La Virgen de la Rosa, de la iglesia de Santa Ana, se encuentra firmada y ha de considerar por tanto como la base de cualquier eventual atribución a Alejo Fernández. Centra la composición la monumental figura ensimismada de María, ricamente vestida, flanqueada por cuatro ángeles que geometrizan una composición donde saltan a la vista dos pequeños paisajes a cada lado del dosel de fondo que, por su extrema delicadeza, tienen valor por sí mismos. La Rosa de las rosas -María- ofrece a Jesús, ocupado en la lectura, la flor emblemática, lujosamente vestida con abundantes dorados y entronizada en una composición no por simétrica y convencional menos atractiva. Ya hemos hecho referencia a la calidad de los dos pasillos laterales del fondo, pero también conviene destacar los dos ángeles que flanquean el trono de la Virgen, de dorados cabellos rizados, en la mejor tradición nórdica. No pasa lo mismo con la pareja angélica superior, hasta tal punto que la diferencia de ingenio y factura pudiera hacer pensar en una segunda mano de inferior calidad para estos detalles que sólo contribuyen a hacer más monótona una composición que de por sí lo es.
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Pocos años antes de morir, Rafael continuó con su ya larga tradición como pintor de Madonnas, adquirida durante su estancia en Florencia. La Virgen de la Rosa estaría fechada hacia 1518 y recibe su nombre de la flor que vemos encima de la mesa. San Juanito y el Niño Jesús son los verdaderos protagonistas de la composición al pelearse por la filacteria en la que se leería Ecce Agnus Dei (He aquí el Cordero de Dios). La gracia de ambas figuras contrasta con la tristeza con que los miran San José y María, posiblemente por conocer el triste destino que depara a ambos: crucificado Jesús y decapitado San Juan. Todas las figuras se sitúan en primer plano ante un fondo neutro. La luz provoca contrastes de claroscuro por lo que da la impresión de ser una escena que antecede al Tenebrismo de Caravaggio. Aquí la riqueza de color es mayor con esos tonos azules, rosas y verdes en los ropajes de la Virgen que, unidos a la transparencia del tocado, hacen de esta figura una de las más atractivas salidas del pincel del maestro. La torsión característica de María parece incluso acentuada por sujetar al Niño, que se abalanza hacia la cinta. Como suele ser habitual en Rafael, las calidades de las telas son perfectas igual que vemos en la Sagrada Familia de la Perla. Ambas estuvieron en las Colecciones de Felipe IV y actualmente se encuentran en el Museo del Prado.
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Existen dos tradiciones recogidas por O´Neill en 1883 relacionadas con el título de esta obra, una de las más populares de Murillo. La primera de ellas hace referencia a que el pintor solía desayunar en el Convento de los Capuchinos tras oír misa. Un día, tras el cumplido desayuno, los frailes se apercibieron que faltaba una servilleta que días más tarde fue devuelta por Murillo tras pintar una Virgen con un Niño. La segunda versión narra como un devoto fraile solicitó al pintor una Virgen con Niño de pequeño formato para concentrase en sus oraciones. Murillo le respondió afirmativamente pero le solicitó la tela necesaria para su ejecución. El fraile le entregó la servilleta y el pintor la realizó sobre ella. Ambas leyendas son falsas ya que el soporte sobre el que está realizada la obra es lienzo, no tela de mantel. La Virgen con el Niño forma parte de la decoración del retablo mayor del Convento de los Capuchinos de Sevilla, ubicándose concretamente en la portezuela del tabernáculo. Murillo ha sabido captar a la perfección en ambos personajes la ternura y la afectividad. El Niño se inclina hacia el espectador, dirigiendo sus grandes ojos hacia nosotros, lo que motivó la popularidad del lienzo entre los sevillanos. La obra está realizada con una pincelada rápida y certera, rodando a ambos personajes de una sensación atmosférica que diluye sus contornos y crea un efecto de espiritualidad. Los vivos colores y la delicadeza de las carnaciones recuerdan a Rafael mientras que las atmósferas serán tomadas de Velázquez o Rubens, dos pintores importantes para Murillo tras su viaje a Madrid, sin dejar de lado a Tiziano y Van Dyck.
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Las escenas de la Virgen con el Niño llenas de dulzura y sentimentalidad caracterizan la producción de Sanzio y provocan su emplazamiento como pintor de Madonnas. Esta Virgen de la tienda que contemplamos enlaza directamente con la Virgen de la silla, existiendo una evidente sintonía entre ambas. La escena está tomada con una perspectiva alzada, destacando los escorzos laterales de los personajes, especialmente el Niño que se libera del abrazo materno para dirigir su mirada hacia san Juanito cuyo sonriente rostro se convierte en un importante centro de atención. El contraste de claroscuro recuerda la etapa florentina marcada por la influencia de Leonardo aunque Sanzio manifieste en todo momento su peculiar estilo. La humanización de escenas sagradas será una constante en la pintura de Rafael, enlazando con la filosofía humanista imperante en el Renacimiento Italiano.
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Los clientes florentinos encargarán a Rafael un importante número de Madonnas con las que cosechará un importante éxito que saldrá de sus fronteras hasta ser llamado en 1508 por el papa Julio II para decorar las "Stanzas" vaticanas. A su llegada a la Ciudad Eterna trabajará en alguna imagen de la Virgen con el Niño como ésta que contemplamos denominada de esa forma debido a una torre que apenas se aprecia en la zona izquierda de la composición. Originalmente la obra fue pintada por Sanzio en tabla pero su traslado a lienzo ha motivado graves daños que impiden una contemplación correcta. Las figuras se ubican en primer plano, organizándose una estructura triangular del gusto leonardesco reforzada por el ligero velo que envuelve a madre e hijo. El paisaje del fondo también recuerda a Leonardo aunque el aspecto general del cuadro es claramente rafaelesco, especialmente por la postura humanizada de Jesús, cuya mirada se dirige al espectador con un gesto travieso muy infantil. Con estas obras, Sanzio humaniza las figuras sagradas acercándolas al creyente.
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El ejemplar más extraordinario de Virgen con Niño procedente de los talleres de esmaltes de Silos es la Virgen de la Vega, procedente de la iglesia de Santa María de la Vega y hoy en el retablo de la catedral Vieja de Salamanca. Está datada a comienzos del año 1200 y todo apunta a que fue realizada en Silos, sin excluir que sus autores procedieran de Limoges. Brilla en extremo porque se distingue el color del cobre dorado pero es consecuencia de una restauración excesiva realizada a finales del siglo XIX que la privó de la policromía que cubría caras, manos y pies. Está trabajada por detrás, por lo que se supone que era imagen procesional.
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Aunque originario de Venecia, Carlo Crivelli se formó en la corte de Padua donde estaban trabajando Squarcione y Mantegna, cuyo estilo escultórico parece heredar, como apreciamos en esta Virgen con Niño, llamada de la velita por la pequeña vela del primer plano. Procedente de un retablo desmembrado, Crivelli presenta a ambas figuras en un trono con guirnaldas de frutas en alusión al Paraíso. La Virgen resulta ligeramente hierática mientras que el Niño aporta algo más de movimiento. Las líneas de la arquitectura están claramente delimitadas, destacando los detalles de los bordados, inspirados en la pintura flamenca.
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El repertorio de pasos procesionales creció en Salamanca, en el ámbito de la cofradía de la Vera Cruz. Se renovó el templo, se hizo el retablo mayor por Joaquín de Churriguera y se fabricó la capilla de las Angustias. Adquirieron el patronato de esta capilla el matrimonio compuesto por don José Calvo Tragacete y doña Francisca de Mercadillo. Encargaron al escultor valenciano Felipe del Corral una copia de la Virgen de las Angustias de Juan de Juni. La obra fue realizada en Madrid, donde tenía taller el maestro. Hubo de servirse de algún grabado o de copias de barro de la figura, que estaban muy divulgados. La obra fue llevada procesionalmente desde Madrid, llegando a Salamanca poco antes de 1714. Objeto de intensa devoción, figuró en los cortejos procesionales desde 1754.
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Realizada en los Talleres de Limoges, esta Virgen procede del Monasterio de San Pedro de Arlanza, donde estuvo custodiada hasta 1836. desde esa fecha hasta 1878 estuvo en el Palacio Episcopal de Burgos, siendo después víctima de la exportación al extranjero, pasando a formar parte de la colección de Ernst y Martha Kofler-Truningen. En 1998 fue adquirida por el Museo del Prado y desde entonces se halla en depósito en el Museo de Burgos. La leyenda cuenta que esta Virgen era llevada por el conde Fernán González en sus batallas -de ahí su nombre-, a pesar de que la obra es del siglo XIII y el conde castellano vivió en el siglo X.
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Una de las imágenes de la Virgen más atractivas del catálogo de Mantegna es la de las Canteras, llamada así por los picapedreros que se aprecian en la zona más oscurecida de la derecha. Al trabajar en el sarcófago y en la columna en la que será azotado Cristo se ha considerado como una alegoría de la Redención, mostrándonos a los pastores en la zona iluminada, sinónimo de salvación. María y el Niño se sitúan en primer plano, apreciando tras ellos un paisaje con un camino que se dirige a una ciudad sobre una colina, muy habitual en la obra de Mantegna. Son figuras monumentales, inspiradas en la escultura y dotadas de grandiosidad por el punto de vista bajo empleado. La Virgen estira su pierna derecha para acercarse al espectador e introducirnos en el tema, involucrarnos en la composición. Los ropajes se esparcen por la roca donde se sienta la Madre de Dios, obtenidos con una línea firme y segura al igual que cada una de las piedras y las rocas de la escena. Mantegna esculpe sus obras con la maestría de un Donatello o un Verrocchio, teniendo en su mente las esculturas clásicas, por las que sentirá profunda admiración.