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Según los estudiosos, este cuadro con un hermoso paisaje romano no reproduce ningún episodio concreto de la vida del filósofo griego Diógenes, sino tan sólo una célebre frase suya: al parecer, el filósofo se había parado a beber de un río, cuando se le rompió la vasija. Junto a él, un joven muchacho bebía haciendo cazoleta con la mano, por lo que Diógenes exclamó "este niño está simplemente más vivo que yo". Sin embargo, el ambiente en el que se desarrolla la escena contradice la biografía del griego, puesto que pueden identificarse los edificios del fondo como pertenecientes a la ciudadela del Vaticano, concretamente el palacio del Belvedere. Parece que el paisaje es una petición del cliente de Poussin, que probablemente vivía en Roma.
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El cielo es el principal órgano del sentimiento, la clave del estado de ánimo que suscita un paisaje" escribió Constable y por eso se dedicó a realizar numerosos bocetos de paisajes donde el cielo es el principal protagonista, como éste que contemplamos. No olvidemos la admiración que despertaban en el maestro los pintores del barroco holandés, cuyos trabajos también presentan amplios espacios celestes. Sin embargo, el arco iris parece quitar relevancia al cielo, convirtiéndose también en un elemento muy querido por el pintor, como se observa en la Catedral de Salisbury desde los prados. El boceto fue realizado el 28 de julio de 1812, fecha que aparece escrita en la zona superior izquierda, una época en la que Constable se dedicó especialmente a realizar bocetos lo que le llevaría a reconocer su verdadera vocación como pintor de paisajes -hasta ahora se había dedicado especialmente al retrato e incluso a la pintura religiosa, sin renunciar a dibujar casas de campo y bosques que también representaría en acuarelas-. La pincelada rápida y empastada y la libertad de ejecución serán habituales de una obra preparatoria, mientras que sus trabajos definitivos gozarán de detallismo y minuciosidad para alcanzar el naturalismo que buscaba.
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Poussin es, sin duda, el máximo exponente del paisaje clásico junto con Claudio de Lorena. Sin embargo, frente a la naturaleza vaporosa del pintor lorenés, plena de fenómenos atmosféricos, el paisaje en Poussin es un acto de idealización. El artista retorna a la Antigüedad en busca de la belleza clara, sencilla, llena de piedad y devoción por la naturaleza. Desea, de este modo, comunicar la armonía de las cosas. Fiel reflejo de esta concepción un tanto panteísta de Poussin es esta obra de 1659, una de las obras maestras de su madurez.
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Vincent pasará casi dos años en La Haya junto a Sien Hoornik, una prostituta embarazada que tiene ya una niña. Los primeros momentos de felicidad dejan paso a una tensión que se pone de manifiesto en el verano de 1883 cuando Van Gogh baraja la posibilidad de abandonar a la mujer. Sus padres no estaban de acuerdo con la relación y respiraron tranquilos cuando recibieron noticias de la ruptura. En estos momentos, Vincent encontrará en la naturaleza su vía de escape, tomando numerosos paisajes del natural como las Casas de campo o esta vista de las cercanías de La Haya dominada por la intensidad del cielo nuboso. La relación de estas obras con la Escuela de La Haya e indirectamente con el Barroco Holandés es manifiesta, aun cuando el joven artista esté dando sus primeros pasos. Las tonalidades oscuras dominan la composición, ocupando el cielo las dos terceras partes del lienzo, creándose un intenso contraste entre el azul y el verde. Las nubes parecen moverse, otorgando un dinamismo a la escena que eleva su realidad. El color ha sido aplicado con pinceladas largas y seguras, sin detenerse en detalles superfluos para captar una sensación ambiental y lumínica de gran belleza.
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Tras tomar contacto con la Escuela de La Haya a través de su tío Anton Mauve, Vincent sintió admiración por el paisaje. Sus primeros cuadros con esta temática datan del verano de 1882 cuando el joven pintor se sintió atraído por el color como se pone de manifiesto en esta obra o en Playa de Scheveningen. Las tonalidades amarillentas van haciéndose paso ante el verde y el marrón, aplicando el color con soltura y de una manera empastada que parece transmitir los sentimientos del artista.
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Habitualmente Rubens utilizaba para la ejecución de paisajes a especialistas en esta temática como Fran Snyders o Lucas van Ulden. Pero el hecho de que empleara un especialista para los fondos de paisaje no quiere decir que él no estuviera capacitado para trabajar en esta temática, como podemos observar en el amplio número de cuadros de paisajes que se conservan de su mano, especialmente en la última década de su vida. El Carro de piedras, el Paisaje con Filemón y Baucis o el Castillo de Steen son buenos ejemplos de su maestría a la hora de tratar la naturaleza, tomando retazos de ella directamente del natural como podemos observar en este dibujo conservado en el Museo del Louvre. Como corresponde a su estilo, Rubens nos presenta una escena cargada de dinamismo y tensión, sin renunciar al equilibrio al disponer los dos troncos del árbol de manera casi simétrica, recordando a los brazos en V del Cristo crucificado. El maestro traduce los elementos dramáticos y poéticos de la naturaleza empleando toques rápidos de tiza negra, reforzados por los trazos incisivos de la pluma, con una fuerza vital que recuerda los cuadernos de dibujo de Leonardo.