El modelo sereno y apacible que Alberto Durero ha utilizado para esta Virgen es de origen rafaelesco. El rostro tiene esa gracia que caracterizaba la obra del italiano. La Virgen se sienta tranquilamente frente a un bello paisaje con el cielo en calma. Ligeramente girada de tres cuartos, recibe el homenaje de los ángeles sin prestarles atención.
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Las Vírgenes sentadas en el trono se hicieron muy populares en la escultura románica riojana. Se trata de figuras con el rostro severo, que sostienen en su regazo al Niño. Entre estas Vírgenes destaca la de Castejón, de Nieva de Cameros, realizada en madera policromada pero con apliques de pedrería y estrelals labradas en su vestido.
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Sólo ha quedado una obra de Juan Sánchez de Castro: la Virgen de Gracia. Procedente de la iglesia de San Julián de Sevilla, en la actualidad se conserva en la catedral. Por desgracia la tabla fue mutilada y ha desaparecido gran parte de la zona inferior de la escena, donde se incluía la firma del artista y un donante arrodillado. La Virgen aparece sentada en un trono, con el Niño Jesús sentado sobre su regazo, acompañada en los laterales por san Pedro -en la izquierda- y san Jerónimo -en la derecha-, identificados gracias a sus atributos. Destacan las serenas expresiones de las figuras, el dibujismo del que hace gala el pintor y el detallismo del vestuario, especialmente los brocados.
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Realizada en esmalte, se trata de una excelente pieza románica conservada en la Basílica de Nuestra Señora de Jerusalén de Artajona, Navarra.
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En la calle principal del retablo de la Basílica de Nuestra Señora de Jerusalén de Artajona se encuentra la pequeña imagen de la patrona del templo, procedente de talleres lemosinos. Está realizada en cobre dorado, decorada con esmaltes. La Virgen está sentada en un trono con el Niño sobre su pierna izquierda, bendiciendo y portando el libro. La Virgen viste larga túnica y manto con decoración de rombos y medias lunas, cubriendo su cabeza con un velo que le llega a los hombros. El Niño viste túnica, sobrepelliz y manto que cubre sus hombros. Coronas rematadas con la flor de lis cubren sus cabezas. La figura de la Virgen es un relicario que guarda en su interior tierra procedente del Santo Sepulcro de Jerusalén.
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Como si de un retrato se tratara, la Virgen aparece recortada sobre un fondo neutro, cubriendo su cabeza con un manto azul y proyectando su mano derecha hacia el espectador para recibir al ángel y al Espíritu Santo. En primer plano una escribanía con un libro abierto aumenta el efecto de perspectiva. La iluminación ha sido sabiamente aplicada, resaltando la belleza de María y resbalando por el manto para concentrarse en su mano, recordando obras de Piero della Francesca aunque Antonello aporte un mayor interés por el claroscuro.
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A la derecha del arco de triunfo que da acceso al coro de la capilla Scrovegni, en Padua, Giotto termina de completar la escena de la Anunciación, mostrando a la Virgen arrodillada, escuchando a San Gabriel, en el otro extremo. Aun la separación del arco, Giotto consigue continuidad y credibilidad en la escena, por la figuración de un mismo espacio, tanto en las arquitecturas representadas, como en la disposición de los personajes y el colorido similar de la obra en su conjunto. También en esta zona, Giotto nos deleita con detalles ilusionistas que crean profundidad y espacio real, como es, de nuevo, el cortinaje enrollado en la columna o el arcón de la Virgen, del que sólo vemos una parte, que se continuaría en un plano más allá del fondo. La escena quedaba completada con la imagen de Cristo, pintado sobre el vértice del arco, sobre al armazón de una ventana, que se abría en algunas festividades señaladas, por donde salía la paloma del Espíritu Santo. Así, Giotto conseguía una unidad completa de todo el arco, que tiene continuidad narrativa aun el espacio abierto de la arquitectura del edificio. Además, son las propias posturas de los personajes las que dan esa idea de tránsito de un extremo a otro del arco.