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La habilidad de Caravaggio para reflejar la realidad queda fuera de toda duda, pero no deja de asombrar su poder para tomar lo más espontáneo y natural de sus modelos. En esta ocasión, el joven que posa para él ha sido mordido por un lagarto ante lo cual el muchacho reacciona violentamente, contrayendo todo su cuerpo y su rostro en una mueca de desagrado. La fidelidad y la audacia del pintor al captar tal escena, de importancia argumental mínima, posee sin embargo un tremendo atractivo algo misterioso. El juego de los materiales y sus diferentes calidades deja entrever tal vez un segundo significado que sólo los intérpretes del momento podían apreciar. Esta teoría se ve apoyada por el hecho de que cuadros del mismo tipo, de la época más temprana del autor, alcanzaron buenas cotizaciones en su momento y proporcionaron a Caravaggio una clientela poderosa. Destaca sobre el resto de los objetos, todos ellos sorprendentes por su calidad, el vaso de cristal con agua, que crea un sofisticado juego de transparencias, brillos y reflejos, que será muy explotado por los bodegonistas españoles y holandeses.
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Tradicionalmente se ha considerado esta imagen como una muestra de la influencia de Jacopo Bassano en la pintura de El Greco al mostrar la admiración por las luces artificiales y el naturalismo con el que se trata a los personajes, anticipándose a Caravaggio. Sin embargo, hoy en día se piensa más bien en una copia de la Antigüedad, algo muy habitual en el Renacimiento, fruto de la intensa relación entre humanistas y artistas. Esta actitud recibe el nombre de ecfrasis y algunos especialistas consideran que se trataría de una versión elaborada por el cretense tomando como modelo una obra de Antifilo de Alejandría. La propiedad del lienzo en manos del cardenal Farnesio refuerza esta hipótesis, evocando el mecenazgo de la Antigüedad. Nos encontramos ante un joven en primer plano, encendiendo con su soplido una candela cuyo resplandor ilumina potentemente su camisa y rostro, quedando el resto de la composición en absoluta penumbra. La expresión del protagonista y el naturalismo de la escena indican que el modelo era alguien cercano a su entorno. La factura rápida se convierte en característica de El Greco, apreciándose el empaste en la tela y resultando una imagen de admirable belleza. En una colección particular norteamericana existe una versión muy similar a ésta que contemplamos.
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El contrabando será el protagonista de esta estampa, presentando Goya uno de los problemas de su tiempo como buen ilustrado que era. Estos hombres se inician en esa actividad pasando en su mayoría al bandidaje, uno de los mayores problemas de los siglos XVIII y XIX como también pone de manifiesto el artista en Asalto al coche o Bandido desnudando a una mujer.
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Nos encontramos ante una de las escenas más naturalistas entre los cartones de Goya. Protagonizada por cuatro niños de la clase popular, uno de ellos agarra la rama del árbol para que sus compañeros cojan la fruta. Los rostros de cada uno de ellos delatan sus expresiones: fastidio en el que está soportando el peso, alegría en los restantes. La escena esta realizada para ser contemplada desde abajo, empleando un esquema triangular muy del gusto neoclásico. El efecto atmosférico ha sido perfectamente interpretado por el maestro - desdibujando las figuras de los muchachos que se sitúan en un segundo plano - al igual que la iluminación empleada. Podemos advertir la influencia de Murillo en los niños. Comparada con Niños inflando una vejiga, Goya nos muestra las diversiones de los pequeños de las diferentes clases sociales, ataviando a cada uno como corresponde. La pincelada del aragonés empieza a soltarse, especialmente en los fondos.
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Las sobrepuertas del dormitorio y del comedor de los Príncipes de Asturias en el Palacio de El Pardo fueron dedicadas a escenas infantiles. Así surgen escenas tan sugerentes como los Niños del carretón , Muchachos cogiendo fruta, Niños inflando una vejiga o estos muchachos jugando a soldados que aquí observamos. El tapiz se ubicaría en la misma pared que el Cacharrero con el que existe cierta sintonía cromática. Dos niños en pie portan fusiles, mientras otro toca un tambor y un cuarto juega con un campanario. Las figuras se sitúan sobre unos escalones, reforzando así la perspectiva baja empleada en todas las sobrepuertas. El color amarillo y azulado empleado hace la obra más alegre, en relación con los rostros de los pequeños. La pincelada suelta, la difuminación de los contornos por efecto del "aire" existente entre las figuras y la iluminación empleada hacen de esta obra un preludio del Impresionismo.
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Las escenas de género pintadas por los maestros holandeses del Barroco guardan ocultos significados, según las hipótesis planteadas por los expertos. La mayoría de ellas estarían pintadas en clave moralizante, como las obras de Vermeer, utilizando la pintura como vehículo educativo de la sociedad. Algunos especialistas identifican esta composición como una alegoría de los sentidos, concretamente de la vista, ya que el muchacho dirige su inquieta mirada hacia el interior de la jarra mientras su compañero no duda en volver los ojos hacia él. También se ha interpretado como una alegoría al vicio de la bebida, enlazando con la idea del vino como filtro amoroso con el que se puede conquistar a la amada. Independientemente del tema, encontramos una escena tratada por Hals con maestría, empleando una pincelada rápida y empastada -obsérvese el jubón o el sombrero del protagonista- que contrasta con la utilizada en los retratos por encargo -véase a Lucas de Clerq o Isaac Massa-. Una vez más, el centro de atención de la obra lo encontramos en los gestos y las expresiones con las que el pintor presenta a sus personajes, interesándose por captar su personalidad, su alma, como buen retratista que era. La disposición de las figuras en el espacio para crear perspectiva es una de las obsesiones de los pintores desde el Renacimiento, conseguida en esta ocasión al disponer diferentes planos para crear el efecto de profundidad.
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Los doce cartones para los tapices que decoraban el despacho del rey en el Palacio de El Escorial fueron realizados entre 1791 y 1792 por un Goya más que harto de este tipo de encargos. La enfermedad que sufrirá en Andalucía en el otoño de 1792 le obligará a dejar el encargo sin finalizar. Muchachos trepando a un árbol es una de las sobrepuertas en la que repite el esquema de Muchachos cogiendo fruta, apreciándose claramente la evolución de la pintura de Goya. La profundidad de esta escena que contemplamos está conseguida en parte gracias al escorzo del niño calvo sobre el que sube su compañero, situando las montañas y el edificio de la derecha para llegar al equilibrio perfecto. La luz protagoniza una ves más el lienzo, obteniendo unos excelentes efectos atmosféricos. La pincelada es cada vez más suelta, apreciándose manchas que aportan a la imagen una mayor credibilidad. Los temas jocosos protagonizan toda la serie como había deseado el propio Carlos IV.
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Durero va dejando que aparezca en sus cuadros la influencia de Leonardo progresivamente. La obra del italiano poseía unos rasgos característicos que el pintor alemán tuvo ocasión de admirar en Mantua y Venecia. El cuadro que más claramente demuestra esta relación quizá sea este retrato de una muchacha o un muchacho. La ambigüedad sexual del modelo es el nexo más fuerte con la obra de Leonardo, en pinturas como San Juan Bautista o la famosa Gioconda. Al igual que las efigies de Leonardo, este personaje exhibe una media sonrisa que sin embargo no alcanza el nivel enigmático del italiano.A estos rasgos se añade un tono venecianista general, redondeado por la elegancia del sombrero, del que pende un adorno con un rubí y una perlita.
contexto
Declaro que Tristán Tzara encontró la palabra Dada el 8 de febrero de 1916 a las seis de la tarde. Yo estaba presente con mis doce hijos cuando Tzara pronunció por primera vez esta palabra, que despertó en todos nosotros un entusiasmo legítimo. Esto ocurrió en el café Terrasse de Zurich, mientras me metía un bollo por la fosa nasal izquierda". Así hablaba Arp en 1921, pero no hablaba en serio. "Estoy convencido -seguía - de que esta palabra no tiene ninguna importancia y sólo los imbéciles o los profesores españoles pueden interesarse por los datos. Lo que a nosotros nos interesaba era el espíritu dadaísta, y todos nosotros éramos dadaístas antes de la existencia de dada". Las definiciones abundan y su variedad y contradicción contribuyen a delimitar lo que no es Dada. "Encontré la palabra por casualidad en el diccionario Larousse", escribe Tzara una vez, pero otra afirma: "Por los periódicos sabemos que los negros Kru llaman al rabo de la vaca sagrada DADA. El cubo y la madre en cierta comarca de Italia reciben el nombre de DADA. Un caballo de madera, la nodriza, la doble afirmación en ruso y en rumano: DADA...".Estas y muchas otras se podrían recoger. Pero no sólo hay negaciones en Dada, también afirmaciones: están a favor de la libertad, la espontaneidad, la vida, la contradicción y la anarquía, el desorden, la incoherencia, lo grotesco, el momento y la acción.