CAPÍTULO II Maneras de balsas que los indios hacían para pasar los ríos Canoa, en lengua de los indios de la isla Española y de toda su comarca, es lo mismo que barco o carabelón sin cubierta, que a todas las nombran de una misma manera, si no es en el Río Grande de Cartagena que, por ser las mayores, llaman piraguas. Los indios de todas las regiones del nuevo mundo, principalmente en las islas y tierras marítimas, las hacen según tienen la comodidad para ellas grandes o chicas. Buscan los árboles más gruesos que pueden hallar, danles la forma de una artesa y hácenlas de una pieza, porque no hallaron la invención tan prolija de hacer barco de tablas clavadas en sus costillas unas con otras, ni tuvieron hierro, ni supieron hacer clavos y menos tener fraguas, ni hacer oficio de calafates, ni buscar brea, ni estopa, velas, jarcias, gúmenas, áncoras y las demás cosas, tantas como son menester para la fábrica de los navíos. Solamente se aprovechan de lo que la naturaleza (en lo que ellos no alcanzaron con su ingenio) les mostraba con el dedo. Y así, para pasar los ríos y navegar por la mar, eso poco que por ella navegaban, donde no alcanzaban madera tan gruesa como la piden las canoas (esto es en todo el Perú y su costa), hacían balsas con maderos livianos, como higuera, que los indios decían la había en las provincias cercanas a Quito, y de allí la llevaban por orden de los incas a todos los ríos caudalosos del Perú, y, de cinco vigas atadas unas con otras, hacían las balsas. La viga de en medio era más larga que todas, luego las primeras colaterales eran menos largas, y las segundas menos porque así pudiesen romper el agua mejor que con la frente toda pareja. Yo pasé en algunas de ellas que todavía vivían del tiempo de los incas. También las hacen de un haz rollizo de anea, del grueso del cuerpo de un caballo, el cual haz atan muy fuertemente y lo ponen muy ahusado, levantado por delante hacia arriba, como proa de barco, para que corte el agua, y ancho de los dos tercios atrás. En lo alto del haz hacen un poco de llano o mesa donde echan la carga o el hombre que han de pasar de una parte a otra del río, al cual mandan con grandísimo encarecimiento que en ninguna manera se menee de como lo ponen sobre la balsa, asido a las ataduras de ella, ni alce la cabeza como la lleva boca abajo, echada sobre la balsa, ni abra los ojos a mirar cosa alguna. Pasando yo de esta manera un río caudaloso y de mucha corriente (que en los tales es donde los indios lo mandan, que en los mansos y de poca agua no se les da nada) por el demasiado encarecimiento que el indio barquero me hacía para que no abriese los ojos, que por ser yo muchacho me ponía unos miedos como que se hundiría la tierra o se caerían los cielos, me dio codicia de mirar por ver si veía algunas cosas de encantamiento o de la otra vida, y así, cuando sentí que íbamos en medio del río, alcé un poco la cabeza y miré el agua arriba, y verdaderamente me pareció que caíamos del cielo abajo, y esto fue por desvanecerse la cabeza por la grandísima corriente del río y por la furia con que la balsa iba cortando el agua, yendo al amor de ella, y me forzó a cerrar los ojos y a confesar que los indios tenían razón en mandar que no los abriesen. En estas balsas de anea no va más de un indio en cada una de ellas, el cual para navegar se pone caballero en lo último de la popa y, echándose de pechos sobre la balsa, va remando con pies y manos y encamina la balsa al amor del agua hasta ponerla de la otra parte del río. En otras partes hacen balsas de calabazas enredadas y atadas unas con otras hasta hacer una tabla de ellas de vara y media en cuadro y de más y de menos. Échanle por delante un pretal como a silla de caballo, donde el indio barquero mete la cabeza y se echa a nado. Y sobre sí lleva nadando la balsa y la carga hasta pasar el río o la bahía, estero o brazo de mar y, si es necesario, lleva detrás uno o dos indios ayudantes que van nadando y empujando la balsa. En otras partes donde los ríos, por su mucha corriente y ferocidad, no consienten que anden sobre ellos, y donde por los muchos riscos y peñas y ninguna playa no hay embarcaderos ni desembarcaderos, echan una maroma gruesa de una parte a otra del río y la atan a gruesos árboles o fuertes peñascos. En esta maroma anda corriente una canasta grande con una asa de madera como el brazo, que corre por la maroma. Es capaz de tres y cuatro personas, trae dos sogas, una a un lado y otra a otro, por las cuales tiran de la canasta para pasarla de la una ribera a la otra, y como la maroma sea larga, hace mucha vaga y caída en medio y es menester ir soltando la canasta poco a poco hasta el medio de la maroma que va bajando, y después, por la otra media que va hacia arriba, la tiran de aquella banda a fuerza de brazos, y para esto hay indios que tienen cargo de pasar los caminantes, y los mismos que van dentro de la canasta, asiéndose a la maroma, se van ayudando a bajar y a subir por ella. Yo me acuerdo haber pasado por ellas dos o tres veces, siendo muchacho de menos de diez años, y por los caminos me llevaban los indios a cuestas. Pasan los indios por esta manera de pasaje su ganado, con mucho trabajo, porque lo maniatan y echan dentro en la canasta, y lo mismo hacen del ganado menor de España, como son ovejas, cabras y puercos; empero, los animales mayores, como caballos, mulas y asnos y vacas, por la fortaleza y peso de ellos, no los pasan en las canastas sino que los llevan por otros pasos, como puentes o vados, porque esta manera de pasaje por la maroma en la canasta solamente es para gente de a pie y no la hay en caminos reales sino en los particulares que los indios tienen de unos pueblos a otros. Estas son las maneras de pasar los ríos que los indios tuvieron en el Perú, sin las puentes que hacían de mimbre y de anea o juncos, como diremos en su propio lugar, si Dios se sirve de darnos vida. Mas en toda la tierra de la Florida que estos nuestros españoles anduvieron, por la mucha comodidad que en ella hay de árboles grandes apropiados para canoas, no usaron los indios de otros instrumentos para pasar los ríos sino de ellas, aunque los españoles, como hemos visto, en algunas partes hicieron balsas.
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CAPITULO II Descripcion de la ciudad de Panamá, su magnitud y fabrica de sus casas, tribunales y riqueza de sus habitadores 254 Está Panamá fundada en el isthmo de tierra de su nombre y cerca de la playa done la continua agitacion del mar del sur en su fluxo y refluxo lava sus arenas. En su latitud boreal de 8 grados 87 minutos 48 segundos y medio, concluida por las observaciones que allí hicimos; en quanto á la longitud, hay varios pareceres porque ninguno de los astronomos que han estado en ella han logrado asegurarla por observaciones, y por esto ha quedado en opiniones si está mal al oriente ó si es mas occidental que Portobelo, las quales, siguiendo los geografos franceses, lo de que está mas oriental, la han situado assi en sus cartas, pero en las españolas, por el contrario, está puesta al occidente, y yo juzgo que estas ultimas se deben tener por mas acertadas, atendiendo á los frequentes viages que los españoles hacen de una á otra ciudad no pueden dexar de haverlas dado algun mas conocimiento de ello para haverlo colocado en esta forma, lo que no es tan factible en los franceses, á quienes faltan, con la oportunidad de hacer este transito, las frequentes observaciones. No escusaré confessar que casi todos los españoles que hacen este pequeño viage tienen la exclusion de no ser aptos para especularlo y poder hacer un razonable juicio del camino que andan y su direccion, pero, entre tantos, ha havido muchos pilotos aplicados y otros sugetos curiosos y capaces que han dedicado su atencion á ello, de cuyas noticias se ha seguido el situar esta ciudad en la manera que lo está. Este sentir se confirma con lo que se puede inferir de nuestra derrota porque la direccion de la que hicimos por el rio fue desde su boca hasta el pueblo de Cruces, al sueste quarta al este, 3 grados 36 minutos este, y, siendo la distancia 21 millas, corresponden 20 minutos de diferencia entre los dos meridianos, que Cruces está mas oriental que Chagre ahora es menester atender á la distancia navegada desde Portobelo á Chagre, la qual fue en las primeras dos horas y media con el terral á remo y vela congeturada una legua y media por hora y despues 7 horas con brisa fresca á 2 leguas por hora, que harán 18 leguas, y, haviendo sido toda la derrota casi al oeste, componen 44 millas de diferencia de longitud ó 41 por lo que faltó de ser el rumbo con precision al oeste y substrayendo de este los 20 minutos que por la derrota quedó Cruces mas oriental que Chagre, resultará Cruces occidental respecto de Portobelo 21 minutos, á los que se ha de añadir la distancia que hay de Cruces á Panamá, cuya direccion es el sudoeste sin gran diferencia, regulando las 7 horas de camino á dos tercios de legua por ser este fragoso y malo, que serán 14 millas, y á ellas corresponden 10 minutos y medio de diferencia de meridianos. Con que Panamá se hallará 31 minutos al occidente de Portobelo con corta diferencia, y se puede concluir que las cartas españolas lo sitúan mejor que las francesas. 255 La primera noticia que tuvieron los españoles de Panamá le debieron á Tello de Guzmán, que en el año de 1515 llegó á aquel sitio, pero no halló en él más que rancherias de pescadores que acudian allí á gozar de la abundancia de pescado, por la qual le dieron los indios el nombre de Panamá, que significa lugar de mucho pescado. En el año de 1513 Vasco Nuñez de Balboa havia yá descubierto el mar del sur y tomado possession juridica de él en nombre de los reyes de Castilla. Al descubrimiento de Panamá se siguió el establecer su poblacion el año de 1518 Pedrarias Davila, que era governador de Castilla del Oro nombre que entonces se daba á aquella parte de Tierra Firme; y en el de 1521 obtuvo el titulo de ciudad, con todas las circunstancias correspondientes, que le concedió la catholica magestad del emperador Carlos V. 256 Tuvo la infelicidad esta ciudad de ser saqueada y reducida á cenizas por el pyrata inglés Juan Morgan en el año de 1670. Este, despues de haverlo executado en Portobelo y Maracaybo, retirandose á las islas, publicó el designio de passar á Panamá entre los demás pyratas que infestaban aquellos mares y, haviendosele juntado muchos de ellos, hizo derrota para Chagre, desembarcó allí alguna de su gente y empezó á batir aquella fortaleza con sus navíos. Pero no la huviera vencido ni logrado su empresa si un accidente casual no se la huviera facilitado porque, hallandose yá los navíos bien maltratados, su gente disminuida con la que havianle muerto y herido desde la fortaleza y la que batallaba desesperanzada, trataba de volverse quando una de las flechas que disparaban sobre ellos los indios, quedó clavada en el ojo de uno de los compañeros de Morgan, el qual, rabioso con el dolor, se la arrancó y, con pronta prevencion, enredó en uno de sus extremos un poco de algodón ó estopa y, metida en el cañon de su fusil yá cargado, la disparó al fuerte, en el qual todo el cubierto de las casas era de paja y de madera las paredes, como se acostumbra en aquel país, y, cayendo la flecha en uno de sus techos, puso fuego á todo él; este no fue advertido por los combatientes, que con la atencion á su defensa no se apartaban de los parapetos, hasta que las llamas y humareda les hicieron conocer que estaba todo el fuerte hecho un volcán, y, debaxo de él, el almacén de la polvora, adonde no podían dexar de llegar las llamas en poco rato. Un tan no esperado accidente los llenó á todos de confusión y espanto, y lo que hasta entonces havia sido valor se reduxo á desorden é inobediencia porque cada uno solicitaba ponerse en salvo y desamparaban los impuestos huyendo de los dos peligros; pero el castellano, siempre constante en la defensa, quiso permanecer allí, sin dexar las armas, con 15 ó 20 soldados que le havian quedado, y, lleno de heridas, rindió la vida á menos de su lealtad. Alentados los pyratas con este acontecimiento, acometieron y rindieron aquella poca gente que yá havia y se hicieron dueños del sitio, que quedó destruido, por no haver sido possible evitar los estragos del emprendido fuego. Allanada aquella dificultad, que era la principal para la empressa, subieron en sus lanchas y botas por el rio la mayor parte, dexando fondeados los navios con la gente suficiente para que los guardase; desembarcaron en Cruces y continuaron el camino hasta Panamá, en cuya sabana, que es un llano espacioso que está antes de la ciudad, huvo distintas escaramuzas de una y otra parte, y, haviendo quedado ventajoso en ellas Morgan, se apoderó de la ciudad, que halló casi despoblada de hombres porque todos los que salieron á la campaña procuraron, luego que se vieron vencidos, retirarse á lo mas espeso de los bosques. Hecho dueño de ello, la saqueó á su salvo y, haviendolo ocupado algunos dias, trató de dexarla sin ofender á los edificios, mediante la crecida cantidad que se le pagó por el indulto. Pero despues de haverlo recibido, por descuido de ellos mismos, como dixeron entonces y refiere la historia de sus hechos, ó, lo que es mas verosimil, de proposito, le pegaron fuego, estando para retirarse, y reduxeron á cenizas, fingiendo que los vecinos havian sido los incendiarios, medio para pretextar haver cumplido su palabra, como lo havian pactado. 257 Por este accidente fue forzoso volverla á reedificar y se trasladó al parage donde está al presente, que dista del antiguo como legua y media, mejorando assi de sitio. Es toda cerrada de muralla de piedra sillar y tiene una guarnicion de tropas reglada muy competente, de la qual passan los destacamentos necessarios á los presidios del Darién, Portobelo y Chagre. Por la parte del noroeste de la ciudad y cercano á ella, está un cerro que nombran del Ancon, el qual se eleva sobre aquel lleno 101 tuessas, segun se encontró por la medida que se hizo geometrica. 258 Las casas son todas de madera, con un alto, y cubiertas de teja, pero muy capaces y vistosas por su buena disposicion y harmonía de ventanage; entre estas, hay algunas de cal y piedra pero muy raras. Extramuros tiene un arrabal abierto, mas capaz en su extension que la ciudad, y sus casas, de la misma materia y construccion que las de adentro, á excepcion de las que lindan con la campaña, que son muchas, cubiertas de paja y mezcladas con bujías. Las calles, tanto de la ciudad como del arrabal, son derechas, anchas, y empedradas la mayor parte. 259 Con ser todas las casas allí de madera, no se experimentaban en ellas los incendios por ser su calidad tal que, aunque se pusieran algunas asquas sobre el suelo hallado ó contra alguna pared, todo el efecto que hacian era abrir un agujero sin encenderla, y, con la misma ceniza ó polvo que iba haciendo se apagaba ella por sí; no obstante esta tan sobresaliente calidad que en tanto tiempo despues de su reedificacion havia preservado á esta ciudad, no bastó para que en el año de 1737 dexasse de quedar reducida á cenizas casi toda, y la bondad de las maderas de sus casas no pudo indemnizarla del estrago que executó en ella la voracidad del fuego, bien que fue necessario para esto que concurriesse otra causa á hacer mas combustible su materia, y fue haver empezado el fuego por una bodega, donde havia entre otros generos porcion de brea, alquitrán y aguardiente; con que, llevando consigo las llamas estas materias, con facilidad se pegaban a las casas, haciendo combustibles las singulares especies de sus maderas. El arrabal se libró de esta ruina porque entre él y la ciudad media una distancia de casi doscientas tuessas. Despues de este accidente, se ha vuelto á reedificar haciendo gran parte de las casas de cal y piedra, la qual no es allí dificultosa. 260 Hay en aquella ciudad un tribunal de Audiencia real, á quien preside el governador de Panamá, y es anexo á este empleo la capitanía general del reyno de Tierra Firme, que por lo regular recae todo en un oficial de graduación, pero comunmente se denomina el caracter de la persona, que exerce este empleo con el titulo de presidente de Panamá. 261 Igualmente, goza el distintivo de tener una iglesia cathedral, compuesta del obispo y un mediano numero de prebendados. Un ayuntamiento, formado de alcaldes ordinarios y regidores, Caxas reales con tres oficiales de la Real Hacienda, contador, thesorero y factor y una comissaria de la Inquisicion, nombrados los sugetos que obtienen los empleos de ella por el tribunal de la Inquisicion de Cartagena. 262 La fabrica material, tanto de la iglesia mayor como de los conventos, es de cal y piedra porque, aunque antes del incendio havia algunas de madera, con el desengaño que dió este exemplar, resolvieron mejorarlas, haciendolas de materia mas sólida y resistente. Los conventos que hay en aquella ciudad son uno de cada orden, dominicos, franciscos, agustinos y mercedarios, un colegio de la Compañía y un hospital de San Juan de Dios. Las comunidades generalmente son muy cortas porque las rentas no son grandes, y, assi, correspondientemente, los adornos de las iglesias, no muy ricos ni crecidos aunque no les falta la decencia precisa para el culto. 263 Los adornos de las casas son muy asseados pero no de excessivo costo, y, aunque allí no hay caudales tan crecidos como en otras ciudades de las Indias, se hallan entre su vecindario hombre ricos, y á ninguno le falta mediano possible; con que, sin ser ciudad á quien se le pueda dar el nombre de rica, tiene circunstancias para que no se deba juzgar absolutamente pobre. 264 El puerto de esta ciudad se forma en la rada de ella con el abrigo de varias islas, y, entre ellas, tres mas principales que se llaman isla de Naos, de Perico y Flamencos, de las quales en la de en medio está el fondeadero, que toma el nombre de Perico por la misma isla; es de bastante seguridad para las embarcaciones y distante de la ciudad como cosa de 2 leguas y media á tres leguas. 265 Las mareas son regulares, y, segun tenemos observado el dia de la conjuncion, es la pleamar á las 3 de la tarde; el agua sube y baxa mucho, lo qual, con la disposicion llana que tiene el fondo de aquella playa, hace que se retire de ella y la descubra demasiado en la baxa mar. Aqui es digno de notarse la diferencia grande que se observa entre las dos mares del norte y del sur tocante á las mareas, pues en ellas proceden encontradamente; y, assi, se vé que todo lo que se advierte de irregularidad en los puertos correspondientes á la mar del norte, es regularidad en la del sur, y lo que en aquella dexa de hincharse ó de decrecer, en esta se levanta ó baxa, estendiendose sobre las playas ó ensanchandolas como efecto propio del fluxo y refluxo. Esta particularidad es tan constante que se experimenta en los demás puertos de aquellas costas del mar del sur, pues en Manta, que está casi debaxo de la equinocial, crece y mengua la mar el tiempo regular de seis horas con corta diferencia, dexandose percibir en las playas bastantemente el efecto de estos dos movimientos, y aun en el rio de Guayaquil sucede lo mismo quando el caudal de sus aguas no interrumpe el orden regular de las mareas; lo mismo se observa en Palta, Guanchaco, el Callao y los demás puertos de aquel mar, si bien con la diferencia de subir en unos ó baxar el agua mas que en otros; con que, no puede verificarse allí aquella bien fundada opinion que corre entre los nauticos de que entre los tropicos son irregulares las mareas, tanto en la desproporcion del tiempo que gasta en el fluxo respeto del que emplea en el refluxo, ó, al contrario, quando á la cantidad de lo que suben ó baxan las aguas con cada uno de estos movimientos respectivos porque suceden al contrario. No será facil encontrar la razon physica concluyente de un phenomeno tan particular y digno de notarse como este, y assi solo puedo decir que aquel isthmo ó estrecha garganta de tierra que hace la separacion de los dos mares, teniendo divididas sus aguas, es instrumento para que, ceñidas á sus margenes, reconozcan distintas leyes de uno y otro mar. 266 La aguja tocada al imán tiene de variacion en esta rada 7 grados 39 minutos al nordeste. Tanto la rada como toda su costa abunda mucho de pescados de distintas especies y muy gustosos, y en las playas hay mucha peñolería de marisco, entre el qual se distinguen dos especies de gationes, unos pequeños y otros grandes, excediendo en la calidad los pequeños. 267 Es muy propio aquel fondo para la cria de las perlas, cuyos ostiones son tambien muy sabrosos, y todas las islas de aquella ensenada abundan esta pesquería. 268 A1 puerto de Perico llegan las armadas del Perú, quando baxa aquel comercio á la feria, y nunca faltan embarcaciones en él que continuamente van de los puertos del Perú llevando víveres y crecido numero de barcos costeños que hacen viages de allí al Chocó ó á los puertos de la costa occidental en el mismo reyno. 269 Los vientos son los mismos que se experimentan en toda la costa; las mareas ó curso de las aguas son mas sensibles que apartados de ellas, y no se puede dar regla individual del rumbo que siguen porque es segun el parage en donde se halla la embarcacion respecto de los canales que forman aquellas entre sí y varían en unos mismos conforme los vientos que reynan; assi, bastará quede advertido que tienen movimiento las aguas para que cualquiera pueda aprovecharse de este aviso.
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CAPITULO II Descripción de la isla de la Tortuga, de sus frutos y árboles, y de qué manera poblaron allí los franceses dos veces y fueron echados los españoles de ella; y cómo el autor de este libro fue en ella vendido en dos ocasiones Está situada la isla de la Tortuga al lado del norte de la famosa y grande isla Española; cerca de la tierra firme, en la altura de veinte grados y treinta minutos; es grande de sesenta leguas; llamáronla Tortuga por tener la forma de una tortuga o galápago de mar; diéronla por esta razón los españoles este nombre; es muy montañosa y llena de peñascos mas, no obstante, espesísima de lozanos árboles, que no dejan de crecer entre lo sólido de los riscos, sin participar inmediatamente de tierra friable, de donde se sigue que las raíces, por la mayor parte, se descubren por todo enlazadas contra las piedras a modo de ramas de yedra en una pared. En la parte que mira al norte no vive gente, lo uno por ser muy incómoda y mal sana; lo otro porque por allí es tan escabrosa que sin grandes dificultades no se puede llegar a la orilla de la mar, si no es entre riscos casi inaccesibles; por esta razón la poblaron de la parte meridional, donde tiene sólo un puerto razonablemente bueno, teniendo dos entradas por donde pueden pasar navíos de 70 piezas, siendo el fondo sin riesgo, y capaz de contener grande número. La parte poblada se divide en cuatro, llamadas: la Tierra baja, ésta es la más famosa por el dicho puerto; llámase el lugar Cayona, en el cual viven los principales plantadores. La segunda se llama MedioPlantage plantío; su territorio aún está nuevo, experimentando de ella ser muy fértil para cultivar tabaco. La tercera se llama la Ringot; están estos lugares situados al fin del poniente de la isla. La cuarta se llama la Montaña, en la cual se hicieron los primeros cultivos que en la isla comenzaron. En cuanto a los árboles que allí crecen son muy lozanos y vistosos, que pueden servir a distintos usos con grande utilidad, como el sándalo amarillo, que llaman los de la tierra Bois de Chandel, que significa palo de candela, por arder como una candela, y se sirven de ella para hacer la pesca de noche. Crece también Palo Santo que otros llaman Guayaco; sus virtudes son bien notorias, principalmente a los que no observan el tercer voto o sexto mandamiento, dándose a toda suerte de cópulas impuras; sacan de él los médicos, debajo de diversas composiciones, un antídoto para males que proceden del juego de Venus, y humores víscidos, fríos. Los árboles que sudan la Goma Elemi crecen en grandísima abundancia, como también raíz de China, la cual no es tan buena como la que se trae de las Indias Occidentales; es muy blanca y blanda y es pasto gracioso a los jabalíes cuando no hallan otra cosa. Del Aloes o Acíbar no carece esta isla, como de otra infinidad de hierbas medicinales y dedicadas al aspecto de quien las contempla para fábrica de navíos, y de otra cualquier suerte de edificios se hallan en esta mancha de Neptuno, maderas muy a propósito. Las frutas que con abundancia crecen allí, no rinden feudo de menores ni menos estimadas que las otras islas circunvecinas; contaré algunas de las más ordinarias y comunes, como son: Magniot, Patatas, Manzanas de Acajou, Yañas, Bacones, Paquayes, Carasoles, Mamayns, Ananás y otros muchos géneros, que por no ser molesto dejo de especificar. Crece también gran número de árboles llamados Palmites, de los cuáles exprimen un zumo que sirve a los moradores de vino, y sus hojas de cubiertos y tejados a las casas. Abunda con multiplicación cotidiana, esta isla de Jabalíes; prohibió el gobernador la caza de ellos con perros, diciendo que era la isla pequeña y que tal caza destruiría en poco tiempo dichos animales, juzgando a propósito conservar la casta, para que en caso de invasiones de enemigos pudiesen los defensores mantenerse de tales carnes, principalmente, si los habitantes se viesen forzados a retirarse a los bosques, para que en ellos puedan tener de qué sustentarse y con ese medio poder sufrir cualquier asalto y persecución subitánea o larga; impídese esta caza casi de ella misma, por ser tantos los peñascos y precipicios que, por la mayor parte, están cubiertos de árboles pequeños muy frondosos, de donde con facilidad se han precipitado muchos cazadores de lo cual, no sin dolor, se tiene experiencia de muchos desastres. En cierto tiempo del año concurren a la Tortuga grandes bandadas de palomas torcaces, siendo ocasión en que los habitantes comen de ellas con largueza y les sobra, dejando totalmente en reposo otros animales, tanto domésticos como silvestres que suplen la ausencia de palomas en la sazón de retiro; y como nada en este mundo, por agradable que sea, deja de mostrar entre sí mezcla de amargura, tenemos bien este símbolo en las referidas palomas, las cuales, pasada la sazón que Dios concedió para el uso de alimento sabroso a las gentes que allí viven con tanta delicia, no las pueden gustar, porque se enflaquecen demasiado y amargan por extremo, proviniendo esta diferencia de cierta simiente que comen amarga como el acíbar. A las orillas de la mar concurren multitud de cangrejos marinos y terrestres muy grandes, buenos para sustentar criados y esclavos, que dicen ser muy sabrosos pero nocivos a la vista; además, que comiéndolos repetidas veces, causan vahídos de cabeza con flaqueza del cerebro, de suerte que privan de la vista, de ordinario, por un cuarto de hora. Habiendo plantado los franceses en la isla de San Cristóbal cierto género de árboles, de los cuales ya habrá cantidad, hicieron unas gabarras y barcos luengos para enviar hacia el poniente bien proveídos de gente y municiones, a descubrir otras tierras. Salieron de ésta y llegaron cerca de la isla Española, a la cual abordaron con alegría, saltando en ella y metiéndose tierra adentro; hallaron grande abundancia de ganados como son toros, vacas, jabalíes y caballos; mas considerando que con aquel ganado no podían sacar provecho, menos que a tener una parte segura donde acorralarlos y tenerlos cerrados, y conociendo también que la isla estaba muy poblada de españoles, hallaron a propósito y acordaron de emprender y tomar la isla de Tortuga. Hiciéronlo sin mucha resistencia, pues en ella no se hallaban más que diez o doce españoles que la guardaban, los cuales dejaron a los franceses libremente entrar, quedándose allí medio año sin que nadie se lo estorbase. Pasaban con sus canoas entre tanto a la Tierra Mayor, de la cual conducían a ésta mucha gente, con que comenzaron a plantar toda la isla de Tortuga; pero, viendo los pocos españoles que allí estaban el número de franceses, que se aumentaba cada día, les era muy pesado que poblasen y dieron aviso a otros de la nación vecinos suyos, los cuales enviaron unas gabarras bien armadas para echar de aquella tierra los franceses, cuya empresa les sucedió según su deseo por entonces; pues viendo los nuevos pretensores venir número de españoles, huyeron con todo lo que tenían a los bosques y desde allí se fueron de noche con sus canoas a tierra firme, hallándose desembarazados y sin el estorbo de mujeres ni criaturas, ya que cada uno huía como el que más. Fuéronse allá también a las selvas para buscar de comer y de ellas, con secreto, hacer lo posible para advertir a otros de su facción, teniendo por más que cierto, que bien presto podrían impedir el fortificarse a los españoles en Tortuga. Buscaban en los bosques los españoles a los huéspedes franceses para echarlos fuera o hacerlos morir de hambre, pero mal les sucedió; hallándose que los franceses estaban muy bien prevenidos de buenos mosquetes, balas y pólvora. Los retirados aguardaron la ocasión en que sabían que los españoles debían salir para la Tierra Grande con sus armas y mucha gente en busca de los franceses, los cuales volvieron entretanto a Tortuga y la despojaron de los pocos españoles que quedaron, preparando e impidiendo la entrada por si querían volver; con que impetraron socorro al gobernador de San Cristóbal, suplicándole que juntamente enviase un gobernador, para poderse mejor unir y sujetar en todas ocasiones. El general de San Cristóbal oyó muy gustosamente la proposición, con que sin alguna dilación envió a Monsieur le Vasseur, en calidad de gobernador, con un navío lleno de soldados y todas las cosas necesarias para establecerse, y defenderlo a otros. Luego que llegó este socorro hizo el gobernador fabricar una fortaleza encima de un peñasco, desde la cual podía impedir la entrada y el abordo de navíos y otras embarcaciones que pretendiesen llegar al puerto. No se puede llegar a dicho fuerte, sino casi trepando por un angosto camino que no permite subir más que dos personas juntas, y con trabajo; hay en medio de este peñasco una concavidad que sirve de almacén y, además de éste, tiene grandísima comodidad para plantar una batería. Mandó plantar con mucha fatiga, dicho gobernador, dos piezas de artillería y fabricar una casa dentro de la fortaleza y, después de esto, hizo romper el camino que había, dejando la subida sólo por una escala. Dentro se halla también una copiosa fuente que perpetuamente corre cristalinas aguas, que basta para dar refresco a mil personas, con cuyas comodidades y seguridades comenzaron a poblar los franceses y cada uno procuró buscar su vida, unos en la caza, otros plantando tabaco y otros cruzando sobre las costas de las islas de España, como todavía hacen. Erales insufrible a los españoles que los franceses poblasen allí tanto, temiendo que con el tiempo los echarían de la grande isla. Aguardaron que muchos de ellos saliesen a la mar y otros a la caza, con que entretanto prepararon unas canoas con 800 soldados y abordaron la tierra sin ser percibidos de los franceses; pero hallando que el gobernador había hecho cortar muchos árboles para mejor descubrir al enemigo en caso de asalto; conociendo no podían emprender nada seguro, menos que jugando de artillería, consultaron para definir dónde sería al propósito el plantarla. Discurrieron que, puesto que habían los nuevos establecidos hecho cortar los árboles mayores que encubrían la fortaleza, y que sólo podían disparar sobre ella desde la cumbre de un monte que miraban, determinaron hacer un camino capaz de conducir a lo alto sus piezas. Es algo eminente y su cumbre llana, desde la cual toda la isla se descubre; sus faldas son muy escabrosas, por lo ceñido que le tienen infinidad de rocas inaccesibles, de manera que la subida es muy difícil y siempre lo fuera si los españoles no hubieran tomado el trabajoso afán de hacer dicha senda, como ahora contaré. Tenían consigo los antiguos poseedores muchos esclavos y trabajadores, llamados de otra suerte Matates, medio amarillos, indios, a quienes dieron orden de picar un camino entre las peñas. Hiciéronle con la mayor presteza que les fue posible, por el cual subieron, solas, dos piezas de cañón, con muchos gipos y plantaron una batería, que con ella, el día siguiente, cañonearon el fuerte. Descubrieron los franceses esta empresa; con que, mientras ellos estaban ocupados en preparar sus cosas, dieron estos otros avisos a sus parciales, para que los ayudasen en esta ocasión. Juntáronse los bucaneros y piratas que se hallaban cerca y llegada la noche entraron en Tortuga, donde, con el favor de la oscuridad, subieron a la montaña donde los españoles estaban (siéndoles fácil por estar acostumbrados a ella) y llegaron en el momento en que los que estaban ya arriba se prevenían para comenzar a disparar, habiendo ignorado tal socorro; con que los cogieron por las espaldas, haciendo precipitar la mayor parte de arriba abajo, reduciéndose en piezas; de suerte que ninguno se escapó, porque si algunos quedaron arriba fueron pasados a cuchillo, sin dar cuartel al más impetrante. Guardaban algunos españoles la falda del monte, los cuales oyendo los gritos y lamentaciones de los maltratados creyeron bien alguna revolución funesta arriba, con lo cual se huyeron a la parte de la mar desesperados de jamás poder ganar la isla de Tortuga. Los gobernadores de esta isla se conservaron como propietarios y señores absolutos de ella hasta el año de 1664; entonces la Compañía del Occidente Francesa tomó posesión de ella y puso por gobernador a Monsieur Ogeron, plantando para sí aquella colonia, con sus comisarios y criados, creyendo hacer desde allí algún buen negocio con los españoles, como los holandeses hacen en Curaçao; pero no les sucedió como juzgaron; querían ellos hacer comercio con algunas naciones extranjeras porque con los mismos de la suya no podían hacerle largo; por razón que cuando la Compañía comenzó en Francia, hicieron acuerdo con los piratas, cazadores y plantadores, que comprarían todas sus mercadurías necesarias de la Compañía a crédito. Y aunque este acuerdo se puso por ejecución, no dejaron de experimentar los comisarios, no podían cobrar dinero alguno, ni retornos; tanto que se vieron obligados a llamar gente de guerra, de parte de la dicha Compañía, para obtener algunas pagas; nada de esto bastó para comerciar fielmente con ellos; con que al fin, la Compañía volvió a llamar sus comisarios, dándoles orden de vender cuanto tenían en su poder, tanto criados que estaban en servicio de la Compañía, los unos por veinte y los otros por treinta pesos, cuanto el resto de mercadurías y otras propiedades que allí tenían; con lo cual todos sus designios fueron inútiles. Vendiéronme a mí, mas con mala fortuna, pues caí en manos del más tirano y pérfido hombre que calentaba el sol en aquella isla; él era entonces gobernador o teniente general de aquella plaza, el cual me hizo todos los malos tratos que en el mundo se pueden imaginar y, sobre todo, me hacía andar ligero a pura hambre canina, jamás semejante de otros sufrida; bien quería darme libertad y franqueza mediando trescientos reales de a ocho, que yo no podía ni uno pagar; con cuyas miserias e inquietudes de espíritu caí en una muy peligrosa enfermedad. Viéndome mi malvado amo de aquella suerte, temeroso de perder su dinero perdiendo yo la vida, me tornó a vender a un cirujano por setenta piezas de a ocho. Estando, pues, en poder de este segundo, comencé a recobrar mi salud por medio del buen tratamiento que me hacía, siendo más humano que el de aquel mi primer Nerón; diome vestidos y muy buen sustento, y después que le hube servido un año, me ofreció libertad, obligándome yo a pagarle cien pesos cuando pudiera dárselos, con lo cual acepté su acomodada proposición con gusto y grata voluntad. Luego que me vi libre (hallándome como Adán, recién formado de la mano de aquel Infinito y Poderoso Señor), mas desnudo de todo humano medio ni para ganar mi triste vida, me resolví a entrar en el inicuo orden de los piratas o salteadores de la mar, donde fui recibido con aprobación de los superiores y del común; con ellos continué hasta el año de 1672, habiéndoles asistido en sus empleos y ejercicios y servídolos en muchas ocasiones y empresas muy notables (de que haré aquí adelante verdadera relación), me volví a mi país; pero, antes de contar los prometidos sucesos, diré algo, por satisfacción de los curiosos lectores, de lo que pasó en la isla Española, que está hacia el occidente de la América, y haré descripción de ella según mi capacidad y experiencia.
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CAPITULO II Noticias de la navegacion desde el puerto de Perico hasta el de la Puná; vientos y curso de las aguas en esta travesía 379 Las brisas, que con mi recalada, segun queda dicho, hacen variar la sazón del tiempo y clima de Panamá formando el verano, son tambien las que lo diversifican en la travesía desde el puerto de Perico hasta el de la Puná ó, mas propiamente, hasta cabo Blanco. Á proporcion, pues, que las brisas vientan en Panamá, van poco á poco recalando y haciendo oposicion á los vientos sures hasta que llegan á predominarles y quedar entabladas; assi, conforme se retardan ó adelantan en aquella ciudad, lo executan en la mar. Por lo regular, solo alcanzan estos vientos hasta el equador, adonde, llegando yá con poca fuerza, se experimentan calmas y vientos inconstantes, varios y endebles, pero á veces suelen recalar mas y llegar hasta la isla de la Plata ó sus cercanías y, en todas ocasiones, vientan con mas fuerza quanto con mas inmediacion á Panamá. Estos vientos, que son por el norte hasta el nordeste, mantienen despejada la athmosphera claras las costas y no se experimentan con ellos turbonadas de agua, pero sí fuertes ráfagas de viento que, si no se tuviera cuidado de preparar la maniobra con tiempo, serian muy arriesgadas y, con mayor ímpetu y frequencia desde el cabo de San Francisco hasta la ensenada de Panamá. 380 Quando cessan las brisas, empiezan á tomar cuerpo los sures y son mas fuertes en su tiempo que aquellas; estos no vientan precisamente del sur, como muchos han creido, sino desde el sueste hasta el sudoeste, apartandose en unas ocasiones mas que en otras del sur. Quando se inclinan al sueste, que es de la parte de la tierra, son acompañados de turbonadas de aguaceros fuertes y viento pero duran poco rato y passan. Los navios que hacen su comercio de la costa del Perú y Guayaquil á Panamá suelen procurar salir de sus puertos quando reynan los sures para restituirse en tiempo de nortes y hacer los viages mas breves pero esto no quita que lo executen en todos los otros con la pension de estar algo mas en la mar hasta que consiguen tomar el puerto de Palta, pero muchas veces se ven precisados, quando lo practican navegando en contrario sazón, á arribar á los puertos de Tumaco, Atacamas, Manta ó punta de Santa Elena para hacer nueva provision de viveres y aguada. 381 Estos son los vientos generales que reynan siempre en aquel transito porque, aunque alguna vez cambien, duran poco tiempo sin volver á la parte por donde reyna el viento entablado. 382 No siguen las corrientes en aquellos parages tanta regularidad como los vientos porque en la sazón de las brisas corren las aguas desde Morro de Puercos hasta la altura de Malpelo al suoeste y oeste y desde esta altura hasta cabo de San Francisco llevan su curso al este y est sueste inclinandose para la Gorgona. Desde el cabo de San Francisco se dirigen al sur y sudoeste, cuya direccion conservan hasta 30 ó 40 leguas mar afuera, con el orden de que, á proporcion que las brisas son mas ó menos fuertes, son mas vivas las aguas en su movimiento. 383 Quando vientan los sures, corren las aguas desde la punta de Santa Elena hasta cabo de San Francisco para el norte y noroeste y lo mismo las 30 ó 40 leguas mar afuera; desde este hasta la altura y meridiano de Malpelo se inclinan con mucha fuerza para el este y el sueste desde Morro de Puercos, siguiendo la costa, algo apartado de ella, porque se dirigen unas y otras á la ensenada de la Gorgona, pero desde Malpelo hasta Morro de Puercos, por el meridiano del primero, van con violencia al noroeste y oeste. Assimismo, en la travesía desde cabo Blanco á la punta de Santa Elena, saliendo violentas las aguas del rio de Guayaquil en las ocasiones que tiene crecientes, que se verá en su lugar, corren para el oeste y, al contrario, entran en la ensenada de la Puná quando el rio está baxo; el primer efecto se experimenta interin vientan las brisas y el segundo en tiempo de sures. 384 En cualquier tiempo que se salga de Perico para Guayaquil ó costa del Perú, se procura hacer resguardo á la isla de la Gorgona por no engorgonarse, como dicen los pilotos de aquel mar. Esto se suele experimentar muy frequentemente ó por no haver hecho el suficiente reparo ó, lo que es mas regular, por haver experimentado calmas los navios. Es assimismo preciso el guardarse de la isla de Malpelo, cuyo nombre descifra lo que es; y en los dos extremos de ir á perderse en esta ó engorgonarse en aquella, menos inconveniente hay en elegir lo ultimo que en arriesgarse á lo primero, pues todo el daño queda terminado en la mayor detencion del viage. 385 Quando una vez se llega á descubrir la isla de la Gorgona, es bien dificil poderse apartar de ella siguiendo la derrota para el sur, sudoeste, oeste y hasta el norte, y assi lo mas acertado en este caso es volver á caminar acia Panamá siguiendo la costa, que es donde las aguas forman revesa, y sin apartarse mucho de ella para no volver á caer en los hilos de la corriente que van al sueste. 386 Las tierras de toda la costa son de mediana altura desde Panamá hasta la punta de Santa Elena pero en algunos parages se descubren montañas bien altas retiradas, que son las cordilleras de la serranía interior. Monte Christo es el parage que dá á conocer á Manta y es un cerro de bastante altura y distinguible, á cuyo pie está el pueblo del mismo nombre. 387 En las ensenadas que forma esta costa, y particularmente donde hay desembocaduras de rios, es peligroso atracarse mucho á tierra sin tener conocimiento del parage porque hay algunos baxos que aun los mismos prácticos del país no tienen muy averiguados. En la ensenada de Manta se halla uno de estos, donde varios navios han tocado estando de tres á quatro leguas de tierra, los quales con el sossiego que tienen las aguas allí dentro no han peligrado, y solo les ha sido preciso carenar inmediatamente para contener el agua que han empezado á hacer con el daño recibido de la barada. 388 En toda esta travesía no se experimentan mares alteradas porque, aunque se levante alguna cosa, quando hay ráfagas ó turbonadas, es muy poco lo que se agita y cessa luego que se echa el viento. 389 Mientras que vientan los sures, hay abromazones en la costa, las tierras están confusas y muchas veces totalmente cubiertas de vapores. Algo de esto se experimentó en nuestro viage aunque no tanto que sirviesse de impedimento para hacer todos los dibuxos del aspecto que formaban; al contrario sucede quando vientan las brisas que, estando limpia la athmosphera, lo están assimismo las tierras, y entonces se puede ir en busca de ellas con mas seguridad y confianza.
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CAPITULO II Lolonois arma una flota para echar gente en tierra en las islas españolas de la América, con intento de saquearlas, abrasarlas y despojarlas de todo bien Hizo advertir Lolonois su designio a todos los piratas que por entonces estaban en la mar; con que en poco tiempo tuvo más de 400 hombres. Además de esto había otro pirata en la isla de Tortuga, llamado Miguel de Basco, que había hecho grande fortuna, bastante para reposarse y no salir más a la mar para este fin. Tenía el cargo de mayor en la isla, pero viendo las grandes preparaciones que Lolonois hacía, trabó con él estrecha amistad, ofreciéndole que, si quería constituirle su capitán de tierra (pues la conocía muy bien, y su constitución), iría con él. Fueron de acuerdo ambos con mucho regocijo de Lolonois, sabiendo que Basco había hecho también grandes acciones en la Europa y que era grande soldado. Diole el propuesto cargo y toda su gente, que embarcaron con ocho navíos, siendo el de Lolonois el más grande, armado de 10 piezas de artillería. Estando todos bien preparados, dieron a la vela y partieron juntos a la fin de abril, con numerosa gente, siendo en todos 1660 hombres, encaminándose hacia la parte llamada Bayala, situada de la parte del norte de la isla Española, donde tomaron aún una partida de cazadores que voluntariamente se fueron con ellos; proveyéronse allí de toda suerte de víveres necesarios. El último de julio siguiente se pusieron a la vela, dirigiendo su curso hacia el cabo oriental de la isla llamada Punta de Espada, donde inmediatamente vieron un navío que venía de Puerto Rico destinado para la Nueva España, estando cargado con cacao. El almirante Lolonois ordenó a los otros navíos de aguardarle cerca de la isla Savona, que está al lado del oriente de la isla de Punta de Espada, y que él solo iría a tomar dicho navío, el cual, después de dos horas de la vista, no quiso huir y se aprestó a la defensa, estando bien armado y proveído de todo lo necesario; pusiéronse en combate, que duró tres horas, que pasadas se rindió a Lolonois. Era un navío montado de diez y seis piezas de artillería, con cincuenta personas de defensa o guarnición; hallaron dentro ciento y veinte libras de cacao, cuarenta mil reales de a ocho en moneda y el valor de diez mil pesos en joyas. Envióle Lolonois a Tortuga para descargarle con orden de volver, a dicho navío, tan presto como fuera descargado en la isla Savona donde le aguardaban, pero la flota, habiendo llegado a dicha isla, halló otro navío que venía de Cumaná con municiones de guerra para la isla de Santo Domingo y dinero para pagar los soldados de dicha isla, al cual tomaron sin alguna resistencia y siendo fuerte de ocho piezas de artillería y teniendo dentro siete mil libras de pólvora, cantidad de mosquetes y cosas de este género, así como, también, doce mil reales de a ocho en moneda. Dio todo esto coraje a los piratas, pareciéndoles un buen principio en sus negocios y hallando su flota reforzada en tan poco tiempo. Habiendo llegado este segundo navío a Tortuga, el gobernador lo hizo descargar y despachar al punto con frescos víveres y otras cosas para Lolonois, que le eligió al instante por suyo y dio el que tenía a su camarada Antonio du Puis o del Pozo, y habiendo obtenido nuevos resultas de gente, en lugar de los que perdió en las tomas dichas y de enfermedades, se halló en buen estado para proseguir su fortuna. Hallando toda su gente llenos de coraje, dieron a la vela para Maracaibo, siendo situado su puerto en la tierra de Nueva Venezuela, en la altura de doce grados y algunos minutos, latitud septentrional. Es larga esta isla de veinte leguas y doce de ancho. De este dicho puerto son las islas de Oneba y Monges. El lado oriental se llama cabo de San Román; el del occidente se llama cabo de Caquibacoa; el golfo algunos le llaman de Venezuela, mas los piratas le intitulan bahía de Maracaibo. Al principio de este golfo hay dos islas que se extienden la mayor parte del oriente al occidente; la de oriente se llama isla de la Virgilia, porque en medio de ella se ve una alta colina, encima de la cual está una casa donde vive una centinela perpetuamente; la otra tiene por nombre isla de Palomas. Entre estas dos islas se halla una mar o lago de agua dulce, larga de sesenta leguas y ancha de treinta, el cual tiene su salida a la mar; expláyase alrededor de estas dos islas entre las cuales se halla la mejor seguridad para pasar los navíos no siendo más ancho este canal que un tiro de artillería de a ocho libras; poco más o menos. Hay un castillo sobre la isla de las Palomas para impedir la entrada, siéndoles a todos los navíos que quieren entrar forzoso de pasar junto a él, estando dos bancos de arena de la otra parte, que no tienen sobre sí más que catorce pies de agua. Hállanse otros bancos dentro de este lago, como el Tablazo, que no tiene más profundidad que diez pies, pero está ya cuarenta leguas adentro; hay otros que no tienen más que seis, siete y ocho brazadas, todos los cuales son bien peligrosos particularmente a los poco versados. En el lado occidental está situada la ciudad de Maracaibo, la cual es muy agradable, por estar sus casas fabricadas a lo largo de la ribera, teniendo las vistas muy deliciosas, todo alrededor. Contiene tres o cuatro mil personas que componen una razonable población; contando en este número los esclavos, calculánse, de entre ellos, ochocientos hombres capaces de tomar las armas, que son todos españoles. Hay una iglesia parroquial de muy buena estructura y adorno; cuatro conventos y un hospital. Gobiérnase por un vicegobernador que sustituye al de Caracas. El negocio o trato que allí se hace consiste, por la mayor parte, en pieles y tabaco. Tienen los habitantes grande cantidad de ganados y plantíos que se dilatan en distrito de treinta leguas contándose, por una parte, desde la dicha villa hasta el grande y populoso lugar de Gibraltar, en el cual se recoge abundancia de cacao y multitud de toda suerte de frutos campesinos para regalo y entretenimiento de los de Maracaibo, cuyos territorios son un poco más secos; de ellos sacan carnes para los de Gibraltar, que envían, cuando éstos llevan cargas de limones, naranjas y otros frutos, a aquéllos, siendo los de dicha aldea miserables en carnes, pues no pueden apacentar en sus campos vacas ni carneros. Delante de Maracaibo hay un espacioso y asegurado puerto, sobre el cual se pueden fabricar toda suerte de embarcaciones, teniendo la comodidad de madera, que pueden conducir a poco gasto. Cerca de la villa está una isleta llamada Borrica, que sirve para apacentar grande cantidad de cabras, las cuales aprovechan más a los de Maracaibo por las pieles que sacan de ellas, que por sus carnes y leche, de que no hacen mucho caso si no es cuando son tiernos cabritos. Hay a los contornos de la villa algunos carneros, pero muy pequeños. En algunas islas de este lago y en otras partes viven muchos indios salvajes, que los españoles llaman Bravos, los cuales no pueden acordarse con la generosa nación española a causa de su brutal e indómita naturaleza. Estos indios, por la mayor parte, viven hacia el lado de occidente de la mar, en pequeñuelas casas fabricadas sobre los árboles que crecen dentro del agua, siendo la causa de eso procurarse libertarse de la innumerable cantidad de mosquitos que hay en aquellas partes, que los atormentan con la prolijidad. Hay también, en el oriente de aquel lago, lugares enteros de pescadores, que son obligados como los indios a vivir en casillas semejantes a las precedentes por la misma razón y por las inundaciones ordinarias de las aguas; pues sucede que habiendo llovido se cubre la tierra dos o tres leguas, por causa que a este lago salen veinte y cinco caudalosos ríos, de suerte que el lugar de Gibraltar muchas veces es tan cubierto de aguas, que los labradores forzosamente dejan sus casas y se retiran a sus plantíos. Gibraltar está situado del lado del agua cuarenta leguas dentro de dicho lago, el cual recibe los víveres necesarios, como está dicho, de Maracaibo. Habítanle mil y quinientas personas en todo, y de ellas hay cuatrocientos hombres de defensa; la mayor parte tienen tiendas donde ejercen algún oficio mecánico. Todos los circuitos de este lugar están proveídos de plantíos de cacao y azúcar; muchos árboles muy vistosos y lozanos, de cuya madera se pueden fabricar casas, como también navíos. Hallan entre ellos cedros gruesos de siete brazadas, que sirven muy de ordinario allí para la fábrica de navíos que hacen con la disposición de una grande vela, a los cuales llaman piraguas. Muchas riberas y arroyos corren por estos términos, que les son muy útiles en tiempo de sequedad, abriendo algunos canales que tienen hechos a su disposición, para regar sus campos y plantíos. Siémbrase también cantidad de buen tabaco, de que se hace grande estima en la Europa y, por ser tan bueno, le llaman allí Tabaco de sacerdotes. Tiene cerca de veinte leguas de jurisdicción, que termina y es reparada de altas montañas, las cuales están siempre cubiertas de nieve. A la otra parte de estos riscos está situada una grande ciudad llamada Mérida, debajo de la cual Gibraltar está sujeta. La mercaduría se lleva en mulos de este lugar a la dicha ciudad, y eso no más que una vez al año, a causa del grande frío que deben sufrir, pasando dichas montañas; los retornos son de la Flor que traen hacia el Perú, por la vía de Estaffe. He hallado a propósito hacer esta pequeña descripcíón de la dicha mar de Maracaibo y de su constitución, a fin que el lector pueda mejor comprender lo que sucedió, cuya relación comenzaré al presente. Luego que llegó Lolonois al golfo de Venezuela, dio fondo fuera de la vista de Vigilia. El día siguiente muy de mañana partieron para la mar llamada el lago de Maracaibo con todos sus navíos, donde ancoraron otra vez, y condujo toda su gente a tierra para asaltar la fortaleza llamada de la Barra, que consiste en algunos grandes cestos de tierra puestos en una eminencia, en donde plantaron diez y seis piezas de artillería apoyadas alrededor de otros montones de tierra para encubrirse dentro. Los piratas, estando una legua de esta fortaleza, avanzaron poco a poco, pero el gobernador había puesto algunos españoles en emboscada, para servirse de retaguardia y cogerlos mejor al improviso por las espaldas, cuando caerían sobre ellos delante, cuyo designio los piratas conocieron y estaban sobre aviso, con que la dicha emboscada fue combatida de suerte que no pudo retirarse persona alguna al castillo; entretanto el pirata, continuando aprisa, avanzó con sus compañeros valerosamente y después de un combate de cerca de tres horas se hicieron señores y triunfaron, y esto sin más armas que puñales y espadas. Mientras el combate, los que se habían escapado de la retaguardia, no pudiéndose meter en su castillo, se fueron a la villa de Maracaibo, llenos todos de confusión, diciendo: Los piratas vendrán aquí con 2.000 combatientes. Esta villa, habiendo sido cogida otra vez por semejantes gentes y saqueada hasta lo más escondido, tenía aún fresca la memoria, y los habitantes se salvaron como pudieron hacia Gibraltar, con sus barcas o canoas, llevándose consigo todos los muebles y dinero que pudieron; llegando a Gibraltar, advirtieron que la fortaleza estaba cogida, y que nadie había podido conservar nada, ni salvarse de la furia de los piratas. Levantaron y enarbolaron su estandarte los piratas, para hacer signo a sus navíos de que eran victoriosos y que entrasen más adentro sin recelos de algún daño. Emplearon el resto de esta jornada en derribar y arruinar el dicho castillo. Clavaron la artillería, quemaron todo lo que pudieron e hicieron enterrar los muertos, llevando a bordo los que estaban heridos. El día siguiente por la mañana levantaron áncoras poniendo la proa, toda la flota, hacia la villa de Maracaibo, distante de allí seis leguas, poco más o menos, pero no haciendo mucho viento ese mismo día, no avanzaron casi nada, debiendo aguardar el reflujo del agua. Llegaron el día siguiente muy de mañana a la vista de la villa, donde pusieron todo lo necesario en orden a fin de saltar en tierra, debajo del favor de su artillería, creyendo que los españoles tendrían alguna retaguardia entre los pequeños árboles y hierbas altas. Hicieron descender gente en sus canoas, las cuales tenían consigo, y las condujeron a tierra; entretanto tiraron furiosamente con su artillería. Saltó solamente la mitad de la gente en tierra y la otra mitad quedaron en dichas canoas; cañonearon espesísimamente hacia los bosques de la ribera, mas no les respondió persona, con que llegaron a la villa, cuyos moradores se habían retirado con sus mujeres, hijos y familias, dejando sus casas bien proveídas de víveres de toda suerte, como: de la flor, ganado de cerda, pan, aguardiente, vino y abundancia de gallinas, de todo lo cual los piratas hicieron largos banquetes, pues en cuatro semanas no habían tenido ocasión de llenar sus vientres con tanta abundancia. Tomaron posesión de las mejores casas de la villa y formaron por toda ella centinelas, sirviéndoles la grande iglesia de cuerpo de guardia. El día siguiente enviaron una tropa de ciento y cincuenta personas para descubrir algunos de los moradores de la villa, los cuales volviéndose a retirar por la noche primera, trajeron consigo veinte mil reales de a ocho y algunos mulos cargados de muebles y mercadurías, junto con veinte prisioneros, tanto hombres como mujeres e hijos. Pusieron algunos de estos prisioneros en tormento para que descubriesen el resto de bienes que habían transportado, mas no quisieron confesar cosa alguna. Lolonois (que no hacía gran caso de la muerte de una docena de españoles) tomó su alfange y cortó en muchas piezas a uno, en presencia de todos los otros, diciendo: Si no queréis confesar y mostrar dónde están cubiertos y escondidos todos los bienes, haré lo mismo con el resto. De suerte que, entre tan horrendas y funestas amenazas, hubo uno entre los míseros prisioneros que le prometió de conducirle y mostrarle el lugar o escondijos donde estaban todos los demás de su gente; pero los que se habían huido, viendo u oyendo que había quien los hubiese descubierto, mudaron de lugar y cubrieron todo el bien que pudieron en tierra, tan ingeniosamente que los piratas no lo podían hallar sino es que alguno de entre ellos lo manifestase; porque los españoles huyéndose de término en término cada día, mudando de bosques, se tenían por sospechosos los unos a los otros, de suerte, que el padre mismo no se fiaba de su hijo. Finalmente, después que los piratas hubieran estado quince días en Maracaibo, resolvieron de ir hacia Gibraltar; pero estando ya preadvertidos del designio de dichos piratas y, también, que tenían después intención de ir a Mérida, avisaron al gobernador (que era bravo soldado, por haber servido al rey en los países de Flandes en cargos militares) respondió: No les diese cuidado alguno, que él tenía esperanza de exterminar bien presto tales piratas. Sobre lo cual se vino inmediatamente a Gibraltar con cuatrocientos hombres bien armados, disponiendo al mismo tiempo que los vecinos de esta aldea se pusiesen en armas, donde en todos y los que con él venían, armó ochocientos combatidores. Dispuso con mucha priesa se hiciese una batería hacia la ribera, en la cual plantó veinte piezas de artillería, encubriéndolas todas con cestos de tierra; puso aún otra batería de ocho piezas en otra parte e hizo cortar un camino, que forzosamente los piratas debían pasar, mandando componer otro entre los lodazales de un bosque, el cual era del todo incógnito a los piratas. No sabiendo los pretensores huéspedes nada de estas preparaciones (después de haber embarcado todos sus prisioneros y lo robado) se encaminaron hacia Gibraltar, los cuales habiendo llegado a la vista descubrieron el estandarte real enarbolado y conocieron tenían los de Gibraltar ánimo de pelear. Viendo esto Lolonois juntó consejo para deliberar qué haría en tal caso, proponiendo a sus oficiales y marineros que el bocado que debían morder era muy rudo, pues que los españoles habían tenido tanto tiempo para ponerse en defensa y recogido mucha gente con otros pertrechos de guerra; pero díjoles: No obstante (dándoles ánimo) tened coraje; a nosotros nos importa el defendernos como bravos soldados o perder la vida con todas nuestras ricas presas. Haced como yo haré, que soy vuestro capitán. Otras veces hemos peleado con menos gente que ahora somos y hemos vencido mayor número que aquí puede haber. Mientras más sean, más gloria atribuiremos a nuestra fortuna y mayor riqueza aumentaremos a nuestro poder. (Suponían los piratas que todo cuanto los de Maracaibo tenían escondido lo habrían transportado a Gibraltar o, por lo menos, la mayor parte.) Sobre este razonamiento cada uno prometió de seguirle y obedecer en todo; a que dijo Lolonois: Está bien; pero sabed, que el primero que mostrare temor o escrúpulo, le daré un pistoletazo. Sobre esta resolución echaron las áncoras al agua un cuarto de legua del lugar, cerca de la ribera. E1 día siguiente, antes que el sol saliese, estaban ya todos en tierra, siendo 380 hombres proveídos y armados cada uno con un alfange y una o dos pistolas, bastante pólvora y balas para tirar 30 veces; con que después de haberse dado la mano el uno al otro en señal de coraje, comenzaron a caminar, usando Lolonois de estas palabras: Vamos, mis hermanos, seguidme y no seáis cobardes. Siguieron su camino con una guía, pero creyendo los conducía bien, fue a dar con ellos al camino que dijimos hizo el gobernador cortar; de suerte que persona no pudo pasar, y vinieron al otro que había sido hecho en el bosque, entre el lodo, al cual los españoles podían disparar a su gusto. No obstante, los piratas estando aún llenos de coraje, cortaron multitud de ramas y las echaron en el lodo sobre el dicho camino, para no sumirse como se sumían. Entretanto los de Gibraltar disparaban muchos cañonazos, tan furiosamente y tan continuados, que apenas podían verse ni entenderse los unos a los otros, a causa del estruendo y humareda. Habiendo pasado el bosque, llegaron a tierra fuerte, donde vieron seis piezas de artillería asentadas, que inmediatamente dispararon los de dentro; consistiendo su carga en multitud de balas de mosquete y pedazos de hierro. Después los españoles dieron un asalto sobre los piratas, que los hicieron retirar; de tal manera, que pocos se atrevieron a llegar a su fortaleza. Continuaron aún en tirar sobre los piratas, que tenían ya muchos muertos y heridos y buscaban otro camino en la mitad del bosque; pero los españoles habiendo hecho cortar grandes árboles para impedir los pasos, se vieron forzados de volver a seguir el que dejaron, aunque los otros continuaban siempre en disparar, no queriendo ya salir de sus lugares para hacer más ataques contra los piratas, los cuales no pudiendo trepar por los cestos de tierra, usaron de una sutileza con que los engañaron. Lolonois se retiró súbitamente con su gente, haciendo figura de quererse huir, sobre lo cual los españoles dieron tras ellos, que era lo que los piratas buscaban, se volvieron con la espada en mano y mataron más de 200 hombres, y saltando sobre ellos, atravesando entre los que habían quedado vivos, se señorearon de la fortaleza echando los españoles que habían quedado fuera, los cuales se huyeron a los bosques en parte, y la parte que estaba en el otro fortín de las ocho piezas, se rindieron debajo de condiciones de cuartel. Abatieron inmediatamente los piratas todos los estandartes españoles, haciendo al mismo tiempo prisioneros a cuantos hallaban, llevándolos a la iglesia grande, donde condujeron cantidad de piezas de artillería, con que asestaron una batería para defenderse, teniendo temor que los españoles convocarían otra gente de los suyos para exterminarlos; pero el día siguiente estaban bien fortificados y todos sus temores para enterrarlos, hallando en número más de 500 españoles solamente, además de los heridos y los que, de ellos, se habían refugiado en los bosques, que después murieron allá de sus heridas. Fuera de todos éstos tenían los piratas más de 150 prisioneros y cerca de 500 esclavos, mujeres y niños. Hallaron los piratas cuarenta de los suyos muertos y casi tantos heridos, de que la mayor parte murieron por la constitución del aire, que los causó calenturas y otros accidentes. Hicieron poner todos los muertos españoles en dos barcas, y llevándolos un cuarto de legua dentro de la mar, las hicieron ir a pique. Acabadas estas cosas, recogieron toda la plata, muebles y mercadurías que robaron; mas los españoles que tenían aún algún poco de bien, lo escondieron. Poco después, los piratas, no contentos de tantas riquezas, comenzaron de nuevo a llevar más muebles y mercadurías, sin eximir a los que vivían en los contornos, como cazadores y plantadores. No habían estado aún 18 días, cuando en ese tiempo la mayor parte de los prisioneros, que tenían muertos de hambre no hallándose en el lugar sino muy pocas vituallas de carnes, si bien tenían alguna flor que no les bastaba, y los piratas la recogieron para hacer pan para ellos mismos; el ganado de cerda, vacas, carneros y gallinas que se hallaron, recogieron también para su mantenimiento solamente, sin que hiciesen participantes a los miserables que tenían presos, a quienes proveyeron un poco de carne de mulas y borricas, que hicieron matar con ese fin, y los que no querían comer de esto debían morir de hambre, que amaron más no estando sus estómagos acostumbrados a carnes tan aborrecibles; excepto a algunas mujeres que los piratas regalaban para tomar con ellas los divertimentos sensuales a que están muy de ordinario hechos; había entre ellas algunas forzadas y otras voluntarias, y casi todas entregadas a ese sucio vicio más por hambre que por lascivia. De los prisioneros muchos fueron muertos en tormentos que les dieron para hacerles confesar dónde tenían el dinero o joyas, unos porque no tenían ni sabían y otros porque negaban, pasaron tan atroces crueldades. Finalmente, después de haber dominado cuatro semanas, enviaron cuatro españoles de los prisioneros que habían quedado a los otros, que estaban en los bosques demandándolos exacción de quema; pidiendo, por no poner fuego al lugar, 10.000 reales de a ocho, a falta de que abrasarían y reducirían en cenizas todo el dicho lugar; dábanles dos días de tiempo para traer dicha suma, y no habiéndo los escondidos podido juntar tan puntualmente, comenzaron a poner fuego en muchas partes de la aldea. Viendo los españoles que no se burlaban los piratas, les suplicaron de ayudar a apagar el fuego, y que la dicha suma les sería puntualmente contada. Los piratas lo hicieron, ayudando cuanto les fue posible a atajarle con la compañía de habitantes que se juntó; pero, por más que trabajaron, no pudieron evitar la ruina de una parte, particularmente de la iglesia del convento, que del todo se redujo en polvo hasta los cimientos. Después de haber recibido el dinero referido llevaron todo lo que robaron a bordo junto con un grande número de esclavos, que no habían pagado su porción o rescate (todos los prisioneros estaban tasados, y los esclavos debían ser rescatados). Se fueron hacia Maracaibo donde, habiendo llegado, vieron una grande consternación en aquel pueblo, al cual enviaron tres o cuatro prisioneros para decir al gobernador y a los habitantes, que les trajesen 30.000 reales de a ocho al navío por el rescate de su villa, so pena de enteramente ser saqueada y abrasada. Entre estos dares y tomares, un partido de piratas salió a robar y tomaron las imágenes, los cuadros y campanas de la iglesia, y las llevaron a bordo de sus navíos. Los españoles que habían salido a demandar a los otros que se habían huido la suma dicha, volvieron con orden de hacer algún acuerdo con los piratas, lo que hicieron; y convinieron por su rescate y libertad, darían 20.000 reales de a ocho y 500 vacas, a condición que los piratas no harían más alguna hostilidad a persona alguna, sino que partirían de allí tan presto como hubiesen recibido el dinero y ganado. Estando pagado todo, partieron con su flota, lo cual causó grande alegría en los de Maracaibo, por verse libres de tal gente. Púsoles en gran temor y admiración ver, que tres días después de la salida de los piratas, ellos mismos volvieron a aparecerse otra vez en el puerto de donde habían partido, no sabiendo qué querría significar, pero bien presto salieron de la duda, cuando oyeron al enviado pirata, que les dijo, de parte de Lolonois le enviasen un buen piloto para conducir uno de sus mayores navíos fuera del peligroso banco que está a la entrada del lago, lo cual se fue al punto acordado. Había dos meses que los piratas eran llegados a aquellos puertos, en los cuales hicieron las maldades e infamias referidas de donde, saliendo, se encaminaron hacia la isla Española, y llegaron en ocho días, ancorando en un puerto llamado isla de la Vaca, sobre el cual viven algunos bucaniers franceses, que de ordinario venden las carnes que cazan a los piratas y a otros, que algunas veces llegan allí por ese mismo fin y comercio. Al dicho lugar llevaron y descargaron todo lo que habían hurtado (siendo su acostumbrado almacén el abrigo de aquellos bucaniers) y repartieron entre todos ellos las presas, por el orden que a cada uno le pertenecía. Después de haber hecho la cuenta y cálculo de todo lo que tenían entre manos, hallaron en dinero de contado 260.000 reales de a ocho; con que repartido esto, recibió cada uno, también, de piezas de seda, lienzo y otras cosas, por el valor de más de 100 reales de a ocho; las personas heridas recibieron su parte primero que todos (esto es, las recompensas de que ya hablábamos en la primera parte) y quedaron con dineros; pero muchos mutilados de algunos de sus miembros. Pesaron después toda la plata labrada, contando a 10 reales de a ocho la libra; las joyas se tasaron con muchas diferencias, causadas de su poco conocimiento. Habiendo hecho cada uno juramento de no tener en cargo al común, cosa alguna que subrepticiamente hubiese guardado, pasaron al reparto de lo que tocaba a los que eran muertos, de entre ellos, en ocasión de batalla o de otra suerte; cuyas porciones se dieron por entero a guardar a sus amigos, para que en su tiempo lo entregasen a los parientes, que legítimamente les pertenecía ser herederos. Acabado de concluir lo sobredicho se pusieron a la vela para la isla de Tortuga, donde llegaron un mes después con grandísima alegría de los más, porque el resto en tres semanas no tenían ya dinero, habiéndolo perdido en cosas de poco momento y al juego de naipes y dados. Habían llegado poco antes dos navíos franceses cargados de vino, aguardiente y cosas de ese género, con que estos licores corrían a bajo precio; pero no duró mucho tiempo porque en pocos días subió a cuatro reales de a ocho la medida de dos azumbres de aguardiente. El gobernador compró el navío de los piratas, que llevaban cargado de cacao, dando por todo la veintena parte de lo que valía, de suerte que sus riquezas las habían perdido en menos tiempo que las adquirieron, robándolas. Los taberneros y las meretrices tenían la mayor parte, de tal modo, que ya se veían obligados a buscar otras por los mismos estilos que las precedentes.
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CAPITULO II Del trabajo con que se hicieron las operaciones y observaciones de la meridiana y del methodo de vida á que estuvimos reducidos hasta que se concluyeron 533 Todo lo que se havia conseguido en el termino de un año que tardamos en llegar á Quito solo fue vencer las dificultades del viage y ponernos en aquel país donde se havia de plantificar la obra principal que llevabamos encargada, no pequeño logro donde mediaba una distancia tan grande y tanta variedad de climas. Passaronse aquellos primeros dias despues de llegados en la correspondencia á los cortejos que su vecindario nos havia hecho; y sin mas intermission, se empezó á tratar de dar principio el trabajo porque corto tiempo despues de nuestro arribo llegaron tambien M. M. Bouguer y de la Condamine, el primero en el 10 de junio por el mismo camino de Guaranda y el segundo en el 4 del propio mes, haviendo hecho su viage por el rio de las Esmeraldas, en el govierno de Atacames. 534 La primera operacion que se debia practicar era la medida de un pedazo de terreno que sirviesse de base á toda la obra, la qual quedó terminada en lo que faltaba de este año, como se relaciona en el libro de las Observaciones Astronomicas y Physicas. La impertinencia del trabajo que en ella se empleó no fue poca, pues ni los soles y vientos ni las aguas dexaron de sernos incomodos. El llano que se eligió para esto se halla mas baxo que el suelo de Quito 249 tuessas; su situacion es al nordeste de aquella ciudad y distante de ella 4 leguas; danle el nombre de Yaruquí por hallarse á un lado del pueblo assi llamado, pues, aunque hay otros mas quantiosos que él, están en alguna mayor distancia de la direccion de nuestra base. Lo inferior de aquel terreno, su calidad y disposicion contribuyen á que no sea tan frio como el de Quito, pues por las partes del oriente lo ciñe la alta cordillera de Guamaní y Pambamarca y por la del occidente la de Pichincha. Su suelo es todo arenisco; con que, además de la impression que hacen en él los rayos del sol, reverberan estos con el auxilio de las dos cordilleras, las quales forman una espaciosa cañada y por la misma razon ocurren ó se detienen allí con gran facilidad las tempestades de truenos, rayos y aguaceros; y estando abierto por las partes del norte y sur, siempre que vienta se forman torbellinos tan grandes y frequentes que todo el llano se vé ocupado de columnas de arena, levantadas por la rapidez y giro que causan las ráfagas de vientos encontrados, con las que ha sucedido, y se experimentó en una ocasion, mientras permanecimos allí, sofocar á un indio á quien cogió y dexarlo muerto, no siendo cosa extraña que la cantidad de arena contenida en aquella columna le impida totalmente la respiracion á qualquier viviente que envuelva en sí. 535 Nuestras tareas se reducian diariamente á medir aquel llano en una linea horizontal, corrigiendo con el nivel y los aplomos los defectos del terreno. Empezabamos este exercicio con el dia, y, sin dexarlo en todo él, se daba de mano al anochecer, á menos que las tempestades subitas de aguaceros nos obligassen á suspenderlo mientras duraban y guarecernos en una tienda de campaña que se llevaba siempre, assi para este fin como para el de tomar algun descanso al medio dia quando la fuerza de los rayos del sol estaba en su mayor auge. 536 Antes que se huviesse resuelto medir la base en aquel llano, se tenia proyectado practicarlo en el de Cayambe, otro que está al norte de Quito como 12 leguas, y con este animo fue allí el primer parage adonde se transportó toda la compañia, y en el que M. Couplet, uno de sus Individuos, haviendo salido de Quito con algun quebranto en la salud para la robustez de su naturaleza despreciable y agravandosele repentinamente desde el día 17 de septiembre, terminó la carrera de su vida el 19 en lo mas florido de su edad, y con tanta aceleracion que nos dexó confusos y ignorantes en la especie de su accidente, pues solo lo reduxo á cama los dos dias en que hizo las christianas disposiciones y murió. 537 A la medida de la base se siguieron las observaciones de los angulos, assi horizontales como verticales, de aquellos primeros triangulos, que muchos no sirvieron porque despues se mudó la disposicion de ellos, y se ordenaron de otra forma mejor que la que se havia ideado en los principios, á cuyo fin passó Mr. Verguin con otros subalternos á reconocer el terreno y hacer el mapa geographico de él por la parte del sur de Quito, practicandolo Mr. Bouguer por la del norte, diligencia totalmente necessaria para reconocer los puntos donde se situarían las señales, de modo que formassen triangulos mas regulares y no se cortasen las direcciones de sus lados con el embarazo de la interposicion de otros cerros. 538 Interin se finalizaba este reconocimiento del terreno, passó Mr. de la Condamine á Lima á solicitar algunas cantidades sobre letras de credito y recomendacion que havia llevado de Francia á fin de sostener los gastos de su compañía hasta tanto que les llegaban de Francia otros socorros, y Don Jorge Juan le siguió con el motivo de ocurrir al virrey para terminar algunas diferencias que se havian suscitado con el nuevo presidente. 539 Haviendose concluido en Lima favorablemente uno y otro assunto, se restituyeron á Quito, á mediados de junio de 1737, en ocasion que M. Bouguer havia terminado su encargo, y los que fueron por la vanda del sur se volvian dexandolo tambien finalizado; deliberóse seguir los triangulos por esta ultima, dividida la compañia en dos, assi de franceses como de españoles. Empezamos, pues, á salir cada una á los parages que le correspondia, y con este fin passaron Don Jorge Juan y Mr. Godin, que componian una, y los demás que les acompañaban al cerro de Pambamarca, al tiempo que M. M. Bouguer, de la Condamine y yo, que formabamos la otra, haviamos subido á lo mas alto del de Pichincha. En uno y otro fue mucho lo que tuvimos que padecer, tanto con la rigidez del temperamento quanto con la fuerza de los vientos, que eran continuos en aquellos sitios, haciendose mas sensibles en nosotros estas penosas incomodidades con la novedad de no estar las naturalezas endurecidas hasta entonces en su sufrimiento; y en la zona torrida debaxo del equinocial, donde parecia segun lo natural que nos havia de mortificar el calor, era por el contrario el excesso del frio quien mas nos incomodaba, cuyo grado se podrá congeturar del que marcaba el thermometro, pues en Pichincha se hicieron las siguientes experiencias, teniendolo puesto al abrigo del viento. El dia 15 de agosto de 1737, á las 12 del dia, estaba el licor en la altura de 1003, á las 4 de la tarde, 1001 y medio, á las 6 de la tarde, 998 y medio. El dia 16 de agosto, á las 6 de la mañana, 997, á las 10 del dia, 1005, á las 12 del dia 1008, á las 5 de la tarde, 1001 y medio, á las 6 de la tarde, 999 y medio. El dia 17, á las 6 menos quarto de la mañana, 996, á las 9 del dia, 1001, á la una menos quarto, 1010, á las 3 menos quarto de la tarde, 1012 y tres quartos, á las 6 de la tarde, 999, á las 10 de la noche, 998. Siendo, como queda dicho, en este thermometro el termino de la congelacion 1000. 540 La primera idea que se havia formado para alojarnos en aquellos parages y la que subsistió en todos ellos fue la de montar una tienda de campaña que sirviesse á cada compañía, pero no tuvo cabimiento esto en Pichincha porque lo estrecho del sitio no daba lugar para tanto y se havia hecho construir para que supliera por la tienda una choza proporcionada á él, la qual era tan pequeña que apenas cabiamos los que estabamos, y esto no se hará estraño quando se considere la poca capacidad y mala disposicion del parage, el qual era lo mas encumbrado de un cerro de peña que se levantaba casi 200 tuessas sobre lo mas alto del páramo de Pichincha, que, formando en su eminencia diferentes puntas ó picachos, era el de mayor elevacion el que entonces teniamos por morada, todo él cubierto continuamente de yelo y nieve y no menos vestida de uno y otro nuestra choza. 541 La áspera subida hasta aquel sitio desde la base del formidable peñasco, adonde podian llegar las cavalgaduras, era tan molesta é incomoda para hacerla á pie, unico modo de conseguirlo, que con el cansancio natural, por la forzada agitacion de subir quatro horas continuas y con la mucha sutileza del ayre, hacía desfallecer totalmente las fuerzas y, faltando la respiracion, era insoportable la fatiga, llegando esto á tal extremo que, haviendo subido yo algo mas de la mitad, caí en el suelo, donde estuve por largo rato sin poder tomar aliento, destituido de sentido, perdido el color y casi sofocado, accidente que me precisó, quando me recuperé, á deshacer el camino y volverme al pie del cañon, donde se havian quedado por entonces los instrumentos y criados, y á emprender la subida en el siguiente dia, lo que tampoco huviera podido vencer sin el auxilio de algunos indios que me ayudaban en lo mas fragoso y recio de la aspereza. 542 El extraño methodo de vida á que fue preciso reducirnos, mientras duró nuestro empleo en la medida geometrica de la meridiana, se hace digno de que no se omitan sus noticias; y podrá descifrarlas la abreviada relacion del que tuvimos en Pichincha porque, siendo modelo aquel páramo de todos los demás en que estuvimos, será facil formar juicio de lo que trabajó el sufrimiento y la constancia en toda la obra, á vista de las incomodidades que combatieron el animo y tuvo que resistir la resolucion en este y los otros páramos, con la diferencia solo de estar en unos mas remotas las providencias y ser la intemperie mas ó menos rigorosa segun la altura de los cerros y la casualidad de los tiempos en que subiamos á ellos. 543 Nuestra comun residencia era dentro de la choza, assi porque el excesso del frio y la violencia de los vientos no permitian otra cosa quanto porque de continuo estabamos envueltos en una nube tan espesa que no dexaba libertad á la vista para percibir ningun objeto á distancia de seis ú ocho passos, y, quando se despejaba aquel parage y quedaba el cielo claro, descendian las nubes por su natural peso y, rodeando la garganta del cerro, algunas veces á larga distancia en su circunferencia, parecian un mar dilatado ó pielago, y nuestro cerro, isla en medio de él. Entonces, percibimos en la furia de las tormentas, que descargaban no menos sobre Quito que sobre los otros parages de aquel estendido país, con el oido el efecto de las nubes que rompian por la parte inferior y con la vista la intrepida claridad que arrojaban las que por la superior; y mientas que en aquellos inferiores climas se experimentaban los estragos de los rayos y las inundaciones de los aguaceros, estabamos en lo superior gozando de la mas tranquila serenidad pues en estas ocasiones aplacaba el viento su furia, se manifestaba el cielo despejado, y se moderaba el frio con el calor de los rayos del sol. Pero, bien por el contrario, quando se elevaban las nubes, todo era respirar su mayor densidad, experimentar una continua lluvia de gruessos copos de nieve ó granizo, sufrir la violencia de los vientos, y con esta vivir en el continuo sobresalto ó de que arrancaran nuestra habitacion y dieran con ella y con nosotros en el tan immediato precipicio ó de que la carga del yelo y nieve que se amontonaba en corto rato sobre ella la venciesse y nos dexasse sepultados. 544 Era tal la fuerza de los vientos en aquel parage que deslumbraba la vista la ligereza con que hacía correr las nubes, y se aterrorizaba el animo con el estrepito causado por los peñascos que se desquiciaban y hacian con su precipicacion y caida no solo estremecer todo aquel picacho sí tambien llevar consigo quantos tocaba en el discurso de la carrera, y tenían yá raxados los yelos introducidos en sus mas menudas vetas. En todas ocasiones, era espantoso este estruendo pues ni de dia havia en tanta soledad otro ruido que lo dissimulasse ni de noche sueño que lo divirtiesse. 545 Quando el tiempo nos ofrecia alguna apacibilidad y que por estar embueltas en nubes las otras montañas que debian servir para las observaciones no se podia aprovechar en ellas la bonanza, saliamos de la choza y haciamos exercicio, ó bien baxando de aquel sitio alguna pequeña distancia ó haciendo rodar de las mismas peñas que sobresalian, y para ello era muchas veces necessario unir la fuerza de todos, siendo assi que el viento lo executaba con gran facilidad, pero siempre procurabamos no apartarnos mucho de nuestro picacho para poder volver á él con prontitud, luego que las nubes lo empezaban á cubrir, como sucedia muy continuo y repentinamente. 546 La puerta de nuestra choza se cerraba con cueros de baca, y despues por la parte de adentro se tapaban todas las mas pequeñas cavidades para evitar de esta suerte la correspondencia del viento, pues, aunque toda ella estaba bien cubierta de paja, nunca dexaba de entrar alguno, no bastando á embarazarlo todas las defensas. Los dias eran continua noche, y toda nuestra claridad la de una ó dos luces que manteníamos encendidas para vernos unos á otros y divertir el tiempo con algunos libros; y ni la mucha estrechez y encierro ni el natural calor de las luces evitaban que tuviesse cada uno un brasero para mitigar el frio. Mas soportable huviera sido la rigidez de aquel clima si la necessidad y el inmediato peligro en que estabamos de perecer no nos obligaran, siempre que nevaba, á atropellar todas las incomodidades y salir de aquel pequeño abrigo con palas para desvalijar la que se amontonaba sobre la choza, sin cuya prevencion la huviera vencido el mucho peso, pues, aunque teniamos criados y indios para ello, los entumecía el frio tanto que no era facil hacerlos salir de una pequeña cañonera donde se albergaban y mantenian al fuego continuamente, siendo el unico modo para conseguirlo el alternar con ellos en esta faena, á cuyo exemplar, aunque perezosamente, se alentaban al trabajo. 547 Yá se dexa entender de qué conformidad estarian los cuerpos de los que por necessidad haviamos de sufrir la aspereza de tal clima. Por una parte, los pies tan hinchados y doloridos que ni el calor era soportable en ellos ni possible el pisar sin una gran penalidad; las manos, por lo consiguiente, casi heladas; y los labios, hinchados, encogidos y rajados, que, al movimiento de hablar ú otro semejante, empezaban á verter sangre por donde se abrian, y de aqui se nos seguia la precision de escusar del todo la risa porque, siendole propio la extension de los labios, no podia practicarse sino á costa de la mortificacion en las aberturas que con ella se hacían y duraban sin permitir descanso en uno ó dos dias despues. 548 El alimento mas comun de que allí usabamos era un poco de arroz cocido con alguna carne ó ave que se hacía llevar de Quito; en lugar de agua, para cozerlo, se llenaba la olla en que se hacia de yelo porque no havia ninguna que corriera ó estuviese líquida, y lo mismo se practicaba para beber; pero el tiempo de comer, era forzoso conservar cada uno la comida sobre el brasero porque, en apartandola, se coagulaba; lo mismo sucedia con el agua. En los principios, bebimos licores fuertes, persuadidos á que con ellos sería mas facil dar algun calor al cuerpo, pero estaban tan endebles que ni se sentía su fortaleza al beberlos ni causaban mas efecto favorable contra el frio que la misma agua, y recelando el que no nos fuessen provechosos, se les dió de mano y solo se usaban tal ó qual vez; lo regular era distribuirlos en los indios, á quienes, además de la paga que diariamente se les tenia assignada, quatro veces mayor que su jornal ordinario, repartiamos los mantenimientos que de continuo se nos embiaba de Quito. 549 Con toda la mejora que se les hacía á los indios de paga y manutencion, no havia forma de que subsistiessen; luego que tanteaban lo molesto de aquel clima, se huían y nos abandonaban. La primera vez que lo hicieron fue tan impensadamente que, á no haver quedado uno de mejor razon y dadonos aviso, pudiera havernos sido la burla muy costosa. Como en lo alto de aquel picacho no havia capacidad para que se pudiessen alojar, baxaban á dormir todos al pie del cerro, en la concavidad que formaba un peñasco, donde, siendo mucho menor el frio y teniendo comodidad de poder mantener fuego continuamente, era para ellos menos penosa la molestia del clima; antes, pues, de retirarse, dexaban cerrada por defuera la puerta de nuestra choza, tan baxa á correspondencia de toda ella, que era menester agoviarse para entrar ó salir; y como con el yelo y nieve que se juntaba en el discurso de la noche casi se tapiaba ó una gran parte, era preciso que subiessen todas las mañanas á apartar el embarazo para poder abrir quando se ofrecia porque, aunque los criados negros permanecian en la cañonera, estaban tan empedernidos con el frio y doloridos de los pies que mas facil les sería el dejarse morir que el moverse. Subian los indios á hacer esta faena regularmente á las 9 ó 10 del dia; pero en el quarto ó quinto de nuestra residencia allí eran passadas las 12 y no parecian hasta que, algun rato despues, subió el que havia quedado y nos participó la fuga hecha por los otros quatro aquella noche, abriónos lugar para poder salir, y, ayudandole nosotros, desembarazamos nuestra habitacion y inmediatamente lo despachamos al corregidor de Quito dandole noticia del extremo en que haviamos quedado, quien con toda puntualidad embió otros, amenazados de que serian castigados si nos faltaban á la assistencia, pero el temor del castigo no fue bastante para reducirlos al sufrimiento de aquel sitio, y á los dos dias siguieron á los primeros. Con este segundo exemplar, tomó el corregidor la providencia de embiar un alcalde cuidando de cada quatro indios y que se remudaran todos de quatro en quatro dias, con cuyo arbitrio estuvimos mejor assistidos en adelante. 550 Veinte y tres dias permanecimos en aquel parage, que fue hasta el 6 de septiembre; y no haviendo podido concluir en este intermedio las observaciones de los angulos porque, quando en aquel cerro gozabamos de claridad y bonanza, los otros distantes de él, en cuyos copetes estaban situados los señales que formaban los triangulos para la medida geometrica de nuestra meridiana, se mantenian envueltos en las nubes, y los instantes que aquellos, por congetura nuestra, pues nunca llegamos á verlos claros, se hallaban libres de este embarazo, lo padecia el de Pichincha; assi, fue preciso resolvernos á poner señal en otro sitio mas baxo, adonde el clima no eran tan contrario, pero esto no nos exceptuó de continuar en él la habitacion hasta principios de diciembre, que, quedando concluida la observacion correspondiente á él, fuimos continuando en los otros, no sin menos demora ni con menos incomodidades, frios y trabajos, pues, como todos ellos estaban por necesidad en lo mas alto de los páramos, les era esto comun, y el unico descanso que teniamos se reducía á aquel tiempo que tardabamos en transitar de uno á otro. 551 En todas las estaciones que se siguieron durante el trabajo de la meridiana, se alejaba cada compañia en una tienda de campaña, y la corta capacidad que esta podia prometer era la suficiente para no estar tan incomodos como en la primera choza, pero al mismo tiempo se aumentaba el cuidado quando nevaba, con el que era preciso tener para aligerarla del peso porque no llegara á rasgarse con él; y aunque a los principios se procuró situarla en los parages mas abrigados, no pudo en esto haver permanencia luego que se determinó que reciprocamente sirviessen de señales las mismas tiendas á fin de evitar los inconvenientes que se ofrecian con los que se construían de madera, y, como los vientos eran tan desaforados en aquellos parages, nos sucedió en algunos que la arrancó y á los piquetes que la tenian sujeta en el suelo, no haviendo sido poco triunfo el poder montar otra de las que se llevaban de resguardo, precaucion que de omitirse era correspondiente el peligro de perecer. En el páramo de Asuay experimentamos la utilidad de esta prevencion pues tres tiendas que teniamos en mi compañía fue preciso montarlas unas despues de otras varias veces hasta que, mal tratadas todas rotas dos cumbreras de madera bien fornidas y sin tener recurso, nos conformamos con el de abandonar el puesto, que estaba inmediato al señal de Sinaseguán, y retirarnos al abrigo de una quebrada hallabanse las dos compañias en aquel páramo, y no fue menos lo que experimentó la una que la que padeció la otra. Los indios de entrambos hicieron fuga luego que empezaron á ver los destrozos que havia hecho el viento, la incomodidad del frio y las faenas repetidas de quitar la nieve; con que, en el extremo de no tener ni aun quien nos pudiese ayudar, fue forzoso hacerlo todo hasta que de un hacienda, que distaba de allí poco mas de tres leguas en la caida del cerro, nos embiaron socorro de otros indios que nos acompañaron despues en aquel parage. 552 Mientras que padeciamos esto con el temporal de viento, nieve, yelos y el frio que en aquel fue uno, donde mas se dexó sentir abandonados de los indios, faltos de viveres, escasos de leña con que hacer fuego para calentarnos y casi sin alojamiento, estaba el cura de Cañar, pueblo que cae al pie de aquellas cordilleras acia la parte del sudoeste del señal de Sinasasuán y como cinco leguas de camino bien penoso distante de él, haciendo plegarias por nosotros porque, á vista del temporal que anunciaban en su negrura las nubes, él y todos los españoles del pueblo creyeron que pereciessemos en aquel sitio, y, assi, al vernos con espasmo y quando, concluidas las observaciones, nos retiramos de él, nos llenaron de parabienes como que, atropellando un gran peligro, haviamos conseguido un famoso triunfo, siendolo con realidad para aquel país respeto á él horror con que miran tales parages. 553 En los principios de la obra, se havia determinado formar los señales de madera en figura de pyramide pero fue preciso abandonar este methodo para no hacer mas dilatada la demora en la aspereza de cada uno de aquellos sitios porque experimentabamos que, despues de haver estado sufriendo en ellos varios dias, la constancia de las nubes y que se lograba alguno claro, libre de estos embarazos, ó se proyectaban las señales en otros cerros, esto es, se confundian y no podian percibirse ó los derribaba el viento ó los indios que cuidaban los ganados en las faldas de los montes subian á ellos y los quitaban para aprovecharse de la madera y de las cuerdas con que se sujetaban, de modo que estos inconvenientes no se pudieron salvar de otra manera que haciendo sirviessen de señal las mismas tiendas donde habitabamos porque las ordenes de las justicias y las amenazas de los curas no fueron suficientes para embarazarlo, siendo inaveriguable en aquellos poblados quien era el que lo executaba. 554 Los páramos de Pambamarca y Pichincha sirvieron de noviciado á la vida que despues tuvimos desde principios de agosto del año de 1707, como queda notado, hasta fines de julio de 1739, en cuyo tiempo hizo su habitacion cada compañia, la mia en 35 páramos y la de Don Jorge Juan en 32, cuyas noticias se darán en el capitulo siguiente, con los nombres de los que cada una habitó, que eran los puntos donde se formaban los triangulos, y en ellos solo huvo la diferencia de que las penalidades se hacian mas llevaderas, despues que los cuerpos se havian endurecido con la fatiga y estaban connaturalizados en la destemplanza de los climas, no extrañando ni la continua soledad ni la rusticidad de los alimentos, ni su escasez cuando distaban los pueblos ni la variedad de temples que se experimentaban quando, baxando de la rigidez de uno de aquellos páramos, se atravesaba por los llanos y cañadas donde, siendo el natural de un moderado calor, para los que baxaban de los otros tan frios se hacía excessivo y, por ultimo, ni los peligros que eran inevitables en las subidas como ninguno otro de los accidentes á que estabamos expuestos. Las reducidas chozas de los indios ó las baquerías que estaban esparcidas en las faldas de aquellos páramos, donde soliamos alojarnos quando transitabamos, nos eran espaciosos palacios, la rusticidad de aquellos pueblos se transformaban á nuestra vista ciudades opulentas; la comunicacion con un cura y dos ó tres personas que le hacian compañia, el comercio mas racional del mundo; los pequeños mercados de aquellas poblaciones, quando lograbamos passar por ellas en dias de domingo, el mayor concurso de mercaderías y tratos que podiamos apetecer; y, por este tenor, lo mas pequeño se nos hacía grande quando dexabamos por uno ó dos dias nuestro continuo destierro, que llegó á ser en algunos parages de 50, bastante para que en ocasiones huviera faltado la paciencia si el honor y la fidelidad de no dexar imperfecta ó interminada una obra, que tan deseada havia sido entre todas las naciones politicas y protegido de nuestros soberanos, no huviera continuamente alentado la constancia de nuestros animos y encendido la emulacion de entrambas partes para señalarse igualmente una y otra en atropellarlo todo hasta salir con la empresa. 555 Ahora es justo que se considere quanta diversidad de juicios formarian en aquellos pueblos sus habitadores. Por una parte, los admiraba nuestra resolucion; por otra, los sorprendia nuestra contancia; y, finalmente, todo era confusion aun en las personas mas cultas. Preguntabanles á los indios qual era la vida que teniamos en aquellos sitios y quedaban espantados del informe que les hacian; veían que se negaban todos á asistirnos, aun siendo por naturaleza robustos, sufridos y acostumbrados á las fatigas; experimentaban la tranquilidad de animo con que sin tiempo determinado viviamos en aquellos sitios y la conformidad con que, despues de haver concluido en uno la quarentena de trabajos y soledad, passabamos á los otros; y, en tanta admiracion y novedad, no sabian á qué atribuirlo. Unos tenian á locura nuestras resoluciones; otros los encaminaban á codicia, persuadiendose que andabamos buscando minerales preciosos por medio de algun methodo particular que haviamos inventado; otros nos discurrian magicos; y todos quedaban embebidos en una confusion interminable porque en ninguna de las cosas que sus pensamientos les dictaban hallaban que huviesse correspondencia en su logro á la fatiga y penalidades de tal vida, assunto que aun todavia mantiene la duda en mucha parte de aquellas gentes sin poder persuadirse á qual fuesse el cierto fin de nuestro viage, como ignorantes de su importancia. 556 Entre otros muchos, nos passaron dos chistes, que son los que ahora tengo mas presentes, y referiré para que se conozca la novedad que causaba á aquella gente nuestra ocupacion. Nos hallábamos en el señal de Vengotasín, cuyo páramo no dista mucho del assiento de Latacunga; y cosa de una legua distante del parage donde estaba la tienda de campaña havia una baquería en que haciamos diariamente la noche porque, no siendo la subida de las mas ásperas, podiamos muy bien todas las mañanas, quando el tiempo estaba bueno, passar á la tienda y volver al anochecer á la baquería; una de las mañanas que hicimos este viage descubrimos á distancia en la mitad de aquel páramo á tres ó quatro indios al parecer hincados de rodillas; siguiendo nuestro camino, passamos inmediatos á ellos y efectivamente los vimos en esta positura, las manos puestas y como haciendo exclamacion en su idioma, que no pudimos comprender, pero fixa la vista indicaba ser nosotros con quienes hablaban; en valde les hicimos señas para que se levantaran porque assi permanecieron, casi hasta havernos alexado; llegamos á nuestra tienda y empezamos á preparar dentro de ella los instrumentos y, en el interin, volvimos á oir repetidos los clamores á la puerta; salimos á ver lo que era y hallamos los mismos indios en la propia forma que los haviamos encontrado en el camino, sin haver sido possible conseguir que se levantaran; llamamos á un criado para que nos interpretara lo que decian y por él supimos que al mas anciano de aquellos, padre de los otros, se le havia perdido ó hurtadole un asno, y iba á rogarnos que, pues sabiamos todo lo que passaba, le dixessemos quien se lo havia quitado ó adonde estaba, assunto que nos dió bastante que celebrar; y aunque por medio del mismo criado procuramos desempressionarlos de aquel error, no fue possible sacarlos de él hasta que, cansados de sus exclamaciones y de ver que no haciamos caso de ellas, se volvieron á levantar y irse desconsolados de que no les huviessemos querido revelar lo que nos preguntaban, persuadidos que era por negarles este bien y no porque lo ignorábamos. 557 Si este caso sucedió con gente tan rustica y posseida de ignorancia como los indios, el otro que passó conmigo no fue sino con otra de las cultas y de la principal gerarquia de Cuenca, y consistió en que, estando en el cerro de Buerán, no muy distante del pueblo de Cañar, toda la compañia, con el motivo de haver llegado á este dos padres jesuitas amigos mios, que iban de transito; me passó aviso el cura para que baxara del cerro un dia si queria verlos; executélo assi y en el camino encontré con una cavallero de Cuenca que passaba á visitar sus haciendas á aquella jurisdiccion, el qual desde que pudo distinguir la tienda me havia percebido baxando de ella; conocidos este tal por el nombre pero nunca me havia visto y, llegando á igualar conmigo, notándome en trage tan rustico como el que los mestizos y gente mas ordinaria usa allí, y el unico que podiamos traer aquel exercicio, y congeturado por él fuese yo alguno de los criados, empezó á examinarme, y yo á no descifrar el engaño hasta ver el paradero, que se reduxó á darme á entender que él y todos estaban persuadidos no ser bastante assunto el que deciamos de averiguar la figura y magnitud de la tierra para reducirnos á aquella vida y que no podiamos dexar de haver descubierto muchos minerales en los páramos, aunque lo negassemos y quisiessemos dissimular sin fruto; ponia yo toda mi eficacia en desvanecerle esta idea, pero inutilmente porque aun creo que quedó mas firme en la suya concibiendo, como tengo dicho, que por algun arte magico podiamos descubrir mas que otros. A estos juicios tan vanos se les agregaban varios no menos vulgares que no era factible de dissuadirselos. 558 Concluida por la parte del sur toda la serie de los triangulos y medida una segunda base para su comprobacion por cada compañia, se empezó á hacer la observacion astronomica en aquel extremo pero, no siendo del todo aptos los instrumentos que se havian fabricado, fue forzoso restituirnos á Quito por el mes de diciembre del mismo año para construir otro con mas perfeccion y confianza, lo que nos detuvo hasta principios de agosto del siguiente de 1740, que, teniendolo finalizado, passamos por segunda vez á Cuenca; y desde que llegamos, se empezaron las observaciones. Estas se retardaron y no quedaron concluidas hasta fin de septiembre porque, siendo la atmosphera de aquel país poco propicio para los astronomos, si en los páramos nos servian de estorvo las nubes en que estabamos envueltos para ver los otros señales, en aquella ciudad las que continuamente la formaban pavellón no nos concedian la libertad de que pudiessemos percibir las estrellas quando hacian su transito por el meridiano. Pero, al fin, haviendo concluido á fuerza de paciencia todo lo que teniamos que hacer en aquel lado, se estaba disponiendo viage para passar al norte del equador á hacer la observacion astronomica correspondiente á el otro extremo de la meridiana y finalizar con ella nuestra obra poniendo termino á su trabajo, pero este se dilató algun tiempo porque otro assunto, que instaba mas entonces, nos precisó á dexarla suspensa y ocurrir á Lima, como diré en la segunda parte. 559 Por el mes de diciembre del año de 1743 cessaron los assuntos que nos havian tenido empleados en Lima,Guayaquil y Chile, y, restituidos á Quito por enero del de 1744, prolongamos la meridiana por la parte del norte del equador entre Don Jorge Juan y yo con quatro triangulos que la llevaron hasta el parage donde Mr. Godin havia hecho en el año de 1740 la segunda observacion astronomica y en aquel sitio la repetimos nosotros, dexandola terminada en el mes de mayo del mismo año de 44, como se verá por el tomo que llevo citado de las Observaciones Astronomicas y Physicas, donde están comprehendidas todas las demás, y las experiencias que se hicieron. 560 M. M. Bouguer y de la Condamine, teniendo concluidas por su parte las que le correspondian, havian yá á este tiempo salido de Quito, con el fin de restituirse á Francia, el primero por la via de Cartagena y el segundo por la del rio Marañón ó de las Amazonas. Pero todo el resto de la compañia se mantenia allí, unos por el recelo de la guera que los tenia suspensos, sin atreverse á deliberar temiendo el peligro de ser apresados, otros por falta de medios para costearse y otros porque, contraidos algunos empeños, no querian salir del país hasta satisfacerlos. Con que, solamente los dos eran los que havian tomado la determinacion con el deseo de llegar á su patria á descansar de tantas fatigas y trabajos, que no dexaron de ser sensibles para todos y quebrantar la salud á proporcion en unos mas que en otros.
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CAPITULO II De lo que (se) pasó en el río de la Hacha Los cuatro navíos de que arriba hablamos, después que salieron de la Española, fueron hasta la vista del río de la Hacha, donde les sobrevino una fastidiosa calma, y como quedaron en aquel modo algunos días, los españoles de las costas que les reconocieron ser enemigos tuvieron lugar de prevenir el asalto; por lo menos guardando lo más precioso de sus bienes para que sin cuidado de su conservación, estuviesen más aptos a ausentarse, cuando (se) reconociesen no poder resistir a la fuerza de sus enemigos, de quienes ya, por la frecuencia de sus venidas, conocían lo que debían hacer en tales casos. Estaba en el tal río un buen navío de Cartagena, que había venido a cargar maíz y casi se disponía, por entonces, a partir cuando los piratas llegaron, de quienes los piratas la gente de él procuró escaparse; pero no pudiendo, cayeron en sus manos junto con el navío que les vino a pedir de boca, pues era parte de lo que para ella buscaban con tanto anhelo. Cerca del alba llegaron con sus navíos a la ribera y echaron su gente en tierra; aunque los españoles hicieron grande resistencia con una batería que habían formado en el lado que les era preciso a los piratas descender. No obstante toda esta resistencia se vieron obligados a retirarse a una aldea, hasta la cual los piratas les siguieron, mas, volviendo con furia los españoles, tuvieron un valeroso combate, que duró hasta el anochecer, que llegado, vieron dichos españoles, tenían grandes pérdidas de gente, y no poco menos los piratas, y así, temiendo, se retiraron a partes más ocultas. El siguiente día, que veían los piratas no había quedado nadie en el lugar y que las casas estaban como salas de esgrimidores, les siguieron tanto que les fue posible, y dando con un partido de españoles, les subyugaron y aprisionaron, ejecutando en ellos cruelísimos tormentos para saber en qué parte tenían escondidos sus bienes; hubo algunos que a fuerza de los insufribles dolores confesaron; y otros que no lo haciendo fueron tratados más inhumana y bárbaramente que los precedentes. En el discurso de quince días que allí estuvieron, cogieron muchos prisioneros, plata, muebles, y todo lo que pudieron, con todo lo cual resolvieron volverse a la Española; pero, no contentos de lo que ya poseían, despacharon algunos prisioneros a buscar los otros cohabitantes para que pidiesen tributo de quema por su aldea; a que respondieron no tenían dinero, ni plata que dar; mas si querían contentarse con una proporcionada cantidad de maíz, darían cuanto les fuese posible. Aceptaron los piratas; pues les era más conveniente en aquella sazón lo ofrecido que dinero contante, y se acordaron en cuatro mil fanegas, que entregaron tres días después, por desear el verse libres de tan inhumana gente; repartiéronlas entre sus navíos, y con ellas las otras cosas que habían robado; se fueron a la isla Española buscando su flota para rendir cuenta a su caudillo Morgan de la comisión encargada. Habían pasado cinco semanas en la ejecución de la sobredicha comisión y así, cuando llegaron, oyeron como Morgan comenzaba a desesperar de su vuelta, temiendo que podrían haber caído en poder de españoles, puesto que el lugar donde habían ido, fácilmente sería socorrido de Cartagena y de Santa María, si los habitantes pusiesen un poco de cuidado en convocar gente. De otra parte estaba perplejo en tímidas consideraciones, juzgando habrían hecho fortuna, y con ella escapándose a otra parte; pero visto desde lejos que sus navíos venían, y en mayor número que habían ido, recobró ánimo, causándole un gran regocijo, y a todos sus compañeros; fue aún mayor el regocijo cuando ya siendo llegados, los hallaron cargados tan ventajosamente de maíz, de que tanto necesitaban para el sustento del gran concurso de gente; con que esperaban grandes cosas por medio de buen orden. Después que Morgan dispuso el repartimiento de dicho maíz a todos los navíos de su flota, según las personas que cada uno tenía, y hecho llamar a todos los cazadores que estaban en los bosques, proveyó a proporción también de las carnes que trajeron, con que resolvió la partida, pues no faltaba otra cosa, habiendo sido cuidadoso en que los navíos estuviesen bien reparados y limpios. Púsose a la vela, dirigiendo el curso hacia el cabo de Tiburón, donde determinó tomar resolución de lo que se debía emprender; luego que allí llegaron, se les juntaron otros navíos que frescamente venían de Jamaica buscando a Morgan y su flota, que por entonces consistía en treinta y siete grandes velas con dos mil hombres militares bien armados, además del número de marineros y mozos. La almiranta era de 22 piezas de artillería altas, y 6 bajas de bronce; los otros de a 20, 18 y 16 y hasta 4 cañones la menor; tenían grande cantidad de granadas de mano y otras invenciones e ingenios de pólvora. Viéndose el caudillo con tan grande número de navíos, hizo separar su flota en dos escuadras debajo de dos distintas banderas, constituyendo vicealmirante y otros comandantes, además de los capitanes ordinarios, dando a cada uno letras de comisión para cometer toda hostilidad contra la nación española y tomarles los navíos que pudiesen; fuese en alta mar o en los puertos, del mismo modo que a enemigos declarados (como él decía) del rey de Inglaterra, su pretendido señor. Hizo después juntar todos sus oficiales para que firmasen una escritura de común acuerdo, donde se estipulaba que sacaría por sí solo la centésima parte de todo lo que ganaran, y cada capitán la porción de ocho marineros por los gastos de cada navío, además de la que le tocaba; para cada cirujano, fuera de sus gajes ordinarios, 200 pesos, por su caja de medicamentos; a cada carpintero 100 pesos, también de más a más de lo ordinario. Reglaron los premios más altamente que en la primera parte de este libro dijimos, pues, por la pérdida de las dos piernas, señalaron 1.500 pesos o 15 esclavos, dejándolo a su elección; por las dos manos, 1.800 pesos o 18 esclavos; por una pierna, fuese derecha o izquierda, 500 pesos o 6 esclavos; por cualquiera mano, otro tanto que por una pierna; por un ojo, 100 pesos o un esclavo; por el que en alguna batalla se señalara generosamente, como es: entrando en algún castillo, derribar la bandera española enarbolando la inglesa, 50 pesos. Asentaron por principio que todos estos adelantamientos, recompensas y gajes, se pagarían del primer expolio, según las ocurrencias de los que debían ser premiados o pagados. Signada dicha escritura, mandó Morgan a todos sus vicealmirantes y capitanes, pusiesen todas las cosas en orden cada uno en su navío para ir a aprehender una de tres plazas, conviene a saber: Cartagena, Panamá o Veracruz; cuya suerte y resolución cayó en la de Panamá, porque creían era la más rica de todas tres; y como esta ciudad está situada en parte donde para llegar a ella no sabían bien las entradas y salidas convenientes, hallaron a propósito de ir previamente a tomar la isla de Santa Catalina, para hallar en ella personas que les pudiesen servir de guías, en consideración del camino que esperaban hacer a Panamá, sabiendo que en aquella isla están de ordinario en presidio muchos bandidos de las partes de Panamá y sus contornos, que son diestros en el conocimiento de aquella tierra. Antes que pasasen más adelante, publicaron entre toda la flota, que hallando algún navío español, el primer capitán que con su gente entrase en él y le tomase, tendrían por premio la décima parte de todo lo que en él hallaran.
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De otros dioses y diosas La mayor de las diosas y madre universal de los dioses era Tlálliyóllo, bajo cuya protección estaban todos los medicamentos, así como bajo la de Chicomacatl, los mantenimientos, y bajo la de Tzapotzatene el uso de la pez, bitumen, resina y goma. Y para no ser moroso en numerar dioses y diosas de esta ralea, será bastante que diga que se rendía culto por todas partes a dioses y diosas particulares de los fabricantes de esteras, de paños, de cestas, de los salineros, de los pintores, de los escultores, arquitectos médicos, parteros, orfebres de oro y plata, agricultores, tejedores de coronas y collares de flores y de otros artífices semejantes. De estos dioses algunos estaban esculpidos bajo la forma y vestido de mujeres y otros de varones. Y así los de la lluvia, llamados Tlalloques, que habitaban el Paraíso Terrenal, se ponían a la adoración pública adornados con el vestido de sacerdotes y se les hacían por todas partes grandes honores (¡oh dolor!) en gracia de ellos, todos los años se degollaba una gran cantidad de niños, junto a sus templos y en sus altares, porque se les atribuía el dominio sobre las lluvias. Célebre era la diosa del mar, Chalchiutlycue, y también el dios del fuego, esculpido bajo la imagen de un hombre, Xiuhtecutli, que fue siempre sumamente honrado y aplacado todos los días con copal, con los primeros bocados de los manjares y los primeros tragos y la primer bebida se le ofrecían a él mismo para que lo probara, y adornaban los hogares con flores; esto además de que en un día fijado todos los años, se le hacía su solemnidad, pero la más importante era el cuarto año, y la más célebre en el nonagésimo segundo, cuando se encendía el fuego nuevo y entonces se quemaban o degollaban en su honor y reverencia una gran cantidad de esclavos. Y tampoco les faltó su Plutón, o sea el dios del tártaro, llamado Mictlantecutli, ni su Proserpina, cuyo nombre mexicano es Mictecioatl, en las prisiones de los cuales se decía que eran detenidos quienes quiera que bajaban a las sedes infernales muertos por la violencia de aquellas enfermedades que ya dijimos. Veneraban también al sol entre los celícolas principales, bajo el nombre de Quauhtleoamitl, y lo representaban en forma humana, con la cabeza adornada por una rueda radiada por todas partes y con rayos que procedían de su faz como iluminando todo, y a pesar de que cierto día del año le estaba consagrado, acostumbraban todos los días sacarse gotas de sangre de varias partes del cuerpo en su honor. Por la mañana miraban a oriente y como que saludaban, diciendo que su labor y trabajo ya había comenzado un sol fúlgido y preclaro, que alegraba todo y lo renovaba con su luz. Discurrían acerca de lo que acontecería a los mortales ese día, o qué éxito les estaría reservado. Al sol poniente se dirigían en otros discursos, como dándole las gracias por el beneficio de la luz, y proclamando que ya había cumplido su tarea esa lámpara esplendentísima del orbe y que ese día lo había consumado y concluido felizmente. Como no tenían averiguadas en lo más mínimo las causas de eclipse de ese planeta, ni señalado el tiempo cierto de ese fenómeno maravilloso, si acontecía que por la oposición de la luna al sol, la tierra se viera privada de luz, concebían vehemente temor y se admiraban sin medida de la turbación de la luz, del fulgor que languidece y de la apariencia hórrida y lúgubre de todas las cosas, más bien de todo el Universo, cuando se apagaba el planeta que da fuerza vital a todo. Y no sólo se limitaban a admirar, sino que tenían por cierto que durante el eclipse unos demonios atroces que revoloteaban por el aire, bajarían para matar a todos los hombres y para devastar el Universo. ¿Qué diré de los célebres nacimientos del sol y de la luna de dos dioses quemados en una pira y transformados en aquellos dos luminares, o de los mismos planetas que no podían ser separados sin la muerte de todos los dioses y de otras cosas semejantes, que parecen más dignas de risa que de ser contadas? ¿Y qué de que ponían ídolos en todos los lugares altos o en las colinas o en las cimas de los montes, en aquellos sobre todo de los cuales era frecuente que partiera la lluvia, tomados los nombres del sitio mismo ya por la forma de varón, ya por la de mujer; pero, el Texcaltense y los otros brillantes de nieve cualesquiera que fueran, los sacrificadores a quienes estaba eso encomendado los representaban con cara y vestido de mujer, ya sea para ponerlos en las colinas o para que se les reverenciara y conservara en las casas privadas. Y no eran hechas de ninguna otra materia más que de semilla de bledos, llamada por los indígenas con el nombre patrio de tzoalli, y sólo en el día que estaba atribuido y consagrado a estos númenes. En lugar de dientes les ponían a esos ídolos pepitas de calabaza y en lugar de ojos, frijoles grandes, brillantes y negros. Cuando habían concluido de hacerlos les ofrecían varios géneros de alimentos, que eran innumerables en la ciudad. No faltaban otros númenes de los cuales decían que dependían los infortunios y las enfermedades, entre ellos contaban a Cioacoatl, Cioateteuh y otras diosas, las cuales cuando vivían entre los mortales, murieron del primer parto y por eso fueron llevadas al número de los dioses. Decían que estas diosas en días establecidos bajaban a la tierra y contaminaban con mil géneros de enfermedades e infortunios a los mortales que de casualidad topaban con ellas, por consiguiente procuraban aplacarlas y ablandarlas con abundancia de dones y con oratorios erigidos en las encrucijadas. ¿Qué diré de otras cuatro diosas que tenían todas el nombre de Tlacoltehuhtl y a las cuales se decía que correspondían las cosas de Venus y de otros dioses a quienes se les asignaban las homorroides y las enfermedades de las partes vergonzosas y que por esta razón eran obscenos y sucios? ¿Y de Iztliton, de quien creían firmemente que los niños lavados en agua dentro de su templo, escaparían incólumes a todo daño de las enfermedades con las cuales fuesen infestados? ¿O de Xipetotec, de quien creían que tenía a su cargo las enfermedades de los ojos, el gálico, la lepra, el sarpullido y la sarna? ¿O del dios de la tierra a quien llamaban vulgarmente Tlaltecutli? ¿Y qué de que creían que había un numen en muchos géneros de estrellas (de lo cual ya dijimos bastante) a las cuales acostumbraban a venerar por varias causas, pero principalmente a las que salían con el sol? Y así veneraban a esta y a otras innúmeras cohortes de dioses (las cuales, porque sería molesto si las refiriera con detalle, paso en silencio) y con gran afán y solicitud incansable, persistían de noche y de día en muchos servicios a los que se creían obligados; les ofrecían incienso y rociaban a los dioses con sangre, que manaba del cuerpo herido por todas partes. Cumplen con estos deberes los sacerdotes en los templos públicos, llamados teuhcalli, los demás en sus propios domicilios privados. Y así cuando despertaban por primera vez, tenían por costumbre bañarse aun durante el invierno por frío y húmedo que fuese. Después atravesadas con cuchillos de piedra, la cual llaman Iztli, ofrecían sangre de las orejas a los dioses lares no sin sahumerios, principalmente de incienso patrio echado en el fuego y humeante. Y también despertaban en cuanto salía el sol a los criados y a toda la familia para que se dedicaran a lo mismo y que ofrecieran a los dioses celestiales igual obediencia. Ni siquiera eximían a los niños de tres o cuatro años, sino al contrario, les hacían poner por su mano dones sobre los altares, para que se acostumbraran a las oblaciones. Y como lloraban y aturdían con sus gemidos por haber sido despertados intempestivamente de su plácido sueño, tan conveniente en esa edad, los padres se llenaban de alegría, estimando que mientras mayores fuesen los berridos, mayores gracias se daban a los dioses por los beneficios recibidos.
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Capítulo II Del gran ídolo llamado Tezcatlipuca y del modo con que era solemnizado La fiesta del ídolo Tezcatlipuca era muy solemnizada de esta gente con mucha diferencia de ritos y sacrificios, con que significaban la mucha reverencia que le tenían, que casi igualaba esta fiesta con la de Huitzilopuchtli. Llamábanla la fiesta de Toxcatl, que era una de las fiestas de su calendario, por cuya causa solemnizaban en su día dos fiestas: una de las del número de su calendario, que era Toxcatl, y la otra del ídolo Tezcatlipuca. El cual ídolo era de una piedra muy relumbrante y negra, como azabache, vestido de algunos atavíos galanos a su modo. Cuanto a lo primero, tenía zarcillos de oro y otros de plata, en el labio bajo tenía un canutillo de viril cristalino, en el cual estaba metida una pluma verde y otras veces azul que de fuera parecía esmeralda o turquesa, era este viril como un jeme de largo. Encima de una coleta de cabellos que tenía en la cabeza, le ceñía una cinta de oro bruñido, la cual tenía por remate una oreja de oro con unos humos pintados en ella, que significaba las palabras y aliento de los ruegos de todos los aflijidos y pecadores que llegaba a sus oídos; entre esta oreja y la cinta salían unas garzotas blancas en gran número. Al cuello tenía colgado un joyel de oro, tan grande que le cubría todo el pecho. En ambos brazos tenía brazaletes de oro y en el ombligo una rica piedra verde. En la mano izquierda tenía un mosqueador de plumas preciadas azules, verdes y amarillas, que salían de una chapa redonda de oro muy bruñida, reluciente como un espejo, con que daba a entender que en aquel espejo veía todo lo que se hacía en el mundo; a esta chapa de oro llamaban itlachiaya, que quiere decir "su mirador". En la mano derecha tenía cuatro saetas, que significaban el castigo que por los pecados daba a los malos. Era el ídolo que más temían, porque no les descubriese sus delitos. Era éste en cuya fiesta (que era de cuatro en cuatro años) había perdón de pecados. Sacrificaban en este día a uno que elegían para ser semejanza de este ídolo. En las gargantas de los pies tenía unos cascabeles de oro. Tenía en el pie derecho una mano de venado atada siempre, que significaba la ligereza y agilidad en sus obras y poder. Estaba rodeado con una cortina de red muy labrada toda de negro y blanco, con una orla a la redonda de rosas blancas, negras y coloradas muy adornadas de plumería, y en los pies unos zapatos muy galanos y ricos. Con este adorno estaba de continuo. El templo en que estaba este ídolo era alto y muy hermosamente edificado. Tenía, para subir a él, ochenta gradas, al cabo de las cuales había una mesa de doce o trece pies de ancho y, junto a ella, un aposento ancho y largo como una sala, la puerta ancha y baja. Estaba esta pieza toda entapizada de cortinas galanas de diversas labores y colores. La portada de esta pieza está siempre cubierta con un velo rico, con que la pieza estaba de ordinario obscura. No podía entrar ninguno a este lugar, sólo los sacerdotes que para el culto de este ídolo estaban diputados. Delante de esta puerta había un altar de la altura de un hombre y, sobre él, una peana de madera, de altura de un palmo, sobre la cual estaba puesto el ídolo en pie. El altar estaba adornado de cortinas ricamente labradas, y las vigas de esta sala con muchas pinturas, de ellas pendía sobre el ídolo un guardapolvo muy aderezado de plumería con insignias, divisas y armas muy vistosas, de diversas hechuras y guarnecidas de piedras y oro. Celebrábase la fiesta de este ídolo a diez y nueve de mayo, y era la cuarta fiesta de su calendario. En la víspera de esta fiesta venían los señores al templo y traían un vestido nuevo, conforme al del ídolo, el cual le ponían los sacerdotes quitándole las otras ropas, que guardaban en unas cajas con tanta reverencia como nosotros tratamos los ornamentos, y aun más. Había en estas arcas del ídolo muchos aderezos y atavíos, joyas, preseas y brazaletes, plumas ricas que no servían de nada sino de estarse allí. Todo lo cual adoraban como al mismo dios. Demás del vestido con que le adornaban este día, le ponían particulares insignias de plumas, brazaletes, quitasoles y otras cosas. Compuesto de esta suerte, quitaban la cortina de la puerta para que fuese visto de todos y, en abriendo, salía una dignidad de las de aquel templo, vestido de la misma manera que el ídolo, con unas rosas en la mano y una flauta pequeña de barro, de un sonido muy agudo. Y vuelto a la parte de oriente la tocaba, y volviendo a occidente y al norte y sur hacía lo mismo. Habiendo tañido hacia las cuatro partes del mundo, denotaba que los presentes y ausentes lo oían; ponía el dedo en el suelo y, cogiendo tierra en él, lo metía en la boca y la comía en señal de adoración. Lo mismo hacían todos y, llorando, postrábanse invocando a la obscuridad de la noche y al viento, rogándoles que no les desamparasen ni los olvidasen, o que les acabasen la vida y diesen fin a tantos trabajos como en ella se padecen. En sonando esta flautilla, los ladrones, fornicarios, homicidas o cualquier género de delincuentes tomaban grandísimo temor y tristeza, y algunos se cortaban de tal manera que no podían disimular haber delinquido en algo. Todos aquellos días no pedían otra cosa a este dios, sino que no fuesen sus delitos manifiestos, derramando muchas lágrimas con gran compunción y arrepentimiento, ofreciendo cantidad de incienso para aplacar a dios. Los valientes y valerosos hombres y todos los soldados viejos que seguían la milicia, en oyendo la flautilla, con grande agonía y devoción pedían al Dios de lo Criado, al Señor por Quien Vivimos, al sol y a los otros principales dioses suyos que les diesen victoria contra sus enemigos, y fuerza para prender muchos cautivos, para honrar sus sacrificios. Hacíase la ceremonia sobredicha diez días antes de esta fiesta, en los cuales tañía aquel sacerdote la flautilla para que todos hiciesen aquella adoración de comer tierra y pedir a los dioses lo que querían, haciendo cada día oración alzados los ojos al cielo con suspiros y gemidos como gente que se dolía de sus culpas y pecados, aunque este dolor de ellos no era sino por temor de la pena corporal que les daban y no por la eterna, porque certificaban que no sabían que en la otra vida hubiese pena tan estrecha. Así, se ofrecían a la muerte sin pena, entendiendo que todos descansaban en ella. Llegando el propio día de la fiesta de este ídolo Tezcatlipuca, juntábase toda la ciudad en el patio para celebrar asimismo la otra fiesta del calendario, que ya dijimos se llamaba Toxcatl, que quiere decir "cosa seca". La cual fiesta se enderezaba a pedir agua del cielo al modo que nosotros hacemos las rogativas. Así, hacían esta fiesta siempre por mayo, que es el tiempo donde hay más necesidad de agua. Comenzaba su celebración a 9 de este mes y acabábase a 19 (). En la mañana del último día sacaban sus sacerdotes unas andas muy aderezadas con cortinas y cendales de diversas maneras. Tenían estas andas tantos asideros cuantos eran los ministros que las habían de llevar, todos los cuales salían embijados de negro, con unas cabelleras largas trenzadas por la mitad de ellas con unas cintas blancas y con unas vestiduras de la librea del ídolo. Encima de aquellas andas ponían el personaje del ídolo señalado para este oficio que ellos llamaban "semejanza del dios Tezcatlipuca", y tomándolo en los hombros lo sacaban en público al pie de las gradas. Salían luego los mozos y mozas recogidos de aquel templo con una soga gruesa torcida de sartales de maíz tostado, y, rodeando todas las andas con ellos, ponían una sarta de lo mismo al cuello del ídolo y en la cabeza una guirnalda. Llamábase la soga Toxcatl, denotando la esterilidad y sequía del tiempo. Salían los mozos rodeados con unas cortinas de red y con guirnaldas y sartales de maíz tostado; las mozas salían vestidas de nuevos atavíos y aderezos con sartales de lo mismo al cuello, y en las cabezas llevaban unas tiras hechas de varillas, todas cubiertas y ataviadas de aquel maíz, emplumados los pies y los brazos, y las mejillas llenas de color. Sacaban, asimismo, muchos sartales de este maíz tostado y poníanlos a los principales en las cabezas y cuellos, y en las manos unas rosas. Después de puesto el ídolo en sus andas, tendían por todo aquel lugar gran cantidad de pencas de una mata que acá llaman maguey, cuyas hojas son anchas y espinosas. Puestas las andas en los hombros de los sobredichos llevábanlas en procesión por dentro del circuito del patio, llevando delante de sí dos sacerdotes con dos braseros o incensarios, incensando muy a menudo el ídolo. Cada vez que echaban el incienso, alzaban el brazo cuanto alto podían hacia el ídolo y hacia el sol, pidiéndoles subiesen sus peticiones al cielo como subía aquel humo a lo alto. Toda la demás gente se estaba queda en el patio, volviéndose en rueda hacia la parte donde iba el ídolo. Llevaban todos en las manos unas sogas de hilo de maguey nuevas, de una braza, con un nudo al cabo, y con aquellas se disciplinaban dándose grandes golpes en las espaldas, de la manera que acá se disciplinan el Jueves Santo. Toda la cerca del patio y las almenas estaban llenas de ramos y rosas, también adornadas y con tanta frescura que causaba gran contento. Acabada esta procesión, tornaban a subir su ídolo a su lugar, donde le ponían, saliendo luego gran cantidad de gente con rosas aderezadas de diversas maneras, y henchían el altar y la pieza y todo el patio de ellas, que casi parecía aderezo de monumento. Estas rosas ponían por sus manos los sacerdotes, administrándoselas los mancebos del templo desde acá fuera, y quedábase aquel día descubierto, y el aposento sin echar el velo. Hecho esto, salían a ofrecer cortinas, cendales, joyas y piedras ricas, incienso, maderos resinosos, manojos de mazorcas de pan, codornices, finalmente todo lo que en semejantes solemnidades acostumbraban ofrecer. En la ofrenda de las codornices, que era de los pobres, usaban de esta ceremonia, y es que las daban al sacerdote, y tomándolas les arrancaba las cabezas y echábalas al pie del altar, donde se desangraban, y así hacían de todas las que ofrecían. Otras ofrendas había de comidas y frutas, cada uno según su posibilidad. Las cuales eran el pie del altar de los ministros del templo y así, ellos eran los que las alzaban y llevaban a los aposentos que allí tenían. Hecha esta solemne ofrenda, íbase la gente a comer a sus lugares y casas, quedando la fiesta así suspensa hasta haber comido. En este tiempo, las mozas y mozos del templo, con los atavíos ya referidos, se ocupaban en servir al ídolo de todo lo que estaba dedicado a él para su comida. La cual comida guisaban otras mujeres que habían hecho voto de ocuparse en aquel día en hacer la comida del ídolo, sirviendo allí todo el día. Y así, se venían todas las que habían hecho voto en amaneciendo y se ofrecían a los prepósitos del templo para que las mandasen lo que habían de hacer, y hacíanlo con mucha diligencia y ciudado. Sacaban tantas diferencias e invenciones de manjares que era cosa de admiración. Hecha esta comida y llegada la hora de comer, salían todas aquellas doncellas del templo en procesión, cada una con una cestica de pan en la mano y en la otra una escudilla de aquellos guisados. Traían delante de sí un viejo que servía de maestresala del ídolo y de su guarda-damas. Venía vestido con una sobrepelliz blanca, que le llegaba a las pantorrillas, con unos rapacejos por orla; encima de esta sobrepelliz, traía un jubón sin mangas, a manera de sambenito, de cuero colorado; traía por mangas unas alas y de ellas salían unas cintas anchas, de las cuales pendía en el medio de las espaldas una calabaza mediana, que, por unos agujerillos que tenía, estaba toda injerta de rosas, y dentro de ella diversas cosas de superstición. Iba este viejo, así ataviado, delante de todo el aparato, muy humilde, contrito y cabizbajo, y en llegando al puesto, que era al pie de las gradas, hacía una grande humillación, y haciéndose a un lado, llegaban las mozas con la comida y la iban poniendo en hilera, llegando, una a una, con mucha reverencia. En habiéndola puesto, tornaba el viejo a guiarlas y volvíanse a sus recogimientos. Acabadas ellas de entrar salían los mancebos y ministros de aquel templo, alzaban de allí aquella comida y metíanla en los aposentos de las dignidades y sacerdotes, los cuales habían ayunado cinco días arreo, comiendo sólo una vez al día, apartados de sus mujeres, y no salían del templo aquellos cinco días, azotándose reciamente con sogas. Comían de aquella comida divina, que así la llamaban, toda cuanta podían, de la cual a ninguno era lícito comer sino a ellos. En acabando el pueblo de comer, tornaba a recogerse en el patio a celebrar y ver el fin de la fiesta, donde sacaban un esclavo, que había representado al ídolo un año, vestido, aderezado y honrado como el mismo ídolo. Y haciéndole todos reverencia, lo entregaban a los sacrificadores, que al mismo tiempo salían. Tomándole de pies y manos, el papa le cortaba el pecho y le sacaba el corazón alzándolo con la mano todo lo que podía, mostrándolo al sol y al ídolo, como queda ya referido. Muerto este que representaba al ídolo, llegábanse a un lugar consagrado y diputado para el efecto, y salían los mozos y mozas del templo con el aderezo sobredicho, donde, tañéndoles las dignidades del templo, bailaban y cantaban, puestos en orden junto al atambor. Todos los señores, ataviados con las insignias que los mozos traían, bailaban en rueda alrededor de ellos, En este día no moría de ordinario más que este sacrificado, porque solamente de cuatro en cuatro años morían otros con él, y cuando éstos morían era el año de jubileo e indulgencia plenaria. Hartos ya de tañer, cantar, comer y beber, a puesta de sol, íbanse aquellas mozas a sus retraimientos y tomaban unos grandes platos de barro, llenos de pan amasado con miel y encubiertos con unos fruteros labrados de calaveras y huesos de muertos cruzados y llevaban la colación al ídolo. Subían hasta el patio que está antes de la puerta del oratorio y poníanlo allí, yendo su maestresala delante, y luego se bajaban por el mismo orden que lo habían llevado. Salían luego los mancebos, todos puestos en orden, con sus cañas en las manos y arremetían a las gradas del templo, procurando llegar más presto unos que otros a los platos de la colación. Las dignidades del templo tenían cuenta del primero, segundo, tercero y cuarto que llegaban, no haciendo caso de los demás, hasta que todos arrebataban de aquella colación, lo cual llevaban como grandes reliquias. Hecho esto, a los cuatro que primero llegaron tomaban en medio las dignidades y ancianos del templo y, con mucha honra, los metían en los aposentos, bañándoles y dándoles muy buenos aderezos, y de allí adelante los respetaban y honraban como a hombres señalados. Acabada la presa de la colación, celebrada con mucho regocijo, risa y gritería, a todas aquellas mozas que habían servido al ídolo, y a los mozos, les daban licencia para que se fuesen y, así, unas tras otras salían para irse. Al tiempo que ellas salían, estaban todos los muchachos de los colegios y escuelas a la puerta del patio, todos con pelotas de juncia y de yerbas en las manos, y con ellas las apedreaban, burlando y escarneciendo de ellas, como gente que se iba del servicio del ídolo. Iban con libertad de disponer de su voluntad. Y con esto se daba fin a esta solemnidad. La pintura de este ídolo es la que se sigue. Este ídolo se llama Tezcatlipuca, era de una piedra negra relumbrante.
contexto
CAPITULO II De su arte y ejercicio militar Y para que mejor nos demos a entender, será razón se haga mención de su arte y ejercicio militar, que, aunque bárbaros y no guiados enteramente por razón, los tuvieron en su ser y modo de gobierno, en sus reencuentros y peleas, acometiendo y retirándose a sus tiempos, conforme a las ocasiones que se ofrecían. Diremos ante todas cosas de la manera de sus armas ofensivas y defensivas que generalmente usaban, con las cuales peleaban y combatían a sus enemigos. La primera arma que usaron fueron arcos y flechas, con que mataban las cazas con que se sustentaban. Usaron, asimismo, hondas en las guerras y vardaseos, todos de más de una braza y media, arrojados con amientos de palo, que son a manera de gorguses y azagayas o dardos, los cuales tiraban con tan gran fuerza que hacían notable daño, porque tenían todos por hierros puntas de varantos, que son tan fuertes como si fueran de acero, o puntas de espinas de pescado, o puntas de cobre o pedernal, y de lo mismo eran las saetas y flechas que los arcos despendían. Usaban porras de palo muy fuertes y pesadas, que llamaban macanas, y espadas de pedernal agudas y cortadoras. Usaban de rodelas recias con que se escudaban y de fosas y cabas con que se aprovechaban y de albarradas; para su defensa buscaban lugares fuertes, aguajes. Usaban de emboscadas muy sotiles y engañosas para sus enemigos y otras celadas, y si podían por los pasajes forzosos cavaban la tierra y ponían estacas puntiagudas hacia arriba dentro, y las tornaban a cubrir con tierra, a manera de trampas; con el cual engaño mataban innumerables gentes cuando salían con ello. Emponzoñaban las aguas de los ríos y fuentes para que los contrarios bebieran de ellas y muriesen. Hacían sus asaltos de noche, a deshora, en los reales de sus enemigos. Peleaban desnudos y embijados la mayor parte de ellos con tiznes y otras colores. Algunas gentes destas de más posibilidad, ansí mexicanos como acolhuaques y tlaxcaltecas, usaban de unos sacos estofados de algodón y pasados, de nudillo, a manera de cueros. Usaban divisas de animalías fieras: de tigre y leones, de osos y lobos y de águilas cabdales, guarnecidas de oro y plumería verde de mucha estima y valor. Todo labrado y compuesto con mucha sutileza y primor. Solían llevar a las guerras muchas riquezas de joyas de oro y plumería muy preciada y muy ricos atavíos, según su modo. Peleaban por sus escuadrones apesgados, y no por la orden nuestra. Salía una cuadrilla de un puesto contra otro, que salía del contrario. En medio del campo se encontraban uno contra otro con el mayor furor e ímpetu que podían, llevando de encuentro el batallón que menos fuerte era. Ansí como unos y los otros bandos conocían la flaqueza de los suyos, salía otro escuadrón de refresco al socorro contra los que más podían hasta que los hacían retraer. De este modo sobresalían otros escuadrones de nuevo hasta que se trababa gran batalla, aunque siempre había gente de socorro de todas partes, según la orden de los generales y más astutos capitanes en la guerra, hasta que conocidamente iba la guerra de tropel vencida o desbaratada y conocidamente se veía el vencimiento, porque a este tiempo se conocía la ventaja de alguna de las partes. Cuando había esta ruptura unas veces iban tras los unos y otras tras los otros, hasta que se iba ganando tierra. Y aquellos que más ganaban apellidaban ¡victoria! a grandes voces, invocando a sus dioses con más ánimo y fuerza los vencedores y seguían los alcances y prendían y cautivaban los que podían. Este era su principal despojo y victoria: prender a muchos para sacrificar a sus ídolos, que era su principal intento, y por comerse unos a otros, como se comían, y tenían por mayor hazaña prender que matar. Y esto era en las continuas guerras, aunque sucedían escaramuzas de mucha ventura muchas veces, fingiendo alguna huída de industria y ardid de guerra, se salían de través algunas celadas que hacían mortal daño a sus enemigos. Mas cuando iban a ganar o a conquistar algunas provincias, o les venían a entrar por algunas partes de la tierra que poseían y señoreaban, peleaban de otra manera y con otra resistencia hasta que escalaban a viva fuerza y saqueaban las tales provincias y pueblos, quemando y matando y asolando las casas si no se les querían buenamente dar. Y con esta orden que tenían de guerra, como antes hemos referido, siempre iban ganando tierra sin volver atrás, si no era cuando hallaban gran pujanza de fuerza y resistencia, que por esta ocasión volvían las espaldas al enemigo. Aunque atrás puse por figura que no llevaban orden en sus guerras, hase de entender según nuestro modo; que entre ellos orden era, pues tenían sus caudillos que los gobernaban en las cosas de guerra, cómo y de qué manera habían de salir y entrar en ellas y con qué orden y concierto, y llevando esta orden por escuadrones de ciento en ciento y de más o de menos, haciendo grande alarido los unos escuadrones en seguimiento de los otros, teniendo bocinas y trompetas hechas de madera, bailando y cantando cantares de guerra, y animando a sus comilitones con grande gritería y más y mayores voces y gritos en el tiempo en que se daba el combate, tocando sus atambores y caracoles y trompetas, que hacían extraño ruido y estruendo, y no poco espanto en sus corazones frágiles e inusitados de esta milicia con los golpes de las rodelas y macanas, acompañados de la inmensa gritería. Este era el modo de sus peleas y combates con tiros de piedras y saetas y dardos hasta que venían a las manos y a los porrazos y macanazos, y con las espadas de pedernal daban mortales heridas y cuchilladas, aunque el día de hoy no han quedado más armas que arcos y flechas, las cuales usan los chichimecas y toda la tierra nueva de Cíbola. Gran Quivira, Señora y las demás provincias que llamaron de las Siete Ciudades, que fue la entrada que hizo Francisco Vázquez Coronado, y toda la tierra que llaman de la Florida. Los cuales arcos y flechas es la más terrible arma que las gentes bárbaras pueden usar. Esta debió de ser la primera y más antigua arma que hubo en el mundo y la que los primeros hombres homicidas inventaron, que tan cruel y mortal daño hace y ha hecho. Y ansí, lo usan los turcos desde su origen hasta estos nuestros tiempos, y también sé que lo usaron los griegos y troyanos. Por donde se debe colegir que no debió de ser en solas estas naciones habitadoras de este nuevo mundo donde la usaron.