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Pacheco fue un conocido teórico del arte en la Sevilla del Siglo de Oro. Obra de su taller, que hoy día se recuerda menos que su labor intelectual, es esta Santa Inés que se exhibe en el Museo del Prado. Se trata de una santa virgen martirizada por los romanos. Todos estos datos los podemos entresacar a partir de los atributos que caracterizan la imagen: su santidad queda puesta de manifiesto con la aureola que rodea su cabeza. La virginidad está simbolizada en la corona de oro y piedras preciosas. El hecho de haber sido martirizada lo conocemos por la hoja de palma que lleva en las manos: la palma es el signo de los que han muerto bajo suplicio por Cristo. Un último símbolo lo constituye el corderito que abraza, símbolo de la pureza y del triunfo de la vida sobre la muerte. Por ello se asocia tradicionalmente a Cristo. En latín, cordero es "agnus" de donde proviene el nombre de Inés ("agnes"). La pintura tiene rastros del recién finalizado Manierismo sevillano, que su autor combina con la avanzadilla del Barroco. El formato es muy vertical, por lo que la santa se adecua perfectamente al espacio longitudinal. Está captada desde un punto de vista bajo, lo que le dota de cierta monumentalidad al tiempo que baja mucho la línea de horizonte. Este recurso resalta el cuerpo de la joven contra un fondo azulado de cielo y nubes.
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La santa es compañera de Santa Catalina y otros dos mártires. Es igualmente una obra de mediocre factura, realizada por el taller. Las características de la misma se resumen en el comentario a Santa Catalina, por lo que a él dirigimos a los interesados.
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Tomando en consideración los diferentes elementos técnicos y estilísticos, esta pintura de altar puede datarse en torno a 1620. Aunque las circunstancias de su elaboración no están claras, parece ser que perteneció a la colección del Cardenal Francesco Barberini, quien lo envió como presente a Inglaterra para los Duques de York hacia 1660. Estilísticamente es un bello exponente del llamado "clasicismo boloñés", impulsado por el maduro Annibale Carracci. De este modo, esta pintura, relacionable con la Virgen del Rosario y el Martirio de Santa Inés, que realizó también el Domenichino como pinturas de altar, refleja el influjo decisivo de la escuela de los Carracci durante su estancia en Bolonia hasta su tercera visita a Roma en 1621. Su colorido armonioso y su perfección en el dibujo, en la pureza de líneas, así como la actitud de la santa nos llevan a Rafael, con cuya Santa Cecilia con cuatro santos, pintada para un mecenas boloñés, presenta grandes similitudes. El bajorrelieve de la izquierda, tras el ángel, representa el mundo pagano y sus dioses, a los que se ofrece un sacrificio, y a los que la santa de Palermo se negó a adorar, lo cual fue causa de su martirio en el año 303. El cordero es un atributo propio de Santa Inés. El ángel que corona a la santa parece tomado de la obra de Tiziano, en especial de la Ofrenda a Venus, hoy en el Museo del Prado.
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Una de las iconografía más queridas por Ribera sería el martirio de San Sebastián. Tras la tortura, las santas mujeres -entre las que se encontraba santa Irene- curaron al santo. En este excepcional dibujo el maestro valenciano ha captado la figura de la santa con una fuerza expresiva difícil de superar, empleado un acusado naturalismo en su rostro, manos y telas, sugiriendo incluso sus texturas. El sombreado suave y continuo en algunas zonas alterna con fuertes trazos en zigzag en otras, consiguiendo de esta manera un acentuado claroscuro que corresponde a la influencia de Caravaggio. Incluso se especula que se trata de una copia directamente del natural que después se habría adaptado a la figura de la santa. Los trazos seguros y firmes con los que consigue dotar de volumetría y expresividad a la santa denotan la elevada capacidad de Ribera en este arte.
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En los años finales del siglo XVIII Goya recibió el encargo de realizar tres lienzos destinados a los retablos de la iglesia de San Fernando en Monte Torrero, a las afueras de Zaragoza. Por la obra recibió 30.000 reales pero desgraciadamente no queda ningún resto de los lienzos, desaparecidos durante la Guerra de la Independencia. Sólo tenemos los bocetos preparatorios que ejecutó el maestro, auténticos "borrones" por su pincelada vigorosa y libre. Santa Isabel curando a una enferma narra un episodio de la vida de la infanta de Aragón y reina de Portugal, nacida en Zaragoza en 1271. La santa y piadosa reina está curando el pie de una enferma que milagrosamente sanaría. La mujer viste un escotado traje que permite contemplar sus desnudos senos, lo que provocó el escándalo en la ciudad, exigiéndola Goya que adecentara la figura; no existe documentación que pruebe que el artista se desplazara a Zaragoza para cubrir los senos de la enferma. La libertad pictórica del maestro en esta escena la acerca a los Caprichos realizados en estas fechas, a pesar de encontrarnos ante un boceto inicial. Luces, colores y composición atestiguan la grandeza de Goya, envidiado por todos los demás pintores de la corte. San Hermenegildo en la prisión acompañaba a este lienzo en la decoración.
Personaje Religioso
Princesa húngara,hija del rey de Hungría Andrés II, casó a los 14 años con Luis, hijo del landgrave de Turingia. Se casó con Luis IV de Turingia y Hesse y al quedar viuda en 1227, tomó los hábitos de monja terciaria franciscana y se retiró al hospital que ella misma había construido. Dedicó el resto de sus días a la realización de obras de caridad en la ciudad de Marburgo.
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La iglesia de la Caridad de Sevilla se convertirá en el interior más deslumbrante de todo el Barroco español gracias a don Miguel de Mañara, artífice de la decoración. Para ello contó con los mejores artistas del momento, eligiendo a los pintores Valdés Leal y Murillo para realizar los cuadros que decoraban el templo. Murillo se encargo de realizar seis obras -la Curación del paralítico o el Regreso del hijo pródigo- que narran las alegorías de las obras de Misericordia, complementadas con la séptima -"Enterrar a los muertos"- que estaba realizada en escultura y se sitúa en el retablo mayor gracias a la obra de Pedro Roldán. Mañara también encargó a Murillo la realización de dos obras donde se recogieran dos ejercicios caritativos que debían cumplir los miembros de la Hermandad. Una de ellas es asistir a los enfermos durante su curación y darles de comer como se recoge perfectamente en esta obra que contemplamos protagonizada por santa Isabel de Hungría. Santa Isabel era hija de rey Andrés II de Hungría. Se casó con Luis IV de Turingia y a la muerte de su esposo en 1227 decidió llevar una vida ascética, dedicándose a realizar obras de beneficencia. Para ello construyó un hospital para pobres y leprosos en Marburgo, atendiendo personalmente a los enfermos. En 1228 tomó el hábito de terciaria franciscana, convirtiéndose en su patrona. En 1235 fue canonizada por Gregorio IX. Murillo presenta a la santa rodeada de leprosos a los que cura con sus propias manos. Los enfermos están representados con absoluto realismo, apreciándose incluso sus padecimientos y dolores. La santa lava la cabeza de un joven asistida por varias damas que visten elegantes trajes, contrastando con la pobreza de los ropajes de los tiñosos. Tras ellas se contemplan las lentes redondas de una mujer. La escena se desarrolla ante una monumental arquitectura como era habitual en esos momentos -véase la serie del Hijo pródigo- creando una composición piramidal que tiene como eje a santa Isabel. La luz dorada baña todos los personajes para crear una atractiva sensación atmosférica que diluye los contornos pero no omite ninguno de los detalles como las calidades de las telas o los reflejos en la palangana de metal. Al fondo, teniendo como escenario un espectacular pórtico, contemplamos una segunda escena en la que se representa a santa Isabel dando de comer a los pobres, segunda parte del ejercicio caritativo entre los hermanos de la Caridad, de los que Murillo era miembro desde 1665.
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Una de las imágenes más bellas pintadas por Zurbarán es la Santa Isabel de Portugal, identificada tradicionalmente como Santa Casilda, que presumiblemente formaría parte de una serie de vírgenes mártires realizadas por el pintor tras regresar a Sevilla después de haber triunfado en Madrid con la Defensa de Cádiz y las escenas de Hércules. Se ha sugerido que este tipo de lienzos pudieran representar retratos "a lo divino", es decir, damas de la aristocracia que aparecen con los atributos de las santas de su mismo nombre, algo que, si bien no es aplicable a todas las santas zurbaranescas, sería posible en este caso, dada la individualización de los rasgos del rostro. Santa Isabel, hija del rey Pedro III, nació en Aragón en 1271 y se casó con el rey Dionisio de Portugal. Imitando a su antepasada, Isabel de Hungría, practicaba la caridad, y un día que llevaba dinero disimulado entre sus ropas destinado a este fin, la sorprendió su esposo, quien le había prohibido dar limosnas. Ella le dijo que llevaba rosas, y cuando se las mostró, el dinero se había transformado milagrosamente en rosas. Zurbarán la representa con la mayor riqueza posible en el traje, dando la impresión de ser más una muchacha noble de la Sevilla del siglo XVII que una mártir. Dentro de la filosofía naturalista se incluía el representar las escenas con el mayor realismo posible como si fuesen imágenes del momento. El lujo del vestido se ve mucho más marcado por el halo de luz procedente de la izquierda que impacta de lleno en la figura, potenciando los verdes y amarillos y dejando una zona en semipenumbra. Los pliegues del traje son dignos de mención, obtenidos con una pincelada delicada y minuciosa y un preciso dibujo. El detalle del collar de perlas acentúa aún más el lujo de la joven santa. La figura de cuerpo entero se recorta sobre un fondo neutro para dar mayor sensación volumétrica.
Personaje Religioso
Esposa del rey Dionís e hija de Pedro III de Aragón, fue una mujer de gran devoción. Fundó en Coimbra un monasterio de clarisas, al que se retiró a la muerte de su esposo .