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En la década de 1880 Cézanne se encuentra en un momento de búsqueda, tras su fracaso en la tercera exposición impresionista de 1877, segunda y última en la que él participaba. Las complicadas situaciones personales que tuvo que vivir en estos momentos, especialmente su definitiva ruptura con Zola tras la publicación de "La obra" en 1886, le llevarán a investigar desde diferentes temáticas, recurriendo una vez más a la naturaleza muerta como laboratorio. Su siguiente objetivo será recuperar la forma y el volumen a través del color, utilizando para ello los bodegones que tanto le interesaron en épocas anteriores. Cézanne nos presenta un gran plato de frutas sobre uno de sus habituales manteles plegados -algunas veces utilizaba yeso para sujetar los pliegues y evitar que perdieran la forma- acompañados de diversos recipientes, todo ello sobre una mesa de color claro. Los objetos están dispuestos sobre la mesa siguiendo un esquema triangular, haciendo el conjunto más monumental. El fondo se cierra con una cómoda y un biombo floreado en la zona de la izquierda. El maestro recurre a una perspectiva doble para presentar los diferentes elementos, mostrando la mesa y el plato de frutas desde una vista alzada mientras que el resto de la composición se ve de frente. Esta doble perspectiva era también utilizada por Degas y será una de las favoritas de Picasso, al igual que las distorsiones que se presentan como el diferente plano de la mesa cortada bajo el mantel. El color es aplicado de manera fluida, convirtiéndose en el vehículo gracias al que se obtienen las formas y los volúmenes -"la forma alcanza sólo su plenitud cuando el color posee mayor riqueza" llegó a decir-. Este afán constructivista convierte a Cézanne en el antecedente directo del cubismo.
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En el otoño de 1899 Cézanne se traslada a Aix donde permanecerá de manera ininterrumpida por un periodo de cinco años. El 25 de noviembre se vende el Jas de Bouffan -a pesar de los deseos contrarios del maestro- por 75.000 francos y Cézanne se traslada a un pequeño piso de la rue Boulegnon donde será cuidado por madame Bremond, su ama de llaves. En estos años pintará esta naturaleza muerta que contemplamos. Sobre una mesa podemos observar varios manteles blancos y dos platos que contienen naranjas y limones. Entre ellos se muestra una jarra floreada y diversas frutas fuera de los platos. Como si de un teatro se tratara, un grueso cortinaje rameado cierra la composición en el lateral izquierdo. La mesa se desarrolla en profundidad, utilizando el maestro varias perspectivas por lo que rompe con la perspectiva tradicional. Así la mesa y los platos se levantan para poder ser contemplados mejor mientras que el jarrón y algunas frutas son vistos de frente. Algunas de las líneas, especialmente de la mesa, se rompen de manera arbitraria debido a la ubicación de los manteles. Las formas redondeadas se adueñan de la composición, manifestando la tendencia del maestro por captar los volúmenes y las formas de todos los elementos que se encuentran en la escena, rompiendo de esta manera con la tendencia del impresionismo -especialmente Monet- más interesado en las luces y las atmósferas, aunque no renuncie a representar las sombras coloreadas como observamos en los manteles. Para ello apreciamos como las siluetas están definidas por una línea oscura, en sintonía con el sintetismo de Gauguin. Los colores serán los creadores de estas formas, aplicados de manera fluida, apreciándose en algunas zonas la pincelada en forma de facetas que caracterizará el cubismo.
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La cercanía a Rembrandt es bastante significativa en este bodegón al recurrir Van Gogh a unas iluminaciones y un empastamiento similar al maestro barroco. Vincent consideraba a las naturalezas muertas como temática fundamental para un artista en formación por lo que realizaría esta magnífica serie en el otoño de 1884. La potente luz resbala por los objetos, resaltando su volumetría, acentuada al recortarse sobre un fondo neutro. Las tonalidades oscuras presentes en esta etapa de Nuenen se acentúan en estos bodegones, creando intensos contrastes lumínicos y cromáticos.
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Las naturalezas muertas forman un importante grupo en la producción de Gauguin - véase Naturaleza muerta con jamón o con abanico -. En casi todas ellas hay referencias a Cézanne, uno de los artistas que más marcaron sus orígenes, especialmente en el tratamiento volumétrico de las frutas. Los elementos se depositan sobre un arcón, dispuestos encima de una tela azulada, destacando el cuchillo y el bol metálico por sus brillos. Gauguin recupera la iluminación que casi había perdido en obras anteriores debido a la influencia de la estampa japonesa, aplicando los toques de luz con una pincelada blanca, como se observa en la tela. Sin embargo, la planitud continúa presente a pesar de intentar conseguir efectos de profundidad.
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El embarazo de una joven campesina que posó para Vincent sirvió al sacerdote católico de Nuenen para prohibir a la comunidad posar para el joven artista. Al suprimirse tajantemente los modelos humanos pensó en realizar una serie de naturalezas muertas de la que forma parte este lienzo. La inspiración la buscó en el Barroco Holandés donde esta temática tuvo bastante éxito ya que la burguesía demandaba cuadros con estos asuntos. Vincent empleará los diferentes objetos que tenga a mano, trabajando en un estilo similar a la tradición. Las jarras de cerámica que observamos se ubican en un segundo plano mientras el primer término es para las dos calabazas, más iluminadas por el foco de luz procedente de la izquierda. Los brillos en las jarras refuerzan la iluminación, creando un acentuado contraste de claroscuro con el fondo. Interesado por perfeccionar su dibujo, Van Gogh se afana en la representación de todos los objetos con una pincelada más segura y firme que en obras anteriores, posiblemente para demostrar a sus vecinos su apego a las normas de la tradición e intentar eliminar ese aspecto de pintor revolucionario creado con la pintura de campesinos.