró de todo y quedó satisfecho de la legitimidad de las vanderas y designios con que haviamos entrado en aquel puerto, escrivió una carta llena de atentas expressiones á los capitanes franqueandoles quanto él pudiesse y tuviesse la isla porque, á mas de su buen animo en usar y cumplir con los derechos de hospitalidad con los que tanto necessitaban el socorro, él y todos los governaddores del Brasil tenian expressa orden de su soberano para recibir amistosamente qualquiera embarcacion que arribasse á aquellos puertos sujeta á otro monarca y de socorrerles á todos igualmente con aquello que huviessen menester, siendo cosas de que no resultasse perjuicio á sus estados ó vassallos ni de que pudiesse redundar justa querella de alguna de las naciones que se hallaban en guerra. A tan politicas expressiones, se correspondió por parte de los capitanes franceses, y en la execucion expressaron su generosidad, no solo en subministrar aquellos viveres que fueron necessarios sí tambien en dar indios que ayudassen á hacer la aguada y ordenar al vergantin que recibiesse á su bordo la carga de zurronería para aliar la Deliberanza, á fin de que se pudiesse componer y preparar para continuar el viage sin tanto peligro como con el que hasta allí havia navegado. 681 No obstante tan cortesana urbanidad y politicas atenciones del governaddor en todo lo que tuvo arbitrio, nuestro desahogo, descanso y diversion en la isla fueron los mismos que si navegaramos, y apenas gozamos del arribo á tierra porque los recelos de aquella nacion y la puntualidad con que observaron las ordenes que tenian fue tanta que no dieron permisso para que ninguno pudiesse hacer en tierra otro transito que el que havia entre la playa y la principal fortaleza, á donde moraba el governaddor de la isla, y para esto hacian guardia al que saltaba en tierra dos ó quatro soldados que lo recibian y acompañaban hasta que lo dexaban embarcado, y se retiraba el bote; con este fin, tenian guarnecidas de tropa todas las playas, y, luego que veían algun bote que se acercaba á uno ú otro lado, acudian muchos á aquel sitio para acompañar á todos los que saltassen en tierra. Todo este gran cuidado nacía de que, haviendose apo-derado la Compañia Francesa de la India de aquella isla quando los portugueses la tuvieron abandonada y reputandola estos tan importantes para aquellos, no querian que se instruyessen de lo que contenia sus sitios y parages y que estas noticias les facilitasse tal vez el designio de desalojarlos y apropiarsela de nuevo.
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Donde se cuenta la guerra entre Bogotá y Guatavita, hasta que entraron los españoles a la conquista Ya queda dicho cómo Bogotá era teniente y capitán general de Guatavita en lo tocante a la guerra; pues sucedió que los indios de Ubaque, Chipaque, Pasca, Fosca, Chiguachí. Une, Fusagasugá, y todos los de aquellos valles que caen a las espaldas de la ciudad de Santa Fe, se habían rebelado contra Guatavita, su señor, negándole la obediencia y tributos, y tomando las armas contra él para su defensa, y negándole todo lo que por razón de su señorío le debían y eran obligados; lo cual visto por él, y cuán necesario era con tiempo matar aquel fuego antes que saltase alguna centella donde hiciese más daño, para cuyo remedio despachó sus mensajes a Bogotá, su teniente y capitán general, ordenándole que luego que viese aquellas dos coronas de oro que te enviaba con sus quemes, que es lo propio que embajadores o mensajeros, juntase sus gentes, y con el más poderoso ejército que pudiese entrase a castigar los rebeldes, y que de la guerra no alzase mano hasta acabar aquellas gentes o sujetarlas y traerles a obediencia. En cuya conformidad, el teniente de Bogotá juntó más de treinta mil indios, y con este ejército pasó la cordillera, entró en el valle y tierra de los rebeldes, con los cuales tuvo algunos reencuentros en que hubo hartas muertes de la una banda y otra; de donde el demonio tuvo muy buena cosecha, porque siempre pretende tener tales ganancias en tales actos, y así enciende los ánimos a los hombres a semejantes discordias, porque de ellas resultan sus ganancias, mayormente entre infieles, donde se lleva los despojos de todos. Apunto esto para lo que diré adelante. El teniente Bogotá, con la perseverancia y mucha gente que metió, y con la que cada día le acudía, que el Guatavita no se descuidaba de reforzarle el campo, alcanzó la victoria, sujetó a los contrarios, trájoselos a abediencia, cobró los tributos de su señor, y rico y victorioso volvióse a su casa. Pero como la fortuna nunca permanece en un ser, ni hay ni ha habido quien le ponga un clavo en su voluble rueda, sucedió que vuelto a Bogotá a su casa y habiendo despachado a su señor Guatavita la gloria de la victoria con las muchas riquezas de sus tributos y parte de los despojos, sus capitanes y soldados trataron de hacer fiestas y celebrar sus victorias con grandes borracheras, que para ellos era ésta la mayor fiesta; hicieron una muy célebre en el cercado del teniente Bogotá, en la cual, después de bien calientes, comenzaron a levantar su nombre y celebrar sus hazañas aclamándole por señor; diciéndole que él solo había de ser el señor de todo y a quien obedeciesen todos, porque Guatavita sólo servía de estarse en su cercado con sus teguyes, que es lo propio que mancebas, en sus contentos sin ocuparse de la guerra, y que si él quería, les sería fácil el ponerlo en el trono y señorío de todo. Nunca el mucho beber, y demasiadamente, hizo provecho; y si no, dígalo el rey Baltasar de Babilonia y el magno Alejandro, rey de Macedonia, que el uno perdió el reino bebiendo y profanando los vasos del templo y con ello la vida; y el otro mató al mayor amigo que tenía, que fue aquel festín tan celebrado en sus historias; y con éstos podíamos traer otros muchos, y no dejar fuera de la copia a Holofernes ni a los hermanos de Abraham. No faltó quien en la borrachera diese cuenta al Guatavita y lo que en ella había pasado, y señalando (como dicen) con el dedo a los que en ella habían hablado con ventaja, ponderándole el alegre semblante con que el Bogotá había oído el ofrecimiento de sus capitanes y soldados, y cómo no le había parecido mal; de todo lo cual el Guatavita se alborotó y al punto mandó a sus capitanes hacer dos mil indios de guerra que asistiesen a la defensa de su persona, y que estuviesen prevenidos para lo que se ofreciese; así mismo despachó dos quemes, que, como tengo dicho, son mensajeros, aunque en esta ocasión sirvieron de emplazadores, con las dos coronas de oro, que entre ellos servían de mandamiento o provisión real, citando al Bogotá, en que dentro de tercero día pareciese ante él llevando consigo tales y tales capitanes. Parecieron estos quemes ante el Bogotá e intimáronle el emplazamiento, el cual no lo tomó a bien considerando que hacía pocos días que le había enviado a Guatavita un gran tesoro y el vencimiento de sus contrarios, y que tan presto le enviaba a llamar y que llevase los capitanes que le señalaba. Escáldose de ello y sintió bien de aquella llamada, y para mejor enterarse, mandó a sus capitanes que tomasen aquellos quemes y que los convidasen y, siendo necesario, les diesen mantas, oro y otras dádivas, y que sacasen de ellos para qué los llamaba Guatavita, su señor. No se descuidaron los capitanes en hacer la diligencia, y cargaron tanto la mano en ella, que los quemes, hartos de chicha y dádivas, vinieron a decir "¿qué hablasteis vosotros en la borrachera grande?, ¿que hicisteis en el cercado de Bogotá? Porque todo se lo dijeron a Guatavita; y ha juntado mucha gente. No sé Para qué". De aquí entendió el Bogotá para qué los llamaba; al punto dio mantas a los mensajeros y un buen presente que llevasen a Guatavita, diciéndole le dijesen que ya iba tras ellos, con que los envió muy contentos. Idos los quemes, llamó Bogotá a consejo a sus capitanes, y acordaron, pues que se hallaba con las armas en las manos, previniesen a Guatavita, y así juntasen sus cabezas con la suya. Dada esta orden, se la dio a ellos el Bogotá para que juntasen toda la gente que pudiese tomar armas y regirlas para la ocasión. Al punto pusieron en ejecución. El Guatavita, que no dormía y traía el ánimo inquieto con lo que le habían dicho, vista la tardanza de Bogotá, volvió a enviarlo a llamar con otros dos quemes, los cuales, llegados a Bogotá, emplazaron segunda vez al teniente; el cual les respondió que el día siguiente se irían. Aquella noche llamó a sus capitanes y les dio orden que los cuarenta mil soldados que tenían hechos, los partiesen en dos escuadras, y con la una a paso tendido marchase de manera que al segundo día al amanecer, por encima de las lomas de Tocancipá y Gachancipá, que dan vista al pueblo de Guatavita, diesen los buenos días a su señor; y que los otros veinte mil indios con sus capitanes le siguiesen en retaguardia de su persona, que él se iría reteniendo y haciendo alto hasta tanto que se ajustaba lo que les ordenaba. Con esto los despidió y se fue a ordenar su viaje para el día siguiente. Los capitanes con la orden que su general les dio, aquella noche enviaron sus mensajeros a las escuadras de gente que tenían hecha, previniéndolos que al día siguiente habían de marchar. Llegado el día, Bogotá salió con los capitanes llamados y con los quemes de Guatavita. Salió algo tarde por dar tiempo a lo que dejaba ordenado, y habiendo caminado poco más de dos leguas, dio muy bien de comer a los dos quemes, y dándoles segundas mantas, les dijo que se fuesen delante y dijesen a su señor Guatavita que ya iban. Hiciéronlo así, y el Bogotá se fue muy poco a poco, siempre a vista de ellos, hasta que cerró la noche, teniendo siempre corredores a las espaldas que le daban aviso a dónde llegaban sus dos campos. Hizo aquel día noche pasada la venta que agora llaman de Serrano, en aquellos llanos de Siecha, a donde se alojó con los veinte mil indios que llevaba de retaguardia y donde esperó el aviso y suceso de los del cerro de Tocancipá. El Bogotá, con todo su campo entero, no queriendo dejar en el pueblo de Guatavita ninguna de sus gentes, porque no fatigasen a las pobres mujeres que en él habían quedado, sólo envió dos de sus capitanes con dos mil soldados indios al asiento de Sieche, que fue a donde durmió la noche que salió de Bogotá, para que desde allí supiesen y reconociesen las prevenciones del enemigo, y que de todo ello le diesen aviso; con esto y con el resto de su campo, dio vuelta a todos y por todos los pueblos cercanos a Guatavita y de su obediencia, atrayéndolos a la suya, lo cual hicieron de buena gana por salir de la sujeción de Guatavita, y por ser dulce y suave el nombre de Bogotá, y por mejor decir de la libertad. Volvióse el Cacique de Bogotá a su pueblo y casa con esta victoria ganada a tan poca costa, a donde le dejaremos por volver a tratar del Cacique Guatavita y de lo que hizo en su retirada, que a todo esto corría y pasó el año de 1537, cuando nuestros españoles pasaban los trabajos del Río Grande de la Magdalena, hasta que llegaron a las lomas de Opón de Vélez, donde los dejé, que corría ya el año de 1538.
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Capítulo III El universo de Cuícatl: Cantares Se incluyen bajo esta rúbrica composiciones, todas con ritmo y medida en su original en nahuatl, pero de diversos subgéneros. Describo brevemente lo que en este Capítulo se ofrece. Xopancuícatl: cantos de tiempo de verdor Se trata de composiciones en las que, de diversas formas, se proclama la alegría de vivir. El mundo de la naturaleza se vuelve en ellas presente con plenitud de luz y calor. Se evocan los montes, los bosques, las flores que abren sus corolas, las aves preciosas. A veces, en medio de la alegría de la primavera, surge también la reflexión profunda. Aquí daré varias muestras de este tipo de composiciones. Xochicuícatl: cantos floridos y de amistad Muchas de las creaciones que cabe situar en esta categoría, guardan relación con algunos de los xopancuícatl antes mencionados. Hay, sin embargo, no pocos poemas respecto de los cuales parece adecuado decir que son, de manera muy directa, exaltación de la amistad. Se recitaban o cantaban éstos en reuniones de sabios y de cuicapicque o forjadores de cantos. Los ejemplos que aquí se aducen expresan, entre otras, ideas como ésta: en medio de lo fugaz de la existencia, la amistad, que acerca rostros y corazones, es una de las pocas cosas que dan placer en la vida. Si entonamos juntos cantos floridos, cuando nos hayamos marchado, nuestras palabras vivirán en la tierra. Por eso es menester entregarse a la comunidad de los amigos, ceñirla con collares, con plumas de guacamaya, con círculos de canto. Se habla incluso del árbol florido de la amistad. Abre éste sus corolas. Propicia el acercamiento de los amigos. Yaocuícatl: cantos guerreros Muy diferentes --aunque afines en muchos aspectos, en cuanto creación de la misma cultura-- son las composiciones en las que se proclama la significación de la guerra, la gloria y el poderío de las mexicas y se hace también, a veces, recordación de los héroes. Como es de suponer, numerosos son los yaocuícatl que proceden de México-Tenochtitlan. Allí se ponderaba con frecuencia el significado cósmico de las guerras floridas, acción bélica dirigida a obtener víctimas para el sacrificio, en última instancia, para mantener la vida del sol. También de los yaocuícatl daré un conjunto de ejemplos tomados de las colecciones de cantares mexicanos. Icnocuícatl: poemas de honda reflexión Además de las composiciones que revelan gran profundidad de pensamiento y que cabe atribuir a autores determinados, como el célebre Nezahualcóyotl, del que más adelante trataremos, hay otros muchos poemas anónimos que pueden situarse en la categoría de los icnocuícatl, los cantos de orfandad, de privación, angustia y honda reflexión. La temática de estos cuícatl es considerablemente amplia: los mismos de la divinidad y del más allá; lo transitorio del existir en la tierra; la muerte, tan temida como inexorable. Importa desde luego subrayar que precisamente el tema de la muerte suele aparecer con mayor frecuencia en estos poemas. Una y otra vez surgen preguntas como éstas: ¿acaso en verdad se vive, allí, donde todos vamos? ¿Lo cree acaso tu corazón? ¿Es posible esperar que se nos den allí, siquiera en préstamo, algunos cantos, palabras bellas? De diversas maneras el preguntar reaparece: ¿sólo en vano hemos venido a existir en la tierra? Nuestra presentación de textos poéticos del mundo nahuatl incluye también icnocuícatl procedentes de los citados manuscritos de cantares. El diálogo de la flor y el canto Hemos mencionado, al hablar de los xochicuícatl, que en ocasiones se reunían los sabios y poetas para darse a conocer sus creaciones y para dialogar sobre ellas. Por fortuna, el manuscrito de la Biblioteca Nacional de México nos conserva el testimonio de una de esas reuniones de poetas que tuvo precisamente como propósito esclarecer el más hondo sentido de la poesía. El diálogo tuvo lugar hacia 1490. Varios maestros de la palabra, venidos de diversos lugares, se reunieron en la casa del señor Tecayehuatzin, príncipe de Huexotzinco. Los invitados se acomodan en esteras bajo la sombra de frondosos ahuehuetes en algún huerto cercano al palacio de su huésped Tecayehuatzin. Como es costumbre, antes de dar principio al diálogo, los criados distribuyen el tabaco y las jícaras de espumoso chocolate. El diálogo, conservado en idioma nahuatl en el viejo manuscrito, se inicia con una salutación del señor Tecayehuatzin. Expresa éste su deseo de conocer cuál puede ser el significado más hondo de flor y canto: poesía, arte y símbolo. ¿Cuál es, se pregunta, el origen de las flores y los cantos? ¿Es posible decir en la tierra palabras verdaderas? ¿O es destino del hombre emprender búsquedas sin fin, pensar que alguna vez ha encontrado lo que anhela y al fin tener que marcharse, dejando aquí sólo el recuerdo de sus cantos? Las preguntas de Tecayehuatzin reciben muy distintas respuestas: una a una, los varios invitados las van formulando. Entre otras cosas, los participantes afirman que flor y canto, poesía, arte y símbolo, son un don de los dioses, son acaso posible recuerdo del hombre en la tierra, quizás camino para encontrar a la divinidad. Para otros, flor y canto es, al igual que los hongos alucinantes, el mejor medio de embriagar a los corazones y olvidar tristezas. Otras opiniones expresadas insisten en ideas como éstas: se recogen las flores para techar con ellas la propia cabaña, es decir el hogar del hombre en la tierra; flor y canto puede ser camino para alcanzar la divinidad. Tecayehuatzin, el príncipe de Huexotzinco que convocó esta reunión, sigue creyendo que flor y canto es la única manera de decir palabras verdaderas en la tierra. Pero como tiene conciencia de que su punto de vista no es aceptado por todos, expresa una última idea que se gana simpatía universal: flor y canto, poesía y arte, es precisamente lo que hace posible la reunión de los amigos. XOPANCUÍCATL: CANTOS DE TIEMPO DE VERDOR PRINCIPIO DE LOS CANTOS Consulto con mi propio corazón: "¿Dónde tomaré hermosas fragantes flores? ¿a quién lo pregun- [taré? ¿Lo pregunto, acaso, al verde colibrí reluciente, al esmeraldino pájaro mosca? ¿lo pregunto, acaso, a la áurea ma- [riposa? Sí, ellos lo sabrán: saben en dónde abren sus corolas las bellas [olientes flores. Si me interno en los bosques de abetos verde azulados, o me interno en los bosques de flores color de llama, allí se rinden a la tierra cuajadas de rocío, bajo la irradiante luz [solar, allí, una a una, llegan a su total perfección. Allí las veré quizá: cuando ellos me las hubieren mostrado, las pondré en el hueco de mi manto, para agasajar con ellas a los nobles, para festejar con ellas a los [príncipes. Aquí sin duda viven: ya oigo su canto florido, cual si estuviera dialogando la montaña; aquí junto a donde mana el agua verdeciente, y el venero de turquesa canta entre guijas, y cantando le responde el sensonte, le responde el pájaro-casca- [bel, y es un persistente rumor de sonajas, el de las diversas aves ca- [noras: allí alaban al dueño del mundo, bien adornadas de ricos joyeles". Ya digo, ya triste clamo: "Perdonad si os interrumpo, oh ama- [dos..." Al instante quedaron en silencio, luego vino a hablarme el verde [reluciente colibrí: "¿En busca de qué andas, oh poeta?" Al punto le respondo y le digo: "¿Dónde están las bellas fragantes flores para agasajar con ellas a los que son semejantes a vosotros?" Al instante me respondieron con gran rumor. "Si te mostramos aquí las flores, oh poeta, será para que con ellas agasajes a los príncipes que son nuestros semejantes". Al interior de las montañas de la Tierra-de-nuestro-sustento, de la Tierra-Florida me introdujeron: allí donde perdura el rocío bajo la irradiante luz solar. Allí vi al fin las flores, variadas y preciosas, flores de precioso aroma, ataviadas de rocío, bajo una niebla de [reluciente arco iris. Allí me dicen: "Corta cuantas flores quieras, conforme a tu beneplácito, oh poeta, para que las vayas a dar a nuestros amigos los príncipes, a los que dan placer al dueño del mundo". Y yo iba poniendo en el hueco de mi mano las diversas fragantes flores, que mucho deleitan el corazón, las muy placenteras, y decía yo: "¡Ojalá vinieran acá algunos de los nuestros y muchísimas de ellas recogeríamos! Pero, ya que he venido a saber este lugar, iré a comunicarlo a mis [amigos, para que en todo tiempo vengamos acá a cortar las preciosas diversas fragantes flores, a entonar variados hermosos cantos, con que deleitemos a nuestros amigos los nobles, los varones de la tierra, los Águilas y los Tigres". Así pues, las iba yo, poeta, recogiendo para enflorar con ellas a los nobles, para ataviarlos con ellas, a ponérselas en las manos; después elevaba hermoso canto para que en él fueran celebrados los nobles, en la presencia de aquel que está cerca y junto. Mas, ¿nada para sus vasallos? ¿dónde tomarán, dónde verán hermosas flores? ¿irán conmigo, acaso, hasta la Tierra-Florida, a la Tierra-de-nues- [tro-sustento? ¿Nada para sus vasallos, los que andan afligidos, los que sufren desventura sobre la tierra? ¡Sí, los que sirven en la tierra a aquel que está cerca y junto! Llora mi corazón al recordar que fui, yo poeta, a fijar la mirada allá en la Tierra-Florida. Pero decía yo: "No es a la verdad lugar de bien esta tierra: en otro lugar se halla el término del viaje: allí sí hay dicha. ¿Qué bienestar hay sobre la tierra? El lugar donde se vive es donde todos bajan. ¡Vaya yo allá, cante yo allá en unión de las variadas aves preciosas, disfrute yo allá de las bellas flores, las fragantes flores que deleitan el corazón, las que alegran, perfuman y embriagan, las que alegran, perfuman y embriagan!"1 LAS AVES SAGRADAS De donde arraiga el Árbol Florido, desde donde macollan sus preciosas espigas, venís acá, aves áureas y negras, venís, aves pardas y azules, y el maravilloso quetzal. Todas venís desde Nonohualco: país junto al agua, los que sois aves preciosas del Vivificador. Sois criaturas suyas. Venís acá, aves áureas y negras venís, aves pardas y azules, y el maravilloso quetzal. Del florido azulejo el penacho está allí. En la preciosa casa de musgo acuático, tendido está: vino a contemplar la aurora. Ya te despiertan tus preciosas aves, ya te desmañana el dorado tzinizcan, el rojo quechol y el pájaro azul que amanece gritando. Hacen estrépito las aves preciosas, que llegan a despertarse. El dorado zacuan y el tzinizcan el rojo quechol y el pájaro azul que amanece gritando. Desde Tamoanchan, donde se yergue el Árbol Florido, vienen nuestros reyes, tú, Motecuzoma, y Totoquihuatzin. Habéis llegado aquí donde está el patio florido. Ya levantáis vuestro canto hermoso... Habéis llegado al centro de las flores. Y allí ya estáis agitando vuestro florido atabal, vuestra florida sonaja. Habéis llegado donde está el patio florido. Ya levantáis vuestro hermoso canto. En el lugar del ililin, ¿Qué dice el ave preciosa? Es cual si repicara en el lugar del trino: ¡Libe la miel: que goce: su corazón se abre: es una flor! Ya viene la mariposa, volando viene: abre sus alas, sobre flores anda: ¡Libe la miel: que goce: su corazón se abre: es una flor!2
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CAPÍTULO III Que la Tórrida Zona es humedísima, y que en esto se engañaron mucho los antiguos Siendo al parecer todo lo que se ha dicho y propuesto, verdadero y cierto y claro, con todo eso lo que de ello se viene a inferir es muy falso; porque la región media, que llaman Tórrida, en realidad de verdad la habitan hombres y la hemos habitado mucho tiempo, y es su habitación muy cómoda y muy apacible. Pues si es así, y es notorio que de verdades no se pueden seguir falsedades, siendo falsa la conclusión, como lo es, conviene que tornemos atrás por los mismos pasos y miremos atentamente los principios, en donde pudo haber yerro y engaño. Primero diremos cuál sea la verdad, según la experiencia certísima nos la ha mostrado, y después probaremos (aunque es negocio muy arduo) a dar la propria razón conforme a buena filosofía. Era lo postrero que se propuso arriba, que la sequedad tanto es mayor cuanto el sol está más cercano a la tierra. Esto parecía cosa llana y cierta, y no lo es sino muy falsa, porque nunca hay mayores lluvias y copia de aguas en la Tórridazona, que al tiempo que el sol anda encima muy cercano. Es cierto cosa admirable y dignísima de notar que en la Tórridazona aquella parte del año es más serena y sin lluvias, en que el sol anda más apartado, y al revés, ninguna parte del año es más llena de lluvias y nublados y nieves (donde ellas caen), que aquella en que el sol anda más cercano y vecino. Los que no han estado en el Nuevo Mundo, por ventura tendrán esto por increíble; y aun a los que han estado, si no han parado mientes en ello, también quizá les parecerá nuevo; mas los unos y los otros con facilidad se darán por vencidos en advirtiendo a la experiencia certísima de lo dicho. En este Pirú, que mira al polo del Sur o Antártico, entonces está el sol más lejos cuando está más cerca de Europa, como es en mayo, junio, julio, agosto, que anda muy cerca al Trópico de Cancro. En estos meses dichos es grande la serenidad del Pirú; no hay lluvias; no caen nieves; todos los ríos corren muy menguados, y algunos se agotan. Mas después, pasando el año adelante y acercándose el sol al círculo de Capricornio, comienzan luego las aguas, lluvias y nieves, y grandes crecientes de los ríos; es a saber: desde octubre hasta diciembre. Y cuando volviendo el sol de Capricornio hiere encima de las cabezas en el Pirú, allí es el furor de los aguaceros y grandes lluvias y muchas nieves, y las avenidas bravas de los ríos, que es al mismo tiempo que reina el mayor calor del año; es a saber: desde enero hasta mediado marzo. Esto pasa así todos los años en esta provincia del Pirú, sin que haya quien contradiga. En las regiones que miran al polo Ártico pasada la Equinocial, acaece entonces todo lo contrario, y es por la misma razón, ora tomemos a Panamá, y toda aquella costa, ora la Nueva España, ora las islas de Barlovento, Cuba, Española, Jamaica, San Juan de Puerto Rico, hallaremos sin falta que desde principios de noviembre hasta abril, gozan del cielo sereno y claro, y es la causa que el sol, pasando la Equinocial hacia el Trópico de Capricornio, se aparta entonces de las dichas regiones más que en otro tiempo del año. Y por el contrario, en las mismas tierras vienen aguaceros bravos y muchas lluvias cuando el sol se torna hacia ellas y les anda más cerca, que es desde junio hasta septiembre, porque las hiere más cerca y más derechamente en esos meses. Lo mismo está observado en la India Oriental, y por la relación de las cartas de allá parece ser así. Así que es la regla general (aunque en algunas partes por especial causa padezca excepción) que en la región media o Tórridazona, que todo es uno, cuando el sol se aleja, es el tiempo sereno y hay más sequedad; cuando se acerca, es lluvioso y hay más humedad, y conforme al mucho o poco apartarse el sol, así es tener la tierra más o menos copia de aguas.
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De la descripción de lo que contiene dentro de sí este territorio En el capítulo pasado comencé a describir lo que hay en el término y costa de aquella gobernación: en éste lo haré lo más breve que me sea posible de lo que hay a una y otra parte del Río de la Plata, hasta el Mediterráneo; para lo cual es de suponer que en este territorio hay muchas provincias y poblaciones de indios de diversas naciones, por medio de las cuales corren muy caudalosos ríos, que todos vienen a parar como en madre principal a este de la Plata, que por ser tan grande le llaman los naturales guaraníes, Paraná Guazú, como tengo dicho. Y así tomaré por margen de esta descripción el mismo Río desde la mar. Comenzando primero por la parte de la mano derecha, como que por él entramos, que es el Cabo de Santa María, del cual a una isla y puerto que llaman de Maldonado, hay diez leguas, toda rasa y llana, dejando a vista dentro del mar la de los Lobos. Este Maldonado es buen puerto, y tiene en tierra firme una laguna de mucha pesquería. Corren toda esta isla los indios Charrúas de aquella costa, que es una gente muy dispuesta y crecida, la cual no se sustenta de otra cosa, que de caza y pescado. Son muy osados en el acometer, y crueles en el pelear, y después muy humanos y piadosos con los cautivos. Tiene fácil entrada, por cuya causa no tendría seguridad, siendo acometida por mar. Más adelante está Montevideo, llamado así por los portugueses, donde hay un puerto muy acomodado para una población, por tener extremadas tierras de pan y pasto para ganados, de mucha caza de gansos, perdices y avestruces. Lleva no muy distante de la costa una cordillera, que viene costeando del Brasil, y apartándose de ella se mete tierra adentro, cortando la mayor parte de esta gobernación, y extendiéndose hacia el norte, se entiende que vuelve a cerrar a la misma costa abajo de la bahía. De aquí a la isla de San Gabriel hay veinte leguas, dejando en medio el puerto de Santa Lucía. Esta isla es pequeña y de mucha arboleda: y está de tierra firme poco más de dos leguas, donde hay un puerto razonable, pero no tiene el abrigo necesario para los navíos que allí aportan. En este paraje desemboca el río muy caudaloso del Uruguay, de que tengo ya hecho mención, el cual tiene allí de boca, cerca de tres leguas, y dentro de él un pequeño río que llaman de San Juan, junto a otro de San Salvador, puerto muy acomodado; diez leguas de él adelante uno que llaman Río Negro, del cual arriba a una y otra mano están infinitos, en especial uno caudaloso que tiene por nombre Pipirí, donde es fama muy notoria haber mucha gente que posee oro en cantidad, que trae este río entre sus menudas arenas. Este río tiene su nacimiento del Uruguay, de las espaldas de la isla de Santa Catalina, y corriendo hacia el mediodía se aparta de la Laguna de los Patos para el occidente por muchas naciones y tierras pobladas de indios que llaman Guayanas, parte Chobacas, que son casi todos de una lengua aunque hasta ahora no han visto españoles, ni entrado éstos en sus tierras, mas de las relaciones que de los Guaraníes se han tomado, y corriendo muchas leguas, viene este río a pasar por una población muy grande de indios guaraníes, la cual llaman Tape o Taba, que quiere decir ciudad. Esta es una provincia de las mejores y más pobladas de este gobierno, la cual dejando aparte por el Río de la Plata arriba ciento cincuenta leguas a la misma mano, se va por muchas naciones y pueblos de diferentes costumbres y lenguajes, que la mayor parte no son labradores, hasta las Siete Corrientes, donde se juntan dos ríos caudalosos, el uno llamado Paraguay, que viene de la siniestra, el otro Paraná, que sale de la derecha; éste es el principal que recibe todos los ríos, que salen de la parte del Brasil; tiene de ancho por todo lo más de su navegación una legua, en partes dos. Baja al pie de 300 leguas hasta juntarse con el del Paraguay, en cuya boca está fundada una ciudad, que llaman de San Juan de Vera de las Corrientes, que está en altura de 28 grados, de la cual, y de su fundación y conquista, en su lugar haremos mención. Luego como por este río se entra, es apacible para navegar, y antes de cuarenta leguas descubren muchos bajíos y arrecifes, donde hay una laguna a mano izquierda del río, que llaman de Santa Ana, muy poblada de indios Guaraníes, hasta donde entra otro muy caudaloso a la misma mano, que llaman Iguazú, que significa río grande: viene de las espaldas de la Cananea, y corre doscientas leguas por gran suma de naciones de indios: los primeros y más altos son todos Guaraníes, y bajando por el sur, entra por los pueblos de los que llaman Chobas, Munuz, y Quis o Chiquis, tierra fría, y de grandes pinales hasta entrar en este del Paraná, por el cual subiendo treinta leguas, está aquel extraño Salto, que entiendo ser la más maravillosa obra de naturaleza que hay: porque la furia y velocidad con que cae todo el cuerpo de agua de este río, son más de 200 estados por once canales, haciendo las aguas un humo espesísimo en la región del aire, de los vapores que causan sus despeñaderos por las canales que digo. De aquí abajo es imposible poderse navegar con tantos batientes y rebatientes que hace con grandes remolinos y borbollones, que se levantan como nevados cerros. Cae toda el agua de este Salto en una como caja guarnecida de duras rocas y peñas, en que se estrecha todo el río en un tiro de flecha, tomando por lo alto del Salto más de dos leguas de ancho, de donde se reparte en estos canales, que no hay ojos ni cabeza humana que puedan mirar sin desvanecerse, y perder la vista. Oyese el ruido de este salto ocho leguas como una nube blanquísima. Tres leguas más arriba está fundada una ciudad, que llaman Ciudad Real, en la boca de un río que se dice Pequirí; está en el mismo Trópico de Capricornio, por cuya causa es lugar enfermísimo, y lo es todo lo más del río y provincia que llaman de Guairá, tomando el nombre de un cacique de aquella tierra. Doce leguas más adelante entran dos ríos, el uno a mano derecha, que se dice Ubay, y el otro a la izquierda, llamado Muñú, que baja de la Provincia de Santiago de Jerez, de la cual y su población, a su tiempo se hará mención.. El otro viene de hacia el este, donde está fundada 50 leguas por él adentro, la Villa Rica del Espíritu Santo, en cuya jurisdicción y comarca hay más de 200 mil indios Guaraníes poblados, así por los ríos y montañas, como en los campos y pinales que corren hasta San Pablo, población del Brasil; y corriendo río arriba del Paraná, hay otro muy caudaloso que viene de hacia el Brasil, llamado Paraná-Pané, en el cual están muchos, que todos ellos son muy poblados, en especial el que dicen Altibuirá, que tiene por él adentro más de 100 mil indios poblados de esta nación. Nace de una cordillera que llaman Socau, que dista poco de San Pablo, y juntándose con otros, se hace caudaloso, y rodea el Cerro de Nuestra Señora de Montserrat, que tiene de circuito cinco leguas, por cuyas faldas sacan los portugueses de aquella costa mucho oro rico de 23 kilates; y en lo alto de él se hallan muchas vetas de plata, cerca del cual D. Francisco de Sosa, caballero de esta nación, fundó un pueblo que hoy día permanece, y se va continuando su efecto y el beneficio de las minas de oro y plata. Y volviendo al principal de este río, entra en el otro muy grande; aunque de muchos arrecifes y saltos, que los naturales llaman Anembí. Este nace de las espaldas de Cabo Frío, y pasa por la Villa de San Pablo, en cuya ribera está poblada; no tiene indios ningunos, porque los que había, fueron echados y destruidos de los portugueses por una rebelión y alzamiento, que contra ellos intentaron, poniendo cerco a la villa para asolarla, con que no salieron con su intento. El día de hoy se comunican por este río los portugueses de la costa con los castellanos de esta Provincia de Guairá: más adelante por el Paraná arriba entran otros muchos ríos en especial el Paraná Ibauy, y otro, que dicen sale de la Laguna del Dorado, que viene de la parte del norte, de donde han entendido algunos portugueses que cae aquella laguna tan mentada. Los moradores de ella poseen muchas riquezas, del cual adelante viene este poderoso río por grandes poblaciones de naturales, hasta donde se disminuye en muchos brazos y fuente, de que viene a tomar todo su caudal, según hasta donde lo tengo navegado, el cual dicen los portugueses, tiene su nacimiento en el paraje y altura de la bahía, cabeza de las ciudades del Brasil.
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CAPÍTULO III Las idas y venidas de los mensajeros Hablan los textos indígenas, principalmente los informantes de Sahagún, acerca de las varias idas y venidas de los mensajeros de Motecuhzoma hacia las costas del golfo, por donde habían aparecido los forasteros. Se ofrecen primero algunos textos tomados del Códice Florentino referentes a las instrucciones dadas por Motecuhzoma a sus mensajeros. En dichos textos aparece claramente la proyección que hicieron los nahuas de sus antiguas ideas para explicarse la venida de los españoles: pensaban que el recién llegado era Quetzalcóatl, Nuestro Príncipe. A continuación, relatan los indios el modo como llegaron los mensajeros hasta la orilla del mar, siendo allí recibidos por los españoles, a quienes entregaron los dones enviados por Motecuhzoma. Es particularmente interesante la descripción que hacen los indios de los dones ofrecidos a Cortés y del modo como éste trató luego de atemorizarlos, disparando ante su vista un arcabuz. La tercera parte de este capítulo trata del regreso de los mensajeros de Motecuhzoma a México-Tenochtitlan y de los informes que dan a éste, acerca de cómo eran los españoles, sus cañones, los animales en que venían montados, especie de "venados" enormes, pero sin cuernos, sus perros, etcétera. Motecuhzoma instruye a sus mensajeros Motecuhzoma luego dio órdenes al de Cuetlaxtlan, Pínotl, y a todos ellos. Les dijo: -Dad orden: que haya vigilancia por todas partes en la orilla del agua, en donde se llama Nauhtla, Tuztlan, Mictlancuauhtla. Por donde ellos (los forasteros) vienen a salir. Inmediatamente se fueron los mayordomos. Dieron órdenes de que hubiera vigilancia. Por su parte Motecuhzoma hizo junta con sus príncipes: El Cihuacóatl Tlilpotonqui, el Tlacochcálcatl Cuappiaztzin, el Tizociahuácatl Quetzalaztatzin, el Huiznahuatlailótlac Hecateupatiltzin. Les hizo oír el relato y les mostró, les puso a la vista los collares que había mandado hacer. Les dijo: -Hemos admirado las turquesas azules. Se guardarán bien. Los tesoreros las guardarán bien. Si dejan que se pierda alguna, nuestras serán sus casas, nuestros hijos, los que están en el seno materno. E hizo su turno el año, que linda con 13-Conejo. Y cuando a va a tener fin, al ya acabarse el año 13-Conejo, vienen a salir, son otra vez vistos. Luego presurosos vienen a dar cuenta a Motecuhzoma. Al saberlo, también deprisa envía mensajeros. Era como si pensara que el recién llegado era nuestro príncipe Quetzalcóatl. Así estaba en su corazón: venir sólo, salir acá: vendrá para conocer su sitio de trono y solio. Como que por eso se fue recto, al tiempo que se fue. Envió Motecuhzoma cinco que lo fueran a encontrar, que le fueran a regalar dones. Los guiaba un sacerdote, el que tenía a cargo y bajo su nombre el santuario de Yohualichan. En segunda, el de Tepoztlan; el tercero, el de Tizatlan; el cuarto era el de Huehuetlan, y el quinto, el de Mictlan grande. Les dijo: -Venid acá, caballeros tigres, venid acá. Dizque otra vez ha salido tierra nuestro señor. Id a su encuentro, id a hacerle oír: poned buena oreja a lo que él os diga. Buena oreja tenéis que guardar. Los dones que se ofrecen a los recién venidos He aquí con lo que habéis de llegar a nuestro señor: Este es el tesoro de Quetzalcóatl: Una máscara de serpiente, de hechura de turquesas. Un travesaño para el pecho, hecho de plumas de quetzal. Un collar tejido a manera de petatillo: en medio tiene colocado un disco de oro. Y un escudo de travesaños de oro, o bien con travesaños de concha nácar: tiene plumas de quetzal en el borde y unas banderolas de la misma pluma. También un espejo de los que se ponen al trasero los danzantes, guarnecido de plumas de quetzal. Ese espejo parece un escudo de turquesas: es mosaico de turquesas, de turquesas está incrustado, tachonado de turquesas. Y una ajorca de chalchihuites, con cascabelillos de oro. Igualmente, un lanza-dardos guarnecido de turquesas: todo de turquesas lleno, es como si tuviera cabecillas de serpiente; tiene cabezas de serpiente. Y unas sandalias de obsidiana. En segundo lugar les dio el atavío de Tezcatlipoca: Un capacete de forma cónica, amarillo, por el oro, lleno todo él de estrellas. Y sus orejeras adornadas con cascabeles de oro. Y un collar de concha fina: un collar que cubre el pecho, con hechura de caracoles, que parecen esparcirse desde su borde. Y un chalequillo todo pintado, con el ribete con sus ojillos: en su ribete hay pluma fina que parece espuma. Un manto de hilos atados de color azul, éste se llama el "campaneante resonador". A las orejas se alza allí se ata. También está colocado un espejo de dorso. Y también un juego de cascabeles de oro que se atan al tobillo. Y un juego de sandalias de color blanco. En tercer lugar, el atavío de Tlalocan Tecuhtli; (señor del Tlalocan): Una peluca de plumas de quetzal y de garza: toda hecha de pluma de quetzal, llena totalmente de pluma de quetzal; como que verdeguea, como que está verdegueando, y sobre ella, un travesaño hecho de oro y concha nácar. Unas orejeras en forma de serpiente, hechas de chalchihuite. Su chalequillo matizado con chalchihuites. Su collar: un collar de chalchihuites, tejidos en petatillo, también con un disco de oro. También un espejo para la parte de atrás, tal como se dijo, también con campanillas. La manta con que se cubre, con bordes de anillos rojos, y cascabeles para el pie, hechos de oro. Y su bastón de forma serpentina con mosaico de turquesas. En cuarto lugar, también el atavío de Quetzalcóatl: Una diadema de piel de tigre con plumas de faisán: sobre ella hay una enorme piedra verde: con ésta está ataviada la cabeza. Y orejeras de turquesas, de forma redonda, de las cuales pende un zarcillo curvo de concha y oro. Y un collar de chalchihuites tejido en manera de petatillo: también en el medio yace un disco de oro. Y la manta con que se cubre, con ribetes rojos. También requiere en el pie cascabeles de oro. Y un escudo de oro, perforado en el medio, con plumas de quetzal tendidas en su borde; también con banderola de quetzal. Y el cayado torcido propio de Ehécatl: curvo por arriba, con piedras preciosas blancas, constelado. Y sus sandalias de espuma. Allí están todos los géneros de insignias que se llaman "insignias divinas". Fueron puestos en posesión de los embajadores. Y aún muchos más objetos que llevaron como regalos de bienvenida: Un capacete de caracol hecho de oro. Una diadema de oro. Luego esto fue acomodado en cestones, fue dispuesto en armadijos para la carga. Y por lo que toca a los cinco mencionados, luego les da órdenes Motecuhzoma, les dice: -Id, no os demoréis. Haced acatamiento a nuestro señor el dios. Decidle: -"Nos envía acá tu lugarteniente Motecuhzoma. He aquí lo que te da en agasajo al llegar a tu morada de México". Llegan los mensajeros ante los españoles Pues cuando hubieron llegado al borde del mar, los trasportaron, en barcas los llevaron a Xicalanco. Otra vez allí los tomaron en barcas, los llevaron los marineros: todos los objetos pusieron en barcas, los colocaron, los metieron en ellas. Y metidos ya en sus canoas, por el río fueron, llegaron a las barcas de aquéllos (de los españoles), se repegaron a sus barcas. Ellos (los españoles) les dijeron: -¿Quiénes sois vosotros? ¿De dónde vinísteis? -Hemos venido de México. Otra vez les dijeron: -Puede ser o no ser que vosotros de allá procedáis, o tal vez no más lo inventáis; tal vez no más que nosotros os estáis burlando. Pero su corazón se convenció, quedó satisfecho su corazón. Luego pusieron un gancho en la proa de la nave; con ella los levantaron estirando, luego pararon una escala. Por tanto, subieron a la nave. Iban llevando en los barcos los objetos. Uno a uno hicieron la ceremonia de tocar la tierra con la boca delante del capitán (o sea, hicieron reverencia y juramento). En seguida le hacen una arenga, le dicen: -Dígnese oírlo el dios: viene a rendir homenaje su lugar-teniente Motecuhzoma. Él tiene en cargo la ciudad de México. Dice: "Cansado ha quedado, fatigado está el dios". En seguida atavían al capitán. Le pusieron con esmero la máscara de turquesa, en ella estaba fijada la banda travesaña de pluma de quetzal. Y de esta máscara va pendiendo, en ella está la orejera de uno y otro lado. Y le pusieron el chalequillo, lo enchalecaron. Y le pusieron al cuello el collar de petatillo: el petatillo de chalchihuites: en medio tiene un disco de oro. Después, en su cadera le ataron el espejo que cae hacia atrás y también le revistieron por la espalda la manta llamada "campanillante". Y en sus pies le colocaron las grebas que usan los huastecos, consteladas de chalchihuites, con sus cascabeles de oro. También le dieron, en su mano le pusieron el escudo que tiene travesaño de oro y de concha nácar, con sus flecos de pluma de quetzal y sus banderolas de lo mismo. Ante su vista pusieron las sandalias de obsidiana. En cuanto a los otros tres géneros de atavíos divinos, no hicieron más que colocarlos enfrente de él, los ordenaron allí. Así las cosas, díjoles el capitán: -¿Acaso ésta es toda vuestra ofrenda de bienvenida? ¿Aquello con que os llegáis a las personas? Dijeron ellos: -Es todo: con eso hemos venido, señor nuestro. Cortés trata de poner temor en los indios Entonces dio órdenes el capitán; en consecuencia, fueron atados (los indios); les pusieron hierros en los pies y en el cuello. Hecho eso, dispararon el cañón grande. Y en este momento los enviados perdieron el juicio, quedaron desmayados. Cayeron, se doblaron cada uno por su lado: ya no estuvieron más en sí. Los españoles, por su parte, los levantaron, los alzaron, les dieron de beber vino, y en seguida, les dieron de comer, los hicieron comer. Con esto, recobraron su aliento, se reconfortaron. Así las cosas, les dijo el capitán: -Oídlo: he sabido, ha llegado a mi oído, que dizque los mexicanos son muy fuertes, que son muy guerreros, que son muy tremendos. Si es un solo mexicano, muy bien pone en fuga, bien hace retroceder, bien vence, bien sobrepasa, aunque de veras sean diez y acaso aun si son veinte los guerreros. Pues ahora mi corazón quiere quedar convencido: voy a ver yo, voy a experimentar qué tan fuertes sois, ¡qué tan machos! Les dio en seguida escudos de cuero, espadas y lanzas. Y además (dijo): -Muy tempranito, al alba se hará: vamos a contender unos con otros: vamos a hacer torneo en parejas; nos desafiaremos. Tendremos conocimiento de las cosas. ¡A ver quién cae al suelo! Respondieron al capitán, le dijeron: -óigalo el señor: ¡puede ser que esto no nos lo mandara Motecuhzoma, lugarteniente tuyo!# En exclusiva comisión hemos venido, a dar reposo y descanso hemos venido, a que nos saludemos unos a otros. No es de nuestra incumbencia lo que el señor quiere. Pero si tal cosa hiciéramos, pudiera ser que por ello se enojara mucho Motecuhzoma. Por esto acabara con nosotros. Dijo al punto el capitán: -No, se tiene que hacer. Quiero ver, quiero admirar: ha corrido fama en Castilla de que dizque sois muy fuertes, muy gente de guerra. Por ahora, comed muy temprano: también yo comeré. ¡Mucho ánimo! Después los despachó, los hizo bajar a su navío de ellos (de los indios). No bien hubieron bajado a su nave, remaron fuertemente. Se remaba con ardiente afán. Algunos aun con las manos remaban, iban con el alma afanada. Se decían unos a otros presurosos: -¡Mis capitanes, con todas vuestras fuerzas!# ¡Remad esforzadamente. No vaya a sucedernos algo aquí! ¡Que nada nos pase!# Con toda prisa llegaron por el mar hasta el sitio llamado Xicalanco. Con trabajos tomaron aliento allí. Luego con gran empeño siguieron su camino. Llegaron a Tecpantlayacac. De allí se pusieron en camino, fueron de marcha y llegaron presurosos a Cuetlaxtlan. Tal como en su viaje de ida, tomaron allí aliento. Y el cuextlaxteca les dijo: -¡Siquiera un día descansen! ¡Siquiera tomen aliento! Pero ellos le dijeron: -¡Pues no! Estamos deprisa: vamos a darle cuenta al señor rey Motecuhzoma. Le diremos qué hemos visto. Cosa muy digna de asombro. ¡Nunca cosa así se vio! O, ¿acaso tú antes lo oíste? Regreso de los mensajeros Luego deprisa se fueron, hasta México llegaron. Y entraron no más de noche; sólo en la noche llegaron. Y cuando esto sucedió, Motecuhzoma ya no supo de sueño, ya no supo de comida. Ya nadie con él hablaba. Y si alguna cosa hacía, la tenía como cosa vana. Casi cada momento suspiraba. Estaba desmoralizado, se tenía como un abatido. Ya nada que da dicha, ya no cosa que da placer, ya no cosa de deleite le importaba. Y por todo esto decía: -"¿Qué sucederá con nosotros? ¿Quién de veras queda en pie? ¡Ah, en otro tiempo yo fui!# ¡Vulnerado de muerte está mi corazón! ¡Cual si estuviera sumergido en chile, mucho se angustia, mucho arde!# ¿Adónde, pues, nuestro señor?". Entonces dio órdenes a los que tenían el cargo de vigilar, los que guardan sus principales cosas. Les dijo: -Aun cuando durmiendo esté, avisadme: --Ya llegaron los que enviaste a la mar. Pero cuando fueron a decirlo, dijo al momento: -Aquí no los quiero oír. Los oiré allá en la Casa de la Serpiente. Que allá vayan. Y viene a dar orden, dice: ¡que se tiñan de greda dos cautivos!# Y luego fueron a la Casa de la Serpiente los enviados. También él, Motecuhzoma. Luego a sus ojos fueron los sacrificios. Abrieron el pecho a los cautivos: con su sangre rociaron a los enviados. La razón de hacer tal cosa, es haber ido por camino muy difícil; por haber visto a los dioses; haber fijado sus ojos en su cara y en su cabeza. ¡Bien con los dioses conversaron!# Lo que vieron los mensajeros Hecho esto, luego dan cuenta a Motecuhzoma. Le dijeron en qué forma se habían ido a admirar y lo que estuvieron viendo, y cómo es la comida de aquéllos. Y cuando él hubo oído lo que le comunicaron los enviados, mucho se espantó, mucho se admiró. Y le llamó a asombro en gran manera su alimento. También mucho espanto le causó el oír cómo estalla el canon, cómo retumba su estrépito, y cómo se desmaya uno; se le aturden a uno los oídos. Y cuando cae el tiro, una como bola de piedra sale de sus entrañas: va lloviendo fuego, va destilando chispas, y el humo que de él sale, es muy pestilente, huele a lodo podrido, penetra hasta el cerebro causando molestia. Pues si va a dar contra un cerro, como que lo hiende, lo resquebraja, y si da contra un árbol, lo destroza hecho astillas, como si fuera algo admirable, cual si alguien le hubiera soplado desde el interior. Sus aderezos de guerra son todos de hierro: hierro se visten, hierro ponen como capacete a sus cabezas, hierro son sus espadas, hierro sus arcos, hierro sus escudos, hierro sus lanzas. Los soportan en sus lomos sus "venados". Tan altos están como los techos. Por todas partes vienen envueltos sus cuerpos, solamente aparecen sus caras. Son blancas, son como si fueran de cal. Tienen el cabello amarillo, aunque algunos lo tienen negro. Larga su barba es, también amarilla; el bigote también tienen amarillo. Son de pelo crespo y fino, un poco encarrujado. En cuanto a sus alimentos, son como alimentos humanos: grandes, blancos, no pesado, cual si fueran paja. Cual madera de caña de maíz, y como de médula de caña de maíz es su sabor. Un poco dulces, un poco como enmielados: se comen como miel, son comida dulce. Pues sus perros son enormes, de orejas ondulantes y aplastadas, de grandes lenguas colgantes; tienen ojos que derraman fuego, están echando chispas: sus ojos son amarillos, de color intensamente amarillo. Sus panzas, ahuecadas, alargadas como angarilla, acanaladas. Son muy fuertes y robustos, no están quietos, andan jadeando, andan con la lengua colgando. Manchados de color como tigres, con muchas manchas de colores. Cuando hubo oído todo esto Motecuhzoma se llenó de gran temor y como se le amorteció el corazón, se le encogió el corazón, se le abatió con la angustia.
contexto
CAPITULO III De los desórdenes y males de que abunda la campaña de Montevideo y del principio y último estado de la negociación de cueros Así como faltan voces a los prácticos de este precioso continente para explicar la belleza y la suficiencia de que Dios lo dotó, sucede igualmente que no se encuentra con los hipérboles para hacer una pintura que se merece con propiedad el destrozo, el mal uso y el infeliz estado de aquellos campos, la incuria y avaricia con que ha sido mirado de unos y tratado de otros. Más de una vez hemos oído decir a hombres de juicio hartos de correr toda la Europa, que sólo el paraíso terrenal excedería en hermosura y fecundidad la tierra meridional de nuestra América; y describiéndola en un bosquejo, dicen que son un espacio sin medida de valles amenísimos, intercalados de elevaciones agradables que despidiendo las aguas al llano, forman un número sin cuento de arroyos, lagunas y ríos caudalosos que corren a todos vientos, los cuales quebrando y visitando la tierra en sus entrañas la fecundan con sus jugos haciéndola producir robustos pastos, aromas, hierbas, flores y medicinales, que al paso que recrean la vista y el olfato convida al hombre al trabajo de la agricultura con seguridad de que no sería burlada su fatiga. Pero hablando estos mismos prácticos de los desórdenes de la campaña, no encuentran con las palabras que han de expresar su concepto. Saben explicarnos los portentos de la naturaleza y no saben definir la injusticia de los hombres sobre un lugar de creación, donde todos sus objetos deben levantarle el corazón hacia el Hacedor de todos ellos. En cuatro clases de personas se puede dividir la población que cubre nuestras campañas; la de vecinos hacendados dueños de estancias, la de jornaleros, trabajadores o peones de campo conocidos por gauchos o changadores; la de indios de Misiones; y la de portugueses. La clase de hacendados estancieros es de dos especies: o ricos o pobres. Llamamos ricos a los que poseen una estancia más o menos poblada de ochenta a cien leguas, y pobres a los que sólo manejan una suerte o casco de estancia de ocho a diez leguas cuadradas. Y unos y otros se hallan situados en la mayor parte dentro de la jurisdicción del gobierno de Montevideo, que como ya dijimos comprende un espacio de treinta y cinco leguas de fondo y sesenta de frente. Los gauchos son también de dos: o de meros jornaleros que sirven al que los alquila, o de changadores, que viven del contrabando y de robar ganado y hacen faenas por un precio en que se conciertan con el hacendado que los solicita. Y ambos viven sin domicilio agregados a las estancias, o en el centro de la tierra persiguiendo ganado. Los indios guaraníes de los treinta pueblos de Misiones son igualmente de dos especies: unos que habitan el campo de la banda oriental del Uruguay, reducidos a diecisiete pueblos bajo el mando de un gobernador militar, y sujetos en lo espiritual al reverendo obispo de Buenos Aires, y otros que residen en la banda occidental del mismo río en trece pueblos, con subordinación al mismo gobernador y al reverendo obispo del Paraguay; todos los cuales mantienen estancias de ganado y negocian sus efectos de comunidad por medio de un administrador que reside en Buenos Aires. Los portugueses confinantes a nuestras posesiones, o son dueños de estancias a donde conducen el ganado que extraen del territorio español, o son salteadores que se introducen en él a hacer faenas de cueros y negociar con contrabandos. Nuestros estancieros ocupan el terreno que deslindan la costa del mar por el oriente, y el Río de la Plata, y el Yi por el norte y mediodía. Los indios guaraníes, poblados a las orillas del Uruguay a la altura de 27 o 28 grados, ocupan el territorio que se halla al noreste de Montevideo hacia el Paraná. Los portugueses están poblados sobre el ángulo del este al norte, principiando desde el rio Grande y San Pedro. El límite de la pertenencia de las dos naciones está en litigio, como ya dijimos; y ala sombra del pleito han logrado poblarse los portugueses en nuestro terreno, y corren nuestro campo, y amparan a los españoles que se refugian en los de ellos de la persecución de las guardias y de los ministros del resguardo. La laguna Merín, situada a diez leguas de la costa del mar, tiene un desaguadero que a distancia de veinte leguas le da comunicación con el río Grande de San Pedro, o laguna de los Patos; en la cual va a desaguar el río Yacuy y por él se navega en canoas hasta las inmediaciones de los pueblos de San Miguel, San Juan y San Lorenzo de los indios guaraníes; por donde todo el campo es una correspondencia o una continuación del dominio español y portugués para cuya custodia y defensa nunca está de más la vigilancia por mucha que se emplee. E1 centro de toda esta gran península la ocupa el ganado vacuno y caballar, objeto del interés de las dos naciones, y el cabo de la codicia de hacendados, gauchos, indios y portugueses. Todos tiran a este blanco; todos viven del comercio de este fruto; y a todos mantiene en aquellas soledades el provecho que sacan de un solo animal; pero cada cual agencia este usufructo de distinto modo; empecemos por nosotros y confesemos nuestra culpa que así acusaremos la ajena con menos impropiedad. Del ganado de rodeo Nuestra campaña da de comer a cuatro clases de gente española: hacendados pobres, hacendados ricos, gauchos y changadores. El pobre vive sujeto al fruto de dos o tres mil cabezas de ganado, que es el que cabe en un casco de estancia de dos o tres leguas; y para que no se le pierda ni roben le pone su marca, lo amansa y lo trae a rodeo con sus peones, a quienes paga un jornal de ocho y diez pesos mensuales. De la cría de cada año hace capar los novillos de que no necesita para padres; y dejando de estos los que ha menester hasta que son viejos, mata únicamente la vaca estéril, y el novillo gordo haciendo de su ganado tres partes: una de toros para casta; otra de vacas y terneras; y otra de novillos para su sustento y para su comercio. Este novillo deja cuatro ganancias al labrador por medio de la operación que le hace infecundo: porque engorda y sazona su carne para el paladar, y sirve de alimento a pobres y ricos con ahorro del gasto del tocino; da su cuero, y da una porción de injundia y de gordura, de la cual se hace una manteca (llamada grasa) con la que se condimenta toda la comida y da sebo para el alumbrado; de manera que el novillo capado ofrece a aquellos naturales todo lo que en España el cerdo y la vaca y además la piel y el sebo; y donde Dios no puso montes de encina para la cría del ganado de cerda, proveyó de otro que suple por aquel y le aventaja. La carne de este novillo se cura al viento, que llaman charquear, y dura sin corromperse mucho tiempo. Se atocina con salmuera y se mantiene tres o cuatro años de un gusto y frescura mejor que la de Europa; y excede a ésta en que se sala sin hueso, y por esta sola calidad se puede pagar un veinticinco por ciento más cara que la del norte. Pero el comercio de esta carne salada es muy escaso, y ahora está en sus principios. Don Francisco de Medina fue el primero que emprendió negociar estas carnes con La Habana donde se usa para dar de comer a los negros de los ingenios. Después le siguieron dos catalanes, don Miguel y don Manuel Solsona. Luego don Miguel Rían remitiéndola a España, y a imitación de éstos van inclinándose algunos otros, a que si se diese fomento sucedería levantarse un ramo de comercio de tantas utilidades que merecía no haber llegado tan tarde a nuestra noticia. Además de los provechos dichos consigue el estanciero que pastorea su ganado otros tres muy considerables. Primero, el aquerenciar su ganado y que nunca se le huya, o que vuelva a su estancia si alguna vez se deserta. Segundo, tenerlo defendido de los perros carnívoros que cubren la campaña, y juntándose en número de doscientos y trescientos, se arrojan a una vacada y destrozan el terneraje sin más estímulo que el de la antipatía que tienen a este animal del que apenas comen. Tercero, verlo multiplicarse todos los años o una mitad, un tercio del que cría en su rodeo. E1 ganado silvestre o cimarrón que vaga libremente por el campo no da más utilidad que el cuero. Su carne es flaca e insípida, de la que sólo comen los perros y las gaviotas. No se le encuentra grasa ni sebo, ni sirve para hacer charque. No tiene querencia a ningún suelo. Está expuesto a la voracidad de los perros, y no se multiplica la mitad que el pastoreado. Un novillo castrado no tiene cosa inútil, y un toro silvestre no da más que la piel; y de ésta a la de aquel hay la diferencia que la del novillo cebado es de mucho más que la del novillo entero, y como de este comercio se hace por libras, deja a las veces más utilidad un cuero de aquellos que dos de estos. Los hay hasta de ochenta libras, aunque son raros; no son pocos los de setenta, abundan los de cincuenta a sesenta y son común los de cuarenta en comparación del otro. El de pastoreo es demasiado penoso y de mucho costo. Para traer tres mil reses a rodeo para hacer capar los novillos y sacar grasa y sebo son menester muchos peones; y después de este gasto no se pueden hacer más cueros al año que los que quepan en la cría del año, y esto no puede ser mucho. Es menester velar sobre los perros carniceros y matar la yeguada y caballada silvestre para que aquellos no devoren el ganado ni estos acaben los pastos. En suma para las faenas de salazón de carnes, sebo y grasa, es necesaria mucha aplicación y mucha vigilancia. Todo es al contrario en la negociación del ganado cimarrón. No se necesita de peones asalariados, ni de matar perros, ni de perseguir caballadas, ni de arriesgar dinero alguno. Basta tener una rinconada del campo, un cajón, o un terreno encerrado entre dos arroyos, con un mal rancho pajizo. El ganado silvestre que anda vagando todo el campo ha de caer algún día en esta rinconada buscando pasto o aguada. Luego que está dentro ha perdido su natural libertad según el fuero de campaña, y se ha hecho del señor del suelo; y donde el incauto animal entró conducido por la hambre, o de la sed, halló con su muerte sin que le valgan las armas con que lo proveyó la naturaleza; porque él sería atacado por las espaldas y se hallaría desjarretado improvisamente, y se rendirá al hombre a quien Dios sujetó todas las cosas criadas. Para verificar esta adquisición ha inventado la malicia dos especies de contrato: uno es de arrendamiento y otro que se puede llamar de compra y venta, aunque más es innominado. El primero se ejecuta alquilando peones que entran a este coto lleno ya de ganado a matar, desollar, estaquillar, y desgarrar el cuero; y el segundo ajustándose con un changador en el precio de cada cuero que presente faenando, siendo de su cuenta pagar a los peones y buscar el ganado donde lo encuentre. De cualquier modo que esto se ejecute, es una operación bien sencilla para el estanciero; en el primer caso no tiene más que hacer que poner un sobrestante en su estancia que alquile los peones y les pague su jornal; y en el segundo tiene menos, porque sin moverse de su casa le traen a ella seis y ocho mil cueros, o los hace conducir desde el campo a la ciudad, los encierra, paga su ajuste al changador, y está el negocio concluido. De ambos modos concurre como parte esencial el nombre del estanciero porque sin este frontispicio no pueden caminar por la campaña, ni entrar a Montevideo, ni embarcarse para Buenos Aires, caerían precisamente en pena de comiso; pero en llevando el sobreescrito del hacendado a quien se supone pertenecer estos cueros trashumantes ya van libres hasta llegar al Báltico sin que nadie les pueda embarazar el paso. Para esto sirve la estancia; ella es como lazo, la red o señuelo donde se atrampan los animales; y ella franquea el pasaporte con que hace girar esta hacienda. Mientras mayor es la estancia más coge; y mientras menos gente, y menos ganado manso hay en ella, más entra el de cimarrón; y mientras el hacendado pobre vela de noche alrededor de su ganado, mientras trabaja en perseguir perros y caballos, mientras marca y castra los novillos a fuerza de jornales, el hacendado rico pasa en blanda cama sosegado, guardando el tesoro que ha ido sacando de su estancia. Lo célebre de esto, o hablando a lo cristiano, lo doloroso y digno de llorar, de este comercio, es que está canonizado de justo por una moral de campaña tan legítima como su fuero. En el caso del primer contrato, dice el hacendado que las reses que manda matar a los peones son aquellas que se han hecho suyas por el ingreso de ellas a los pastos, y aguadas de su peculiar dominio o por una subrogación del que fue suyo en algún tiempo y se le huyó después; y que en el segundo no hace más que comprar por el precio a que se concierta con el vendedor, lo que éste le ofrece en venta, sin que deba ser de su cuenta el modo con que lo ha adquirido. El changador halla también su texto en el mismo Alcorán; dice, que él no ha hecho otra cosa con el toro que lo que hace el cazador con el jabalí o el pescador con el pez; matar una fiera indómita que no tiene más dueño que el que la aprehende, o enganchar un animal que no pertenece a nadie y sobre estos absurdos dogmas descansa la más vasta negociación que se hace en toda la América por criollos y europeos. La ganancia que ha dejado aquella a los que la han ejercitado, ha sido muy considerable en todos tiempos. Cuando supongamos que les haya costado cuatro reales el cuero faenado, y otros cuatro su conducción a Montevideo, (que es lo más a que pueden haber ascendido las dos partidas) y lo vemos vendía a dieciseis reales (que es lo menos que vale la pesada de cuarenta libras en tiempo de paz) ha sido la ganancia del hacendado un ciento por ciento. En el año de 92 y 93 se vendían con ruegos a veinte y veintiún reales y aunque declarada la guerra con la Francia, bajaron hasta doce reales siempre les quedaba de provecho un cincuenta por ciento que no hay negociación de comercio que lo rinda en el día; y por la misma causa ha sido ésta la que más y más aprisa ha hecho ricos a los individuos de su tráfico, mezclándose con el contrabando con quien siempre tiene compañía. Pero hay otra inteligencia en este manejo que deja una segunda ganancia nada inferior a la primera. Consiste en pagar al changador con géneros o cueros el valor de los que entrega al hacendado. Cuando se le paga en géneros, visto está que se le darán sin ganancia; pero cuando es en los mismos cueros crece aquella un poco más, porque se le paga con su mismo trabajo sin desembolsar un solo real. Se le piden al changador seis mil cueros (por ejemplo) y el mata siete mil; entran éstos en Montevideo bajo el título de ser pertenecientes al hacendado don N .... y después que se han conducido a casa de éste, aparta mil para el changador y le quedan seis mil libres. Viene a hacerse un contrato de compañía en el que el nombre del hacendado hace el fondo de la negociación, y el latrocinio del changador la industria, sin que ninguno aventure nada; de suerte que si el changador, así como hace de su cuenta esta faena conduce también de la suya la corambre a Montevideo, el hacendado se halla con seis mil cueros a la puerta de su casa sin haber arriesgado un peso, y sin haber tenido un pequeño cuidado. Coteje ahora Vuestra Excelencia una negociación con otra, y verá cuanta es la diferencia en el lucro entre la del pobre y la del rico; aquel está gastando su dinero todo el año en pastorear, herrar, y capar su ganado, lo trae expuesto a que una epidemia o una seca se lo aniquile, no puede faenar la corambre que se le antoje, sino la proporcionada el número de los novillos que le nacen; contribuye de diez a uno a la iglesia, y en nada gana sin riesgo y sin pensión. Pero el hacendado rico se lo encuentra todo hecho sin gastos. El ganado de que ha de hacer sus cueros procrea y crece para él sin saber dónde ni cuando cae bajo su cuchilla todo el que quiere que muera, sin sujeción apariciones, mata ocho, diez o doce mil a costa de dar su parte al changador; no paga diezmo de este ganado, ni de su cuero y gana en todo sin peligros ni gabelas. Vea, pues, Vuestra Excelencia si tendrá apasionados este modo de hacer caudal. En lo mismo que dejamos dicho encuentra Vuestra Excelencia los motivos que concurren en los hacendados para no errar el ganado, para no traerle a rodeo, para no hacerlo capar, para no matar perros, y para no pensar en salazones de carne. Aquí tiene Vuestra Excelencia la causa de que nunca se hayan obedecido los bandos y las órdenes que a este fin se han promulgado en todo tiempo. Estos reglamentos del mejor gobierno que han dictado siempre los jefes que han precedido a Vuestra Excelencia son utilísimos para el hacendado pobre, para el hacendado verdadero; mas son perjudiciales para los ricos de la campaña que ni lo son hacendados ni quieren serlo; lo que quieren es el título de hacendados, y que el oficio y la tarea quede al pobre. El hacendado de puro nombre no ve nunca la campaña ni pierde la comodidad de su casa; a sus puertas le conducen los cueros, que él hace gala de ignorar cómo se faenan. Estos mecanismos son del hacendado pobre; y el rico es un comerciante acomodado que se debe ejercitar en embarcar el cuero, y tomar en efecto de mercaderías el valor de su producido en España. Sólo es hacendado en la apariencia, esto es para no tener que comprar el cuero al que lo cría o rodea, sino dar orden que le maten el que se acoja a su estancia o el que vague por los montes. Si estos estancieros, de puro título, hubiesen de cumplir con los reglamentos políticos que dejamos dicho, habrían de abandonar el comercio, porque casi son incompatibles estas dos profesiones. Las del campo, y las de escritorio requieren cada una toda la atención y la vigilancia del que ha de ejercitarla. Ni el comerciante es para andar a caballo todo el año velando su ganado y los que lo guardan, ni el rústico hacendado es al propósito para empresas mercantiles y expediciones ultramarinas. Más adelante demostraremos mejor esta verdad, y ahora diremos, que si el comerciante se hubiese de arreglar, como estanciero, a los bandos de buen gobierno, lo perdería todo, porque tendría que abandonar el comercio, retirarse al campo y dedicarse al pastoreo, yerra, castración y paga del diezmo de que ahora está relevado. Se privaría de matar cuanto ganado quisiese, porque para no esquilmar su estancia, se vería precisado a nivelar la salida con la entrada. No lo embarcaría de su cuenta, sino lo vendería al factor o comerciante que va de España a Buenos Aires para trocar por cueros su factura. No se embolsaría del tanto por ciento de encomienda que hoy reserva, y la llevaría en aquel caso el comerciante encargado de hacer a España la remesa del cuero; y en una palabra, no ganaría a dos manos, esto es como estanciero y como comerciante; sino con la de hacendado solamente; y no daría ocasión a que el hacendado y el comerciante se pierdan sin remedio donde aquel se enriquece con exceso. Ya nos vendría tiempo de explicar como es que el comerciante de Europa se ha arruinado de resultas de este monopolio. Pues para no soltar el hilo es menester seguir hablando sobre la rúbrica de este capítulo. Decíamos que el verdadero hacendado, o el hacendado pobre (que todo es uno) no pueden medrar jamás mientras no se extinga aquella unión de oficios, y que cada cual observe sus linderos. El pobre por lo común solo es dueño de un corto terreno donde no puede criar más que un número escaso de animales. Para la custodia, yerra, y conservación de este ganado necesita de muchos peones a quienes ha de pagar con plata en mano. Las faenas de cueros, las salazones, la grasa, y sebo son costosas y no siempre puede costearlas. Una tempestad, una vaca, una epidemia, un asalto de los perros, una huida, y muchos robos son males inevitables que incesantemente le están desmedrando su hacienda. Logra al fin venderla en el campo, o en Montevideo, pero sus gastos y sus pérdidas le dejan por saldo de cuentas al cabo del año un diez, o un quince por ciento de ganancia sobre un capital de dos mil pesos negociados, que apenas le sufragan para la mantención de su familia; y nunca puede salir de este estado aunque trabaje el día con la noche. Como este hacendado no puede enviar a Europa de cuenta propia los cueros de su cosecha, ni esperar para su venta a ciertas estaciones oportunas, como hace el rico, o el granjero, se contenta con una ganancia más pequeña con tal que se le pague de contado el día que entra en la plaza adonde vende; al paso mismo que el hacendado rico que nada ha gastado en pastoreos ni en cosa alguna, encierra sus cueros hasta el tiempo de que han tomado un gran valor y gana a veces un ciento por ciento; todo es ganancia para el rico, y todo es afán y contratiempo para el pobre. Por todos estos motivos de conveniencia se apetece una estancia grande, y se cuida de poblarla. Mientras de mayor extensión es la estancia se halla más distante de todo vecindario que inquiete o espante el ganado; y esto es lo que se requiere para que acuda allí, y caiga en la trampa. En una estancia pequeña, mayormente si está en campo abierto, entra el ganado por casualidad o de paso y no se detiene a pacer o no se encuentra pasto. En una estancia grande cercada de ríos siempre halla que rumiar a las vertientes de las aguas, y el ganado que entra inmora allí y no tiene como salir en tomándole la espalda. Si encuentra en ella ganado manso, vive, o la abandona bien presto porque no halla pasto; y este es otro motivo para no querer los hacendados tener estancia poblada. Pero lo más es que para hacer cueros no es menester criar animales mientras ellos se produzcan en los montes y haya licencia de matar en vano es el trabajo y el costo de estar manteniendo otros. Esta mecánica exige vivir en el campo; y esto es propio de campestres. Los hacendados y comerciantes viven en las capitales, y nunca alcanzarán los bandos de buen gobierno que deje en su domicilio por cuidar de su ganado. Lo único que se ha podido conseguir del hacendado rico es que traiga a rodeo un corto número de cabezas para cumplir con la letra de la ley, y burlar mejor su espíritu. Con este aparato de estancia mantiene a salvo el derecho de introducir cueros en la capital, y el de poder matar sin que nadie se le oponga. Todos los dueños de estancias han pretendido fundar que el ganado que hay en la campaña es de ellos en su origen procedente del que lo fue; y al pretexto de haber venido en alguna ocasión mil o dos mil cabezas de ganado (a las que acaso se forzó de intento a que huyesen) se creen con derecho de estar matando mientras haya reses en el campo. El heredero del estanciero se considera sucesor de este derecho y sus descendientes conservan el mismo, y así hasta lo infinito todos son amos del ganado del campo sin necesidad de criar ni de guardar una res en particular. Este es el plan de nuestra campaña por lo respectivo a hacendados estancieros, y tal como este es el título por el cual se han pretendido alzar con el señorío de todo el ganado que pasta en un ámbito de cerca de doscientas leguas de frente, y otras tantas de fondo; y mientras Vuestra Excelencia acaba de admitir este desgreño y esta usurpación de un dominio que sólo es de Su Majestad, diremos algo de los changadores y expondremos quienes sean éstos, cual es su ejercicio, y los males que causan en el campo. De los changadore:su oficio y sus excesos No usando de marca la mayor parte de los criadores, y siendo común que los ganados se ahuyenten de sus estancias, se confunden unos con otros y andan vagando continuamente el dominio de cada uno, y todos se consideran asistidos de una acción para dar muerte a cuanto encuentran por el campo. Por este principio absurdo y monstruoso ha venido el robo de la campaña a ser un título civil de adquirir dominio y a salirse fuera de la jurisdicción de las justicias, y del catálogo de sus delitos; pero se puede decir con verdad que éste es el menor de los que se cometen en el campo porque comparado con los otros que allí se ejecutan viene a ser culpa venial. El mayor de todos, hablando en un sentido político, es el que ejecutan los changadores, que es lo mismo que decir ladrones de cueros o abijeos, porque su codicia no perdona a ningún cuadrúpedo; pero su objeto principal es el ganado vacuno por el interés del cuero que es el ramo de comercio más general, y fructífero. Estos hombres se juntan en cuadrillas y armados con un lazo y un cuchillo salen a correr el campo a caballo, y llevando por delante una tropa de ellos con que remudar a los que se cansan, se retiran hacia un paraje de los más escondidos de la campaña conduciendo dentro de un cerco seis u ocho mil cabezas de ganado vivo, al que dan muerte desde el caballo con una media luna de acero engastada en una asta de caña brava con una destreza y brevedad que maravilla a los que no lo han visto; y tendidos sobre el suelo estos ocho o diez mil novillos se echan sobre ellos y los despojan de la piel con una ligereza y perfección que igualmente asombra al que no lo entiende. Pasan después a estanquillar estos cueros en el mismo paraje, los enjuga al sol y el viento, se desgarran por los extremos, se doblan por la mitad, se conducen en carros al lugar donde han de venderse y a los veinte o treinta días de principiada esta faena, ve reducido el changador a dos pesos cada cuero, logrando hacerse de un caudal de seis, ocho o más miles de pesos en el discurso de un mes sin haber empleado más caudal que el de los jornales de peones. A esta sola diligencia, y a este ruin capital, ha estado reducido el laboreo de los cueros desde que se hizo ramo fuerte de comercio. Antes de esta época se veía el ganado vacuno debajo del tiro de cañón de la ciudadela, y el vecino que necesitaba cueros, salía fuera de la muralla, levantaba un palenque y en veinte días hacía una faena de tres o cuatro mil cueros de aquellos mismo animales que venían a ofrecerse al cuchillo. Esta admirable facilidad de faenar cueros y de hacerse de una estancia convocó tanta gente a tener parte en los frutos de este suelo, que por necesidad vino a depauperarse y a padecer desórdenes sin número. Mientras el ganado fue común a todos y no pasaban de media legua de frente las estancias, apenas se hizo caso de este ramo de comercio, ni tenían estimación los cueros. Sólo se embarcaban para España ochenta o cien mil cueros al año que había embarcación que los condujese; y se rogaba con ello a los compradores a cuatro y cinco reales por cada uno. Dieron principio los portugueses a desear tener parte en esta mina, y las extracciones se fueron haciendo las querencias con que atrajeron hacia ellos el ganado, la excesiva mortandad de vacas, que se hacía en nuestro campo (sin más interés que el de una legua, o una meollada) y la incuria de nuestros vecinos en amansar aquellos animales, los fue alejando de nosotros, y arrastrando hacia los portugueses que supieron conocer más antes los quilates de esta piedra preciosa de la corona. Creció entre tanto el precio de los cueros en Europa; y a esta codicia, y a la luz de la enseñanza que nos estaban dando los portugueses, hubieron de abrir los ojos los vecinos del Río de la Plata, y pensaron en formar estancias donde recoger el ganado, criarlo a rodeo, amansarlo, y tenerlo querenciado. El proyecto fue hijo de la necesidad, y por lo mismo el más impropio para el intento; pero se plantificó sin reglas y lo manejó el interés de cada uno, sin que el gobierno tomase la mano en esta importante empresa, ni se nivelase la obra por aquella talla justa y medida que sólo sabe manejar el jefe de la metrópoli. Unos pedían para plantear su estancia dos leguas de terreno; y la angostura del sitio reducía la crianza a un corto número de cabezas que no sufragaba sus gastos. Otros demarcaban un espacio de treinta, cuarenta y cincuenta y hasta sesenta leguas que incapaz de admitir deslindes por su misma grandeza, lo hacía señor de toda la tierra; y no siendo posible de herrar ni sujetar a pastoreo la cabida de tantas leguas se veía obligado a desamparar la cría, y dar a los robos que quisiesen hacerle los demás. Otros escogían terrenos más moderados; pero menos a propósito por su temperamento o por su situación a mantener el ganado aquerenciado; y ninguno cuidaba de herrar el que poseía, ni de velar los asaltos de los perros cimarrones. Ningún estanciero sabía lo que poseía ni estaba seguro de su posesión. En el momento en que el ganado de la estancia número uno perdía la costumbre de pastar dentro de su recinto perdía el dueño su dominio; empezaba éste a corresponder al derecho del gremio, o de la comunidad; y luego se hacía de la pertenencia de aquel que la aprehendía, o lo dejaba entrar por su redil. Un modo de adquirir semejante a los que los romanos conocieron con los nombres de aluvión y ao vi aperta fluminis introdujo en los campos de Montevideo la negligencia de sus habitantes. Pero como el primitivo señor de este ganado fugitivo no juzgaba de su derecho como lo hizo nuestro Justiniano hablando de las palomas en el ... Instituta retenía en su ánimo la posesión y de esta derivaba en dominio estable sobre igual cantidad de animales de su especie, parecido al derecho del mutuante en las cosas que constan de peso, número o medida, como si dijéramos que aunque consideraba perdido el dominio de su ganado, y transferido aquel en la comunidad, se suponía revestido de una acción al otro tanto en la misma especie, lo mismo que el que presta una arroba de lana, un caíz de trigo, o una talega de pesos. Como faltaba una potestad superior que circunscribiese las facultades de este cuerpo, cada individuo se creía en derecho de hacerse justicia en su misma causa; y no estaba distante de defender esta monstruosa regalía con la razón de su brazo; si bien no llegaba el caso de que los miembros de esta sociedad tuviesen que empeñar la cólera en mantener sus pretendidas regalías, porque la ofensa que podía hacerse un vecino a otro, tenía por lícito el agraviado vengarla en cualquiera otro que nunca le hubiese hecho daño; y de este modo, por un tácito consentimiento y recíproca conveniencia de aquella incivil república ascendió el latrocinio a ser un título hábil de dominio, creando una especie de derecho municipal (contrario al natural divino y de gentes), el más original y bárbaro de que han usado los hombres. Aunque esta corruptela no parece que daba derecho de robar sino a los que tenían estancias pobladas, fue facilísima cosa que a la sombra de estos robadores se entrometiese a usar de esta licencia en una viña sin vallado cualquiera menesteroso tan escaso de fortuna como ancho de conciencia; con que hecha la campaña una plaza desmantelada, rendida al enemigo, y abandonada al pillaje de los vencedores, se ha mirado en ella el robo como fruto de la ... como industria, o como premio de una legítima conquista, no haciendo diferencia de este infame delito al saqueo de una ciudad entregada a discreción. El robo, pues, considerado por estas gentes como una reconquista, o como una represalia de lo que se les ha robado o escapado, vino a perder en la campaña el horror de pecado, y el reato de delito, y convertido en acción justa y en título civil de ganar dominio, ninguno deja de robar cuanto puede. El menor y el mayor; el pobre y el rico; el timorato y el libertino, todos roban y a todos pertenece lo que nace en el campo, bien así como del caudal de un padre difunto, mientras que no se verifica la partición de los bienes patrimoniales, o a manera de un monte público concejil, donde todos los vecinos tienen derecho a tomar leña, sin más costo que el trabajo de romper el árbol. Era, pues, consiguiente a este abandono que corriendo por toda la tierra la fama de este tesoro, acudiesen gentes de muchas castas a esquilmar esta heredad a la cual tenía derecho todo el que careciese de conciencia. Esta franqueza convidó a los forajidos a tomar posesión de aquel tesoro escondido; y unidos en cuadrilla, levantaron el gremio llamado de changadores, de la palabra changar o carnear; y usando cada uno de la licencia que alcanzaba por su maña, todo el campo era un palenque y todo el suelo una carnicería. Siendo víctima de la codicia cuanto animal vistiese pies sin perdonar edad ni sexo. Moría la vaca vieja con la nueva; moría el novillo y la ternera, y nadie reparaba en el destrozo, aunque advirtiese que sacaba la raíz de la planta que le había de dar el fruto. Unos mataban mil, otros dos mil animales, y todos los que más podían, como que a nadie se le iba a la mano, y mayor era la ganancia mientras fuese mayor la mortandad. No era posible que los procreos de las madres a quienes indultaba la cuchilla reemplazasen el número infinito de los muertos; con que abundando el cuero en la campaña más de lo que podía el consumo, vino un delito posterior a asociarse con el anterior, y fueron peores los fines que el principio. La necesidad de vender y convertir en plata lo robado sugirió el arbitrio de ofrecerlo a los portugueses, que no lo deseaban menos que los mismos vendedores, y entablando un comercio ilícito y clandestino entre españoles y portugueses, salían por el Brasil tantos o más cueros que por el Río de la Plata, sin los animales que pasaban por sí a servir de padres en las estancias de aquellos fronterizos. Este desorden continúa en su misma fuerza, y habiéndose publicado después el comercio libre, mejoró tanto esta providencia la causa del changador y el estanciero que no pudieron acertar a desear una conveniencia igual a la que les trajo este estable de comercio. El extraordinario aumento que recibió la negociación de cueros por virtud de aquella libertad presentó al changador y al estanciero la importante comodidad de relevarlos del trabajo de enviar sus cueros a la capital y de rogar al comprador, porque la concurrencia de embarcaciones que llegaban a Montevideo de todos los puestos de España, necesitadas a retornar con cueros, como único ramo de comercio activo que tiene en giro esta provincia, trocó de tal suerte la condición del hacendado, que se vieron solicitados para vender los que en otro tiempo rogaban para que se les comprase. Fue creciendo este comercio, y vino a tal altura con la extremada libertad de despachar registros a Montevideo, que hoy se ocupan muchos hombres en recorrer la campaña, buscando cueros con plata en mano de estancia en estancia; y de cien mil que salían para España en cada año (cuando había buques que los condujesen) hoy salen un millón. Poblose el campo con toda clase de gente bandida, y brindándose por un corto interés a traer cueros a millares, conocieron los estancieros hacendados que ya no les era útil criar ganado a rodeo para hacer cueros, y que la mejor estancia era la sierra y el monte por medio de un changador que faene cuantos se les pidan por tres o cuatro reales cada uno; y puesta en este estado la campaña se abandonó la hierra y el rodeo, y todos aspiraron a poseer un buen terreno donde apresar el ganado y hacerse de un título para carnear y meter cueros en Buenos Aires y Montevideo El gobierno continuó admitiendo las denuncias de tierras y otorgando sus ventas aún a bajo precio, con lo que creciendo más y más el despacho de los cueros creció también el número y el provecho de los changadores. Hoy son innumerables y acostumbrados a un ejercicio lucrativo y una vida libertina nada es más difícil que el reducirlos a civilidad si no se varían los medios que se han empleado hasta ahora tan inútilmente. Considérese en primer lugar aquella independencia absoluta en que viven estas gentes de toda humana potestad. E1 changador es un hombre en cuya sola persona está cifrada toda su familia y todas sus obligaciones. Regularmente hablando son solteros y proceden de un regimiento de donde desertaron, de un navío en que navegaron de marineros, o polizones, de una cárcel que quebrantaron, de una partida de contrabandistas, de algún pueblo portugués vayano, o finalmente de los mismos naturales de esta campaña, que vinieron al mundo viendo hacer esta vida a sus padres y vecinos y que no les enseñaron otras. El changador de este último origen tiene la desgracia sobre las demás que son comunes a sus compañeros de que o conserva todavía el original como que nació o que si por derecha lo lavó en el bautismo, en este único sacramento que ha visto administrar habiendo sido para él aquella regeneración sagrada una ceremonia puramente exterior, de cuya virtud no tiene la más remota idea ni más fe sobrenatural que una simple aquiescencia a los misterios de nuestra religión, si los ha oído referir por casualidad o para servirse de ellos en alguna blasfemia. Este y todos los de la campaña viven sin dar ni recibir un signo de religión como no sea por accidente; lo que produce que unos por sus malas conciencias y otros porque no tienen ninguna todos piensan sobre las leyes espirituales y no observan sus preceptos. Los temporales miran a la campaña como a un país extranjero a donde no alcanza su potestad, no porque las justicias dejen de castigar al delincuente que aprehenden, sino porque no hay jueces en el campo que celen y persigan a sus habitantes. Esta falta es una de las mayores conveniencias que tiene para semejantes hombres la vida de la campaña, porque viene a convertirse aquel terreno en un asilo de la iniquidad donde cada uno profesa la que más acomoda a su pasión, y todos están seguros del castigo, y viven a salvo de la persecución de las justicias, siendo por lo mismo verosímil que si estos hombres se agavillasen alguna vez con propósito de resistirse sostendrían una defensa vigorosa y costaría mucho llegar a sujetarlos, porque es un linaje de gente que no ha visto la cara al miedo, que tiene por oficio lidiar con fieras bravas, y burlarse de ellas con facilidad, y que estiman sus vidas en muy poco, y quitan las de sus prójimos con la misma serenidad que la de un novillo. Y unos hombres aguerridos en esta clase de combates, y familiarizados con toda especie de efusión de sangre, tienen más de fieros que de valientes, y son más atrevidos que esforzados. Y no habiendo en ellos idea de la eternidad que sea suficiente a hacerles mirar la muerte con otro género de miedo que el carnal y natural a todo viviente, no necesitan los estímulos del honor, ni el apetito de la ambición para sacudir la cobardía. Libres, pues, e independientes de toda clase de potestad, acomodados a vivir sin casa ni arraigo, acostumbrados a mudar de albergue cada día, surtidos de unos caballos velocísimos, dueños de un terreno que hace horizonte, provistos de carne regalada, vestidos de lo necesario con estar casi desnudos, y sobre todo manejando a su discreción de un tesoro inagotable como es el de los cueros, fácil es de conocer el contento que dará esta vida a los que la disfrutan sin temor de pena alguna. Y propagándose allí la especie humana en abundancia poco inferior a la del ganado, no sería difícil calcular el número de almas que habitarán en estos campos sin conocer a Dios ni servir al rey, y sin amar al prójimo. Este es el origen, la vida y el ejercicio de los changadores. No hay otra autoridad que la den a éstos los caporales de aquellos; los unos emprenden las faenas, y los otros las ejecutan en calidad de ayudantes. Los changadores faenan para hacer comercio de los cueros con los españoles, o con los portugueses, y el peón trabaja por su jornal. Y ve aquí Vuestra Excelencia el método con que usan de la campaña las cuatro clases de gente española que la habitan. De los indios de las misiones No son los indios guaraníes de los pueblos de Misiones los que menos perjudican la procreación de nuestro ganado. Estos hombres con todo de no tener un interés personal en la negociación de los cueros, por pertenecer a la comunidad el producto de todas sus granjerías, acosan el ganado, y tienen asolado el campo. Sus correrías se terminan a meter en sus estancias y reducir a cueros el que pueden; y como no es de igual robustez todo el ganado cometen la maldad de matar el terneraje que no es capaz de seguir a las madres, y lo mismo los toros que no pueden sujetar por bravos; y arreando para sus pueblos las vacas y los novillos, dejan tendidas por el campo las terneras y los toros . La vaca que se halla inmediata al parto la matan para sacarle el ternerillo, y comérselo de que gustan mucho; y todo el campo que se extiende desde Misiones hasta el río Negro (en que se miden ciento cincuenta leguas lineares) es anfiteatro de esta carnicería. Consiguieron estas gentes del señor virrey Vertiz en el año de 78 a solicitud del administrador de Misiones don Juan Angel Lazcano una declaración de que todo el ganado de color osco les era perteneciente donde quiera que se hallase, y que el que pastase entre el río Negro y el arroyo del Yi de cualquiera color que fuese les era también correspondiente; y aunque sobre este punto se formó un pleito a que dió principio el cabildo de Montevideo en el año de 81, los indios han estado y están en la posesión de bajar al Yi, y arrastrar con todo el ganado que encuentran, y pasar después a la sierra y hacer lo mismo con el de color osco, y con todo el que se les pone delante. Los efectos de esta permisión se sintieron inmediatamente en la aduana de Buenos Aires, de donde se empezó a ver salir tanto número de cueros que pone espanto a los inteligentes. En el año de 84 salieron para España un millón y cuatro mil cueros, y en el año de 92 salieron para España por la aduana de Buenos Aires ochocientos veinticinco mil seiscientos nueve cueros y por la aduana de Montevideo trescientos cuarenta y cinco mil novecientos treinta y un cueros, que hacen una partida de un millón ciento setenta y una mil quinientos cuarenta, y suponiéndole gracia que ciento setenta y uno mil quinientos cuarenta fuesen del campo de Buenos Aires, los restantes fueron de la banda de Montevideo, y la mayor parte de las cercanías de Yapeyu, primer pueblo de indios de Misiones. Todos estos cueros son orejanos o silvestres a excepción de un corto número; y aquí tiene Vuestra Excelencia un nuevo gremio de matadores capaz de competir con el de los hacendados y changadores, ocupados todo el año, en esquilmar el campo hasta agotar su riqueza interminable. De los portugueses del río Grande: sus usurpaciones, trato y comercio con los changadores Vengamos por último a los portugueses. Estos usan promiscuamente de los oficios del indio, del de los changadores y del de hacendados, y nos hacen ellos solos tanto daño como los tres unidos. E1 portugués sale a la campiña en cuadrillas de cuarenta o sesenta hombres armados, y emprenden robarnos de uno de dos modos: o repuntando el ganado y metiéndolo por su pie en las posesiones de aquella corona o plantando un palenque y faenando en él los cueros. Este segundo robo es menos frecuente porque tiene algún más riesgo que el primero; y haciéndoles éste más cuenta es al mismo tiempo más perjudicial a nosotros. De ambos modos pierde mucho la nación, pero queda más perjudicada por la saca del ganado vivo. Con éste hace el portugués dos negocios que son el del cuero con las reses que mata y el de la cría de vacas y toros con los que reserva para casta. Introduciendo el ganado vivo en el territorio de Portugal, y faenando allí los cueros ahorran los gastos del porte que son crecidos y están menos expuestos ha ser aprehendidos que inmorando en un lugar el espacio de veinte o treinta días que se necesita para cualquiera faena. Además de esto llevando el ganado vivo adelantan el poblar sus estancias, y ponerse en posesión de una mina que nos era exclusivamente propia. Por tanto, este modo de robarnos es sin comparación más ventajoso a Portugal y menos ominoso a la España. Esta usurpación principió por ratería y ha terminado en saqueo o pillaje. Antiguamente se hacían estos robos a hurto de nuestras guardias como quien sabía que era delito. Hoy se hacen a cara descubierta y se defiende con la espada. En otro tiempo seguía la huída de estos ladrones a la persecución de nuestras guardias; en el día se le ve venir, y se le espera, se toma campo, se elige puesto, se acomete y se sostiene un combate a vivo fuego hasta que se da el vencido. Esto es común de pocos años a esta parte, y el campo de Montevideo se ve regado frecuentemente de sangre de vasallos de ambos monarcas, y servir de sepultura a estas víctimas de la codicia y del honor respectivamente. Este es el porte de nuestros vecinos con una nación amiga dominada de un hermano del de aquella; y cuando estos viven en paz podemos con verdad decir que sus vasallos están en guerra continuamente Pero no debemos ocultar a Vuestra Excelencia que no es toda la culpa de los portugueses en los males que su vecindad ocasiona. Cuando nos roban el ganado y se introducen en nuestro campo a fabricar cueros, ellos solos son los delincuentes; pero quizás es más común que nuestros patricios españoles les lleven a sus posesiones el ganado y los cueros, y se traigan en su retorno los efectos de su comercio. Ambos delitos son frecuentes; y no podemos señalar cual es el más usado. Solamente diremos que cuando el portugués viene a robarnos no nos hace más que un agravio; pero cuando los españoles les introducen en su término el ganado o los cueros, sentimos doble pérdida: una en la sustracción de nuestros frutos y otra en la internación de los extranjeros. E1 robo del ganado es una pérdida positiva, pero no pasa de aquí; más la introducción del contrabando nos hace sentir la pérdida del ganado que salió para el Brasil, y la de los efectos de nuestro comercio y rentas reales que destruir sic el contrabando. Ninguno de cuantos fraudes se ejercitan contra el real erario es más perjudicial a la corona que el que se hace por nuestros changadores llevando cueros y trayendo géneros, este contrabando es la peor cuchilla de nuestros ganados, y la peor epidemia que puede venir sobre aquel campo. Los hacendados, los perros, y la falta de pastoreo no hacen tanto estrago como el que nos causan los changadores en el comercio con los portugueses. Quizás no valen tanto los robos que estos nos hacen en un año como los que les conducen aquellos en un mes. Los changadores pueden correr con toda libertad nuestra campaña, evacuar sus más ocultos rincones, arrear el ganado y acercarse a los pasos del campo neutral con mucho menos riesgo; y en fuerza de ésta tiene más facilidad de trasladar a los portugueses cincuenta mil cueros que de robarnos ellos cinco mil. Es hecho imposible que ascendiese a cincuenta mil cueros el quinto real pagado a Su Majestad fidelísima en el año de 89 si no hubiesen entrado mas toros en aquellos dominios que los que nos robasen los portugueses en el mismo año; cincuenta mil cueros pagados por razón de quinto, requieren una extracción de doscientos cincuenta mil y esta cantidad no puede llevarla al Brasil el robo de los portugueses, ni la crianza en sus estancias que son nuevas, pequeñas y de mal terreno. Solamente por la mano de nuestros changadores pueden entrar al Brasil y salir para Europa un número tan crecido de cueros como el de doscientos cincuenta mil. Pues contemple ahora Vuestra Excelencia que para que el comercio del Brasil se pusiese en estado de registrar para Europa aquella cantidad de cueros es preciso que valiesen otros tantos de nuestra campaña, porque a los doscientos cincuenta mil que salieron registrados se debe agregar los que irían por alto, los apolillados, los muy pequeños, los de mala calidad, y los que se consumen en las mismas faenas; y debiendo computarse por estos datos una saca de medio millón de cueros, fácil será conocer de cuanto mayor bulto es el perjuicio que nos hacen los changadores por el comercio con los portugueses, que los hacendados, los perros y la falta de pastoreo. Doscientos cincuenta mil cueros vendidos por nuestros changadores en un solo peso cada uno han debido producirles en cinco años un millón doscientos cincuenta mil pesos fuertes en efectos de Portugal; y en la misma cantidad debe haberse perjudicado nuestro comercio marítimo y las rentas de la corona. Pero no es esta la cuenta verdadera: para calcular exactamente la entrada de efectos por razón del cambio era menester considerar al cuero un doble valor que el de los ocho reales de plata que le hemos dado, pues vendiéndose en Montevideo desde dieciseis hasta veinte la pesada de cuarenta libras en tiempo de paz no es posible que lo dé por menos de dos pesos a los portugueses el changador, aunque no los conduzca de su cuenta; y vea aquí Vuestra Excelencia otro daño en los de mayor consideración que nos trae el comercio con los portugueses, el aumento de valor que ha dado a nuestro cueros en América la concurrencia de dos consumidores que se compiten por la preferencia de este efecto. Esta concurrencia ha dado a los cueros un aumento de valor que no lo habría logrado siendo una sola la nación que pudiese expenderlos en Europa privativamente. Un comprador escondido que sale a hacer su negocio envuelto en un delito no se halla en estado de regatear demasiado lo que compra delinquiendo; y se ve necesitado a comprar por la ley que le quiera poner el vendedor. Por la misma regla, un vendedor, que traspasando los tratados convencionales de dos coronas, y atropellando las pragmáticas de su nación, se arroja a negociar efectos de recíproco contrabando en una potencia extranjera, teniendo comprador seguro en su mismo país, no vende su contrabando por menos del justo precio y como por otra parte gana mucho en vender al Portugal, porque se exime de que le confisquen sus cueros en Montevideo, y de pagar conducciones y alcabalas, prefiere sin mucha detención a un vasallo de la corte de Lisboa a todos los comerciantes españoles. Si aquel mismo vasallo baja al campo español a buscar los cueros para conducirlos de su cuenta es mayor el interés del changador en vender al portugués; en este caso aunque el negociante español pague el cuero a más alto precio que el extranjero, es preferible para el changador, porque si el cuero que vende es orejano (que es decir sin marca) y lo quiere conducir a Montevideo, necesita manifestar la licencia del superior con que ha hecho sus faenas; y por defecto de ella se expone a que se le decomise. Si vende cuero marcado está expuesto a que su dueño lo reclame y pierda su trabajo. Con el comerciante portugués contrata libre de riesgos; y puede anteponer la venta al portugués con un veinticinco por ciento menos a la del español. E1 portugués por la misma razón puede comprar un cuero un veinticinco por ciento más caro que el español sin dejar de ganar lo mismo, porque no tiene que pagar al ramo de guerra un derecho tan crecido como es dos reales por cuero (que equivale a un veinticinco por ciento) fuera de la alcabala de entrada y la de salida que es un ocho por ciento; y aunque pague en el Brasil el quinto real, que es un veinte por ciento, ahorra un trece con respecto al español. De suerte que vendiendo el changador sus cueros al portugués un veinticinco por ciento menos que al español, le tiene más cuenta vender a aquel que a éste; y comprando el portugués trece por ciento más caro que el español gana lo mismo o más que éste. Con que si sucede que el portugués paga mejor al changador, ¿a quién preferirá, al patricio o al extranjero? ¿Quién velará más sobre este negocio? ¿E1 portugués o el español? Del comercio de los cueros al pelo de los campos de Montevideo y Buenos Aires que se remiten a los puertos habilitados de España Este continuo fraude y aquella concurrencia de dos compradores de un mismo efecto en unos hombres que los han estancado en sus manos, desterró la baratura de este género; y de ocho a nueve reales a que se compran ahora veinte años los que llegasen a cuarenta libras sin hacer cuenta del aumento de éste, pero ha venido a ponerse sobre el pie de otro tanto de su valor; de manera que en tiempo de paz no se puede poner en ningún puerto de España por menos de cuatro pesos la pesada de treinta y cinco libras. Porque el cuero de este peso vale dentro de Buenos Aires dieciseis reales de plata y dos del ramo de guerra, que hacen dieciocho. La alcabala de salida, el embarque, los apaleos, las marcas, el desgarro, y el almacenaje suben de un real, y ya son diecinueve de plata los gastos del cuero hasta dejarlo a bordo. E1 flete rara vez se logra por menos de diecisiete reales y lo común es a veinte, que hacen ocho de plata. Y añadido el costo del alijo, apaleo, separación, almacenaje, seguro, corretaje y comisión de venta, hace subir el cuero a treinta y dos, y este es el precio corriente a que se venden en España a tiempo de paz. Y si alguna vez sube o baja esta balanza siempre corre el fiel en el espacio de veintiocho a treinta y dos reales de plata, que es entre setenta y ocho reales de vellón con muy corta diferencia. Por esta regla de comerciantes que compra cueros en América, con buena conciencia, no gana otra cosa, las más veces, que trasladar su plata a España libre de derechos. La causa verdadera de este mal es el desorden de los campos de nuestra pertenencia, porque el abandono con que hemos mirado su riqueza a la frente de unos extranjeros vigilantísimos que se han sabido aprovechar de nuestro descuido, ha dado lugar a la perjudicial introducción de los changadores, y ala extracción de nuestros cueros por el Brasil que les ha subido el precio. Este perjuicio ha sido de tanta consideración que (aunque no sería mayor si se ataja en adelante) el daño causado ya no lo enmendará ninguna providencia, porque la abundancia del ganado transmigrado a los portugueses y los procreos de ella es tanta, que pueden ya pasar y negociar cueros en Europa sin que les entre más ganado nuestro; y aunque no conduzcan más que la cuarta parte del que sacamos nosotros todos los años, ya hacen un perjuicio perpetuo a nuestro comercio; perjuicio de tanto mayor tamaño, cuanto es menor el costo que tiene a un portugués poner sus cueros en Europa que a un español los suyos, y sobre todo porque hemos partido con éste uno de los mejores mayorazgos que posee en Indias la nación y disminuido así de las mejores rentas de la corona. Esta renta es, seguramente, una de las más lucidas y provechosas que disfruta el patrimonio real: ella está libre de pensiones y es toda útil y de efectivo embolso sin cesar de producir hasta que se aniquile el cuero. Este rinde en América un cuatro por ciento de alcabala de entrada; otro cuatro de alcabala de salida; cuatro maravedís por libra en los puestos de España al tiempo del desembarco; nueve reales por cuero a su embarco para el norte; otro tanto o más cuando vuelve a entrar reducido a suela; la alcabala de reventa de esta misma suela; y finalmente la que adeuda en manos del zapatero o talabartero que le da la última forma. De manera que sobre cada cuero que se faena en las provincias del Río de la Plata tiene el erario real siete acciones o derechos siempre que el cuero se reduzca a suela y vuelva a consumirse en España. Igualmente se pierde en la extracción de los cueros por el Brasil el derecho del ramo de guerra, que es un impuesto destinado a guarnecer los fuertes de la campaña de la costa del sur, en que se pagan de este impuesto todos los años sobre ciento cuarenta y cinco mil pesos; y se atesora en cada uno de los cueros que salen con guía de la aduana de Buenos Aires otra tanta cantidad de la que se consume y a veces mucho más, pues en el años anterior de 92 entraron en estas cajas reales de Buenos Aires, por cuenta de este ramo doscientos noventa y nueve mil novecientos cuarenta pesos y dos reales y después de satisfechas sus cargas, restaban de existencia atesorada trescientos sesenta y un mil novecientos ochenta y cinco pesos y cinco reales y medio; en que además de ahorrar Su Majestad estos ciento cuarenta y cinco mil y más pesos que se causan en la frontera todos los años le sirve continuamente este caudal de un recurso para sus urgencias sin necesidad de pagar interés en que gasta la corona muchos miles de pesos. Las cajas de Lima tenían recibido a mutuo el año de 87 dos millones diecisiete mil cuatrocientos catorce pesos, por los cuales pagó en el de 88, sesenta y nueve mil quinientos treinta y seis pesos y siete reales; y en fines del año pasado de 92 debía la real haciendo de Buenos Aires al ramo de guerra ciento sesenta y cinco mil treinta pesos y seis reales y medio en que ahorra el interés. Lo mismo sucede en Montevideo. Por esta aduana han entrado al ramo de guerra en el año inmediato de 923, ochenta y seis mil cuatrocientos ochenta y dos pesos y seis reales y hay atesorado en la caja de este puerto ciento ochenta y dos mil doscientos sesenta y un reales y seis pesos; los mismos que le debe la real hacienda sin cargo de premios. ¿Qué otro ramo de comercio rendirá más réditos a la corona ni le ofrecerá mayores socorros? ¿Qué campiña hay tan fértil o que simiente hay tan fecunda que siete veces al año venga con fruto para el labrador? Pues no hay duda que en doce meses de tiempo o poco más adeuda el cuero siete tributos a favor del señor del suelo con tal que los dos viajes que hace el pellejo por el Báltico se logren con prontitud, se consigue que en un año rinda cada uno las siete contribuciones a que está gravado; las tres sobre América en plata fuerte y las cuatro sobre España, siete pagas que juntas forman un crédito a favor del fisco de veintitrés a veinticuatro reales de vellón contra cada cuero que vuelve reducido a suela. Este millón de cueros trasladado a España surte a la nación de un fondo de cuatro millones de pesos a que ascienden con sus gastos y derechos al tiempo de su entrada; y pagando con ellos al extranjero una parte de lo que nos trae a vender a nuestros puertos deja en el seno de España igual cantidad de plata acuñada que daríamos en su lugar al extranjero si careciésemos de este fruto. El mismo millón de cueros extraído por Montevideo en nuestros buques de comercio ofrece carga continua a cincuenta o sesenta embarcaciones todos los años, que adeudan por razón de flete otro millón de pesos a favor del gremio de navieros, con mucho fomento de la marina mercante. Deja en Indias un diez por ciento de compra y embarque al comercio de factoría que valen cien mil pesos, haciéndose su remesa por cuenta de vecinos de España. Finalmente el mismo millón de cueros releva al comercio del gasto de un catorce por ciento que tiene de costos y derechos la plata registrada que viene de Buenos Aires en moneda doble de cordoncillo; y si este millón de cueros se negocia con nuestros factores de primera mano con los hacendados, gana nuestro comercio un cincuenta por ciento más que embolsan hoy los comerciantes de Montevideo y Buenos Aires. En una palabra, la negociación de cueros produce a Su Majestad un millón de pesos todos los años; otro millón todos los años al gremio de navieros; veinticinco millones de pesos al de corredores; más de dos millones y medio al estanciero; medio a la carretería y gastos menores de alma-cenamiento, apaleo y transporte; y provee a la nación de un caudal de cuatro millones de pesos con que paga otra tanta cantidad que recibe en mercaderías extranjeras reteniendo su equivalente en moneda. ¿Qué ramo de comercio se iguala a éste en lo fructífero? ¿Cuál otro se debería celar y fomentar con más empeño? ¿Qué vasallo fiel a Su Majestad podrá dejar de lamentar que los de Portugal nos estén usurpando esta riqueza? ¿Por ventura es mayor o más lucrativa la de las minas de oro y plata que tanto defendemos? No por cierto; es una preocupación el afirmarlo. Los dos objetos de comparación más distantes entre si que se hallan en el comercio son las minas y la negociación de los cueros. Ninguna hay más sencilla ni más barata de cuentas ha descubierto la industria del hombre; y cualquiera otra contratación, o trabajo, de cuantos ha inventado, es más dulce y menos aventurado que el hallazgo de los metales, por esto mismo en el comercio de los cueros se tocan mayores abusos que en el giro de la minería. Su misma dificultad e incertidumbre la hace inaccesible a la mayor parte de los hombres; y esto mismo la resguarda y defiende de las perniciosas introducciones a que está expuesta la otra. La de los cueros se puede decir que se logra casi desde que se emprende y apenas necesita desembolso. Aunque nos propongamos continuar la comparación, poniendo por término de ella una mina tomada en arrendamiento, siempre es incomparable la ventaja que hace una negociación a otra en los medios de sacarles el fruto. Una mina, descubierta ya por otro, da hecho al minero la mitad de su camino; pero la mitad que le resta de andar es de una escabrosidad que hace temblar con su vista. E1 destierro, en que por primer requisito debe penarse todo minero que no quiera perder su capital, transfiriendo su domicilio a un lugar desierto por lo común, estéril con extremo, destemplado con exceso, distante de poblado, y falto de todo humano socorro; la necesidad de vivir sujeto al capricho del indio, obligado a hacer un desagüe costosísimo, a dar un socavón, a padecer continuos robos, a estar abastecido de todo género de herramientas, de materiales, de maderas, de víveres, de ropas, del azogue, de recuas de ingenieros, de mayordomos y últimamente a hacer con su plata amonedada lo que el labrador con su trigo pero con menores esperanzas que éste de volver a coger lo que derrama sin atenciones precisas del minero, sin las cuales le es su mina tan inútil como lo es un solar al que no tiene como edificarlo. Para acometer una empresa de tantas aventuras son necesarios unos fondos considerables, o que se tienen propios o se buscan a interés. E1 que los tiene suyos tropieza en muchas dificultades para arrojarlo en un mineral. Si su caudal lo ha adquirido con industria, prefiere este camino, que ya lo tiene trillado y conocidas sus ventajas, a entrar por otro a oscuras buscando la luz a costa de desvelos y caídas; y aunque éste le ofrece por término un descanso para siempre y una riqueza desmedida no puede desentenderse de que tiene a la vista muchos compañeros, que por ese mismo camino han dado con el precipicio en que se han despeñado. Tampoco consiente en dejar la comodidad de su casa y familia cuando no le es absolutamente necesaria para mantenerla; y en una palabra haber de entrar gastando sin economía y con probable riesgo de malograr lo que se gaste, desanima demasiado a los que más tienen que perder. Los necesitados de ajeno auxilio que no tienen que aventurar si no sus personas, las exponen de buena voluntad a la codicia de lo más precioso que puso el criador en manos del hombre; pero en los réditos de lo que reciben prestado y en las condiciones, pactos y fianzas con que lo reciben, pagan de su sudor tanto o más que los que les ha anticipado el prestamista. Lo que de esto resulta es que si el minero corresponde a su obligación y paga lo que prometió, no se costea y abandona el tráfico, y si no cumple y hace bancarrota (que es lo común) pierde su capital el comerciante, y queda el descalabro en el comercio. Estos desengaños han enseñado a los hombres a cautelarse de una manera en esta clase de negocios que no necesitan de que se les den leyes por donde ser gobernados. E1 mismo interés de cada uno le ha dictado los artículos a que debe arreglar su negociación, y este género de pragmáticas halla muy escasos los delincuentes. Por lo tanto, es ésta una materia defendida por naturaleza de aquellos desórdenes y abusos a que están ocasionadas las que son más accesibles; y cuando aquellas requieren unos reglamentos que pongan término a la codicia, las otras se rigen bien por los mismos que han de manejarlas. De la primera de estas dos clases es la cría del ganado vacuno en los campos de Montevideo. A las veces el pasar al gremio de estancieros un vago o un polizón es cosa de una docena de días. En presentándose al gobernador de Montevideo denunciando un terreno baldío desde la línea A a la línea B y pagando su valor (que suele ser de doscientos o trescientos pesos aunque tenga muchas leguas) y metiendo en su recinto quinientas o mil cabezas de ganado, bien orejano, o bien comprados a precio de dos o tres reales cada una, ya se levantó una estancia y hay una más en campaña que mate y robe y venda a los portugueses. Para changador o faenero se requieren menos diligencias y no se necesita de capital; basta ponerse en el campo y arrimarse a los de aquel oficio para pertenecer luego al gremio y éste más asesino tiene ya nuestro ganado. Con que podemos decir sin temeridad que cada vecino de los de la campaña y cada hacendado comerciante es un enemigo de la felicidad del Estado. Por tanto, no bastan para defender esta riqueza de la codicia de tanto salteador el cuidado ordinario, ni es suficiente el extraordinario con que hemos custodiado el cerro de Potosí; y en medio de esta constante verdad, ha sido la alhaja menos considerada y más expuesta que ha tenido la corona. Mas no consiste todo el desorden de este ramo de comercio en el abuso que hacen de él nuestro faeneros; hay otro desorden inventado de unos catorce o quince años a esta fecha que ocasiona un perjuicio al comercio y a la labranza en particular, que no es de los que menos deben excitar el celo de un político. La negociación de los cueros en el día se halla estancada en menos de veinte o treinta vecinos de aquella América que tiran para sí todo el provecho con daño muy considerable del comercio de España. Este estanco tan injusto como perjudicial estriba en la mezcla de dos oficios de estanciero y comerciante que ha reunido la avaricia en la persona de estos últimos para daño de ambos gremios. Este es un punto de los más claros y probados que contiene este papel, y el menos expuesto a contestaciones. El comerciante estanciero es siempre un hacendado de la clase de los ricos, que posee un terreno inmenso con título de estancia. A la sombra de este parapeto, introduce sus cueros en Montevideo por uno de los medios que dijimos al número... y con ellos hace uno de dos negocios, o los embarca de su propia cuenta a España, o los vende en el mismo Montevideo a un factor, o a un comerciante español; y de cualquier manera que la ejecute perjudica al común de hacendados pobres y de comerciantes europeos. El perjuicio del hacendado está muy manifiesto, y ya lo hemos apuntado al número... E1 cuero que conduce a Montevideo el comerciante hacendado es siempre orejano, o de ganado silvestre, que sólo ha costado el porte y la faena; y el cuero del estanciero ha costado a su dueño el gasto de la cría, pastoreo, herraje, diezmos, etc. Y habiendo que vender ambos a un precio le sucede lo que al negociante que lleva efectos por las debidas aduanas a una plaza abastecida por el contrabando, y viéndose obligado a sacrificar su hacienda desmaya en su carrera, y la abandona, o se arrima al contrabando. El comerciante de Europa que pasa con sus mercaderías a Montevideo en la precisión de retornar su importe en cueros y los halla estancados en manos del comerciante, se ve obligado a comprarlos de éste y se priva de tomarlos de primera mano al estanciero, y éste de venderlos a aquél, y ambos malogran sus ganancias. Si el comerciante de Montevideo embarca los cueros de su cuenta para España (que es lo más común en el día) hace un perjuicio incomparablemente mayor al que va desde aquí a buscarlos a aquel puerto, porque bien sea que este comerciante de España los compre al estanciero, o bien al comerciante revendedor, siempre los conduce a un precio que apenas le deja ganancia. Para penetrarse de la verdad de esta proposición es menester tener presente lo que dijimos al número... hablando del costo que tiene en España el cuero de treinta y cinco libras; y examinando sus partidas que no bajan de veintiocho a treinta y dos reales de pesetas columnarios, o de setenta a ochenta reales de vellón que es el corriente a que se vende en España, se viene a conocer que esta negociación no puede dejar provecho positivo al comerciante que compra cueros en Montevideo a dieciseis y dieciocho reales de pesetas. El comerciante americano no compra el cuero a dos pesos como el español, sino que lo adquiere por la mitad; y por consiguiente gana un peso en cada uno, vendiéndolos a tres y medio; y como de este precio no suele bajar el cuero, no puede ganar menos que aquella cantidad y puede ganar más si vende de setenta reales para arriba, o si compra por menos de ocho reales de plata. Esto le es muy fácil si hace las faenas de su cuenta en su propia estancia, porque entonces apenas le cuesta dos reales cada cuero en la campaña, y si hace la conducción en carros propios (que es lo ordinario) es pequeñísimo el gasto y no le pasa de tres reales todo el desembolso de cada cuero. Ahorra igualmente este comerciante el gasto de encomienda que paga el vecino de España al encargado de América que le compra y embarca cueros y ejerza también el corretaje donde se haga la contratación por mano de estos mediadores; y estos gastos que cargan sobre el cuero que navega por cuenta de un europeo, hace menor su ganancia en Europa, o acrecienta más su pérdida. Si no se conociese otro comercio que el de cueros marcados se aplicarían los estancieros a la cría de su ganado, y los comerciantes de Montevideo se verían obligados a desprenderse de sus estancias por ser incompatible este cuidado con la continua ocupación del comercio. Los estancieros entonces bajarían con sus cueros a Montevideo y los venderían de primera mano, y dándolos por menos de dieciseis reales de peseta ganarían más que hoy, porque incrementarían sus ventas hasta un millón de cuero, donde en el día apenas venden cien mil y comprando a un mismo precio el americano y el español venderían ambos cargamentos a España por iguales valores; y no que del modo que ahora corre este ramo de comercio, se corrigiese el de América, donde pierde o no gana el de España; y se halla reducida casi toda la corambre a ganado orejano con abandono del ganado de cría, que es el que multiplica la especie y hace feliz al labrador. Este abuso necesita de reforma, y para conseguirla se deberían tomar algunas providencias de que apuntaremos las que hemos meditado. Para sujetar a este sistema el comercio de los cueros era menester prohibir a los comerciante ganaderos el uso de las dos industrias, dándoles el derecho de elegir la que más le acomodase, y lo más acertado sería volverles el dinero que pagaron por sus terrenos, y obligarlos a vivir en la profesión mercantil, vendiéndose por Su Majestad estos terrenos a los que pudiesen poblarlos y quisiesen vivir de la labranza solamente. Aún de esta forma ganaría el comerciante americano el importe de la comisión que paga el español, y ganaría también esta misma comisión, porque haciendo dos comercios el americano, uno con su dinero empleándolo en cueros, y otro de comisión con el de vecinos de España, tiene dos ganancias en el ramo de cueros; una la que le produce el ahorro de la comisión que no pagan sus cueros en América y otra la del provecho de la comisión que contribuye el comerciante de Europa por las compras y embarque de los suyos. Y pues este comercio de comisión es el más lucrativo y ventajoso de cuantos se conocen, por no ser expuesto a pérdidas ni incomodidades, y es propio exclusivamente de los vecinos de Indias, sería muy justo que contentándose con esta ganancia y con el derecho de revender las mercaderías de España, se le prohibiese el remitir los cueros de su propia cuenta a la península, quedando este arbitrio a los comerciante de la metrópoli, en compensativo de la comisión y de las reventas que corresponden a los de las colonias. Esta partición de comercio pondría en igual balanza la condición de éstos y aquéllos sin agravio de ninguno, evitándose que enriqueciesen unos donde otros se pierden, y lográndose que el público estuviese siempre surtido a un precio justo y cómodo de lo que necesita para su consumo. La confusión o mezcla de todos los comercios posibles en una mano trae una desigualdad muy perjudicial que se patentiza en el ramo de cueros, y comprende a todos los del comercio. E1 vecino de Cádiz que remite una factura a la consignación de uno de Montevideo y le paga su comisión a diez por ciento, debe venderla a la orilla del agua, y comprar allí de primera suerte los frutos en que ha de retornar su dinero. E1 que compra a la orilla del agua debe conducir estos efectos a la interioridad y ganar un tanto por ciento que queda en América con el diez por ciento de comisión a favor de los comerciantes de ella. El caudal del remitente, dueño de la factura que retorna en cueros, adelanta lo que había de ganar un regatón y entran todos los cueros en Cádiz a un mismo precio sin que se pagase unos a otros sus justas ganancias, o que unos ganen algo y otros nada. Esto es lo que debe ser y el modo legítimo de hacer este comercio al igual; pero con la licencia que tienen los de América de remitir cueros, y que se le retornen efectos, sucede que de dos facturas que llegan a Montevideo, la que corresponde al vecino de esta ciudad va libre de comisión, y la que sufre este gasto regresa su valor en cueros comprados al precio ordinario a un comerciante hacendado con un cincuenta por ciento de aumento, y se juntan los vendedores, uno en Indias y otro en España, que han comprado a precios muy diferentes: el uno ha pagado en América un diez por ciento más que el otro por razón de comisión y regresa su producto pensionado en un cincuenta por ciento en que ha comprado más caro que el otro; y este cincuenta y aquel diez de más aumento ocasiona que donde el vecino de América gana un cincuenta por ciento, pierde un diez el de España, vendiendo ambos a un precio. Esto nace de que se hallan confundidos en un solo individuo tres comercios diferentes, que el buen orden público pide que estén en tres. El comercio de los cueros corresponde al labrador en primera venta para que se aliente a la cría del ganado, y no se aniquile el cimarrón. Negociando unos en éste y otros en aquél, resulta que el labrador no se costea o que si gana alguna cosa gana tres tantos más el que comercia con el cimarrón, con lo cual ha venido la cría de ganado a ser abandonada y a encerrarse en las manos de los comerciantes la provisión del ramo de cueros. Este mismo comerciante embarca aquellos de su cuenta, y los pone en España un cincuenta por ciento más barato que los que conduce el comerciante europeo, con lo cual expele a éste del comercio de cueros, y se reserva para si esta granjería; compra después una factura y la navega libre de comisión, de premio, y del abono de la plata fuerte, y por este orden gana sólo lo que debería partirse entre tres. Gana como hacendado faenando cueros; gana como comerciante de España embarcando aquella de su cuenta y comprando mercaderías en Europa; y gana como comerciante de Indias revendiendo estas mismas mercaderías en la interioridad del reino. Con que engrosándose un sólo individuo, aniquila dos clases del Estado. El labrador debe tener expedito su recurso al comerciante de la Europa para vender sus frutos con más estimación. Este comerciante necesita ser el único que conduzca mercaderías para no verse obligado a malbaratarlas si abunda demasiado el número de vendedores. Y el comerciante de indias deber ser el único que tenga el derecho de revender, o de menudear; y de esta forma comen tres y se fomentan tres gremios. Un negociante europeo que encuentra medio vacíos los almacenes de Cádiz por mano de una docena de vecinos de América que llegaron a comprar antes que él, compra más caro o recoge el deshecho y ya siente un perjuicio. Llega a la América y le escasean los compradores porque aquellos doce individuos que compraron en Cádiz son otros tantos vendedores. Despacha no obstante sus efectos, aunque se arruine; y cuando va a emplear su importe en cueros le sucede que encuentra estos acopiados en una mano, y se ve obligado a comprar el regato, o a surtirse de un regatón. Regresa a Cádiz y encuentra abastecida la plaza de los mismos efectos que conduce, y lejos de encontrar en España el compensativo que perdía en Indias, redobla allí sus pérdidas. Quiebra de su crédito, se abandona, pierde la sociedad un individuo hay este menos en el comercio, acrecen sus negociaciones a favor del gremio de americanos, y toma nuevo vigor el monopolio.
contexto
CAPÍTULO III De algunas propriedades de vientos que corren en el Nuevo Orbe Cuestión es muy disputada por Aristóteles, si el viento Austro que llamamos Ábrego o Leveche o Sur (que por agora todo es uno), sopla desde el otro polo Antártico, o solamente de la Equinocial y Mediodía, que en efecto es preguntar si aquella cualidad que tiene de ser lluvioso y caliente, le permanece pasada la Equinocial; y cierto es bien para dudar, porque aunque se pase la Equinocial no deja de ser viento Austro o Sur; pues viene de un mismo lado del mundo, como el viento Norte, que corre del lado contrario, no deja de ser Norte aunque se pase la Tórrida y la Línea. Y así parece que ambos vientos han de conservar sus primeras propriedades, el uno de ser caliente y húmedo y el otro de ser frío y seco; el Austro, de causar nublados y lluvias, y el Bóreas o Norte, de derramarlas y serenar el cielo. Mas Aristóteles a la contraria opinión se llega más, porque por eso es el Norte en Europa frío, porque viene del polo, que es región sumamente fría, y el Ábrego al revés, es caliente porque viene del Mediodía, que es la región que el sol más calienta. Pues la misma razón obliga a que los que habitan de la otra parte de la Línea, les sea el Austro frío, y el Cierzo o Norte, caliente, porque allí el Austro viene del polo y el Norte viene del Mediodía. Y aunque parece que ha de ser el Austro o Sur más frío allá, que es acá el Cierzo o Norte, porque se tiene por región más fría la del polo del Sur, que la del polo del Norte, a causa de gastar el sol siete días del año más hacia el trópico de Cancro que hacia el de Capricornio, como claramente se ve por los equinocios y solsticios que hace en ambos círculos, con que parece quiso la naturaleza declarar la ventaja y nobleza que esta media parte del mundo que está al Norte, tiene sobre la otra media, que está al Sur. Siendo así parece concluyente razón para entender, que se truecan estas cualidades de los vientos en pasando la Línea. Mas en efecto no pasa así, cuanto yo he podido comprender con la experiencia de algunos años que anduve en aquella parte del mundo que cae pasada la Línea al Sur. Bien es verdad que el viento Norte no es allá tan generalmente frío y sereno como acá. En algunas partes del Pirú, experimentan que el Norte les es enfermo y pesado, como en Lima y en los llanos; y por toda aquella costa, que corre más de quinientas leguas, tienen al Sur por saludable y fresco, y lo que más es, serenísimo; pues con él jamás llueve, todo al contrario de lo que pasa en Europa y de esta parte de la Línea; pero esto de la costa del Pirú no hace regla, antes es excepción y una maravilla de naturaleza, que es nunca llover en aquella costa y siempre correr un viento, sin dar lugar a su contrario de lo cual se dirá después lo que pareciere. Agora quedamos con esto, que el Norte no tiene de la otra parte de la Línea, las propriedades que el Austro tiene de ésta, aunque ambos soplan del Mediodía a regiones opuestas; porque no es general allá que el Norte sea cálido ni lluvioso, como lo es acá el Austro, antes llueve allá también con el Austro como se ve en toda la sierra del Pirú y en Chile, y en la tierra de Congo, que está pasada la Línea y muy dentro en la mar. Y en Potosí, el viento que llaman Tomahavi, que si no me acuerdo mal es nuestro Cierzo, es extremadamente seco y frío, y desabrido como por acá. Verdad es que no es por allá tan cierto el disipar las nubes el Norte o Cierzo, como acá, antes si no me engaño muchas veces llueve con él. No hay duda sino que de los lugares por do pasan y de las próximas regiones de donde nacen, se les pega a los vientos tan grande diversidad y efectos contrarios como cada día se experimentan en mil partes. Pero hablando en general para la cualidad de los vientos, más se mira en los lados y partes del mundo de donde proceden, que no en ser o de la otra parte de la Línea, como a mi parecer acertadamente lo sintió el filósofo. Estos vientos capitales, que son Oriente y Poniente, ni acá ni allá tienen tan notorias y universales cualidades, como los dos dichos. Pero comúnmente por acá el Solano o Levante, es pesado y malsano, el Poniente o Céfiro es más apacible y sano. En Indias y en toda la Tórrida, el viento de Oriente, que llaman Brisa, es al contrario de acá, muy sano y apacible. Del de Poniente no sabré decir cosa cierta ni general, mayormente no corriendo en la Tórrida ese viento, sino rarísimas veces. Porque en todo lo que se navega entre los Trópicos, es ordinario y regular viento el de la Brisa, lo cual por ser una de las maravillosas obras de naturaleza, es bien se entienda de raíz cómo pasa.