Cómo demandaron licencia a Cortés los capitanes y personas más principales de los que Narváez había traído en su compañía para se volver a la isla de Cuba, y Cortés se la dio y se fueron. Y de cómo despachó Cortés embajadores para Castilla y para Santo Domingo y Jamaica, y lo que sobre cada cosa acaeció Como vieron los capitanes de Narváez que ya teníamos socorros, así de los que vinieron de Cuba como los de Jamaica que había enviado Francisco de Garay para su armada, según lo tengo declarado en el capítulo que dello habla, y vieron que los pueblos de la provincia de Tepeaca estaban pacíficos, después de muchas palabras que a Cortés dijeron, con grandes ofertas y ruegos le suplicaron que les diese licencia para se volver a la isla de Cuba, pues se lo había prometido, y luego Cortés se la dio, y les prometió que si volvía a ganar la Nueva-España y ciudad de México, que al Andrés de Duero, su compañero, que le daría mucho más oro que le había de antes dado; y así hizo otras ofertas a los demás capitanes, en especial a Agustín Bermúdez, y les mandó dar matalotaje que en aquella sazón había, que era maíz y perrillos salados y algunas gallinas, y un navío de los mejores, y escribió Cortés a su mujer Catalina Juárez la Marcaida y a Juan Núñez, su cuñado, que en aquella sazón vivía en la isla de Cuba, y les envió ciertas barras y joyas de oro, y les hizo saber todas las desgracias y trabajos que nos habían acaecido, y cómo nos echaron de México. Dejemos esto, y digamos las personas que pidieron la licencia para se volver a Cuba, que todavía iban ricos, y fueron Andrés de Duero y Agustín Bermúdez, y Juan Bono de Quejo y Bernardino de Quesada, y Francisco Velázquez "el corcovado", pariente del Diego Velázquez el gobernador de Cuba, y Gonzalo Carrasco el que vive en la Puebla, que después se volvió a esta Nueva-España, y un Melchor de Velasco, que fue vecino de Guatemala, y un Jiménez que vive en Guajaca, que fue por sus hijos, y el comendador León de Cervantes, que fue por sus hijas, que después de ganado México las casó muy honradamente: y se fue uno que se decía Maldonado, natural de Medellín, que estaba doliente; no digo Maldonado el que fue marido de doña María del Rincón, ni por Maldonado "el ancho", ni otro Maldonado que se decía álvaro Maldonado "el fiero", que fue casado con una señora que se decía María Arias; y también se fue un Vargas, vecino de la Trinidad, que le llamaban en Cuba, Vargas "el galán"; no digo el Vargas que fue suegro de Cristóbal Lobo, vecino que fue de Guatemala; y se fue un soldado de los de Cortés, que se decía Cárdenas, piloto; aquel Cárdenas fue el que dijo a un su compañero, ¿qué cómo podíamos reposar los soldados teniendo dos reyes en esta Nueva-España? Este fue a quien Cortés dio trescientos pesos para que se fuese con su mujer e hijos. Y por excusar prolijidad de ponerlos todos por memoria, se fueron otros muchos que no me acuerdo bien sus nombres; y cuando Cortés les dio la licencia, dijimos que para qué se la daba, pues que éramos pocos los que quedábamos; y respondió que por excusar escándalos e importunaciones, y que ya veíamos que para la guerra algunos de los que se volvían a Cuba no lo eran, y que "valía más estar solos que mal acompañados", y para los despachar del puerto envió Cortés a Pedro de Alvarado; y en habiéndolos embarcado, le mandó que se volviese luego a la villa. Y digamos ahora que también envió a Castilla a Diego de Ordás y a Alonso de Mendoza, natural de Medellín o de Cáceres, con ciertos recaudos de Cortés, que yo no sé otros que se llevase nuestros, ni nos dio parte de cosa de los negocios que enviaba a tratar con su majestad, ni lo que pasó en Castilla yo no lo alcancé a saber, salvo que a boca llena decía el obispo de Burgos delante del Diego de Ordás que así Cortés como todos los soldados que pasamos con él éramos malos y traidores, puesto que el Ordás sé cierto respondía muy bien por todos nosotros; y entonces le dieron al Ordás una encomienda de señor Santiago, y por armas el volcán que está entre Guaxocingo y cerca de Cholula; y lo que negoció adelante lo diré, según lo supimos por carta. Dejemos esto aparte, y diré cómo Cortés envió a Alonso de Ávila, que era capitán y contador desta Nueva-España, y juntamente con él envió otro hidalgo que se decía Francisco álvarez Chico, que era hombre que entendía de negocios; y mandó que fuesen con otro navío para la isla de Santo Domingo, a hacer relación de todo lo acaecido a la real audiencia que en ella residía, y a los frailes jerónimos que estaban por gobernadores de todas las islas, que tuviesen por bueno lo que habíamos hecho en las conquistas y el desbarate de Narváez, y cómo había hecho esclavos en los pueblos que habían muerto españoles y se habían quitado de la obediencia que habían dado a nuestro rey y señor, y que así se entendía hacer en todos los demás pueblos que fueron de la liga y nombre de mexicanos; y que suplicaba que hiciese relación dello en Castilla a nuestro gran emperador, y tuviese en la memoria los grandes servicios que siempre le hacíamos, y que por su intercesión y de la real audiencia fuésemos favorecidos con justicia contra la mala voluntad y obras que contra nosotros trataba el obispo de Burgos y arzobispo de Rosano; y también envió otro navío a la isla de Jamaica por caballos e yeguas, y el capitán que con él fue se decía fulano de Solís, que después de ganado México le llamamos Solís "el de la huerta", yerno de uno que se decía el bachiller Ortega. Bien sé que dirán algunos curiosos lectores que sin dineros cómo enviaba al Diego de Ordás a negocios a Castilla; pues está claro que para Castilla y para otras partes son menester dineros; y que asimismo envió a Alonso de Ávila y a Francisco álvarez Chico a Santo Domingo a negocios, y a la isla de Jamaica por caballos e yeguas. A esto digo que, como al salir de México salimos huyendo la noche por mí muchas veces referida, que, como quedaban en la sala muchas barras de oro perdido en un montón, que todos los más soldados apañaban dello, en especial los de a caballo, y los de Narváez mucho mejor, y los oficiales de su majestad que lo tenían en poder y cargo llevaron los fardos hechos. Y demás desto, cuando se cargaron de oro más de ochenta indios tlascaltecas por mandado de Cortés, y fueron los primeros que salieron en las puentes, vista cosa era que salvarían muchas cargas dello, que no se perdería todo en la calzada; y como nosotros los pobres soldados que no teníamos mando, sino ser mandados, en aquella sazón procurábamos de salvar nuestras vidas, y después, de curar nuestras heridas, a esta causa no mirábamos en el oro, si salieron muchas cargas dello en las puentes o no, ni se nos daba mucho por ello; y Cortés con algunos de nuestros capitanes lo procuraron de haber de algunos de los tlascaltecas que lo sacaron, y tuvimos sospecha que los cuarenta mil pesos de las partes de los de la Villa-Rica, que también lo hubo y hechó fama que lo habían robado; y con ello envió a Castilla a los negocios de su persona y a comprar caballos, y a la isla de Santo Domingo a la audiencia real: porque en aquel tiempo todos se callaban con las barras de oro que tenían, aunque más pregones habían dado. Dejemos esto, y digamos como ya estaban de paz todos los pueblos comarcanos de Tepeaca, acordó Cortés que quedase en una villa de Segura de la Frontera por capitán un Francisco de Orozco con obra de veinte soldados que estaban heridos y dolientes; y con todos los más de nuestro ejército fuimos a Tlascala, y se dio orden que se cortase madera para hacer trece bergantines para ir otra vez sobre México; porque hallábamos por muy cierto que para la laguna, sin bergantines no la podíamos señorear ni podíamos dar guerra, ni entrar otra vez por las calzadas en aquella gran ciudad sino con gran riesgo de nuestras vidas. Y el que fue maestro de cortar la madera y dar el gálibo y cuenta y razón cómo habían de ser veleros y ligeros para aquel efecto, y los hizo, fue un Martín López, que ciertamente, además de ser un buen soldado, en todas las guerras sirvió muy bien a su majestad; en esto de los bergantines trabajó en ellos como fuerte varón; y me parece que si por dicha no viniera en nuestra compañía de los primeros, como vino, que hasta enviar por otro maestro a Castilla se pasara mucho tiempo, o no viniera ninguno, según el estorbo que nos ponía el obispo de Burgos. Volveré a nuestra materia, e digamos ahora que cuando llegamos a Tlascala ya era fallecido de viruelas nuestro gran amigo y muy leal vasallo de su majestad Mase-Escaci, de la cual muerte nos pesó a todos; y Cortés lo sintió tanto, como él decía, como si fuera su padre, y se puso luto de mantas negras, y asimismo muchos de nuestros capitanes y soldados; y a sus hijos y parientes del Mase-Escaci Cortés y todos nosotros les hacíamos mucha honra; y porque en Tlascala había diferencias sobre el mando y cacicazgo, señaló y mandó que lo fuese un su hijo legítimo del Mase-Escaci, porque así se lo había mandado su padre antes que muriese; y aun dijo a sus hijos y parientes que mirasen que no saliesen del mandado de Malinche y de sus hermanos, porque ciertamente éramos los que habíamos de señorear estas tierras, y les dio otros muchos buenos consejos. Dejemos ya de contar del Mase-Escaci, pues ya es muerto, y digamos de Xicotenga "el viejo" y de Chichimecatecle y de todos los demás caciques de Tlascala, que se ofrecieron de servir a Cortés, así en cortar la madera para los bergantines como para todo lo demás que les quisiesen mandar en la guerra contra mexicanos, e Cortés los abrazó con mucho amor y les dio gracias por ello, especialmente a Xicotenga "el viejo" y a Chichimecatecle; y luego procuró que se volviese cristiano, y el buen viejo de Xicotenga de buena voluntad dijo que lo quería ser, y con la mayor fiesta que en aquella sazón se pudo hacer, en Tlascala le bautizó el padre de la Merced, y le puso nombre de Lorenzo de Vargas. Volvamos a decir de nuestros bergantines, que el Martín López se dio tanta priesa en cortar la madera, con la gran ayuda de los indios que le ayudaban, que en pocos días la tenía ya cortada toda, y señalada su cuenta en cada madero para qué parte y lugar había de ser, según tienen sus señales los oficiales, maestros y carpinteros de ribera; y también le ayudaba otro buen soldado que se decía Andrés Núñez, e un viejo carpintero que estaba cojo de una herida, que se decía Ramírez "el viejo"; y luego despachó Cortés a la Villa-Rica por mucho hierro y clavazón de los navíos que dimos al través, y por áncoras y velas e jarcias y cables y estopa, y por todo aparejo de hacer navíos, y mandó venir todos los herreros que había, y a un Hernando de Aguilar, que era medio herrero, que ayudaba a machar; y porque en aquel tiempo había en nuestro real tres hombres que se decían Aguilar, llamamos a este Hernando de Aguilar "maja-hierro"; y envió por capitán a la Villa-Rica, por los aparejos que he dicho, para mandarlo traer, a un Santa Cruz, burgalés, regidor que después fue de México, persona muy buen soldado y diligente; y hasta las calderas para hacer brea, y todo cuanto de antes habían sacado de los navíos, trajo con más de mil indios, que todos los pueblos de aquellas provincias, enemigos de mexicanos, luego se los daban para traer las cargas. Pues como no teníamos pez para brear, ni aun los indios lo sabían hacer, mandó Cortés a cuatro hombres de la mar, que sabían de aquel oficio, que en unos pinares cerca de Guaxocingo, que los hay buenos, fuesen hacer la pez. Pasemos adelante, puesto que no va muy a propósito de la materia en que estaba hablando, que me han preguntado ciertos caballeros curiosos, que conocían muy bien a Alonso de Ávila, que cómo, siendo capitán y muy esforzado, y era contador de la Nueva-España, y siendo belicoso y de su inclinación más para guerra que no ir a solicitar negocios con los frailes jerónimos que estaban por gobernadores de todas las islas, ¿por qué causa le envió Cortés, teniendo otros hombres que estaban más acostumbrados a negocios, como era un Alonso de Grado o un Juan de Cáceres "el rico", y otros que me nombraron? A esto digo que Cortés le envió al Alonso de Ávila porque sintió dél ser muy varón, y porque osaría responder por nosotros conforme a justicia; y también le envió por causa que, como el Alonso de Ávila había tenido diferencias con otros capitanes, y tenía gran atrevimiento de decir a Cortés cualquiera cosa que vela que convenía decirle, y por excusar ruidos y por dar la capitanía que tenía a Andrés de Tapia, y la contaduría a Alonso de Grado, como luego se la dio, por estas razones le envié. Volvamos a nuestra relación: pues viendo Cortés que ya era cortada la madera para los bergantines, y se habían ido a Cuba las personas por mí nombradas, que eran de los de Narváez, que los teníamos por sobrehuesos, especialmente poniendo temores que siempre nos ponían, que no seríamos bastantes para resistir el gran poder de mexicanos, cuando oían que decíamos que habíamos de ir a poner cerco sobre México. Y libre de aquellos temores, acordó Cortés que fuésemos con todos nuestros soldados a Tezcuco, sobre ello hubo grandes y muchos acuerdos; porque unos soldados decían que era mejor sitio y acequias y zanjas para hacer los bergantines, en Ayocingo, junto a Chalco, que no en la zanja y estero de Tezcuco; y otros porfiaban que mejor sería en Tezcuco, por estar en parte y sitio y cerca de muchos pueblos; y que teniendo aquella ciudad por nosotros, desde allí haríamos entradas en las tierras comarcanas de México; y puestos en aquella ciudad, tomaríamos el mejor parecer como sucediesen las cosas. Pues ya que estaba acordado lo por mí dicho, viene nueva y cartas, que trajeron tres soldados, de cómo había venido a la Villa-Rica un navío de Castilla y de las islas de Canaria, de buen porte, cargado de muchas ballestas y tres caballos, e muchas mercaderías, escopetas, pólvora e hilo de ballestas, y otras armas; y venía por señor de la mercadería y navío un Juan de Burgos, y por maestre un Francisco Medel, y venían trece soldados; y con aquella nueva nos alegramos en gran manera, y si de antes que supiésemos del navío nos dábamos priesa en la partida para Tezcuco, mucho más nos dimos entonces, porque luego le envió Cortés a comprar todas las armas y pólvora y todo lo más que traía, y aun el mismo Juan de Burgos y el Medel y todos los pasajeros que traía se vinieron luego para donde estábamos; con los cuales recibimos contento, viendo tan buen socorro y en tal tiempo. Acuérdome que entonces vino un Juan del Espinar, vecino que fue de Guatemala, persona que fue muy rico; y también vino un Sagredo, tío de una mujer que se decía "la Sagreda", que estaba en Cuba, naturales de la villa de Medellín; también vino un vizcaíno que se decía Monjaraz, tío que decía ser de Andrés de Monjaraz y Gregorio de Monjaraz, soldados que estaban con nosotros, y padre de una mujer que después vino a México, que se decía "la Monjaraza", muy hermosa mujer. He traído aquí esto a la memoria por lo que adelante diré, y es que jamás fue el Monjaraz a guerra ninguna ni entrada con nosotros, porque andaba doliente en aquel tiempo; e ya que estaba muy bueno y sano, e presumía de muy valiente soldado, cuando teníamos puesto cerco a México, dijo el Monjaraz que quería ir a ver cómo batallábamos con los mexicanos; porque no tenía a los mexicanos ni a otros indios por valientes; y fue, y se subió en un alto cu, como torrecilla, y nunca supimos cómo ni de qué manera le mataron indios en aquel mismo día. Y muchas personas dijeron, que le habían conocido en la isla de Santo Domingo, que fue permisión divina que muriese aquella muerte, porque había muerto a su mujer, muy honrada y buena y hermosa, sin culpa ninguna, y que buscó testigos falsos que juraron que le hacían maleficio. Quiero dejar ya de contar cosas pasadas, y digamos cómo fuimos a la ciudad de Tezcuco, y lo que más pasó.
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Capítulo CXXXVI Que trata de lo que hizo el general Teopolicán habiendo ido sobre la ciudad de Cañete y escapado de ella y de cómo fue preso Habiendo tramado el yanacona que tengo dicho con el Teopolicán viniese sobre la ciudad de Cañete, como fue y no pudo efectuar su mal propósito, tenía gran pesar de verse así burlado. Luego ordenó de hacer un fuerte tres leguas de la ciudad, e de allí enviaba a sus mensajeros a todos los caciques le enviasen gente para la guerra. Todos le acudían de la comarca. E teniendo aviso el teniente Alonso de Reinoso de la junta que se hacía, y que si esperaba ocho días se juntaría toda la tierra, y que al presente no tenía más de tres mil indios, apercibió a don Pedro de Avendaño con sesenta hombres y diole una india por guía. E salió de noche e caminó lo más secreto que pudo. Llegó ya que amanecía al fuerte, y como los indios estaban descuidados y llegados los españoles de repente, luego huyeron los indios. Y en una casa prendieron al Teopolicán y muchos indios e indias. E viniendo por el camino acertó a encontrar una india que era mujer del Teopolicán e traía un niño de un año. Y como ella no pensaba que venía preso el Teopolicán e le vio, comenzó a decirle: "¿Cómo? ¿Tú eres Teopolicán, el valiente que decías que no te había de parar cristiano que no le habías de matar, y a ti alzaron por general de la tierra, que ansí te dejaste prender de los españoles? ¿Y parécete cual vas atado e que tenga yo hijo de un hombre tan cobarde como tú?" E lo arrojó de una cuesta abajo, e murió el niño. Cierto me parece grande ánimo y esfuerzo de mujer, e que la podíamos comparar aquella buena mujer cartaginesa que se metió con dos hijos en el fuego, porque el marido se había entregado a los romanos. E llevado el Teopolicán a la ciudad fue empalado. Y ansí pereció este mal indio tan enemigo de los españoles.
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Cómo caminamos con todo nuestro ejército camino de la ciudad de Tezcuco, y lo que en el camino nos avino, y otras cosas que pasaron Como Cortés vio tan buena prevención, así de escopetas y pólvora y ballestas y caballos, y conoció de todos nosotros, así capitanes como soldados, el gran deseo que teníamos de estar ya sobre la gran ciudad de México, acordó de hablar a los caciques de Tlascala para que le diesen diez mil indios de guerra que fuesen con nostros aquella jornada hasta Tezcuco, que es una de las mayores ciudades que hay en toda la Nueva-España, después de México; y como se lo demandó y les hizo un buen parlamento sobre ello, luego Xicotenga, el viejo (que en aquella sazón se había vuelto cristiano y se llamó don Lorenzo de Vargas, como dicho tengo) dijo que le placía de buena voluntad, no solamente diez mil hombres, sino muchos más si los quería llevar, y que iría por capitán dellos otro cacique muy esforzado e nuestro gran amigo que se decía Chichimecatecle, y Cortés le dio las gracias por ello; y después de hecho nuestro alarde, que ya no me acuerdo bien qué tanta copia éramos, así de soldados como de los demás, un día después de la pascua de Navidad del año 1520 años comenzamos a caminar con mucho concierto, como lo teníamos de costumbre; fuimos a dormir a un pueblo sujeto de Tezcuco, y los del mismo pueblo nos dieron lo que habíamos menester; de allí adelante, era tierra de mexicanos, e íbamos más recatados, nuestra artillería puesta en mucho concierto, y ballesteros y escopeteros, y siempre cuatro corredores del campo a caballo, y otros cuatro soldados de espada y rodela muy sueltos, juntamente con los de a caballo para ver los pasos si estaban para pasar caballos, porque en el camino tuvimos aviso que estaba embarazado de aquel día un mal paso, y la sierra con árboles cortados, porque bien tuvieron noticia en México y en Tezcuco cómo caminábamos hacia su ciudad, y aquel día no hallamos estorbo ninguno y fuimos a dormir al pie de la sierra, que serían tres leguas, y aquella noche tuvimos buen frío, y con nuestras rondas y espías y velas y corredores del campo la pasamos; y cuando amaneció comenzamos a subir un puertezuelo y unos malos pasos como barrancas, y estaba cortada la sierra, por donde no podíamos pasar, y puesta mucha madera y pinos en el camino; y como llevábamos tantos amigos tlascaltecas, de presto se desembarazó; y con mucho concierto caminamos con una capitanía de escopetas y ballestas delante, y con nuestros amigos cortando y apartando árboles para poder pasar los caballos, hasta que subimos la sierra, y aun bajamos un poco abajo adonde se descubría la laguna de México y sus grandes ciudades pobladas en el agua; y cuando la vimos dimos muchas gracias a Dios, que nos la tornó a dejar ver. Entonces nos acordamos de nuestro desbarate pasado, de cuando nos echaron de México, y prometimos, si Dios fuese servido de darnos mejor suceso en esta guerra, de ser otros hombres en el trato y modo de cercarla; y luego bajamos la sierra, donde vimos grandes ahumadas que hacían, así lo de Tezcuco como los de los pueblos sujetos; e andando más adelante, topamos con un buen escuadrón de gente, guerreros de México y de Tezcuco, que nos aguardaban a un mal paso, que era un arcabuezo como quebrada algo honda, donde estaba una puente de madera, y corría un buen golpe de agua; mas luego desbaratamos los escuadrones y pasamos muy a nuestro salvo. Pues oír la grita que nos daban desde las estancias y barrancas, no hacían otra cosa, y era en parte que no podían correr caballos, y nuestros amigos los tlascaltecas les apañaban gallinas, y lo que podían robarles no les dejaban, puesto que Cortés les mandaba que si no diesen guerra, que no se la diesen; y los tlascaltecas decían que si estuvieran de buenos corazones y de paz, que no salieran al camino a darnos guerra, como estaban al paso de las barrancas y puente para no nos dejar pasar. Volvamos a nuestra materia, y digamos cómo fuimos a dormir a un pueblo sujeto de Tezcuco, y estaba despoblado, y puestas nuestras velas y rondas y escuchas y corredores del campo, y estuvimos aquella noche con cuidado no diesen en nosotros muchos escuadrones de mexicanos guerreros que estaban aguardándonos en unos malos pasos; de lo cual tuvimos aviso porque se prendieron cinco mexicanos en la puente primera que dicho tengo, y aquellos dijeron lo que pasaba de los escuadrones, y según después supimos, no se atrevieron a darnos guerra ni a más aguardar; porque, según pareció, entre los mexicanos y los de Tezcuco tuvieron diferencias y bandos; y también, como aun no estaban muy sanos de las viruelas, que fue dolencia que en toda la tierra dio y cundió, y como habían sabido cómo en lo de Guachadla e Ozúcar, y en Tepeaca y Xalacingo y Castilblanco todas las guarniciones mexicanas habíamos desbaratado; y asimismo corría fama, y así lo creían, que iban con nosotros en nuestra compañía todo el poder de Tlascala y Guaxocingo, acordaron de no nos aguardar; y todo esto nuestro señor Jesucristo lo encaminaba. Y desque amaneció, puestos todos nosotros en gran concierto, así artillería como escopetas y ballestas, y los corredores del campo adelante descubriendo tierra, comenzamos a caminar hacia Tezcuco, que sería de allí de donde dormimos obra de dos leguas; e aun no habíamos andado media legua cuando vimos volver nuestros corredores del campo muy alegres, y dijeron a Cortés que venían hasta diez indios, y que traían unas señas y veletas de oro, y que no traían armas ningunas, y que en todas las caserías y estancias por donde pasaban no les daban grita ni voces como habían dado el día antes: antes, al parecer, todo estaba de paz; y Cortés y todos nuestros capitanes y soldados nos alegramos, y luego mandó Cortés reparar, hasta que llegaron siete indios principales, naturales de Tezcuco, y traían una bandera de oro en una lanza larga, y antes que llegasen abajaron su bandera y se humillaron, que es señal de paz; y cuando llegaron ante Cortés, estando doña Marina e Jerónimo de Aguilar, nuestras lenguas, delante, dijeron: "Malinche, Cocoyoacin, nuestro señor y señor de Tezcuco, te envía a rogar que le quieras recibir a tu amistad, y te está esperando de paz en su ciudad de Tezcuco, y en señal dello recibe esta bandera de oro; y que te pide por merced que mandes a todos los tlascaltecas y a tus hermanos que no les hagan mal en su tierra, y que te vayas a aposentar en su ciudad, y él te dará lo que hubieres menester"; y más dijeron, que los escuadrones que allí estaban en las barrancas y pasos malos, que no eran de Tezcuco, sino mexicanos, que los enviaba Guatemuz. Y cuando Cortés oyó aquellas paces holgó mucho dellas, y asimismo todos nosotros, e abrazó a los mensajeros, en especial a tres dellos, que eran parientes del buen Montezuma, y los conocíamos todos los más soldados, que habían sido sus capitanes; y considerada la embajada, luego mandó Cortés llamar los capitanes tlascaltecas, y les mandó muy afectuosamente que no hiciesen mal ninguno ni les tomasen cosa ninguna en toda la tierra, porque estaban de paz: y así lo hacían como se lo mandé; mas comida no se les defendía si era solamente maíz e frísoles, y aun gallinas y perrillos, que había muchos en todas las casas, llenas dello; y entonces Cortés tomó consejo con nuestros capitanes, y a todos les pareció que aquel pedir de paz y de aquella manera que era fingido: porque si fueran verdaderas no vinieran tan arrebatadamente, y aun trajeran bastimento; y con todo esto, recibió Cortés la bandera, que valía hasta ochenta pesos, y dio muchas gracias a los mensajeros; y les dijo que no tenían por costumbre de hacer mal ni daño a ningunos vasallos de su majestad: antes les favorecía y miraba por ellos; y que si guardaban las paces que decían, que les favorecería contra los mexicanos, y que ya había mandado a los tlascaltecas que no hiciesen daño en su tierra, como habían visto, y que así lo cumplirían; y que bien sabía que en aquella ciudad mataron sobre cuarenta españoles nuestros hermanos cuando salimos de México, y sobre doscientos tlascaltecas, y que robaron muchas cargas de oro y otros despojos que dellos hubieron; que ruega a su señor Cocoyoacin e a todos los demás caciques y capitanes de Tezcuco que le den el oro y ropa; y que la muerte de los españoles, que pues ya no tenía remedio, que no se les pediría. Y respondieron aquellos mensajeros que ellos lo dirían a su señor así como se lo mandaba; mas que el que los mandó matar fue el que en aquel tiempo alzaron en México por señor después de muerto Montezuma, que se decía Coadlabaca, e hubo todo el despojo, y le llevaron a México todos los más teules, y que luego los sacrificaron a su Huichilobos; y como Cortés vio aquella respuesta, por no los resabiar ni atemorizar, no les replicó en ello sino que fuesen con Dios, y quedó uno dellos en nuestra compañía; y luego nos fuimos a unos arrabales de Tezcuco, que se decían Guatinchan o Guaxultlan, que ya se me olvidó el nombre, y allí nos dieron bien de comer y todo lo que hubimos menester, y aun derribamos unos ídolos que estaban en unos aposentos donde posábamos, y otro día de mañana fuimos a la ciudad de Tezcuco, y en todas las calles ni casas no veíamos mujeres ni muchachos ni niños, sino todos los indios como asombrados y como gente que estaba de guerra, y fuímonos a aposentar a unos aposentos y salas grandes, y luego mandó Cortés llamar a nuestros capitanes y todos los más soldados, y nos dijo que no saliésemos de unos patios grandes que allí había, y que estuviésemos muy apercibidos, porque no le parecía que estaba aquella ciudad pacífica, hasta ver cómo y de qué manera estaba, y mandó al Pedro de Alvarado y a Cristóbal de Olí e a otros soldados, y a mí con ellos, que subiésemos al gran cu, que era bien alto, y llevásemos hasta veinte escopeteros para nuestra guarda, y que mirásemos desde el alto cu la laguna y la ciudad, porque bien se parecía toda; y vimos que todos los moradores de aquellas poblaciones se iban con sus haciendas y hatos e hijos y mujeres, unos a los montes y otros a los carrizales que hay en la laguna, que toda iba cuajada de canoas, dellas grandes y otras chicas; y como Cortés lo supo, quiso prender al señor de Tezcuco que envió la bandera de oro, y cuando le fueron a llamar ciertos papas que envió Cortés por mensajeros, ya estaba puesto en cobro, que él fue el primero que se fue huyendo a México, y fueron con él otros muchos principales. Y así se pasó aquella noche, que tuvimos grande recaudo de velas y rondas y espías, y otro día muy de mañana mandó llamar Cortés a todos los más principales indios que había en Tezcuco; porque, como es gran ciudad, había otros muchos señores, partes contrarias del cacique que se fue huyendo, con quien tenían debates y diferencias sobre el mando y reino de aquella ciudad; y venidos ante Cortés, informando dellos cómo y de qué manera y desde qué tiempo acá señoreaba el Cocoyoacin, dijeron que por codicia de reinar había muerto malamente a su hermano mayor, que se decía Cuxcuxca, con favor que para ello le dio el señor de México, que ya he dicho se decía Coadlabaca, el cual fue el que nos dio la guerra cuando salimos huyendo después de muerto Montezuma; e que allí había otros señores (a quien venía el reino de Tezcuco más justamente que no al que lo tenía), que era un mancebo que luego en aquella sazón se volvió cristiano con mucha solemnidad, y se llamó don Hernando Cortés, porque fue su padrino nuestro capitán. E aqueste mancebo dijeron que era hijo legítimo del señor y rey de Tezcuco, que se decía su padre Nezabalpintzintli; y luego sin más dilaciones, con grandes fiestas Y regocijos de todo Tezcuco, le alzaron por rey y señor natural, con todas las ceremonias que a los tales reyes solían hacer, e con mucha paz y en amor de todos sus vasallos y otros pueblos comarcanos, e mandaba muy absolutamente y era obedecido; y para mejor le industriar en las cosas de nuestra santa fe y ponerle en toda policía, y para que deprendiese nuestra lengua, mandó Cortés que tuviese por ayos a Antonio de Villareal, marido que fue de una señora hermosa que se dijo Isabel de Ojeda, e a un bachiller que se decía Escobar; y puso por capitán de Tezcuco, para que viese y defendiese que no contrastase con el don Fernando ningún mexicano, a un buen soldado que se decía Pedro Sánchez Farfán, marido que fue de la buena y honrada mujer María de Estrada. Dejemos de contar su gran servicio de aqueste cacique, y digamos cuán amado y obedecido fue de los suyos, y digamos cómo Cortés le demandó que diese mucha copia de indios trabajadores para ensanchar y abrir más las acequias y zanjas por donde habíamos de sacar los bergantines a la laguna de que estuviesen acabados y puestos a punto para ir a la vela; y se le dio a entender al mismo don Fernando y a otros sus principales a qué fin y efecto se habían de hacer, y cómo y de qué manera habíamos de poner cerco a México, y para todo ello se ofreció con todo su poder y vasallos, que no solamente aquello que le mandaba, sino que enviaría mensajeros a otros pueblos comarcanos para que se diesen por vasallos de su majestad y tomasen nuestra amistad y voz contra México. Y todo esto concertado, después de nos haber aposentado muy bien, y cada capitanía por sí, y señalados los puestos y lugares donde habíamos de acudir si hubiese rebato de mexicanos: porque estábamos a guarda la raya de su laguna, porque de cuando en cuando enviaba Guatemuz grandes piraguas y canoas con muchos guerreros, y venían a ver si nos tomaban descuidados; y en aquella sazón vinieron de paz ciertos pueblos sujetos a Tezcuco, a demandar perdón y paz si en algo habían errado en las guerras pasadas, y habían sido en la muerte de los españoles; los cuales se decían Guatinchan; y Cortés les habló a todos muy amorosamente y les perdonó. Quiero decir que no había día ninguno que dejasen de andar en la obra y zanja y acequia de siete a ocho mil indios, y la abrían y ensanchaban muy bien, que podían nadar por ella navíos de gran porte. Y en aquella sazón, como teníamos en nuestra compañía sobre siete mil tlascaltecas, y estaban deseos de ganar honra y de guerrear contra mexicanos, acordó Cortés, pues que tan fieles compañeros teníamos, que fuésemos a entrar y dar una vista a un pueblo que se dice Iztapalapa, el cual pueblo fue por donde habíamos pasado la primera vez que vinimos para México, y el señor dél fue el que alzaron por rey en México después de la muerte del gran Montezuma, que ya he dicho otras veces que se decía Coadlabaca; y de aqueste pueblo, según supimos, recibíamos mucho daño, porque eran muy contrarios contra Chalco y Tamanalco y Mecameca y Chimaloacan, que querían venir a tener nuestra amistad, y ellos lo estorbaban; y como había ya doce días que estábamos en Tezcuco sin hacer cosa que de contar sea, fuimos a aquella entrada de Iztapalapa.
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Capítulo CXXXVII Que trata de la salida del gobernador de la ciudad Imperial para la ciudad de Valdivia Habiendo despachado a don Miguel de Velasco con los treinta hombres a visitar la ciudad de Cañete, se partió el gobernador en fin del mes de enero de dicho año, y fue a la Villarrica, en la cual estuvo cuatro días, y de allí se partió para la ciudad de Valdivia. De aquí despachó un alcalde e un regidor de la Villarrica que con él había venido, con el repartimiento de aquel puerto, señalando los vecinos que había de ser, y a cada uno el cacique que había se servir. Y luego despachó al capitán Joan Bautista de Pastene con catorce hombres fuese al lago de Valdivia que tengo dicho, y que allí hiciese un par de barcas. Salió el gobernador de esta ciudad, lunes a diez y ocho días del mes de febrero de mil y quinientos e cincuenta e ocho años, con ciento y cincuenta hombres, que fue aquel día a Teuserén, que son cuatro leguas de la ciudad de Valdivia. De aquí despachó a su maestre de campo Joan Remón y al capitán Vasco Juares para que se fuesen a sus casas y se embarcasen en el navío que estaba en Valdivia. De aquí caminó el gobernador por sus jornadas y llegó al lago donde llegó el gobernador don Pedro de Valdivia. Y de este lago envió al capitán Joan Bautista de Pastene con treinta hombres que fuese a buscar el desaguadero de aquel lago y buscase pasaje. Salido este capitán, llegó a un río hondable de corriente recio, el cual desaguaba del lago. Yendo por el río abajo topó pasaje y recogió algunas canoas. Y luego llegó el gobernador, y dio orden como se pasasen, y en canoas pasó la gente, y los caballos a nado. Pasado el gobernador este río, caminó tres jornadas de muy grandes montes e ciénagas y malos pasos, que apenas se podía caminar, y al cabo de estos tres días dio en la mar en una bahía muy grande, la cual llegaba hasta la cordillera nevada. Hay en ella veinte y cinco islas, aunque algunos se afirmaban haber más de treinta. Están pobladas. De aquí envió el gobernador a Julián Gutiérrez Altamirano en ciertas canoas con gente, que fuese a una isla que se parecía grande encima de todas las demás, la cual isla se dice Anquecuy, la cual isla hallaron muy poblada y mucho ganado y maíz y papas, y gran noticia de oro y plata. Y visto esto se volvió el caudillo. En esta tierra que pasó el gobernador se halló oro de quilates, y tráenlo los indios en la punta de las narices y es una manera de anillos, y las Mujeres lo traen en las orejas por zarcillos. Es la tierra bien poblada y la gente de buen parecer. Y andan vestidos de lana como los que tengo dicho. La lengua difiere un poco. Sus armas son lanzas y hondas y dardos. Solamente difieren en el traje de la cabeza a los demás, que traen una manera de sombrero muy bien hecho de lana tejida y peludo, con un paño como tocado y por encima se ponen una chaquira. Traen unos coralejos pequeños en unos hilos ensartados y desviados uno de otro dos dedos. Estos que acostumbran estos sombreros paréceme que los traen por la mucha agua que llueve. Es tierra doblada de grandes montes y ciénagas y de buenas florestas. Halláronse sardinas de las que llaman en nuestra España arencadas. Ansí se halló el arte de aquellos corrales con que las toman en Rota, y si se curasen serían tan buenas como las de allá. Túvose grande noticia de la otra parte del lago, y no era tan pequeña.
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Cómo fuimos a Iztapalapa con Cortés, y llevó en su compañía a Cristóbal de Olí y a Pedro de Alvarado, y quedó Gonzalo de Sandoval por guarda de Tezcuco, y lo que nos acaeció en la toma de aquel pueblo Pues como había doce días que estábamos en Tezcuco, y teníamos los tlascaltecas, por mí ya otra vez nombrados, que estaban con nosotros, y porque tuviesen qué comer, porque para tantos como eran no se lo podían dar abastadamente los de Tezcuco, y porque no recibiesen pesadumbre dello; y también porque estaban deseosos de guerrear con mexicanos, y se vengar por los muchos tlascaltecas que en las derrotas pasadas les habían muerto y sacrificado, acordó Cortés que él por capitán general, y con Pedro de Alvarado y Cristóbal de Olí, y con trece de a caballo y veinte ballesteros y seis escopeteros y doscientos y veinte soldados, y con nuestros amigos de Tlascala y con otros veinte principales de Tezcuco que nos dio don Hernando, cacique mayor de Tezcuco, y estos sabíamos que eran sus primos y parientes del mismo cacique y enemigos de Guatemuz, que ya le habían alzado por rey en México; fuésemos camino de Iztapalapa, que estará de Tezcuco obra de cuatro leguas (ya he dicho otra vez, en el capítulo que dello trata, que estaban más de la mitad de las casas edificadas en el agua y la mitad en tierra firme); e yendo nuestro camino con mucho concierto, como lo teníamos de costumbre, como los mexicanos siempre tenían velas y guarniciones y guerreros contra nosotros, que sabían que íbamos a dar guerra a algunos de sus pueblos para luego les socorrer, así lo hicieron saber a los de Iztapalapa para que se apercibiesen, y les enviaron sobre ocho mil mexicanos de socorro. Por manera que en tierra firme aguardaron como buenos guerreros, así los mexicanos que fueron en su ayuda como los pueblos de Iztapalapa, y pelearon un buen rato muy valerosamente con nosotros; mas los de a caballo rompieron por ellos, y con las ballestas y escopetas y todos nuestros amigos los tlascaltecas, que se metían en ellos como perros rabiosos, de presto dejaron el campo y se metieron en su Pueblo; y esto fue sobre cosa pensada y con un ardid que entre ellos tenían acordado, que fuera harto dañoso para nosotros si de presto no saliéramos de aquel pueblo; y fue desta manera, que hicieron que huyeron, y se metieron en canoas en el agua y en las casas que estaban en el agua, y dellos en unos carrizales; y como ya era noche oscura, nos dejan aposentar en tierra firme sin hacer ruido ni muestra de guerra; y con el despojo que habíamos habido e la victoria estábamos contentos; y estando de aquella manera, puesto que teníamos velas, espías y rondas, y aun corredores del campo en tierra firme; cuando no nos catamos vino tanta agua por todo el pueblo, que si los principales que llevábamos de Tezcuco no dieran voces, y nos avisaran que saliésemos presto de las casas, todos quedáramos ahogados; porque soltaron dos acequias de agua y abrieron una calzada, con que de presto se hinchó todo de agua. Y los tlascaltecas nuestros amigos, como no son acostumbrados a ríos caudalosos ni sabían nadar, quedaron muertos dos dellos; y nosotros, con gran riesgo de nuestras personas, todos bien mojados, y la pólvora perdida, salimos sin hato; y como estábamos de aquella manera y con mucho frío, y sin cenar, pasamos mala noche; y lo peor de todo era la burla y grita que nos daban los de Iztapalapa y los mexicanos desde sus casas y canoas. Pues otra cosa peor nos avino, que como en México sabían el concierto que tenían hecho de nos anegar con haber rompido la calzada y acequias, estaban esperando en tierra y en la laguna muchos batallones de guerreros, y cuando amaneció nos dan tanta guerra, que harto teníamos que nos sustentar contra ellos, no nos desbaratasen; e mataron dos soldados y un caballo, e hirieron otros muchos, así de nuestros soldados como tlascaltecas, y poco a poco aflojaron en la guerra, y nos volvimos a Tezcuco medio afrentados de la burla y ardid de echarnos el agua; y también como no ganamos mucha reputación en la batalla postrera que nos dieron, porque no había pólvora; mas todavía quedaron temerosos, y tuvimos bien en qué entender en enterrar e quemar muertos y curar heridos y en reparar sus casas. Donde lo dejaré, y diré cómo vinieron de paz a Tezcuco otros pueblos, y lo que más se hizo.
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Capítulo CXXXVIII Que trata de la vuelta del gobernador don García Hurtado de Mendoza y de cómo fundó una ciudad Llegado el gobernador a este lago o archipiélago, por mejor decir, y viendo que no hallaban sitio conveniente, y que el invierno se le acercaba y en aquella tierra era trabajoso, dio la vuelta y llegó al río de las Canoas y le pasó. Riberas de él, en un llano de muy hermosa vega y en buena comarca, pareciéndole que era buen sitio y convenible, fundó una ciudad y crió alcaldes y cabildo, y la intituló la ciudad de Osorno, y repartió caciques y prencipales de toda aquella comarca en sesenta conquistadores. Fundóse esta ciudad, domingo a veinte y siete días del mes de marzo del año de mil y quinientos y cincuenta y ocho años. No dio cédulas al presente, porque en ninguna ciudad las había dado. Esta ciudad está tres leguas de la de Valdivia y quince leguas del lago. Está seis leguas de la mar. Tiene muy gentil llano. Tiene cerca leña y madera para casas. Es tierra fértil, dase buen trigo y cebada, y se dará todas las semillas y árboles de nuestra España que su pusieren. Y hecho esto salió el gobernador de esta ciudad para la de Valdivia, dejando el recaudo que convenía para la sustentación de ella. Y llegado a la ciudad de Valdivia y pareciéndole que para los negocios que acorriesen de las demás ciudades no era bueno invernar allí, se fue a la Imperial a invernar.
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Capítulo décimo De las demás casas de este signo, de las cuales algunas son mal afortunadas, otras bien La segunda casa de este signo se llamava ume máçatl. Dezían que era mal afortunada y desventurada. El que en esta casa nacía, ninguna buena fortuna tenía: era temeroso y cobarde y espantadizo, de cualquier cosa se espantava y temblava. La tercera casa de este signo se llamava ei tochtli. Dezían que esta casa era bien afortunada, y los que en ella nacían, tenían de comer con muy poco trabajo. Dezían que como los conejos se mantienen de cosas del campo y no trabajan por lo que han de comer ni bever, sino que en todo lugar lo hallan a la mano, ansí dezían que los que nacen en este signo sin mucho trabajo son ricos. La cuarta casa de este signo se llamava naui atl. Dezían que era mal afortunada, y los que en ella nacían dezían que siempre bivían en pobreza y aflicción y tristeza; nunca tenían contento ni alegría, y si alguna cosa ganavan, todo se les iva de entre manos. La quinta se llamava macuilli itzcuintli. Dezían que era mal afortunada, porque era casa del dios del infierno, que le llamavan Mictlantecutli. La sexta casa se llamava chicuacen oçomatli. Dezían que era de mal afortunada. Los que nacían en estas casas no los baptizavan en ellas, mas difiríanlos para séptima casa, que se llamava chicome malinalli. Y dezían que la séptima casa de todos los signos era bien afortunada por causa del número séptimo; en esta casa los baptizavan y los ponían los nombres. La octava casa se llamava chicuei ácatl, y la novena casa chicunaui océlutl. Dezían que estas casas eran mal afortunadas, y los que en ellas nacían eran desventurados y no los baptizavan hasta la otra casa siguiente, que se llamava matlactli cuauhtli. Esta casa dizque remediava la desventura de las passadas, pero havían de hazer mucha penitencia para remediarse. Dezían que la décima casa era bien afortunada, y los que en ella nacían eran venturosos en cosas de guerra y valentía; eran osados y animosos. La undécima casa se llamava matlactlioce cozcacuauhtli. Dezían que era bien afortunada, y los que nacían en ella tenían larga vida y murían viejos. La duodécima casa se llamava matlactliomome olin. Y la terciadécima se llamava matlactliomei técpatl. Todas éstas dezían que eran de buena fortuna en todos los signos, y los que en ellas nacían dezían que eran bien afortunados; desde la décima casa arriba dezían que todos eran bien afortunados, y los que en ellas nacían dezían que eran dichosos.
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Capítulo décimo Del lenguaje y afectos que usavan para hablar y avisar al señor rezién electo. Es plática de alguna persona muy principal: uno de los sátrapas o algún pilli o tecutli, el que más acto era para hazerla. Tiene maravilloso lenguaje y muy delicadas metáforas y admirables avisos ¡Oh, señor nuestro humaníssimo y piadosíssimo, amantíssimo y digno de ser muy estimado más que todas las piedras preciosas y más que todas las plumas ricas! Aquí estáis presente. Haos puesto nuestro soberano dios por nuestro señor, a la verdad, porque han fallescido, hanse ido a su recogimiento los señores vuestros antepassados, los cuales murieron por mandado de nuestro señor. Partieron de este mundo el señor N y N, etc. Dexaron la carga del regimiento que traían a cuestas, debaxo de la cual trabaxaron como los que van camino y llevan a cuestas cargas muy pesadas. ¿Estos, por ventura, acuérdanse o tienen algún cuidado del pueblo que regían, el cual está agora despoblado y ascuras y yermo, sin señor, por la voluntad de nuestro señor dios? ¿Por ventura tienen cuidado o miran a su pueblo, que está hecho una breña y una tierra inculta, y está la pobre gente sin padre y sin madre, huérfanos, que no saben ni entienden ni consideran lo que conviene a su pueblo? Están como mudos; no saben hablar; están como un cuerpo sin cabeça. El último que nos ha dexado huérfanos es el señor fuerte y muy valeroso N, el cual por algún breve tiempo, por algunos pocos días, le tuvo prestado este pueblo y este señorío y reino, y fue como cosa de sueño. Ansí se le fue de entre las manos, porque le llamó nuestro señor para ponerle en el recogimiento de los otros defunctos, sus antepasados, que están en arca o en cofre guardados. Y ansí se fue para ellos; ya está con nuestro padre y madre el dios del infierno que se llama Mictlantecutli. ¿Por ventura bolverá acá de aquel lugar donde fue? No es posible que buelva; para siempre se fue, y le perdió su reino; en ningún tiempo le verán acá los que viven ni los que nacerán; para siempre se fue a su recogimiento; para siempre nos dexó. Apagada está nuestra candela; fuésenos nuestra lumbre. Ya está desamparado; ya está a escuras el pueblo y señorío de nuestro señor dios que él regía y alumbrava. Y agora está a peligro de perderse y destruirse este pueblo y señorío que llevava a cuestas. Y lo dexó en el mismo lugar que dexó la carga que llevava. Ahí está donde dexó a su pueblo y reino, pacífico y sossegado, y ansí le tuvo todo el tiempo que le regió pacíficamente; governó pacíficamente. Posseyó el trono y silla que le fue dado por nuestro señor dios y puso todas sus fuerças, y hizo toda su possibilidad para tenerle pacífico y asosegado hasta su muerte. No ascondió sus manos ni sus pies debaxo de su manta con pereza, sino que con toda diligencia trabaxó por el bien de su reino. Al presente tenemos gran consolación y gran regozijo, ¡oh, humaníssimo señor nuestro!, porque nos ha dado nuestro señor dios, por quien bivimos, una lumbre y un resplandor del sol, que sois vos. El os señala y os demuestra con el dedo, y os tiene escrito con letras coloradas. Y ansí está determinado allá arriba y acá abaxo, en el cielo y en el infierno, que vos seáis el señor y posseáis la silla y estrado y dignidad de este reino, ciudad o pueblo. Brotado ha la raíz de vuestros antepassados que possieron muy profunda y plantaron de muchos años atrás. ¡Oh, señor nuestro! Vois sois el que havéis de llevar la pesadumbre de esta carga, de este reino, señorío o ciudad. Vois sois el que havéis de suceder a vuestros antepasados, los señores reyes vuestros progenitores, para llevar la carga que ellos llevaron. Vos, señor, havéis de poner vuestras espaldas debaxo de esta carga grande, que es el regimiento de este reino. En vuestras espaldas y en vuestro regalo y en vuestros braços pone nuestro señor dios este oficio y dignidad de regir y governar a la gente popular, que son muy antogadizos y muy enojadizos. Vos, señor, por algunos años los havéis de sustentar y regalar como a niños que están en la cuna. Vos havéis de poner en vuestro regalo y en vuestros braços a la gente popular. Vos los havéis de halagar y hazerles el son para que duerman el tiempo que vivierdes en este mundo. ¡Oh, señor nuestro sereníssimo y muy precioso! Ya se determinó en el cielo y en el infierno, ya se averiguó, ya te cupo esta suerte, a ti te señaló, sobre ti cayó la elección de nuestro señor dios soberano. ¿Por ventura podráste absconder o absentar? ¿Podráste escapar de esta sentencia? ¿O por ventura te escabollirás o hurtarás el cuerpo? ¿Qué estimación tienes de dios nuestro señor? ¿Qué estimación tienes de los hombres que te eligieron, que son señores muy principales y muy ilustres? ¿En qué estimación tienes a los reyes y señores que te eligieron y te señalaron y ordenaron por inspiración y ordenación de nuestro señor dios, cuya elección no se puede casar ni variar por haver sido por ordenación divina el haverte elegido y nombrado por padre y madre de este reino? Pues que esto es ansí, ¡oh, señor nuestro humaníssimo!, esfuerçate y anímate y pon el hombro a la carga que te es encomendada y encargada. Cómplasse y berifíquesse el querer y voluntad de nuestro señor. Por ventura por algún espacio de tiempo llevarás la carga a ti encomendada, o, por ventura, te ataxará la muerte y será como sueño esta tu elección a este reino. Mirad que no seáis desagradescido, teniendo en poco en vuestro pecho el beneficio de nuestro señor, porque el ve todas las cosas secretas, y embiará sobre vos algún castigo como le pareciere, porque en su poder y voluntad está que te aniebles y desbanezcas, o te embiará a las montañas y a las sabanas, o te echará en el estiércol y entre las suziedades, o te acontescerá alguna cosa fea o torpe. Por ventura serás infamado de alguna cosa fea y vergonçosa, o por ventura permitirá dios que haya discordias y alborotos en tu reino para que seas menospreciado y abatido, o por ventura te darán guerra otros reyes que te aborrecen y serás vencido y aborrescido, o por ventura permitirá dios que venga sobre tu reino hambre y necessidad. ¿Qué harás si en tu tiempo se destruye tu reino, o nuestro señor embiare sobre ti su ira, embiando pestilecia? ¿Qué harás si en tu tiempo se destruye tu reino, y tu resplandor se bolviere en tiniebla? ¿Qué harás si se desolare en tu tiempo tu reino, o si por ventura veniere sobre ti la muerte ante de tiempo, y en el principio de tu reino y antes que te apoderes de él te destruyere y matare, y te pusiere debaxo de sus pies nuestro señor todopoderoso? O por ventura súpitamente embiare sobre ti exércitos de enemigos de hazia los yermos o de hazia la mar o de hazia las savanas y despoblados, donde se suelen exercitar las guerras, donde se suele derramar la sangre, que es bever del sol y de la tierra, porque muchas y infinitas maneras tiene dios de castigar a los que le desobedecen. Y ansí es menester, ¡oh, señor nuestro y rey nuestro!, que pongas todas tus fuerças y todo tu poder para hazer el dever en la prosecución de tu oficio; y esto con lloros y suspiros, orando a nuestro señor dios, invisible y impalpable. Llegaos, señor, a él muy de veras con lloros y lágrimas y suspiros para que os ayude a pacíficamente regir vuestro reino, que es su honra. Mirad que recibáis con afabilidad y humildad a los que vienen a vuestra presencia angustiados y atribulados. No devéis de dezir, ni hazer cosa alguna arrebatadamente. Oíd con asosiego y muy por entero las quexas y informaciones que delante vos venieren. No ataxéis las razones o palabras del que habla, porque sois imagen de nuestro señor dios y representáis su persona, en quien él está descansando y de quien él usa como de una flauta, y en quien él habla, y con cuyas orejas él oye. Mirad, señor, que no seáis aceptador de personas, ni castiguéis a nadie sin razón, porque el poder que tenéis de castigar es de dios, es corno uñas y dientes de dios. Para hazer justicia sois executor de su justicia, y recto sentenciador suyo. Hágase justicia; guárdese la rectitud, aunque se enoje quien se enejare, porque estas cosas os son mandadas de dios. Nuestro señor dios no ha de hazer estas cosas, porque en vuestras manos las ha dexado. Mirad, señor, que en los estrados y en los tronos de los señores y juezes no ha de haver arrebatamiento o precipitamiento de obras o de palabras, ni si ha de hazer alguna cosa con enojo. Mirad que no os passe por pensamiento dezir: "Y yo soy señor, y yo haré lo que quisiere", que esto es ocasión de destruir y atropellar y desbaratar todo vuestro valor y toda vuestra estimación y gravedad y magestad. Mirad que la dignidad que tenéis, el poder que os ha dado sobre vuestro reino o señorío, no os sea ocasión de ensoberveceros y altiveceros, mas antes os conviene muchas vezes acordaros de lo que fuistes atrás y de la vaxez de donde fuestes tomado para la dignidad en que estáis puesto sin haverlo merecido. Devéis muchas vezes dezir en vuestro pensamiento: "¿Quién fue yo, y quién soy agora, que nunca yo merecí ser puesto en el lugar tan honroso y tan eminente como estoy por mandado de nuestro señor dios, que más parece Cosa de sueño que no de verdad" Mira, señor, que no durmáis a sueño suelto. Mirad que no os descuidéis con deleites y placeres corporales. Mirad que no os deis a comeres y beveres demasiados. Mirad, señor, que no gastéis con profanidad los sudores y trabajos de vuestros basallos en engordaros y emborracharos. Mirad, señor, que la merced y regalo que nuestro señor os haze en hazeros rey y señor, no la convertáis en cosas de profanidad y locura y enemistades. ¡Oh, señor nuestro y rey nuestro, y nieto nuestro, que nuestro señor dios está mirando lo que hazen los que rigen sus reinos! Y cuando yerran en sus oficios danle ocasión de reírse de ellos; y él se ríe de ellos y calla, porque es dios y haze lo que quiere y haze burla de quien quiere, porque a todos nosotros nos tiene en el medio de su palma y nos está remeciendo, y somos como bodoques redondos en su palma, que andamos rodando de una parte a otra, y le hazemos reír y se ríe de nosotros, de cómo andamos rodando de una parte a otra en su palma. ¡Oh, señor nuestro y rey nuestro, esforçaos a hazer vuestra obra poco a poco! Por ventura por nuestros pecados no os merecemos, y vuestra elección nos será como cosa de sueño, y no se hará lo que nuestro señor quiere, que posseáis su reino y su dignidad real por algunos tiempos. Por ventura os quiere provar y hazer experiencia de quién sois, y si no hizierdes el dever pondrá a otro en esta dignidad. Por ventura ¿tiene pocos amigos nuestro señor dios? ¿Eres tú solo, por ventura, su amigo? ¿Cuántos otros tiene sus conocidos? ¿Cuántos son los que le llaman? ¿Cuántos son los que dan vozes en su presencia? ¿Cuántos son los que lloran? ¿Cuántos son lo que con tristeça le ruegan? ¿Cuántos son los que en su presencia suspiran? Cierto, no se podrán contar. Hay muchos generosos, prudentíssimos y de grande habilidad, y los que ya han tenido y tienen cargos están en dignidades. De muchos es rogado, y muchos en su presencia dan vozes. Bien tiene a quien dar la dignidad de sus reinos. Por ventura con brevedad y como cosa de sueño te presenta su honra y su gloria; por ventura te da a oler y te passa por tus labios su ternura y su dulçura y su suavidad y su blandura y las riquezas que solo él las comunica, porque solo él las possee. ¡Oh, muy dichoso señor! Humillaos y inclinaos y llorad con tristeça, y suspirad y orad y hazed lo que nuestro señor quiere que hagáis el tiempo que él por bien tuviere, assí de noche como de día. Hazed vuestro oficio con sosiego, continuamente orando en vuestro trono y en vuestro estrado, con toda benevolencia y blandura, y mirad que no deis a nadie pena ni fatiga ni tristeça. Mira que no atropelléis a nadie. No seáis bravo para con nadie, y no habléis a nadie con ira ni espantéis a ninguno con ferocidad. Conviene también señor nuestro que tengáis mucho aviso en no dezir palabras de burlas o de donaires, porque esto causará menosprecio de vuestra persona, porque las burlas y donaires no son para las personas que están en vuestra dignidad, ni tampoco os conviene que os inclinéis a las burlas o chucarrerías de alguno, aunque sea muy vuestro pariente o propincuo, porque aunque sois nuestro próximo en cuanto al ser de hombre, en cuanto al oficio sois como dios. Aunque sois nuestro próximo y amigo y hijo y hermano, no somos vuestros iguales ni os considerarnos como a hombre, porque ya tenéis la persona y la imagen y conversación y familiaridad de nuestro señor dios, el cual dentro de vos habla y os enseña, y por vuestra boca habla, y vuestra boca es suya, y vuestra lengua es su lengua, y vuestra cara es su cara, y vuestras orejas. Y os ha adornado con su autoridad, que os dio colmillos y uñas para que seáis temido y reverenciado. Mira, señor, que no boelvas a hazer lo que hazías cuando no eras señor, que reías y burlavas; agora te conviene de tomar coraçón de viejo y de hombre grave y severo. Mira mucho por tu honra y por el decoro de tu persona y por la magestad de tu oficio, y tus palabras sean raras y muy graves, porque ya tienes otro ser, ya tienes magestad, y has de ser respectado y temido y honrado y acatado. Ya eres precioso y de gran valor y persona rara, a quien conviene toda reverencia y acatamiento y respecto. Guárdate, señor, de menoscabar y amenguar y amanzillar tu dignidad y valor, y la dignidad y valor de tu alteza y excelencia. Advierte, señor, el lugar en que estás, que es muy alto, y la caída de él muy peligrosa. Piensa, señor, que vas por una loma muy alta y de camino muy angosto, y a la mano izquierda y a la mano derecha hay grande profundidad y hondura. No es posible salir del camino hazia una parte ni hazia otra sin caer en un profundo abismo. Deves también, señor, guardarte de lo contrario, que no te hagas bravo como bestia fiera de quien todos tengan temor y horror. Sé templado en el rigor, el exercitar tu potencia, y antes deves quedar atrás en el castigo y en la execución del rigor, que no passar adelante. Nunca muestres los dientes del todo, ni saques las uñas cuanto puedes. Mira, señor, que no te demuestres espantoso y temeroso y áspero o espinoso. Esconde los dientes y las uñas. Junta y regala y congrega, y muéstrate blando y apacible a tus principales y a los mayores de tu reino y de tu corte. Y también te conviene, señor, de regocijar y alegrar a la gente popular, según la calidad y condición de la diversidad y grados que hay en la república; confórmate con las condiciones de cada grado y parcialidad de la gente popular. Tened, señor, solicitud y cuidado de los areitos y danças y de los adereços y instrumentos que para ellos son menester, porque es exercicio donde los hombres esforçados conciben desseo de las cosas de la milicia y de la guerra. Regocija, señor, y alegra a la gente popular con juegos y pasatiempos convenibles. Con esto cobraréis fama y seréis amado, y aun después de esta vida quedará vuestra fama y vuestro amor y lágrimas por vuestra absencia acerca de los viejos y viejas que os conocieron. ¡Oh, felicíssimo señor y sereníssimo rey, persona preciosíssima! Considerad que vais camino, y que hay lugares fragosos y peligrosos en el camino por donde vais, y que havéis de ir muy con tiento, porque las dignidades y señoríos tienen muchos barrancos y muchos resbaladeros y deslizaderos, donde los lazos están muy espesos y unos sobre otros, que no hay camino libre ni seguro entre los lazos y los pozos desimulados, cerrada la boca con yerva, y en el profundo tienen estacas muy agudas plantadas para que los que cayeren se enclaven en ellas; por lo cual conviene que sin cesar gimáis y llaméis a dios y suspiréis. Mirad, señor, que no durmáis a sueño suelto, ni os deis a las mugeres, porque son enfermedad y muerte a cualquier varón. Conviéneos dar buelcos en la cama; havéis de estar en la cama pensando en las cosas de vuestro oficio, y en durmir soñando las cosas de vuestro cargo. Y las cosas que nuestro señor nos dio para nuestro mantenimiento, como son el comer y el bever, repartildo con vuestros principales y cortesanos, porque muchos tienen embidia a los señores y reyes por tener lo que tienen y comer lo que comen y bever lo que beven; y por esso se dize. que los reyes y señores comen pan de dolor. No penséis, señor, que el estado real, y el trono y dignidad, que es deleitoso y placentero, que no es sino de grande trabajo y de grande aflicción y de gran penitencia. ¡Oh, bienaventurado señor nuestro, persona muy preciosa! No quiero dar pena ni enojo a vuestro coraçón; no quiero caer en vuestra ira y indignación. Bástame los defectos que he hecho y las vezes que he tropeçado y resbalado y aun caído en esta plática que tengo dicha; básteme las faltas y defectos que hablando he hecho, yendo a saltos de rana de nuestro señor invisible y impalpable, el cual está presente y nos está escuchando, y ha oído muy por el cabo todas las palabras que he pronunciado y imperfectamente, y como balvociendo y tartamodeando, y con mala orden y con mal aire. Pero con lo hecho he complido con lo que son obligados los viejos y ancianos de la república para con sus señores recién electos. Ansimismo he complido con lo que devo a nuestro señor, el cual está presente y lo oye, y a él se lo ofrezco y presento. ¡Oh, señor nuestro y rey! Viváis muchos años, trabajando en vuestro oficio real; ya he acabado de dezir. Este orador que haze esta oración delante del señor recién electo era alguno de los sacerdotes muy entendido y muy retórico, o era algunos de los tres sumus sacerdotes, que el uno se llamava Quetzalcóatl, y el otro Tótec tlamacazqui, y el tercero Tláloc; eran sumus sacerdores. O por ventura la hazía alguno de los nobles y muy principales del pueblo, muy retórico; o algún embaxador del señor de alguna provincia, muy entendido en hablar, que no tiene empacho ninguno en lo que ha de dezir; o por ventura era alguno de los senadores, muy sabio; o algún otro muy retórico, muy esperto en el hablar, que ninguna falta haze en lo que ha de dezir, que le acude el lenguaje y lo que ha de dezir a su voluntad. Y esto es ansí necessario porque el señor recién electo háblanle de esta manera, y también cuando muere, porque entonce, cuando recién electo, toma el poder sobre todos, tiene libertad de matar a quien quisiere, porque ya es superior, y por esta causa cuando recién electo dezímosle todo lo que ha menester para hazer bien su oficio, y esto con mucha reverencia y humildad. Por esta causa el orador habla con gran tiento y llorando y suspirando.
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Capítulo décimo De la orden que guardavan en sacar la lumbre nueva en el año 52, y todas las cerimonias que para sacarla hazían Está arriba declarado que encima de la sierra de Uixachtlan solían hazer fuego nuevo. Y la orden que tenían en ir hazia aquella sierra es ésta: que en la vigilia de la dicha fiesta, ya puesto el sol, se aparejavan los sacerdotes de los ídolos y se vestían y componían con los ornamentos de sus dioses, es a saber, de Quetzalcóatl o de Tláloc, etc.; ansí que parecía que los mesmos dioses eran. Y al principio de la noche empeçavan a caminar poco a poco y muy despacio, y con mucha gravedad y silencio; y por esto dezían teunenemi; quiere dezir "caminan como dioses". Partíanse de México y allegavan a la dicha sierra ya casi cerca de medianoche; y el dicho sacerdote del barrio de Copolco, cuyo oficio era de sacar lumbre nueva, traía en sus manos los instrumentos con que se sacava el fuego, y desde México, por todo el camino, iva provando la manera con que fácilmente se pudiesse hazer lumbre. Venida aquella noche en que havían de hazer y tomar lumbre nueva, todos tenían muy grande miedo y estavan esperando con mucho temor lo que acontecería; porque dezían y tenían esta fábula o creencia entre sí: que si no se pudiesse sacar lumbre, que habría fin el linaje humano, y que aquella noche y aquellas tinieblas serán perpetuas, y que el sol no tornaría a nacer o salir, y que de arriba vernán y decendirán los tzitzimitles, que eran unas figuras feíssimas y terribles, y que comerán a los hombres y mugeres, por lo cual todos se subían a las açoteas, y allí se juntavan todos los que eran de cada casa, y ninguno osava estar abaxo. Y las mugeres preñadas, en su rostro o cara ponían una carátula de penca de maguey, y también encerrávanlas en las troxes, porque temían y dezían que si la lumbre no se pudiesse hazer, ellas también se bolverán fieros animales y que comerán a los hombres y mugeres. Lo mesmo hazían con los niños, porque poníanles la dicha carátula de maguey en la cara, y no los dexavan dormir poco ni mucho; y los padres y las madres ponían muy gran solicitud en despertarlos, dándoles a cada rato rempuxones y bozes; porque dezían que si los dexassen a ellos dormir, que se havían de bolver y hazer ratones. De manera que todas las gentes no entendían en otra cosa sino en mirar hazia aquella parte donde se esperava la lumbre, y con grande cuidado estavan esperando la hora y momento en que havía de parecer y se viesse el fuego. Y cuando estava sacada la lumbre, luego se hazía una hoguera muy grande para que se pudiesse ver desde lexos. Y todos, vista aquella luz, luego cortavan sus orejas con navajas y tomavan de la sangre que salía, y esparzíanla hazia a aquella parte de donde parecía la lumbre; y todos eran obligados a hazerlo, hasta los niños que estavan en las cunas, porque también les cortavan las orejas, porque dezían que de aquella manera todos hazían penitencia o merecían. Y los ministros de los ídolos abrían el pecho y las entrañas del captivo con un pedernal agudo como un cuchillo, según está dicho arriba.
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Capítulo décimo De otra manera de banquete que hazían los mercaderes más costoso, en el cual matavan esclavos Los mercaderes hazían un banquete en que davan a comer carne humana. Esto hazían en la fiesta que se llama panquetzaliztli. Para esta fiesta compravan esclavos que se llamavan tlaaltiltin, que quiere dezir "lavados", porque los lavavan y regalavan porque engordassen, para que su carne fuesse sabrosa cuando los huviessen de matar y corner. Compravan estos esclavos en Azcaputzalco, porque allí havía feria de ellos y allí los vendían los que tratavan en esclavos. Y para venderlos, aderezávanlos con buenos atavíos. A los hombres, buenas mantas y mastles, y sus cotaras muy buenas; ponían sus beçotes de piedras preciosas; poníanlos sus orejeras de cuero, hermosas, como pinjantes; y cortávanlos sus cabellos como soelen los capitanes cortárselos; y poníanlos sus sartales de flores y sus rodelas en las manos, de flores, y sus cañas de perfumes que andavan chupando, y andavan bailando o haziendo areito de esta manera compuestos. Y los que vendían mugeres también las ataviavan; vestíanlas de muy buenos huipiles que se llaman xochimoyáoac o xoxoloyo; poníanlas sus naoas ricas que se Haman chicocuéitl, o otras que se llaman tetenacazco; y cortávanlas los cabellos por debaxo de las orejas, una mano o poco más, todo alrededor. El tratante que comprava y vendía los esclavos alquilava los cantores para que cantassen y tañessen el teponaztli para que bailassen y dançassen los esclavos en la plaça donde los vendían. Y cada uno de estos tratantes ponía los suyos para que aparte bailassen. Los que querían comprar los esclavos para sacrificar y para comer, allí iban a mirarlos cuando andavan bailando y estavan compuestos, y al que vía que mejor cantava y más sentidamente dançava, conforme al son, y que tenía buen gesto y buena disposición, que no tenía tacha corporal ni era corcobado, ni gordo demasiado, etc., y que era bien proporcionado y bien hecho en su estatura -en la letra se ponen otras particularidades que contienen muy buenos vocablos- como se contentase de alguno, hombre o muger, luego hablava al mercader en el precio del esclavo. Los esclavos que ni cantavan, ni dançavan sentidamente, dávanlos por treinta mantas; y los que dançavan y cantavan sentidamente, y tenían buena disposión, dávanlos por cuarenta cuachtles o mantas. Haviendo dado el precio que valía el esclavo, luego el mercader le quitava todos los atavíos con que estavan compuestos, conviene a saber, a los hombres las buenas mantas y buenos mastles y cotaras con que estavan ataviados, y a las mugeres quitávanlas los huipiles y naoas labrados y ricos, y también las flores y cañas de humo, y poníanlos otros atavíos medianos, mantas y mastles y cotaras, y ansí a las mugeres en sus atavíos, lo cual llevavan los que los compravan aparejado, porque sabían que los havían de quitar el atavío con que estavan ataviados. Y llegando a su casa, el que los llevava comprado echávalos en la cárcel de noche, y de mañana sacávanlos de la cárcel. Y a las mugeres dávanlos recaudo para que hilassen entre tanto que se llegava el tiempo de matarlas; a los hombres no les mandavan que hiziessen trabajo alguno. El que comprava esclavos hombres ya tenía hechas unas casas nuevas, tres o cuatro, y hazía a los esclavos que bailassen en los tapancos cada día. Y este que havía comprado los esclavos para hazer combite con ellos, después de haver allegado todas las cosas necessarias para el combite y de tenerlas guardadas en su casa, assí las que se havían de corner como las que se havían de dar en dones a los combidados, como son mantas que se llaman amanepanyuhqui, y otras que se llaman nochpallaxochyo, y otras que se llaman uitztecollaxochyo, y otras que se llaman tlalpiltilmatli, y otras que se llaman tlazctlilotl, y otras que se llaman ilacatziuhqui, y otras que se llaman canaoacaómmatl. Y éstas tenía ochocientas o mil y docientas que se havía de gastar en el banquete, y mastles cuatrocientos de los ricos, y que tenían largas y grandes labores, y otros que se llamavan coyoichcamdxtlatl, y otros que se llamavan cuappachmdxtlatl, y otros blancos. Estas mantas y mastles arriba dichos eran para dar a los más esforçados y valientes capitanes que se llaman tlacatéccatl y tlacochehácatl y cuauhnochtli y cuacuachicti y otomíes y mixcoatlailótlac y ezoaoácatl y maçatécatl y tlillancalqui y ticociaoácatl y tezcacouácatl y tocuiltécatl y atempanécatl y tlacochcácatl tecuhtli. Todos éstos eran muy principales. A todos éstos; davan dones el que hazía el banquete. Haviendo dado dones a los ya dichos, luego dava dones a los principales de los mercaderes que se llamavan puchtecatlailótlac, y a todos los que se llamavan naoaloztomóca y teyaoalouani, y que tratavan en esclavos. No a todos los puchtecas se davan dones, sino escogíanse los más ricos y más nobles, a los cuales davan mantas ricas y mastles ricos. Y después de éstos davan dones a los mercaderes principales que havían venido al combite de otros pueblos, que eran doze pueblos. Y éstos eran tratantes en esclavos y escogidos entre muchos. Y después de éstos davan dones a las mugeres mercaderas, tratantes en esclavos. Dávanles naoas: unas que se llaman yollo; otras que se llaman tlatzcdílotl; otras que se llaman ilacatziuhqui. Y también les davan huipiles que se llaman yollouipilli; otros que se llaman poloncapipticac, tendcalicuiliuhqui; otros que se llaman ixcuauhcallo uipilli; otros que se llaman tenmalinqui. Todas estas cosas gastava en dones el que hazía el banquete, y de todas estas cosas estava proveído. También se proveía de todo el maíz que se havía de gastar y lo ponía en sus troxes, y todos los frixoles que eran menester, y también chían, que se llama chianpitzdoac, y otra que se llama chiantzótzol. Todo esto tenía en troxes, que era provisión para los que havían de servir en el combite, para comer y bever. Y también se proveían de muchas maneras de vasos para dar el atulli que se llamava ayouachpani, y también se proveían de chilli, muchos fardos de ello, y mucha copia de sal. También se proveía de tomates, comprados por mantas. También se proveía de las gallinas, hasta ochenta o ciento. Y también se proveía de perrillos para corner, hasta veinte o cuarenta. La carne de estos perrillos iva entrepuesta con la carne de las gallinas. Cuando davan la comida ponían debaxo la carne de los perrillos; encima la carne de las gallinas, para hazer vulto. Demás de esto se proveía de cacao, veinte cargas, o ansi. También se proveía de las paletas y palos con que se rebolvía el cacao, hasta dos mil o cuatro mil. Y también se proveía de aquellos eaxedílos que tienen tres pies para servicio de la comida. Y también se proveía de chiquihuites y de vasos para bever que se llaman puchtecayo cdxitl. Proveíase también de leña y de carbón, y pagava a los aguaderos que traían el agua con canoa, tres o cuatro canoas, y valía cada canoa una manta, que se llama cuachtli, o cien canoas. Las mantillas que se llamavan tototkwualtecuachili valían a cien cacaos; y las otras que se llamavan tecuachtli valían a ochenta cacaos; y otras que se llamavan cuachtli, que eran las más baxas, valían a sesenta cacaos. Después que este que hazia el combite havía aparejado todas las cosas, como arriba esta dicho, iba luego a Toclitóspec, donde hay gran cantidad de mercaderes y tratantes, y a todos los otros pueblos donde havían mercaderes, los cuales todos tenían sus casas o posadas en México y en el Matilulco, y los de Uexotla, y de Tetzcoco, y de Coatlichan, y de Chalco, y de Xochimilco, y de Uitzilopuchco, y de Mixoac, y de Azcaputzalco, y de Cuatilitidan, y de Otumba, los cuales todos son tratantes en las provincias remotas que están hasta Tochtelpec. Los mercaderes de otros pueblos no entravan en la provincia de Andoac; sólo los mexicanos y del Tlatilulco y sus compañeros, que eran los de Uitzilopuchco y de Cuanlititlan, entravan en esta provincia de Andoac. Iba a todos los pueblos a combidar para el banquete.