CAPÍTULO II De la abundancia de metales que hay en las Indias Occidentales Los metales creó la sabiduría de Dios para medicina, y para defensa y para ornato, y para instrumentos de las operaciones de los hombres. De todas estas cuatro cosas se pueden fácilmente dar ejemplos; mas el principal fin de los metales es la última de ellas; porque la vida humana no sólo ha menester sustentarse, como la de los animales, sino también ha de obrar conforme a la capacidad y razón que le dio el Creador; y así como es su ingenio tan extendido a diversas artes y facultades, así también proveyó el mismo Autor, que tuviese materia de diversos artificios para reparo, y seguridad y ornato y abundancia de sus operaciones. Siendo pues tanta la diversidad de metales que encerró el Creador en los armarios y sótanos de la tierra, de todos ellos tiene utilidad la vida humana. De unos se sirve para cura de enfermedades; de otros para armas y defensa contra sus enemigos; de otros para aderezo y gala de sus personas y habitaciones; de otros para vasijas y herramientas y varios instrumentos que inventa el arte humano. Pero sobre todos estos usos, que son sencillos y naturales, halló la comunicación de los hombres el uso del dinero, el cual (como dijo el filósofo) es medida de todas las cosas; y siendo una cosa sola en naturaleza, es todas en virtud, porque el dinero es comida, y vestido y casa, y cabalgadura y cuanto los hombres han menester. Y así obedece todo al dinero, como dice el Sabio. Para esta invención de hacer que una cosa fuese todas las cosas, guiados de natural instinto, eligieron los hombres la cosa más durable y más tratable, que es el metal, y entre los metales quisieron que aquéllos tuviesen principado en esta invención de ser dinero, que por su naturaleza eran más durables e incorruptibles, que son la plata y el oro. Los cuales no sólo entre los hebreos y asirios, y griegos y romanos, y otras naciones de Europa y Asia tuvieron estima, sino también entre las más remotas y bárbaras naciones del universo, como son los indios, así orientales como occidentales, donde el oro y la plata fue tenida en precio y estima, y como tal usada en los templos y palacios, y ornato de reyes y nobles. Porque aunque se han hallado algunos bárbaros que no conocían la plata ni el oro, como cuentan de los floridos, que tomaban las talegas o sacos en que iba el dinero, y al mismo dinero le dejaban echado por allí en la playa como a cosa inútil. Y Plinio refiere de los babitacos, que aborrecían el oro y por eso lo sepultaban donde nadie pudiese servirse de él. Pero de estos floridos y de aquellos babitacos, ha habido y hay hoy día pocos, de los que estiman y buscan, y guardan el oro y la plata, hay muchos, sin que tengan necesidad de aprender esto de los que han ido de Europa. Verdad es que su codicia de ellos no llegó a tanto como la de los nuestros, ni idolatraron tanto con el oro y plata, aunque eran idólatras, como algunos malos cristianos, que han hecho por el oro y plata excesos tan grandes. Mas es cosa de alta consideración que la sabiduría del eterno Señor quisiese enriquecer las tierras del mundo más apartadas y habitadas de gente menos política, y allí pusiese la mayor abundancia de minas que jamás hubo, para con esto convidar a los hombres a buscar aquellas tierras y tenellas, y de camino comunicar su religión y culto del verdadero Dios a los que no le conocían, cumpliéndose la profecía de Esaías, que la Iglesia había de extender sus términos no sólo a la diestra, sino también a la siniestra, que es como San Agustín declara haberse de propagar el Evangelio no sólo por los que sinceramente y con caridad lo predicasen, sino también por los que por fines y medios temporales y humanos lo anunciasen. Por donde vemos que las tierras de Indias más copiosas de minas y riqueza han sido las más cultivadas en la Religión Cristiana en nuestros tiempos, aprovechándose el Señor para sus fines soberanos de nuestras pretensiones. Cerca de esto decía un hombre sabio, que lo que hace un padre con una hija fea para casarla, que es darle mucha dote, eso había hecho Dios con aquella tierra tan trabajosa, de dalle mucha riqueza de minas para que con este medio hallase quien la quisiese. Hay pues en las Indias Occidentales, gran copia de minas y haylas de todos los metales: de cobre, de hierro, de plomo, de estaño, de azogue, de plata, de oro. Y entre todas las partes de Indias los reinos del Pirú son los que más abundan de metales, especialmente de plata y oro y azogue; y es en tanta manera, que cada día se descubren nuevas minas; y según es la cualidad de la tierra, es cosa sin duda que son sin comparación muchas más las que están por descubrir que las descubiertas, y aun parece que toda la tierra está como sembrada de estos metales, más que ninguna otra que se sepa al presente en el mundo, ni que en lo pasado se haya escrito.
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CAPÍTULO II En seguida fue la venida de los mensajeros de Hun-Camé y Vucub Camé. -Id, les dijeron, Ahpop Achih, id a llamar a Hun Hunahpú y Vucub Hunahpú. "Venid con nosotros", les diréis. "Dicen los Señores que vengáis." Que vengan aquí a jugar a la pelota con nosotros, para que con ellos se alegren nuestras caras, porque verdaderamente nos causan admiración. Así, pues, que vengan, dijeron los Señores. Y que traigan acá sus instrumentos de juego, sus anillos, sus guantes, y que traigan también sus pelotas de caucho, dijeron las Señores. "Venid pronto, les diréis", les fue dicho a los mensajeros. Y estos mensajeros eran buhos: Chabi Tucur, Huracán-Tucur, Caquix Tucur y Holom Tucur, Así se llamaban los mensajeros de Xibalbá. Chabi Tucur era veloz como una flecha; Huracán-Tucur tenía solamente una pierna; Caquix Tucur tenía la espalda roja, y Holom Tucur solamente tenía cabeza, no tenía piernas, pero sí tenía alas. Los cuatro mensajeros tenían la dignidad de Ah-pop Achih. Saliendo de Xibalbá llegaron rápidamente, llevando su mensaje, al patio donde estaban jugando a la pelota Hun-Hunahpú y Vucub Hunahpú, en el juego de pelota que se llamaba Nim-Xob Carchah. Los buhos mensajeros se dirigieron al juego de la pelota y presentaron su mensaje, precisamente en el orden en que se lo dieron Hun Camé, Vucub Camé, Ahalpuh, Ahalganá, Chamiabac, Chamiaholom, Xiquiripat, Cuchumaquic, Ahalmez, Ahaltocob, Xic y Patán, que así se llamaban los Señores que enviaban su recado por medio de los buhos. -¿De veras han hablado así los Señores Hun-Camé y Vucub-Camé? -Ciertamente han hablado así, y nosotros os tenemos que acompañar. -"Que traigan todos sus instrumentos para el juego", han dicho los Señores. -Está bien, dijeron los jóvenes. Aguardadnos, sólo vamos a despedirnos de nuestra madre. Y habiéndose dirigido hacia su casa, le dijeron a su madre, pues su padre ya era muerto: -Nos vamos, madre nuestra, pero en vano será nuestra ida. Los mensajeros del Señor han venido a llevarnos. "Que vengan", han dicho, según manifiestan los enviados. -Aquí se quedará en prenda nuestra pelota, agregaron. En seguida la fueron a colgar en el hueco que hacía el techo de la casa. Luego dijeron: -Ya volveremos a jugar. Y dirigiéndose a Hunbatz y Hunchouén les dijeron -Vosotros ocupaos de tocar la flauta y de cantar, de pintar, de esculpir; calentad nuestra casa y calentad el corazón de vuestra abuela. Cuando se despidieron de su madre, se enterneció Ixmucané y echó a llorar. -No os aflijáis, nosotros nos vamos, pero todavía no hemos muerto, dijeron al partir Hun Hunahpú y Vucub Hunahpú. En seguida se fueron Hun Hunahpú y Vucub Hunahpú y los mensajeros los llevaban por el camino. Así fueron bajando por el camino de Xibalbá, por unas escaleras muy inclinadas. Fueron bajando hasta que llegaron a la orilla de un río que corría rápidamente entre los barrancos llamados Nu zivan cul y Cuzivan, y pasaron por ellos. Luego pasaron por el río que corre entre jícaros espinosos. Los jícaros eran innumerables, pero ellos pasaron sin lastimarse. Luego llegaron a la orilla de un río de sangre y lo atravesaron sin beber sus aguas; llegaron a otro río solamente de agua y no fueron vencidos. Pasaron adelante hasta que llegaron a donde se juntaban cuatro caminos y allí fueron vencidos, en el cruce de los cuatro caminos. De estos cuatro caminos, uno era rojo, otro negro, otro blanco y otro amarillo. Y el camino negro les habló de esta manera: -Yo soy el que debéis tomar porque yo soy el camino del Señor. Así habló el camino. Y allí fueron vencidos. Los llevaron por el camino de Xibalbá y cuando llegaron a la sala del consejo de los Señores de Xibalbá, ya habían perdido la partida. Ahora bien, los primeros que estaban allí sentados eran solamente muñecos, hechos de palo, arreglados por los de Xibalbá. A éstos los saludaron primero -¿Cómo estáis, Hun Camé?, le dijeron al muñeco. -¿Cómo estáis, Vucub Camé?, le dijeron al hombre de palo. Pero éstos no les respondieron. Al punto soltaron la carcajada los Señores de Xibalbá y todos los demás Señores se pusieron a reír ruidosamente, porque sentían que ya los habían vencido, que habían vencido a Hun Hunahpú y Vucub Hunahpú. Y seguían riéndose. Luego hablaron Hun Camé y Vucub Camé : -Muy bien, dijeron. Ya vinisteis. Mañana preparad la máscara, vuestros anillos y vuestros guantes, les dijeron. -Venid a sentaros en nuestro banco, les dijeron. Pero el banco que les ofrecían era de piedra ardiente y en el banco se quemaron. Se pusieron a dar vueltas en el banco, pero no se aliviaron y si no se hubieran levantado se les habrían quemado las asentaderas. Los de Xibalbá se echaron a reír de nuevo, se morían de la risa; se retorcían del dolor que les causaba la risa en las entrañas, en la sangre y en los huesos, riéndose todos los Señores de Xibalbá. -Idos ahora a aquella casa, les dijeron; allí se os llevará vuestra raja de ocote y vuestro cigarro y allí dormiréis. En seguida llegaron a la Casa Oscura. No había más que tinieblas en el interior de la casa. Mientras tanto, los señores de Xibalbá discurrían lo que debían hacer. -Sacrifiquémoslos mañana, que mueran pronto, pronto, para que sus instrumentos de juego nos sirvan a nosotros para jugar, dijeron entre sí los Señores de Xibalbá. Ahora bien, su ocote era una punta redonda de pedernal del que llaman zaquitoc; éste es el pino de Xibalbá. Su ocote era puntiagudo y afilado y brillante como hueso; muy duro era el pino de los de Xibalbá. Hun Hunahpú y Vucub Hunahpú entraron a la Casa Oscura. Allí fueron a darles su ocote, un solo ocote encendido que les mandaban Hun Camé y Vucub Camé, junto con un cigarro para cada uno, encendido también, que les mandaban los Señores. Esto fueron a darles a Hun Hunahpú y Vucub-Hunahpú. Éstos se hallaban en cuclillas en la oscuridad cuando llegaron los portadores del ocote y los cigarros. Al entrar, el ocote alumbraba brillantemente. -Que enciendan su ocote y sus cigarros cada uno; que vengan a devolverlos al amanecer, pero que no los consuman, sino que los devuelvan enteros; esto es lo que os mandan decir los Señores. Así les dijeron. Y así fueron vencidos. Su ocote se consumió, y asimismo se consumieron los cigarros que les habían dado. Los castigos de Xibalbá eran numerosos; eran castigos de muchas maneras. El primero era la Casa Oscura, Quequma ha, en cuyo interior sólo había tinieblas. El segundo la Casa donde tiritaban, Xuxulim ha, dentro de la cual hacía mucho frío. Un viento frío e insoportable soplaba en su interior. El tercero era la Casa de los tigres, Balami ha, así llamada, en la cual no había más que tigres que se revolvían, se amontonaban, gruñían y se mofaban. Los tigres estaban encerrados dentro de la casa. Zotzi ha, la Casa de los murciélagos, se llamaba el cuarto lugar de castigo. Dentro de esta casa no había más que murciélagos que chillaban, gritaban y revoloteaban en la casa. Los murciélagos estaban encerrados y no podían salir. El quinto se llamaba la Casa de las Navajas, Chayin ha, dentro de la cual solamente había navajas cortantes y afiladas, calladas o rechinando las unas con las otras dentro de la casa. Muchos eran los lugares de tormento de Xibalbá; pero no entraron en ellos Hun Hunahpú y Vucub-Hunahpú. Solamente mencionamos los nombres de estas casas de castigo. Cuando entraron Hun Hunahpú y Vucub Hunahpú ante Hun-Camé y Vucub Camé, les dijeron éstos: -¿Dónde están mis cigarros? ¿Dónde está mi raja de ocote que os dieron anoche? -Se acabaron, Señor. -Está bien. Hoy será el fin de vuestros días. Ahora moriréis. Seréis destruidos, os haremos pedazos y aquí quedará oculta vuestra memoria. Seréis sacrificados, dijeron Hun Camé y Vucub Camé. En seguida los sacrificaron y los enterraron en el Pucbal Chah, así llamado. Antes de enterrarlos le cortaron la cabeza a Hun-Hunahpú y enterraron al hermano mayor junto con el hermano menor. -Llevad la cabeza y ponedla en aquel árbol que está sembrado en el camino, dijeron Hun Camé y Vucub Camé. Y habiendo ido a poner la cabeza en el árbol, al punto se cubrió de frutas este árbol que jamás había fructificado antes de que pusieran entre sus ramas la cabeza de Hun Hunahpú. Y a esta jícara la llamamos hoy la cabeza de Hun Hunahpú, que así se dice. Con admiración contemplaban Hun Camé y Vucub-Camé el fruto del árbol. El fruto redondo estaba en todas partes; pero no se distinguía la cabeza de Hun Hunahpú; era un fruto igual a los demás frutos del jícaro. Así aparecía ante todos los de Xibalbá cuando llegaban a verla. A juicio de aquéllos, la naturaleza de este árbol era maravillosa, por lo que había sucedido en un instante cuando pusieron entre sus ramas la cabeza de Hun Hunahpú. Y los Señores de Xibalbá ordenaron: -¡Que nadie venga a coger de esta fruta! ¡Que nadie venga a ponerse debajo de este árbol!, dijeron, y así dispusieron impedirlo todos los de Xibalbá. La cabeza de Hun Hunahpú no volvió a aparecer, porque se había vuelto la misma cosa que el fruto del árbol que se llama jícaro. Sin embargo, una muchacha oyó la historia maravillosa. Ahora contaremos cómo fue su llegada.
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Capítulo II 196 Cuándo y a dónde comenzaron las procesiones en esta tierra de la Nueva España; y de la gana con que los indios vienen a bautizarse 197 En el cuarto año de la llegada de los frailes a esta tierra fue de muchas aguas, tanto que se perdían los maizales y se caían muchas casas. Hasta entonces nunca entre los indios se habían hecho procesiones, y en Tezcuco salieron con una pobre cruz; y como hubiese muchos días que nunca cesaba de llover, plugo a Nuestro Señor por su clemencia, y por los ruegos de su Sacratísima Madre, y de Santo Antonio, cuya advocación es la principal de aquel pueblo, que desde aquel día mismo cesaron las aguas, para confirmación de la flaca y tierna fe de aquellos nuevamente convertidos; y luego hicieron muchas cruces y banderas de santos y otros atavíos para sus procesiones; y los indios de México fueron luego allí a sacar muestras para lo mismo; y dende a poco tiempo comenzaron en Huexezinco Huejotzingo e hicieron muy ricas y galanas mangas de cruces y andas de oro y pluma; y luego por todas partes comenzaron de ataviar sus iglesias, y hacer retablos, y ornamentos, y salir en procesiones, y los niños deprendieron danzas para regocijarlas más. 198 En este tiempo en los pueblos que había frailes salían adelante, y de muchos pueblos los venían a buscar y a rogar que los fuesen a ver, y de esta manera por muchas partes se iba extendiendo y ensanchando la fe de Jesucristo, mayormente en los pueblos de Ycapixtla y Uastepec; para lo cual dieron mucho favor y ayuda los que gobernaban estos pueblos, porque eran indios quitados de vicios y que no bebían vino; que era esto como cosa de maravilla, así a los españoles como a los naturales, ver algún indio que no bebiese vino; porque en todos los hombres y mujeres adultos era cosa general embeodarse; y como este vicio era fomes y raíz de otros muchos pecados, el que de él se apartaba vivía más virtuosamente. 199 La primera vez que salió fraile a visitar las provincias de Coyxco y Tlaxco Taxco, fue de Cuauhnauac Cuernavaca, la cual casa se tomó el segundo año de su venida, y en el número fue quinta casa. Desde allí visitando aquellas provincias, en las cuales hay muchos pueblos de mucha gente, fueron muy bien recibidos, y muchos niños bautizados; y como no pudiesen andar por todos los pueblos, cuando estaba uno cerca de otro venía la gente del pueblo menor al mayor a ser enseñados, y a oír la palabra de Dios, y a bautizar sus niños; y aconteció, como entonces fuese el tiempo de las aguas, que en esta tierra comienzan por abril y acaban en fin de septiembre, poco más o menos, había de venir un pueblo a otro, y en medio estaba un arroyo, y aquella noche llovió tanto, que vino el arroyo hecho un gran río, y la gente que venía no pudo pasar; y allí aguardaron a que acabasen de misa y de predicar y bautizar, y pasaron algunos a nado y fueron a rogar a los frailes, que a la orilla del arroyo les fuesen a decir la palabra de Dios, y ellos fueron y en la parte donde más angosto estaba el río, los frailes de una parte y los indios de otra, les predicaron, y ellos no se quisieron ir sin que les bautizasen los hijos; y para esto hicieron una pobre balsa de cañas, que en los grandes ríos arman las balsas sobre unas grandes calabazas, y así los españoles y su hato pasan grandes ríos; pues hecha la balsa, medio por el agua y medio en los brazos pasáronlos de la otra parte, adonde los bautizaron con harto trabajo por ser tantos. 200 Yo creo que después que la tierra se ganó, que fue el año de 1521, hasta el tiempo que esto escribo, que es en el año de 1536, más de cuatro millones de ánimas se bautizaron y por dónde yo lo sé, adelante se dirá.
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Capítulo II Del Palacio Real del Ynga, llamado Cuusmanco, y de sus vestidos e insignias Como los Yngas, desde Manco Capac, que dio principio a esta monarquía, fuesen cada uno por su parte añadiendo a su señorío y extendiendo sus reinos y vasallos, así cada cual iba extendiendo y ampliando su casa y Palacio Real, con edificios magníficos y suntuosos, aumentando la guarda de su persona y concediendo a los de ellas más libertades y privilegios, y poniéndolos en más orden y policía, y haciendo mayor muestra de su grandeza. Tenía el Palacio Real, llamado entre ellos Cuusmanco, dos soberbias puertas, una a la entrada dél y otra de más adentro, de donde se parecía lo mejor y más digno de estas puertas, y su obra era de cantería famosa y bien labrada, porque causa admiración notable que, no teniendo estos indios picos, ni otros instrumentos con que labrar y pulir las piedras, como no los tenían, las labrasen y ajustasen tan cabal y perfectamente, que no tenía el entendimiento más que desear, ni tacha ninguna que les poner. A la primera puerta, en la entrada della, había dos mil indios de guarda con su capitán un día, y después entraba otro con otros dos mil, que se mudaban de la multitud de los cañares y de chachapoyas. Estos soldados eran privilegiados y exentos de los servicios personales; los capitanes que los gobernaban eran indios principales de mucha autoridad, y cuando el Ynga iba a la Sierra, iban junto a su persona, y se les daban las raciones ordinarias y pagas aventajadas, y andaban de ordinario acompañados de los hijos de los curacas y principales, muy lucidamente aderezados. A esta puerta primera, donde estaba la guarda dicha, se seguía una plaza, hasta la cual entraban los que con el Ynga venían acompañándole de fuera y allí paraban, y el gran Ynga entraba dentro con los cuatro orejones de su consejo, pasando a la segunda puerta, en la cual había también otra guarda, y ésta era de indios naturales de la ciudad del Cuzco, orejones y parientes y descendientes del Ynga, de quien él se fiaba, y eran los que tenían a cargo criar y enseñar a los hijos de los gobernadores y principales de todo este Reino, que iban a servir al Ynga, y a asistir con él en la corte cuando muchachos. Junto a esta segunda puerta estaba la armería del Ynga, donde había de todo género y diferencias de armas que ellos usaban, es a saber flechas, arcos, lanzas, macanas, champis, espadas, celadas, hondas, rodelas fuertes, todo puesto muy en orden y concierto. A esta segunda puerta estaban cien capitanes de los que más se habían señalado en la guerra y se habían ejercitado en ella, los cuales estaban entretenidos allí para, cuando se ofreciese alguna ocasión de guerra o jornada, despacharlos brevemente a ello, de suerte que en ninguna cosa hubiese dilación. Más adelante de esta puerta, estaba otra gran plaza o patio para los oficiales del Palacio, y los que tenían oficios ordinarios dentro dél, que estaban allí aguardando lo que se les mandaba, en razón de su oficio. Después entraban las salas y recámaras, y aposentos, donde el Ynga vivía, y esto era todo lleno de deleite y contento, porque había arboledas, jardines con mil género de pájaros y aves, que andaban cantando; y había tigres y leones, y onzas y todos los géneros de fieras y animales que se hallaban en este reino. Los aposentos eran grandes y espaciosos, labrados con maravilloso artificio, porque como entre ellos no se usaban colgaduras, ni las tapicerías que en nuestra Europa, estaban las paredes labradas de labores, y ricas y adornadas de mucho oro y estamperías de las figuras y hazañas de sus antepasados, y las claraboyas y ventanas guarnecidas con oro y plata, y otras piedras preciosas, de suerte que lo más estimado y rico de todo el reino se cifraba en esta casa del Ynga. Había en el Palacio del Ynga una cámara de tesoro, a quien ellos llamaban capac marca huasi, que significa aposento rico del tesoro, el cual servía de lo que acá la Recámara Real, donde se guardaban las joyas y piedras preciosas del Rey. Allí estaban todos los ricos vestidos del Ynga, de cumbi finísimo, y todas las cosas que pertenecían al ornato de su persona; había joyas ricas de inestimable precio, piezas de oro y plata de la vajilla que se ponía en los aparadores del Ynga. Toda esta riqueza tenían a su cargo cincuenta como camareros, y el mayor sobre ellos era un tucuiricuc, o cuipucamayoc, que era como veedor y contador mayor del Ynga, el cual tenía a cargo las llaves de ciedrtas puertas, aunque eran de palo a su modo de ellos, pero no las podía abrir sin que estuviesen sus compañero allí delante, los cuales también tenían su llaves diferentes. Tenía este tesorero, o contador mayor, gran salario y muchos provechos, porque el Ynga le daba muchos vestidos de los suyos, ganado y chácaras, y destos dones de él se llevaba las dos partes y la una era para sus compañeros. Sin estos que tenían a su cargo el tesoro, había otros veinte y cinco guarda-ropas, los cuales eran mancebetes desde doce a quince años, hijos de curacas y de indios principales, los cuales andaban muy bien tratados y vestidos ricamente, que les daba cada semana un mayordomo que tenía salario para ello, y era privilegiado pata andar en hamaca, cuando quería. Estos mancebos limpiaban los vestidos que el Ynga se vestía de ordinario, y a éstos se avisaba de qué color se había de poner el vestido, y lo preparaban, y también le servían de llevar los platos a la mesa, cuando el Ynga comía.
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Capítulo II 280 De los frailes que han muerto en la conversión de los indios de la Nueva España, cuéntase también la vida de fray Martín de Valencia, que es mucho de notar y tener en la memoria 281 Perseverando y trabajando fielmente en la conversión de estos indios, son ya difuntos en esta Nueva España más de treinta frailes menores, los cuales acabaron sus días llenos de observancia de su profesión, ejercitados en la caridad de Dios y del prójimo, y en la confesión de nuestra santa fe, recibiendo los sacramentos, algunos de los cuales fueron adornados de muchas virtudes, mas el que entre todos dio mayor ejemplo de santidad y doctrina, así en la vieja España como en la Nueva, fue el padre de santa memoria fray Martín de Valencia, primer prelado y custodio en esta Nueva España: fue el primero que Dios envió a este nuevo mundo con autoridad apostólica. 282 Las cosas que aquí diré no querría que nadie las ponderase más de lo que las leyes divinas y humanas permiten y la razón demanda, dejando por juez a Aquél que lo es de los vivos y de los muertos, en cuyo acatamiento todas las vidas de los mortales son muy claras y manifiestas, y dando la determinación a su santa Iglesia, a cuyos pies toda esta obra va sometida; porque los hombres pueden ser engañados en sus juicios y opiniones, y Dios siempre es recto en la balanza de su juicio y los hombres no; por lo cual dice San Agustín, que muchos tiene la Iglesia en veneración que están en el infierno, esto es, de aquellos que no están canonizados por la Iglesia Romana regida por el Espíritu Santo, y con esta protestación comenzaré a escribir en breve, lo más que a mí fuera posible, la vida del siervo de Dios fray Martín de Valencia, aunque según sé que un fraile devoto suyo la tiene más largamente escrita. 283 COMIENZA LA VIDA DE FRAY MARTÍN DE VALENCIA. 284 Este buen varón fue natural de la villa de Valencia, que dicen de Don Juan, que es entre la ciudad de León y la villa de Benavente, en la ribera del río que se dice Ezcla, es en el obispado de Oviedo. De su juventud no hay relación en esta Nueva España, más del argumento de la vida que en su mediana y última edad hizo. Recibió el hábito en la villa de Mayorga, lugar del conde de Benavente, que es convento de la provincia de Santiago y de las más antiguas casas de España. Tuvo por su maestro a fray Juan de Argumanes que después fue provincial de la provincia de Santiago; con la doctrina del cual, y con su grande estudio, fue alumbrado su entendimiento, para seguir la vida de nuestro Redentor Jesucristo. Adonde, como ya después de profeso le enviasen a la villa de Valencia, que es muy cerca de Mayorga, viéndose distraído, por estar entre sus parientes y conocidos, rogó a su compañero que saliesen presto de aquel pueblo; y desnudándose el hábito púsole delante de los pechos, y echóse el cordón a la garganta como malhechor, y quedó en carnes con sólo los paños menores, y así salió en medio del día, viéndole sus deudos y amigos, por mitad del pueblo, llevándole el compañero tirándole por la cuerda. Después que cantó misa fue siempre creciendo de virtud en virtud; porque demás de lo que yo vi en él, porque le conocí por más de veinte años, oí decir a muchos buenos religiosos, que en su tiempo no habían conocido religioso de tanta penitencia, ni que con tanto tesón perseverase siempre en allegarse a la cruz de Jesucristo, tanto, que cuando iba por otros conventos y provincias a los capítulos, parecía que a todos reprendía su aspereza, humildad y pobreza, y como fuese dado a la oración procuró licencia de su provincial para ir a morar a unos oratorios de la misma provincia de Santiago, que están no muy lejos de Ciudad Rodrigo, que se llaman los Ángeles y el Hoyo, casas muy apartadas de conversación y dispuestas para contemplar y orar. Alcanzada licencia para ir a morar a Santa María del Hoyo, queriendo, pues, el siervo de Dios recogerse y darse a Dios en el dicho lugar, el enemigo le procuró muchas maneras de tentaciones, permitiéndolo Dios para más aprovechamiento de su ánima. Comenzó a tener en su espíritu muy gran sequedad y dureza, y tibieza en el corazón; aborrecía el yermo; los árboles le parecían demonios, no podía ver los frailes con amor y caridad; no tomaba sabor en ninguna cosa espiritual; cuando se ponía a orar hacíalo con gran pesadumbre; vivía muy atormentado. Vínole una terrible tentación de blasfemia contra la fe, sin poderla alanzar de sí; parecíale que cuando celebraba y decía misa, no consagraba, y como quien se hace grandísima fuerza y a regañadientes comulgaba; tanto le fatigaba aquesta imaginación, que no quería ya celebrar, ni podía comer. Con estas tentaciones habíase parado tan flaco, que no parecía tener sino los huesos; y el cuerpo parecíale a él que estaba muy esforzado y bueno. Esta sutil tentación le traía Satanás para derrocarle, de tal manera que cuando ya le sintiese del todo sin fuerzas naturales le dejase, y así desfalleciese, y no pudiese tomar en sí, y saliese de juicio; y para esto también le desvelaba, que es también mucha ocasión para enloquecer; pero como Nuestro Señor nunca desampara a los suyos, ni quiere que caigan, ni da a nadie más de aquella tentación que puede sufrir, dejóle llegar hasta donde pudo sufrir la tentación sin detrimento de su ánima, y convirtióla en su provecho, permitiendo que una pobrecilla mujer le despertase y diese medicina para su tentación; que no es pequeña materia para considerar la grandeza de Dios; que no escoge los sabios, sino los simples y humildes, para instrumentos de sus misericordias; y así lo hizo con esta simple mujer que digo. 285 Que como el varón de Dios fuese a pedir pan a un lugar que se dice Robleda, que son cuatro leguas del Hoyo, la hermana de los frailes del dicho lugar viéndole tan flaco y debilitado díjole: "¡Ay, padre! ¿Y vos qué habéis? ¿Cómo andáis que parece que queréis expirar de flaco; y cómo no miráis por vos, que parece que os queréis morir?" Así entraron en el corazón del siervo de Dios estas palabras como si se las dijera un ángel, y como quien despierta de un pesado sueño, así comenzó a abrir los ojos de su entendimiento, y a pensar cómo no comía casi, y dijo entre sí: "verdaderamente ésta es tentación de Satanás"; y encomendándose a Dios que la alumbrase y sacase de la ceguedad en que el demonio le tenía, dio la vuelta a su vida. Viéndose Satanás descubierto, apartóse de él y cesó la tentación. Luego el varón de Dios comenzó a sentir flaqueza y desmayo, tanto, que apenas se podía tener en los pies; y de ahí adelante comenzó a comer, y quedó avisado para sentir los lazos y astucias del demonio. Después que fue librado de aquellas tentaciones quedó con gran serenidad y paz en su espíritu, gozábase en el yermo, y los árboles, que antes aborrecía, con las aves que en ellos cantaban parecíale un paraíso; y de allí le quedó que doquiera que estaba luego plantaba una arboleda, y cuando era prelado a todos rogaba que plantasen árboles, no sólo de frutales, pero de los monteses, para que los frailes se fuesen allí a orar. 286 Asimismo lo consoló Dios en la celebración de las misas, las cuales decía con mucha devoción y aparejo, que después de maitines o no dormía nada o muy poco, por mejor se aparejar; y casi siempre decía misa muy de mañana, y con muchas lágrimas muy cordiales que regaban y adornaban su rostro como perlas: celebraba casi todos los días, y comúnmente se confesaba cada tercero día. 287 Otrosí: de allí adelante tuvo grande amor con los otros frailes, y cuando alguno venía de fuera, recibíale con tanta alegría y con tanto amor, que parecía que le quería meter en las entrañas; y gozábase de los bienes y virtudes ajenas como si fueran suyas propias; y así perseverando en aquesta caridad, trájole Dios a un amor entrañable del prójimo, tanto, que por el amor general de las ánimas vino a desear padecer martirio, y pasar entre los infieles a los convertir y predicar; aqueste deseo y santo celo alcanzó el siervo de Dios con mucho trabajo y ejercicios de penitencia, de ayunos, disciplinas, vigilias y muy continuas oraciones. 288 Pues perseverando el varón de Dios en sus santos deseos quísole el Señor visitar y consolar en esta manera: que estando él una noche en maitines en tiempo de adviento, que en el coro se rezaba la cuarta matinada, luego que se comenzaron los maitines comenzó a sentir nueva manera de devoción y mucha consolación en su ánima; y vínole a la memoria la conversión de los infieles; y meditando en esto, los salmos que iba diciendo en muchas partes hallaba entendimientos devotos a este propósito, en especial en aquel salmo que comienza: Eripe me de inimicis meis: y decía el siervo de Dios entre sí: "¡Oh! ¿Y cuándo será esto? ¿Cuándo se cumplirá esta profecía? ¿No sería yo digno de ver este convertimiento, pues ya estamos en la tarde y fin de nuestros días, y en la última edad del mundo?" Pues ocupado el varón de Dios todos los salmos en estos piadosos deseos, y lleno de caridad y amor del prójimo, por divina dispensación, aunque no era hebdomadario ni cantor del coro, le encomendaron que dijese las lecciones, y se levantó y las comenzó a decir, y las mismas lecciones, que eran del profeta Isaías, hacían a su propósito, levantábanle más y más su espíritu, tanto, que estándolas leyendo en el púlpito vio en espíritu muy gran muchedumbre de ánimas de infieles que se convertían y venían a la fe y bautismo. Fue tanto el gozo y alegría que su ánima sintió interiormente, que no se pudo sufrir ni contener sin salir fuera de sí, y alabando a Dios y bendiciéndole, dijo en alta voz tres veces: "loado sea Jesucristo, loado sea Jesucristo, loado sea Jesucristo"; y esto dijo con muy alta voz, porque no fue en su mano dejarlo de hacer así. Los frailes, viéndole que parecía estar fuera de sí, no sabiendo el misterio, pensaron que se tornaba loco, y tomándole le llevaron a una celda, y enclavando la ventana y cerrando la puerta por de fuera tornaron a acabar los maitines. Estuvo el varón de Dios así atónito en la cárcel hasta que fue buen rato del día, que tornó en sí, y como se halló encerrado y oscuro quiso abrir la ventana, porque no había sentido que la habían enclavado, y como no la pudo abrir dizque se sonrió, de que conoció el temor que los frailes habían tenido, de que como loco se echase por la ventana: y desde que se vio así encerrado tornó a pensar y contemplar en la visión que había visto y rogar a Dios que se la dejase ver con los ojos corporales, y desde entonces creció en él más el deseo que tenía de ir entre los infieles, y predicarlos y convertirlos a la fe de Jesucristo. 289 Esta visión quiso Nuestro Señor mostrar a su siervo cumplida en esta Nueva España, adonde como el primer año que a esta tierra vino visitase siete y ocho pueblos cerca de México, y como se ayuntasen muchos a la doctrina, y viniesen muchos a la fe y a el bautismo, viendo el siervo de Dios tanta muestra de cristiandad en aquéllos, y creyendo (como de hecho fue así) que había de ir creciendo, dijo a su compañero: "ahora veo cumplido lo que el Señor me mostró en espíritu"; y declaróle la visión que en España había visto, en el monasterio de Santa María del Hoyo, en Extremadura. 290 Antes de esto, no sabiendo él cuándo ni cómo se había de cumplir lo que Dios le había mostrado, comenzó a desear pasar a tierra de infieles, y a demandarlo a Dios con muchas oraciones; y comenzó a mortificar la carne, y a sujetarla con muchos ayunos y disciplinas; que además de las veces en que la comunidad se disciplinaba, los más de los días se disciplinaba él dos veces, porque así ejercitado mediante la gracia del Señor, se aparejase a recibir martirio; y como la regla de los frailes menores diga: "Si algún fraile por divina inspiración fuere movido a desear ir entre los moros u otros infieles, pida licencia a su provincial para efectuar su deseo"; este siervo de Dios demandó esta licencia por tres veces; y una de estas veces había de pasar un río, el cual llevaba mucha agua e iba recio tanto, que tuvo quehacer en pasarse a sí solo, y fue menester que soltase unos libros que llevaba, entre los cuales iba una Biblia, y el río se los llevó un buen trecho; y él encomendando a el Señor sus libros, y rogándole que se los guardase, y suplicando a Nuestra Señora que no perdiese sus libros, en los cuales él tenía cosas notadas para su espiritual consolación, fuelos a tomar buen rato el río abajo, sin haber padecido detrimento ninguno del agua. En todas estas tres veces, no le fue concedida por su provincial la licencia que demandaba; mas él nunca dejó de suplicarlo a Dios con muy continuas oraciones, y asimismo para alcanzar y merecer esto ponía por intercesora a la Madre de Dios, con la cual tenía singular devoción, y así celebraba sus festividades y octavas con toda la solemnidad que podía, y con tan grande alegría que bien parecía salirle de lo íntimo de sus entrañas. En este tiempo estaba en la custodia de la Piedad el padre de santa memoria fray Juan de Guadalupe, el cual con otros compañeros vivían en suma pobreza; pues allí trabajó fray Martín de Valencia por pasarse en su compañía, para lo cual alcanzar no le faltaron hartos trabajos. Y habida la licencia con harta dificultad, moró con él algún tiempo; pero como aún aquella provincia, que entonces era custodia, tuviese muchas contradicciones y contradictores, así de otras provincias, porque quizá les parecía que su extremada pobreza y vida muy áspera era intolerable, o porque muchos buenos frailes procuraban pasarse a la compañía de dicho fray Juan de Guadalupe, el cual tenía facultad del Papa para los recibir, procuraron contra ellos favores de los Reyes Católicos y del rey de Portugal para los echar de sus reinos; y creció tanto esta persecución, que vino tiempo que tomadas las casas y monasterios, y algunas de ellas derribadas por tierra, y ellos perseguidos de todas partes, se fueron a meter en una isla que se hace entre dos ríos, que ni bien es en Castilla ni bien en Portugal. Los ríos se llaman Tajo y Guadiana, adonde pasando harto trabajo estuvieron algunos días, hasta que pasada esta persecución y favoreciendo Dios a los que celaban y querían guardar perfectamente su estado, tornaron a reedificar sus monasterios, y añadir otros, de los cuales se hizo la provincia de la Piedad en Portugal, y quedaron otras cuatro casas en Castilla. 291 En este tiempo los frailes de la provincia de Santiago rogaron a fray Martín de Valencia que se tornase a su provincia, y que le darían una casa cual él quisiese, en la cual pusiese toda la perfección y estrechura que él quisiese; y él aceptándolo, edificó una casa junto a Belvís, adonde hizo un monasterio que se llama Santa María del Berrocal, adonde moró algunos años, dando tan buen ejemplo y doctrina, así en aquella villa de Belvís como en toda aquella comarca, que le tenían por un apóstol, y todos le amaban y obedecían como a su padre. 292 Morando en la casa, como siempre tuviese en su memoria la visión que había visto, y en su ánima tuviese confianza de verla cumplida; en aquel tiempo crecía la fama de la sierva de Dios la beata del Barco de Ávila a quien Dios comunicaba muchos secretos; determinó el siervo de Dios de ir a visitarla para tomar su parecer y consejo, sobre el cumplimiento de su deseo que era ir entre infieles. Ella, oída su embajada y encomendándolo a Dios, respondióle: "que no era la voluntad de Dios que por entonces procurase la ida, porque venida la hora Dios le llamaría, y que de ello fuese cierto". Pasado algún tiempo hízose la custodia de San Gabriel, provincia de aquellas cuatro casas que dije que tenían los compañeros de fray Juan de Guadalupe, y de otras siete que dio la provincia de Santiago, una de las cuales era la de Belvís, que el mismo fray Martín había edificado; todas ellas caían debajo de los términos de la provincia de Santiago, y ayuntados los frailes de todas once casas, año del señor de 1516, vigilia de la Concepción de Nuestra Señora, fue elegido por primer custodio fray Miguel de Córdoba, varón de alta contemplación. En este mismo capítulo rogó el conde de Feria que echasen a el siervo de Dios fray Martín de Valencia a San Onofre de la Lapa, que es un monasterio de los siete, y está a dos leguas de Zafra, en tierra del conde; fue procurado por la fama de su santidad para consolación del conde, y llevóle Dios para que pusiese paz y concordia entre las dos casas, que muy poco antes se habían ayuntado, conviene a saber, la casa de Priego y la de Feria, y aunque el marqués y la marquesa eran buenos casados, y muy católicos cristianos, los caballeros y criados de aquella casa estaban muy discordes; entonces el marqués envió por el padre fray Martín, y estuvo con él en Montilla una cuaresma predicando y confesando, y también confesó a el marqués; y puso tanta concordia y paz entre las dos casas, que más les pareció a todos ángel del Señor que no persona terrenal, y así todos atribuían a sus oraciones aquella concordia de las dos casas. También hizo mucho fruto en los vecinos de aquel pueblo, y fueron muy edificados y consolados por el grande ejemplo que en aquella cuaresma les dejó, y lo mismo era en todas las partes en donde moraba, así dentro de casa a los frailes, como de fuera a la tierra y comarca, porque todos le tenían por espejo de doctrina y santidad. 293 Después, en el año de 1518, vigilia de la Asunción de Nuestra Señora, fue aquella custodia de San Gabriel hecha provincia, y elegido por primer provincial el padre fray Martín de Valencia, el cual la gobernó con mucho ejemplo de humildad y penitencia predicando y amonestando a sus frailes, más por ejemplo que por palabras; y aunque siempre iba aumentando en su penitencia, en aquel tiempo se esforzó más, aunque siempre traía cilicio y muchos días ayunaba, demás de los ayunos de la iglesia y de la regla, y traía ceniza para echarla en la cocina y a las veces en el caldo; y en lo que comía, si estaba sabroso, le echaba un golpe de agua encima por salsa, acordándose de la hiel y vinagre que dieron a Jesucristo. 294 Veníanse muchos frailes y buenos religiosos a la provincia por su buena fama, y el siervo de Dios recibíalos con entrañas de amor. Muchas veces cuando quería tener capítulo a los frailes y oír las culpas de los otros, primero se acusaba él a sí mismo delante de todos, no tanto por lo que a él tocaba cuanto por dar ejemplo de humildad, porque él se reputaba por indigno de que otro le dijese sus culpas, y luego allí delante de todos se disciplinaba, y levantándose besaba los pies a sus frailes; con tal ejemplo no había súbdito que no se humillase hasta la tierra. Acabado esto comenzaba su oficio de prelado, y asentado en su lugar con autoridad pastoral, todos los súbditos decían sus culpas, según es costumbre en las religiones, y el siervo de Dios reprendíalos caritativamente, y después hablaba cordialmente, ya de la virtud de la pobreza, ya de la obediencia y humildad, ya de la oración; que de ésta, como él siempre la tenía en ejercicio, hablaba más largo y más comúnmente. 295 Habiendo regido la provincia de San Gabriel con grande ejemplo y estando siempre con su continuo deseo de pasar a los infieles, cuando más descuidado estaba le llamó Dios de esta manera. Como fuese ministro general el reverentísimo fray Francisco de los Ángeles, que después fue cardenal de Santa Cruz, y viniendo visitando allegó a la provincia de San Gabriel. Hizo capítulo en el monasterio de Belvís en el año de 1523, día de San Francisco, en el tiempo que había dos años que esta tierra se había ganado por Hernando Cortés y sus compañeros; pues estando en este capítulo, el general un día llamó a fray Martín de Valencia, e hízole un muy buen razonamiento, diciéndole cómo esta tierra de la Nueva España era nuevamente descubierta y conquistada, adonde, según las nuevas de la muchedumbre de la gente y de su calidad, creía y esperaba que se haría muy gran fruto espiritual, habiendo tales obreros como él, y que él estaba determinando de pasar en persona a el tiempo que lo eligieron por general, el cual cargo le embarazó la pasada que él tanto deseaba; por tanto, que le rogaba que él pasase con doce compañeros, porque si lo hiciese, tenía él muy gran confianza en la bondad divina, que sería grande el fruto y convertimiento de gente que de su venida esperaban. El varón de Dios que tanto tiempo había que estaba esperando que Dios había de cumplir su deseo, bien puede cada uno pensar qué gozo y alegría recibiría su ánima con tal nueva y por él tan deseada, y cuántas gracias debió de dar a Nuestro Señor; aceptó luego la venida como hijo de obediencia, y acordóse bien entonces de lo que la beata del Barco de Ávila le había dicho; pues luego lo más brevemente que a él fue posible escogió los doce compañeros, y tomada la bendición de su mayor y ministro general, partieron del puerto de Sanlúcar de Barrameda, día de la conversión de San Pablo, que aquel año fue en martes. Vinieron a la Gomera a 4 de febrero, y allí dijeron misa en Santa María del Paso, y recibieron el cuerpo de Nuestro Redentor muy devotamente, y luego se tornaron a embarcar. Allegaron a la isla de San Juan y desembarcaron en Puerto Rico en veinte y siete días de navegación que fue tercero día de marzo, que en aquel día demedió la cuaresma aquel año. Estuvieron allí en la isla de San Juan, diez días, partiéronse dominica in Passione, y miércoles siguiente entraron en Santo Domingo. En la isla Española estuvieron seis semanas, y después embarcáronse y vinieron a la isla de Cuba, adonde desembarcaron postrero día de abril. En la Trinidad estuvieron sólo tres días. Tornados a embarcar vinieron a San Juan de Ulúa a 12 de mayo, que aquel año fue vigilia de pentecostés; y en Medellín estuvieron diez días. Y allí dadas a Nuestro Señor muchas gracias por el buen viaje que les había dado, vinieron a México, y luego se repartieron por las provincias más principales. En todo este viaje el padre fray Martín padeció mucho trabajo, porque como era persona de edad, y andaba a pie y descalzo, y el Señor que muchas veces le visitaba con enfermedades, fatigábase mucho, y por dar ejemplo, como buen caudillo siempre iba delante, y no quería tomar para su necesidad más que sus compañeros, ni aún tanto, por no dar materia de relajación adonde venía a plantar de nuevo, y así trabajó mucho; porque demás de su disciplina y abstinencia ordinaria, que era mucha y mucho el tiempo que se ocupaba en oración, trabajó mucho por aprender la lengua; pero como era ya de edad de cincuenta años, y también por no dejar lo que Dios le había comunicado, no pudo salir con la lengua, aunque tres o cuatro veces trabajó de entrar en ella. Quedó con algunos vocablos comunes para enseñar a leer a los niños, que trabajó mucho en esto; y ya que no podía predicar en la lengua de los indios, holgábase mucho cuando otro predicaban, y poníase junto a ellos a orar mentalmente y a rogar a Dios que enviase su gracia a el predicador y a los que le oían. Asimismo a la vejez aumentó la penitencia a ejemplo del santo Abad Hilarión, que ordinariamente ayunaba cuatro días en la semana con pan y legumbres; y en su tiempo muchos de sus súbditos, viendo que él con ser tan viejo les daba tal ejemplo, le imitaron. Añadió también hincarse de rodillas muchas veces en el día, y estar cada vez un cuarto de hora, en el cual parecía recibir mucho trabajo, porque al cabo del ejercicio quedaba acezando y muy cansado; en esto pareció imitar a los gloriosos apóstoles Santiago el Menor y San Bartolomé, que de entrambas se lee haber tenido este ejercicio. 296 Desde dominica in Passione hasta la Pascua de Resurrección dábase tanto a contemplar en la pasión del Hijo de Dios más que otro tiempo, que muy claramente se le parecía en lo exterior. Y una vez en este tiempo que digo, viéndole un fraile, buen religioso, muy flaco y debilitado, preguntándole dijo: "Padre, ¿estáis mal dispuesto?, porque cierto os veo muy flaco y debilitado. Si no es enfermedad, dígame vuestra reverencia la causa de su flaqueza." Respondió: "Créeme, hermano, pues me compeléis a que os diga la verdad, que desde la dominica in Passione, que el vulgo llama domingo de Lázaro, hasta la Pascua, que estas dos semanas siente tanto mi espíritu, que no lo puedo sufrir sin que exteriormente el cuerpo lo sienta y lo muestre como veis." En la Pascua tornó a tomar fuerzas de nuevo. Estas cosas no las decía el varón de Dios a todos, sino a aquellos religiosos que eran más sus familiares, y a quienes él sentía que convenía y cabía bien decirlas; porque era muy enemigo de manifestar a nadie sus secretos. Y que esto sea verdad, verse ha por lo que ahora contaré. 297 Estando el siervo de Dios en España, en el monasterio de Belvís, predicando la Pasión, allegando al paso de cuando Nuestro Señor fue puesto y enclavado en la cruz, fue tanto el sentimiento que tuvo, que saliendo de sí fue arrobado y se quedó yerto como un palo, hasta que le quitaron del púlpito. Otras dos veces le aconteció lo mismo, aunque la una, que fue morando en el monasterio de la Lapa, que tornó en sí más aína y quiso acabar de predicar la Pasión, era ya la gente ida del monasterio. 298 Por mucho que huía del mundo y de los hombres por mejor vacar a sólo Dios, a tiempos no le valía esconderse, porque como colgaban de él tantos negocios, así de su oficio como de cosas de conciencia que se iban a comunicar con él, no le dejaban; y muchas veces los que le iban a buscar, hablándole le veían tan fuera de sí, que les respondía como quien despierta de algún pesado sueño. Otras veces, aunque hablaba y comunicaba con los frailes, parecía que no oía ni veía, porque tenía el sentido ocupado con Dios. Eran tan enemigo de su cuerpo, que apenas le dejaba tomar lo necesario así del sueño como del comer. En las enfermedades, con ser ya viejo, no quería más cama de un corcho o una tabla, ni beber un poco de vino, ni quería tomar otras medicinas. Aunque estaba muchas veces enfermo, jamás le vimos curar con médico, ni curaba de otra medicina sino de la que daba salud a su ánima. 299 Vivió el siervo de Dios fray Martín de Valencia en esta Nueva España diez años, y cuando a ella vino había cincuenta, que son por todos sesenta. De los diez que digo los seis fue provincial, y los cuatro fue guardián de Tlaxcala; y él edificó aquel monasterio, y le llamó "La Madre de Dios"; y mientras en esta casa moró enseñaba a los niños desde el ABC hasta leer por latín, y poníalos a tiempos en oración, y después de maitines cantaba con ellos himnos; y también enseñaba a rezar en cruz, levantados y abiertos los brazos siete Pater Noster y siete Ave María, lo cual él acostumbró siempre hacer. Enseñaba a todos los indios chicos y grandes, así por ejemplo como por palabras, y por esta causa siempre tenía intérprete; y es de notar que tres intérpretes que tuvo, todos vinieron a ser frailes, y salieron muy buenos religiosos. 300 El año postrero que dejó de tener oficio por su voluntad, escogió de ser morador en un pueblo que se dice Talmanalco; que es ocho leguas de México, y cerca de este monasterio está otro que es visita de éste, en un pueblo que se dice Amaquemanca, que es casa muy quieta y aparejada para orar; porque está en la ladera de una serrecilla, y es un eremitorio devoto, y junto a esta casa está una cueva devota y muy al propósito del siervo de Dios, para a tiempos darse allí a la oración, y a tiempos salirse fuera de la cueva en una arboleda, y entre aquellos árboles había uno muy grande, debajo del cual se iba a orar por la mañana; y certifícanme que luego que allí se ponía a rezar, el árbol se henchía de aves, las cuales con su canto hacían dulce armonía, con lo cual él sentía mucha consolación, y alababa y bendecía a el Señor; y como él se partía de allí, las aves también se iban; y que después de la muerte del siervo de Dios nunca más se ayuntaron las aves de aquella manera. Lo uno y lo otro fue notado de muchos que allí tenían alguna conversación con el siervo de Dios, así en verlas ayuntar e irse para él, como en el no parecer más después de su muerte. He sido informado de un religioso de buena vida, que en aquel eremitorio de Amaquemanca aparecieron al varón de Dios San Francisco y San Antonio, y dejándole muy consolado se partieron de su presencia. 301 Pues estando muy consolado en esta manera de vida, acercósele la muerte, deuda que todos debemos, y estando bueno, el día de San Gabriel dijo a su compañero: "ya se acaba". El compañero respondió: "¿Qué padre?", y él callado, de ahí a un rato dijo: "la cabeza me duele", y desde entonces fue en crecimiento de su enfermedad. Fuese con su compañero a el convento de San Luis de Talmanalco, y como su enfermedad creciese, habiendo recibido los sacramentos, por mandado y obediencia de su guardián lo llevaban a curar a México, aunque muy contra su voluntad, y poniéndole en una silla le llevaron hasta el embarcadero, que son dos leguas de Talmanalco, para desde allí embarcarle y llevarle por agua hasta México. Iban con él tres frailes, y en llegando allí sintió serle cercana la muerte, y encomendando su ánima a Dios que la crió, expiró allí en aquel campo o ribera. Él mismo había dicho muchos años antes, que no tenía de morir en casa ni en cama sino en el campo, y así pareció cumplirse. Estuvo enfermo no más de cuatro días. Falleció víspera del domingo de Lázaro, sábado, día de San Benito, que es a 21 de marzo, año del Señor 1534. Volvieron su cuerpo a enterrar al monasterio de San Luis de Talmanalco. Sabida la muerte de este buen varón por el provincial o custodio, que estaba a ocho leguas de allí, vino luego, y habiendo cuatro días que estaba enterrado mandóle desenterrar; y púsole en un ataúd, y dijo misa de San Gabriel por él, porque sabía que le era devoto; a la cual misa dijo una persona de crédito (según la manera y al tiempo que lo dijo), que vio delante de su misma sepultura al siervo de Dios fray Martín de Valencia levantado en pie, con su hábito y cuerda, las manos compuestas metidas en las mangas y los ojos bajos; y que de esta manera le vio desde que se comenzó la Gloria hasta que hubo consumido. No es maravilla que este buen varón haya tenido necesidad de algunos sufragios, porque varones de gran santidad leemos haber tenido necesidad y ser detenidos en purgatorio, y por eso no dejan de hacer milagros. Hanme dicho que resucitó un muerto a él encomendado, y que sanó una mujer enferma que con devoción le llamó; y que un fraile que era afligido de una recia tentación fue por él librado; y otras muchas cosas, las cuales, porque de ellas no tengo bastante certidumbre, ni las creo ni las dejo de creer, mas de que como amigo de Dios, y que piadosamente creo que Dios le tiene en su gloria, le llamo y invoco su ayuda e intercesión. 302 Los nombres de los frailes que de España vinieron con este santo varón, son: fray Francisco de Soto, fray Martín de la Coruña, fray Antonio de Ciudad Rodrigo, fray García de Cisneros, fray Juan de Rivas, fray Francisco Jiménez, fray Juan Juárez, fray Luis de Fuensalida, fray Toribio Motolinia; estos diez sacerdotes y dos legos; fray Juan de Palos, fray Andrés de Córdoba; los sacerdotes todos tomaron el hábito en la provincia de Santiago. Otros vinieron después que han trabajado y trabajan mucho en esta santa obra de la conversión de los indios, cuyos nombres creo yo que tiene Dios escritos en el libro de la vida, mejor que no de otros que también han venido de España, que aunque parecen buenos religiosos no han perseverado; y los que solamente se dan a predicar a los españoles, ya que algún tiempo se hallan consolados, mientras que sus predicaciones son regadas con el agua del loor humano, en faltándoles aquel cebillo hállanse más secos que un palo, hasta que se vuelven a Castilla; y pienso que esto les viene por juicio de Dios, porque los que acá pasan no quiere que se contenten con sólo predicar a los españoles, que para esto más aparejo tenían en España; pero quiere también que aprovechen a los indios, como a más necesitados y para quien fueron enviados y llamados. Y es verdad que Dios ha castigado por muchas vías a los que aborrecen o desfavorecen a esta gente, hasta los frailes que de estos indios sienten flacamente o les tienen manera de aborrecimiento, los trae Dios desconsolados, y están en esta tierra como en tormento, hasta que la tierra los alanza y echa de sí como cuerpos muertos, y sin provecho; y a esta causa algunos de ellos han dicho en España cosas ajenas de la verdad, quizá pensando que era así, porque acá los tuvo Dios ciegos. Y también permitió Dios que a los tales, los indios los tengan en poco, no los recibiendo en sus pueblos y a veces van a otras partes a buscar los sacramentos; porque sienten que no les tienen el amor que sería razón. Y ha acontecido viniendo los tales frailes a los pueblos, huir los indios de ellos, en especial en un pueblo que se llama Ychclatlan, que yendo por allí un fraile de cierta orden que no les ha sido muy favorable en obra ni en palabra, y queriendo bautizar los niños de aquel pueblo, el español a quien estaba encomendados puso mucha diligencia en ayuntar los niños y toda la otra gente, porque había mucho tiempo que no habían ido por allí frailes a visitar, y deseaban la venida de algún sacerdote; y como por la mañana fuese el fraile con el español, de los aposentos a la iglesia, a do la gente estaba ayuntada, y los indios mirasen no sé de qué ojo al fraile, en un instante se alborotan todos y dan a huir cada uno por su parte, diciendo: amo, amo, que quiere decir: "no, no, que no queremos que éste nos bautice a nosotros, ni a nuestros hijos". Y ni bastó el español ni los frailes a poderlos hacer juntar, hasta que después fueron los que ellos querían; de lo cual no quedo poco maravillado el español que los tenía a cargo, y así lo contaba como cosa de admiración. Y aunque este ejemplo haya sido particular, yo lo digo por todos en general los frailes de todas órdenes que acá pasan; y digo: que los que de ellos acá no trabajan fielmente, y los que se vuelven a Castilla, que los demandará Dios estrechísima cuenta de cómo emplearon el talento que se les encomendó. ¿Pues qué diré a los españoles seglares que con éstos han sido y son tiranos y crueles, que no miran más de a sus intereses y codicias, que los ciega, deseándolos tener por esclavos y de hacerse ricos con sus sudores y trabajo? Muchas veces oí decir que los españoles crueles contra los indios morían a las manos de los mismos indios, o que morían muertes muy desastradas, y de éstos oí nombrar muchos; y después que yo estoy en esta tierra lo he visto muchas veces por experiencia, y notado en personas que yo conocía y había reprendido el tratamiento que los hacían.
contexto
De cómo salió el general del puerto y prosiguió el descubrimiento RÍo Gallego.--Puerto de la Cruz.--Sábado a ocho mayo acordó el general de salir con las naos y bergantín del puerto donde había estado, por entre unos arrecifes que están a su entrada; los vientos eran Lestes y a ratos recios, y con ellos fue a surgir en una playa de la isla de Guadalcanal; buscóse otro puerto y hallóse junto a un río que se llamó Río Gallego, altura diez grados ocho minutos, y al puerto de la Cruz. Tomóse el siguiente día posesión de la tierra de S. M. y se levantó uña cruz en un cerrillo, presentes algunos indios que tiraban flechas; mataron dos con los arcabuces y los demás huyeron todos y nuestra gente se embarcó. Quisieron el otro día salir en tierra para celebrar la misa y vieron cómo los indios habían quitado la cruz y la llevaban, con que los nuestros se volvieron a embarcar, y viéndolos los indios, volvieron la cruz a su lugar y se huyeron. A diez y nueve de mayo envió el general a don Fernando Enríquez, alférez real, con treinta soldados, a ver la tierra: queriendo dar cara a un gran río, cargaron tantos naturales, que fue forzoso dejarse de esto y defenderse; afirmaron los mineros que el río era de oro; trujeron dos gallinas y un gallo, que fueron los primeros que se vieron, de que mucho se holgó el general, por entender de que cada día se había de ir descubriendo más tierra con mejoría de las cosas. Envió el general desde allí a don Fernando Enríquez, con el piloto mayor, en el bergantín; navegaron a Lessueste, y a distancia de una legua, se halló un río y cerca de él muchas poblaciones: otra legua más adelante está el río ortega, y toda la costa llena de poblaciones; y más adelante, en otro río, doce leguas de las naos, saltó el alférez real en tierra, y en ella le salieron de paz doscientos indios a darle plátanos; mas, al embarcarse los nuestros, la convirtieron en pedradas. Navegó a Lessueste, y a cuatro leguas más adelante, se dio en otro río poblado; púsosele nombre de San Bernardino; su altura, diez grados, un tercio: está Nordeste Sueste con un muy alto y redondo cerro. Dos leguas más adelante, a orilla de un pequeño río, se vio una gran población; saltó en tierra nuestra gente, y los indios, al son de sus instrumentos, se juntaron más de seiscientos, y al embarcar, les tiraron muchas piedras y flechas y, con todo eso, mandó don Fernando Enríquez que no les hiciesen mal. Algunos se echaron a nado y entraron en el bergantín a pedir con muchos halagos una canoa suya; mas viendo que no se la daban y que los amenazaban, se fueron a tierra, y a poco rato trujeron dos, en un palo, un cierto bulto a la playa, y llegándose al bergantín, decían les diesen su canoa y fuesen por aquel puerco, que los nuestros conocieron ser bulto de paja, y ellos que era conocida su treta, y con grandes gritos se echaron todos a nado y, tirando flechas y piedras, se fueron todos a tierra sin que se les hiciese mal ninguno. RÍo de Santa.--Fuese en seguimiento del camino a dar en un grande río con muchos bajos de arena, a donde se vio gente sin número; llamóse río de Santa Elena; viéronse en toda la costa muchas llanadas y palmares y, ocho leguas la tierra adentro, una cordillera de muy altas sierras con quebradas, de donde salen los ríos: viose más adelante una punta de arrecife, a donde más de mil indios salieron a flechar a los nuestros, y otros, a nado y zambulléndose, procuraban el reson. Había en tierra grande número de gentes, de quien, matando los arcabuces dos, se deshizo la junta huyendo: para su reparo hicieron en la tierra unos bastiones de arena, y aunque se vio, no se les hizo daño; salieron los nuestros a tomar agua, contra quienes se juntó, detrás de los bastiones, un gran número de gente; disparóseles un verso cargado de perdigones y, muerto un indio y muchos heridos, se fueron a meter en la montaña. Prosiguióse por la costa hasta seis leguas, de donde salieron tres mil indios que presentaron un puerco, muchos cocos e hinchieron las botijas de agua, y con sus canoas las trujeron al bergantín y en él sin armas se entraban a mirarle: el cacique se llamaba Nobalmua. Más adelante media legua, hay dos islotes poblados, y al Norueste de estas dos está otra de arena: junto a ellas, seguida la costa hasta la punta de la isla, se hallaron muchas isletas, y entre ellas una grande isla que tiene un buen puerto, su altura diez grados tres cuartos, y de esta costa va corriendo la costa al Sudueste y no se la vio fin: hay de esta punta y puerto cuarenta leguas a donde habían quedado los navíos. Al Sueste cuarta del Leste se vio, a siete leguas, una isla; no se fue a ella sino a la de Malarta o de Ramos, que está con la punta de la isla de Guadalcanal (de donde salieron) Nordeste Sudueste cuarta del Leste; y a diez y seis leguas parte del Sudeste, se fue a dar en buen puerto, que en su entrada tiene muchos arrecifes; está en altura de diez grados y un cuarto, y por ser casi cerrado se le puso Puerto Escondido. Los indios andan aquí del todo desnudos y los mas con unas mazas, que son de grandor de naranjas, de un metal que parecía oro bajo: tiénenlas puestas y fijas en un palo, para pelear con ellas cuando vienen a las manos. Saliendo de este puerto, se navegó al Lessueste hasta cuatro leguas, donde se halló una entrada de un gran río que por su rápida corriente no se pudo entrar en él: cuatro leguas adelante se halló un buen puerto, en diez grados, con una isla a la entrada, que se ha de dejar a la banda de estribor y pasarse por junto a ella; púsose por nombre Puerto de la Asunción. Siguiendo la costa al Lessueste está al cabo de esta isla, en altura de diez grados y un cuarto y Nordeste Sudueste con la isla de Jesús, la primera que se descubrió: distancia de ochenta y cinco leguas tiene esta isla de Ramos de largo; no se anduvo toda por la parte del Norte, y por esto no se sabe su ancho. De la isla de Guadalcanal dice así Hernán Gallego, que para andarla es menester medio año, y que había andado de largo de ella, por la banda del Norte, ciento y treinta leguas, y que va corriendo la costa al Oeste con una infinidad de poblaciones, y que hay allí papagayos blancos y de muchos colores. Isla Treguada.--Del cabo de esta isla de Malarta, se vio al Leste cuarta Sueste otra isla, distancia ocho leguas; fuese a ella, y en un pequeño río salieron de paz todos los indios, con sus mujeres e hijos, todos desnudos: llámase en lengua nuestra esta isla la Treguada, y en la natural Brava; llamáronla así por salirlos a recibir su gente con tregua falsa, y está en altura de diez grados y medio: es muy poblada, tiene mucha comida y contratación con las islas comarcanas; tendrá de boj viente y cinco leguas. Islas Tres MarÍas.--Santiago y San UrbÁn.--De la punta de esta isla, al Sur cuarta del Sudueste, hay a tres leguas unas islas bajas, con muchos bajos a la redonda; están pobladas y llamáronse Las Tres Marías; no tienen puerto alguno; córrense Leste Oeste cuarta del Norueste Sueste. A tres leguas de Las Marías, hay otra que bojea seis leguas; está en altura de diez grados y tres tercios, tiene buen puerto: a dos leguas Norte Sur, está otra isla que se llamó Santiago; tiene de largo cuarenta leguas; córrese del Leste Oeste por la banda del Norte; está en altura de diez grados y tres cuartos: a diez leguas, a la parte del Sudueste, está otra isla grande; córrese Lessueste Oesnorueste en altura de doce grados y medio, y sólo cuatro leguas apartada de la isla de Guadalcanal: llámase isla de San Urbán. Volvióse con lo hecho el bergantín a los navíos, y en ellos hallaron que los indios habían muerto nueve hombres, que con el despensero fueron por agua, escapando solamente a nado un piloto mayor. El cacique de aquella parcialidad se mostraba amigo del general e iba y venía a los navíos muchas veces, y su gente, cuando se iba por agua, hinchia nuestras botijas, y cuando los nuestros fueron a socorrer los otros se juntaron más de cuarenta mil indios, que con muchos atambores y gritos los salieron a recibir. Entendióse se había hecho este daño por un muchacho que les tenían, y no se lo había querido dar el general, aunque el cacique lo había pedido trayendo un puerco y rogando se lo diese; tomáronle el puerco diciéndole hablase al general, que estaba en tierra, y como no se le dio, sucedió la desgracia contada, que se entendió ser por esto. Otro día, después de sucedido lo dicho, envió el general al capitán Pedro Sarmiento que con toda la gente saliese a tierra a hacer castigo, así en los indios como en sus casas: mató veinte y quemó muchos pueblos, con que se volvió, y se le envió otra vez con cincuenta hombres: quemó todos los pueblos que vio, a donde halló pedazos de los jubones y camisas de los nuestros que mataron; y porque por desprecio habían puesto los indios en unos palos unos pedazos de cocos, entendiendo el general ser las cabezas de los nuestros, envió al Sarmiento con viente soldados a ver lo que era, y quemóles de esta vez ocho pueblos; y con esto y otros grandes castigos, que cada día que saltaron en tierra se hicieron, quedaron los indios amedrentados.
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CAPÍTULO II Éstos son los nombres de los primeros hombres que fueron creados y formados: el primer hombre fue Balam Quitzé, el segundo Batam Acab, el tercero Mahucutah y el cuarto Iqui-Balam. Éstos son los nombres de nuestras primeras madres y padres. Se dice que ellos sólo fueron hechos y formados, no tuvieron madre, no tuvieron padre. Solamente se les llamaba varones. No nacieron de mujer, ni fueron engendrados por el Creador y el Formador, por los Progenitores. Sólo por un prodigio, por obra de encantamiento fueron creados y formados por el Creador, el Formador, los Progenitores, Tepeu y Gucumatz. Y como tenían la apariencia de hombres, hombres fueron; hablaron, conversaron, vieron y oyeron, anduvieron, agarraban las cosas; eran hombres buenos y hermosos y su figura era figura de varón. Fueron dotados de inteligencia; vieron y al punto se extendió su vista, alcanzaron a ver, alcanzaron a conocer todo lo que hay en el mundo. Cuando miraban, al instante veían a su alrededor y contemplaban en torno a ellos la bóveda del cielo y la faz redonda de la tierra. Las cosas ocultas por la distancia las veían todas, sin tener primero que moverse; en seguida veían el mundo y asimismo desde el lugar donde estaban lo veían. Grande era su sabiduría; su vista llegaba hasta los bosques, las rocas, los lagos, los mares, las montañas y los valles. En verdad eran hombres admirables Balam Quitzé, Balam Acab, Mahucutah e Iqui-Balam. Entonces les preguntaron el Creador y el Formador: -¿Qué pensáis de vuestro estado? ¿No miráis? ¿No oís? ¿No son buenos vuestro lenguaje y vuestra manera de andar? ¡Mirad, pues! ¡Contemplad el mundo, ved si aparecen las montañas y los valles! ¡Probad, pues, a ver!, les dijeron. Y en seguida acabaron de ver cuanto había en el mundo. Luego dieron las gracias al Creador y al Formador: -¡En verdad os damos gracias dos y tres veces! Hemos sido creados, se nos ha dado una boca y una cara, hablamos, oímos, pensamos y andamos; sentimos perfectamente y conocemos lo que está lejos y lo que está cerca. Vemos también lo grande y lo pequeño en el cielo y en la tierra. Os damos gracias, pues, por habernos creado, ¡oh Creador y Formador!, por habernos dado el ser, ¡oh abuela nuestra!, ¡oh nuestro abuelo!, dijeron dando las gracias por su creación y formación. Acabaron de conocerlo todo y examinaron los cuatro rincones y los cuatro puntos de la bóveda del cielo y de la faz de la tierra. Pero el Creador y el Formador no oyeron esto con gusto. -No está bien lo que dicen nuestras criaturas, nuestras obras; todo lo saben, lo grande y lo pequeño, dijeron. Y así celebraron consejo nuevamente los Progenitores: -¿Qué haremos ahora con ellos? ¡Que su vista sólo alcance a lo que está cerca, que sólo vean un poco de la faz de la tierra! No está bien lo que dicen. ¿Acaso no son por su naturaleza simples criaturas y hechuras nuestras? ¿Han de ser ellos también dioses? ¿Y si no procrean y se multiplican cuando amanezca, cuando salga el sol? ¿Y si no se propagan? Así dijeron. -Refrenemos un poco sus deseos, pues no está bien lo que vemos. ¿Por ventura se han de igualar ellos a nosotros, sus autores, que podemos abarcar grandes distancias, que lo sabemos y vemos todo? Esto dijeron el Corazón del Cielo, Huracán, Chipi-Caculhá, Raxa Caculhá, Tepeu, Gucumatz, los Progenitores, Ixpiyacoc, Ixmucané, el Creador y el Formador. Así hablaron y en seguida cambiaron la naturaleza de sus obras, de sus criaturas. Entonces el Corazón del Cielo les echó un vaho sobre los ojos, los cuales se empañaron como cuando se sopla sobre la luna de un espejo. Sus ojos se velaron y sólo pudieron ver lo que estaba cerca, sólo esto era claro para ellos. Así fue destruida su sabiduría y todos los conocimientos de los cuatro hombres, origen y principio de la raza quiché. Así fueron creados y formados nuestros abuelos, nuestros padres, por el Corazón del Cielo, el Corazón de la Tierra.
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CAPÍTULO II He aquí cómo comenzó el robo de los hombres de las tribus de Vuc Amag por Balam Quitzé, BalamAcab, Mahucutah e Iqui Balam. Luego vino la matanza de las tribus. Cogían a uno solo cuando iba caminando, o a dos cuando iban caminando, y no se sabía cuándo los cogían, y en seguida los iban a sacrificar ante Tohil y Avilix. Después regaban la sangre en el camino y ponían la cabeza por separado en el camino. Y decían las tribus: "El tigre se los comió." Y lo decían así porque eran como pisadas de tigre las huellas que dejaban, aunque ellos no se mostraban. Ya eran muchos los hombres que habían robado, pero no se dieron cuenta las tribus hasta más tarde. -¿Si serán Tohil y Avilix los que se introducen entre nosotros? Ellos deben ser aquéllos a quienes alimentan los sacerdotes y sacrificadores. ¿En dónde estarán sus casas? ¡Sigamos sus pisadas!, dijeron todos los pueblos. Entonces celebraron consejo entre ellos. A continuación comenzaron a seguir las huellas de los sacerdotes y sacrificadores, pero éstas no eran claras. Sólo eran pisadas de fieras, pisadas de tigre lo que veían, pero las huellas no eran claras. No estaban claras las primeras huellas, pues estaban invertidas, como hechas para que se perdieran, y no estaba claro su camino. Se formó una neblina, se formó una lluvia negra y se hizo mucho lodo; y empezó a caer una llovizna. Esto era lo que los pueblos veían ante ellos. Y sus corazones se cansaban de buscar y perseguirlos por los caminos, porque como era tan grande el ser de Tohil, Avilix y Hacavitz, se alejaban hasta allá en la cima de las montañas, en la vecindad de los pueblos que mataban. Así comenzó el rapto de la gente cuando los brujos cogían a las tribus en los caminos y las sacrificaban ante Tohil, Avilix y Hacavitz ; pero a sus propios hijos los salvaron allá en la montaña. Tohil, Avilix y Hacavitz tenían la apariencia de tres muchachos y caminaban por virtud mágica de la piedra. Había un río donde se bañaban a la orilla del agua y allí únicamente se aparecían. Se llamaba por esto En el Baño de Tohil, y éste era el nombre del río. Muchas veces los veían las tribus, pero desaparecían inmediatamente cuando eran vistos por los pueblos. Se tuvo entonces noticia de donde estaban Balam-Quitzé, Balam Acab, Mahucutah e Iqui Balam, y al instante celebraron consejo las tribus sobre la manera de darles muerte. En primer lugar quisieron tratar las tribus sobre la manera de vencer a Tohil, Avilix y Hacavitz. Y todos los sacerdotes y sacrificadores de las tribus dijeron ante las tribus: -Que todos se levanten, que se llame a todos, que no haya un grupo, ni dos grupos de entre nosotros que se quede atrás de los demás. Reuniéronse todos, se reunieron en gran número y deliberaron entre sí. Y dijeron, preguntándose los unos a los otros: -¿Cómo haremos para vencer a los quichés de Cavec por cuya culpa se están acabando nuestros hijos y vasallos? No se sabe cómo es la destrucción de la gente. Si debemos perecer por medio de estos raptos, que así sea; y si es tan grande el poder de Tohil, Avilix y Hacavitz, entonces que sea nuestro dios este Tohil, ¡y ojalá que lo hagáis vuestro cautivo! No es posible que ellos nos venzan. ¿No hay acaso bastantes hombres entre nosotros? Y los Cavec no son muchos, dijeron, cundo estuvieron todos reunidos. Y algunos dijeron, dirigiéndose a las tribus cuando hablaron: -¿Quién ha visto a esos que se bañan en el río todos los días? Si ellos son Tohil, Avilix y Hacavitz, los venceremos primero a ellos y después comenzaremos la derrota de los sacerdotes y sacrificadores. Esto dijeron varios de ellos cuando hablaron. -¿Pero cómo los venceremos?, preguntaron de nuevo. -Ésta será nuestra manera de vencerlos. Como ellos tienen aspecto de muchachos cuando se dejan ver entre el agua, que vayan dos doncellas que sean verdaderamente hermosas y amabilísimas doncellas, y que les entren deseos de poseerlas, replicaron. -Muy bien. Vamos, pues; busquemos dos preciosas doncellas, exclamaron, y en seguida fueron a buscar a sus hijas. Y verdaderamente eran bellísimas doncellas. Luego les dieron instrucciones a las doncellas: -Id, hijas nuestras, id a lavar la ropa al río, y si viereis a los tres muchachos, desnudaos ante ellos, y si sus corazones os desean, ¡llamadlos! Si os dijeren: "¿Podemos llegar a vuestro lado?", "Sí", les responderéis. Y cuando os pregunten: "¿De dónde venís, hijas de quién sois?", contestaréis: "Somos hijas de los Señores. Luego les diréis: -Venga una prenda de vosotros. Y si después que os hayan dado alguna cosa os quieren besar la cara, entregaos de veras a ellos. Y si no os entregáis, os mataremos. Después nuestro corazón estará satisfecho. Cuando tengáis la prenda, traedla para acá y ésta será la prueba, a nuestro juicio, de que ellos se allegaron a vosotras. Así dijeron los Señores cuando aconsejaron a las dos doncellas. He aquí los nombres de éstas: Ixtah se llamaba una de las doncellas y la otra Ixpuch. Y a las dos llamadas Ixtah e Ixpuch las mandaron al río, al baño de Tohil, Avilix y Hacavitz. Esto fue lo que dispusieron todas las tribus. Marcháronse en seguida, bien adornadas, y verdaderamente estaban muy hermosas cuando se fueron allá donde se bañaba Tohil, a que las vieran y a lavar. Cuando ellas se fueron, se alegraron los Señores porque habían enviado a sus dos hijas. Luego que éstas llegaron al río comenzaron a lavar. Ya se habían desnudado las dos y estaban arrimadas a las piedras cuando llegaron Tohil, Avilix y Hacavitz. Llegaron allá a la orilla del río y quedaron un poco sorprendidos al ver a las dos jóvenes que estaban lavando, y las muchachas se avergonzaron al punto cuando llegó Tohil. Pero a Tohil no se le antojaron las dos doncellas. Y entonces les preguntó: ¿De dónde venís? Así les dijo a las dos doncellas y agregó: -¿Qué cosa queréis que venís aquí hasta la orilla de nuestra agua? Y ellas contestaron: -Se nos ha mandado por los Señores que vengamos acá. "Id a verles las caras a los Tohil y hablad con ellos", nos dijeron los Señores; y "traed luego la prueba de que les habéis visto la cara", se nos ha dicho. Así hablaron las dos muchachas, dando a conocer el objeto de su llegada. Ahora bien, lo que querían las tribus era que las doncellas fueran violadas por los naguales de Tohil. Pero Tohil, Avilix y Hacavitz les dijeron, hablando de nuevo a Ixtah e Ixpuch, que así se llamaban las dos doncellas: -Está bien, con vosotras irá la prueba de nuestra plática. Esperad un poco y luego se la daréis a los Señores, les dijeron. Luego entraron en consulta los sacerdotes y sacrificadores y les dijeron a Balam Quitzé, Balam Acab, Mahucutah e Iqui-Balam: -Pintad tres capas, pintad en ellas la señal de vuestro ser para que les llegue a las tribus y se vayan con las dos muchachas que están lavando. Dádselas a ellas, les dijeron a Balam Quitzé, Balam Acab y Mahucutah. En seguida se pusieron los tres a pintar. Primero pintó un tigre Balam Quitzé ; la figura fue hecha y pintada en la superficie de la manta. Luego BalamAcab pintó la figura de un águila sobre la superficie de la manta; y luego Mahucutah pintó por todas partes abejorros y avispas, cuya figura y dibujos pintó sobre la tela. Y acabaron sus pinturas los tres, tres piezas pintaron. A continuación fueron a entregar las mantas a Ixtah e Ixpuch, así llamadas, y les dijeron Balam-Quitzé, Balam Acab y Mahucutah: -Aquí está la prueba de vuestra conversación; llevadla ante los Señores: "En verdad nos ha hablado Tohil, diréis, he aquí la prueba que traemos", les diréis, y que se vistan con las ropas que les daréis. Esto les dijeron a las doncellas cuando las despidieron. Ellas se fueron en seguida, llevando las llamadas mantas pintadas. Cuando llegaron, se llenaron de alegría los Señores al ver sus rostros y sus manos, de las cuales colgaba lo que habían ido a pedir las doncellas. -¿Le visteis la cara a Tohil?, les preguntaron. -Sí se la vimos, respondieron Ixtah e Ixpuch. -Muy bien. ¿Y traéis la prenda, no es verdad?, preguntaron los Señores, pensando que ésta era la señal de su pecado. Extendieron entonces las jóvenes las mantas pintadas, todas llenas de tigres y de águilas y llenas de abejorros y de avispas, pintados en la superficie de la tela y que brillaban ante la vista. En seguida les entraron deseos de ponérselas. Nada le hizo el tigre cuando el Señor se echó a las espaldas la primera pintura. Luego se puso el Señor la segunda pintura con el dibujo del águila. El Señor se sentía muy bien, metido dentro de ella. Y así, daba vueltas delante de todos. Luego se quitó las faldas ante todos y se puso el Señor la tercera manta pintada. Y he aquí que se echó encima los abejorros y las avispas que contenía. Al instante le picaron las carnes los zánganos y las avispas. Y no pudiendo sufrir ni tolerar las picaduras de los animales, el Señor empezó a dar de gritos a causa de los animales cuyas figuras estaban pintadas en la tela, la pintura de Mahucutah, que fue la tercera que pintaron. Así fueron vencidos. En seguida los Señores reprendieron a las doncellas llamadas Ixtah e Ixpuch -¿Qué clase de ropas son las que habéis traído? ¿Dónde fuisteis a traerlas, demonios?, les dijeron a las doncellas cuando las reprendieron. Todos los pueblos fueron vencidos por Tohil. Ahora bien, lo que querían era que Tohil se hubiera ido a divertir con Ixtah e Ixpuch y que éstas se hubieran vuelto rameras, pues creían las tribus que les servirían de tentación. Pero no fue posible que lo vencieran, gracias a aquellos hombres prodigiosos, Balam Quitzé, Balam Acab, Mahucutab e Iqui Balam.
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CAPÍTULO II Ganan los españoles el paso de la ciénaga, y la mucha y brava pelea que hubo en ella Con las prevenciones y orden que se ha dicho, llevando cada uno de los soldados en el seno la comida de aquel día, era un poco de maíz tostado o cocido sin otra cosa alguna, salieron del real doscientos españoles de los más escogidos que en él había, y dos horas antes que amaneciese entraron en el callejón del monte, y con todo el silencio posible, caminaron por él hasta llegar al agua donde, reconociendo la senda limpia de malezas que debajo de ella iba, la siguieron hasta la puente hecha de los árboles caídos y maderos atados que atravesaba lo más hondo de la canal de la ciénaga. La cual puente pasaron sin que indio alguno saliese a la defensa, porque les había parecido no osarían los españoles entrar de noche en la espesura del monte y hondura del agua y malezas que en ella había, con lo cual se habían descuidado de madrugar a defender el paso. Mas cuando vieron el día y sintieron que los cristianos habían pasado la puente, acudieron con grandísima furia, grita y alarido a la defensa de lo que del agua y ciénaga quedaba por pasar, que era un cuarto de legua, y con enojo que de sí mismos hubieron por haberse descuidado y dormido tanto, cargaron sobre los castellanos con gran ferocidad e ímpetu. Empero ellos iban bien apercibidos y estaban ganosos que aquella pelea no durase mucho tiempo; apretaron reciamente con los indios. Andaban los unos y los otros a la cinta en el agua. Echáronlos fuera de ella, encerráronlos en el callejón del segundo monte, el cual era tan cerrado y espeso que no podían los indios huir por él tendidos, sino a la hila, antecogidos por la senda angosta. Encerrados los indios en el callejón del monte, como por la estrechura de paso fuesen menester pocos españoles para lo defender, acordaron que los ciento y cincuenta de ellos entendiesen en desmontar el sitio para alojamiento del real y los otros cincuenta guardasen y defendiesen el paso, si los indios quisiesen venir a estorbar la obra, porque, como no había otro camino para entrar donde estaban los que rozaban el monte, sino por la senda o callejón, pocos cristianos que estuviesen al paso bastaban a defenderlo. De esta manera estuvieron todo aquel día: los indios dando grita y alarido por inquietar con la vocería a sus enemigos ya que no podían con las armas y los castellanos trabajando unos en defender el paso, otros cortando el monte, otros quemando lo cortado porque no ocupase el sitio. Venida la noche, cada uno de los nuestros se quedó donde le tomó, sin dormir parte alguna de ella por los muchos sobresaltos y grita que los indios les daban. Llegado el día, empezó a pasar el ejército, y, aunque no tuvo contradicción de los enemigos, la tuvo del mismo camino, que era muy estrecho, y de las malezas que en el agua había, que no les dejaban pasar como ellos quisieran, por lo cual les era forzoso caminar de uno en uno. Por esta dilación, que era mucha, hicieron harto aquel día en llegar todo el real a se alojar en lo desmontado. Donde la noche siguiente, por la vocería y sobresaltos que los enemigos daban, durmieron tan poco como la pasada. La comida para los que defendían el paso, la proveyeron pasándola de mano en mano, de unos a otros, hasta llegar a los delanteros. Luego que amaneció, caminaron los españoles por el callejón del monte llevando antecogidos los indios, los cuales siempre les iban tirando flecha y retirándose poco a poco, no queriendo darles más lugar del que ellos pudiesen ganar a golpe de espada. Así caminaron la media legua que había de aquel monte cerrado y espeso. Saliendo de la espesura, entraron en otro monte más claro y abierto, por donde los indios, pudiendo esparcirse y entrar y salir por entre las matas, daban mucha pesadumbre a los castellanos, acometiéndolos por una parte y otra del camino, tirándoles muchas flechas, pero con orden y concierto, que cuando acometían los de una banda, no acometían los de la otra hasta que aquéllos se habían apartado, por no herirse unos a otros con las flechas que salían desmandadas, las cuales eran tantas que parecía lluvia que caía del cielo. El monte que dijimos ser más claro, por donde ahora iban peleando indios y españoles, no lo era tanto que los caballos pudiesen correr por él, por lo cual andaban los infieles tan atrevidos, entrando y saliendo en los cristianos, que no hacían caso de ellos, y, aunque los ballesteros y arcabuceros salían a resistirles, los tenían en nada, porque mientras un español tiraba un tiro y armaba para otro, tiraba un indio seis y siete flechas, tan diestros son y tan a punto las traen que apenas han soltado una cuando tienen puesta otra en el arco. Los pedazos de tierra limpia que había entre el monte por donde los caballos podían correr tenían los indios cerrados y atajados con largos maderos que iban atados de unos árboles a otros para asegurarse de los caballos, y lo que había de monte cerrado por donde los indios no podían andar lo tenían rozado a pedazos con entradas y salidas para poder ofender a los cristianos sin ser ofendidos de ellos. Hicieron estas prevenciones con tiempo, porque sabían que, por ser el monte de la ciénaga tan cerrado como lo era, no habían de poder ofender a los castellanos como quisieran y pudieran si el monte fuera más abierto y claro, como el que ahora llevaban. Pues como se viesen con las ventajas que por causa del sitio a los españoles hacían, no dejaban de tentar y hacer cualquier diligencia, ardid o engaño que podían en ofensa de los cristianos, con ansia de los herir o matar. Los castellanos por el monte atendían a defenderse de los enemigos más que no a ofenderlos, porque no podían aprovecharse de los caballos por el estorbo del monte, por lo cual iban fatigados de su propio coraje más que no de las armas de los contrarios. Los indios, viendo sus enemigos embarazados, los apretaban más y más por todas partes, con ansias y deseo de romperlos y desbaratarlos. Cobraban, por otras, nuevo ánimo y esfuerzo con la memoria y recordación de haber diez o once años antes, en esta misma ciénaga, aunque no en este paso, rompido y desbaratado a Pánfilo de Narváez. La cual hazaña recordaban a los españoles y a su general, diciéndole, entre otras desvergüenzas y denuestos, que de ellos y de él habían de hacer otro tanto. Con las dificultades del camino y con las pesadumbres que los enemigos les daban, caminaron los españoles dos leguas que había de monte hasta salir a tierra limpia y rasa, donde, llegados que fueron, dando gracias a Dios que los hubiese sacado de aquella cárcel, soltaron las riendas a los caballos y mostraron bien el enojo que contra los indios llevaban, porque, en más de dos leguas que duraba la tierra limpia hasta llegar a las sementeras de maíz, no toparon indio que no prendiesen o matasen, principalmente a los que mostraban hacer alguna resistencia, de los cuales no escapó alguno. Así mataron muchos indios, que fue grande la mortandad de aquel día, y prendieron pocos, con lo cual vengaron estos castellanos la ofensa y daño que los de Apalache hicieron a Pánfilo de Narváez, y les desengañaron de la opinión y jactancia que de sí tenían, que habían de matar y destruir a estos castellanos como hicieron a los pasados.
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De cómo partimos de la isla de Cabo Verde Remediada el agua de la nao capitana y proveída las cosas necesarias de agua y carne y otras cosas, nos embarcamos con seguimiento de nuestro viaje, y pasamos la línea equinoscial; y yendo navegando requirió el maestre el agua que llevaba la nao capitana, y de cien botas que metió no halló más de tres, y habían de beber de ellas cuatrocientos hombres y. treinta caballos. Y vista la necesidad tan grande, el gobernador mandó que tomase la tierra, y fueron tres días en demanda de ella; y al cuarto día, una hora antes que amaneciese, acaesció una cosa aquí, y es que yendo con los navíos a dar en tierra en admirable, y porque no es fuera de propósito, la porné unas penas muy altas, sin que lo viese ni sintiese ninguna persona de los que venían en los navíos, comenzó a cantar un grillo, el cual metió en la nao en Cádiz un soldado que venía malo con deseo de oír la música del grillo, y había dos meses y medio que navegábamos y no lo habíamos oído ni sentido, de lo cual el que lo metió venía muy enojado, y como aquella mañana sintió la tierra, comenzó a cantar, y a la música de él recordó toda la gente de la nao y vieron las peñas, que estaban un tiro de ballesta de la nao; y comenzaron a dar voces para que echasen anclas, porque íbamos al través a dar en las peñas; y así las echaron, y fueron causa que no nos perdiésemos; que es cierto, si el grillo no cantara, nos ahogáramos cuatrocientos hombres y treinta caballos; y entre todos se tuvo por milagro que Dios hizo por nosotros; y de ahí en adelante, yendo navegando por más de cien leguas por luengo de costa, siempre todas las noches el grillo nos daba su música; y así, con ella llegó el armada a un puerto que se llamaba La Cananea, que está pasado el cabo Frío, que estará en 24 grados de altura. Es buen puerto; tiene unas islas a la boca de él; es limpio, y tiene once brazas de hondo. Aquí tomó el gobernador la posesión de él por Su Majestad, y después de tomada, partió de allí, y pasó por el río y bahía que dicen de San Francisco, el cual está veinticinco leguas de La Cananea, y de allí fue el armada a desembarcar en la isla de Santa Catalina, que está veinticinco leguas del río de San Francisco, y llegó a la isla de Santa Catalina, con hartos trabajos y fortunas que por el camino pasó, y llegó a 29 días del mes de marzo de 1541. Está la isla de Santa Catalina en 28 grados de altura escasos.