Capítulo doze De lo que passava el que hazía el banquete con los mercaderes de su pueblo despues que volvía de combidar Haviendo reposado el que havía de hazer el banquete, començava aparejar todo lo necessario para los principales mercaderes y para los que llamavan naoaloztoméca. Hazíalos saber primeramente a tres principales: el uno se llarnava Cuappoyaoaltzin, y el segundo Uetzcatocatzin, y el tercero Çanatzin, que eran los principales mercaderes y que regían a los otros mercaderes. A éstos dava comida y bevida, y cañas de humo. Y dávalos mantas conforme a sus merecimientos, mantas que llaman amanepaniuhqui, y mastles de cabos largos que llamavan yacauíac, todo rico. Después de haver hecho lo dicho, sentávase delante de ellos, y dezíales: "Señores míos, aunque yo os sea prolixo y pesado, quiéroos dezir dos palabras, y es que tengo propósito de ver la cara a nuestro señor Uitzilopuchtli, haziéndole un pequeño servicio. Hame hecho merced nuestro señor de que he allegado un poco de hazienda que él me ha dado. Quiérolo gastar en alguna buena obra de su servicio. Esto hago saber a vuestras mercedes, y no más." Luego ellos le respondían, diziendo: "Honrado mancebo, aquí estás en nuestra presencia. Hemos oído lo que dixiste. Tenémonos por indignos de oír los secretos de nuestro señor dios Uitzilopuchtli, que con lágrimas y con sospiros nos ha manifestado. Y sabemos que no es de un día ni de dos, ni de un año ni de dos, este tu deseo y esta tu devoción. Y por ser la cosa en que te pones tan pessada, pensamos que has de hazer alguna niñería o muchachería. Mira que no eres suficiente para este negocio, ni saldrás con él. Mira que no nos eches en vergilença a nos y a todos los mercaderes, que se llaman yiaque y tecoanime y tealtianime. Quiçá no has echado bien la cuenta de lo que es menester, ni has aparejado lo que se ha de gastar con tus combidados. Veamos lo que tienes aparejado en tu casa. Pues que somos viejos, conviene que nos lo muestres." Haviendo dicho esto los viejos, luego el mancebo que havía de hazer el combite les dava cuenta de todo lo que havía de gastar. Haviéndose satisfecho los principales, dezianle: "Mancebo honrado, hemos visto lo que tienes aparejado para la fiesta de nuestro señor. Comiença en buen hora con diligencia y sin pereza ninguna, y con buen ánimo y esfuerzo. Atienta mucho en tus palabras. Témplate mucho en lo que has de dezir. No des cuenta a la gente vulgar. Conversa con todos como de antes. Esto es de lo que te avisamos, porque has de dar comida en cuatro partes: la una cuando de nuevo han de llegar tus combidados, y les significares la fiesta que has de hazer; segundariamente cuando hizieres la cerimonia que se llama tlaixnestla, terceramente cuando los esclavos se ataviaren de sus papeles, y se hiziere la cerimonia que se llama teteualtta; lo cuarto cuando sacrificares a los esclavos que han de morir. Mira que para todas estás cosas no tomes a nadie lo suyo. De esto te avisamos." Haviendo oído esto, el mancebo dezía a los viejos y principales: "Muy ilustres señores, havéisme hecho gran merced y gran misericordia en lo que me havéis dicho. No conviene, por cierto, que olvide yo estás palabras. Dezidme todo lo que vuestro coraçón dessea, y sea oída y publicada y notada vuestra doctrina y vuestra ancianidad." Luego dezían los viejos aquel mancebo: "Hijo, baste lo dicho. Busquemos entre los que tienen el arte de contar los días un día que sea próspero." Y luego embiavan a llamar a los que usavan de esta arte y ganavan de comer con ella. Luego ellos miravan el día convenible y, hallándole, dezían: "Tal día seré convenible para esto, ce calli o ume michid o ume ogomatli, etc." En uno de estos días començava su banquete el que havía de hazer esta fiesta. Después que los viejos mercaderes principales havían dicho todo lo que convenía, despedíanse del moço con estás palabras: "Hijo nuestro, ya hemos visto y entendido tu deseo y lo que pretendes, lo cual con lágrimas nos has significado. Avisámoste que no te ensobervezcas, ni altivezcas, ni desprecies a nadie. Ten reverencia a los viejos, aunque sean pobres, y a las viejas, aunque sean pobres, y a la otra gente baxa y pobre. Haz misericordia con ella. Dales qué vistan y con qué se cubran, aunque sea lo que tú deshechas. Dales de comer y de bever, porque son imágines de dios; por esto te acrescentará dios los días de la vida, si bivieres largos días. Si no hizieres lo que te aconsejamos, cegarás o te tullegrás o te pararás contrecho. Y esto tú mismo te lo buscarás, y dios te lo dará, porque sus ojos penetran las piedras y los maderos; no te podrás asconder de él. Mira que no dessees la muger agena ni la hija agena. Comiença a bivir bien. Con esto que hemos dicho cumplimos contigo, no más."
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Capítulo duodécimo De las diversidades de las aguas y de diversas calidades de la disposición de la tierra Párrapho primero: del agua de la mar y de los ríos En este primero párrapho se trata de la agua de la mar y de la mar, al cual llaman téuatl, y no quiere dezir "dios del agua" ni "diosa del agua", sino quiere dezir "agua maravillosa en profundidad y en grandeza". Llámase también ilhuicáatl, que quiere dezir "agua que se juntó con el cielo", porque los antiguos habitadores de esta tierra pensavan que el cielo se junta con el agua en la mar, como si fuese una casa, que el agua son las paredes y el cielo está sobre ellas. Y por esto llaman a la mar ilhuicáatl, como si dixesen "agua que se junta con el cielo". Empero, agora después de venida la fe, ya saben que el cielo no se junta con el agua ni con la tierra, y por esso llaman a la mar uéyatl, que quiere dezir "agua grande y temerosa y fiera", llena de espumas y de olas y de montes de agua, y agua amarga, salada o mala para bever, donde se crían muchos animales que están en contino movimiento. A los ríos grandes llaman atóyatl; quiere dezir "agua que va corriendo un gran prisa", como si dixese agua apresolada en correr. Los antiguos de esta tierra dezían que los ríos todos salían de un lugar que se llama Tlalocan, que es como paraíso terrenal, el cual lugar es de un dios que se llama Chalchiuitlicue. Y también dezían que los montes están fundados sobre el cual, que están llenos de agua y por de fuera son de tierra, como si fuesen vasos grandes de agua o como casas llenas de agua, y que cuando fuere menester se romperán los montes y saldrá el agua que dentro está y anegará la tierra. Y de aquí acostumbraron a llamar a los pueblos donde vive la gente altépetl, que quiere dezir "monte de agua" o "monte lleno de agua". Y también dezían que los ríos salían de los montes y aquel dios Chalchiuitlicue los embiava. Pero sabida la verdad de lo que es agora, es que por la voluntad de Dios la mar entra por la tierra por sus venas y caños, y anda por debaxo de la tierra y de los montes, y por donde halla camino para salir fuera, allí mana, o por las raízes de los montes o por los llanos de la tierra, y después muchos arroyos se juntan juntos y hazen los grandes ríos que se llaman atóyatl. Y aunque el agua de la mar es salada o amarga, el cual de los ríos dulce, pierde el amargor o sal, colándose por la tierra o por las piedras y por la arena y se haze dulce y buena de bever. De manera que los ríos grandes salen de la mar por secretas venas debaxo de la tierra, y saliendo se hazen fuentes y ríos. Párrapho segundo: de diversos nombres de ríos y fuentes Hay un río que se llama Chicunáuatl. Es el de Tulocan, y otros ríos semejantes a él, y es porque tienen nueve fuentes, o pocas más o menos, de donde nacen. Hay otro río en la tierra caliente hazia Couixco que se llama Amacózatl. Críanse en él caimanes y otros pescados grandes, casi como tiburones. Hay otro río hazia la provincia de los cuextecas que se llama Quetzálatl, que quiere dezir "agua como pluma verde rica". Llámanla ansí porque es muy clara y muy buena, y donde está profunda parece verde. Hay otro río que está camino de Cuauhtimallan, donde hay muchos caimanes, y llámanle Tecuánatl, que quiere dezir "agua en que hay bestias fieras que comen hombres", porque se crían en él aquellos animales fieros. Al río de Tulla llámanle Tullánatl, que quiere dezir "el río de Tulla", porque pasa por medio del pueblo. Es el agua como negrestina. Es pedroso y cenojo, que tienen muchas piedras y cieno resbaradizo. Corre con ímpetu, y muchas vezes lleva el río abaxo a los que pasan por él. Hay un río que se llama Néxatl, que quiere dezir "legía" o "agua pasada por ceniza". De esta calidad está un río entre Uexotzinco y Acapetlaoacan, que desciende de la sierra que ahuma, que es el Bulcán, que comiença desde lo alto del Bulcán. Es agua que se derrite de la nieve y pasa por la ceniza que echa el Bulcán, y súmese bien cerca de la nieve. Torna a salir abaxo por entre Uexotzinco y Acapetlaoacan. Yo vi el urigen y el lugar donde se sume, que es junto a la nieve, y el lugar donde torna a salir. Hay un no que se llama Totólatl, que quiere dezir "río donde beven las gallinas silvestres". Hay ríos que llaman "agua prodigiosa. o maravillosa", porque mana y corre algún tiempo, y otro tiempo dexa de manar y correr. Y yo vi dos arroyos, uno entre Uexotzinco y San Salvador, y otro entre Uexotzinco y Calpan, que manan y corren en el tiempo que llueve, y cesan de correr y manar en el tiempo que no llueve, y que está entre Calpan y Uexotzinco. Llaman Pipináoatl. Hay algunos arroyos en esta tierra que corren y tienen fuente donde manan, y a las vezes corren y a las vezes dexan de correr. Dize que cuando pasa por ella dexa de correr o se seca, porque dizen que ha vergüença de los que pasan. Y por esto la llaman pináoatl o pipinaoa atl, que quiere dezir "agua vergüençosa". Y de esta manera son los dos arroyos que arriba dixe, que están cabe Uexotxinco. Las fuentes que manan de la tierra llana llámanlas ameyalli; quiere dezir "agua que mana". El agua de estas fuentes es dulce, y bévese, y mantiene por la mayor parte; y algunas de estas fuentes son salobres y de mal sabor y de mal olor, y algunas que hazen daño al cuerpo bebiéndolas, y causan enfermedad. Los arroyos que llevan poca agua se llaman apitzactli, que quiere dezir "agua que corre poco". A las fuentes que manan de su profundo levantando la arena, que parece que la mesma arena mana, llámanlas xálatl, que quiere dezir "agua de arena". Tienen ésta por muy bien agua. Al braço de mar o de río llámanle ámaitl, que quiere dezir "braço de agua". A las lagunas o estanques donde se crían espadañas o joncias, que no corren por ninguna parte, llámanlas amanalli, que quiere dezir "agua que está queda". También llaman amanalli a las lagunas que se junta de agua llubediza. Acuecuéxatl es una fuente que está cerca de Coyooacan que han provado en tiempos pasados de traerla a México para sustento de la ciudad, y reventó tanta agua que anegó a la ciudad y a todos los pueblos que están en estos llanos. Otra vez, siendo visorrey don Gastón de Peralda, se provó de traerla a México y se hizo harto gasto, e nunca pudieron traerla. Dexáronla, y veniendo a guavernar el visorrey don Martín Enríquez, proveyó de agua a la ciudad de México con gran abundancia de la fuente de Sancta Fe, como agora lo vemos muy proveída en este año de mil y quinientos y setenta y seis. A la fuente que solía venir a México con que se proveía la ciudad de agua ab antiquo la llaman Chapoltépec, que quiere decir "monte como cigarra" o "como langosta", porque ella nace al pie de un montecillo que parece langosta. El agua de esta fuente es mala y no suficiente para el proveimiento de toda la ciudad. Por eso hizo bien don Martín Enríquez, visorrey, en procurar de traer la otra que arriba dixe. A los poços que son cavados debaxo de tierra, y manan y sacan de ellos agua, y no son muy profundos, llaman atlacomolli, porque son cavados debaxo de tierra. Sacan de ellos agua para bever y para lo demás. A los poços profundos que manan y sacan de ellos agua llaman ayoluaztli, y a los que no son profundos no los llaman sino atlacomolli. A los manantiales profundos de las fuentes que corren llámanlos axoxouilli, que quiere dezir "agua açul", porque por ser el agua muy pura y profunda parece que es açul. Párrapho tercero: de diversas calidades de tierra A la tierra fértil para sembrar, y donde se haze mucho lo que se siembra en ella, llaman atoctli, que quiere dezir "tierra que el agua la ha traído". Y llámanla tlalcoztli y también xalatoctli. Es tierra blanda, soelta, hueca, suave. Es tierra donde se haze mucho maíz o trigo, en que de pocas sementeras se haze mucho fructo. A otra manera de tierra fértil donde se haze muy bien el maíz y el trigo la llaman cuauhtlalli, que quiere dezir "tierra que está estercolada con maderos podridos". También se llama tepetlalli, y también se llama cuecháoac y cóztic, que quiere dezir tierra suelta, y amarilla, y hueca". Otra tierra también fértil se llama tlalcoztli, que quiere decir "tierra amarilla", el cual color de tierra significa fertilidad. A otra manera de tierra fértil la llaman xalatoctli, porque es tierra arenosa que la agua le trae de los altos. Es tierra suave de labrar. Hay otra manera de tierra fértil que se llama tlaçotlali, que es tierra donde las yervas se buelven en estiércol y sirven de estiércol, enterrándolas en ella. A las tierras que se venden y compran, y pasan de unos a otros, llaman tlalcoalli, que quiere dezir "tierra comprada". Y estas tierras por la mayor parte son fértiles. A las tierras cuyos dueños son muertos y las dexaron desamparados las llaman miccatlalli, que quiere dezir "tierra de defunctos". A la tierra arenisca, escasa, y que da poco fructo la llaman xalalli, que quiere dezir tierra arenosa y estéril. Hay una tierra pegaxosa, buena para hazer barro de paredes y suelos para los tlapancos. Y también es fértil. Házese bien el maíz y el trigo. Hay otra manera de tierra fértil que se llama callalli; quiere dezir "tierra donde ha estado edificada alguna casa". Y después que se cava y siembra es fértil. A la tierra echada a mano y allanada con propósito de hazer allí algo, estante aquella llanora hecha a mano, llámanla tlalmantli; quiere dezir "tierra echada". La tierra que la allanan y la asientan o tupen a mano llámanla tlaluitectli, que quiere dezir "tierra asentada a golpes". A la tierra estercolada la llaman tlalauíac, que quiere dezir "tierra suave", porque la han adovado con el estiércol. A las tierras donde se pudren los magueyes y se han buelto estiércol dízenla metlalli, "tierra estercolada con magueyes". A la tierra de riego la llaman atlalli, que quiere dezir "de agua o "tierra que se puede regar". A la ladera o repecho, o falda de algún monte o collado, llaman tepetlali, que quiere dezir "tierra de cuesta". A la tierra pedregosa o cascaxosa, que es hueca y buena, llámanla tetlalli, que quiere dezir "tierra pedregosa", no naturalmente, sino por haverlo labrado piedras o cantos. En los repechos de las cuestas hay unas tierras pedregosas o cascaxosas, y ásperas y secas, y llámanlas tetlalli, que quiere dezir "tierra pedregosa o cascaxosa". Házese bien el maíz, y llámanle tecintli. Hay unas tierras que tienen mucho en sí la humedad del agua, y por esto son fértiles, y llámanlas techiáuitl, que quiere dezir "tierra temperosa". Hay una tierra pegaxosa que es buena para hazer barro o adoves. Llámanla tlaltzauctli, que quiere dezir "tierra pegaxosa", como tzauctli. Es la misma que arriba se llama teçóquitl. La tierra donde se haze espadañas y juncos, y que es tierra hueca y húmeda, casi a manera de ciénaga que andando sobre ella parece que se sume la misma tierra, llámanla tlalcocomoctli. Es tierra buena para sembrar, y fértil. Hay una manera de tierras que son húmedas de su natural, por ser baxas. Y aunque no llueve, tienen témpero y humedad. En estas tierras se haze bien el maíz cuando no llueve mucho, cuando llueve mucho, piérdese en ella el maíz. A la tierra estéril, donde ninguna cosa se haze bien, llámanla tlalçolli, que quiere dezir "tierra de codornices" o "de color de codornices". Párrapho cuarto: de las maneras de ruin tierra, no fortífera La tierra salitrosa se llama tequixquitlalli, que quiere dezir "tierra donde se haze salitre". Es tierra estéril por razón del salitre que es de mala condición. La tierra donde se haze sal también es infroctífera. A la tierra que no beve el agua, sino que está siempre sobre ella, llámanla nantlalli. Es estéril. A una tierra blanquecina, estéril, en que no se haze cosa alguna, llaman tlaliztalli, que quiere dezir "tierra blanquecina", sin provecho. A otra tierra blanca llaman tenextlalli; quiere dezir "tierra de cal" o "tierra como cal". Es tierra sin provecho. A una manera de tierra llaman tlaltenextli, que quiere dezir "tierra de cal", no porque es blanca, ni tiene que ver con cal, mas ella cozida y molida, y embuelta con la cal, házela muy fuerte y auméntala. Es tierra negra, como de adoves. Hay una tierra bien conozida que se llama teçontlalli, que es y se usa para mezclar con la cal y házela muy fuerte. Véndese mucho aquí en México para los edificios. Hay una tierra que se llama axixtlalli, que no es para nada: el lugar donde urinan, y es como tequíxquitl. A los muradales donde echan la ceniza, que en cada barrio donde echan la ceniza hazen un montón de ella, llámanla nextlalilli, que quiere dezir "tierra ceniza". No es buena para nada. Tecpatlalli, que quiere dezir "moradar de pedezuelos de pedernales y otras piedras", donde los lapidarios echan el estiércol de su oficio. A la tierra con que hazen los tlapancos, y también la tierra que ha caído de los tlapancos de las casas derrocadas, llámanla tlapantlalli, que quiere dezir "de terrados". A la tierra seca donde no se da nada, por ser ella naturalmente seca, aunque no se hazen yervas como çacate, pero otra cosa no se haze, llámanla teuhtlalli, que quiere dezir "tierra seca" o "tierra polvo". Al polvo que se levanta de la tierra llaman teuhtli. Hay una tierra que se llama atíçatl, que es blanca o blanquecina, que tiene greda mezclada. Por tiempo se buelve en greda. Hazen de ella adoves. No es buena para otra cosa. A toda la comarca de México llaman mexicatlalli, que quiere dezir la tierra de México". A las provincias donde habitan los totonaques llaman totonacatlalli. Es tierra caliente y fértil, de muchas fructas, etc. A las provincias donde están los tarascos llámanlas michuacatlalli. A la provincia donde moran los mixtecas llámanla mixtecatlalli, que quiere dezir "donde habitan los mixtecas". Son pinoles y chontales y nonohuales. Son grandes chorcheros. Aquellas provincias que están a la parte del sur, cerca de la mar, en esta Nueva España, llámanlas anauacatlalli. Son tierras ricas, y de oro y de plumas, etc. A las provincias donde moran los chichimecas llámanlas chichimecatlalli. Es tierra muy pobre, muy estéril, y muy falta de todos los mantenimientos. Párrapho quinto: de diversas maneras de tierra para hazer tinajas, ollas, cántaros, etc. Hay barro en esta tierra para hazer loça y basija. Es muy bueno y muy pegaxoso. Amásanlo con aquellos pelos de los tallos de las espadañas. Llámase teçóquitl y contlalli. De este mesmo barro se hazen los comales. También se haze de este mismo barro toda manera de escudillas y platos. Hay una tierra de que hazen sal, que se llama iztatlalli. Conócenla los que hazen sal. Hay una manera de tierra amarilla con que enxalbegan las paredes por bien parecer. Hay una tierra que es como almagre; es colorada. Llámanla tlalchichilli. Embarnizan con ella las escudillas y platos y jarros, porque los da un lustre muy bueno colorado. También se llama caxtláuitl, porque embarnizan con ella a las escudillas y salseras. Los términos para hazer barro, que se llama çóquitl, son que primeramente lo mojan, después lo hazen lodo ralo, y después se endurece, etc. Hay un cieno en los caminos de las canoas que se llama açóquitl, con que hazen muchas cosas. Con ello trasponen el maíz y con ello también hazen tlapancos, y son buenos tlapancos. Hay una tierra que se llama palli, "teñir de negro". Hay minas de este barro o tierra. Es precioso. Con esto también tiñen los cabellos las mugeres para hazerlos muy negros. Hay una tierra muy pegaxosa; es negra. Mezclan con la cal para edificar. Párrapho sesto: de las alturas, baxuras, llanos y cuestas de la tierra, y de los nombres de los principales montes de esta tierra Aquí se ponen todas las calidades de los cerros o cuestas altas, o monte, donde hay vocablos que propriamente significan todas las maneras que hay de montes. Aquí se ponen los nombres proprios de algunos montes señalados. Hay un monte muy alto que humea, que está cerca de la provincia de Chalco, que se llama Popocatépetl, que quiere dezir "monte que humea". Es monte monstruoso de ver. Yo estuve encima de él. Hay otra sierra junta a ésta, que es la Sierra Nevada, y llámase Iztactépetl, que quiere dezir "sierra blanca" o Iztaccíoatl, que quiere dezir "muger blanca". Es mostruoso de ver lo alto de ella, donde solía haver mucha idolatría, y yo la vi y estuve sobre ella. Hay un gran monte que se llama Poyauhtécatl. Está cerca de Auilliçapan y de Camachalco. Ha pocos años que començó a arder la cumbre de él. Y yo le vi muchos años que tenía la cumbre cubierta de nieve, y después vi cuando començó a arder. Y las llamas se parecían de noche y de día de más de veinte leguas. Y agora, como el fuego ya ha gastado mucha parte de lo interior del monte, ya no se parece el fuego, aunque siempre arde. Hay otro gran monte cerca de Tlaxcalla, al cual llaman Matlalcueye, que quiere dezir "muger que tiene las naoas açules". Hay otro, monte cerca del Coloacan y Itzapalapan. Aunque no es muy alto, es muy afamado, cual se llama Uixachtécatl. Otro monte cerca de Cuitláoac que se llama Yaoaliuhqui. Todos estos montes tienen cosas notables. Nota Haviendo tratado de las fuentes, aguas y montes, parecióme lugar oportuno para tratar de las idolatrías principales antiguas que se hazían y aún hazen en las aguas y en los montes. Una idolatría muy solemne se hazía en esta laguna de México, en el lugar que se llama Ayauhcaltitlan, donde dizen que están dos estatuas de piedra grandes. Y cuando se mengua la laguna quedan en seco, y parécense las ofrendas de copal y de muchas basixas quebradas que allí están ofrecidas también. Allí también ofrecían coraçones de niños y otras cosas. En el medio de la laguna, donde llaman Xiuhchimalco, dizen que está un remolino donde se sume el agua de la laguna. Allí también se hazían sacrificios cada año. Echavan un niño de tres o cuatro años en una canoita nueva, y llevávala el remolino, y tragávala a ella y al niño. Este remolino dizen que tiene un respiradero hazia Tula, donde llaman Apazco Sanctiago, donde está un ponzanco profundo; y cuando crece la laguna, crece él, y cuando mengua la laguna, mengua él. Y allí dizen que muchas vezes han hallado la canoita donde el niño havia sido echado. Hay otra agua donde también solían sacrificar, que es en la provincia de Talocan, cabe el pueblo de Calimanyan. Es un monte alto que tiene encima dos fuentes que por ninguna parte corren, y el agua es claríssima y ninguna cosa se cría en ella porque es frigidíssima. Una de estas fuentes es profundíssima. Parece gran cantidad de ofrendas en ella. Y poco ha que, yendo allí ciertos religiosos a ver aquellas fuentes, hallaron que havia una ofrenda allí reciente, ofrecida de papel y copal y petates pequeñitos, que havía muy poco que se havía ofrecido; estava dentro del agua. Esto fue el año de mil y quinientos y setenta, o cerca de por allí. Y el uno de los que la vieron fue el padre fray Diego de Mendoça, el cual era al presente guardian de México, y me contó lo que allí havia visto. Hay otra agua o fuente muy clara y muy linda en Xuchimilco, que agora se llama Sancta Cruz, en la cual estava un ídolo de piedra debaxo del agua donde ofrecían copal. Y yo vi el ídolo y copal, y saqué de allí al ídolo y entré debaxo del agua para sacarle, y puse allí una cruz de piedra, que hasta agora está allí en la misma fuente. Hay otra muchas fuentes y aguas donde ofrecen, aun en el día de hoy, que convendría requerirlas para ver lo que allí se ofrece. Cerca de los montes hay tres o cuatro lugares donde se solían hazer muy solemnes sacrificios, y que venían a ellos de muy lexas tierras. El uno de éstos es aquí en México, donde está un montezillo que se llama Tepeácac, y los españoles llaman Tepeaquilla, y agora se llama Nuestra Señora de Guadalope. En este lugar tenían un templo dedicado a la madre de los dioses que la llamavan Tonantzin, que quiere dezir "nuestra madre". Allí hazían muchos sacrificios a honra de esta diosa, y venían a ellos de más de veinte leguas de todas estas comarcas de México, y traían muchas ofrendas. Venían hombres y mugeres, y moços y moças, a estas fiestas. Era grande concurso de gente en estos días, y todos dezían "bamos a la fiesta de Tonantzin", y agora, que está allí edificada la iglesia de Nuestra Señora de Guadalope, también la llaman Tonantzin, tomada ocasión de los predicadores que a Nuestra Señora, la madre de Dios, llaman Tonantzin. De dónde haya nacido esta fundación de esta Tonantzin, no se sabe de cierto, pero esto sabemos cierto, que el vocablo significa, de su primera imposición, a aquella Tonantzin antigua, y es cosa que se debría remediar, porque el proprio nombre de la madre de Dios, Sancta María, no es Tonantzin, sino Dios inantzin. Parece ésta invención satánica para paliar la idolatría debaxo equivocación de este nombre Tonantzin. Y vienen agora a visitar a esta Tonantzin de muy lexos, tan lexos como de antes; la cual devoción también es sospechosa, porque en todas partes hay muchas iglesias de Nuestra Señora y no van a ellas, y vienen de lexas tierras a esta Tonantzin, como antiguamente. El segundo lugar donde havía antiguamente muchos sacrificios, a los cuales venían de lexas tierras, es cabe la sierra de Tlaxcalla, donde havia un templo que se llamava Toci, donde concurrían gran multitud de gente a la celebridad de esta fiesta Toci, que quiere dezir "nuestra abuela", y por otro nombre se llamava Tzapotlatenan, que quiere dezir "la diosa de los temazcales y de las medicinas". Y después acá edificaron allí una iglesia de Sancta Ana, donde agora hay monesterio y religiosos de nuestro padre San Francisco, y los naturales llámanla Toci, y concurren a esta fiesta de más de cuarenta leguas gente a la fiesta de Toci. Y llaman ansí a Sancta Ana, tomado ocasión de los predicadores que dizen que porque Sancta Ana es abuela de Jesucristo es también nuestra abuela de todos los cristianos, y ansí la han llamado y llaman en el púlpito: Toci, que quiere dezir "nuestra abuela". Y todas las gentes que vienen como antiguamente a la fiesta de Toci, vienen so color de Sancta Ana, pero como el vocablo es equívoco y tienen respecto a lo antiguo, más se cree que vienen por lo antiguo que no por lo moderno. Y ansí también en este lugar parece estar la idolatría paliada, porque venir tanta gente y de tan lexos tierra sin haver hecho Sancta Ana allí milagros ningunos, más parece que es el Toci antiguo, que no Sancta Ana. Y en este año de mil y quinientos y setenta y seis la pestilencia que hay de allí començó, y dizen que no hay gente ninguna allí. Parece misterio de haver començado el castigo donde començó el delicto de la paliación de la idolatría debaxo del nombre de Sancta Ana. El tercero lugar donde havía antiguamente muchos sacrificios, a los cuales venían de lexas tierras, es a la raíz del Bulcán, en un pueblo de Calpa, que se llama Tianquizmanalco San Juan. Hazían en este lugar gran fiesta a honra del dios que llamavan Telpuchtli, que es Tezcatlipuca. Y como a los predicadores oyeron dezir que San Juan Evangelista fue virgen, y el tal en su lengua se llama telpuchtli, tomaron ocasión de hazer aquella fiesta como la solían hazer antiguamente paliada debaxo del nombre de San Juan Telpuchtli, como suena por de fuera, pero a honra del Telpuchtli antiguo, que es Tezcatlipuca, porque San Juan allí ningunos milagros ha hecho, ni hay por qué acudir más allí que a ninguna parte donde tiene iglesia. Párrapho séptimo: de las diferencias de piedras Item nota Vienen a esta fiesta el día de hoy gran cantidad de gente y de muy lexas tierras, y traen muchas ofrendas. Y cuanto a esto, es semejante a lo antiguo, aunque no se hazen los sacrificios y crueldades que antiguamente se hazían. Y haver hecho esta paliación en estos lugares ya dichos, estoy bien certificado de mi opinión, que no lo hazen por amor de los ídolos sino por amor de la avaricia y del fausto, porque las ofrendas que solían ofrecer no se pierdan, ni la gloria del fausto que recebían en que fuessen visitados estos lugares de gentes estrañas y muchas, y de lexas tierras. Y la devoción que esta gente tomó antiguamente de venir a visitar estos lugares, es que como estos montes señalados en producir de sí nubes que llueven por ciertas partes continuamente, las gentes que residen en aquellas tierras donde riegan estas nubes que se forman en estas tierras, advertiendo que aquel beneficio de la pluvia les viene de aquellos montes, tuviéronse por obligados de ir a visitar aquellos lugares y hazer gracias a aquella divinidad que allí residía, que embiava el agua, y llevar sus ofrendas en agradecimiento del beneficio que de allí recebían. Y ansí los moradores de aquellas tierras que eran regadas con las nubes de aquellos montes, persuadidos o amonestados del demonio o de sus sátrapas, tomaron por costumbre y devoción de venir a visitar aquellos montes cada año en la fiesta que allí estava dedicada, en México, en la fiesta de Cioacóatl, que también la llaman Tonantzin, en Tlaxcalla, en la fiesta de Toci, en Tianquizmanalco, en la fiesta de Tezcatlipuca. Y porque esta costumbre no la perdiessen los pueblos que gozavan de ella, persuadieron a aquellas provincias que veniessen, como solían, porque ya tenían Tonantzin y a Tocitzin y al Telpuchtli, que esteriormente suena o les ha hecho sonar a Sancta María y a Sancta Ana y a San Juan Evangelista o Baptista, y en lo interior de la gente popular que allí viene está claro que no es sino lo antiguo, y a la secuela de lo antiguo vienen. Y no es mi parecer que les impidan la venida ni la ofrenda, pero es mi parecer que los desengañen del engaño de que padecen, dándolos a entender en aquellos días que allí vienen las falsidad antigua, y que no es aquello conforme a lo antiguo. Y esto debrían de hazer predicadores bien entendidos en la lengua y costumbres antiguas que ellos tenían, y también en la escritura divina. Bien creo que hay otros muchos lugares en estas Indias donde paliadamente se haze reverencia y ofrenda a los ídolos con dissimulación de las fiestas que la Iglesia celebra a Dios y a sus sanctos, lo cual serla bien imbestigase para que la pobre gente fuesse desengañada del engaño que agora padece. Párrapho octavo: de las diversidades y calidades de los caminos En esta letra se ponen las calidades de los caminos por lenguaje proprio, para que se sepan los vocablos proprios para hablar en esta materia. Caminos anchos, hechos como calçadas, con todas sus calidades. Después de haver pasado montes y valles y ciénagas y varrancas y caminos de diversas maneras, parecióme lugar oportuno éste para tratar de los caminos por donde la Iglesia ha venido hasta llegar a esta última mansión donde agora peregrina sembrando la doctrina evangélica. A todos es noto que la iglesia militante començó en el reino de Palestina, y de allí caminó por diversas partes del mundo hazia el oriente y hazia el occidente, y hazia el norte y hazia el mediodía. Sábese que hazia la parte del norte hay aún muchas provincias, hay aún muchas tierras ocultas, donde el Evangelio aún no se ha predicado. Y hazia estas partes del mediodía, donde se pensava que ningunas gentes habitavan, aún agora, en estos tiempos, se han descubierto muchas tierras y reinos muy poblados, donde agora se predica el Evangelio. Partióse la Iglesia de Palestina, y ya en Palestina viven y reinan y señorean infieles. De allí fue a Asia, en la cual ya no hay sino turcos y moros. Fue también a África, donde ya no hay cristianos. Fue a Alemania, donde ya no hay sino herejes. Fue a Eoropa, donde en la mayor parte de ella no se obedece la Iglesia. Donde agora tiene su silla más quietamente es Italia y España, de donde pasando el mar océano ha venido a estas partes de la India Occidental, donde havía diversidades de gentes y de lenguas, de las cuales ya muchas se han acabado, y las que restan van en camino de acabarse. Lo más poblado y más bien parado de todas estas Indias Occidentales ha sido y es esta Nueva España, y lo que más agora prevalece y tiene lustre es México y su comarca, donde la iglesia católica está aposentada y pacífica. Pero en lo que toca a la fe católica, tierra estéril y muy trabaxosa de cultivar, donde la fe católica tiene muy flacas raízes, y con muchos trabajos se haze muy poco fructo, y con poca ocasión se seca lo plantado y cultivado. Paréceme que poco tiempo podrá perseverar la fe católica en estas partes, lo uno es porque la gente se va acabando con gran prisa, no tanto por los malos tratamientos que se les hazen como por las pestilencias que Dios les embía. Después que esta tierra se descubrió, ha havido tras pestilencias muy universales y grandes, allende de otras no tan grandes ni universales. La primera fue el año de mil y quinientos y veinte, que cuando echaron de México por guerra a los españoles y ellos se recogieron a Tlaxcalla, huvo una pestilencia de viruelas donde morió casi infinita gente. Después de ésta y de haver ganado los españoles esta Nueva España, y teniéndola ya pacífica, y que la predicación del Evangelio se exercitava con mucha prosperidad el año de mil y quinientos y cuarenta y cinco, huvo una pestilencia grandíssima y universal, donde en toda esta Nueva España murió la mayor parte de la gente que en ella vivía. Y yo me hallé en el tiempo de esta pestilencia en esta ciudad de México, en la parte del Tlatilulco, y enterró más de diez mil cuerpos, y al cabo de la pestilencia diome a mí la enfermedad, y estuve muy al cabo. Después de esto procediéndola las cosas de la fe pacíficamente por espacio de treinta años, pocos más o menos, se tornó a reformar la gente. Agora este año de mil y quinientos y setenta y seis, en el mes de agosto, començó una pestilencia universal y grande, la cual ha ya tres meses que corre, y ha muerto mucha gente, y muere y va muriendo cada día más. No sé qué tanto durará, ni qué tanto mal hará Y yo estoy agora en esta ciudad de México, en la parte del Tlatilulco, y veo que desde el tiempo que començó hasta hoy, que son ocho de noviembre, siempre ha ido creciendo el número de los defunctos, desde diez, veinte, de treinta a cuarenta, de cincuenta a sesenta y a ochenta, y de aquí adelante no sé lo que será. En esta pestilencia, como también en la otra arriba dicha, muchos murieron de hambre y de no tener quién los curase, ni los diesse lo necessario. Aconteció y acontece en muchas casas cayer todos de las casas enfermos sin haver quién los pudiesse dar un jarro de agua. Y para administrar los sacramentos en muchas partes ni havía quien los llevase a la iglesia, ni quien dixesse que estavan enfermos. Y conozido esto, andan los religiosos de casa en casa, confesándolos y consolándolos. Cuando començó esta pestilencia de ugaño, el señor visorrey don Martín Enríquez puso mucho calor en que fuessen favorecidos los indios, así de comida como de los sacramentos, y por su persuasión muchos españoles anduvieron muchos días por las casas de los indios dándolos comida, y sangradores sangrándolos, y médicos curándolos; y clérigos y religiosos, ansí de Sanct Francisco como de Sancto Domingo, como agustinos, como teatinos, andavan por sus casas para confesarlos y consolarlos. Y esto duró por obra de dos meses, y luego cesó todo, porque unos se cansaron, otros enfermaron, otros se ocupan en sus haziendas. Agora ya faltan muchos de los sacerdotes dichos que ayudavan; ya no ayudan. En este pueblo del Tlatilulco solos los religiosos de Sanct Francisco andan por sus casas confesándolos y consolándolos, y dándolos pan de Castilla que coman, comprando de las proprias limosnas, y todo se va ya acabando que el pan vale muy caro y no se puede haver, y los religiosos van enfermando y cansando, por lo cual hay grande tribulación y africión. Pero con todo, esto el señor visorrey y el señor arçobispo no cesan de hazer lo que pueden. Párrapho nono: de las diferencias y calidades de los edificios En esta letra se pone las maneras de casas que se usan entre esta gente, con todas sus calidades, por vocablos proprios para poder hablar en esta materia. Plega a Nuestro Señor de remediar esta tan gran plaga, porque a durar mucho todo se acaba. Nuestro padre comissario general fray Rodrigo de Sequera en grande manera ha trabajado, ansí con sus frailes como con el señor visorrey, y con los españoles, para que los indios sean ayudados en los espiritual y temporal, el cual ha estado y está en esta ciudad, y no se cansa de trabajar en este negocio. Pues bolviendo a mi propósito de la peregrinación de la Iglesia, en estos años se han descubierto por estas partes de Laspecería, donde ya están poblados los españoles y se predica el Evangelio, y se trae mucho oro y loza muy rica, y muchas especies. Cerca de allí está el gran reino de la China, y ya han començado a entrar en él los padres augustinos. En este año de mil y quinientos y setenta y seis tuvimos nuevas ciertas de cómo dos de ellos entraron en el reino de la China, y no llegaron a ver al emperador de la China. De muchas jornadas los hizieron bolver, porque por cierta ocasión de guerra que se ofreció los llevaron con mucha honra desde las islas donde están poblados con los españoles hasta cierta ciudad de la China. Y de allí dizen que por consejo del demonio, a quien consultó el emperador de la China o sus sátrapas, los bolvieron a embiar para que se bolviesen a la isla de donde havían partido. Y bolviéronlos con deshonra y con muchos trabajos en que se bieron en la buelta. He oído que está escrita la relación que estos padres augustinos truxeron; ella parecerá en breve tiempo acá y en España. Paréceme que ya Nuestro Señor Dios abre camino para que la fe católica entre en los reinos de la China, donde hay gente habilíssima, de gran pulicía y de gran saber. Como la Iglesia entre en aquellos reinos y se plante en ellos, la fe católica, creo, durará por muchos años en aquella mansión, porque por las islas y por esta Nueva España y el Perón... Casas reales donde habitavan los señores. Eran casas del pueblo donde se hazia audiencia y concurrían los señores y juezes a determinar las causas públicas. ... no ha hecho más de pasar de camino, y aun hazer camino para poder conversar con aquellas gentes de las partes de la China. Párrapho dézimo: de las cuevas y simas, y de sus diferencias
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Capítulo honze Trata de la suxeçión y serbidumbre que hizeron los tepanecas a los mexicanos, quedando el campo y pueblo de tepanecas a los mexicanos Para amansar y traer a paz a los mexicanos, que tan puxantes y orgullosos estauan contra los tepanecas, dixeron: "Señores mexicanos, como bençidos <que> somos de bosotros ya os tenemos dadas n<uest>ras hermanas y hijas que os sirban y buestras mugeres, y nos proferimos a basallaxe; y de todas las bezes que fuéredes en guerras y batallas con estraños, yremos nosotros como basallos y lleuaremos a cuestas u<uest>ro matalotaxe y lleuaremos a cuestas u<uest>ras armas, y si en caso <en> las guerras alguno o algunos de los mexicanos murieren, nos proferimos a traeros los cuerpos cargados a u<uest>ra tierra y çiudad a ser con onrra <en>terrados; y benidos <que> seáis de las guerras y antes y después, barreremos, rregaremos u<uest>ras casas, ternemos cuidado de bosotros con n<uest>ros serbiçios personales, pues ansí estamos obligados conforme a usança de guerra y nosotros de serbidumbre". Y <en>tendido esto por los mexicanos, esta rresoluçión y promesa, juntáronse <en> uno todos los mexicanos, dixeron: "Ya, mexicanos y hermanos n<uest>ros, ya abéis oydo y bisto las promesas y suxeçión, dominio con que se someten a nosotros estos tepanecas azcapuçalcas, ofreçiéndose darnos para n<uest>ras casas madera, tablazón, piedra, cal, y senbrarnos maíz, frisol, calabaça, espeçia de la tierra (chile, tomate), y ser n<uest>ros criados y los mayores de ellos n<uest>ros mayordomos. 11v E agora de presente es n<uest>ro pueblo y n<uest>ros basallos los de Azcapuçalco, agora, como tales señores <que> somos de ellos, haremos rrepartiçión <en>tre nosotros de tierras <que> tienen; e asimismo bosotros, como a n<uest>ros padres, que deçendimos de bosotros, os daremos parte de las tierras que <en>tre nosotros rrepartiéremos, que tengáis de u<uest>ro para bosotros y de buestros hijos deçindientes en onor, que hagáis sacrifiçión a n<uest>ros dioses y de los frutos y rrentas de ellas aya para el sacrifiçio de papel de cortezas y sahumerios de copal (diquedámbar), y lo demás a ellos, y en espeçial la lama de la mar, cuaxado negro (ulli), para u<uest>ros dioses y nuestros. Bamos agora a Mexico Tenuchtitlan a descansar con alegría de n<uest>ra bitoria". Estando en prezençia de Ytzcoatl, dixo en público Atenpanecatl Tlacaeleltzin: "Señor n<uest>ro, ya es uuestro y por fuero de derecho el pueblo de Azcapuçalco y sus tierras y montes, por que os rruego y suplico como uno de buestros basallos <que> los preçipales mexicanos, balerosos capitanes, les hagáis merçed de rrepartirles tierras ganadas en justa guerra por su esfuerço y balor, que están pobres y sus hijos, e para esto se escoxan los más prençipales y más balerosos en la guerra. E asimismo n<uest>ros padres, biexos y pobladores de esta tierra, se les den algunas suertes pequeñas de tierra que tengan de suyo para sustentarse, y tengan rreconosçimiento de esta merçed, y abidas en justa guerra". <Rr>espondió Ytzcoatl, rrey, dixo a Tlacaelel: "Sea mucho de norabuena, que es justa buestra demanda y pedimiento. Comiençen por los prençipales por su estilo y orden de su balor y meresçimiento a conforme, y luego por los uezinos comarcanos pobladores antiguos de n<uest>ra patria y naçión". Comiença el memorial de los balerosos soldados conquistadores de Azcapuçalco: el primero, Cuauhtlecoatl, segundo, Tlaacahuepan y luego Tlaatolçaca, luego otro, Epcoatl y luego Tzompantzin. Los hijos que fueron del rrey Huitzilyhuitl, capitanes soldados, son estos: el primero, llamado Tlacaeleltzin y el segundo Huehueçacan y Huehue Motecçuma y Çitlalcoatl, Aztecoatl y el otro, Axicyotzin y Cuauhtzimitzin y el otro, Xiconoc. De manera que son éstos los prençipales balerosos mexicanos y los fundadores de Mexico Tenuchtitla<n> y los primeros capitanes y conquistadores que ganaron y ensancharo<n> esta gran rrepública y corte mexicana, y las tierras y pueblos que pusieron en suxeçión y cabeça de Mexico Tenuchtitlan; que estos tales prençipales por ellos a sido y es cabeça de Mexico Tenuchtitlan y su grandeza y señorío que oy es, siendo primero Mexico Tenuchtitlan nonbrado "el lugar del tular y cañaberal y laguna çercado" ("tultzalan, acatl ytic, atl ytic Mexico Tenuchtitlam"), que su alto meresçimiento y esfuerço señorearon primeramente las tierras y montes de los tepanecas azcapuçalcas con justo título, causa y rrazón, lapo 12r juntamente lo que es agora llamado el pueblo de Cuyuacan, todos nombrados tepanecas. Y por su orden, curso de tiempo ganaron y conquistaron a Suchimilco, Cuitlahuac y Chalco y los aculhuaques tezcucanos y los de Tepeaca y Ahuiliçapan, Cuetlaxtlan, orillas de la mar de n<uest>ra España, y otros pueblos comarcanos a estos de Cuetlaxtlan, y con ellos a Tuztla; que otros sin estos fueron ganando y conquistando estos balerosos mexicanos, poniéndolo todo <en> cabeça del ymperio mexicano, y en curso de tiempo a Coayxtlahuacan, que es grande su prouinçia, y a Pochtlan y a Teguantepec, Soconusco y Xolotlan y Cozcatlam y a Maxtlan, Yzhuatlan y Guaxaca y Cuextlan, Huitzcoac y Atuçapan y Tuchpa y todos los matalçingas toloqueños, <que> son grandes sus suxetos: Maçahuacan y Xocotitlan, Chiapa y Xiquipilco, Cuahuacan; todos los quales pueblos, tierras ganaron y señorearon estos mexicanos balerosos <en> breue tiempo, de los quales y de sus rrentas de ellos traían de tributo lo más supremo y preçiado: piedras preçiosas, esmeraldas, otras piedras chalchihuitl, oro, preçiada plumería de diuersas maneras y colores, de diuersas maneras de preçiada abes bolantes, nombrados xiuhtototl, tlauhquechol, tzinitzcan, cacao de diuersas maneras y colores, todo género de manta rrica, labradas, grandes de a beinte braças, <que> llaman cuauhmecatl, y de a diez braças y de ocho y de menos braças, los quales les era dado a estos tales prençipales por tributo de ellos, y preçiadas abes biuas <que> llaman çacuan y toznene, papagayos de muchas maneras, y ayocuan, águilas <que> traían los naturales de los pueblos de la costa y orillas de la mar; por lo consiguiente, anymales biuos y sus pellexos adobados, como leones, tigueres, onças y de todas suertes de culebras, géneros de bíuoras, la grandeza temeraria de ellos, como son sus nombres teuctlacoçauhqui, chiauhcoatl y nexhua, y culebras grandes blancas, temerarias su espanto y grandeza, y çolcoatl, mihuacoatl, y culebra <que> la cola es como pescado de hueso hendida por medio, muy temerarias, que por tener sujetos a los naturales, no teniendo tributo que dar, les hazían traer alacranes, çientopiés ponçoñosas; y en partes y pueblos daua<n> piedras de ámbar, cueros de turtugas duras y galanas, con <que> hazían meçedores de cacao a las mil marauillas engastonadas en oro; finalmente de toda cosa <que> se cría y hazen las orillas de la mar los naturales de las costas, y piedras xaspes y cristales y otras que llaman tlaltcocotl y nacazcolli, y todas las flores de colores de tintes para pintar q<ue> los tales tributarios traían.
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Capítulo I De la disposición de los Yngas y de sus costumbres Los Yngas y sus descendientes, de mediana estatura y un poco morenos, traían el cabello algo corto por diferenciarse de los demás indios, que le traían largo en general, y sin ningún género de barba, porque si alguna les salía, con pinzas, que ellos llaman tiranas, se las arrancaban. Eran de condición graves y severos pero, junto con eso, apacibles y discretos, y bien hablados; mudaban cada día cuatro vestidos y ninguno se lo ponían dos veces. En lo que era la comida y servicio suyo, eran de grandísima pompa, porque al día comían tres veces: a la mañana, a la hora de vísperas y a la noche, que en conclusión es almorzar, comer y cenar. Y cuando se sentaban a la mesa salía un tucui ricuc, que hacía oficio de maestresala, con cincuenta pajes hijos de los curacas y gobernadores de las provincias, e iba a la cocina del Ynga y en porcelanas, platos, u ochuas, que es cierto género de tierra, subía los manjares a la mesa, y éste hacía la salva a todos los manjares, y los servía al Ynga; pero después de puestos en la mesa, no los tocaba nadie con la mano. Era la mesa poco más de un palmo de alto y en empezando a comer el Ynga, el que hacía oficio de maestresala estaba de rodillas delante del Ynga, y los que traían los manjares hacían una profundísima inclinación con la cabeza, y luego se postraban de rodillas, y así estaban hasta que se acababa la comida. No tenían necesidad de trinchantes, porque cuando el manjar se guisaba, lo picaban tanto y lo aderezaban tan menudo que ni aun el cuchillo que ellos usaban no hacía oficio en la mesa. Con el Ynga no comía en la mesa nadie, sino era algún hijo muy querido. El vino que bebían bien se sabe que era hecho de maíz, con sumo cuidado y diligencia, que comúnmente llaman chicha, y era extremado y de mucho regalo como ellos lo preparaban. El copero era uno de los más principales orejones, al cual llamaban ancosanaymaci, que es lo mismo que copero. No bebían en vasos de oro, ni de plata, sino en vasos de alguna madera preciosa, llamados entres estos indios queros, de manera que también servía de medicina y preservativo para el que bebía, porque en la bebida, más fácilmente se da cualquiera género de ponzoña, y cada día vemos por nuestros ojos morir muchos indios, que unos a otros se matan brindándose. Pero aunque el Ynga se servía con vajilla de barro y bebía con estos vasos dichos, con todo eso tenía una riquísima vajilla de oro y plata labradas, mil diferencias de vasos, de ollas, de cantarillos, platos a su modo, tazas que ellos llaman aquillas, y cada Ynga, las hacía para sí diversas, y destas sólo servían en alguna fiesta señalada, por majestad y obstentación y, en siviéndose de ellas, porque de nuevo, mejorando las piezas y las labores de ellas, porque tenían por bajeza y miseria servirse dos veces de una cosa y beber dos veces en un vaso. También asistía con el Ynga, cuando comía, un médico de los más favorecidos suyos, y tenía muchos dentro de su Palacio Real, los cuales no podían visitar a ningún enfermo sin licencia del Ynga, ni los barberos sangrar a nadie sin que primero el Ynga lo supiese, y se lo permitiese.
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VIAJE A YUCATÁN VOLUMEN I CAPÍTULO I Embarque. --Compañeros de pasaje. --Una tormenta en el mar. --Arribo a Sisal. --Muestras ornitológicas. --Ciudad de Mérida. --Fiesta de San Cristóbal. --Lotería. --Una escena de confusión. --Pasión por el juego y su principio. --Indio estropeado Recordará el lector de mi libro intitulado, Sucesos de un viaje a la América Central, Chiapas y Yucatán, que, por la enfermedad de mi socio Mr. Catherwood, quedó súbitamente interrumpida nuestra pesquisa de ruinas en este último país. Durante nuestra corta mansión en Yucatán recibimos algunas vagas pero fidedignas noticias de la existencia de grandes y numerosas ciudades desiertas y arruinadas; lo que nos indujo a creer que aquel país presentaba un campo mayor para la investigación y descubrimiento de antigüedades, que ninguno otro visitado hasta entonces por nosotros. En esta inteligencia, la necesidad de abandonar Yucatán fue verdaderamente un contratiempo; y al verificarlo, no quedaba otro consuelo que la esperanza de poder volver, mejor preparados, para hacer una detallada exploración de esta región desconocida. Cerca de un año después, hallámonos en aptitud de realizar nuestro proyecto, y el lunes 9 de octubre de 1841 hicímonos a la vela en Nueva York, a bordo de la barca Tennessee, su capitán Scholefield, con dirección a Sisal, en cuyo puerto nos habíamos embarcado de regreso a los Estados Unidos. La Tennessee era un buque costeño, de doscientas sesenta toneladas, construido al parecer en una de esas grandes factorías en que se fabrican barcos a la orden; pero fuerte, duro y bien equipado y gobernado. Su cargamento estaba arreglado para el mercado de Yucatán, y consistía en una pesada capa de hierro en el fondo; en el medio, varias mercancías entre las cuales había algodón, fusiles y algunos barriles de trementina; y en la parte superior, seiscientos cuñetes de pólvora. Habíamos conseguido un importante aumento a nuestra compañía en la persona del Dr. Cabot, de Boston, quien nos acompañaba en calidad de aficionado, y particularmente como ornitologista. Además de éste, nuestro único compañero de pasaje era Mr. Camarden, que venía a bordo de sobrecargo. Despertonos en la primera mañana un olor extraordinario de trementina; lo cual nos trajo la aprensión de que se hubiese extravasado algún barril, que, puesto en contacto con el algodón, podría haber hecho que se emplease la pólvora antes de llegar a manos del consignatario. Ese olor, sin embargo, provenía de otra causa; y con eso hubimos de calmarnos. En la tarde del cuarto día sufrimos una seria tempestad de relámpagos y truenos. Aunque este fenómeno de los trópicos no nos era desconocido, no por eso estábamos en disposición de dar la bienvenida a semejante huésped. Estalló una descarga de rayos sobre nuestras cabezas; el brillo de la electricidad iluminaba la superficie del agua, haciendo visible nuestra pequeña embarcación, que vacilaba en aquella inmensidad como un punto flotante. Alguna vez desprendíase un rayo en el horizonte, como si se dirigiese expresamente a incendiar la pólvora que venía a bordo. Entramos en una discusión, a cada paso interrumpida, sobre la teoría de los conductores y no conductores, y aconsejamos al capitán que diese alrededor del palo mayor algunas vueltas con el cable-cadena, conduciendo la extremidad al costado del buque. Consolábanos, en medio de aquel conflicto, la idea de que seiscientos cuñetes de pólvora no harían mayor daño que sesenta, y que con seis había lo bastante para que se realizase la obra. En aquel momento, nuestra opinión era que el rayo y la pólvora eran los únicos peligros del mar. Terminada la noche, sin embargo, pasó nuestro sobresalto, y la mañana trajo consigo el único cambio usual a los navegantes. El olvido del pasado peligro. En la noche del séptimo día cruzamos, con una brisa fuerte, el estrecho pasaje conocido con el nombre de Pared horadada; y, antes de que amaneciese, veníamos casi arrebatados del viento, cuya vehemencia era terrible. Nada podía permanecer en su sitio del costado de barlovento, y las oleadas eran monstruosas. Sentado el capitán bajo las batayolas, observaba cuidadosamente la aguja y lanzaba ansiosas miradas a aquella parte del horizonte, de donde parecían desencadenarse los vientos. A la hora del desayuno, gruesas gotas de sudor brotaban de su frente; y, aunque al principio se resistía a admitir la inminencia del peligro, venimos al fin a conocer que lo había realmente, pues marchábamos lanzados con toda la impetuosidad del viento hacia el banco rocalloso conocido con el nombre de Arrecife de Abaco, cuya parte más temible y marcada en los planos con la nota de Peligrosa costa de rocas quedaba justamente bajo nuestro sotavento. Sin que la tormenta se mitigase o cambiase de dirección, no había remedio: en ocho o diez horas debíamos encallar destrozándose nuestro buque. El arrecife sólo estaba muy pocos pies bajo del agua, y distante veinte millas de la tierra firme. Confieso que yo había perdido toda esperanza de un cambio. Si el bajel escollaba debía hacerse pedazos: cada momento estábamos más cerca de nuestra destrucción, y no había poder humano que se atreviese a medir su fuerza con la furia del mar. Sentados con un plano por delante, lo contemplábamos fijamente, con la misma ansiedad con que un condenado a muerte ve llegar la hora fijada para su ejecución. Los signos, con que en el plano estaban marcadas las rocas, nos parecían de un carácter ominoso; y aunque a cada mirada que dirigíamos al mar, éste nos decía que la claridad no contribuiría en nada para aumentar nuestra fuerza en el temido choque contra él, sin embargo, redoblábase nuestra angustia y se aumentaban desagradablemente nuestros sentimientos a conocer, que llegaría la hora crítica al aproximarse la noche. Pero en medio de todo sólo teníamos un consuelo, a saber: que no había a bordo niños ni mujeres; todos teníamos suficiente energía corporal, y éramos capaces de hacer todo cuanto puede el hombre, cuando lucha por salvar su vida. Pero felizmente para el lector de estas páginas, por no decir nada de nosotros mismos, a la una de la tarde aflojó el viento; echamos alguna vela: el buen barco había luchado con éxito por salvarse; gradualmente volvió la popa al arrecife, y a la noche seguíamos nuestro rumbo otra vez con el mayor regocijo. A los veinte y siete días de navegación aferramos nuestras velas a la altura del puerto de Sisal. Había en él cinco buques fondeados, lo cual era para Sisal una extraordinaria circunstancia, y muy feliz para nosotros, pues de otra suerte, como nuestro capitán jamás había estado allí, aunque buscaba cuidadosamente el puerto, difícilmente hubiera dado con él. Nuestro anclaje estaba en una costa abierta, dos o tres millas de la tierra, a cuya distancia era preciso mantenerse para echarse mar a fuera, en caso de que soplase un norte, como le sucedió efectivamente al capitán Scholefield antes de desembarcar su cargamento, viéndose obligado a levar ancla, sin poder volver al puerto sino nueve días después. Apenas serían las cuatro de la tarde, cuando arribamos; pero, según las reglas del puerto, ningún pasajero puede ir a tierra antes de que el buque sea visitado por los oficiales de la sanidad y de la aduana. En vano estuvimos esperando hasta oscurecer, y aun después de salida la luna. Nadie nos hizo caso y tuvimos que resignarnos a dormir a bordo, maldiciendo de la pereza de los oficiales. A la mañana siguiente, cuando salimos sobre cubierta, apercibimos anclado a nuestra popa al bergantín Lucinda, en que habíamos pensado tomar pasaje, y que salió de Nueva York cuatro días después de nosotros. Había arribado durante la noche. Muy temprano vimos dirigirse hacia nosotros, en canoas separadas, a los oficiales de la sanidad y de la aduana. Un hombrecillo de enorme mostacho, que estaba mareado aun antes de llegar a bordo, quedó embarcado en nuestro buque, a la custodia de él, y a pocos minutos se vio precisado a tomar cama. Terminadas brevemente todas las formalidades, fuimos por fin a tierra, en donde terminó al instante todo el mal humor que nos había causado el habernos visto obligados a pasar a bordo una noche más. Nuestra primera visita no se había olvidado. La relación que de ella hicimos se había traducido y publicado, y tan pronto como se conoció el objeto de nuestra vuelta, todas las dificultades nos fueron allanadas: nuestros baúles, cajas y demás bultos de equipaje pasaron por la aduana sin registro. Nada había aumentado en casas ni habitantes la pequeña villa de Sisal; y, por lo mismo, no había ningún nuevo atractivo que nos indujese a permanecer allí. Así, pues, en la tarde de aquel mismo día remitimos nuestro equipaje a Mérida en una carreta, y a la mañana siguiente salimos en calesas. Los suburbios de la villa estaban inundados; y nuestros caballos, por más de una milla, llevaban el agua hasta sobre las corvas; pero más adelante el terreno estaba seco, duro y con grandes hendiduras. Terminaba entonces la estación de las lluvias, y la gran masa de aguas llovedizas, sin el auxilio de un arroyo o canal para desahogarse, permanecía estancada, evaporándose bajo el influjo de un sol abrasador, y dejando inficionada la tierra de gases deletéreos. Habíamos llegado en medio de la plenitud de la vegetación tropical: los hermosos árboles que veíamos a uno y otro lado del camino estaban en lo más frondoso de su verdura, y el Dr. Cabot nos abrió una nueva fuente de interés y de belleza. Con objeto de entregarse desde luego a sus ocupaciones, viajaba solo en la primera calesa; y, antes de que avanzase mucho, vimos el cañón de su escopeta dirigirse a uno de los lados del camino y en el instante cayó un pájaro. El doctor había visto en Sisal garzas, pelícanos y patos que eran raros en las colecciones de nuestro país; y más que todo, un pavo silvestre que él solo, en opinión del doctor, merecía atraer a un viajero hasta aquel sitio. Así, pues, nuestra atención atraída particularmente por aquel objeto nos representaba los matorrales brillantes con el plumaje de los pájaros, y armoniosos con su canto. En el camino observamos cuatro diferentes especies totalmente desconocidas en los Estados Unidos, y otras seis que únicamente se encuentran en la Luisiana y la Florida; de la mayor parte de ellas nos procuramos algunas muestras. Detuvímonos en Hunucmá durante el calor del día; y al anochecer llegamos a Mérida, dirigiéndonos, como la primera vez, a la casa de D.? Micaela. Viniendo ahora directamente de nuestro país, en verdad que nuestra excitación no fue tan viva al llegar a aquella casa como cuando la vivimos después de nuestro desagradable y penoso viaje de Centroamérica. Sin embargo, me sentaría muy mal despreciarla ahora, porque la señora había leído la relación de mi primera visita a Mérida y decía con un énfasis que disimulaba todo lo demás que las fechas de entrada y salida, tales como las había yo referido en mi libro, correspondían exactamente con las notas de su registro. Llegamos a Mérida en una ocasión muy oportuna, pues lo mismo que la primera vez era la actual también una época de fiesta. El novenario de San Cristóbal estaba al terminarse, y casualmente aquella noche debía haber en la iglesia una gran función dedicada al santo. No teníamos tiempo que perder, y así, después de haber cenado precipitadamente, nos dirigimos a la iglesia, guiados de un mozo indio perteneciente a la casa. Muy pronto nos encontramos en la calle principal de San Cristóbal, en la cual parecía hallarse reunida toda la población de Mérida, puesta en movimiento para la fiesta. Veíanse en cada casa o un farol colgado de las ventanas, o asentada una vela grande bajo una guardabrisa para iluminar el camino a los transeúntes. Al extremo de la calle había una gran plaza, en uno de cuyos lados estaba la iglesia con su frontispicio brillantemente iluminado; y, en el atrio, los escalones y la gran plaza, había una inmensa masa movible de hombres, mujeres y niños, indios en su mayor parte, y vestidos de blanco. Abrímonos camino hasta la puerta y hallamos iluminada la iglesia con un brillo deslumbrador. Dos filas de candelabros, en que había velas de cera de ocho o diez pies de elevación, se extendían desde la puerta hasta el altar; y desde el piso hasta la bóveda, por ambos lados, pendían innumerables lámparas. Allá en la testera, sobre una elevada plataforma había un altar de treinta pies de elevación, enriquecido de adornos de plata y vasos de flores e iluminado con una multitud de lámparas. Los sacerdotes ataviados de sus vestiduras religiosas oficiaban delante de ese altar; la música llenaba el coro y las bóvedas; y el pavimento de la inmensa iglesia estaba cubierto de mujeres de rodillas, vestidas de blanco y con tocas también blancas en las cabezas. Un solo hombre no se veía en toda la extensión de la iglesia. Cerca de nosotros estaba un grupo de niñas, hermosamente adornadas, con ojos negros y enlazado su cabello con flores, todo lo cual, a pesar de que era yo un año más viejo y por consiguiente estaba más frío, ratifico mis anteriores impresiones sobre la belleza de las señoras de Mérida. Terminado el canto, incorporáronse las mujeres; su apariencia, en ese momento, era la de una blanca nube que se balancea, o la de una reunión de espíritus próxima a elevarse por los aires para dirigirse a un mundo más puro; pero tan pronto como se encaminaron hacia la puerta, oscureciose el horizonte y resaltaba sobre la primera mitad de la nube otra mitad negra; como si dijéramos una nube impregnada de electricidad. Todas las filas del frente eran de indios, y sólo aparecía entre ellas un corpulento africano, tan negro como la primera hora de la noche. Esperamos hasta que salió el último concurrente; y, dejando entonces la vacía iglesia, brillando aún con toda su espléndida iluminación, seguimos a la muchedumbre que descendía por los escalones del atrio en medio de un singular estrépito, formado de la mezcla de cohetes, tambores y violines. Tomando el costado izquierdo de la plaza, entramos en una calle iluminada, en cuya extremidad, y como interceptando el paso, había pendiente una gigantesca cruz de luces. Como acabábamos de salir de la iglesia, juzgamos que la tal cruz tendría alguna conexión con las ceremonias que un momento antes habíamos presenciado; pero cerca de ella, y enfrente de una casa iluminada también con mucho brillo, se detuvo la multitud. La puerta de esta casa, lo mismo que la de la iglesia estaba abierta para el que gustase entrar, o, para hablar con más propiedad, para todo el que quisiese y pudiese abrirse paso a través de ella. Siguiendo el movimiento de la turba que estaba delante de nosotros, y empujados por los de atrás, logramos a duras penas penetrar hasta la sala. Era ésta una gran pieza, que se extendía a lo largo del frontispicio de la casa, cálida hasta el grado de sofocación, henchida de hombres y mujeres, señoras y caballeros o como quiera llamárseles, y estrepitosa a manera de una casa de locos, en que los pacientes anduviesen sueltos. Por algún tiempo nos fue imposible comprender lo que ocurría. Gradualmente fuimos recorriendo la sala a empellones, recibiendo codazos y pisadas y sufriendo, alguna vez, que el ala de un sombrero de paja nos raspase la nariz, o que una bocanada de humo de tabaco se nos metiese en los ojos. Muy pronto se bañaron de lágrimas nuestras pobres caras, sin que allí hubiese una mano amiga que las enjugase, pues que las nuestras iban materialmente aprensadas contra las costillas. A cada lado de la sala, y ocupando toda su extensión, había una tosca mesa hecha de tablas sin pulir, y en la cual se veían algunas velas colocadas en candelerillos de hoja de lata, separado el uno del otro como a dos pies de distancia. De idéntico material al de las mesas, había a lo largo de ella muchas bancas, en donde estaban sentados indistintamente hombres y mujeres, blancos, mestizos e indios, apretados aun más de lo que podría permitir la solidez y ordinaria resistencia de la carne humana. Cada una de las personas sentadas a la mesa tenía delante de sí un retazo de papel, de un pie en cuadro, cubierto de figuras arregladas en línea, un montoncito de granos de maíz, y a su lado una cachiporra de dieciocho pulgadas de largo y una de diámetro. Entretanto en medio de aquel ruido, algazara y confusión, inclinábanse constantemente los ojos a los papeles que tenían delante; y en aquel sitio abrasador parecía la concurrencia un ejército de nigrománticos y brujas, entre ellas algunas jóvenes y extremadamente bellas, que se daban al ejercicio de la magia negra. De la sala pudimos pasar al corredor, y llegamos empujados hasta una especie de túmulo. Un diablillo de muchacho, director al parecer de aquella orgía nocturna, colocado sobre una plataforma, hacía sonar un saco de bolas lanzando gritos chillones, que se percibían con toda claridad y distinción en medio del estrépito que reinaba alrededor. En aquel momento, el ruido y el tumulto subían hasta el grado más elevado. Toda la casa parecía en abierta insurrección contra el muchacho, mientras él, con sólo su cabeza, o, mejor dicho, con sólo su lengua, luchaba contra la turba lanzando el torrente de su potencia bucal, que se abría paso triunfalmente a través de las ensoberbecidas oleadas, hasta que, agobiado por una inmensa mayoría y cediendo a ella con un tono que hacía rugir a la muchedumbre, y mostraba la democracia de sus principios, exclamó: Vox populi, vox Dei. Lo mismo que en la sala, había, a lo largo del corredor y en toda el área del patio, bancas, mesas, retazos de papel, granos de maíz, cachiporras y hombres y mujeres mezclados en confusión. Los puntos de tránsito estaban materialmente henchidos de espectadores que, sobre las cabezas de los que estaban sentados en cada mesa, tenían fija la vista sobre los misteriosos papeles. Había allí viejos, muchachos, muchachas, criaturas, padres y madres; maridos y mujeres; amos y criados; empleados superiores, arrieros y toreadores; señoras y señoritas con joyas en la garganta y rosas en el cabello; indias con su ligera toca blanca, belleza y deformidad; lo más elevado y lo más abatido de Mérida, formando un todo, acaso de más de dos mil personas. ¡Y esta gran muchedumbre, entre las cuales estaban personas que habíamos visto poco antes orando en el templo, y principalmente aquel grupo de niñas que habíamos admirado, se hallaba reunida ahora en una casa pública de juego! ¡Bello espectáculo, por cierto, para un extranjero en la primera noche de su llegada a la capital! Pero no es tan bravo el león como lo pintan. Yo no intento hacer una apología del juego en Yucatán, que es ciertamente la ruina y el azote de todas las clases de la sociedad: pero Mérida es, hasta cierto punto, una ciudad de mi cariño y haré por sacar a esta gran masa de gente del golfo en que acabo de sumergirla, o por lo menos le haré sacar siquiera la cabeza sobre la superficie del agua. Me explicaré. La clase de juego a que se entregaban aquellas buenas gentes se llama Lotería; y es una diversión favorita en todas las provincias mexicanas. En Yucatán se extiende a todos los pueblos de la península. Lo mismo que sucedió antiguamente entre nosotros de un modo tan pernicioso, la lotería está autorizada por el gobierno, y es un medio de colectar fondos para el erario público y para otros objetos que se cree merecerlo. El principio de este juego o treta consiste en la diferente combinación de los números desde uno hasta noventa, escritos sobre un pliego de papel en nueve líneas de cada lado, y cinco numeraciones en cada línea. Como las noventa figuras pueden combinarse hasta un término casi indefinido, puede también emitirse un número considerable de papeles o cartillas con diversas combinaciones, y que marcadas con el sello del gobierno se venden a real cada una. Los jugadores las compran y las fijan delante de sí sobre las mesas, asegurándolas con obleas. En seguida se forma una bolsa o fondo común, en que cada jugador pone una módica suma, que un muchacho va colectando en su sombrero. El otro muchacho encargado del saquillo que contiene las bolas numeradas anuncia entonces el monto de la bolsa, y va extrayendo las bolas una por una y cantando el número salido, que cada jugador marca en su cartilla con un grano de maíz; y el primero que logra combinar cinco números en una línea gana la bolsa; lo cual se anuncia dando golpes sobre la mesa con la cachiporra que el jugador tiene a su lado. El muchacho de las bolas recorre de nuevo los cinco números marcados en la línea, y, si de la comparación resulta que todo está arreglado, entrega el contenido de la bolsa, se termina el juego y comienza otro. Suelen ocurrir algunas equivocaciones, y era precisamente una de ellas la que había sobrevenido cuando, en medio de la confusión y un clamor extraordinario, llegamos al corredor cerca del muchacho que cantaba las bolas. El valor de lo que se juega puede dar una idea del carácter de semejante juego. Antes de comenzarse, el muchacho anuncia que en ningún caso excedería el lote de dos reales; lo cual sin embargo se consideraba excesivo, y por consentimiento general se había fijado en medio real o seis un cuarto centavos. La mayor suma cantada por el muchacho apenas subió a veintisiete pesos tres reales, que, dividida entre cuatrocientos y treinta y ocho jugadores, no hace en verdad un juego de mucho valor. En efecto, un caballero anciano, cerca del cual estaba yo en pie, me dijo que aquél era un negocio de poca importancia, que no valía la pena; pero que en un sitio vecino había un monte en que se jugaban doblones. El monto total de la suma que circulaba durante la noche es mucho menor de la que se emplea frecuentemente en nuestros pequeños partys, en los cuales no hay individuo a quien se haga ciertamente la imputación de jugador. Acaso es de toda justicia decir que aquel inmenso gentío no se había reunido allí con el objeto exclusivo de jugar. El pueblo de Mérida vive de diversiones, y, a falta de teatros y otros entretenimientos públicos, la Lotería es un gran punto de reunión a donde van personas de todas edades y clases para encontrar a sus conocidos. Ricos, pobres, grandes y pequeños se juntan bajo un mismo techo, sobre un pie de perfecta igualdad, y se cultivan, sin degradación, los buenos sentimientos. Familias enteras van allí: los jóvenes de ambos sexos se procuran asientos cercanos entre sí y juegan a un juego más desesperado que la Lotería, en que se apuestan los corazones, o las manos por lo menos; y tal noche puede sobrevenir en que acaso un atrevido jugador, al perder sus mediecillos, obtenga un premio de más importancia que la bolsa de veinte y siete pesos tres reales. En efecto, la Lotería es considerada como un mero accesorio a los placeres de la vida social; y, en vez de juego, puede llamarse esto una gran conversación, aunque no muy selecta en verdad. A lo menos, tal fue nuestro juicio; y de veras que sobraban motivos para que este juicio fuese menos caritativo, porque el sitio era suficientemente abrasador para justificar la aplicación de este nombre, que se da, en la locución común, a las casas de juego de Londres y París. Cerca de las once de la noche salimos de la Lotería. Al bajar la calle, pasamos por la puerta abierta de una casa, en que había mesas cubiertas de oro y plata y jugadores alrededor de ellas; lo cual, según me dijo el viejo de la Lotería, era un juego que valía la pena. Volvimos a casa y nos encontramos con lo que nuestra precipitación de ir a la fiesta nos había impedido observar, a saber: que D.? Micaela sólo nos había dado un cuarto para los tres, demasiado pequeño y cercano a la puerta de la calle. Como nuestra determinación era la de permanecer algunos días en Mérida, resolvimos a la mañana siguiente poner casa. Mientras estábamos procurando arreglarnos para pasar de algún modo aquella noche, oyose a la puerta un ruido fuerte y extraño; y, saliendo a ver lo que lo motivaba, nos encontramos con el cancerbero de aquella mansión, un indio viejo miserablemente deforme: echado en el suelo con las piernas para arriba, con la cabeza y cuello extendidos, y los ojos fuera de su órbita. Lanzaba un ultrajante soliloquio en lengua maya, y al presentarnos subió de punto su declaración. Ni los signos, ni las amenazas produjeron efecto ninguno sobre él. Seguro en su deformidad, parecía sentir un malicioso placer en su poder de fastidiarnos impunemente. Dejámosle y nos dormimos profundamente, mientras él proseguía en su declamación en lengua maya. Así pasó nuestra primera noche en Mérida.
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Capítulo I La tierra de Yucatán Que Yucatán no es isla ni punta que entra en la mar como algunos pensaron, sino tierra firme, y que se engañaron por la punta de Cotoch que hace la mar entrando por la bahía de la Ascensión hacia Golfo Dulce, y por la punta que por esta otra parte, hacia México, hace la Desconocida antes de llegar a Campeche, o por el extendimiento de las lagunas que hace la mar entrando por Puerto Real y Dos Bocas. Que es tierra muy llana y limpia de sierras, y que por esto no se descubre desde los navíos hasta muy cerca salvo entre Campeche y Champotón donde se miran unas serrezetas y un Morro de ellas que llaman de los diablos. Que viniendo de Veracruz por parte de la punta de Cotoch, está en menos de 20 grados, y por la boca de Puerto Real en más de 23, y que bien tiene de un cabo al otro 130 leguas de largo camino derecho. Que su costa es baja, y por esto los navíos grandes van algo apartados de tierra. Que la costa es muy sucia de peñas y pizarrales ásperos que gastan mucho los cables de los navíos, y que tienen mucha lama, por lo cual aunque los navíos den a la costa, se pierde poca gente. Que es tan grande la menguante de la mar, en especial en la bahía de Campeche, que muchas veces queda medía legua en seco por algunas partes. Que con estas grandes menguantes se quedan en las ovas, y lama y charcos, muchos pescados pequeños de que se mantiene mucha gente. Que atraviesa a Yucatán de esquina a esquina una sierra pequeña que comienza cerca de Champotón y va hasta la villa de Salamanca que es el cornijal contrario al de Champotón. Que esta sierra divide a Yucatán en dos partes, y que la parte de mediodía, hacia Lacandón y Taiza, está despoblada por falta de agua, que no la hay sino cuando llueve. La otra que es al norte, está poblada. Que esta tierra es muy caliente y el sol quema mucho aunque no faltan aires frescos como brisa o solano que allí reina mucho, y por las tardes la virazón de la mar. Que en esta tierra vive mucho la gente, y que se ha hallado hombre de ciento cuarenta años. Que comienza el invierno desde San Francisco y dura hasta fin de marzo, porque en este tiempo corren los nortes y causan catarros recios y calenturas por estar la gente mal vestida. Que por fin de enero y febrero hay un veranillo de recios soles y no llueve en ese tiempo sino a las entradas de las lunas. Que las aguas comienzan desde abril hasta fin de septiembre, y que en este tiempo siembran todas sus cosas y vienen a maduración aunque siempre llueva; y que siembran cierto género de maíz por San Francisco que se coge brevemente. Que esta provincia se llama en lengua de los indios Ulumil cutz yetelceh que quiere decir tierra de pavos y venados, y que también la llamaron Petén que quiere decir isla, engañados por las ensenadas y bahías dichas. Que cuando Francisco Hernández de Córdoba llegó a esta tierra saltando en la punta que él llamó cabo de Cotoch, halló ciertos pescadores indios y les preguntó qué tierra era aquella y que le respondieron Cotoch, que quiere decir nuestras casas y nuestra patria, y que por esto se puso este nombre a aquella punta, y que preguntándoles más por señas que cómo era suya aquella tierra, respondieron ciuthan que quiere decir, dícenlo; y que los españoles la llamaron Yucatán, y que esto se entendió de uno de los conquistadores viejos llamado Blas Hernández que fue con el Adelantado la primera vez. Que Yucatán, a la parte del mediodía, tiene los ríos de Taiza y las sierras de Lacandón, y que entre mediodía y poniente cae la provincia de Chiapa, y que para pasar a ella se habían de atravesar los cuatro ríos que descienden de las sierras que con otros se viene a hacer San Pedro y San Pablo, río que descubrió en Tabasco Grijalva; que al poniente está Xicalango y Tabasco, que son una misma provincia. Que entre esta provincia de Tabasco y Yucatán están las dos bocas que rompe la mar, y que la mayor de éstas tiene una legua grande de abertura y que la otra no es muy grande. Que entra la mar por estas bocas con tanta furia que se hace una gran laguna abundante de todos pescados y tan llena de isletas, que los indios ponen señales en los árboles para acertar el camino para ir o venir navegando de Tabasco a Yucatán; y que estas islas y sus playas y arenales están llenos de tanta diversidad de aves marinas que es cosa de admiración y hermosura; y que también hay infinita caza de venados, conejos, puercos de los de aquella tierra, y monos, que no los hay en Yucatán. Que hay muchas iguanas que espanta, y en una de (las isletas) está un pueblo que llaman Tixchel. Que al norte tiene la isla de Cuba, y a 60 leguas muy enfrente la Habana, y algo adelante una islilla de Cuba, que dicen de Pinos. Que al oriente tiene a Honduras y que entre Honduras y Yucatán se hace una muy gran ensenada de mar la cual llamó Grijalva Bahía de la Ascensión, y que está tan llena de isletas y que se pierden en ellas navíos, principalmente los de la contratación de Yucatán a Honduras; y que hará 15 años que se perdió una barca con mucha gente y ropa, y al zozobrar el navío se ahogaron todos salvo un (tal) Majuelas y otros cuatro que se abrazaron a un gran pedazo de árbol del navío y anduvieron así tres o cuatro días sin poder llegar a ninguna de las islillas, y que se ahogaron faltándoles las fuerzas, menos Majuelas que salió medio muerto y tornó en sí comiendo caracolejos y almejas; y que desde la islilla pasó a tierra en una balsa que hizo de ramas como mejor pudo; y pasado a tierra firme, buscando de comer en la ribera, topó con un cangrejo que le cortó el dedo pulgar por la primera coyuntura con gravísimo dolor. Y tomó a tiento la derrota por un áspero monte para la villa de Salamanca, y que anochecido se subió a un árbol y que desde allí vió un gran tigre que se puso en acechanza de una cierva, y se la vio matar y que la mañana (siguiente) él comió de lo que había quedado. Que Yucatán tiene algo más abajo y enfrente de la Punta de Cotoch a Cuzmil, 5 leguas de una canal de muy grande corriente, que hace la mar entre ella y la Isla. Que Cuzmil es isla de quince leguas de largo y cinco de ancho, en que hay pocos indios y son de la lengua y costumbres de los de Yucatán, y está en 20 grados a esta parte de la equinoccial. Que la isla de las Mujeres está a trece leguas abajo de la punta de Cotoch y a dos leguas de tierra enfrente de Ekab.
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Capítulo I Que trata del principio que tuvo Pedro de Valdivia, y de cómo pasó a Italia, y vuelto a España pasó a Indias Pedro de Valdivia era natural de Castuera, hijodalgo, y como sus pasados habían servido a la Corona real de España en tiempo que se conquistaba de moros, y como habían sido personas tenidas y estimadas, y su ejercicio era emplearse en el arte militar, viendo Pedro de Valdivia que ya era de edad para aquel ejercicio que sus pasados habían usado, acordó negar su patria y natural parentela e irse, como se fue, a Italia a servir a Su Majestad y gastar en su cesáreo servicio los años más floridos de su vida, como sus predecesores lo habían acostumbrado. Y así comenzó en Flandes, hallándose en Valenciana con Su Majestad cuando el rey de Francia fue a la sitiar. De allí vino a Italia, donde sirvió en ella en tiempo del Próspero Colona y marqués de Pescara, y en el adquirir el estado de Milán en tiempo de musior de Borbón y de Antonio de Leiva. Hallóse con él cuando fue él sobre Roma, y en aquel tiempo hizo cosas señaladas, como hallándose en la de Pavía, donde fue preso el rey de Francia. Tuvieron cuenta con su persona por merecerlo sus servicios todos estos señores con él. Hallóse también en el sitio de Nápoles cuando murió musior de Lutreque y se desbarataron los franceses. Y pareciéndole que en las cosas de la guerra del Papa y el rey de Francia y potestades de Italia para la paz de la cristiandad ya habían cesado las guerras, volvió a España, y deseando más servir y llevar su propósito adelante en el servicio de Su Majestad, pasó a Indias y vino a la isla Española, y de allí fue a Santa Marta, y no hallando en que emplear su persona vino al Nombre de Dios, donde supo por ciertos mensajeros que el marqués don Francisco Pizarro enviaba por socorro, a causa de haberse los naturales del Perú rebelado por haber hecho una entrada don Diego de Almagro y sacado la más gente de la tierra. Oído esto, Pedro de Valdivia ayuntó sus amigos y fue a Panamá, donde se embarcó y fue a la costa del Perú. Y en este tiempo había vuelto don Diego de Almagro de las provincias de Chile con toda la gente, y fue al Cuzco y prendió a Hernando Pizarro, que por teniente del marqués estaba. Y apoderóse en la ciudad, publicando enemistad don Francisco Pizarro. Sabido esta nueva por el marqués, la vuelta de don Diego de Almagro y el suceso, ayuntó sus amigos y salió de la ciudad de los Reyes para el valle de la Nasca. Y en el camino despachó Alonso Alvarado con cierta gente que fuese a la puente de Abancay, que son veinte leguas del Cuzco, y que de allí supiese la intención de don Diego de Almagro. Llegado el marqués al valle de la Nasca, asentó su real donde le llegó una carta de Alonso de Alvarado en que le hacía saber, que en vez de servir al rey se había apoderado en el Cuzco él y su gente, y que Hernando Pizarro le había querido defender la entrada y no fue parte, y que decía la gente que tenía, que aquella tierra era de don Diego de Almagro. Y sobre ésta fue la discordia, porque eran entrambos gobernadores e no se había señalado ni partido la gobernación entre ellos. Y como entre los españoles que el adelantado don Diego de Almagro tenía, había algunos de malas intenciones, fueron parte a hacerle volver de las provincias de Chile donde había ido, que de la ciudad de los Reyes a ellas hay quinientas leguas. Alonso de Alvarado envió a decir en su carta que no se quitaría ni movería de donde estaba hasta ver su mandato.
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Capítulo I Crónica de los antepasados el primer hombre de la familia Canul. La calabaza blanca, la hierba y el palo mulato son su enramada... El palo de Campeche es la choza de Yaxum, el primer hombre del linaje Cauich. El Señor del Sur es el tronco del linaje del gran Uc. Xkantacay es su nombre. Y es el tronco del linaje de Ah Puch. Nueve ríos los guardaban. Nueve montañas los guardaban. El pedernal rojo es la sagrada piedra de Ah Chac Mucen Cab. La Madre Ceiba Roja, su Centro Escondido, está en el Oriente. El chacalpucté es el árbol de ellos. Suyos son el zapote rojo y los bejucos rojos. Los pavos rojos de cresta amarilla son sus pavos. El maíz rojo y tostado es su maíz. El pedernal blanco es la sagrada piedra del Norte. La Madre Ceiba Blanca es el Centro Invisible de Sac Mucen Cab. Los pavos blancos son sus pavos. Los frijoles lima blancos son sus frijoles. El maíz blanco es su maíz. El pedernal negro es la piedra del Poniente. La Madre Ceiba Negra es su Centro Escondido. El maíz pinto es su maíz. El camote de pezón negro es su camote. Las palomas negras silvestres son sus pavos. El akab chan (variedad de maíz) es su maíz. El frijol negro es su frijol. El frijol lima negro es su frijol. El pedernal amarillo es la piedra del Sur. La Madre Ceiba Amarilla es su Centro Escondido. El pucté amarillo es su árbol. El pucté amarillo es su camote. Las palomas silvestres amarillas son sus pavos. El maíz amarillo es su mazorca. El Once Ahau es el katún en que aconteció que tomaron posesión de los lugares. Y empezó a venir Ah Ppisté. Este Ah Ppisté era el medidor de la tierra. Y entonces vino Chacté Abán, a buscar sus lugares de descanso y fin de sus jornadas. Y vino Uac Habnal a marcar las medidas con señales de hierba, entretanto venía Miscit Ahau a limpiar las tierras medidas, y entretanto venía Ah Ppisul, el medidor, el cual medía amplios lugares de descanso. Fue cuando se establecieron los jefes de los rumbos Ix Noh Uc, Jefe del Oriente. Ox Tocoy Moo, Jefe del Oriente. Ox Pauah, jefe del Oriente. Ah Mis, jefe del Oriente. Batún, Jefe del Norte. Ah Puch, Jefe del Norte. Balamná, Jefe del Norte. Aké, Jefe del Norte. Kan, Jefe del Poniente. Ah Chab, Jefe del Poniente. Ah Uucuch, Jefe del Poniente. Ah Yamás, jefe del Sur. Ah Puch, Jefe del Sur. Cauich, Jefe del Sur. Ah Couoh, Jefe del Sur. Ah Puc, Jefe del Sur. La gran Abeja Roja es la que está en el Oriente. Las flores de corola roja son sus jícaras. La flor encarnada es su flor. La gran Abeja Blanca es la que está en el Norte. Las flores de corola blanca son sus jícaras. La flor blanca es su flor. La gran Abeja Negra es la que está en el Poniente. El lirio negro es su jícara. La flor negra es su flor. La gran Abeja Amarilla es la que está en el Sur. La flor amarilla es su jícara. La flor amarilla es su flor. Entonces se multiplicó la muchedumbre de los hijos de las abejas, en la pequeña Cuzamil. Y allí fue la flor de la miel, la jícara de la miel y el primer colmenar y el corazón de la tierra. Kin Pauah era el gran sacerdote, el que gobernaba el ejército de los guerreros y era el guardián de Ah Hulneb, en el altar de Cuzamil. Y de Ah Yax Ac-chinab y de Kinich Kakmó. A Ah-Itz-tzim-thul chac reverenciaban en Ich-caan-sihó, los de Uayom Chchichch. Eran sacerdotes en Ich-caan-sihó, Canul, IxPop-ti-Balam, los dos Ah Kin Chablé. Su Rey era Cabal-Xiú. Los sacerdotes de Uxmal reverenciaban a Chac, los sacerdotes del tiempo antiguo. Y fue traído Hapai-Can en el barco de los Chan. Cuando éste llegó, se marcaron con sangre las paredes de Uxmal. Entonces fue robada la Serpiente de Vida de Chac-xib-chac, la Serpiente de Vida de Sac-xib-chac fue robada. Y la Serpiente de Vida de Ek-yuuan-chac fue arrebatada también. IxSac-belis era el nombre de la abuela de ellos. Chac-ek-yuuan-chac era su padre. Hun-yuuan-chac era el hermano menor. Uoh-Puc era su nombre. Esto se escribió: "Uoh", en la palma de su mano. Y se escribió: "Uoh", debajo de su garganta. Y se escribió en la planta de su pie. Y se escribió en el brazo de Ah Uoh-Pucil. No eran dioses. Eran gigantes. Solamente al verdadero dios Gran Padre adoraban en la lengua de la sabiduría en Mayapán. Ah Kin Cobá era sacerdote dentro de las murallas. Tzulim Chan en el Poniente. Nauat era el guardían en la puerta de la fortaleza del Sur. Couoh era el guardián en la puerta de la fortaleza del oriente. Ah-Ek era otro de sus señores. He aquí su Señor: Ah Tapai Nok Cauich era el nombre de su Halach-Uinic, Hunacceel, el servidor de Ah Mex-cuc. Y éste pidió entonces una flor entera. Y pidió una estera blanca. Y pidió dos vestidos. Y pidió pavos azules. Y pidió su lazo de caza. Y pidió vasijas. Y de allí salieron y llegaron a Ppole. Allí crecieron los Itzaes. Allí entonces tuvieron por madre a Ix Ppol. He aquí que llegaron a Aké. Allí les nacieron hijos, allí se nutrieron. Aké es el nombre de este lugar, decían. Entonces llegaron a Alaa. Alaa es el nombre de este lugar, decían. Y vinieron a Kanholá. Y vinieron a Tixchel. Allí se elevó su lenguaje, allí subió su conocimiento. Y entonces llegaron a Ninum. Allí aumentó su lengua, allí aumentó el saber de los Itzaes. Y llegaron a Chikin-dzonot. Allí se volvieron sus rostros al Poniente. Chikin-dzonot es el nombre de este lugar, decían. Y llegaron a Tzuc-op. Allí se dividieron en grupos, bajo un árbol de anona. Tzuc-op es el nombre de este lugar, dijeron. Y llegaron a Tah-cab, donde castraban miel los Itzaes, para que fuera bebida por la Imagen del Sol. Y se castró miel y fue bebida. Cabilnebá es su nombre. Y llegaron a Kikil. Allí se enfermaron de disentería. Kikil es el nombre de este lugar, dijeron. Y llegaron a Panab-haá. Allí cavaron buscando agua. Y cuando vinieron de allí, recargaron sus cargas con agua, con agua de lo profundo. Y llegaron a Yalsihón. Yalsihón es el nombre de este lugar, que se pobló. Y llegaron a Xppitah, pueblo también. Y entonces llegaron a Kancab-dzonot. De allí salieron y llegaron a Dzulá. Y vinieron a Pib-hal-dzonot. Y llegaron a Tah-aac, que así se nombra. Y vinieron al lugar que es nombrado T-Cooh. Allí compraron palabras a precio caro, allí compraron conocimientos. Ti-Cooh es el nombre de este lugar. Y llegaron a Tikal. Allí se encerraron. Tikal es el nombre de este lugar. Y vinieron a Ti-maax Allí se magullaron a golpes unos a otros los guerreros. Y llegaron a Buc-tzotz. Allí vistieron los cabellos de sus cabezas. Buctzotz se llama este lugar, decían. Y llegaron a Dzidzontun. Allí empezaron a conquistar tierras. Dzidholtun es el nombre de este lugar. Y llegaron a Yobain. Allí fueron transformados en caimanes por su abuelo Ah Yamás, Señor de la orilla del mar. Y llegaron a Sinanché. Allí fueron encantados por el mal espíritu nombrado Sinanché. Y llegaron al pueblo de Chac. Y llegaron a Dzeuc y Pisilbá, pueblos de parientes. Y a otro, a donde habían llegado sus abuelos. Allí se aliviaron sus ánimos. Dzemul es el nombre de este lugar. Y llegaron a Kini, lugar de Xkil, Itzam-Pech y Xdzeuc, sus allegados. Cuando llegaron a Chibicnal, donde estaban Xkil e ItzamPech, era tiempo de dolor para ellos. Y llegaron a Baca. Allí les cayó el agua. Baca es aquí, decían. Y llegaron a Sabacnail, lugar de sus antepasados, troncos de la casta de Ah-Na(h). Los Chel-Na(h) eran sus antepasados. Cuando llegaron a Benaa recordaron su origen materno. Y vinieron a Ixil. Y fueron a Chulul. Y llegaron a Chichicaan. Y entonces fueron a Holtún-Chablé. Y vinieron a Itzamná. Y vinieron a Chubulná. Y llegaron a Caucel. Allí el frío se apoderó de ellos. "Cá-ú-ceel" (cuando se produjo el frío o la turbación) es aquí, decían. Y entonces llegaron a Ucú. Allí dijeron: Yá-ú-cú (le duele el codo). Y fueron a Hunucmá. Y llegaron a kinchil. Y fueron a Kaná. Y llegaron a Xpetón, pueblo. Y llegaron a Sahab-balam. Y llegaron a Tah-cum-chakán. Y llegaron a Balché. Y llegaron a Uxmal. De allí salieron y llegaron a Yubak. Y llegaron a Munaa. Allí se hizo tierno su lenguaje y se hizo suave su saber. Y fueron a Ox-loch-hok. Y fueron a Chac-Akal. Y fueron a Xocné-ceh. El venado era su genio tutelar cuando llegaron. Y fueron a Ppustunich. Y fueron a Pucnal-Chac. Y fueron a Ppencuyut. Y fueron a Paxueuet. Y llegaron a Xayá. Y llegaron al lugar nombrado Tistis. Y llegaron a Chican. Y llegaron a Tix-meuac. Y llegaron a Hunacthi. Y llegaron a Tzalis. Y llegaron a Musbulna(h). Y llegaron a Tixcan. Y llegaron a Lop. Y llegaron a Cheemi-uán. Y llegaron a Ox-cah-uanká. Y fueron a Sacbacel-caan. Cuando llegaron a Cetelac ya estaban completos los nombres de los pueblos que no lo tenían, y los de los pozos, para que se pudiera saber por dónde habían pasado caminando para ver si era buena la tierra y si se establecían en estos lugares. El "ordenamiento de la tierra" decían que se llamaba esto. Nuestro Padre Dios fue el que ordenó esta tierra. El creó todas las cosas del mundo y las ordenó. Y aquellos pusieron nombre al país y a los pueblos, y pusieron nombre a los pozos en donde se establecían y pusieron nombres a las tierras altas que poblaban y pusieron nombre a los campos en que hacían sus moradas. Porque nunca nadie había llegado aquí, a la "garganta de la tierra", cuando nosotros llegamos. Subinché. Kaua. Cum-canul. Ti-em-tun. Allí bajaron piedras preciosas. Sizal. Sacií. Ti-dzoc. Allí acabó el curso del Katún. Timozón. Popolá. Allí se tendió la estera del Katún. Pixoy. Uayum-háa. Sacbacam. Tinum. Allí se dieron nuevas los unos a los otros. Timacal. Popolá. Allí ordenaron la estera del Katún. Tximaculum. Allí hicieron oculto su lenguaje. Dzitháás. Honkauil. Tixmex. Kochilá. Tixxocen. Chumpak. Pibahul. Tunkáás. Haaltunhá. Kuxhilá. Dzidzilché. Ti-cool. Sitilpech. Chalanté. Allí descansó su ánimo. Itzam-thulil. Tipakab. Allí hicieron siembras. Tiyá, Consahcab. Dzidzomtun. Lo mismo que sus antepasados, allí asentaron pie de vencedores y conquistaron las Puertas de Piedra. Popolá, al Sur de Sinanché, para venir a Muci y al pozo de Sac-nicté y a Sodzil. Aquí, en donde marcaron el límite del Katún, es el lugar nombrado Mutumut, que es aquí en Mutul. Muxupip. Aké. Hoctun. Allí se detuvieron al pie de la piedra. Xoc-chchel Bohé. Sac-cab-há. Tzanlahcat. Human. Allí retumbó la palabra sobre ellos, allí sonó su fama. Chalamté. Pacaxuá. Este es el nombre aquí, decían. Tekit. Allí se dispersaron los restos de los Itzaes. Yokol-Cheen. Ppupulní-huh. Las iguanas eran sus genios cuando salieron allí. Dzodzil. Tiab. Bitun-chchen. Sucedió que entraron a Tipikal, nombre de este pozo. Y sucedió que allí se hicieron más numerosos. Y fueron a Poc-huh. Éste es el nombre del pozo en que sucedió que asaron iguanas. Y fueron a Maní. Allí olvidaron su lengua. Y llegaron a Dzam. Allí estuvieron tres días sumergidos en el agua. Y fueron a Ti-cul. Sac-lum-chchén. Tixtohilch-cheén. Allí fueron saludables. Y fueron a Balam-kin, la tierra de los sacerdotes. A Cchcheen-chchomac, a Sacniteel-dzonot, a Yaxcab, Umán, Oxcum, Sanhil, y a Ich-caan-sihó. Y a Noh-pat, el lugar de la Gran Madre; a Poychéná, a Chulul. Y llegaron entonces a Titz-luum-Cumkal. Allí cesaron de filtrarse sus ollas. Yaxkukul. Tixkokob. Cucá... Ekol. Ekol es el nombre del pozo. Tix-ueué. Tíxueué es el nombre del pozo aquí. Su rumor llegó a ellos de pronto. A Kanimacal. A Xaan. Allí, en antiguos tiempos, el Señor de Xul meció su hamaca. Holtun Aké. Acanceh. Ti-cooh. Ti-chhahil. Y a la grande Mayapán, la que está dentro de murallas y sobre el agua. Y fueron a Nabulá. Tixmucuy. Tixkanhub. Dzoyilá. Y llegaron a Sipp. Allí sazonó su lenguaje, allí sazonó su conocimiento. Y comenzaron a fundar tierras los Señores. Allí estaba Ah-kin-Palon-cab y estaba el Sacerdote nombrado Mutec-pul. Este sacerdote Palon Cab era Ah May. Este sacerdote Mutec-pul, era Guardián de Uayom Chchichch y también de Nunil. Y los dos Ah-kin-chablé, de Ich-caan-sihó. Y Holtun Balam, el hijo del que soltó el Yaxum en la llanura. Allí entonces llegaron otros Señores. Estos Señores eran "iguales en voz" a los dioses. En el Once Ahau sucedió esto. Y entonces fundaron sus pueblos y fundaron sus tierras y se establecieron en Ich-caan-sihó. Y entonces bajaron allí los de Holtun-Aké. Y entonces bajaron allí los de Sabacnail. Y así fueron llegando y juntándose los Señores. Estos de Sabacnail tenían por tronco de su linaje a Ah Na(h). Y entonces se reunieron todos en Ichcaansihó. Allí estaba Ix-Pop-ti-Balam, allí su rey Holtun-Balam,... Dzoy... tronco del linaje de Couoh... y los Xíues, Tloual, también. Y el Señor Chacté, de la tierra de los Chacté, los gobernaba, Teppan-quis era sacerdote de Ichtab y de Ah-Ppisté, el que midió las tierras. Y he aquí que midió de las tierras que medía, siete medidas (leguas) de tierra de los mayas. Entonces fueron colocados los mojones de las tierras por Ah Ac Cunté. Los mojones de Ah Mis estaban en las tierras barridas por Miscit Ahau. Y así fueron fundadas las tierras de ellos, las tierras regadas. Entonces fue que amaneció para ellos. Nuevo Señor, nuevo despertar de la tierra para ellos. Y empezó a entrarles tributo en Chichén. En hilo de algodón llegaba antiguamente el tributo de los Cuatro Hombres. El Once Ahau es el nombre del Katún en que sucedió. Allí se midió el tributo y se vio que era suficiente el conjunto del que había desde el tiempo antiguo. Y entonces sucedió que bajó el tributo de Holtun-Suhuy-uá. Y se vio que era bastante. Fue entonces cuando "se igualó su hablar". Esto sucedió en el Trece Ahau Katún. Allí recibían el tributo los Grandes Señores. Y entonces comenzaron a reverenciar su majestad. Y comenzaron a tenerlos como dioses. Y comenzaron a servirlos. Y sucedió que llegaron a llevarlos en andas. Y comenzaron a arrojarlos al pozo para que los señores oyeran su voz. Su voz no era igual a las otras voces. Aquel Cauich, un Hunacceel que era Cauich del nombre de su familia, he aquí que estiraba la garganta, a la orilla del pozo, por el lado del Sur. Entonces fueron a recogerlo. Y entonces salió lo último de su voz. Y comenzó a recibirse su voz. Y empezó su mandato. Y se empezó a decir que era Ahau. Y se asentó en el lugar de los Ahau, por obra de ellos. Y se empezó a decir que antes era Halach-uinic, y no Ahau; que era sólo el precursor de Ah Mex Cuc. Y se dijo que era un Ahau porque era el hijo adoptivo de Ah Mex Cuc. Que un águila había sido su madre y que había sido encontrado en una montaña, y que desde entonces se comenzó a obedecerle como Ahau. Tal era lo que entonces se decía. Entonces se comenzó a levantar la Casa Alta para los Señores y se comenzó a construir la escalera de piedra. Y entonces él se sentó en la Casa de Arriba, entre los Trece Ahau, llenos de majestad. Y comenzó a llegar la Ley, la gloria y el tiempo de Ah Mex Cuc, del que así era el nombre cuando lo trajo. Cercano, pues, el día de Ah Mex Cuc se comenzó a tenerlo como Padre y se comenzó a reverenciar su nombre. Y entonces fue adorado y fue servido en Chichén. Chi-Chén Itzam es su nombre, porque allí fue a dar Itzam, cuando se tragó la Piedra Sagrada de la tierra, la Piedra de la Fuerza del antiguo Itzá. La tragó y fue adentro del agua. Y entonces empezó a entrar la amargura en Chichén Itzá. Y entonces él fue al Oriente, y llegó a la casa de Ah Kin Cobá. Venía ya el Ocho Ahau Katún. Ocho Ahau es el nombre del Katún que regía cuando salió el cambio del Katún y de los Ahaues. "¡Ha crecido nuestro dios!" decían sus sacerdotes (los del Sol). Y entonces introdujeron días al año. "He aquí que vienen abundantes soles", decían. Y ardieron las pezuñas de los animales, y ardió la orilla del mar. "¡Este es el mar de la amargura!", decían arriba, decían ellos. Y fue mordido el rostro del Sol. Y se obscureció y se apagó su rostro. Y entonces se espantaron arriba. "¡Se ha quemado! ¡ha muerto nuestro dios!" decían sus sacerdotes. Y empezaban a pensar en hacer una pintura de la figura del Sol, cuando tembló la tierra y vieron la Luna. Y entonces vinieron los dioses Escarabajos, los deshonestos, los que metieron el pecado entre nosotros, los que eran el lodo de la tierra. Cuando vinieron, iba acabando el Katún. "El Katún Maldito", aquel en que fue ordenado: "¡Cuidado con lo que habláis, así seáis los señores de esta tierra!" Cuando entró el tiempo del Katún siguiente, acabado el Katún en que vinieron los deshonestos, se vio la muchedumbre de sus guerreros. Y se comenzó a matarlos. Y se levantaron horcas para que murieran. Y Ox-halal-chan empezó a flecharlos. Y se comenzó a invocar a los dioses del país. Y se derramó su sangre, y fueron cogidos por los Señores de los Venados... Y entonces se asustaron... y se acabó la contienda.
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CAPÍTULO II Primeras noticias de la llegada de los españoles De acuerdo con el testimonio de Alvarado Tezozómoc en su Crónica mexicana, perturbado Motecuhzoma por los varios presagios que se han descrito en los textos anteriores, hizo llamar a sabios y hechiceros con objeto de interrogarlos. Quería averiguar si había señales de próximas guerras, de desastres imprevistos, o de cualquier otra forma de desgracia. Los nigrománticos en realidad no pudieron dar respuesta. Pero, en cambio, por ese tiempo apareció un pobre macehual (hombre del pueblo), venido de las costas del Golfo con las primeras noticias de la llegada de unas como "torres o cerros pequeños que venían flotando por encima del mar". En ellos venían gentes extrañas "de carnes muy blancas, más que nuestras carnes, todos los más tienen barba larga y el cabello hasta la oreja les da#" Tal noticia despertó la angustia de Motecuhzoma y, como veremos en el capítulo siguiente, movido a temor envió mensajeros y dones a quienes creyó que eran posiblemente Quetzalcóatl y otros dioses que volvían, según lo anunciado en sus códices y tradiciones. Motecuhzoma interroga a los nigrománticos Y mandó Motecuhzoma a Petlacálcatl, que llamase a todos los mayordomos de todos los pueblos; de cada pueblo el suyo. Díjoles que fuesen a. los pueblos que ellos tenían encomendados, y le buscasen nigrománticos en los pueblos, y si los hallasen, se los trajesen. Y algunos mayordomos trajeron algunos de los cuales venidos y dado aviso de ello a Motecuhzoma, traídos ante él, entraron e hincaron una rodilla en el suelo, le hicieron gran reverencia y les dijo: ¿habéis visto algunas cosas en los cielos, o en la tierra, en las cuevas, lagos de agua honda, ojos, puentes o manantiales de agua, algunas voces, como de mujer dolorida, o de hombres; visiones, fantasmas u otras cosas de éstas? Como no habían visto cosa de las que deseaba Motecuhzoma, ni de las que él les preguntaba daban razón, dijo a Petlacálcatl: llevadme a estos bellacos, y encerradlos en la cárcel de Cuauhcalco, de maderones, que ellos lo dirán, aunque no quieran. Otro día llamó a Petlacálcatl, y díjole: decidles a esos encantadores, que declaren alguna cosa, si vendrá enfermedad, pestilencia, hambre, langosta, terremotos de agua o secura de año, si lloverá o no, que lo digan; o si habrá guerra contra los mexicanos, o si vendrán muertes súbitas, o muertes por animales venidos, que no me lo oculten; o si han oído llorar a Cihuacóatl, tan nombrada en el mundo, que cuando ha de suceder algo, lo interpreta ella primero, aún mucho antes de que suceda. Respondieron los nigrománticos: ¿qué podemos decir? Que ya está dicho y tratado en el cielo lo que será, porque ya se nombró su nombre en el cielo, y lo que se trató de Motecuhzoma, que sobre él ante él, ha de suceder y pasar un misterio muy grande: y si de esto quiere nuestro rey Motecuhzoma saber, es tan poco, que luego será ello entendido, porque a quien se mandó presto vendrá, y esto es lo que decimos nosotros, para que esté satisfecho; y pues ello ha de ser así aguárdelo. Fue luego Petlacálcatl y tratóselo de plano a Motecuhzoma, cómo presto vendría lo que había de venir. Admiróse Motecuhzoma de ver que conformaba esto con lo que le dejó dicho Nezahualpilli rey (de Tezococo, hijo de Nezahualcóyo). Díjole Motecuhzoma al mayordomo: preguntadles, que esto que ha de venir o suceder, de dónde ha de venir, del cielo o de la tierra; de qué parte, de qué lugar y que cuándo será. Volvió Petlacálcatl a ratificar la pregunta a los encantadores, y entrando y abriendo las puertas, no halló a persona alguna, de que quedó muy espantado. Fue luego Petlacálcatl a contárselo a Motecuhzoma: llegado ante él dijo: señor mío, hacedme tajadas, o lo que más fuéredes servido: sabed, señor, que cuando llegué y abrí las puertas, estaba todo yermo, que uno ni ninguno parecía, pues yo también tengo especial cuenta, porque tengo allí viejos con la misma guarda de ellos y de otros, y no los sintieron salir, y creo que volaron, como son invisibles y se hacen todas las noches invisibles, y se van en un punto al cabo del mundo, esto deberían hacer. Dijo Motecuhzoma: váyanse los bellacos; llamad a los principales Cuauhnochtli y Tlacochcálcatl y a los demás, que vayan a los pueblos donde ellos están y maten a sus mujeres e hijos, que no quede uno ni ninguno y les derriben las casas. Hizo llamar muchos mancebos que fuesen con ellos a saquear las casas de las mujeres de los nigrománticos, los cuales se juntaron luego, y fueron a las casas de ellos, y mataron a sus mujeres, que las iban ahogando con unas sogas, y a los niños iban dando con ellos en las paredes haciéndolos pedazos, y hasta el cimiento de las casas arrancaron de raíz. Llegada del macehual de las costas del Golfo A pocos días vino un macehual (hombre del pueblo), de Mictlancuauhtla, que nadie lo envió, ni principal ninguno, sino sólo de su autoridad. Luego que llegó a México, se fue derecho al palacio de Motecuhzoma y díjole: señor y rey nuestro, perdóname mi atrevimiento. Yo soy natural de Mictlancuauhtla; llegué a las orillas de la mar grande, y vide andar en medio de la mar una sierra o cerro grande, que andaba de una parte a otra y no llega a las orillas, y esto jamás lo hemos visto, y como guardadores que somos de las orillas de la mar, estamos al cuidado. Dijo Motecuhzoma: sea norabuena, descansad. Y este indio que vino con esta nueva no tenía orejas, que era desorejado, tampoco tenía dedos en los pies, que los tenía cortados. Díjole Motecuhzoma a Petlacálcatl, llevad a éste y ponedle en la cárcel del tablón, y mirad por él. Hizo llamar a un teuctlamacazqui (sacerdote) y díjole: id a Cuetlaxtlan, y decidle al que guarda el pueblo, que si es verdad que andan por la gran mar, no sé qué, ni lo que es, que lo vayan a ver, y qué es lo que guarda o encierra la mar del cielo, y esto sea con toda brevedad y presteza, y llevad consigo en vuestra compañía a Cuitlalpítoc. Llegados a Cuetlaxtlan dijeron y contaron la embajada de Motecuhzoma, y estaba muy atento el cuetlaxtécatl, llamado Pínotl. Respondió (éste): señor, descansad y vayan luego prácticos que vean y anden las orillas de la mar, y verán lo que es. Fueron a registrar y volvieron a toda prisa a dar noticia al Calpixque Pínotl, diciéndole cómo era verdad, que andaban como dos torres o cerros pequeños por encima de la mar. Dijo el Teucnenenqui a Pínotl: señor, quiero ir en persona a verlos y como son, para dar fe como testigo de vista, y estaré con esto satisfecho y haré la relación conforme lo que viere. Y así fue luego con otros más que eran el Cuitlalpítoc y otro Cuetlaxtécatl, y luego que llegaron vieron lo que andaba por la orilla del mar, y habían salido con un barco y estaban pescando siete u ocho de los del barco con anzuelos. El Teucnenenqui y el Cuitlalpítoc: se subieron a un árbol, que llamaban árbol blanco, muy copudo, y desde allí los estaban mirando cómo cogían pescados y habiendo acabado de pescar, se volvieron otra vez a la nao con su batel o barquillo. Dijo el Teucnenenqui: vamos, Cuitlalpítoc. Bajáronse del árbol, y volvieron al pueblo de Cuetlaxtlan, y al instante se despidieron del Pínotl. Volviéronse con toda la brevedad posible a la gran ciudad de México-Tenochtitlan, a dar la razón, de lo que habían ido a ver. Llegados a México, fuéronse derechos al palacio de Motecuhzoma, a quien hablaron con la reverencia y humildad debida. Dijéronle: señor y rey nuestro, es verdad que han venido no sé qué gentes, y han llegado a las orillas de la gran mar, las cuales andaban pescando con cañas y otros con una red que echaban. Hasta ya tarde estuvieron pescando, y luego entraron en una canoa pequeña y llegaron hasta las dos torres muy grandes y subían dentro, y las gentes serían como quince personas, con unos como sacos colorados, otros de azul, otros de pardo y de verde, y una color mugrienta como nuestro ychtilmatle, tan feo; otros encarnado, y en las cabezas traían puestos unos paños colorados, y eran bonetes de grana, otros muy grandes y redondos a manera de comales pequeños que deben de ser guardasol (que son sombreros) y las carnes de ellos muy blancas, más que nuestras carnes, excepto que todos los más tienen barba larga y el cabello hasta la oreja les da. Motecuhzoma estaba cabizbajo, que no habló cosa ninguna. Preparativos ordenados por Motecuhzoma Al cabo de gran rato habló Motecuhzoma y dijo: vos sois principales de mi casa y palacio; no puedo dar más fe ni crédito a otra persona más que a vos, porque me tratáis la verdad cada día: id ahora vos y el mayordomo, y traedme al que está preso en la cárcel, que vino por mensajero de la costa: idos por él a la cárcel adonde estaba entapiado. Fueron, y abriendo las puertas, no lo hallaron donde lo habían puesto, de que quedaron admirados y espantados. Fuéronselo a decir a Motecuhzoma, de que quedó más espantado y admirado, y dijo: en fin, es de la cosa natural, que casi todos son nigrománticos, pues mirad lo que os mando con pena, que si alguna cosa descubriéredes de lo que os digo, debajo de mi estrado os tengo de enterrar, y morirán vuestras mujeres e hijos, y os despojarán de todos vuestros bienes y desharán vuestras casas, hasta los postreros cimientos, hasta que salga agua de ellos, y asimismo morirán vuestros deudos y parientes; y traedme secretamente dos plateros muy buenos oficiales de obra primorosa, y dos lapidarios de los buenos gastadores de esmeraldas. Dijéronle: señor, aquí están los oficiales que mandaste traer. Dijo Motecuhzoma: hacedlos entrar acá. Entraron y díjoles: venid acá, padres míos; habéis de saber que os envié a llamar para que hagáis cierta obra, y mirad que no lo descubráis a hijo de madre, so pena de las graves penas de tirar hasta los cimientos de casas, pérdida de bienes y muerte vuestra; de mujer, hijos y parientes, porque todos han de morir: cada uno ha de hacer dos obras, y se han de hacer delante de mí. Aquí secretamente en este palacio adonde ahora estamos: hase de hacer un ahogadero o cadena de oro de a cuatro dedos cada eslabón, muy delgado, y han de llevar estas piezas y medallas en medio unas esmeraldas ricas, y a los lados, como a manera de zarcillos, de dos en dos, y luego se harán unas muñequeras de oro y su cadena de oro colgando de él, y esto con toda la brevedad del mundo. A los otros oficiales les mandó hacer dos amosqueadores grandes de rica plumería y en medio una media luna de oro, y de la otra parte el sol muy bien bruñido el oro, con muy rica plumería. Y a los lapidarios les mandó hacer a cada uno, dos muñequeras de dos, o para las dos manos y para los dos pies, de oro, en medio engastada ricas esmeraldas. Y mandó al mayordomo Petlacálcatl, que trajese luego secretamente mucho oro que estaba en cañutos, y mucha plumería rica de la menuda, la mas suprema de las aves "tlauhquechol" y "tzinitzcan zacuan", y muchas esmeraldas y otras piedras ricas de muy gran valor: todo lo cual dieron a los oficiales, y en pocos días fue acabada toda la obra. Y una mañana, luego que se levantó Motecuhzoma, enviaron a uno de los corcovados a rogar al rey Motecuhzoma que se llegase al aposento de los oficiales. Habiendo entrado, después de haberle hecho todos gran reverencia, le dijeron: señor nuestro, la obra toda está de todo punto acabada: véisla aquí, señor. Parecióle muy bien todo lo hecho a Motecuhzoma. Díjoles que estaba muy bien hecho y a su contento y placer. Hizo llamar a Petlacálcatl su real mayordomo y díjole: a cada uno de estos mis abuelos, dadles a cada uno una carga de mantas de las de a diez brazas y de a ocho, y de a cuatro, y mantas ricas, pañetes, huipiles, naguas para mis abuelas, maíz, chile, pepita, algodón, frijol, a cada uno igualmente, y con esto se fueron muy contentos los oficiales a sus casas#.
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CAPITULO I Del principio, progresos y último estado de la población de Montevideo y de la cría de su ganado. De los desórdenes y males en que abunda la campaña y de su origen y medio de precaverlos; de la negociación de sus cueros y de las ventajas que sacaría de esta reforma el Estado, la iglesia, comercio etc. Desde el año de 1508 en que a consecuencia de la bula de Alejandro sexto de 4 de mayo de 539, y de la concordia firmada en Tordesillas en 7 de junio de 94 por los reyes católicos y por don Juan el segundo de Portugal, tomaron solemne posesión de todas las tierras que baña el Río de la Plata Juan Díaz de Solís y Vicente Yañez Pinzón por la corona de Castilla estuvo sin poblarse la ciudad hasta el año 1535 en que pasó con este encargo al adelantado don Pedro de Mendoza. Muy desde los principios de esta empresa se echó de ver que faltaban en su continente los precisos utensilios de leña, carbón, maderas y ganados, y éste los hizo escoger para proveerle en lo primero y para la cría en lo segundo. La banda septentrional del Río de la Plata. Abstuviéronse con este objeto de formar allí poblaciones extendidas que pudiesen ahuyentar la cría del ganado, y emprendieron en el año de 1554 hacer conducir de España ganado vacuno que alimentándose de aquellos copiosos pastos, y vagando con libertad y quietud por tan inmensos terrenos se propagase hasta dar abasto con sus pieles al comercio de cueros de toda la Europa, y levantar un ramo de comercio activo que diese de donde subsistir a aquellos nuevos pobladores. El ganado navegó con efectos a Montevideo; y habiéndosele agregado otra porción que se condujo de la provincia de los Charcas vieron logrados su proyectos los vecinos de Buenos Aires: Fueron tan abundantes las crías de aquellos animales, sobre un espacio de tierra inmensurable cubierta de pastos, y penetrada de agua por todas partes, que en breve se vió habitada de vecinos la ribera del río, inducidos del interés de los cueros y de las faenas de salazón, grasa y sebo, con que entablaron otros tantos ramos de comercio. El cabildo de Buenos Aires fundó una renta a favor de sus propios en las licencias que concedía a sus vecinos para pasar a la otra banda a hacer matanzas de ganado; siendo ésta en aquellos tiempos más sencillos la única formalidad con que se entraba a la campaña a disfrutar de su riqueza; pero ya fuese porque en una época tan coetánea al descubrimiento de la América, no había suficiente número de embarcaciones a que dar salida a todos los cueros posibles de faenar, o ya porque si se verificaban, o supercrecían las porciones del ganado a su mortandad, o ya más bien porque las matanzas se hiciesen con discreción y con medida reservando a las vacas, y el terneraje para que no se aniquilase la especie, era tanta su abundancia que llenó el campo de animales, inundaban hasta las mismas orillas del mar hacia los puertos de Montevideo, Maldonado, los Castillos y costas fronteras a la laguna Merín. La fama de este tesoro sugirió a las potencias extranjeras la codicia de una cosecha tan abundante en su especie, como lucrativa en su comercio; y sin respetos a tratados ni a leyes se dejaron ver hacia aquellas partes embarcaciones llenas de ingleses y holandeses con la mira de saquear el campo, valiéndose para este arreglo de la distancia de Buenos Aires, donde residía el gobernador, y de la falta de naves para seguir y castigar unos ejércitos ladrones. Sin embargo luego que tenía noticias de alguno de estos desembarcos el gobernador de Buenos Aires despachaba tropa por tierra, y obligaba con las armas a que se retirasen los piratas, y dejaba limpio el campo. No podían ser los que más durmiesen los vasallos de la corona de Portugal, que dominaban el Brasil, y veían desde sus posesiones la abundante producción de las nuestras; y aunque se contentaron al principio con algunas correrías a la ligera, de que salieron escarmentados siempre, la misma indefensión de las riberas de aquellos campos, y la inmediación del Brasil, los determinó de tentar nuestras fuerzas, situándose de improviso en la costa septentrional de Buenos Aires en frente de la isla de San Gabriel, con no menor proyecto que el de tomar posesión de aquel continente y guarnecerlo a satisfacción levantando una especie de fortaleza, que denominaron colina del Sacramento. Con efecto salió por mar del Río de Janeiro en fines del año de 679 el gobernador de aquella plaza Manuel Lobo, comboyado de diferentes embarcaciones, cargadas de tropas, artillería, municiones de guerra, y de artífices, y operarios, que llenase el objeto de la expedición, y desembarcando en la orilla opuesta a Buenos Aires, se establecieron en ella furtivamente en principio del año de 680, turbando de este modo inaudito y clandestino, la quieta posesión de un príncipe amigo, que la tenía desde el año de 496, y habitada de sus vasallos, de más de siglo y medio antes de aquella invasión. Desde esta fecha podemos asegurar a Vuestra Excelencia que se halla pensionada la nación española, a estar con las armas en las manos contra sus amigos y vecinos los portugueses, sin que los enlaces por sangre de estas dos coronas hayan logrado poner la paz entre ellas. Ciento y catorce años de guerra (más o menos declarada) pero siempre perjudicial a la España, contamos hasta hoy desde aquella época, sin haber adelantado otra cosa que reforzar a nuestro contrario por medio de unas cesiones muy considerables que ha sabido negociar en los apuntes y tratados a que repetidas veces hemos venido, huyendo de un rompimiento; y cuando uno solo habría sido suficiente a reconquistar nuestras posiciones usurpadas por aquellos, y a descartarnos de un vecino, muy antiguo y muy interesado de estarnos incomodando hemos estado sobrellevándolo el espacio de ciento catorce años para que la larga posesión en que los ha tolerado el sufrimiento los haya hecho entrar en presunción de señores. Sería interminable este papel si hubiésemos de dar aquí la historia de todas las hostilidades, insultos, deprecaciones y guerras vivas que hemos sostenido a los portugueses por desposeernos de aquel territorio; y cuando nos fuese posible numerar los rompimientos a que nos han obligado, y las diferentes conferencias y tratados a que nos hemos reducido, ya en Badajoz, y Velez, ya en Paris, ya en Utrech, y ya en la misma corte de Roma, nunca podríamos calcular las invasiones hechas en nuestro campo, ni los robos ejecutados en nuestro ganado. El tratado provisional del 7 de mayo de 681 fue el primer armisticio en que se convinieron las dos potencias, de resultas de haber demolido y tomado por asalto el gobernador de Buenos Aires, don José Garro, la colonia de Sacramento, y hecho prisioneros de guerra a los portugueses que la de-fendían el 7 de agosto del mismo año de 680 en que habían pasado a establecerla. Pero esta primera composición efectos de una guerra sangrienta sobre la colonia, fue también un título de adquisición a favor de los portugueses, que los puso en derecho de ir ganando dominio sobre nuestros campos. Una nación expulsada de esta manera y hecha prisionera en los habitantes de aquella fortaleza, logró merecer de la magnanimidad del monarca español que quedase depositada en sus manos la colonia de que fueron arrojados y que pudiesen hacer reparos de tierra para cubrir su artillería, y abrigar sus personas, sin perjuicio ni alteración de los derechos de posesión y propiedad de una y otra corona, y con calidad de que los vecinos de Buenos Aires habían de tener el uso y aprovechamiento del sitio, labores de sus ganados, madera, caza, pesca, y carbón como antes de que en él se hiciesen la población de la colonia, y conviniendo de ambas potencias en nombrar comisarios en el término de dos meses que determinasen dentro de tres la controversia suscitada, y el de hacer de ocurrirse a Su Santidad en caso de discordia dentro de un año, quedó acabada la primera guerra al año siguiente de haberse comenzado. Veinticuatro años hicieron durar los portugueses en sus manos un depósito que según lo convenido debió durar cinco meses; porque temiéndose de la decisión del Sumo Pontífice (a quien ocurrió la corte de España) después de haber tenido sus conferencias los dos comisarios nombrados, sin haber concluido cosa alguna jamás, quiso la corona de Portugal disputar persona que representase en Roma sus derechos, y dejó pasar el año prefijado para la decisión de la discordia, frustrando sin temor la expectativa de nuestra nación, y la interposición de Su Santidad. A1 cabo de los 24 años de aquel depósito, sin esperanzas de que la corona de Portugal descendiese a ninguna avenencia pacífica, viéndola repetir sus entradas por los campos litigiosos, y violando cubiertamente los tratados de alianza, fue preciso declararle la guerra en el año de 1704, y habiéndose verificado ésta con la felicidad acostumbrada de nación a nación, quedó luego al siguiente año del 705, conquistada de nuevo la colonia del Sacramento, siendo gobernador de Buenos Aires don Alonso Valdés. A los once años de esta conquista, y de tener a nuestro mando la colonia, volvió tercera vez al de Portugal por el tratado de paces de Utrech celebrado entre ambas potencias el año de 715. Por este tratado la majestad del señor don Felipe quinto cedió, e hizo donación formal de la misma colonia a S.M.F. para poner término a la contienda y no diferir la conclusión de la paz general tan deseada; bien entendido que para el artículo séptimo se reservó la España la retrocesión de la colonia por medio de un equivalente que debería ofrecer al Portugal dentro de año y medio; y a consecuencia de este convenio quedó la colonia por la corte de Lisboa con el territorio que la correspondía (que era el alcance del tiro de cañón) y se hizo entrega de ella por el gobernador de Buenos Aires, don Baltasar García Ros, al maestre de campo portugués, Manuel González Barbosa, el 11 de noviembre de 1716. A1 protesto de la entrega de la colonia con el territorio de su pertenencia, promovieron los portugueses una cuestión sobre los límites de aquella plaza que duró dieciocho años; en los cuales sin embargo de las guardias y continua vigilancia de los gobernadores de Buenos Aires disfrutaron el campo a su salvo hasta que la repetición de insultos, la frecuencia de los robos y las manifiestas hostilidades que sufrió la nación de aquellos extranjeros en su misma casa, obligó a don Miguel de Salcedo, que a la sazón gobernaba Buenos Aires, a poner sitio formal a la colonia el año de 35; el cual redujo después a estrechísimo bloqueo, contentándose con haber restaurado los terrenos usurpados en aquellas comarcas, y con estorbar las correrías con que habían ahuyentado el ganado y destruido las haciendas y domicilios de los españoles. Había llegado a tanto el despotismo de los portugueses a la sombra de la cesión de la colonia, aunque con el pacto de retrocesión, que no satisfechos de disfrutar bajo este velo un reino de doscientas leguas hacia la tierra adentro, y de más de cien por el margen septentrional del Río de la Plata hasta el cabo de Santa María, pretendieron tomar la entrada del río y cerrar el paso de toda esta América a sus mismos conquistadores estableciéndose en Montevideo y fortificándolo a la defensiva; y llevándolo a efecto este pensamiento con el mayor denuedo en el año de 723, después de haber sido desalojados en el de 20 del mismo Montevideo por el gobernador de Buenos Aires, despacharon a este puerto un navío de guerra con tropa y artillería, y ejecutaron su desembarco y dieron principio a la fortificación de aquella plaza con toda la libertad propia del que edifica en un solar de su dominio privativo... E1 gobernador de Buenos Aires, don Bruno Zavala... la convirtió luego en confusión y tropel aquella tranquilidad; porque habiendo hecho juntar las fuerzas posibles para sitiar por mar y tierra y desalojar a aquellos intrusos, temieron la oposición de aquel militar, y tomaron a partido el salir huyendo en un navío de guerra con toda su tropa y artillería y abandonando el puerto a la sordina sin habernos hecho quemar nuestra pólvora. Ya no era posible a la nación española mantener por más tiempo la defensa de aquella importantísima provincia sin otras murallas que las de la alianza y buena fe que le tenía ofrecida la corte de Lisboa. Esta tentativa hecha sobre Montevideo por medio de un navío de guerra con el proyecto formado de fortificar y apropiarse los puertos de Montevideo y Maldonado, tan indisputables a la corona de Castilla, obligaron a acelerar la ejecución de las reales cédulas de 13 de noviembre de 1717, 27 de enero de 720, 18 de marzo de 724 reducidas a dar hora a los gobernadores de Buenos Aires que sin perder tiempo y del mejor modo que les fuera posible fortificasen los puertos de Montevideo y Maldonado y para que la población de ellos y de toda la tierra intermedia asegurase nuestros campos de los continuos asaltos de portugueses se condujo a ellos porción de pobladores de las islas Canarias que verificaron su entrada en Montevideo el año de 26. Estas familias y las de aquellos hacendados o faeneros de cueros que con este objeto se habían establecido entre Maldonado y Montevideo, fueron los fundadores de la población de aquellos dos puertos, y tierras intermedias; y ellos y los españoles y portugueses , que se han avecindado sobre aquel continente, han multiplicado tanto los linajes de sesenta años a esta parte, que no cabiendo en Montevideo se han situado de puertas afuera de la ciudad, haciendo en su campo bajo el título de ranchos, una población que ocupa la legua del ejido, que ya no puede subsistir sin párrocos, y sin justicias. Lo mismo se observa en la parte de campaña que corre desde Montevideo al río Negro por un espacio de ochenta leguas. Este terreno se halla igualmente cubierto de habitantes que a ciertas distancias han levantado algunos pueblecitos bajo la dirección de un párroco; y hasta hoy se cuentan los curatos de Las Piedras, Canelones, San José, el Rosario, San Carlos, las Víboras, el Espinillo, y Santo Domingo Soriano. La restante costa del Río de la Plata desde Montevideo hasta el cabo de Santa María que componen treinta leguas de extensión está igualmente poblada de habitantes aunque en menos número, y no tiene más curatos que el de Maldonado, y el Pueblo Nuevo de las Minas. E1 Centro de esta tierra incluida entre la costa del mar por el oriente, la del Río de la Plata por el sur, y la del Uruguay por el occidente que contiene un espacio de cien leguas de longitud de este a oeste, y doscientas de latitud, desde Montevideo para el norte hasta la altura de la isla de Santa Catalina sólo está habitada de estancieros, y peones de campo, sin que haya iglesias ni pueblos. Sobre la costa occidental del Uruguay entre este río, y e1 de Paraná corre un jirón de tierra estrecho que mide sesenta leguas por la parte que es más ancho, y su largo tomado desde Corrientes hasta la altura de Santo Domingo Soriano es de ciento cincuenta. Esta lengua de tierra se halla poblada del mismo modo que la antecedente; y tampoco tiene iglesias, ni pueblos a excepción de el Gualeguay y Corrientes, que distan las mismas ciento cincuenta leguas; de suerte que desde las orillas del Paraná hasta la costa del mar, y río Grande de San Pedro (que es lo más ancho de aquel continente) en que se miden cerca de ciento cincuenta leguas, y desde la ciudad de Montevideo hasta la altura de Santa Catalina que encierra cerca de doscientas leguas todo está habitado de gente blanca, criolla y europea; con la diferencia de que sólo la orilla del Río de la Plata contiene pueblos con parroquias o capillas. No es posible individualizar el número de almas que se encierran en este espacioso ámbito porque aún la población de la capital de Buenos Aires se ignora todavía y aún incluso hacer un sólo cálculo sería aventurar mucho el acierto; no obstante, en asegurar a Vuestra Excelencia que no bajan de dos mil habitantes los que viven entre las costas de los ríos Uruguay, Paraná, la Plata, y Grande de San Pedro hasta los pueblos de Misiones, no se arriesga nada, porque en el año de 53, en que toda esta tierra estaba desierta y apenas había otras estancias que las de los canarios pobladores, constaban los treinta pueblos de Misiones de 95.884 vivientes; y por lo menos, que pueda regularse a la campaña es otro tanto de lo que contenían los pueblos de misiones hace ahora cuarenta años. E1 límite de toda ella por el ángulo del norte al este está todavía en litigio entre España y Portugal. Desde la laguna de los Patos hacia el noreste siguiendo la costa del mar hasta el Brasil se mira como de esta nación, y nada disputamos sobre este terreno, sin embargo de haber sido descubierto por nosotros y tomado posesión de él la corona de Castilla en fines del siglo XV. La Laguna de los Patos o el río Grande de San Pedro lo tomó don Pedro Ceballos el año de 62, y en el de 77 la isla de Santa Catalina pero habiéndose devuelto una y otra posesión a los portugueses sólo versa la disputa sobre la extensión o el término de esta tierra por su faz occidental considerando en medio de las líneas que deben demarcar las respectivas pertenencias de las dos coronas un espacio de tierra neutral. Pero no habiéndose podido fijar esta línea todavía, después de diez años que están trabajando en su arreglo tres partidas de comisarios españoles, al cargo de otros tantos oficiales de marina de acuerdo con los comisarios portugueses diputados al mismo fin por su corona, no podemos contar por ahora con otro límite cierto que con el de los terrenos neutrales de las dos coronas; y con este motivo son más frecuentes los robos y los contrabandos y debe andar más solícita la atención del que gobierna.