En 1944 las victorias ya caen claramente del bando aliado. Los soviéticos resisten y empiezan a empujar en dirección a Berlín, mientras los aliados prosiguen su avance en Italia y liberan los Balcanes. Tras el infierno de Stalingrado, el frente ruso se convierte para Alemania en una pesadilla, con el Ejército Rojo empujando hacia Berlín. En julio fracasa la última ofensiva alemana en Kursk. En septiembre, los rusos han alcanzado ya Varsovia. Para completar el cerco sobre Alemania los aliados deciden desembarcar en Francia. El lugar elegido es Normandía. El peso del desembarco recayó en la Fuerza G, quien asaltó la playa conocida en clave como Gold. En la zona, las fortificaciones alemanas estaban bien defendidas, pero los británicos avanzaron fácilmente por su izquierda. En menos de una hora, los atacantes habían penetrado 2 kilómetros tierra adentro, desarticulando las defensas alemanas y ocupando, en el oeste, la localidad de Arromanches. A primeras horas de la tarde se habían alcanzado ya los 16 km. En la playa llamada Juno por los aliados, la Fuerza J canadiense desembarcó a ambas orillas del río Seulles. La llegada de refuerzos permitió a los canadienses cruzar de un tirón la playa al este del río. Por la tarde, los canadienses se dirigían ya, por su derecha, hacia las carreteras de Bayeux a Caen y, por la izquierda, de Courselles a Caen. En la playa Sword, la Fuerza S avanzaba poco y mal, sufriendo numerosas bajas. Finalmente, los asaltantes tomaron la colina de Périers y lanzaron sus carros hacia los vacíos en las líneas enemigas, sin hallar oposición. Tras el desembarco, las fuerzas angloamericanas se expandieron por el centro de Francia y Bélgica, liberando París. El 15 de agosto un desembarco en el sur, libera Tolón y Marsella. En diciembre los alemanes contraatacan en Las Ardenas para ocupar Amberes, pero fracasarán. Entretanto, en el Pacífico las cosas tampoco van mejor para los japoneses. Mac Arthur gana terreno en las Salomón y Nueva Guinea. La derrota nipona en Midway y el desembarco americano en Guadalcanal marcan el comienzo de la ofensiva americana. En 1944 se ocupan los archipiélagos de las Gilbert, las Marshall y las Marianas. El cerco sobre Japón comienza a estrecharse.
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Batalla de Otumba No sabían en Tlacopan, cuando los españoles llegaron, cuán rotos y huyendo iban, y los nuestros se arremolinaron en la plaza sin saber qué hacer ni adónde ir. Cortés, que venía detrás para llevar a todos los suyos delante, los metió prisa para que saliesen al campo a lo llano, antes que los del pueblo se armasen y juntasen con más de cuarenta mil mexicanos que, acabado el llanto, venían ya picándole. Tomó la delantera, echó delante a los indios amigos que le quedaban, y caminó por unas tierras labradas. Peleó hasta llegar a un cerro alto, donde había una torre y templo, que ahora llaman por eso Nuestra Señora de los Remedios. Le mataron algunos españoles rezagados y muchos indios antes de que subiese arriba; perdió mucho oro de lo que había quedado, y demasiado fue librarse de la muchedumbre de enemigos, porque ni los veinticuatro caballos que le quedaron podían correr, de cansados y hambrientos, ni los españoles levantar los brazos, ni los pies del suelo, de sed, hambre, cansancio y pelear, pues en todo el día y la noche no habían parado ni comido. En aquel templo, que tenía buen aposento, se fortaleció. Bebieron, pero no cenaron nada o muy poco, y estuvieron mirando qué harían tantos indios que alrededor estaban como en cerco, gritando y arremetiendo, y porque no tenían de comer; guerra peor que la de los enemigos. Hicieron muchos fuegos de la leña del sacrificio, y hacia la medianoche, para que no fuesen sentidos, partieron. Mas como no sabían el camino, iban a tientas, quitando un tlaxcalteca que los guió, y dijo que los llevaría a su tierra si no lo impedían los de México; y con esto comenzaron a caminar. Cortés ordenó su gente, puso los heridos y ropa que había en medio; los sanos y los caballos los repartió en vanguardia y retaguardia. No pudieron ir tan silenciosamente como para no sentirlos los escuchas que estaban cerca; los cuales empezaron a llamar y vino mucha gente, que no hizo más que seguirlos hasta llegar el día. Cinco de a caballo, que iban delante a descubrir, tropezaron con algunos escuadrones de indios que los aguardaban para robarlos, y que al verlos creyeron venían allí todos los españoles, y huyeron. Mas reconociendo el poco número, pararon y se juntaron con los que venían detrás, y peleando los siguieron tres leguas, hasta que tomaron los nuestros una cuesta en la que había otro templo con una buena torre y aposento, donde se pudieron albergar aquella noche, pero no cenar. Al alba les hicieron los indios una buena acometida; empero, fue más el temor que el daño. Partieron de allí, y fueron a un pueblo grande por fragoso camino, por el cual hicieron poco mal los caballos en los enemigos, y ellos no mucho en los nuestros. Los del lugar huyeron a otro de miedo; y así, pudieron estar allí aquella noche y la siguiente, descansar y curar los hombres y bestias; mataron el hambre, y llevaron provisión, aunque no mucha, pues no había quién. Desde el momento en que partieron, los persiguieron infinidad de contrarios, que los acometían duramente y los fatigaban. Y como el indio de Tlaxcallan que guiaba no sabía bien el camino, iban fuera de él. Al cabo llegaron a una aldea de pocas casas, donde durmieron aquella noche. A la mañana siguiente prosiguieron su camino, y tras ellos siempre los enemigos, que los fatigaron todo el día. Hirieron a Cortés con una honda tan mal, que se le pasmó la cabeza, o porque no le curaron bien al sacarle los cascos, o por el demasiado trabajo que pasó. Entró a curarse en un lugar yermo, y luego, para que no le cercasen, sacó de él a su gente; y caminando, cargó tanta muchedumbre sobre él, y peleó tan duramente, que hirieron cinco españoles y cuatro caballos, uno de los cuales se murió, y se lo comieron sin dejar, como dicen, pelo ni hueso. La tuvieron por buena cena, aunque no tuvieron demasiado siendo tantos. No había español que no pereciese de hambre. Dejo a un lado el trabajo y las heridas, cosas que cada una de ellas bastaba para acabarlos; sin embargo, nuestra nación española soporta más el hambre que otra ninguna, y éstos de Cortés más que todos, puesto que todavía no tenían tiempo para coger hierbas que le bastasen para comer. Al día siguiente, al llegar la mañana, partieron de aquellas casas; y porque tenía temor de la mucha gente que aparecía, mandó Cortés que los de a caballo pusiesen a las ancas a los más enfermos y heridos, y los que no lo estaban tanto, que se agarrasen de las colas y estribos, o hiciesen muletas y otros remedios para ayudarse y poder andar si no querían quedarse a dar buena cena a los enemigos. Sirvió mucho este aviso para lo que les esperaba, y hasta hubo español que llevó a otro a cuestas, y lo salvó así. Andado que hubieron una legua, en un llano salieron tantos indios a ellos, que cubrían el campo y que los cercaron a la redonda. Acosaron intensamente, y pelearon de tal suerte, que creyeron los nuestros ser aquél el último día de su vida, pues muchos indios hubo que se atrevieron a llegar a los españoles brazo a brazo y pie a pie; y aunque tranquilamente se los llevaban arrastrando, ya fuese por sobra de ánimo suyo, ya por falta en los nuestros, con los muchos trabajos, hambre y heridas, era muy lamentable ver de aquella manera llevar a los españoles y oír las cosas que iban diciendo. Cortés, que andaba a una y otra parte confortando a los suyos, y que veía muy bien lo que pasaba, encomendóse a Dios, llamó a san Pedro, su abogado, arremetió con su caballo por entre medias de los enemigos, rompió el cerco, llegó hasta el que llevaba el estandarte real de México, que era capitán general, y le dio dos lanzadas, de las que cayó y murió. En cayendo el hombre y el pendón, abatieron las banderas en tierra, y no quedó indio con indio, sino que en seguida se desparramaron cada uno por donde mejor pudo, y huyeron, que tal costumbre tienen en guerra, muerto su general y abatido el pendón. Recobraron los nuestros el coraje, los siguieron a caballo, y mataron una infinidad de ellos, tantos dicen, que no me atrevo a contarlos. Los indios eran doscientos mil, según afirman, y el campo donde esta batalla tuvo lugar se llama Otumba. No ha habido más notable hazaña ni victoria de Indias desde que se descubrieron; y cuantos españoles vieron pelear ese día a Hernán Cortés afirman que nunca hombre alguno peleó como él, ni acaudilló así a los suyos, y que él solo por su persona los libró a todos.
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La Monarquía hispánica habrá de enfrentarse a numerosos frentes externos, siendo Francia, con su rey Francisco I a la cabeza, su principal rival. Entre 1521 y 1526 sucederá la primera guerra entre España y Francia. La causa: disputas territoriales sobre el Milanesado, Nápoles, Luxemburgo y, muy especialmente, Navarra. Francia, aliada con Venecia y con los suizos, es rechazada en un intento de ocupar Navarra. Por su parte Carlos V, aliado al rey inglés Enrique VIII y al papa León X, ocupa Lombardía. La gran batalla se producirá en 1525, en el sitio de Pavía. La población de Pavía se hallaba guarnecida por unos 8.000 españoles. Rodeando el lugar se encontraba el ejército francés, con su rey a la cabeza, combinando tropas de infantería, artillería y caballería. El 3 de febrero llega desde Alemania un ejército de 24.000 hombres para socorrer a los asediados, que se sitúa tras los franceses después de dejar a 1.000 infantes y la artillería el Campo Imperial. A las 5 de la mañana del día 24 comienza el ataque español, tomando el Castel Mirabello. En respuesta, Francisco I ordena disparar a su artillería y, más tarde, lanza una carga de caballería por el ala derecha. El ataque logra hacer huir a parte del flanco español, pero la caballería francesa ha quedado aislada. A las 7,50 de la mañana los franceses se retiran hacia la Torre del Gallo, mientras la guarnición de Pavía lanza un ataque simultáneo. Los franceses no aguantan el embate imperial y son aislados en pequeños grupos, aniquilados unos tras otros. A las 8,30 de la mañana comienza la desbandada del ejército francés. La batalla ha terminado. La victoria en Pavía permite a Carlos V expulsar a los franceses del Milanesado. El mismo rey francés cae prisionero y es llevado a Madrid, en cuya Torre de los Lujanes permanecerá cautivo hasta la firma de la paz, en 1526. Reanudadas sin embargo las hostilidades, el episodio más dramático será el asalto y saqueo de Roma por las tropas imperiales. Además del francés, Carlos V tiene otros frentes abiertos. En 1529 el corsario Barbarroja toma Argel y amenaza las posesiones españolas en Italia. Carlos V envía una expedición contra Túnez, exitosa, y otra contra Argel, en 1541, que fracasará. El último campo de combate de Carlos V estará en Centroeuropa, donde la reforma protestante de Lutero amenaza la unidad religiosa y política del Imperio. En 1547 el emperador derrota en Mühlberg a sus adversarios, aunque no logra evitar la división religiosa. La amargura del fracaso explica la abdicación de Carlos V, que se producirá en 1556.
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Tomando como base la Península Ibérica -conquistada entre los años 711 y 716- las tropas musulmanas se dirigieron en numerosas ocasiones hacia la zona sur de Francia para conseguir cuantiosos botines. La escasa resistencia manifestada por los cristianos de la zona animó a los islámicos a realizar mayores campañas, dirigida la del año 732 por el emir de al-Andalus Abd al-Rahman ben abd al-Gafiqi. La ciudad de Burdeos fue tomada y saqueada, dirigiéndose desde allí hacia la zona de Tours. Carlos, mayordomo de los francos, organizó un potente ejército con el que contener el avance musulmán y se dirigió hacia la región de Tours donde se producirá el enfrentamiento. Ambos ejércitos se establecieron en las cercanías de Poitiers en el mes de octubre y estuvieron vigilándose hasta que Abd al-Rahman tomó la iniciativa y envió a sus tropas a la lucha. Los francos resistieron la ofensiva durante todo el día. Hacia las cuatro de la tarde el emir envió un nuevo contingente de tropas y los francos continuaron su resistencia. Sin embargo, la llegada de las tropas de Eude de Aquitania por la retaguardia motivó la dispersión de los musulmanes ante el posible saqueo de su campamento. La retirada musulmana provocaría el avance franco, llegando hasta el campamento islámico, en cuyas cercanías pasaron la noche. A la mañana siguiente Carlos dirigió sus tropas hacia el campamento, apreciando que se había producido una estampida del enemigo por la noche. El franco había conseguido la victoria y el sobrenombre de Martel, "martillo de herejes". A pesar de la importante victoria, la presencia musulmana en el sur de Francia se mantendrá hasta que Pipino el Breve consiga su expulsión definitiva y Carlomagno establezca la frontera en la zona del río Ebro.
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Tomando como base la Península Ibérica -conquistada entre los años 711 y 716- las tropas musulmanas se dirigieron en numerosas ocasiones hacia la zona sur de Francia para conseguir cuantiosos botines. La escasa resistencia manifestada por los cristianos de la zona animó a los islámicos a realizar mayores campañas, dirigida la del año 732 por el emir de al-Andalus Abd al-Rahman ben abd al-Gafiqi. La ciudad de Burdeos fue tomada y saqueada, dirigiéndose desde allí hacia la zona de Tours. Carlos, mayordomo de los francos, organizó un potente ejército con el que contener el avance musulmán y se dirigió hacia la región de Tours donde se producirá el enfrentamiento. Ambos ejércitos se establecieron en las cercanías de Poitiers en el mes de octubre y estuvieron vigilándose hasta que Abd al-Rahman tomó la iniciativa y envió a sus tropas a la lucha. Los francos resistieron la ofensiva durante todo el día. Hacia las cuatro de la tarde el emir envió un nuevo contingente de tropas y los francos continuaron su resistencia. Sin embargo, la llegada de las tropas de Eude de Aquitania por la retaguardia motivó la dispersión de los musulmanes ante el posible saqueo de su campamento. La retirada musulmana provocaría el avance franco, llegando hasta el campamento islámico, en cuyas cercanías pasaron la noche. A la mañana siguiente Carlos dirigió sus tropas hacia el campamento, apreciando que se había producido una estampida del enemigo por la noche. El franco había conseguido la victoria y el sobrenombre de Martel, "martillo de herejes". A pesar de la importante victoria, la presencia musulmana en el sur de Francia se mantendrá hasta que Pipino el Breve consiga su expulsión definitiva y Carlomagno establezca la frontera en la zona del río Ebro.
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La batalla de Qadesh enfrentó a egipcios e hititas hacia el año 1295 a.C., siendo una muestra más de los continuos conflictos que ambos países mantenían. Ramsés II de Egipto contaba con los sardos como principales aliados mientras que Muwatalli de Hatti había reunido a su alrededor una coalición formada por los pequeños estados del norte de Siria y Anatolia, los dardanos, los misios, los licios y los pedasios, entre otros. Ramsés había organizado un ejército dividido en cuatro secciones, encomendando cada una de ellas a los dioses Amón, Ptah, Seth y Ra. El faraón, al mando de las tropas de la primera división, llegó hasta el valle de la Beka con el fin de sitiar la fortaleza de Qadesh, aliada de los hititas. Las otras tres divisiones se acercaban por el sur. Las tropas de Muwatalli atacaron por sorpresa y Ramsés convocó a su Estado Mayor para tomar una decisión. La división de Ra fue atacada por el centro y los enemigos de Ramsés se plantaron frente a su campamento. Según nos cuentan los numerosos textos hallados en los templos egipcios, Ramsés vio como sus soldados le abandonaban y era rodeado por 2.500 carros ocupados por tres hombres cada uno. El faraón decidió pedir ayuda a sus dioses; Amón le escuchó y acudió en su ayuda, por lo que "los tripulantes de los dos mil quinientos carros en medio de los cuales yo estaba se convirtieron en cadáveres delante de mis caballos". Muwatalli envió un segundo ejército de mil carros compuesto por los príncipes y mejores capitanes de los territorios aliados, corriendo la misma suerte. "La llanura de Qadesh se puso blanca de cadáveres" nos cuentan los textos. Ramsés había derrotado a 3.500 carros por sí sólo, evitando así la emboscada de su enemigo. Sinceramente, no es muy creíble el relato narrado en los templos egipcios. Los especialistas se inclinan a pensar que, efectivamente, se produciría el exitoso ataque de Muwatalli, que rompió uno de los cuerpo de ejército egipcios antes de llegar al campamento de Ramsés. El faraón se recuperó y al frente de su cuerpo de carros consiguió repeler un primer ataque mientras que el segundo cuerpo de carros enviado por Muwatalli fue expulsado ante la llegada de las tropas del Naharin. Los hechos fueron utilizados por Ramsés en beneficio propio para justificar el haber caído en una emboscada y no haber tomado Qadesh. Pero este maquillaje de la realidad será una muestra más del poder faraónico con el fin de demostrar que su derrota era difícil de imaginar.
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La batalla de Qadesh enfrentó a egipcios e hititas hacia el año 1295 a.C., siendo una muestra más de los continuos conflictos que ambos países mantenían. Ramsés II de Egipto contaba con los sardos como principales aliados mientras que Muwatalli de Hatti había reunido a su alrededor una coalición formada por los pequeños estados del norte de Siria y Anatolia, los dardanos, los misios, los licios y los pedasios, entre otros. Ramsés había organizado un ejército dividido en cuatro secciones, encomendando cada una de ellas a los dioses Amón, Ptah, Seth y Ra. El faraón, al mando de las tropas de la primera división, llegó hasta el valle de la Beka con el fin de sitiar la fortaleza de Qadesh, aliada de los hititas. Las otras tres divisiones se acercaban por el sur. Las tropas de Muwatalli atacaron por sorpresa y Ramsés convocó a su Estado Mayor para tomar una decisión. La división de Ra fue atacada por el centro y los enemigos de Ramsés se plantaron frente a su campamento. Según nos cuentan los numerosos textos hallados en los templos egipcios, Ramsés vio como sus soldados le abandonaban y era rodeado por 2.500 carros ocupados por tres hombres cada uno. El faraón decidió pedir ayuda a sus dioses; Amón le escuchó y acudió en su ayuda, por lo que "los tripulantes de los dos mil quinientos carros en medio de los cuales yo estaba se convirtieron en cadáveres delante de mis caballos". Muwatalli envió un segundo ejército de mil carros compuesto por los príncipes y mejores capitanes de los territorios aliados, corriendo la misma suerte. "La llanura de Qadesh se puso blanca de cadáveres" nos cuentan los textos. Ramsés había derrotado a 3.500 carros por sí sólo, evitando así la emboscada de su enemigo. Sinceramente, no es muy creíble el relato narrado en los templos egipcios. Los especialistas se inclinan a pensar que, efectivamente, se produciría el exitoso ataque de Muwatalli, que rompió uno de los cuerpo de ejército egipcios antes de llegar al campamento de Ramsés. El faraón se recuperó y al frente de su cuerpo de carros consiguió repeler un primer ataque mientras que el segundo cuerpo de carros enviado por Muwatalli fue expulsado ante la llegada de las tropas del Naharin. Los hechos fueron utilizados por Ramsés en beneficio propio para justificar el haber caído en una emboscada y no haber tomado Qadesh. Pero este maquillaje de la realidad será una muestra más del poder faraónico con el fin de demostrar que su derrota era difícil de imaginar.
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A la muerte de Felipe II en 1598 le sucede su hijo, Felipe III, iniciando una etapa llamada de los Austrias Menores, con Felipe IV y Carlos II como últimos monarcas de esta dinastía. El nuevo soberano hereda un país empobrecido, aunque con inmensos dominios territoriales. Desde la corte de Madrid se gobierna sobre el resto de reinos peninsulares, además de los Países Bajos y el Franco Condado. En Italia, los Habsburgo dominan el Milanesado y los reinos de Nápoles y Sicilia. Orán, Melilla y las Canarias son las posesiones africanas. En el Nuevo Mundo se dominan extensos territorios, así como las islas Filipinas, en Asia. Desde 1581 y hasta 1640 el reino de Portugal se integra en la Monarquía Hispánica, lo que suma las posesiones del Brasil y numerosas e importantes escalas a lo largo de las rutas marítimas hacia Asia. Sin embargo, pese a tan vasto imperio, son éstos años de decadencia. Durante el siglo XVII se manifiesta en toda su crudeza el derrumbe de un Imperio forjado mediante conquistas y herencias. Francia e Inglaterra se muestran dispuestas a ocupar un lugar hegemónico que España abandona paso a paso. En 1635 Francia declara la guerra a España. Las tropas españolas amenazan París y vencen en Fuenterrabía. Pero en 1640 comienzan sendas rebeliones en Cataluña y en Portugal, apoyadas por Francia e Inglaterra. Para aliviar la presión francesa sobre Cataluña, los españoles invaden el norte de Francia desde Flandes. El gran enfrentamiento se producirá en 1643, en los campos de Rocroi. El campo de batalla era una llanura, entre un bosque y un pantano. Allí los franceses situaron a sus 23.000 hombres, con la infantería en el centro y la caballería a los lados, apoyados por la potente artillería. Los españoles, por su parte, contaban con unos 22.000 efectivos. En el centro formaron los famosos tercios y la infantería, con las alas protegidas por la caballería. En primera línea, los cañones. Al amanecer del día 19 la caballería francesa ataca el flanco izquierdo español, pero es rechazada. Una segunda carga, sin embargo, cae sobre la caballería española del ala izquierda, que se rompe. Entre tanto, el flanco izquierdo francés realiza una nueva carga, rechazada por los españoles, que toman ventaja por ese lado. Sin embargo, la debilidad del ala izquierda española permite a la caballería francesa caer directamente sobre los tercios imperiales, que apenas pueden sino resistir. En una maniobra sorprendente, la caballería francesa ataca la retaguardia española, que se ve acosada por dos lados, pues la izquierda francesa se ha rehecho y ha conseguido lanzar su ataque. Rodeados, los tercios no tardan en caer. Las bajas entre los imperiales debieron cifrarse en unos cuatro mil muertos, la mayoría españoles, y entre 2.000 y 2.500 prisioneros. En el bando francés fueron unos 2.500 muertos.