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Intentando conquistar el éxito en el Salón de París tantas veces denegado, Manet envió en el año 1869 dos obras de claro carácter costumbrista: Almuerzo en el estudio y el Balcón. Con ellas obtuvo las consabidas críticas de los jurados, teniendo una amplia aceptación entre los artistas jóvenes. Para esta escena empleó a personas de su entorno como Berthe Morisot - también pintora, a la que conoció en el Louvre y que se convertiría en su cuñada - sentada y mirando a la calle; con una sombrilla aparece la violinista Fanny Claus, acompañante musical de su esposa, Suzanne Leenhoof; tras ellas vemos al pintor Antoine Guillemet fumando un cigarrillo; en la oscuridad, un joven - identificado con su hijo Léon Köella - lleva una bandeja con comida, repitiendo la misma figura de la obra Caballeros españoles. El Balcón debe mucho a la obra de Goya titulada Majas en el balcón, que vio Manet durante su estancia en Madrid. En ese viaje se relacionó con el pintor costumbrista madrileño Eugenio Lucas, uno de los pocos continuadores de la pintura de Goya y gran especialista en escenas de majas en un balcón. La obra goyesca era una clara alusión crítica al mundo de la prostitución, mientras que la de Manet es una imagen estrictamente moderna, sin ninguna otra pretensión. Al mezclar en la misma escena los conceptos de modernidad y tradición, el pintor francés sigue la línea trazada en sus primeros cuadros como el Bebedor de absenta. Los colores blancos contrastan con los negros, recurso que Manet repite de manera incesante en sus escenas. Sin embargo, se debe añadir aquí la aparición de una de las primeras muestras de la influencia del Impresionismo, al aplicar una tonalidad malva a las sombras que se producen en la parte baja de la composición, en perfecta sintonía con la decoración del macetero o las flores. La atracción por lo oriental también se encuentra presente en el rostro de la violinista, que parece inspirado en una estampa japonesa. Las tres figuras se recortan sobre un fondo neutro como medio de obtener mayor sensación volumétrica, acentuada al colocar a los personajes en planos paralelos que se alejan. La sensación atmosférica es un homenaje a Velázquez, empleando una pincelada vibrante como el sevillano en Las Meninas. Sin embargo, esa pincelada suelta no le impide interesarse por los detalles - el abanico, la sombrilla, el colgante - y en especial por la delicada transparencia de las mangas de los vestidos de las mujeres. Existe un boceto preparatorio de esta composición.
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Entre los primeros expresionistas se debe citar al noruego Munch que conocía la obra de Van Gogh y Gauguin, y que empezó a explorar las posibilidades del color violento y las distorsiones lineales para poder expresar las emociones más elementales de ansiedad, miedo, amor y odio. Con su angustia, fue el punto de partida de los expresionistas y ya en 1889 escribió algo que parece la divisa o el pistoletazo de salida: "Ya no debes pintar interiores con hombres leyendo y mujeres sentadas. Deben ser seres que respiren y sientan, que amen y sufran".
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Desde que Bernard y Van Gogh se conocieron en París mantuvieron un intenso contacto epistolar, contándose los progresos de cada uno. Esa estrecha relación influyó para que Vincent elaborara esta obra donde observamos cierto aspecto simbolista, especialmente por el color dorado de los sombreros de las jóvenes ante el inmenso campo. Al fondo contemplamos una hacienda junto a unos árboles, resultando todo el paisaje de los rápidos toques de color aplicados en el lienzo. Las líneas onduladas protagonizan una escena en la que apreciamos el color de la preparación, obteniendo una de las obras más curiosas de su etapa final.
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El mundo impresionista elige como temas de sus cuadros numerosos elementos de la vida cotidiana que rodeaba a los artistas, desde los lugares de diversión como Le Moulin de la Galette hasta carreras de caballos o imágenes más cargadas de intimismo como ésta. Dos burguesas adolescentes se afanan ante el piano, interpretando una la pieza y la otra cantando. Renoir parece introducirse en la sala donde se desarrolla la escena, dándonos la oportunidad de presenciar el "concierto". Los rostros de ambas figuras son de gran belleza, trazados con sobrada maestría. Siempre este artista hará gala de un sensacional dibujo, reaccionando de esta manera ante la pérdida de la forma que incluía el Impresionismo como se aprecia en las obras de Monet. Renoir zanjó tajantemente esta cuestión, interesándose por las figuras femeninas en diferentes actitudes. La sensación atmosférica creada, el rico color empleado y la soltura en la pincelada son elementos típicos del Impresionismo, aportando Pierre sus notas características, demostrando que dentro del movimiento cada miembro tenía total libertad. Las luces que penetran por la zona de la izquierda impactan en los vestidos de las adolescentes, resbalando por las telas para crear un efecto de delicada belleza. Destaca el jarrón sobre el piano, ejecutado con rápidas pinceladas, que otorga mayor riqueza al conjunto.
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Son numerosos en el catálogo de Fortuny los estudios anatómicos tanto de personajes europeos - véase el Desnudo - como orientales. Este joven árabe que contemplamos responde a las características generales de esos estudios donde la figura se sitúa en primer plano ante un fondo neutro, iluminado por un potente foco de luz que exalta la musculatura del personaje. El rostro del joven queda en penumbra, marcando sus rasgos orientales gracias a un seguro dibujo con el que define todos los contornos mientras que la pincelada rápida pero minuciosa a la vez nos muestra diferentes detalles de la chilaba que viste el muchacho. La sensación atmosférica conseguida gracias a la luz será otro de los más importantes logros de Fortuny.
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El tema que Carracci nos presenta en esta obra fue tratado por muchos otros artistas, como Murillo en España. Se trata de un ejercicio de perspectiva para ejercitar la mano del artista a la hora de trazar escorzos que deforman el cuerpo humano. Además, realiza todo un estudio de materiales, con los juegos de brillos y transparencias que provocan la vasija con el vino y la copa que deja ver las facciones del muchacho.
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Durante la estancia de Gauguin en Bretaña en 1888 se interesó especialmente por representar las figuras típicas del lugar. En esta escena el muchacho ha sido relegado a una esquina, acompañado por un ternero que no concluyó el artista. Gauguin le da más importancia al fondo de paisaje, que se convierte en el auténtico protagonista, ejecutándolo a través de líneas diagonales interrumpidas por la verticalidad de los árboles. El colorido de malvas, grises, verdes y rosas recuerda las primeras obras - véase Susana cosiendo - donde la impronta impresionista de Pissarro era muy fuerte, poniendo de manifiesto que Paul aún no ha escogido un camino concreto, experimentando en diferentes direcciones.
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Las frecuentes visitas de Manet al Museo del Louvre, recomendadas por su maestro Couture, para copiar a los maestros antiguos, motivaron su admiración por la pintura del Barroco, especialmente el español y el holandés. En esta bella estampa toma como referencia las escenas del costumbrismo barroco holandés e incluso las primeras obras de Caravagggio. El joven se apoya en un muro de piedra - sobre el que Manet ha grabado su nombre a modo de firma - y sujeta entre sus manos un montón de cerezas, algunas de las cuales se caen hacia el suelo, dando la impresión de que se pueden coger. De esta manera pone en contacto a quien contempla la escena con la imagen en sí, recurso muy habitual en la pintura barroca. Manet empleó como modelo a un joven de familia pobre llamado Alexandre, que solía ayudarle en el estudio. Un día, cuando contaba con quince años, se suicidó, ahorcándose en el taller del artista, que descubrió la macabra escena. Baudelaire llegó a escribir un poema sobre lo acontecido en el taller de Manet. En el estudio de Couture, Manet aprendió una sólida base de dibujo que será una pauta en común a toda su obra. En estas primeras escenas se entusiasme con el abocetamiento, aunque hay muestras claras de dibujismo en las manos y en el sonriente rostro del muchacho. Los tonos oscuros son típicos de estas primeras obras de Manet, recogiendo su interés por el Siglo de Oro español. El recuerdo de Rembrandt y Frans Hals también está presente en esta imagen, que parece sacada de una estampa del XVII.