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La razón por la que Fortuny viajó a Marruecos en 1860 está vinculada con los éxitos obtenidos por las tropas catalanas en la guerra que se libró en el norte de África durante 1859-1860. La Diputación de Barcelona pensionó al artista para que elaborara diversos lienzos relacionados con las diferentes batallas; Fortuny continuó su formación sobre estos asuntos acudiendo a París para contemplar las obras de Vernet y Decamps, conociendo también los trabajos de Delacroix, Ingres y Fromentin. Sin embargo, los cuadros de batallas serán para él como una pesadilla que nunca pudo concluir, ejecutando numerosos bocetos como éste que contemplamos donde los personajes se ubican alrededor de una loma presidida por la figurita del general Juan Prim, ofreciendo una vista panorámica del lugar del encuentro militar. La escena se divide en diversos grupos a veces inconexos, aumentando las dificultades cuando el pintor tenga que traspasar los bocetos a una tela de gran tamaño, alejada de los pequeños formatos empleados por el artista donde su estilo rápido y preciosista pueden brillar. Quizá el elemento más interesante de este boceto sea la iluminación, ya que la luz africana será el detonante que provoque el primer cambio en la pintura de Fortuny.
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Posiblemente el cuadro que más trabajo dio a Fortuny durante toda su carrera fue la batalla de Tetuán. Empezó a trabajar en él durante el año 1863 y tardó casi diez años en concluirlo, elaborando numerosos bocetos como el que contemplamos, uno de los más cercanos al trabajo definitivo donde ya se apunta la amplia perspectiva panorámica, la distribución de la escena en diferentes grupos presididos por las tropas catalanas dirigidas por el general Prim, así como los dos puntos de fuga presentes en los extremos de la composición o la importancia otorgada a la iluminación marroquí. El gran problema de Fortuny se halla en el formato, ya que se ve incapaz de trasladar su estilo minucioso y de reducidas proporciones a una tela de casi 30 metros cuadrados, repleto de figurillas. El pintor catalán no podía hacer grandes cuadros de historia y aquí estuvo el error del encargo, que fue ejecutado definitivamente en 1873.
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El cuadro que más trabajo y quebraderos de cabeza provocó a Fortuny fue la batalla de Tetuán, uno de los seis grandes lienzos que la Diputación de Barcelona había encargado al pintor para exaltar las heroicas actuaciones de los soldados catalanes al mando del general Prim en la Guerra de Marruecos. El encargo se redujo a dos lienzos ante la imposibilidad de Fortuny de llevar a término el trabajo, siendo la Batalla de Wad-Ras su compañero. Se trata de un lienzo de casi 30 metros cuadrados para el que ejecutó numerosos bocetos preparatorios que le ocuparon casi diez años de su vida. El cliente siempre resultó satisfecho de los apuntes presentados, llegando a plantearse la Academia de Bellas Artes de San Jorge el envío del lienzo a la Exposición Universal de París de 1866, quedándose la iniciativa en un intento ya que el cuadro no estuvo concluido hasta siete años más tarde. Una de las explicaciones más plausibles que podemos encontrar es la inadaptación de Fortuny a una tela tan grande, acostumbrado a los pequeños formatos por lo que se aburría y desesperaba de este gran encargo. Como es lógico, la Diputación eximió al artista de entregar los cuatro lienzos que faltaban para completar el encargo. El lienzo nos presenta en el centro a las tropas de voluntarios catalanes en el centro de la composición dirigidas por los generales Prim y O´Donnell atacando el campamento marroquí, huyendo los soldados enemigos ante el sorprendente ataque. Fortuny distribuye la composición en dos claras bandas: en la primera el campamento y los marroquíes huyendo en sus caballos; en el centro un espacio vacío con el polvo que levantan los caballos; y en el fondo los españoles atacando. En las zonas laterales la visión se dispersa, presentando un planteamiento panorámico con dos acentuados puntos de fuga, sin concentrar la visión en ningún punto concreto lo que supuso un reproche por parte de la institución al igual que el no representar detalladamente ni a Prim ni a los voluntarios catalanes, objetivo fundamental del trabajo. Parece que Fortuny se interesa más en captar el aspecto exótico de la batalla que el fragor del momento. Algunos aspectos han sido conseguidos con maestría como la sensación de movimiento, la atmósfera creada o la atracción hacia la luz. Algunas zonas del lienzo quedan sin concluir por el desánimo que invadió al artista, a pesar de haber visitado los museos del Louvre y de Luxemburgo para conocer los cuadros de batallas pintados por Vernet y Decamps. El resultado es una obra donde lo anecdótico gana la partida al honor con que la Diputación deseaba pintar a sus voluntarios, pasando de ser un cuadro de exaltación a una obra orientalista.
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Si el alemán Durero trató escasamente la mitología en sus cuadros al óleo, no podemos decir lo mismo de su obra gráfica. Ejemplo de esto es la Batalla de tritones que ahora podemos admirar. La obra es un fruto temprano del segundo viaje de formación que realizó el artista. Recién casado, las diferencias con su esposa se pusieron de manifiesto inmediatamente. Al par de meses, Durero se marchaba a Venecia en lo que sería un encuentro trascendental con los modos artísticos del Renacimiento italiano. Los artistas venecianos cautivaron a Durero por su posición social, por su comportamiento de élite intelectual y por lo avanzado de sus propuestas pictóricas. El resto de su vida, Durero lo consagró a transmitir el ideario renacentista a su país, Alemania, donde los artistas eran simples artesanos.Recién llegado, tomó contacto con la obra de Mantegna y Bellini. Del primero le impresionaron la monumentalidad de sus figuras y el profundo estudio anatómico del hombre en sus desnudos. El joven artistas se puso a copiar grabados del artista, estatuas clásicas, cuadros y frescos de la época... El resultado de sus tareas es esta Batalla, copia casi literal de la Batalla de Mantegna. Aunque el alemán es perfectamente capaz de imitar las formas humanas y fantásticas, carece de la profundidad, del dinamismo que ya domina el italiano, aunque sólo será cuestión de tiempo que Durero alcance y sobrepase con grandeza los modelos de su juventud.