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Datos principales
Desarrollo
Capítulo II 280 De los frailes que han muerto en la conversión de los indios de la Nueva España, cuéntase también la vida de fray Martín de Valencia, que es mucho de notar y tener en la memoria 281 Perseverando y trabajando fielmente en la conversión de estos indios, son ya difuntos en esta Nueva España más de treinta frailes menores, los cuales acabaron sus días llenos de observancia de su profesión, ejercitados en la caridad de Dios y del prójimo, y en la confesión de nuestra santa fe, recibiendo los sacramentos, algunos de los cuales fueron adornados de muchas virtudes, mas el que entre todos dio mayor ejemplo de santidad y doctrina, así en la vieja España como en la Nueva, fue el padre de santa memoria fray Martín de Valencia, primer prelado y custodio en esta Nueva España: fue el primero que Dios envió a este nuevo mundo con autoridad apostólica. 282 Las cosas que aquí diré no querría que nadie las ponderase más de lo que las leyes divinas y humanas permiten y la razón demanda, dejando por juez a Aquél que lo es de los vivos y de los muertos, en cuyo acatamiento todas las vidas de los mortales son muy claras y manifiestas, y dando la determinación a su santa Iglesia, a cuyos pies toda esta obra va sometida; porque los hombres pueden ser engañados en sus juicios y opiniones, y Dios siempre es recto en la balanza de su juicio y los hombres no; por lo cual dice San Agustín, que muchos tiene la Iglesia en veneración que están en el infierno, esto es, de aquellos que no están canonizados por la Iglesia Romana regida por el Espíritu Santo, y con esta protestación comenzaré a escribir en breve, lo más que a mí fuera posible, la vida del siervo de Dios fray Martín de Valencia, aunque según sé que un fraile devoto suyo la tiene más largamente escrita.
283 COMIENZA LA VIDA DE FRAY MARTÍN DE VALENCIA. 284 Este buen varón fue natural de la villa de Valencia, que dicen de Don Juan, que es entre la ciudad de León y la villa de Benavente, en la ribera del río que se dice Ezcla, es en el obispado de Oviedo. De su juventud no hay relación en esta Nueva España, más del argumento de la vida que en su mediana y última edad hizo. Recibió el hábito en la villa de Mayorga, lugar del conde de Benavente, que es convento de la provincia de Santiago y de las más antiguas casas de España. Tuvo por su maestro a fray Juan de Argumanes que después fue provincial de la provincia de Santiago; con la doctrina del cual, y con su grande estudio, fue alumbrado su entendimiento, para seguir la vida de nuestro Redentor Jesucristo. Adonde, como ya después de profeso le enviasen a la villa de Valencia, que es muy cerca de Mayorga, viéndose distraído, por estar entre sus parientes y conocidos, rogó a su compañero que saliesen presto de aquel pueblo; y desnudándose el hábito púsole delante de los pechos, y echóse el cordón a la garganta como malhechor, y quedó en carnes con sólo los paños menores, y así salió en medio del día, viéndole sus deudos y amigos, por mitad del pueblo, llevándole el compañero tirándole por la cuerda. Después que cantó misa fue siempre creciendo de virtud en virtud; porque demás de lo que yo vi en él, porque le conocí por más de veinte años, oí decir a muchos buenos religiosos, que en su tiempo no habían conocido religioso de tanta penitencia, ni que con tanto tesón perseverase siempre en allegarse a la cruz de Jesucristo, tanto, que cuando iba por otros conventos y provincias a los capítulos, parecía que a todos reprendía su aspereza, humildad y pobreza, y como fuese dado a la oración procuró licencia de su provincial para ir a morar a unos oratorios de la misma provincia de Santiago, que están no muy lejos de Ciudad Rodrigo, que se llaman los Ángeles y el Hoyo, casas muy apartadas de conversación y dispuestas para contemplar y orar.
Alcanzada licencia para ir a morar a Santa María del Hoyo, queriendo, pues, el siervo de Dios recogerse y darse a Dios en el dicho lugar, el enemigo le procuró muchas maneras de tentaciones, permitiéndolo Dios para más aprovechamiento de su ánima. Comenzó a tener en su espíritu muy gran sequedad y dureza, y tibieza en el corazón; aborrecía el yermo; los árboles le parecían demonios, no podía ver los frailes con amor y caridad; no tomaba sabor en ninguna cosa espiritual; cuando se ponía a orar hacíalo con gran pesadumbre; vivía muy atormentado. Vínole una terrible tentación de blasfemia contra la fe, sin poderla alanzar de sí; parecíale que cuando celebraba y decía misa, no consagraba, y como quien se hace grandísima fuerza y a regañadientes comulgaba; tanto le fatigaba aquesta imaginación, que no quería ya celebrar, ni podía comer. Con estas tentaciones habíase parado tan flaco, que no parecía tener sino los huesos; y el cuerpo parecíale a él que estaba muy esforzado y bueno. Esta sutil tentación le traía Satanás para derrocarle, de tal manera que cuando ya le sintiese del todo sin fuerzas naturales le dejase, y así desfalleciese, y no pudiese tomar en sí, y saliese de juicio; y para esto también le desvelaba, que es también mucha ocasión para enloquecer; pero como Nuestro Señor nunca desampara a los suyos, ni quiere que caigan, ni da a nadie más de aquella tentación que puede sufrir, dejóle llegar hasta donde pudo sufrir la tentación sin detrimento de su ánima, y convirtióla en su provecho, permitiendo que una pobrecilla mujer le despertase y diese medicina para su tentación; que no es pequeña materia para considerar la grandeza de Dios; que no escoge los sabios, sino los simples y humildes, para instrumentos de sus misericordias; y así lo hizo con esta simple mujer que digo.
285 Que como el varón de Dios fuese a pedir pan a un lugar que se dice Robleda, que son cuatro leguas del Hoyo, la hermana de los frailes del dicho lugar viéndole tan flaco y debilitado díjole: "¡Ay, padre! ¿Y vos qué habéis? ¿Cómo andáis que parece que queréis expirar de flaco; y cómo no miráis por vos, que parece que os queréis morir?" Así entraron en el corazón del siervo de Dios estas palabras como si se las dijera un ángel, y como quien despierta de un pesado sueño, así comenzó a abrir los ojos de su entendimiento, y a pensar cómo no comía casi, y dijo entre sí: "verdaderamente ésta es tentación de Satanás"; y encomendándose a Dios que la alumbrase y sacase de la ceguedad en que el demonio le tenía, dio la vuelta a su vida. Viéndose Satanás descubierto, apartóse de él y cesó la tentación. Luego el varón de Dios comenzó a sentir flaqueza y desmayo, tanto, que apenas se podía tener en los pies; y de ahí adelante comenzó a comer, y quedó avisado para sentir los lazos y astucias del demonio. Después que fue librado de aquellas tentaciones quedó con gran serenidad y paz en su espíritu, gozábase en el yermo, y los árboles, que antes aborrecía, con las aves que en ellos cantaban parecíale un paraíso; y de allí le quedó que doquiera que estaba luego plantaba una arboleda, y cuando era prelado a todos rogaba que plantasen árboles, no sólo de frutales, pero de los monteses, para que los frailes se fuesen allí a orar. 286 Asimismo lo consoló Dios en la celebración de las misas, las cuales decía con mucha devoción y aparejo, que después de maitines o no dormía nada o muy poco, por mejor se aparejar; y casi siempre decía misa muy de mañana, y con muchas lágrimas muy cordiales que regaban y adornaban su rostro como perlas: celebraba casi todos los días, y comúnmente se confesaba cada tercero día.
287 Otrosí: de allí adelante tuvo grande amor con los otros frailes, y cuando alguno venía de fuera, recibíale con tanta alegría y con tanto amor, que parecía que le quería meter en las entrañas; y gozábase de los bienes y virtudes ajenas como si fueran suyas propias; y así perseverando en aquesta caridad, trájole Dios a un amor entrañable del prójimo, tanto, que por el amor general de las ánimas vino a desear padecer martirio, y pasar entre los infieles a los convertir y predicar; aqueste deseo y santo celo alcanzó el siervo de Dios con mucho trabajo y ejercicios de penitencia, de ayunos, disciplinas, vigilias y muy continuas oraciones. 288 Pues perseverando el varón de Dios en sus santos deseos quísole el Señor visitar y consolar en esta manera: que estando él una noche en maitines en tiempo de adviento, que en el coro se rezaba la cuarta matinada, luego que se comenzaron los maitines comenzó a sentir nueva manera de devoción y mucha consolación en su ánima; y vínole a la memoria la conversión de los infieles; y meditando en esto, los salmos que iba diciendo en muchas partes hallaba entendimientos devotos a este propósito, en especial en aquel salmo que comienza: Eripe me de inimicis meis: y decía el siervo de Dios entre sí: "¡Oh! ¿Y cuándo será esto? ¿Cuándo se cumplirá esta profecía? ¿No sería yo digno de ver este convertimiento, pues ya estamos en la tarde y fin de nuestros días, y en la última edad del mundo?" Pues ocupado el varón de Dios todos los salmos en estos piadosos deseos, y lleno de caridad y amor del prójimo, por divina dispensación, aunque no era hebdomadario ni cantor del coro, le encomendaron que dijese las lecciones, y se levantó y las comenzó a decir, y las mismas lecciones, que eran del profeta Isaías, hacían a su propósito, levantábanle más y más su espíritu, tanto, que estándolas leyendo en el púlpito vio en espíritu muy gran muchedumbre de ánimas de infieles que se convertían y venían a la fe y bautismo.
Fue tanto el gozo y alegría que su ánima sintió interiormente, que no se pudo sufrir ni contener sin salir fuera de sí, y alabando a Dios y bendiciéndole, dijo en alta voz tres veces: "loado sea Jesucristo, loado sea Jesucristo, loado sea Jesucristo"; y esto dijo con muy alta voz, porque no fue en su mano dejarlo de hacer así. Los frailes, viéndole que parecía estar fuera de sí, no sabiendo el misterio, pensaron que se tornaba loco, y tomándole le llevaron a una celda, y enclavando la ventana y cerrando la puerta por de fuera tornaron a acabar los maitines. Estuvo el varón de Dios así atónito en la cárcel hasta que fue buen rato del día, que tornó en sí, y como se halló encerrado y oscuro quiso abrir la ventana, porque no había sentido que la habían enclavado, y como no la pudo abrir dizque se sonrió, de que conoció el temor que los frailes habían tenido, de que como loco se echase por la ventana: y desde que se vio así encerrado tornó a pensar y contemplar en la visión que había visto y rogar a Dios que se la dejase ver con los ojos corporales, y desde entonces creció en él más el deseo que tenía de ir entre los infieles, y predicarlos y convertirlos a la fe de Jesucristo. 289 Esta visión quiso Nuestro Señor mostrar a su siervo cumplida en esta Nueva España, adonde como el primer año que a esta tierra vino visitase siete y ocho pueblos cerca de México, y como se ayuntasen muchos a la doctrina, y viniesen muchos a la fe y a el bautismo, viendo el siervo de Dios tanta muestra de cristiandad en aquéllos, y creyendo (como de hecho fue así) que había de ir creciendo, dijo a su compañero: "ahora veo cumplido lo que el Señor me mostró en espíritu"; y declaróle la visión que en España había visto, en el monasterio de Santa María del Hoyo, en Extremadura.
290 Antes de esto, no sabiendo él cuándo ni cómo se había de cumplir lo que Dios le había mostrado, comenzó a desear pasar a tierra de infieles, y a demandarlo a Dios con muchas oraciones; y comenzó a mortificar la carne, y a sujetarla con muchos ayunos y disciplinas; que además de las veces en que la comunidad se disciplinaba, los más de los días se disciplinaba él dos veces, porque así ejercitado mediante la gracia del Señor, se aparejase a recibir martirio; y como la regla de los frailes menores diga: "Si algún fraile por divina inspiración fuere movido a desear ir entre los moros u otros infieles, pida licencia a su provincial para efectuar su deseo"; este siervo de Dios demandó esta licencia por tres veces; y una de estas veces había de pasar un río, el cual llevaba mucha agua e iba recio tanto, que tuvo quehacer en pasarse a sí solo, y fue menester que soltase unos libros que llevaba, entre los cuales iba una Biblia, y el río se los llevó un buen trecho; y él encomendando a el Señor sus libros, y rogándole que se los guardase, y suplicando a Nuestra Señora que no perdiese sus libros, en los cuales él tenía cosas notadas para su espiritual consolación, fuelos a tomar buen rato el río abajo, sin haber padecido detrimento ninguno del agua. En todas estas tres veces, no le fue concedida por su provincial la licencia que demandaba; mas él nunca dejó de suplicarlo a Dios con muy continuas oraciones, y asimismo para alcanzar y merecer esto ponía por intercesora a la Madre de Dios, con la cual tenía singular devoción, y así celebraba sus festividades y octavas con toda la solemnidad que podía, y con tan grande alegría que bien parecía salirle de lo íntimo de sus entrañas.
En este tiempo estaba en la custodia de la Piedad el padre de santa memoria fray Juan de Guadalupe, el cual con otros compañeros vivían en suma pobreza; pues allí trabajó fray Martín de Valencia por pasarse en su compañía, para lo cual alcanzar no le faltaron hartos trabajos. Y habida la licencia con harta dificultad, moró con él algún tiempo; pero como aún aquella provincia, que entonces era custodia, tuviese muchas contradicciones y contradictores, así de otras provincias, porque quizá les parecía que su extremada pobreza y vida muy áspera era intolerable, o porque muchos buenos frailes procuraban pasarse a la compañía de dicho fray Juan de Guadalupe, el cual tenía facultad del Papa para los recibir, procuraron contra ellos favores de los Reyes Católicos y del rey de Portugal para los echar de sus reinos; y creció tanto esta persecución, que vino tiempo que tomadas las casas y monasterios, y algunas de ellas derribadas por tierra, y ellos perseguidos de todas partes, se fueron a meter en una isla que se hace entre dos ríos, que ni bien es en Castilla ni bien en Portugal. Los ríos se llaman Tajo y Guadiana, adonde pasando harto trabajo estuvieron algunos días, hasta que pasada esta persecución y favoreciendo Dios a los que celaban y querían guardar perfectamente su estado, tornaron a reedificar sus monasterios, y añadir otros, de los cuales se hizo la provincia de la Piedad en Portugal, y quedaron otras cuatro casas en Castilla. 291 En este tiempo los frailes de la provincia de Santiago rogaron a fray Martín de Valencia que se tornase a su provincia, y que le darían una casa cual él quisiese, en la cual pusiese toda la perfección y estrechura que él quisiese; y él aceptándolo, edificó una casa junto a Belvís, adonde hizo un monasterio que se llama Santa María del Berrocal, adonde moró algunos años, dando tan buen ejemplo y doctrina, así en aquella villa de Belvís como en toda aquella comarca, que le tenían por un apóstol, y todos le amaban y obedecían como a su padre.
292 Morando en la casa, como siempre tuviese en su memoria la visión que había visto, y en su ánima tuviese confianza de verla cumplida; en aquel tiempo crecía la fama de la sierva de Dios la beata del Barco de Ávila a quien Dios comunicaba muchos secretos; determinó el siervo de Dios de ir a visitarla para tomar su parecer y consejo, sobre el cumplimiento de su deseo que era ir entre infieles. Ella, oída su embajada y encomendándolo a Dios, respondióle: "que no era la voluntad de Dios que por entonces procurase la ida, porque venida la hora Dios le llamaría, y que de ello fuese cierto". Pasado algún tiempo hízose la custodia de San Gabriel, provincia de aquellas cuatro casas que dije que tenían los compañeros de fray Juan de Guadalupe, y de otras siete que dio la provincia de Santiago, una de las cuales era la de Belvís, que el mismo fray Martín había edificado; todas ellas caían debajo de los términos de la provincia de Santiago, y ayuntados los frailes de todas once casas, año del señor de 1516, vigilia de la Concepción de Nuestra Señora, fue elegido por primer custodio fray Miguel de Córdoba, varón de alta contemplación. En este mismo capítulo rogó el conde de Feria que echasen a el siervo de Dios fray Martín de Valencia a San Onofre de la Lapa, que es un monasterio de los siete, y está a dos leguas de Zafra, en tierra del conde; fue procurado por la fama de su santidad para consolación del conde, y llevóle Dios para que pusiese paz y concordia entre las dos casas, que muy poco antes se habían ayuntado, conviene a saber, la casa de Priego y la de Feria, y aunque el marqués y la marquesa eran buenos casados, y muy católicos cristianos, los caballeros y criados de aquella casa estaban muy discordes; entonces el marqués envió por el padre fray Martín, y estuvo con él en Montilla una cuaresma predicando y confesando, y también confesó a el marqués; y puso tanta concordia y paz entre las dos casas, que más les pareció a todos ángel del Señor que no persona terrenal, y así todos atribuían a sus oraciones aquella concordia de las dos casas.
También hizo mucho fruto en los vecinos de aquel pueblo, y fueron muy edificados y consolados por el grande ejemplo que en aquella cuaresma les dejó, y lo mismo era en todas las partes en donde moraba, así dentro de casa a los frailes, como de fuera a la tierra y comarca, porque todos le tenían por espejo de doctrina y santidad. 293 Después, en el año de 1518, vigilia de la Asunción de Nuestra Señora, fue aquella custodia de San Gabriel hecha provincia, y elegido por primer provincial el padre fray Martín de Valencia, el cual la gobernó con mucho ejemplo de humildad y penitencia predicando y amonestando a sus frailes, más por ejemplo que por palabras; y aunque siempre iba aumentando en su penitencia, en aquel tiempo se esforzó más, aunque siempre traía cilicio y muchos días ayunaba, demás de los ayunos de la iglesia y de la regla, y traía ceniza para echarla en la cocina y a las veces en el caldo; y en lo que comía, si estaba sabroso, le echaba un golpe de agua encima por salsa, acordándose de la hiel y vinagre que dieron a Jesucristo. 294 Veníanse muchos frailes y buenos religiosos a la provincia por su buena fama, y el siervo de Dios recibíalos con entrañas de amor. Muchas veces cuando quería tener capítulo a los frailes y oír las culpas de los otros, primero se acusaba él a sí mismo delante de todos, no tanto por lo que a él tocaba cuanto por dar ejemplo de humildad, porque él se reputaba por indigno de que otro le dijese sus culpas, y luego allí delante de todos se disciplinaba, y levantándose besaba los pies a sus frailes; con tal ejemplo no había súbdito que no se humillase hasta la tierra.
Acabado esto comenzaba su oficio de prelado, y asentado en su lugar con autoridad pastoral, todos los súbditos decían sus culpas, según es costumbre en las religiones, y el siervo de Dios reprendíalos caritativamente, y después hablaba cordialmente, ya de la virtud de la pobreza, ya de la obediencia y humildad, ya de la oración; que de ésta, como él siempre la tenía en ejercicio, hablaba más largo y más comúnmente. 295 Habiendo regido la provincia de San Gabriel con grande ejemplo y estando siempre con su continuo deseo de pasar a los infieles, cuando más descuidado estaba le llamó Dios de esta manera. Como fuese ministro general el reverentísimo fray Francisco de los Ángeles, que después fue cardenal de Santa Cruz, y viniendo visitando allegó a la provincia de San Gabriel. Hizo capítulo en el monasterio de Belvís en el año de 1523, día de San Francisco, en el tiempo que había dos años que esta tierra se había ganado por Hernando Cortés y sus compañeros; pues estando en este capítulo, el general un día llamó a fray Martín de Valencia, e hízole un muy buen razonamiento, diciéndole cómo esta tierra de la Nueva España era nuevamente descubierta y conquistada, adonde, según las nuevas de la muchedumbre de la gente y de su calidad, creía y esperaba que se haría muy gran fruto espiritual, habiendo tales obreros como él, y que él estaba determinando de pasar en persona a el tiempo que lo eligieron por general, el cual cargo le embarazó la pasada que él tanto deseaba; por tanto, que le rogaba que él pasase con doce compañeros, porque si lo hiciese, tenía él muy gran confianza en la bondad divina, que sería grande el fruto y convertimiento de gente que de su venida esperaban.
El varón de Dios que tanto tiempo había que estaba esperando que Dios había de cumplir su deseo, bien puede cada uno pensar qué gozo y alegría recibiría su ánima con tal nueva y por él tan deseada, y cuántas gracias debió de dar a Nuestro Señor; aceptó luego la venida como hijo de obediencia, y acordóse bien entonces de lo que la beata del Barco de Ávila le había dicho; pues luego lo más brevemente que a él fue posible escogió los doce compañeros, y tomada la bendición de su mayor y ministro general, partieron del puerto de Sanlúcar de Barrameda, día de la conversión de San Pablo, que aquel año fue en martes. Vinieron a la Gomera a 4 de febrero, y allí dijeron misa en Santa María del Paso, y recibieron el cuerpo de Nuestro Redentor muy devotamente, y luego se tornaron a embarcar. Allegaron a la isla de San Juan y desembarcaron en Puerto Rico en veinte y siete días de navegación que fue tercero día de marzo, que en aquel día demedió la cuaresma aquel año. Estuvieron allí en la isla de San Juan, diez días, partiéronse dominica in Passione, y miércoles siguiente entraron en Santo Domingo. En la isla Española estuvieron seis semanas, y después embarcáronse y vinieron a la isla de Cuba, adonde desembarcaron postrero día de abril. En la Trinidad estuvieron sólo tres días. Tornados a embarcar vinieron a San Juan de Ulúa a 12 de mayo, que aquel año fue vigilia de pentecostés; y en Medellín estuvieron diez días. Y allí dadas a Nuestro Señor muchas gracias por el buen viaje que les había dado, vinieron a México, y luego se repartieron por las provincias más principales.
En todo este viaje el padre fray Martín padeció mucho trabajo, porque como era persona de edad, y andaba a pie y descalzo, y el Señor que muchas veces le visitaba con enfermedades, fatigábase mucho, y por dar ejemplo, como buen caudillo siempre iba delante, y no quería tomar para su necesidad más que sus compañeros, ni aún tanto, por no dar materia de relajación adonde venía a plantar de nuevo, y así trabajó mucho; porque demás de su disciplina y abstinencia ordinaria, que era mucha y mucho el tiempo que se ocupaba en oración, trabajó mucho por aprender la lengua; pero como era ya de edad de cincuenta años, y también por no dejar lo que Dios le había comunicado, no pudo salir con la lengua, aunque tres o cuatro veces trabajó de entrar en ella. Quedó con algunos vocablos comunes para enseñar a leer a los niños, que trabajó mucho en esto; y ya que no podía predicar en la lengua de los indios, holgábase mucho cuando otro predicaban, y poníase junto a ellos a orar mentalmente y a rogar a Dios que enviase su gracia a el predicador y a los que le oían. Asimismo a la vejez aumentó la penitencia a ejemplo del santo Abad Hilarión, que ordinariamente ayunaba cuatro días en la semana con pan y legumbres; y en su tiempo muchos de sus súbditos, viendo que él con ser tan viejo les daba tal ejemplo, le imitaron. Añadió también hincarse de rodillas muchas veces en el día, y estar cada vez un cuarto de hora, en el cual parecía recibir mucho trabajo, porque al cabo del ejercicio quedaba acezando y muy cansado; en esto pareció imitar a los gloriosos apóstoles Santiago el Menor y San Bartolomé, que de entrambas se lee haber tenido este ejercicio.
296 Desde dominica in Passione hasta la Pascua de Resurrección dábase tanto a contemplar en la pasión del Hijo de Dios más que otro tiempo, que muy claramente se le parecía en lo exterior. Y una vez en este tiempo que digo, viéndole un fraile, buen religioso, muy flaco y debilitado, preguntándole dijo: "Padre, ¿estáis mal dispuesto?, porque cierto os veo muy flaco y debilitado. Si no es enfermedad, dígame vuestra reverencia la causa de su flaqueza." Respondió: "Créeme, hermano, pues me compeléis a que os diga la verdad, que desde la dominica in Passione, que el vulgo llama domingo de Lázaro, hasta la Pascua, que estas dos semanas siente tanto mi espíritu, que no lo puedo sufrir sin que exteriormente el cuerpo lo sienta y lo muestre como veis." En la Pascua tornó a tomar fuerzas de nuevo. Estas cosas no las decía el varón de Dios a todos, sino a aquellos religiosos que eran más sus familiares, y a quienes él sentía que convenía y cabía bien decirlas; porque era muy enemigo de manifestar a nadie sus secretos. Y que esto sea verdad, verse ha por lo que ahora contaré. 297 Estando el siervo de Dios en España, en el monasterio de Belvís, predicando la Pasión, allegando al paso de cuando Nuestro Señor fue puesto y enclavado en la cruz, fue tanto el sentimiento que tuvo, que saliendo de sí fue arrobado y se quedó yerto como un palo, hasta que le quitaron del púlpito. Otras dos veces le aconteció lo mismo, aunque la una, que fue morando en el monasterio de la Lapa, que tornó en sí más aína y quiso acabar de predicar la Pasión, era ya la gente ida del monasterio.
298 Por mucho que huía del mundo y de los hombres por mejor vacar a sólo Dios, a tiempos no le valía esconderse, porque como colgaban de él tantos negocios, así de su oficio como de cosas de conciencia que se iban a comunicar con él, no le dejaban; y muchas veces los que le iban a buscar, hablándole le veían tan fuera de sí, que les respondía como quien despierta de algún pesado sueño. Otras veces, aunque hablaba y comunicaba con los frailes, parecía que no oía ni veía, porque tenía el sentido ocupado con Dios. Eran tan enemigo de su cuerpo, que apenas le dejaba tomar lo necesario así del sueño como del comer. En las enfermedades, con ser ya viejo, no quería más cama de un corcho o una tabla, ni beber un poco de vino, ni quería tomar otras medicinas. Aunque estaba muchas veces enfermo, jamás le vimos curar con médico, ni curaba de otra medicina sino de la que daba salud a su ánima. 299 Vivió el siervo de Dios fray Martín de Valencia en esta Nueva España diez años, y cuando a ella vino había cincuenta, que son por todos sesenta. De los diez que digo los seis fue provincial, y los cuatro fue guardián de Tlaxcala; y él edificó aquel monasterio, y le llamó "La Madre de Dios"; y mientras en esta casa moró enseñaba a los niños desde el ABC hasta leer por latín, y poníalos a tiempos en oración, y después de maitines cantaba con ellos himnos; y también enseñaba a rezar en cruz, levantados y abiertos los brazos siete Pater Noster y siete Ave María, lo cual él acostumbró siempre hacer.
Enseñaba a todos los indios chicos y grandes, así por ejemplo como por palabras, y por esta causa siempre tenía intérprete; y es de notar que tres intérpretes que tuvo, todos vinieron a ser frailes, y salieron muy buenos religiosos. 300 El año postrero que dejó de tener oficio por su voluntad, escogió de ser morador en un pueblo que se dice Talmanalco; que es ocho leguas de México, y cerca de este monasterio está otro que es visita de éste, en un pueblo que se dice Amaquemanca, que es casa muy quieta y aparejada para orar; porque está en la ladera de una serrecilla, y es un eremitorio devoto, y junto a esta casa está una cueva devota y muy al propósito del siervo de Dios, para a tiempos darse allí a la oración, y a tiempos salirse fuera de la cueva en una arboleda, y entre aquellos árboles había uno muy grande, debajo del cual se iba a orar por la mañana; y certifícanme que luego que allí se ponía a rezar, el árbol se henchía de aves, las cuales con su canto hacían dulce armonía, con lo cual él sentía mucha consolación, y alababa y bendecía a el Señor; y como él se partía de allí, las aves también se iban; y que después de la muerte del siervo de Dios nunca más se ayuntaron las aves de aquella manera. Lo uno y lo otro fue notado de muchos que allí tenían alguna conversación con el siervo de Dios, así en verlas ayuntar e irse para él, como en el no parecer más después de su muerte. He sido informado de un religioso de buena vida, que en aquel eremitorio de Amaquemanca aparecieron al varón de Dios San Francisco y San Antonio, y dejándole muy consolado se partieron de su presencia.
301 Pues estando muy consolado en esta manera de vida, acercósele la muerte, deuda que todos debemos, y estando bueno, el día de San Gabriel dijo a su compañero: "ya se acaba". El compañero respondió: "¿Qué padre?", y él callado, de ahí a un rato dijo: "la cabeza me duele", y desde entonces fue en crecimiento de su enfermedad. Fuese con su compañero a el convento de San Luis de Talmanalco, y como su enfermedad creciese, habiendo recibido los sacramentos, por mandado y obediencia de su guardián lo llevaban a curar a México, aunque muy contra su voluntad, y poniéndole en una silla le llevaron hasta el embarcadero, que son dos leguas de Talmanalco, para desde allí embarcarle y llevarle por agua hasta México. Iban con él tres frailes, y en llegando allí sintió serle cercana la muerte, y encomendando su ánima a Dios que la crió, expiró allí en aquel campo o ribera. Él mismo había dicho muchos años antes, que no tenía de morir en casa ni en cama sino en el campo, y así pareció cumplirse. Estuvo enfermo no más de cuatro días. Falleció víspera del domingo de Lázaro, sábado, día de San Benito, que es a 21 de marzo, año del Señor 1534. Volvieron su cuerpo a enterrar al monasterio de San Luis de Talmanalco. Sabida la muerte de este buen varón por el provincial o custodio, que estaba a ocho leguas de allí, vino luego, y habiendo cuatro días que estaba enterrado mandóle desenterrar; y púsole en un ataúd, y dijo misa de San Gabriel por él, porque sabía que le era devoto; a la cual misa dijo una persona de crédito (según la manera y al tiempo que lo dijo), que vio delante de su misma sepultura al siervo de Dios fray Martín de Valencia levantado en pie, con su hábito y cuerda, las manos compuestas metidas en las mangas y los ojos bajos; y que de esta manera le vio desde que se comenzó la Gloria hasta que hubo consumido.
No es maravilla que este buen varón haya tenido necesidad de algunos sufragios, porque varones de gran santidad leemos haber tenido necesidad y ser detenidos en purgatorio, y por eso no dejan de hacer milagros. Hanme dicho que resucitó un muerto a él encomendado, y que sanó una mujer enferma que con devoción le llamó; y que un fraile que era afligido de una recia tentación fue por él librado; y otras muchas cosas, las cuales, porque de ellas no tengo bastante certidumbre, ni las creo ni las dejo de creer, mas de que como amigo de Dios, y que piadosamente creo que Dios le tiene en su gloria, le llamo y invoco su ayuda e intercesión. 302 Los nombres de los frailes que de España vinieron con este santo varón, son: fray Francisco de Soto, fray Martín de la Coruña, fray Antonio de Ciudad Rodrigo, fray García de Cisneros, fray Juan de Rivas, fray Francisco Jiménez, fray Juan Juárez, fray Luis de Fuensalida, fray Toribio Motolinia; estos diez sacerdotes y dos legos; fray Juan de Palos, fray Andrés de Córdoba; los sacerdotes todos tomaron el hábito en la provincia de Santiago. Otros vinieron después que han trabajado y trabajan mucho en esta santa obra de la conversión de los indios, cuyos nombres creo yo que tiene Dios escritos en el libro de la vida, mejor que no de otros que también han venido de España, que aunque parecen buenos religiosos no han perseverado; y los que solamente se dan a predicar a los españoles, ya que algún tiempo se hallan consolados, mientras que sus predicaciones son regadas con el agua del loor humano, en faltándoles aquel cebillo hállanse más secos que un palo, hasta que se vuelven a Castilla; y pienso que esto les viene por juicio de Dios, porque los que acá pasan no quiere que se contenten con sólo predicar a los españoles, que para esto más aparejo tenían en España; pero quiere también que aprovechen a los indios, como a más necesitados y para quien fueron enviados y llamados.
Y es verdad que Dios ha castigado por muchas vías a los que aborrecen o desfavorecen a esta gente, hasta los frailes que de estos indios sienten flacamente o les tienen manera de aborrecimiento, los trae Dios desconsolados, y están en esta tierra como en tormento, hasta que la tierra los alanza y echa de sí como cuerpos muertos, y sin provecho; y a esta causa algunos de ellos han dicho en España cosas ajenas de la verdad, quizá pensando que era así, porque acá los tuvo Dios ciegos. Y también permitió Dios que a los tales, los indios los tengan en poco, no los recibiendo en sus pueblos y a veces van a otras partes a buscar los sacramentos; porque sienten que no les tienen el amor que sería razón. Y ha acontecido viniendo los tales frailes a los pueblos, huir los indios de ellos, en especial en un pueblo que se llama Ychclatlan, que yendo por allí un fraile de cierta orden que no les ha sido muy favorable en obra ni en palabra, y queriendo bautizar los niños de aquel pueblo, el español a quien estaba encomendados puso mucha diligencia en ayuntar los niños y toda la otra gente, porque había mucho tiempo que no habían ido por allí frailes a visitar, y deseaban la venida de algún sacerdote; y como por la mañana fuese el fraile con el español, de los aposentos a la iglesia, a do la gente estaba ayuntada, y los indios mirasen no sé de qué ojo al fraile, en un instante se alborotan todos y dan a huir cada uno por su parte, diciendo: amo, amo, que quiere decir: "no, no, que no queremos que éste nos bautice a nosotros, ni a nuestros hijos".
Y ni bastó el español ni los frailes a poderlos hacer juntar, hasta que después fueron los que ellos querían; de lo cual no quedo poco maravillado el español que los tenía a cargo, y así lo contaba como cosa de admiración. Y aunque este ejemplo haya sido particular, yo lo digo por todos en general los frailes de todas órdenes que acá pasan; y digo: que los que de ellos acá no trabajan fielmente, y los que se vuelven a Castilla, que los demandará Dios estrechísima cuenta de cómo emplearon el talento que se les encomendó. ¿Pues qué diré a los españoles seglares que con éstos han sido y son tiranos y crueles, que no miran más de a sus intereses y codicias, que los ciega, deseándolos tener por esclavos y de hacerse ricos con sus sudores y trabajo? Muchas veces oí decir que los españoles crueles contra los indios morían a las manos de los mismos indios, o que morían muertes muy desastradas, y de éstos oí nombrar muchos; y después que yo estoy en esta tierra lo he visto muchas veces por experiencia, y notado en personas que yo conocía y había reprendido el tratamiento que los hacían.
283 COMIENZA LA VIDA DE FRAY MARTÍN DE VALENCIA. 284 Este buen varón fue natural de la villa de Valencia, que dicen de Don Juan, que es entre la ciudad de León y la villa de Benavente, en la ribera del río que se dice Ezcla, es en el obispado de Oviedo. De su juventud no hay relación en esta Nueva España, más del argumento de la vida que en su mediana y última edad hizo. Recibió el hábito en la villa de Mayorga, lugar del conde de Benavente, que es convento de la provincia de Santiago y de las más antiguas casas de España. Tuvo por su maestro a fray Juan de Argumanes que después fue provincial de la provincia de Santiago; con la doctrina del cual, y con su grande estudio, fue alumbrado su entendimiento, para seguir la vida de nuestro Redentor Jesucristo. Adonde, como ya después de profeso le enviasen a la villa de Valencia, que es muy cerca de Mayorga, viéndose distraído, por estar entre sus parientes y conocidos, rogó a su compañero que saliesen presto de aquel pueblo; y desnudándose el hábito púsole delante de los pechos, y echóse el cordón a la garganta como malhechor, y quedó en carnes con sólo los paños menores, y así salió en medio del día, viéndole sus deudos y amigos, por mitad del pueblo, llevándole el compañero tirándole por la cuerda. Después que cantó misa fue siempre creciendo de virtud en virtud; porque demás de lo que yo vi en él, porque le conocí por más de veinte años, oí decir a muchos buenos religiosos, que en su tiempo no habían conocido religioso de tanta penitencia, ni que con tanto tesón perseverase siempre en allegarse a la cruz de Jesucristo, tanto, que cuando iba por otros conventos y provincias a los capítulos, parecía que a todos reprendía su aspereza, humildad y pobreza, y como fuese dado a la oración procuró licencia de su provincial para ir a morar a unos oratorios de la misma provincia de Santiago, que están no muy lejos de Ciudad Rodrigo, que se llaman los Ángeles y el Hoyo, casas muy apartadas de conversación y dispuestas para contemplar y orar.
Alcanzada licencia para ir a morar a Santa María del Hoyo, queriendo, pues, el siervo de Dios recogerse y darse a Dios en el dicho lugar, el enemigo le procuró muchas maneras de tentaciones, permitiéndolo Dios para más aprovechamiento de su ánima. Comenzó a tener en su espíritu muy gran sequedad y dureza, y tibieza en el corazón; aborrecía el yermo; los árboles le parecían demonios, no podía ver los frailes con amor y caridad; no tomaba sabor en ninguna cosa espiritual; cuando se ponía a orar hacíalo con gran pesadumbre; vivía muy atormentado. Vínole una terrible tentación de blasfemia contra la fe, sin poderla alanzar de sí; parecíale que cuando celebraba y decía misa, no consagraba, y como quien se hace grandísima fuerza y a regañadientes comulgaba; tanto le fatigaba aquesta imaginación, que no quería ya celebrar, ni podía comer. Con estas tentaciones habíase parado tan flaco, que no parecía tener sino los huesos; y el cuerpo parecíale a él que estaba muy esforzado y bueno. Esta sutil tentación le traía Satanás para derrocarle, de tal manera que cuando ya le sintiese del todo sin fuerzas naturales le dejase, y así desfalleciese, y no pudiese tomar en sí, y saliese de juicio; y para esto también le desvelaba, que es también mucha ocasión para enloquecer; pero como Nuestro Señor nunca desampara a los suyos, ni quiere que caigan, ni da a nadie más de aquella tentación que puede sufrir, dejóle llegar hasta donde pudo sufrir la tentación sin detrimento de su ánima, y convirtióla en su provecho, permitiendo que una pobrecilla mujer le despertase y diese medicina para su tentación; que no es pequeña materia para considerar la grandeza de Dios; que no escoge los sabios, sino los simples y humildes, para instrumentos de sus misericordias; y así lo hizo con esta simple mujer que digo.
285 Que como el varón de Dios fuese a pedir pan a un lugar que se dice Robleda, que son cuatro leguas del Hoyo, la hermana de los frailes del dicho lugar viéndole tan flaco y debilitado díjole: "¡Ay, padre! ¿Y vos qué habéis? ¿Cómo andáis que parece que queréis expirar de flaco; y cómo no miráis por vos, que parece que os queréis morir?" Así entraron en el corazón del siervo de Dios estas palabras como si se las dijera un ángel, y como quien despierta de un pesado sueño, así comenzó a abrir los ojos de su entendimiento, y a pensar cómo no comía casi, y dijo entre sí: "verdaderamente ésta es tentación de Satanás"; y encomendándose a Dios que la alumbrase y sacase de la ceguedad en que el demonio le tenía, dio la vuelta a su vida. Viéndose Satanás descubierto, apartóse de él y cesó la tentación. Luego el varón de Dios comenzó a sentir flaqueza y desmayo, tanto, que apenas se podía tener en los pies; y de ahí adelante comenzó a comer, y quedó avisado para sentir los lazos y astucias del demonio. Después que fue librado de aquellas tentaciones quedó con gran serenidad y paz en su espíritu, gozábase en el yermo, y los árboles, que antes aborrecía, con las aves que en ellos cantaban parecíale un paraíso; y de allí le quedó que doquiera que estaba luego plantaba una arboleda, y cuando era prelado a todos rogaba que plantasen árboles, no sólo de frutales, pero de los monteses, para que los frailes se fuesen allí a orar. 286 Asimismo lo consoló Dios en la celebración de las misas, las cuales decía con mucha devoción y aparejo, que después de maitines o no dormía nada o muy poco, por mejor se aparejar; y casi siempre decía misa muy de mañana, y con muchas lágrimas muy cordiales que regaban y adornaban su rostro como perlas: celebraba casi todos los días, y comúnmente se confesaba cada tercero día.
287 Otrosí: de allí adelante tuvo grande amor con los otros frailes, y cuando alguno venía de fuera, recibíale con tanta alegría y con tanto amor, que parecía que le quería meter en las entrañas; y gozábase de los bienes y virtudes ajenas como si fueran suyas propias; y así perseverando en aquesta caridad, trájole Dios a un amor entrañable del prójimo, tanto, que por el amor general de las ánimas vino a desear padecer martirio, y pasar entre los infieles a los convertir y predicar; aqueste deseo y santo celo alcanzó el siervo de Dios con mucho trabajo y ejercicios de penitencia, de ayunos, disciplinas, vigilias y muy continuas oraciones. 288 Pues perseverando el varón de Dios en sus santos deseos quísole el Señor visitar y consolar en esta manera: que estando él una noche en maitines en tiempo de adviento, que en el coro se rezaba la cuarta matinada, luego que se comenzaron los maitines comenzó a sentir nueva manera de devoción y mucha consolación en su ánima; y vínole a la memoria la conversión de los infieles; y meditando en esto, los salmos que iba diciendo en muchas partes hallaba entendimientos devotos a este propósito, en especial en aquel salmo que comienza: Eripe me de inimicis meis: y decía el siervo de Dios entre sí: "¡Oh! ¿Y cuándo será esto? ¿Cuándo se cumplirá esta profecía? ¿No sería yo digno de ver este convertimiento, pues ya estamos en la tarde y fin de nuestros días, y en la última edad del mundo?" Pues ocupado el varón de Dios todos los salmos en estos piadosos deseos, y lleno de caridad y amor del prójimo, por divina dispensación, aunque no era hebdomadario ni cantor del coro, le encomendaron que dijese las lecciones, y se levantó y las comenzó a decir, y las mismas lecciones, que eran del profeta Isaías, hacían a su propósito, levantábanle más y más su espíritu, tanto, que estándolas leyendo en el púlpito vio en espíritu muy gran muchedumbre de ánimas de infieles que se convertían y venían a la fe y bautismo.
Fue tanto el gozo y alegría que su ánima sintió interiormente, que no se pudo sufrir ni contener sin salir fuera de sí, y alabando a Dios y bendiciéndole, dijo en alta voz tres veces: "loado sea Jesucristo, loado sea Jesucristo, loado sea Jesucristo"; y esto dijo con muy alta voz, porque no fue en su mano dejarlo de hacer así. Los frailes, viéndole que parecía estar fuera de sí, no sabiendo el misterio, pensaron que se tornaba loco, y tomándole le llevaron a una celda, y enclavando la ventana y cerrando la puerta por de fuera tornaron a acabar los maitines. Estuvo el varón de Dios así atónito en la cárcel hasta que fue buen rato del día, que tornó en sí, y como se halló encerrado y oscuro quiso abrir la ventana, porque no había sentido que la habían enclavado, y como no la pudo abrir dizque se sonrió, de que conoció el temor que los frailes habían tenido, de que como loco se echase por la ventana: y desde que se vio así encerrado tornó a pensar y contemplar en la visión que había visto y rogar a Dios que se la dejase ver con los ojos corporales, y desde entonces creció en él más el deseo que tenía de ir entre los infieles, y predicarlos y convertirlos a la fe de Jesucristo. 289 Esta visión quiso Nuestro Señor mostrar a su siervo cumplida en esta Nueva España, adonde como el primer año que a esta tierra vino visitase siete y ocho pueblos cerca de México, y como se ayuntasen muchos a la doctrina, y viniesen muchos a la fe y a el bautismo, viendo el siervo de Dios tanta muestra de cristiandad en aquéllos, y creyendo (como de hecho fue así) que había de ir creciendo, dijo a su compañero: "ahora veo cumplido lo que el Señor me mostró en espíritu"; y declaróle la visión que en España había visto, en el monasterio de Santa María del Hoyo, en Extremadura.
290 Antes de esto, no sabiendo él cuándo ni cómo se había de cumplir lo que Dios le había mostrado, comenzó a desear pasar a tierra de infieles, y a demandarlo a Dios con muchas oraciones; y comenzó a mortificar la carne, y a sujetarla con muchos ayunos y disciplinas; que además de las veces en que la comunidad se disciplinaba, los más de los días se disciplinaba él dos veces, porque así ejercitado mediante la gracia del Señor, se aparejase a recibir martirio; y como la regla de los frailes menores diga: "Si algún fraile por divina inspiración fuere movido a desear ir entre los moros u otros infieles, pida licencia a su provincial para efectuar su deseo"; este siervo de Dios demandó esta licencia por tres veces; y una de estas veces había de pasar un río, el cual llevaba mucha agua e iba recio tanto, que tuvo quehacer en pasarse a sí solo, y fue menester que soltase unos libros que llevaba, entre los cuales iba una Biblia, y el río se los llevó un buen trecho; y él encomendando a el Señor sus libros, y rogándole que se los guardase, y suplicando a Nuestra Señora que no perdiese sus libros, en los cuales él tenía cosas notadas para su espiritual consolación, fuelos a tomar buen rato el río abajo, sin haber padecido detrimento ninguno del agua. En todas estas tres veces, no le fue concedida por su provincial la licencia que demandaba; mas él nunca dejó de suplicarlo a Dios con muy continuas oraciones, y asimismo para alcanzar y merecer esto ponía por intercesora a la Madre de Dios, con la cual tenía singular devoción, y así celebraba sus festividades y octavas con toda la solemnidad que podía, y con tan grande alegría que bien parecía salirle de lo íntimo de sus entrañas.
En este tiempo estaba en la custodia de la Piedad el padre de santa memoria fray Juan de Guadalupe, el cual con otros compañeros vivían en suma pobreza; pues allí trabajó fray Martín de Valencia por pasarse en su compañía, para lo cual alcanzar no le faltaron hartos trabajos. Y habida la licencia con harta dificultad, moró con él algún tiempo; pero como aún aquella provincia, que entonces era custodia, tuviese muchas contradicciones y contradictores, así de otras provincias, porque quizá les parecía que su extremada pobreza y vida muy áspera era intolerable, o porque muchos buenos frailes procuraban pasarse a la compañía de dicho fray Juan de Guadalupe, el cual tenía facultad del Papa para los recibir, procuraron contra ellos favores de los Reyes Católicos y del rey de Portugal para los echar de sus reinos; y creció tanto esta persecución, que vino tiempo que tomadas las casas y monasterios, y algunas de ellas derribadas por tierra, y ellos perseguidos de todas partes, se fueron a meter en una isla que se hace entre dos ríos, que ni bien es en Castilla ni bien en Portugal. Los ríos se llaman Tajo y Guadiana, adonde pasando harto trabajo estuvieron algunos días, hasta que pasada esta persecución y favoreciendo Dios a los que celaban y querían guardar perfectamente su estado, tornaron a reedificar sus monasterios, y añadir otros, de los cuales se hizo la provincia de la Piedad en Portugal, y quedaron otras cuatro casas en Castilla. 291 En este tiempo los frailes de la provincia de Santiago rogaron a fray Martín de Valencia que se tornase a su provincia, y que le darían una casa cual él quisiese, en la cual pusiese toda la perfección y estrechura que él quisiese; y él aceptándolo, edificó una casa junto a Belvís, adonde hizo un monasterio que se llama Santa María del Berrocal, adonde moró algunos años, dando tan buen ejemplo y doctrina, así en aquella villa de Belvís como en toda aquella comarca, que le tenían por un apóstol, y todos le amaban y obedecían como a su padre.
292 Morando en la casa, como siempre tuviese en su memoria la visión que había visto, y en su ánima tuviese confianza de verla cumplida; en aquel tiempo crecía la fama de la sierva de Dios la beata del Barco de Ávila a quien Dios comunicaba muchos secretos; determinó el siervo de Dios de ir a visitarla para tomar su parecer y consejo, sobre el cumplimiento de su deseo que era ir entre infieles. Ella, oída su embajada y encomendándolo a Dios, respondióle: "que no era la voluntad de Dios que por entonces procurase la ida, porque venida la hora Dios le llamaría, y que de ello fuese cierto". Pasado algún tiempo hízose la custodia de San Gabriel, provincia de aquellas cuatro casas que dije que tenían los compañeros de fray Juan de Guadalupe, y de otras siete que dio la provincia de Santiago, una de las cuales era la de Belvís, que el mismo fray Martín había edificado; todas ellas caían debajo de los términos de la provincia de Santiago, y ayuntados los frailes de todas once casas, año del señor de 1516, vigilia de la Concepción de Nuestra Señora, fue elegido por primer custodio fray Miguel de Córdoba, varón de alta contemplación. En este mismo capítulo rogó el conde de Feria que echasen a el siervo de Dios fray Martín de Valencia a San Onofre de la Lapa, que es un monasterio de los siete, y está a dos leguas de Zafra, en tierra del conde; fue procurado por la fama de su santidad para consolación del conde, y llevóle Dios para que pusiese paz y concordia entre las dos casas, que muy poco antes se habían ayuntado, conviene a saber, la casa de Priego y la de Feria, y aunque el marqués y la marquesa eran buenos casados, y muy católicos cristianos, los caballeros y criados de aquella casa estaban muy discordes; entonces el marqués envió por el padre fray Martín, y estuvo con él en Montilla una cuaresma predicando y confesando, y también confesó a el marqués; y puso tanta concordia y paz entre las dos casas, que más les pareció a todos ángel del Señor que no persona terrenal, y así todos atribuían a sus oraciones aquella concordia de las dos casas.
También hizo mucho fruto en los vecinos de aquel pueblo, y fueron muy edificados y consolados por el grande ejemplo que en aquella cuaresma les dejó, y lo mismo era en todas las partes en donde moraba, así dentro de casa a los frailes, como de fuera a la tierra y comarca, porque todos le tenían por espejo de doctrina y santidad. 293 Después, en el año de 1518, vigilia de la Asunción de Nuestra Señora, fue aquella custodia de San Gabriel hecha provincia, y elegido por primer provincial el padre fray Martín de Valencia, el cual la gobernó con mucho ejemplo de humildad y penitencia predicando y amonestando a sus frailes, más por ejemplo que por palabras; y aunque siempre iba aumentando en su penitencia, en aquel tiempo se esforzó más, aunque siempre traía cilicio y muchos días ayunaba, demás de los ayunos de la iglesia y de la regla, y traía ceniza para echarla en la cocina y a las veces en el caldo; y en lo que comía, si estaba sabroso, le echaba un golpe de agua encima por salsa, acordándose de la hiel y vinagre que dieron a Jesucristo. 294 Veníanse muchos frailes y buenos religiosos a la provincia por su buena fama, y el siervo de Dios recibíalos con entrañas de amor. Muchas veces cuando quería tener capítulo a los frailes y oír las culpas de los otros, primero se acusaba él a sí mismo delante de todos, no tanto por lo que a él tocaba cuanto por dar ejemplo de humildad, porque él se reputaba por indigno de que otro le dijese sus culpas, y luego allí delante de todos se disciplinaba, y levantándose besaba los pies a sus frailes; con tal ejemplo no había súbdito que no se humillase hasta la tierra.
Acabado esto comenzaba su oficio de prelado, y asentado en su lugar con autoridad pastoral, todos los súbditos decían sus culpas, según es costumbre en las religiones, y el siervo de Dios reprendíalos caritativamente, y después hablaba cordialmente, ya de la virtud de la pobreza, ya de la obediencia y humildad, ya de la oración; que de ésta, como él siempre la tenía en ejercicio, hablaba más largo y más comúnmente. 295 Habiendo regido la provincia de San Gabriel con grande ejemplo y estando siempre con su continuo deseo de pasar a los infieles, cuando más descuidado estaba le llamó Dios de esta manera. Como fuese ministro general el reverentísimo fray Francisco de los Ángeles, que después fue cardenal de Santa Cruz, y viniendo visitando allegó a la provincia de San Gabriel. Hizo capítulo en el monasterio de Belvís en el año de 1523, día de San Francisco, en el tiempo que había dos años que esta tierra se había ganado por Hernando Cortés y sus compañeros; pues estando en este capítulo, el general un día llamó a fray Martín de Valencia, e hízole un muy buen razonamiento, diciéndole cómo esta tierra de la Nueva España era nuevamente descubierta y conquistada, adonde, según las nuevas de la muchedumbre de la gente y de su calidad, creía y esperaba que se haría muy gran fruto espiritual, habiendo tales obreros como él, y que él estaba determinando de pasar en persona a el tiempo que lo eligieron por general, el cual cargo le embarazó la pasada que él tanto deseaba; por tanto, que le rogaba que él pasase con doce compañeros, porque si lo hiciese, tenía él muy gran confianza en la bondad divina, que sería grande el fruto y convertimiento de gente que de su venida esperaban.
El varón de Dios que tanto tiempo había que estaba esperando que Dios había de cumplir su deseo, bien puede cada uno pensar qué gozo y alegría recibiría su ánima con tal nueva y por él tan deseada, y cuántas gracias debió de dar a Nuestro Señor; aceptó luego la venida como hijo de obediencia, y acordóse bien entonces de lo que la beata del Barco de Ávila le había dicho; pues luego lo más brevemente que a él fue posible escogió los doce compañeros, y tomada la bendición de su mayor y ministro general, partieron del puerto de Sanlúcar de Barrameda, día de la conversión de San Pablo, que aquel año fue en martes. Vinieron a la Gomera a 4 de febrero, y allí dijeron misa en Santa María del Paso, y recibieron el cuerpo de Nuestro Redentor muy devotamente, y luego se tornaron a embarcar. Allegaron a la isla de San Juan y desembarcaron en Puerto Rico en veinte y siete días de navegación que fue tercero día de marzo, que en aquel día demedió la cuaresma aquel año. Estuvieron allí en la isla de San Juan, diez días, partiéronse dominica in Passione, y miércoles siguiente entraron en Santo Domingo. En la isla Española estuvieron seis semanas, y después embarcáronse y vinieron a la isla de Cuba, adonde desembarcaron postrero día de abril. En la Trinidad estuvieron sólo tres días. Tornados a embarcar vinieron a San Juan de Ulúa a 12 de mayo, que aquel año fue vigilia de pentecostés; y en Medellín estuvieron diez días. Y allí dadas a Nuestro Señor muchas gracias por el buen viaje que les había dado, vinieron a México, y luego se repartieron por las provincias más principales.
En todo este viaje el padre fray Martín padeció mucho trabajo, porque como era persona de edad, y andaba a pie y descalzo, y el Señor que muchas veces le visitaba con enfermedades, fatigábase mucho, y por dar ejemplo, como buen caudillo siempre iba delante, y no quería tomar para su necesidad más que sus compañeros, ni aún tanto, por no dar materia de relajación adonde venía a plantar de nuevo, y así trabajó mucho; porque demás de su disciplina y abstinencia ordinaria, que era mucha y mucho el tiempo que se ocupaba en oración, trabajó mucho por aprender la lengua; pero como era ya de edad de cincuenta años, y también por no dejar lo que Dios le había comunicado, no pudo salir con la lengua, aunque tres o cuatro veces trabajó de entrar en ella. Quedó con algunos vocablos comunes para enseñar a leer a los niños, que trabajó mucho en esto; y ya que no podía predicar en la lengua de los indios, holgábase mucho cuando otro predicaban, y poníase junto a ellos a orar mentalmente y a rogar a Dios que enviase su gracia a el predicador y a los que le oían. Asimismo a la vejez aumentó la penitencia a ejemplo del santo Abad Hilarión, que ordinariamente ayunaba cuatro días en la semana con pan y legumbres; y en su tiempo muchos de sus súbditos, viendo que él con ser tan viejo les daba tal ejemplo, le imitaron. Añadió también hincarse de rodillas muchas veces en el día, y estar cada vez un cuarto de hora, en el cual parecía recibir mucho trabajo, porque al cabo del ejercicio quedaba acezando y muy cansado; en esto pareció imitar a los gloriosos apóstoles Santiago el Menor y San Bartolomé, que de entrambas se lee haber tenido este ejercicio.
296 Desde dominica in Passione hasta la Pascua de Resurrección dábase tanto a contemplar en la pasión del Hijo de Dios más que otro tiempo, que muy claramente se le parecía en lo exterior. Y una vez en este tiempo que digo, viéndole un fraile, buen religioso, muy flaco y debilitado, preguntándole dijo: "Padre, ¿estáis mal dispuesto?, porque cierto os veo muy flaco y debilitado. Si no es enfermedad, dígame vuestra reverencia la causa de su flaqueza." Respondió: "Créeme, hermano, pues me compeléis a que os diga la verdad, que desde la dominica in Passione, que el vulgo llama domingo de Lázaro, hasta la Pascua, que estas dos semanas siente tanto mi espíritu, que no lo puedo sufrir sin que exteriormente el cuerpo lo sienta y lo muestre como veis." En la Pascua tornó a tomar fuerzas de nuevo. Estas cosas no las decía el varón de Dios a todos, sino a aquellos religiosos que eran más sus familiares, y a quienes él sentía que convenía y cabía bien decirlas; porque era muy enemigo de manifestar a nadie sus secretos. Y que esto sea verdad, verse ha por lo que ahora contaré. 297 Estando el siervo de Dios en España, en el monasterio de Belvís, predicando la Pasión, allegando al paso de cuando Nuestro Señor fue puesto y enclavado en la cruz, fue tanto el sentimiento que tuvo, que saliendo de sí fue arrobado y se quedó yerto como un palo, hasta que le quitaron del púlpito. Otras dos veces le aconteció lo mismo, aunque la una, que fue morando en el monasterio de la Lapa, que tornó en sí más aína y quiso acabar de predicar la Pasión, era ya la gente ida del monasterio.
298 Por mucho que huía del mundo y de los hombres por mejor vacar a sólo Dios, a tiempos no le valía esconderse, porque como colgaban de él tantos negocios, así de su oficio como de cosas de conciencia que se iban a comunicar con él, no le dejaban; y muchas veces los que le iban a buscar, hablándole le veían tan fuera de sí, que les respondía como quien despierta de algún pesado sueño. Otras veces, aunque hablaba y comunicaba con los frailes, parecía que no oía ni veía, porque tenía el sentido ocupado con Dios. Eran tan enemigo de su cuerpo, que apenas le dejaba tomar lo necesario así del sueño como del comer. En las enfermedades, con ser ya viejo, no quería más cama de un corcho o una tabla, ni beber un poco de vino, ni quería tomar otras medicinas. Aunque estaba muchas veces enfermo, jamás le vimos curar con médico, ni curaba de otra medicina sino de la que daba salud a su ánima. 299 Vivió el siervo de Dios fray Martín de Valencia en esta Nueva España diez años, y cuando a ella vino había cincuenta, que son por todos sesenta. De los diez que digo los seis fue provincial, y los cuatro fue guardián de Tlaxcala; y él edificó aquel monasterio, y le llamó "La Madre de Dios"; y mientras en esta casa moró enseñaba a los niños desde el ABC hasta leer por latín, y poníalos a tiempos en oración, y después de maitines cantaba con ellos himnos; y también enseñaba a rezar en cruz, levantados y abiertos los brazos siete Pater Noster y siete Ave María, lo cual él acostumbró siempre hacer.
Enseñaba a todos los indios chicos y grandes, así por ejemplo como por palabras, y por esta causa siempre tenía intérprete; y es de notar que tres intérpretes que tuvo, todos vinieron a ser frailes, y salieron muy buenos religiosos. 300 El año postrero que dejó de tener oficio por su voluntad, escogió de ser morador en un pueblo que se dice Talmanalco; que es ocho leguas de México, y cerca de este monasterio está otro que es visita de éste, en un pueblo que se dice Amaquemanca, que es casa muy quieta y aparejada para orar; porque está en la ladera de una serrecilla, y es un eremitorio devoto, y junto a esta casa está una cueva devota y muy al propósito del siervo de Dios, para a tiempos darse allí a la oración, y a tiempos salirse fuera de la cueva en una arboleda, y entre aquellos árboles había uno muy grande, debajo del cual se iba a orar por la mañana; y certifícanme que luego que allí se ponía a rezar, el árbol se henchía de aves, las cuales con su canto hacían dulce armonía, con lo cual él sentía mucha consolación, y alababa y bendecía a el Señor; y como él se partía de allí, las aves también se iban; y que después de la muerte del siervo de Dios nunca más se ayuntaron las aves de aquella manera. Lo uno y lo otro fue notado de muchos que allí tenían alguna conversación con el siervo de Dios, así en verlas ayuntar e irse para él, como en el no parecer más después de su muerte. He sido informado de un religioso de buena vida, que en aquel eremitorio de Amaquemanca aparecieron al varón de Dios San Francisco y San Antonio, y dejándole muy consolado se partieron de su presencia.
301 Pues estando muy consolado en esta manera de vida, acercósele la muerte, deuda que todos debemos, y estando bueno, el día de San Gabriel dijo a su compañero: "ya se acaba". El compañero respondió: "¿Qué padre?", y él callado, de ahí a un rato dijo: "la cabeza me duele", y desde entonces fue en crecimiento de su enfermedad. Fuese con su compañero a el convento de San Luis de Talmanalco, y como su enfermedad creciese, habiendo recibido los sacramentos, por mandado y obediencia de su guardián lo llevaban a curar a México, aunque muy contra su voluntad, y poniéndole en una silla le llevaron hasta el embarcadero, que son dos leguas de Talmanalco, para desde allí embarcarle y llevarle por agua hasta México. Iban con él tres frailes, y en llegando allí sintió serle cercana la muerte, y encomendando su ánima a Dios que la crió, expiró allí en aquel campo o ribera. Él mismo había dicho muchos años antes, que no tenía de morir en casa ni en cama sino en el campo, y así pareció cumplirse. Estuvo enfermo no más de cuatro días. Falleció víspera del domingo de Lázaro, sábado, día de San Benito, que es a 21 de marzo, año del Señor 1534. Volvieron su cuerpo a enterrar al monasterio de San Luis de Talmanalco. Sabida la muerte de este buen varón por el provincial o custodio, que estaba a ocho leguas de allí, vino luego, y habiendo cuatro días que estaba enterrado mandóle desenterrar; y púsole en un ataúd, y dijo misa de San Gabriel por él, porque sabía que le era devoto; a la cual misa dijo una persona de crédito (según la manera y al tiempo que lo dijo), que vio delante de su misma sepultura al siervo de Dios fray Martín de Valencia levantado en pie, con su hábito y cuerda, las manos compuestas metidas en las mangas y los ojos bajos; y que de esta manera le vio desde que se comenzó la Gloria hasta que hubo consumido.
No es maravilla que este buen varón haya tenido necesidad de algunos sufragios, porque varones de gran santidad leemos haber tenido necesidad y ser detenidos en purgatorio, y por eso no dejan de hacer milagros. Hanme dicho que resucitó un muerto a él encomendado, y que sanó una mujer enferma que con devoción le llamó; y que un fraile que era afligido de una recia tentación fue por él librado; y otras muchas cosas, las cuales, porque de ellas no tengo bastante certidumbre, ni las creo ni las dejo de creer, mas de que como amigo de Dios, y que piadosamente creo que Dios le tiene en su gloria, le llamo y invoco su ayuda e intercesión. 302 Los nombres de los frailes que de España vinieron con este santo varón, son: fray Francisco de Soto, fray Martín de la Coruña, fray Antonio de Ciudad Rodrigo, fray García de Cisneros, fray Juan de Rivas, fray Francisco Jiménez, fray Juan Juárez, fray Luis de Fuensalida, fray Toribio Motolinia; estos diez sacerdotes y dos legos; fray Juan de Palos, fray Andrés de Córdoba; los sacerdotes todos tomaron el hábito en la provincia de Santiago. Otros vinieron después que han trabajado y trabajan mucho en esta santa obra de la conversión de los indios, cuyos nombres creo yo que tiene Dios escritos en el libro de la vida, mejor que no de otros que también han venido de España, que aunque parecen buenos religiosos no han perseverado; y los que solamente se dan a predicar a los españoles, ya que algún tiempo se hallan consolados, mientras que sus predicaciones son regadas con el agua del loor humano, en faltándoles aquel cebillo hállanse más secos que un palo, hasta que se vuelven a Castilla; y pienso que esto les viene por juicio de Dios, porque los que acá pasan no quiere que se contenten con sólo predicar a los españoles, que para esto más aparejo tenían en España; pero quiere también que aprovechen a los indios, como a más necesitados y para quien fueron enviados y llamados.
Y es verdad que Dios ha castigado por muchas vías a los que aborrecen o desfavorecen a esta gente, hasta los frailes que de estos indios sienten flacamente o les tienen manera de aborrecimiento, los trae Dios desconsolados, y están en esta tierra como en tormento, hasta que la tierra los alanza y echa de sí como cuerpos muertos, y sin provecho; y a esta causa algunos de ellos han dicho en España cosas ajenas de la verdad, quizá pensando que era así, porque acá los tuvo Dios ciegos. Y también permitió Dios que a los tales, los indios los tengan en poco, no los recibiendo en sus pueblos y a veces van a otras partes a buscar los sacramentos; porque sienten que no les tienen el amor que sería razón. Y ha acontecido viniendo los tales frailes a los pueblos, huir los indios de ellos, en especial en un pueblo que se llama Ychclatlan, que yendo por allí un fraile de cierta orden que no les ha sido muy favorable en obra ni en palabra, y queriendo bautizar los niños de aquel pueblo, el español a quien estaba encomendados puso mucha diligencia en ayuntar los niños y toda la otra gente, porque había mucho tiempo que no habían ido por allí frailes a visitar, y deseaban la venida de algún sacerdote; y como por la mañana fuese el fraile con el español, de los aposentos a la iglesia, a do la gente estaba ayuntada, y los indios mirasen no sé de qué ojo al fraile, en un instante se alborotan todos y dan a huir cada uno por su parte, diciendo: amo, amo, que quiere decir: "no, no, que no queremos que éste nos bautice a nosotros, ni a nuestros hijos".
Y ni bastó el español ni los frailes a poderlos hacer juntar, hasta que después fueron los que ellos querían; de lo cual no quedo poco maravillado el español que los tenía a cargo, y así lo contaba como cosa de admiración. Y aunque este ejemplo haya sido particular, yo lo digo por todos en general los frailes de todas órdenes que acá pasan; y digo: que los que de ellos acá no trabajan fielmente, y los que se vuelven a Castilla, que los demandará Dios estrechísima cuenta de cómo emplearon el talento que se les encomendó. ¿Pues qué diré a los españoles seglares que con éstos han sido y son tiranos y crueles, que no miran más de a sus intereses y codicias, que los ciega, deseándolos tener por esclavos y de hacerse ricos con sus sudores y trabajo? Muchas veces oí decir que los españoles crueles contra los indios morían a las manos de los mismos indios, o que morían muertes muy desastradas, y de éstos oí nombrar muchos; y después que yo estoy en esta tierra lo he visto muchas veces por experiencia, y notado en personas que yo conocía y había reprendido el tratamiento que los hacían.