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San Ireneo afirma que San Juan Evangelista se estableció en Efeso después del martirio de San Pedro y San Pablo. De acuerdo con la tradición, durante el reinado de Domiciano, San Juan fue llevado a Roma, donde quedó milagrosamente frustrado un intento para quitarle la vida. La misma tradición afirma que posteriormente fue desterrado a la isla de Patmos, donde recibió las revelaciones celestiales que escribió en su libro del Apocalipsis. Este es el momento elegido por Hans Bol para mostrar al santo en la pequeña isla, acompañado del águila -su símbolo- dirigiendo su mirada hacia el cielo, donde se abren las nubes para dar paso a la luz que proyecta Dios. El fondo está ocupado por una ciudad portuaria en la que sobresalen las torres de la catedral y de las iglesias, bañadas por una luz azulada que se identifica con el momento visionario que está viviendo el apóstol. Los trabajos de Bol presentan una curiosa mezcla de artificiosidad y naturalismo, mostrando el paisaje flamenco ocupado por pequeñas figurillas que aportan mayor vitalidad a las escenas, reforzando el aspecto imaginario que caracteriza esta escena.
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Brueghel acostumbraba a pintar, como sus colegas del momento, escenas de costumbres que describieran la vida cotidiana en sus tierras. Esta imagen es un apacible paisaje dentro de la tradición flamenca y holandesa, que tanta influencia tendrá en las cortes española e inglesa, puesto que frecuentemente se usaban para confeccionar tapices, como ocurría con los cartones que enviaba Teniers.
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Esta es la vista que tenía Van Gogh desde la ventana de su habitación en el sanatorio mental de Saint-Paul, en Saint-Rèmy, donde estaba internado por decisión propia desde mayo de 1889 ante el temor a una nueva crisis en su enfermedad, diagnosticada como epilepsia por los doctores que le atendían. Como heredero del Impresionismo, Vincent recoge en sus cuadros las diferentes luces del día en un momento determinado. El efecto tormentoso conseguido en esta obra con la nube amenazante y la luz malva es producto de la observación de la naturaleza. Pero Vincent incorpora un elemento distintivo que hace su pintura casi única: la fuerza de las pinceladas, aplicando el color en el lienzo a base de espirales que otorgan un sensacional efecto vital a la escena. Partiendo de Seurat y de la estampa japonesa, el holandés ha obtenido un estilo que define claramente su situación personal. Los tonos aquí empleados vendrían motivados por la tristeza del momento; los verdes-amarillos y ocres se ven empequeñecidos por la fuerza de los malvas que crean las sombras - como hacían Monet y Pissarro - pero también sirven para formar las siluetas de las montañas o de las casas del fondo, siguiendo a Gauguin y Bernard, inspirándose en la técnica de las vidrieras y los esmaltes medievales. Pero, sin duda, la parte más atractiva del lienzo es la vigorosa y sugerente nube, empleando el blanco puro. Las vistas de los alrededores de Saint-Rèmy supondrán para Van Gogh una perfecta vía de escape, objetivo buscado por la mayoría de los artistas de su generación.
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Gracias al permiso del doctor en jefe del hospital y acompañado de un enfermero, Vincent pudo pintar al aire libre, recorriendo los alrededores del sanatorio para recoger los paisajes que llamaban su atención como éste que observamos. Las variadas tonalidades de la naturaleza han sido captadas por Van Gogh de manera perfecta, intentando transmitir a través de ellas su estado de ánimo, ligeramente eufórico cuando sus miedos han desaparecido tras charlas con sus compañeros. Cada espacio de color ha sido delimitado con una línea oscura, relacionándose con el cloisonismo de Bernard, aplicando los tonos de manera vigorosa y empastada. Los árboles de primer plano tienen sus copas obtenidas a base de pinceladas arremolinadas que se harán muy famosas en este periodo. La luz tomada directamente del natural será la otra preocupación del pintor, enlazando con el Impresionismo que tanto admiró en París gracias a Pissarro.
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La naturaleza será para Van Gogh su principal motivo de inspiración. Como bien dice Ingo F. Walther: "Su postura frente a todo lo que muestra en sus cuadros es la de una persona que ama y que acepta la realidad tal como es. Con su arte quería dirigirse a los seres que vivían el presente y experimentaban las cosas elementales de la vida: la naturaleza, los objetos, las personas, el dolor, la alegría, lo duradero, lo pasajero ..." De esta manera, sus obras casi parecen acercarse a un pensamiento místico, enlazando con el planteamiento simbolista de sus amigos Bernard y Gauguin. A través de sus lienzos, plenos de color, intenta transmitir su estado de ánimo como aquí podemos observar. Esas pinceladas arremolinadas con las que crea los contornos de las montañas indicarían su inseguridad, su angustia, ante una nueva recaída que le provoque el alejamiento de la pintura. La aplicación del color se convierte en un vehículo de expresión, anticipándose al Expresionismo del siglo XX.
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Los maestros impresionistas se interesan especialmente por los efectos lumínicos a lo largo del día o en las diferentes estaciones del año. Monet se sentirá muy atraído por el invierno pero Renoir considera esta estación como el "momento del duelo" por lo que no es frecuente en su producción. Esta escena es una de las pocas que Renoir nos muestra del invierno, captando la luz directamente del natural, destacando las sombras coloreadas que dominan el conjunto. Las pinceladas son rápidas y cortas, organizando la escena como si de un puzzle se tratara. Otra de las novedades impresionistas la encontramos en la sensación atmosférica que envuelve los objetos y aboceta sus contornos, lo que conducirá irremediablemente a la pérdida de volumen y forma. Ante esto los pintores reaccionarán de diferente manera; la respuesta de Renoir será apostar por el dibujo y el modelado de las figuras, interesándose especialmente por las bañistas.
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Fotografía cedida por la Sociedade Anónima de Xestión do Plan Xacobeo
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Huyendo de París, Vincent llegó a Arles en febrero de 1888 buscando la luz y el color del sur. Alquiló una pequeña habitación y empezó a trabajar. El final del invierno fue especialmente duro, siendo habituales las nevadas y el intenso frío como recoge en esta magnífica vista protagonizada por la nieve. La ciudad se representa al fondo, en la línea del horizonte, mientras que en primer plano contemplamos unos árboles sin hojas y unos matorrales reflejados en el río helado. En segundo término, la nieve con tonalidades malvas, mostrando el efecto ambiental. Al emplear estas sombras coloreadas recuerda al Impresionismo, aunque Vincent está siguiendo un camino totalmente personal. La pincelada continúa siendo suelta, adaptándose a los elementos que integran la composición.