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Si sobre la autoría de este lienzo no existe ninguna duda, sí encontramos mayor controversia sobre la identidad de su protagonista. La muchacha se presenta elegantemente ataviada con un vestido blanco, portando un elegante collar y pendientes de perlas y llevando en su mano derecha un abanico. Recorta su figura ante un oscuro fondo neutro y recibe un potente haz de luz que resbala por las sedas del vestido, interesándose el maestro en resaltar los detalles más que en la captación psicológica de su modelo.La muchacha ha sido identificada con Lavinia, la hija favorita de Tiziano y posiblemente protagonista también de otras obras, como la Salomé del Prado o la Muchacha con un plato de frutas de Berlín. Lavinia se casó en 1555 con Cornelio Sarcinelli, sumiendo a su padre en una etapa depresiva. Falleció 6 años después, posiblemente de sobreparto.
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<p>Esta figura femenina que contemplamos está pintada por algún miembro del círculo de Vermeer. Puede integrarse en el grupo de retratos anónimos -junto a la Cabeza de muchacha y la Muchacha con el pendiente de perla- o bien en las escenas dedicadas a la música como el Concierto o Mujer tocando una guitarra. La muchacha apoya su brazo derecho en una estrecha mesa, similar al antepecho que empleó Tiziano en su Ariosto y que Vermeer también utilizaría en la Muchacha con sombrero rojo. Sostiene una flauta y dirige su mirada hacia el espectador, con la boca abierta, como si estuviera hablando con nosotros. El empleo de una potente iluminación provoca intensos contrastes de claroscuro, recordando a Caravaggio. La aplicación del color se realiza de manera "puntillista", repartiendo de forma chispeante la luz por la limitada superficie del lienzo, considerando algunos expertos que se debe al empleo de la cámara oscura. Al sostener una flauta algunos especialistas consideran que nos encontramos con una simbología erótica, al representar la flauta la sensualidad y estar dedicada al culto a Baco. Por lo tanto, nos encontraríamos ante un ejemplo de la dualidad entre virtud y vicio habitual en la pintura del Renacimiento y del Barroco.</p>
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Si la mayoría de las escenas populares pintadas por Murillo están protagonizadas por niños -véase la Invitación al juego de pelota a pala o Tres muchachos- en algunas ocasiones también emplea como modelos a muchachas, como en esta ocasión, tratándose de una de las imágenes costumbristas más atractivas de la producción del sevillano. Angulo ha querido ver en esta imagen una alusión a lo efímero de la belleza y la juventud, que vendría subrayado por las rosas marchitas y deshojadas que aparecen en el manto de la joven. De esta manera, la "vanitas" barroca subyace en este lienzo, siguiendo Murillo la estela de las obras pintadas por Caravaggio. La muchacha aparece al aire libre, dirigiendo su risueño gesto al espectador y sentada sobre un pequeño muro que tiene su continuación arquitectónica en el pilar que aparece a su espalda. Viste de manera sencilla pero elegante, coronando su cabeza con un gracioso tocado. La figura es iluminada por un potente foco de luz que resbala por las telas, realzando la volumetría del personaje y acentuando el contraste con el fondo en penumbra. Esa luz también realza el colorido alegre empleado, obteniendo como resultado una obra de gran atractivo que ha sido copiada en numerosas ocasiones.
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En sus primeros años Tiziano realizó una amplia serie de retratos femeninos que podrían ser identificados como cortesanas. Así surgen sensacionales obras como Flora, Mujer mirándose en el espejo o la Vanidad. El maestro de Cadore retoma esta temática en la década de 1530, empleando la misma modelo al menos en dos ocasiones: en esta imagen que contemplamos y en la Muchacha con sombrero de plumas. Aunque se ha querido identificar la modelo con la duquesa Elleonora Gonzaga, en realidad no se trata de un retrato propiamente dicho sino que posiblemente nos encontremos ante una alegoría matrimonial como indica la elección del momento en que la joven se cubre un seno con el manto de piel dejando el otro al descubierto.La figura, al igual que los retratos de esta década de 1530, se ubica ante un fondo neutro, resaltada por el potente foco de luz que impacta en el delicado cuerpo de la muchacha. La luz también resalta las joyas que porta la dama. No deja de ser interesante el rostro de la joven, en el que podemos apreciar una mezcla entre picardía y timidez, precisamente las características que se requerían las esposas durante el Renacimiento.
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Junto al Bebedor y el Muchacho con una maceta de flores, esta muchacha con un pandero formaría parte de una serie sobre los Cinco Sentidos pintada por Ribera en 1637. Representarían, respectivamente, el gusto, el olfato y el oído. Una vez más, el maestro valenciano se inclina por el naturalismo a la hora de captar a sus personajes, presentándonos a una joven de la clase popular tocando un pandero para representar al sentido del oído, alejándose de las escenas elegantes que mostraban los flamencos como Brueghel. Su risueño rostro y sus ojos alegres resultan el principal centro de atención, iluminándose la muchacha gracias a una luz dorada que abandona los contrastes tenebristas de inspiración caravaggiesca. La pincelada es más rápida y empastada, siguiendo el estilo pictoricista de los últimos años de la década de 1630.
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Algunos especialistas piensan que la modelo que posó para este cartón era una bailarina del Moulin Rouge. La joven aparece de frente, recortada su figura ante una pared con cuadros que sirve de fondo, aludiendo posiblemente al estudio del pintor. Toulouse-Lautrec centra toda su atención en el rostro de su modelo, destacando sus enormes ojos azules que dirigen su mirada ligeramente perdida al espectador. La tez blanquecina contrasta con el color oscuro de su cerrado vestido y con el cabello, cuyo bucle sirve de centro de atención. Henri modela la figura a través de su firme dibujo, aplicando el color a través de largas pinceladas que no atienden a ningún tipo de detalles. La composición se organiza en líneas verticales y horizontales que enmarcan el rostro de la anónima joven. En la subasta celebrada el 31 de enero de 1922 en la sala Kelekian de Nueva York esta obra alcanzó la cifra de 1.900 dólares.
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Las rosas eran las flores favoritas de Renoir, a pesar de que fue el artistas que menos se interesó por la temática floral entre los impresionistas. La textura de los pétalos de las rosas era comparada con la piel de las mujeres desnudas. Combinando ambos elementos, Renoir encontró una nueva inspiración para su pintura, como él mismo dijo a Ambroise Volard. Las rosas y la figura femenina son las protagonistas de esta escena realizada siguiendo las características del estilo del periodo final, en el que las formas y el volumen ha sido recuperado gracias al dibujo y al modelado, empleando tonalidades rojizas que serán las favoritas para el artista en los últimos años, dotando de un aire personal a sus escenas. Las pinceladas son rápidas y fluidas, sin interesarse por detalles superfluos, enlazando así con la técnica impresionista, aunque la filosofía del maduro Renoir es totalmente deferente ya que busca experimentar nuevos caminos en solitario y para ello utilizará las mujeres, y especialmente las famosas bañistas.
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Uno de los asuntos favoritos de Renoir serán las jóvenes con elegantes sombreros que posaron en su estudio de la villa de "Les Colettes", en la localidad mediterránea de Cagnes. Con estas figuras el pintor, a pesar de su delicado estado de salud, vuelve a retomar el volumen y la forma que en las obras impresionistas tendía a desaparecer al predominar los efectos de luz, atmósfera y color. Aún así, Renoir no duda en iluminar de manera potente la figura, proyectando sombras coloreadas y atenuando el brillo de las tonalidades utilizadas: verdes, azules y rojas, especialmente. Las pinceladas son rápidas y fluidas, sin atender a detalles como bien observamos en los adornos del sombrero.