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Dentro de los paisajes de Friedrich pueden distinguirse dos tipos fundamentales: los lienzos de contenido simbólico y las acuarelas y sepias con vistas en las que la naturaleza aparece por sí misma, por las que el artista sentía una gran predilección. Esta lámina, realizada en tinta china marrón, a pincel y pluma, de reciente aparición, refleja este gusto. Se trata, según consta en la cartulina que le servía de base, de una vista de un paraje cercano a Teplitz, localidad en cuyo balneario Friedrich buscó cura a su ataque de apoplejía durante agosto y septiembre de 1835, que sólo reportó una leve mejoría temporal. Durante su estancia realizó varios estudios, como el Schlossberg cerca de Teplitz. Con un lenguaje premeditadamente limitado, Friedrich logra representar toda la complejidad física y atmosférica de la naturaleza.
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En mayo de 1828 Friedrich realiza un viaje a Bohemia, durante el cual ejecuta una serie de estudios del natural en acuarela, técnica que en este periodo goza de una renovada atención por parte del artista, hasta el punto de presentar a la exhibición de la Academia de Dresde una acuarela, hoy perdida, llamada 'Recuerdo de Nollendorf'. Sobre la base de estos estudios, realizó esta magistral obra de pequeño tamaño, referida a Bohemia del norte. En ella triunfa en su deseo de proporcionar una atmósfera de luz y aire, en una clásica composición en diagonal, en primer término, haciendo de barrera al plano medio, de forma que desde el muro nuestra vista se extiende hacia el infinito de manera directa. Dentro del repertorio simbólico de Friedrich las puertas, en especial las puertas de cementerio, son un motivo frecuente, alegórico del tránsito a estados de vida trascendente, de manera que es el lado "de acá" el que queda siempre en la penumbra, mientras que la luz se desborda en el más allá. Así sucede, por ejemplo, en La entrada del cementerio, Cuadro en memoria de Johann Emanuel Bremer, El cementerio, de 1826, Cementerio en la nieve, o Portal de la Fürstenschule en Meissen.
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Continuador del estilo elegante y cortesano de Abraham Bloemaert, Bartholomeus Breenbergh nos ofrece una maravillosa muestra de su manera de trabajar en este paisaje protagonizado por una ninfa desnuda de espaldas. Las figuras se ubican en la orilla del mar, apreciándose al fondo, sobre la colina, las ruinas de un castillo. Los efectos de luz y el ambiente romántico creado anticipan las obras que realizará Claude Lorrain. El correcto dibujo y la calidad de los detalles sitúan a Breenbergh entre los maestros más destacados de su generación, huyendo del estilo naturalista de Rembrandt y su escuela para integrarse en una manera más clasicista, tomando como modelos a los boloñeses con Anibale Carracci al frente y a la pintura flamenca del barroco.
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En los primeros lienzos de Poussin, las "poesie", el paisaje aparecía como un reflejo de las emociones de los dioses y diosas que los habitaban. A finales de los años cuarenta, sin embargo, su representación de la naturaleza se vuelve más reflexiva. En la serie de obras realizadas a partir de 1648, el paisaje es una parte tan importante de la composición como las figuras; no son pinturas con paisaje de fondo sino figuras dispuestas en un paisaje, al modo de Tiziano. La obra que nos ocupa es un buen ejemplo de ello. Realizada para su mecenas Pointel, evoca a partir de Ovidio el tema de Orfeo, el hijo de la Musa Calíope, que representa el canto y la música. Estaba casado con Eurídice, hija de Apolo, que murió a consecuencia de la mordedura de una serpiente en el talón. Orfeo bajó a los Infiernos con su lira, y con su canto conmovió a los dioses, aunque no logró recuperar a su esposa. Poussin puso, con todo, su énfasis en el orden y armonía de la Naturaleza representada, más que en la narración, o en los efectos atmosféricos, como hacía Claudio de Lorena. Así, el paisaje, aunque tomado del natural - podemos reconocer, por ejemplo, el Castillo de Sant'Angelo o el puente Milvio de Roma - aparece como una construcción arquitectónica, con planos muy definidos y en un espacio delimitado.
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Fue pintado en 1658 para Michel Passart, auditor y Maître des Comptes de Luis XIV de Francia. Es uno de los cuadros más extraños dentro de la obra de Poussin. A indicación probable del personaje, reputado como un individuo de pedante erudición, Poussin se inspira en numerosos textos, aunque de forma principal en Ovidio, Luciano y el italiano Cartari, un comentarista de los autores clásicos. En él, Poussin representa al gigante cazador Orión, cegado por el rey Enopión de Quíos por haber intentado violar a su hija, guiado por el niño Cedalión, a quien porta sobre sus hombros. Orión, según le indica el niño, camina hacia Oriente, de cara al sol, con intención de recuperar la vista. En el cielo, sobre una nube, contempla la escena la diosa cazadora Diana, enamorada del gigante. Sin embargo, tras esta escena mitológica se esconde una intención alegórica del conocido "Pintor-filósofo". Influido por el filósofo Campanella, familiar de sus protectores los Barberini, Poussin en sus últimos años se decanta por una concepción panteísta del mundo. De este modo, lo que ha querido reflejar en esta obra es la formación de las nubes y las tormentas, la formación de los elementos naturales, el sol como fuente de vida, etc. Así, Poussin aparece liberado de todos los precedentes, ajeno en el retiro creativo de sus años de ancianidad a las corrientes que se están imponiendo en la Roma del momento.
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A la hora de realizar paisajes Ribera buscó como referencias a los más importantes paisajistas de su tiempo: Carracci, Domenichino y Claudio de Lorena, sin renunciar a la influencia de la escuela veneciana. Las diferentes aportaciones serían interpretadas por el maestro valenciano para crear un estilo particular, en el que la monumentalidad y solemnidad de la naturaleza se conjuga con unos sensacionales efectos lumínicos, sin renunciar a las sombras modeladoras de volúmenes. Las figurillas que aparecen en la zona izquierda son meras comparsas que no nos impiden disfrutar de la espectacular visión de la naturaleza. El Paisaje con fortín es su compañero.
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De un inusitado gran tamaño en Poussin, esta obra fue pintada para su amigo Cassiano dal Pozzo en 1651, una de las pocas de su último periodo para este mecenas. La historia procede de Ovidio, en sus "Metamorfosis", y narra la historia de Tisbe, princesa de Babilonia, y Píramo, su amado, quienes no podían casarse por la oposición de sus padres. Una noche quedaron citados junto a una morera, que crecía cerca de una fuente en las afueras de la ciudad. Tisbe fue la primera en llegar, pero coincidió con una leona que se había acercado a beber a la fuente (la cual puede verse en segundo plano atacando unos bueyes). La joven huyó a una cueva, pero en su huida perdió el velo. La leona se abalanzó sobre el velo, con las fauces aún ensangrentadas por una caza anterior, y lo destrozó. Llegó entonces Píramo y, al ver el velo, creyó que Tisbe había sido devorada, por lo que sin pararse a pensarlo, se quitó la vida con su espada. Al volver Tisbe, se encontró con su amado muerto, por lo que, arrancándole la espada, se suicida a su vez. El fruto de la morera, hasta entonces blanco, se volvió rojo por la sangre derramada. Sin embargo, esta escena trágica sirve a un Poussin fascinado por los paisajes para representar una tormenta, a partir de lo que Leonardo da Vinci había establecido como modelo. Según la propia descripción de Poussin, en carta a su amigo Jacques Stella, trata de imitar "el viento tempestuoso, un aire lleno de oscuridad, de relámpagos y rayos cayendo en diferentes lugares. Todas las figuras que se ven actúan según el tiempo que hace: unas huyen a través del polvo, y siguen el viento que les lleva; otros al contrario ven en contra del viento, y andan con dificultad, tapándose los ojos con las manos". Es propio de Poussin en estos últimos años el unir lo trágico en lo natural con lo dramático en lo humano, en ese camino panteísta, tan cuajado de estupor ante la inmensidad de la naturaleza, de sus paisajes tardíos.
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Está relacionado con el Paisaje con Hércules por sus afinidades formales. Fue realizado para Pointel en 1649. Su tema es uno de los preferidos por los artistas del Renacimiento, y ha dado lugar a varias obras que sirven de referencia a Poussin para la ejecución de la suya, en especial de Rafael y Carracci. El tema de Acis ya había sido representado por Poussin en su Acis y Galatea, pero la que nos ocupa es totalmente diferente. Al igual que su Paisaje con Orfeo y Eurídice, es una alegoría de la eternidad de la naturaleza frente a las pasiones humanas. Recordemos que el cíclope Polifemo, enamorado de Galatea, trató de aplastar con una roca al amante dios Acis, quien se transformó en río. Ninfas y sátiros encarnan el lado natural, salvaje, de la Naturaleza. Polifemo aparece de espaldas, interpretando su música para Galatea. A la derecha, con el cabello azul, pues es una ninfa de las aguas, Galatea; a la izquierda, como dios fluvial, se encuentra Acis.
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Aunque activo desde fines del siglo XVI en Roma, las sugestiones italianas nunca borraron el temperamento nórdico de Bril ni eliminaron de su obra los componentes de tradición flamenca (abundante hojarasca y/o presencia del agua), marcando desde lejos la evolución del género paisajístico de Flandes. En sus pintorescos y panorámicos paisajes, de concepción clasicista, buscó armonizar el papel constructivo de la luz con el factor ornamental y la ordenación a base de grandes planos. Al no ceder ante lo anecdótico y potenciar el valor del pensamiento, sus sintéticos paisajes preludian los heroicos de Poussin y Lorrain.