Desde su juventud se interesó Cézanne por la naturaleza muerta, tomando en un primer momento a Chardin como su principal fuente. Su evolución pictórica también afectará a esta temática, interesándose en primer lugar por los trabajos de Monet y Manet para después iniciar un camino particular definido por el empleo del color como vehículo para alcanzar la forma, que se estaba viendo abocada a desaparecer en los trabajos de sus amigos impresionistas. En la década de 1890 incorpora dos nuevos conceptos a sus naturalezas muertas: el lujo y el dinamismo que se resumen en estos cortinajes estampados que observamos sobre la mesa, resaltando las tonalidades de las frutas y de los objetos que las acompañan. Da la impresión de que el maestro de Aix deseara guardar todas las formas existentes en el limitado espacio de la tela. Las pinceladas son aplicadas de manera fluida, empleando tonalidades brillantes con las que cada una de las piezas parece adquirir autonomía y vida propia. Incluso algunas frutas parecen pegadas a la tela, convirtiéndose en el precedente más inmediato del cubismo.
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La vinculación de Vincent a la pintura holandesa se pone de manifiesto en esta composición donde encontramos indudables referencias al Barroco. Los objetos se ubican sobre una mesa cubierta con un mantel blanco que se convierte en dorado por efecto de la luz. La botella y los vasos con el oscuro vino se recortan sobre el fondo oscuro en un afán de dotar de mayor volumetría a los elementos mientras que el plato con el queso y el pan se proyectan hacia el exterior, especialmente el cuchillo. La fuerte iluminación empleada crea un acentuado contraste de claroscuro y dota de un mayor verismo a la composición. Quizá el conocimiento de Chardin e incluso de las naturalezas muertas de Manet llevaron a Vincent a tomar modelos antiguos para contrastar con el estilo francés.
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En la primavera de 1887 Vincent va a elaborar una serie de naturalezas muertas en las que observamos la evolución de su estilo debido al estrecho contacto con los pintores impresionistas y los jóvenes que pretendían superar ese estilo como Bernard o Gauguin. En estos bodegones plagados de color encontraremos una nueva influencia: la estampa japonesa que será para Van Gogh una de sus principales inspiraciones, llegando a ejecutar algunas Japonaiseries. En este caso, esa influencia oriental la hallamos en los papeles pintados del fondo, formando un entramado de líneas verticales que enmarcan los objetos de primer plano. En los limones y la botella apreciamos una referencia a Cèzanne al mostrarnos los objetos con gran volumetría, enmarcados por una línea finamente marcada. Respecto al color, encontramos alusiones a la teoría de los complementarios avanzada por Delacroix e impuesta entre los impresionistas. Así al amarillo de los limones le corresponden el azul verdoso y el rojo, resultando un conjunto de interesante armonía cromática. Los reflejos de los diferentes objetos se aprecian en la transparencia del vidrio, donde también podemos observar los diferentes toques de luz. Vincent está trabajando en distintos estilos para encontrar su forma personal de expresión, definida claramente por el color.
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Hasta sus últimos años Cézanne pintará de manera ininterrumpida naturalezas muertas, apreciándose en esta temática su evolución pictórica al tiempo que se manifiesta como un excelente campo de estudio en su experimentación en la relación entre el color y la forma y la articulación volumen-espacio. La fruta preferida del maestro de Aix será la manzana, convirtiéndose en un símbolo de su pintura. En esta ocasión nos encontramos con un plato rebosante de fruta, acompañado de un mantel y de dos botellas de diferentes tamaños. Los diversos elementos se sitúan sobre una mesa y ante una pared, eludiendo cualquier referencia espacial. Las frutas están vistas desde una perspectiva superior mientras que las botellas se ven de frente, siguiendo a Degas. Esta doble perspectiva será empleada años después por Picasso. Cézanne se interesa por resaltar las formas y la solidez de cada pieza de fruta, empleando la iluminación para destacar los volúmenes cóncavos y convexos. Será el color el vehículo utilizado para conseguir alcanzar la forma. Las pinceladas son fluidas, distribuyendo las diferentes tonalidades de manera uniforme.
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La principal diferencia entre los bodegones barrocos que sirven de inspiración a Vincent y las obras de la serie realizada en noviembre de 1884 la encontramos en el abocetamiento, abandonando Van Gogh la minuciosidad característica de los maestros antiguos para presentar una pincelada empastada que apenas se interesa en detalles. Los objetos reciben un potente foco de luz procedente de la izquierda que resalta sus volúmenes, dispuestos en diferentes planos para crear el efecto perspectívico. En este caso no renuncia al fondo, encontrándose referencias espaciales - la ventana por donde penetra la luz - que hacen más atractiva la imagen. Las tonalidades oscuras continúan dominando el conjunto, característica típica del periodo de Nuenen.
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A lo largo de toda su carrera Van Gogh ejecutará numerosas naturalezas muertas, siguiendo los ejemplos del Barroco Holandés que tanto admiró. Lógicamente, Vincent renueva la tradición al emplear unos objetos más modernos y una coloración más viva, especialmente en la etapa de Arles. La principal novedad con las obras ejecutadas en París - Jarrón con margaritas y anémonas - la encontramos en las tonalidades empleadas y en el dibujismo con el que muestra los diferentes objetos. Los elementos se depositan sobre una mesa cubierta con un mantel azul y se recortan ante un fondo verdoso. Cada uno de ellos está trazado con absoluta maestría, recordando las obras de Cèzanne interesado en recuperar la forma que estaba perdiendo el Impresionismo. Así los objetos se hacen tremendamente volumétricos, marcando incluso sus contornos con una línea oscura. La pincelada empastada del mantel contrasta con la minuciosidad de la cafetera o la jarra de cuadros en segundo término, resultando una obra sorprendentemente curiosa.
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Las naturalezas muertas serán una temática habitual en la pintura holandesa debido a la importante demanda de este tipo de asuntos por parte de la burguesía, dueña del poder político y económico desde el siglo XVI. Van Gogh retoma la tradición con la ejecución de una importante serie de bodegones ejecutada en septiembre de 1885 aportando novedades como el empleo de patatas por modelos u objetos cotidianos como sombreros, pipas o zuecos. Los objetos se ubican sobre una mesa, recibiendo un ligero foco de luz que apenas los destaca de la profunda oscuridad del fondo.
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Uno de los temas favoritos de Cézanne eran los bodegones, quizá por la riqueza volumétrica de los elementos que los integran. No debemos olvidar que algunos maestros impresionistas estaban abandonando las formas en sus cuadros de manera cada vez más descarada, interesándose exclusivamente por los efectos atmosféricos, como era el caso de Monet. Contra esa paulatina desaparición de forma y volumen reaccionarán algunos maestros, en especial Gauguin y Cézanne. Ambos deseaban recuperar conceptos clásicos para aportar un nuevo aire al movimiento, anticipando estilos más vanguardistas. Ese interés por el volumen, por la línea, se aprecia claramente en esta naturaleza muerta; sin embargo, Paul no deseaba dejar de lado el color, ya que "la forma alcanza sólo su plenitud cuando el color posee su mayor riqueza", mostrando una amplia variedad de tonalidades, del blanco al rosa pasando por el azul o el verde. La aplicación del color se realiza de manera rápida y contundente, apreciándose claramente en el lienzo los toques del pincel y de la espátula. Cézanne emplea una perspectiva fotográfica muy corriente entre sus contemporáneos, cortando los planos pictóricos para aportar mayor modernidad a sus obras.