En marzo de 1807, Friedrich presenta a la exposición de la Academia de Dresde varias sepias de importancia indudable. Una de ellas, La cruz en la montaña, será el precedente inmediato del celebérrimo Altar de Tetschen. Ésta que nos ocupa compartió lugar en la exposición con aquélla, según parece por las descripciones recogidas en la época por el Journal des Luxus und der Moden y, dos años más tarde, por el Jenaische Allgemeine Literatur-Zeitung. Ambas se refieren a una composición más amplia, con la presencia de una rebaño con su pastor, a la izquierda, y una montaña en la parte derecha. Es posible que el deterioro del papel en sus extremos llevara en fecha desconocida a mutilar ambas partes. Esta obra permaneció desaparecida hasta 1977. Estilísticamente, se relaciona con otras obras de esta misma época como el Monumento megalítico junto al mar. Se basa en dos dibujos de mayo y julio de 1806, respectivamente, durante su viaje a Neubrandenburg y Greifswald. La estatua sobre pedestal de la izquierda representa la fe y la esperanza; asimismo, se ha vinculado a la simbología del arte sacro. La cruz, sobre la que dos árboles forman una majestuosa ojiva, ocupa el centro de la escena, y puede reforzar el significado de la estatua.
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Durante su estancia en Arles junto a Van Gogh, Gauguin realizó diversos paisajes pintados de memoria en los que el colorido vivo y alegre del sur francés inspiran al maestro. Las tonalidades contrastan entre sí, recurriendo a la técnica de colores complementarios empleada por los impresionistas. Las formas y el dibujo parecen desaparecer como hacía Monet por aquellas fechas; pero éste es uno de los últimos coletazos de un estilo que Gauguin desea abandonar definitivamente para crear una forma de expresión propia, como se observa en El Cristo amarillo o La bella Angela. Sin embargo, estos coletazos impresionistas finales son de gran belleza.
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Tras regresar a Amberes de su misión diplomática por tierras inglesas y españolas, Rubens buscó la paz y la tranquilidad en su retiro del castillo de Steen. En este lugar realizó buena parte de su producción paisajística, donde podemos observar su interés por captar la naturaleza en todo su esplendor. Esto no quiere decir que nos encontremos ante fieles transcripciones de lo que el pintor tiene ante sus ojos, ya que Rubens nunca pintó directamente del natural como harán los impresionistas en el siglo XIX, sino que él recreará el paisaje a su gusto para mostrar escenas de gran belleza.La mayoría de los paisajes pintados en esta última década presentan similares características: amplia perspectiva, distribución del espacio en tres bandas paralelas, empleo de figurillas que otorgan mayor realismo a la composición, interés por efectos lumínicos. En este caso nos encontramos con un rebaño de ovejas en primer plano, vigiladas por el pastor acompañado de su fiel perro guardián. Un río zigzagueante forma una diagonal en profundidad que nos conduce hacia el punto de fuga, en el que podemos observar los últimos rayos de sol. El ambiente atmosférico y lumínico de estos paisajes parece transportar al espectador a las llanuras de Brabante que el pintor ha recogido en sus tablas. El Paisaje nocturno también comparte las mismas características.
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A lo largo de su vida Friedrich realizó varios viajes a Bohemia, en la actual República Checa: en 1807 y 1808, por primera vez, visitó el Mittelgebirge. Su último viaje lo llevó a cabo en 1835 con la esperanza de reponerse del ataque de apoplejía sufrido ese año y que le impedirá pintar de nuevo grandes obras al óleo. Entre 1810 y 1811 ejecutó tres paisajes de Bohemia. Dos de ellos fueron adquiridos por el conde Franz Anton von Thun-Hohenstein, el propietario del castillo de Tetschen: se trata de éste que nos ocupa y Paisaje de Bohemia (con el Milleschauer). Ambos poseen el mismo formato y características, lo que indica que, como es frecuente en Friedrich, fueron concebidos como pareja. El tercero, 'Paisaje con lago', fue adquirido como obra independiente por el duque Karl August von Weimar, a través de la intermediación de Goethe. Esta obra, como su pareja, respira serenidad, armonía. El centro compositivo parece situarse en las dos hayas cuyas ramas se inclinan hasta formar un arco. Son una puerta hacia la naturaleza, aunque sin un camino que lleve a ella. Tras ellas, atraviesa horizontalmente el lienzo una franja boscosa, que corta toda posible transición gradual hacia el fondo de la obra. Esta composición se nutre de varios dibujos del periodo 1807-1809, en especial los árboles a izquierda y derecha. Friedrich realizaba un paisaje simbólico, y en esta ocasión se pueden también rastrear elementos de este tipo. La rama seca y el cardo del primer plano representan la fugacidad de la vida y la melancolía. Los pequeños abetos simbolizan la continuidad de la vida. Es un paisaje puro, observado con meticulosidad. Aquí, el concepto de Friedrich de que "la naturaleza hay que estudiarla en la naturaleza y no en los cuadros" es llevado a su perfección.
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Los paisajes en los que trabajó Degas entre octubre de 1890 y septiembre de 1892 son en su mayoría recuerdos de viajes pasados, evocando aquellos lugares que más llamaron su atención. Así surge esta vista de Borgoña, en la que la forma deja paso al color como ocurría en la Batalla de Poitiers según Delacroix.
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La figura clave dentro del paisaje realista del Barroco Holandés es Jacob Van Ruisdael. El paisaje de bosque, adquirido por Carlos IV, que guarda el Museo del Prado pertenece a su primera etapa, caracterizada por los tonos monocromos aprendidos de su padre y su tío, también pintores. Ruisdael está interesado por dar una muestra realista del paisaje holandés con sus espesos bosques, en los que apenas entra esa luz dorada de atardecer que ilumina el fondo. Los tonos oscuros predominan en la escena, realizada con el mayor detallismo posible. Estas tierras holandesas tenían una gran demanda por parte de la rica burguesía de los Países Bajos.
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En 1662 Meindert Hobbema entra en el taller de Jacob van Ruisdael lo que motivará una destacable influencia en su manera de trabajar. Al año siguiente Hobbema empieza a dar un giro a su estilo, introduciendo importantes y originales novedades, conservando aun algunos elementos del maestro. Se nos presenta en este lienzo uno de los más importantes logros de la ingeniería holandesa, un dique, gracias a los que se ha aumentado la superficie terrestre en un amplísimo porcentaje. Sólo entre 1590 y 1650 se incrementaron las superficies destinadas al cultivo en un tercio gracias a la construcción de diques y a la desecación de zonas marítimas. Sobre el camino que se sitúa en el dique contemplamos a varias figuras y unas vacas pastando, divisándose al fondo una casa. La principal protagonista de la composición es la luz, creando sensacionales contrastes y resaltando las tonalidades de las zonas iluminadas. El ambiente creado es profundamente realista, disponiendo todos los elementos de manera acertada para obtener un excelente resultado.
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El paisaje en la pintura española siempre había sido considerado un tema de segunda categoría, otorgando mayor importancia a los asuntos históricos. Sin embargo, en el siglo XIX se produce el "boom" del paisajismo gracias a Carlos de Haes, el gran maestro de una generación de artistas a la que pertenecen Beruete, Martín Rico o Muñoz Degrain. Los trabajos realizados por este último artista en la década de 1860 -al que pertenece este lienzo que conserva el Museo del Prado- están vinculados con la escuela realista, interesándose el pintor en mostrar la naturaleza de manera verista, llamando ya su atención los efectos atmosféricos y lumínicos para situarse en la antesala del impresionismo. Pero Degrain nunca dio el salto hacia el nuevo estilo llegado de Francia y se sintió más atraído por el simbolismo en sus últimos años, recurriendo a tonalidades malvas y doradas que dotan a sus asuntos religiosos y sus paisajes de un efecto simbólico de gran belleza. Pero en este trabajo nos encontramos con un Degrain joven, siguiendo los dictados de su maestro y sin apenas personalidad creativa. No en balde, las medallas de las Exposiciones Nacionales serán para los asuntos de historia, por lo que los paisajistas deberán conformarse con los premios de segunda categoría. Este será el motivo por el que Degrain realizará también una incursión en la pintura historicista, ejecutando una de las obras más afamadas de su tiempo: Los amantes de Teruel.