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El 23 de marzo de 1860 tuvo lugar la famosa batalla de Wad-Ras que junto a la de Tetuán ponían del lado español el conflicto militar surgido en Marruecos durante el reinado de Isabel II. Las tropas catalanas dirigidas por el general Juan Prim habían sobresalido en los combates por su bravura y heroísmo, por lo que la Diputación de Barcelona envió a Fortuny -quien por aquellos momentos disfrutaba de una pensión en Roma- a tierras marroquíes para que captara con sus pinceles el fragor y la victoria de las tropas catalanas. Una vez tomada una buena cantidad de apuntes, el maestro se pone a trabajar en los seis lienzos definitivos que no llegará a entregar, a excepción de la Batalla de Tetuán. Fortuny se inspira en los maestros franceses de batallas Vernet y Decamps, organizando la composición en un amplio formato que nos aporta una visión panorámica con una amplia perspectiva de la contienda. El centro de la escena está ocupado por un confuso grupo de infantes y jinetes mientras que los laterales quedan para episodios secundarios. Al fondo, una serie de colinas y sierras limitan el escenario del combate. Las figurillas están tratadas con la delicadeza de un miniaturista, creando una soberbia sensación de movimiento, de lucha, a través de los diversos grupos aparentemente inconexos que forman el conjunto, creando unidad compositiva de gran calidad. La luz utilizada es brillante, tomando un importante papel que más tarde le llevará al iluminismo. El lienzo nunca llegó a la Diputación de Barcelona ya que lo adquirió en 1874 el Secretario de la institución, señor Buenaventura Palau, buen amigo del pintor. El 29 de julio de 1878 fue adquirido por el Estado por 20.000 pesetas para el Museo Nacional de Pintura y Escultura.
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La cruda derrota sufrida por los ejércitos napoleónicos en las estepas rusas en 1814, provocó la abdicación del otrora dueño de la Europa Occidental y su confinamiento en la isla de Elba. Cuatro meses más tarde escapó de su exilio y regresó a París; en consecuencia, los antiguos aliados -Rusia, Austria, Prusia y Gran Bretaña-, volvieron a reunirse para intentar derrotarlo. En la primavera de 1815, Napoleón dirigió sus miras hacia Bruselas, disponiendo un ejército de 124.000 hombres. Su propósito era dividir a las tropas aliadas, para lo que atravesó el río Sambre por Charleroi y se dirigió hacia Bruselas.Enfrente se encontraban las tropas de los aliados, dirigidas por Wellington y Blücher, con un total de 196.000 hombres. El general prusiano se dirigió entonces hacia Ligny, mientras Wellington esperó a Napoleón atrincherado en Mont-Saint-Jean para impedir su entrada en Bruselas. El Emperador francés, por su parte, decidió también dividir su ejército, destacando 63.000 hombres que marcharon con él contra Blücher y ordenando a su general Ney que se dirigiera hacia Bruselas. Tras expulsar a los prusianos de Ligny, éstos se replegaron hacia Wavre. Napoleón decidió entonces erróneamente destacar 30.000 hombres en su persecución, lo que debilitó sus fuerzas, y marchar contra Wellington. La gran batalla se planteó, pues, en Mont-Saint-Jean, muy cerca de Waterloo. Para preparar la defensa, los aliados anglo-holandeses destacaron 15.000 hombres en Halle y fortificaron algunos puntos estratégicos, como el castillo de Hougomount y la granja de La Haye-Sainte, para debilitar el avance francés. Por su parte, Napoleón, atrincherado tras su flanco derecho, situó a su artillería en primera línea para desgastar las posiciones enemigas y envió un ataque sobre las posiciones fortificadas, esperando con ello atraer algunos efectivos del centro aliado. Sin embargo, Wellington, conocedor de la táctica del Emperador, apenas reforzó el sitio de Hougomount, manteniendo el orden de sus posiciones.Cuando comenzaron las descargas de la artillería, por el este apareció una avanzadilla de las tropas prusianas, lo que obligó a Napoleón a desplazar un cuerpo de la reserva para contenerlos.Para protegerse de la artillería francesa, Wellington ordenó a sus hombres echarse cuerpo a tierra y protegerse tras las lomas del terreno, lo que hizo creer a los franceses que se trataba de un repliegue. Al creer que se retiraban, 5.000 jinetes franceses comenzaron la carga sin ayuda de infantería ni artillería. Entonces la infantería inglesa se dispuso en cuadros con tres filas de bayonetas, que rechazaron fácilmente el ataque francés y obligó a la caballería a huir en desbandada.A la caída de la tarde, la situación francesa comenzaba a ser desesperada. Napoleón ordenó un ataque entre Hougoumont y La-Haye-Sainte, en el flanco derecho del centro británico. El intento fue vano, fracasando la última esperanza de Napoleón de romper las líneas aliadas. La infantería francesa fue aniquilada, mientras que la Guardia y la caballería hubieron de replegarse. El fracaso de Waterloo significó el ocaso del Imperio napoleónico y la configuración de un nuevo mapa europeo. Así, del Congreso de Viena de 1815 surge una Europa dominada por cinco grandes potencias: Francia, Gran Bretaña, Rusia, Austria y Prusia. A partir de ese mismo año, y bajo el influjo de las ideas de Metternich, se crea la Confederación Alemana, que integra al Imperio austriaco y a los reinos de Prusia, Baviera, Wurttemberg, Sajonia y Hannover.
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La alianza de Bonaparte con el zar Alejandro I quedó anulada en 1812 y Napoleón emprendió una campaña contra Rusia que terminó con la trágica retirada de Moscú. La cruda derrota sufrida por los ejércitos napoleónicos en las estepas rusas en 1814, provocó la abdicación del otrora dueño de la Europa Occidental y su confinamiento en la isla de Elba. Cuatro meses más tarde escapó de su exilio y regresó a París; en consecuencia, los antiguos aliados -Rusia, Austria, Prusia y Gran Bretaña-, volvieron a reunirse para intentar derrotarlo. La batalla decisiva se producirá en Waterloo. Los aliados anglo-holandeses destacaron 15.000 hombres en Halle y fortificaron algunos puntos como el castillo de Hougomount y la granja de La Haye-Sainte. Por su parte, Napoleón, atrincherado tras su flanco derecho, situó a su artillería en primera línea y envió un ataque sobre las posiciones fortificadas, esperando atraer algunos efectivos del centro aliado. Sin embargo, Wellington astutamente apenas reforzó el sitio de Hougomount, manteniendo el orden de sus posiciones. Con las primeras descargas de artillería, por el este apareció una avanzadilla de las tropas prusianas, lo que obligó a Napoleón a desplazar un cuerpo de la reserva para contenerlos. Para protegerse de la artillería francesa, Wellington ordenó a sus hombres simular un repliegue. Al creer que se retiraban, 5.000 jinetes franceses cargaron sin ayuda de infantería ni artillería. Entonces la infantería inglesa se dispuso en cuadros con tres filas de bayonetas, rechazando el ataque francés y obligando a la caballería a huir en desbandada. Napoleón ordenó entonces un ataque entre Hougoumont y La-Haye-Sainte, un intento fracasado. La infantería francesa fue aniquilada, mientras que la Guardia y la caballería hubieron de replegarse. El fracaso de Waterloo significó el ocaso del Imperio napoleónico. Bonaparte fue recluido en la remota Santa Elena, una isla en el sur del océano Atlántico. El otrora todopoderoso emperador falleció, tal vez envenenado, el 5 de mayo de 1821.
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La cruda derrota sufrida por los ejércitos napoleónicos en las estepas rusas en 1814, provocó la abdicación del otrora dueño de la Europa Occidental y su confinamiento en la isla de Elba. Cuatro meses más tarde escapó de su exilio y regresó a París; en consecuencia, los antiguos aliados -Rusia, Austria, Prusia y Gran Bretaña-, volvieron a reunirse para intentar derrotarlo.En la primavera de 1815, Napoleón dirigió sus miras hacia Bruselas, disponiendo un ejército de 124.000 hombres. Su propósito era dividir a las tropas aliadas, para lo que atravesó el río Sambre por Charleroi y se dirigió hacia Bruselas.Enfrente se encontraban las tropas de los aliados, dirigidas por Wellington y Blücher, con un total de 196.000 hombres. El general prusiano se dirigió entonces hacia Ligny, mientras Wellington esperó a Napoleón atrincherado en Mont-Saint-Jean para impedir su entrada en Bruselas. El Emperador francés, por su parte, decidió también dividir su ejército, destacando 63.000 hombres que marcharon con él contra Blücher y ordenando a su general Ney que se dirigiera hacia Bruselas. Tras expulsar a los prusianos de Ligny, éstos se replegaron hacia Wavre. Napoleón decidió entonces erróneamente destacar 30.000 hombres en su persecución, lo que debilitó sus fuerzas, y marchar contra Wellington. La gran batalla se planteó, pues, en Mont-Saint-Jean, muy cerca de Waterloo.Para preparar la defensa, los aliados anglo-holandeses destacaron 15.000 hombres en Halle y fortificaron algunos puntos estratégicos, como el castillo de Hougomount y la granja de La Haye-Sainte, para debilitar el avance francés. Por su parte, Napoleón, atrincherado tras su flanco derecho, situó a su artillería en primera línea para desgastar las posiciones enemigas y envió un ataque sobre las posiciones fortificadas, esperando con ello atraer algunos efectivos del centro aliado. Sin embargo, Wellington, conocedor de la táctica del Emperador, apenas reforzó el sitio de Hougomount, manteniendo el orden de sus posiciones.Cuando comenzaron las descargas de la artillería, por el este apareció una avanzadilla de las tropas prusianas, lo que obligó a Napoleón a desplazar un cuerpo de la reserva para contenerlos.Para protegerse de la artillería francesa, Wellington ordenó a sus hombres echarse cuerpo a tierra y protegerse tras las lomas del terreno, lo que hizo creer a los franceses que se trataba de un repliegue. Al creer que se retiraban, 5.000 jinetes franceses comenzaron la carga sin ayuda de infantería ni artillería. Entonces la infantería inglesa se dispuso en cuadros con tres filas de bayonetas, que rechazaron fácilmente el ataque francés y obligó a la caballería a huir en desbandada.A la caída de la tarde, la situación francesa comenzaba a ser desesperada. Napoleón ordenó un ataque entre Hougoumont y La-Haye-Sainte, en el flanco derecho del centro británico. El intento fue vano, fracasando la última esperanza de Napoleón de romper las líneas aliadas. La infantería francesa fue aniquilada, mientras que la Guardia y la caballería hubieron de replegarse.El fracaso de Waterloo significó el ocaso del Imperio napoleónico y la configuración de un nuevo mapa europeo. Así, del Congreso de Viena de 1815 surge una Europa dominada por cinco grandes potencias: Francia, Gran Bretaña, Rusia, Austria y Prusia. A partir de ese mismo año, y bajo el influjo de las ideas de Metternich, se crea la Confederación Alemana, que integra al Imperio austriaco y a los reinos de Prusia, Baviera, Wurttemberg, Sajonia y Hannover.
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Batalla de Xochmilco Estuvo allí dos días, envió los heridos a Tezcuco, y él partió para Huaxtepec, que tenía mucha gente de Culúa en guarnición. Durmió con todo su ejército en una casa de placer y huerta que tiene una legua, y está muy bien cercada de piedra, y la atraviesa por medio un buen río. Los del lugar huyeron cuando fue de día, y los nuestros corrieron tras ellos hasta Xilotepec, que estaba descuidado de aquel sobresalto. Entraron, mataron algunos y cogieron muchas mujeres, muchachos y viejos que no pudieron huir. Esperó Cortés dos días a ver si venía el señor; y como no vino, prendió fuego al lugar. Estando allí se entregaron a él los de Yautepec; de Xilotepec fue a Coahunauac, lugar fuerte y grande, cercado de profundos barrancos; no tiene entrada para caballos más que por dos sitios, y éstos con puentes levadizos. Por el camino que fueron los nuestros no podían entrar a caballo sin rodear legua y media, que era muy gran trabajo y peligro. Estaban tan cerca, que hablaban con los del lugar, y se tiraban unos a otros piedras y saetas. Cortés les requirió de paz; ellos respondieron de guerra. Entre estas pláticas pasó el barranco un tlaxtalteca sin ser visto, por un paso muy peligroso, pero muy secreto; pasaron tras él cuatro españoles, y luego otros muchos, siguiendo todos las pisadas del primero; entraron en el lugar, llegaron adonde estaban los vecinos peleando con Cortés, y a cuchilladas los hicieron huir. Atónitos de ver que les habían entrado, que lo tenían por imposible, huyeron con esto a la sierra, y ya cuando el ejército entró estaba quemada la mayoría del lugar. Por la tarde vino el señor con algunos principales a entregarse ofreciendo su persona y hacienda contra los mexicanos. De Coahunauac fue Cortés a dormir, siete leguas de allí, a unas estancias por tierra despoblada y sin agua. Pasó mal día el ejército, de sed y trabajo; al otro día llegó a Xochmilco, ciudad muy bonita y sobre la laguna Dulce; los vecinos y otra mucha gente de México alzaron los puentes, rompieron las acequias, y se pusieron a defenderla, creyendo que podrían, por ser ellos muchos y el lugar fuerte. Cortés ordenó su hueste, hizo apear a los de a caballo, y llegó con algunos compañeros a probar de ganar la primera trinchera; y tanta prisa dio a los enemigos con escopetas y ballestas, que, aunque eran muchos, la abandonaron y se fueron mal heridos. Cuando ellos la dejaron, se arrojaron los españoles al agua; pasaron, y en media hora de pelear, habían ganado el principal y más fuerte puente de la ciudad. Los que le defendían se acogieron al agua en barcas, y pelearon hasta la noche, unos pidiendo paz, otros guerra, y todo era ardid para, entre tanto, alzar su ropilla y que les viniese socorro de México, que no estaba de allá más de cuatro leguas, y romper la calzada por donde los nuestros entraron. Cortés no podía pensar al principio por qué unos pedían paz y otros no, pero luego cayó en la cuenta; y con los caballos dio en los que rompían la calzada, los desbarató, huyeron, salió tras ellos al campo y alanceó a muchos. Eran tan valientes, que pusieron en aprieto a los nuestros, porque muchos de ellos esperaban un caballo sólo con la espada y la rodela, y peleaban con el caballero; y si no hubiese sido por un tlaxcalteca, hubiesen prendido aquel día a Cortés, pues cayó su caballo, de cansado, porque hacía gran rato que peleaba. Llegó en esto la infantería española, y huyeron los enemigos. En la ciudad mataron a dos españoles que se desmandaron solos a robar. No siguieron el alcance, sino que se volvieron en seguida al lugar a descansar y cerrar lo roto de la calzada con piedras y adobes. Cuando en México se supo esto, envió Cuahutimoc un gran batallón de gente por tierra, dos mil barcas por agua, con doce mil hombres dentro, pensando tomar a los españoles a mano en Xochmilco. Cortés se subió a una torre para ver la gente, y con qué orden venía, y por dónde combatirían la ciudad; se asombró de tanto barco y gente, que cubrían agua y tierra. Repartió a los españoles a la guardia y defensa del pueblo y calzada, y él salió a los enemigos con la caballería y con seiscientos tlaxcaltecas, que partió en tres partes, a los cuales mandó que, roto el escuadrón de los contrarios, se replegasen a un cerro que les mostró a una media legua. venían los capitanes de México delante con espadas de hierro, esgrimiendo por el aire y diciendo: "Aquí os mataremos, españoles, con vuestras propias armas". Otros decían: "Ya murió Moctezuma; no tenemos a quién temer para no comeros vivos". Otros amenazaban a los de Tlaxcallan; y en fin, todos decían muchas injurias a los nuestros, y exclamando: "México, México, Tenuchtitlan, Tenuchtitlan", andaban a prisa. Cortés arremetió a ellos con sus caballos y cada cuadrilla de los de Tlaxcallan por su parte, y a puras lanzadas los desbarató; mas luego se ordenaron. Como vio su concierto y ánimo, y que eran muchos, rompió por ellos otra vez, mató algunos y se replegó hacia el cerro que indicó; mas como lo tenían ya tomado los contrarios, mandó a parte de los suyos que subiesen por detrás, y él rodeó lo llano. Los que estaban arriba huyeron de los que subían, y dieron en los caballos, a cuyos pies murieron en poco rato quinientos de ellos. Descansó Cortés allí un poco, envió por cien españoles, y cuando vinieron, peleó con otro gran escuadrón de mexicanos que venía detrás; lo desbarató también, y se metió en el lugar, porque lo combatían por tierra y agua intensamente, y con su llegada se retiraron. Los españoles que lo defendían mataron a muchos contrarios, y tomaron dos espadas de las nuestras; se vieron en peligro, porque los apretaron mucho aquellos capitanes mexicanos, y porque se les acabaron las saetas y almacén. Apenas se habían ido éstos, cuando entraron otros por la calzada con los mayores gritos del mundo. Fueron a ellos los nuestros, y como hallaron muchos indios y mucho miedo, entraron por medio de ellos con los caballos, y echaron infinitos al agua, y a los demás fuera de la calzada, y así se pasó aquel día. Cortés hizo quemar la ciudad, excepto donde habitaban los suyos; estuvo allí tres días, en los cuales ninguno dejó de pelear; se marchó al cuarto, y fue a Culuacan, que está a dos leguas. Le salieron al camino los de Xochmilco, mas él los castigó. Estaba Culuacan despoblada, como otros muchos lugares de la laguna; mas como pensaba poner por allí cerco a México, que hay legua y media de calzada, se estuvo dos días derrocando ídolos y mirando el sitio para el real y dónde poner los bergantines, que tuviesen buena guarida; dio vista a México con doscientos españoles y cinco de a caballo; combatió una trinchera, y aunque se la defendieron duramente, la ganó; mas le hirieron a muchos españoles. Se volvió, con tanto, para Tezcuco, porque ya había dado vuelta a la laguna y visto la disposición de la tierra. Tuvo otros encuentros con los de Culúa, donde murieron muchos indios de una y de otra parte; pero lo dicho es lo principal.
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El 17 de julio de 1936 se produjo el levantamiento de la guarnición militar de Melilla contra el gobierno republicano, declarando el estado de guerra en el Marruecos español. Un día más tarde, los generales Goded en Baleares y Franco en Canarias su suman al golpe de estado, tomando este último el mando del ejército en Marruecos. Simultáneamente, militares afines ideológicamente al levantamiento fascista imponen el control sobre ciudades como Sevilla, Pamplona, Cádiz, Oviedo o Zaragoza. El 6 de agosto, las tropas de Marruecos comandadas por Franco cruzan el estrecho de Gibraltar ayudadas por aviones alemanes, estableciéndose en Algeciras. El avance de los sublevados continúa imparable tomando Extremadura, Toledo, San Sebastián y llegando hasta las puertas de Madrid, fuertemente defendida por las tropas gubernamentales. Ante la presión, el gobierno republicano se ve obligado a trasladarse a Valencia. Málaga, tomada por soldados italianos, Bilbao, Santander y Gijón caen a lo largo de 1937, completando el dominio sublevado sobre la mitad occidental del país. Tras esto, Franco proyecta la ruptura de las comunicaciones entre Cataluña, por un lado, y Valencia y Madrid, por otro, mediante una ofensiva sobre las líneas republicanas en el Ebro y el avance hacia el Mediterráneo. Así, el 23 de junio de 1938 los sublevados llegan a Castellón, partiendo en dos el territorio republicano. Aislada Cataluña de Valencia y Madrid, las tropas republicanas inician la ofensiva del Ebro, con el objetivo de distraer la atención de los ejércitos de Franco que se dirigen hacia Valencia. Las fuerzas republicanas se componen de las divisiones 44, 3, 42 y 35, en el área norte, de la 11 y la 46, en la zona central, y la 45, 135 y 151 por el sur. Enfrente, las divisiones franquistas 13, 50 y 105 respectivamente protegen la otra orilla del Ebro de sur a norte. Con el general Juan Modesto al frente, 80.000 hombres escasamente provistos, protegidos por 100 cazas suministrados por la Unión Soviética, comenzaron una ofensiva sobre un frente de 65 kilómetros entre Mequinenza y Amposta. La batalla comenzó a las 0,15 horas del día 25 de julio, franqueando el río Ebro en todo tipo de embarcaciones y por tres flancos diferentes. Por la zona norte, en el sector entre Mequinenza y Fayón, la 42 división republicana cruzó el río con 9.500 hombres, estableciendo un frente avanzado inicialmente exitoso. La contraofensiva de los sublevados durante los días 1, 2 y 3 de agosto dio lugar a una lucha encarnizada con constantes avances y retiradas. El 6 de agosto, 3.500 soldados republicanos se vieron obligados a volver a cruzar el río en retirada. En el frente sur, el avance republicano se vio rápidamente frenado por las defensas franquistas, siendo obligado a replegarse no sin contar con un gran número de bajas. En el sector central, entre Ribarroja y Benifallet, el avance republicano supuso un éxito inicial. Las tropas avanzaron rápidamente, logrando en dos días un importante avance de 50 km. en las líneas enemigas. Tomaron Ascó, Flix, Mora de Ebro, Pinell, Bot, La Fatarella y Corbera y consiguieron llegar a las cercanía de la Pobla de Masaluca, Villalva de los Arcos y Gandesa, pueblo de gran valor estratégico. Sin embargo, en Gandesa se producirá el inicio del contraataque franquista, a base de constantes bombardeos aéreos a cargo de la aviación alemana y un permanente castigo artillero. Más de mil toneladas de explosivos cayeron sobre las líneas republicanas, que hubieron de replegarse con el río a sus espaldas. La apertura de los embalses subió el nivel de las aguas, lo que hacía aun más penosa la retirada. Hasta primeros de agosto, los enfrentamientos se caracterizaron por su ferocidad. En Pinell de Brai, en la cota 705, el 10 de agosto se libraron violentos combates entre las tropas republicanas, bajo el mando de Líster, y las franquistas, que acabaron cinco días después por agotamiento de ambos contendientes. El momento del relevo de la 11 división republicana por la 35 división internacional fue aprovechado por el 5? de regulares de Ceuta para finalmente ocupar la cota de manera definitiva en la tarde del 14 de agosto. El 19 de agosto, una nueva ofensiva franquista tuvo lugar entre Villalba de los Arcos y Corbera. La cota 481, un promontorio estratégicamente situado, se convirtió en el escenario de cruentos combates. Defendida por tropas republicanas de la 3? división, el ataque lo inició el Tercio de Requetés de Nuestra Señora de Montserrat, que debía ser apoyado en un movimiento envolvente por los Batallones B de Ceuta y Bailén. Sin embargo, el apoyo esperado no se produjo y el Tercio emprendió el ataque en solitario, siendo repelido por las defensas republicanas. Al día siguiente, las tropas franquistas consiguieron vencer la oposición y conquistar la cota 481. Entre septiembre y octubre de 1938, aun se combatió entre Gandesa, Villalba de los Arcos y Corbera del Ebro. La artillería y la aviación franquistas soltaron miles de toneladas de bombas sobre la línea de frente republicano, permitiendo un muy lento avance de las tropas. Finalmente, el 15 de noviembre, los escasos efectivos del XV Ejército republicano hubieron de volver a cruzar el Ebro, esta vez en retirada, a la altura de Flix. Atrás quedaba una batalla de 116 días con un balance de 100.000 muertos entre ambos bandos. La batalla del Ebro fue la última ofensiva republicana. Tras su pérdida, la guerra se convirtió en un constante repliegue de los diezmados ejércitos gubernamentales, permitiendo el avance de los sublevados hacia Barcelona y Madrid. El 10 de febrero Cataluña quedará definitivamente ocupada, mientras que Madrid caerá el 28 de marzo de 1939. Franco ha ganado la Guerra Civil y con él los totalitarismos continúan su avance en Europa.
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A lo largo de los meses empleados en la ofensiva del Maestrazgo el Ejército Popular pudo reconstruir su organización y sus efectivos, cuando meses antes estaba a punto del colapso; incluso estuvo en condiciones de iniciar alguna modesta ofensiva que demostró su "inconsistencia" pero que demostró, al mismo tiempo, su deseo de resistir. La reconstrucción de los efectivos se hizo apelando a nuevos reemplazos que iban desde la "quinta del biberón" con tan sólo dieciocho años hasta reservistas de cuarenta, incorporando en total 17 reemplazos frente a los tan sólo 12 de Franco; por supuesto, esto contribuye a explicar las limitaciones en cuanto a calidad de esas tropas. Por otro lado, el Ejército del Ebro fue reconstruido a partir de la voluntad de una estricta disciplina que, en las circunstancias del momento, debía ser fundamentalmente política: como señaló Azaña, "casi todo el Ejército del Ebro es comunista; hay una especie de disciplina interior en cada unidad". Así era, en efecto: la jefatura del Ejército (Modesto), la de sus tres cuerpos y de la mayor parte de sus divisiones y brigadas y la totalidad del comisariado tenía esta adscripción ideológica, sobre la que es preciso advertir su vinculación con la disciplina para apreciar su correcta significación. El general Rojo, que no había tardado más de dos semanas después de la llegada del adversario al mar en elaborar un nuevo plan de actuación, fue el autor de la nueva iniciativa táctica. El propósito no era tan ambicioso como tratar de recuperar la comunicación entre las dos zonas en las que había quedado dividido el Frente Popular, sino tan sólo paralizar la ofensiva adversaria hacia Valencia y ganar tiempo en la conciencia de que la mayor parte de los efectivos del Ejército Popular estaban en la zona Centro. Como en Teruel, la forma de actuación consistió en emprender una ofensiva y no una defensiva de retroceso escalonado como la que Miaja había llevado a cabo en el Maestrazgo. El 24 de julio de 1938 el Ejército Popular cruzó el río Ebro, que formaba la divisoria entre los dos bandos frente a Gandesa, en media docena de puntos. La idea de los atacantes consistía en evitar que el adversario se apercibiera de cuál era exactamente la penetración principal. Todos estos ataques, excepto el de Amposta, fructificaron; en tan sólo un día cruzaron el río tres divisiones y elementos de otras tantas en una maniobra calificada de "brillantísima" y a la que Negrín calificó de "fantástica". Rojo emplea para definirla adjetivos que deben ser recordados porque resultan por completo ciertos: fue un éxito, "fulminante, concreto, insospechado e indiscutible". La verdad es que el adversario esperaba este ataque, pero no la magnitud que tuvo y ello pudo haberle hecho recurrir inmediatamente a enviar refuerzos que quedaron rápidamente eliminados. La penetración del Ejército Popular supuso la desaparición del frente en 70 kilómetros, pero, hecha por la infantería durante la noche, careció de profundidad suficiente porque no fue posible el uso de la artillería o los carros ni tampoco de la aviación. Aunque el éxito fuera considerable y el rigor técnico de la ejecución evidente, mayor que en ninguna otra ofensiva anterior, el Ejército Popular no llegó a tomar Gandesa y, como siempre, su impulso ofensivo se agotó en tan sólo unos días. Lo sorprendente no es eso sino que, una vez más, con su "determinación cazurra" (Salas) Franco no dudara en acudir al terreno elegido por su adversario para emprender "una ciega lucha de carneros, mediante el enfrentamiento directo, golpeándose las respectivas cabezas hasta que se agotó el más débil". Fue, sin duda, la más sangrienta, larga y empeñada batalla de la guerra civil española pero también la más innecesaria y absurda. Incluso los jefes militares del adversario eran perfectamente conscientes de que Franco hubiera hecho mucho mejor en utilizar sus fuerzas en otro sitio, como, por ejemplo, al Norte en la dirección Lérida-Barcelona. Sin embargo, Tagüeña dice que en sus Memorias que, "conocida la mentalidad del adversario", no les podía extrañar que sacrificara a miles de partidarios en una lucha de directo enfrentamiento. Hubo generales franquistas, como Aranda, que se irritaron frente a esta simplicidad, pero, al mismo tiempo, una vez concluida la contienda, por mucho más simple que hubiera sido obtenida la victoria, la verdad es que el Ejército republicano no fue ya capaz de ofrecer resistencia al adversario una vez resuelta esta batalla. Entre los días 26 al 31 de julio el Ejército Popular fue detenido, mientras que Franco con su rapidez logística habitual concentraba sus tropas y recursos en el saliente formado por el ataque del enemigo y, sin considerar la posibilidad de atacar por otro lado, se decidía a enfrentarse con él allí mismo. El Ejército Popular se atrincheró en las tres sierras (Pandols, Cavalls y Fatarella) con la resuelta decisión de resistir al adversario. La historia de la batalla es sencilla de narrar teniendo en cuenta que se trató de ese enfrentamiento frontal. En los primeros días de agosto fue suprimido un entrante del frente cerca de Mequinenza. A mediados de mes, otro duro ataque en que se emplearon por los nacionalistas 170 bocas de fuego sólo logró un avance de 28 kilómetros. Las condiciones eran penosísimas para ambos bandos combatientes: las tropas del Ejército Popular debían resistir bajo cubierto el bombardeo de preparación del adversario, que cuando avanzaba debía servirse de alcanfor para no oler sus propios cadáveres. Fue esta situación de indecisión la que explica que durante meses fuera cierto el diagnóstico de Líster ("La ofensiva republicana en el Ebro mejoró grandemente la situación política y militar de la República") en cuanto que permitió a Negrín negociar una posible mediación, en un momento en que se ventilaba la crisis de Munich. Sólo en la tercera semana de octubre el Ejército de Franco, después de concentrar 500 bocas de fuego, asaltó la sierra de Cavalls, el centro de la defensa adversaria. En los primeros días de noviembre se produjo ya la definitiva ofensiva y a mediados de mes las tropas del Ejército Popular volvieron a la otra orilla. Fue la batalla más sangrienta de la guerra, que pudo causar de 60.000 a 700.000 bajas a cada bando y en que se impuso la superioridad de la aviación y artillería de los sublevados (en un solo día se hicieron casi 14.000 disparos). Todos los combatientes reconocen que, como dijo Franco, esta fue "la batalla más fea" de la guerra: en su propio bando Martínez Campos escribió que la batalla fue como "una cárcel o una checa", y Vigón, que "será la batalla que menos nos agradecerá España". El propio Franco justificó por la concentración de los efectivos adversarios su decisión de atacarle frontalmente, lo que desde un punto de vista táctico no resulta aceptable. Muy posiblemente, tampoco se entiende la resistencia a ultranza del Ejército Popular en la bolsa de Gandesa, de no ser por una situación internacional que parecía justificar su esperanza. Tras estos tres meses de lucha en los que había debido soportar hasta siete ofensivas adversarias, de vuelta a sus posiciones de partida, el Ejército Popular había quedado en una situación moral que resultaría ya irreversible en su conciencia de derrota. Como escribió el general Kindelán, la batalla del Ebro "acabó por decidir la guerra a favor de nuestro Ejército sin posible apelación". Es cierto que la actividad organizadora de Rojo consiguió la reconstrucción de la organización militar e incluso el establecimiento de cuatro líneas defensivas; al mismo tiempo volvió a imaginar la posibilidad de una operación militar en Extremadura ("plan P"), ahora con la variante de tratar de atraer las reservas del adversario hacia el Sur gracias a un desembarco en Motril, idea a la que acabó oponiéndose Miaja. De todos modos, la situación había cambiado de manera esencial porque la acumulación de derrotas había quebrado la voluntad de resistencia del Frente Popular, cuando en plena ofensiva del Ebro se había pensado seriamente en los medios internacionales, una vez más, que la guerra podía concluir en tablas. No sólo contaba esta última derrota sino también el efecto de los bombardeos sobre la población civil que a lo largo de la guerra causaron 5.000 muertos en Cataluña, principalmente a comienzos de 1938, una cifra muy superior a la que se produjo en 1937 en Guernica. La diferencia de medios entre los sublevados y los nacionalistas no había hecho otra cosa que aumentar. Como mínimo durante la batalla de Cataluña la superioridad atacante fue de 10 a siete en artillería y de cinco a tres en aviación; los últimos aprovisionamientos de material ruso llegaron a la frontera francesa en una fecha demasiado tardía como para que pudieran ser utilizados por el Ejército Popular. De todas maneras, lo sucedido en la batalla de Cataluña demuestra que la razón esencial de la derrota de los republicanos radica mucho más en factores morales que en otros propiamente militares. La ofensiva se inició el día anterior a Navidad, en dos puntos: al Norte, junto a Artesa de Segre, que resistió mejor, y más al Sur, cerca de Borjas Blancas, en donde después de quince días de feroz combate se abrió una brecha amplia y profunda que dejó prácticamente liquidado al Ejército del Ebro el cual no pudo hacer en lo sucesivo otra cosa que retirarse. Lo hizo, además, en forma de desbandada, "una de las muchas que debimos presenciar", en palabras de Rojo. En efecto, hubo unidades enteras de tipo brigada que se diluyeron en contacto con el enemigo y se produjeron casos de pánico cuando el adversario estaba todavía a 50 kilómetros. En estas condiciones la campaña de Cataluña no fue otra cosa que una gigantesca explotación del éxito. En pocos días las tropas de Franco habían conquistado 7.000 kilómetros prosiguiendo desde el Sur su avance hacia la frontera francesa. A mediados de enero fue tomada Tarragona. Hubo todavía algún esfuerzo voluntarista de convertir a Barcelona en una segunda edición de la defensa de Madrid, pero había una diferencia esencial en el espíritu de los que resistían en una y otra ocasión; como luego escribió Rojo, en enero de 1939, "notábamos la falta de lo esencial... el apoyo y la colaboración de la retaguardia". El 26 de ese mes se produjo la entrada de las tropas de Franco en Barcelona sin resistencia alguna; sólo tres días antes las autoridades republicanas habían decidido la proclamación del estado de guerra. En su camino hacia la frontera buena parte de los dirigentes republicanos daban ya por inevitable la derrota, que alimentaría, además, el enfrentamiento entre ellos. Un total de algo más de medio millón de personas cruzaron la frontera. Buena parte de ellas no volverían a hacerlo en sentido inverso. Por tanto, de nada sirvió que el Ejército Popular tratara ahora, en esta fase final, de tomar la iniciativa en otros sectores. "El del Sur había sido la cenicienta de los frentes", escribió con razón Antonio Cordón. Antes, sin embargo, lo habían hecho sus adversarios. La verdad es que la especial contextura del frente en esa zona geográfica daba pie a que se tomaran iniciativas ofensivas: había amplias soluciones de continuidad entre las posiciones defensivas que, por uno y otro bando, no podían ser consideradas más que como una línea de vigilancia. En la primavera de 1938 Queipo de Llano solicitó de Franco tomar la iniciativa para estrangular la bolsa de Mérida, de más de 3.000 kilómetros de terreno quebradizo e irregular, que formaba una especie de pronunciado saliente gracias al cual el Ejército republicano podía tener la perspectiva de cortar en dos la zona sublevada. Las operaciones se llevaron a cabo durante la batalla del Ebro de una manera un tanto lenta que es prueba de la insuficiencia de recursos por parte de los atacantes. El Ejército Popular, en cambio, tomó la iniciativa en el momento de la campaña de Cataluña atacando en dirección a Pozoblanco. En un principio la ruptura del frente pudo parecer tener como consecuencia un derrumbamiento, pero al final el ataque concluyó de manera parecida a los de Brunete o Belchite: los atacantes penetraron hasta 40 kilómetros pero los bordes de la bolsa que produjeron en el frente adversario permanecieron firmes. La batalla no fue, por ello, más que una incidencia que no tuvo otro efecto que distraer una parte de la aviación republicana en el frente del Sur, aumentando por tanto la superioridad de Franco en su avance hacia la frontera. Éste, en fin, no hubiera sido imaginable de no ser porque también las circunstancias internacionales se habían hecho definitivamente favorables a los que serían vencedores en la guerra.
contexto
Tras el asesinato de su padre, Filipo II, en 336 a.C., Alejandro III decidió continuar con la expedición persa que aquel había planificado e incluso iniciado, mediante el envío de una vanguardia al otro lado del Egeo, tropas que fueron recibidas como liberadoras por las ciudades griegas de Jonia. Pero antes hubo de asegurar su retaguardia por medios extremadamente violentos: frente a los bárbaros tracios, al noreste, realizó una rápida campaña militar; en su propia corte, llevó a cabo unas cuantas ejecuciones de posibles pretendientes. Frente a las revoltosas ciudades griegas, que todavía querían preservar su vieja independencia y no habían aprendido la lección que su padre y él mismo les habían dado en Queronea (338 a.C.), dio ejemplo arrasando hasta sus cimientos la ilustre Tebas y vendiendo a sus habitantes como esclavos. El campeón de la civilizada Hélade frente a los bárbaros persas había de comenzar su reinado masacrando griegos aunque, eso sí, demostrara su amor por la cultura respetando la casa del poeta Píndaro... Asegurada la retaguardia, tanto en su propio reino como en las ciudades de Grecia, Alejandro cruzó el Helesponto con 32.000 infantes y 5.100 jinetes que se unirían a los 8.000 infantes que su padre ya había enviado. El macedonio realizó el cruce sin ser molestado por la poderosa flota persa-fenicia, que sin embargo marcaría buena parte de su estrategia inicial. En efecto, si las bases navales en las costas de Fenicia permanecían leales al Gran Rey, los persas podrían en cualquier momento cortar las comunicaciones de Alejandro con Macedonia e impedir la llegada de los imprescindibles refuerzos. De este modo, el rey parece haber decidido pronto que era prioritario asegurarse la costa levantina y someter Egipto antes de adentrarse en Mesopotamia... Pero todo eso es adelantar acontecimientos, porque un primer ejército provincial persa esperaba a los macedonios en la ribera del río Gránico, cerca del Helesponto, en la esquina noroeste de Anatolia: los persas bloqueaban así el acceso a Zelea, su principal base en el acceso al interior de Anatolia. Era la primera prueba, la primera vez en que un ejército heleno tomaba decididamente la ofensiva estratégica contra el imponente Estado persa; si fallaba ahora, Alejandro posiblemente habría de renunciar a su empeño. Era el mes de junio del año 334 a.C., y el joven rey acababa de visitar ante Troya la tumba de su supuesto antecesor, Aquiles... todo un presagio de lo por venir.
obra
El papa Clemente VII encargará a Giulio Romano la última Estancia de Constantino, donde pintó la Batalla del Puente Milvio, de copiosa figuración que se beneficia de la leonardesca Batalla de Anghiari. El episodio bélico tuvo lugar en las puertas de Roma; Constantino, con el signo de Cristo que había obligado a grabar en los escudos de sus soldados, venció a Majencio el 28 de octubre del año 312. Esta victoria suponía el anuncio del privilegio concedido al Cristianismo en relación a las otras confesiones profesadas en el Imperio Romano por medio de la promulgación del Edicto de Milán en 313. La Donación de Roma es su compañero.