Durante el viaje que Turner realiza por Europa en 1840 va a visitar por tercera vez la ciudad de Venecia, recogidas sus vistas por tantos artistas y catalogada como una de las más románticas del mundo. Quizá por eso Turner, espíritu romántico por excelencia, sintiera tanta atracción por la Ciudad de los Canales. De ella realiza múltiples dibujos, bocetos y acuarelas y varias obras en lienzo como Venecia o El gran canal, donde el recuerdo a las obras de Canaletto es casi obligado. De Venecia le atraía su luz fuerte y clara, mediterránea, que suele diluir las siluetas de las arquitecturas y obtener unos preciosos reflejos como aquí podemos observar. A eso debemos añadir sus brumas ya que el maestro londinense es el pintor de las atmósferas, sin olvidarse de la belleza de sus embarcaciones, otorgando vida y movimiento a la composición. En suma, Turner se vería identificado con Venecia de tal manera que está muy presente en sus imágenes y fantasía.
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El palacio-castillo Real de Olite es uno de los monumentos más emblemáticos y hermosos de Navarra. Comenzado a construir por el rey Carlos III el Noble a principios del siglo XIV, es también uno de los mejores conjuntos del gótico europeo. El Palacio fue edificado en diversas fases, como a impulsos. Se utilizó como base un edificio anterior, que se fue ampliando y al que se le añadieron nuevas construcciones. Las obras marchaban de manera lenta cuando la esposa del rey, Leonor de Trastámara, abandonó la Corte navarra para instalarse en Castilla junto a su hermano Juan I. Aducía Leonor que la navarra era una Corte pobre e insegura. Carlos III prometió a su esposa que, si regresaba, la instalaría en un palacio rodeada de los mayores lujos. Leonor volvió en 1395, y Carlos mandó acelerar las obras y construirlo con la mayor suntuosidad y exuberancia. Para su edificación, el rey llamó a su corte a numerosos maestros y artesanos peninsulares y europeos. Estos aportaron un tipo de arquitectura muy del gusto francés, que se puede ver en los miradores, la proliferación de torres y las chimeneas con tejados de plomo. El conjunto presenta un airoso perfil, aunque irregular, a consecuencia de las diferentes etapas constructivas. Podemos observar esbeltas torres, estrechos corredores, balcones y ventanales, torreoncillos angulares sobre cornisas voladas y una laberíntica estructura, que lleva al caminante a través de numerosas salas, patios y galerías. Los muros eran de gran espesor y los techos elevados. Artistas mudéjares colaboraron en la ornamentación, desgraciadamente desaparecida, hecha a base de yeserías, alicatados y ladrillos. Famosos fueron sus excelentes jardines, en los que el Príncipe de Viana, gran aficionado a la zoología, reunió leones, osos, camellos y otros animales. También hubo fuentes, cenadores y naranjos, entre otros caprichos reales. Junto al castillo, la iglesia de Santa María La Real es un excelente templo gótico, en el que destaca su exuberante portada, de gran riqueza iconográfica.
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En su deseo por representar escenas de la vida moderna, los impresionistas realizaron varias obras con imágenes de palcos. Degas, Eva Gonzalès o Renoir en esta ocasión nos muestran una vez más las diversiones de la burguesía parisina, entroncando con el Realismo. El hermano del pintor y Nini "Gueule de Raie" sirvieron como modelos, presentando a ambas figuras en el primer plano de la composición. El estilo de Renoir entronca claramente con el de su gran amigo Monet, aunque aquél se interese más por las figuras. La pincelada es rápida y empastada, sin atender apenas a detalles; se incorporan las sombras coloreadas y el efecto atmosférico que diluye los contornos, como si existiera aire entre las figuras. Renoir siempre destacará por su exquisito dibujo, como se pone de manifiesto en el rostro de la dama, pleno de volumen y belleza. Esta obra fue presentada por su autor a la exposición impresionista de 1874 donde fue adquirida por el "père" Martin.
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El Paleolítico o Edad de la Piedra antigua, es el periodo más largo de la historia humana, ya que ocupa el 99,7 % del desarrollo de nuestra especie. Cronológicamente corresponde al estudio de las culturas que hubo en el planeta desde la aparición del género Homo, hace unos 2,5 m.a., hasta el inicio del Holoceno en el 10.000 B.P., aproximadamente. Tradicionalmente este periodo se identifica con la larga etapa depredadora del hombre, aquella parte de su pasado en la que vivió de la explotación de los recursos naturales, sin llegar a producir alimentos mediante la domesticación de animales y plantas. En tan dilatado tiempo nuestra especie alcanzó sus rasgos físicos actuales, colonizó casi todo el planeta y desarrolló sus capacidades intelectuales, tal y como las conocemos hoy en día. El hombre paleolítico no sólo fabricó instrumentos más o menos sofisticados, sino que también dominó el fuego, inventó la navegación, construyó las primeras viviendas, practicó ritos religiosos, creó algunas de las obras maestras del arte universal y dominó el lenguaje hablado. En definitiva, todas las constantes de la humanidad aparecieron durante el Paleolítico mediante un lento proceso evolutivo, cuyas circunstancias sólo pueden ser descubiertas y explicadas tras sofisticadas investigaciones en las que es preciso ayudarse de todos los recursos de la ciencia contemporánea. Si se tienen en cuenta todas las profundas transformaciones por las que han pasado las sociedades humanas en esta larga etapa, no es exagerado considerar que se trata, sin duda, de la fase más crucial de la Historia y que en ella hay que buscar las explicaciones últimas sobre lo que somos como especie. Desgraciadamente, debido a la característica parquedad de restos que se poseen para la reconstrucción de las sociedades del Paleolítico, el rasgo que puede ser mejor controlado acerca de ellas es sin duda la evolución tecnológica. No es de extrañar, por tanto, que los instrumentos recuperados en las excavaciones arqueológicas sean la base de las sistematizaciones que se han ensayado para esta etapa. En la actualidad este criterio arqueográfico se ha visto complementado con consideraciones cronológicas y antropológicas para elaborar el esquema tripartito más aceptado para su periodización en el Viejo Mundo: - Paleolítico Inferior: corresponde en general a las primeras culturas, que normalmente están comprendidas entre la aparición de los primeros instrumentos hasta el inicio de las diversificaciones regionales en su manufactura. Es la etapa más larga del Paleolítico, y de la evolución humana por tanto, ya que dura en Africa desde finales del Plioceno hasta el Pleistoceno Medio avanzado. A nivel antropológico se caracteriza, a gran escala, por la convivencia de diferentes tipos de homínidos y termina con la aparición de los primeros Homo sapiens, generalmente de tipo arcaico. - Paleolítico Medio: es la fase en la que se desarrollan las primeras tradiciones culturales sincrónicas, normalmente detectadas sobre la base de diferentes complejos industriales compuestos por los primeros instrumentos estandarizados y por técnicas especiales de manufactura que implican estrategias mentales bien definidas. En Europa occidental se considera actualmente que ocupa desde finales del Pleistoceno Medio hasta la mitad de la última glaciación (250.000-35.000 B.P.). Durante el Paleolítico Medio coexisten diferentes tipos de Homo sapiens, pero a nivel europeo sólo parece existir el tipo Neandertal. En esta etapa se manifiestan las primeras inquietudes religiosas bajo la forma de prácticas funerarias. - Paleolítico Superior: se corresponde con el desarrollo de las últimas sociedades del Pleistoceno (aproximadamente 35.000-10.000 BP), todas ellas compuestas ya por hombres anatómicamente modernos. Aunque la variabilidad cultural de estos grupos es enorme, todos suelen compartir un buen número de rasgos comunes: creencias religiosas elaboradas, manifestaciones artísticas de todo tipo, adornos personales, instrumentos líticos y óseos altamente especializados, proliferación de herramientas compuestas y nuevas técnicas de manufactura cada vez más efectivas, así como una tendencia acelerada a especializarse en la explotación intensiva de los recursos de todo tipo de entornos geográficos. No hay que olvidar que es durante esta fase cuando el hombre coloniza América y Oceanía.
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La fecha actualmente más aceptada de poblamiento del continente americano, casi descartada por todos los autores la idea de una génesis autóctona, es hacia el 40.000 a. C, considerando que el paso de los contingentes migratorios debió de producirse en varias oleadas por la región de Beringia y, probablemente, por el Pacífico. La glaciación Wisconsin, ocurrida entre el 70.000 y el 7.000 a. C. produjo la retirada de las aguas y la aparición de un estrecho puente de tierra que facultó la llegada de varios contingentes de población procedentes de Asia. Los investigadores no se ponen de acuerdo a la hora de decidir cuándo y cómo se produce el paso desde Siberia a Alaska. La opinión más generalizada sostiene que éste tiene lugar hace unos 40.000 años por medio de pequeñas bandas poco sofisticadas tecnológicamente, que basan su sistema de vida en la recolección de frutos y plantas silvestres y en la caza. El sitio más antiguo que se conoce es el de Blue Fish Cave, junto al río Yukón, datado en 39.000 a.C. e, incluso, el de Old Town, cuyos niveles datan según Mac Neish del 68.000 a.C. En un momento no determinado aún, pero que se puede establecer hacia el 10.000 a.C., se produce un profundo cambio tecnológico mediante el cual las industrias del Paleolítico Medio caracterizadas por el retoque unifacial, son desplazadas por otras de trabajo bifacial, talladas por percusión y por presión.
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El Paleolítico Inferior, entre el 800.000 y el 80.000 antes de Cristo, es el primer periodo de la Prehistoria, así como el más largo. La principal característica es la aparición de los primeros seres humanos, una nueva especie que se caracteriza por aspectos claramente distintivos, como una mayor capacidad craneana, la posibilidad de andar erguido o la facultad de elaborar un lenguaje o fabricar instrumentos, entre otras. Los restos de seres humanos más antiguos se han hallado en el oriente africano, donde se han encontrado fósiles de Australopitecos, de Homo hábilis y Homo erectus, quien se extenderá a otros continentes. Hace 100.000 años, el surgimiento de una nueva especie, el Homo sapiens neanderthalensis, dará inicio a un nuevo periodo, el Paleolítico medio. Durante el Paleolítico Inferior, cada vez se fabrican más y más complejos útiles en piedra. En España, los más antiguos se han hallado en la sierra de Atapuerca, y se relacionan con el Homo antecesor, el primer poblador europeo del que se tiene noticia, datado en unos 800.000 años. Sin embargo, la industria lítica más representada es el achelense, que abarca entre el 500.000 y el 90.000 antes de Cristo. Son muchos los yacimientos del periodo achelense hallados en la península Ibérica, generalmente situados junto a terrazas fluviales o cuevas. Se trata de una industria más desarrollada, con herramientas como bifaces, hendedores y lascas, instrumentos utilizados por el Homo erectus para asegurar su alimentación.
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Tal y como se ha dicho en páginas anteriores, es muy probable que algunos antepasados del hombre hayan utilizado piedras o palos como actualmente lo hacen los chimpancés. Una capacidad instrumental de este tipo ya fue sugerida por L. Leakey en el caso del yacimiento mioceno de Fort Ternan, donde no sería extraño que un antepasado de los homínidos hubiera utilizado piedras para partir frutos. La capacidad, sin embargo, de manipular materiales para darles una forma que se adecue mejor a una función específica y, sobre todo, de conseguir morfologías estandarizadas mediante esas transformaciones, es típicamente humana y ni siquiera los australopitecos, autores de una supuesta industria sobre hueso según R. Dart, la han mostrado. Las primeras industrias, por tanto, son también los indicios culturales de la existencia de un representante del género Homo, aunque no haya dejado restos de sí mismo, y al igual que los homínidos más primitivos sólo aparecen en el continente africano. Hasta ahora los instrumentos más arcaicos que se han encontrado proceden de Hadar, en Etiopía, de la formación Shungura en el río Omo y de otras localidades del Este africano. Tienen una edad comprendida entre 2,5 y 1,8 m. a. y, por tanto, resultan más antiguos que los primeros restos de H. habilis. A partir de esta fecha, según la evidencia aportada por los yacimientos de la garganta de Olduvai y coincidiendo casi con la aparición de los erectus, el Paleolítico Inferior africano se sistematiza tradicionalmente en torno a dos grandes complejos industriales: el Olduvaiense o Pebble culture y el Achelense. El primero de dichos complejos, según las definiciones clásicas de Clark y Movius, está compuesto casi exclusivamente por cantos rodados con filos cortantes obtenidos mediante algunas extracciones sumarias unifaciales o bifaciales (choppers y chopping-tools). Las lascas casi sin retoques que acompañan a estos cantos proceden con toda probabilidad de su talla. Esta industria parece enriquecerse posteriormente con otros tipos líticos (poliedros, discos, bolas, lascas retocadas...) en lo que M. Leakey ha denominado Olduvaiense Evolucionado. Este complejo industrial está presente en Africa hasta el Pleistoceno Medio. Sin embargo, desde hace 1,4 m.a. (Bed II de Olduvai) en las secuencias africanas comienza a aparecer otra industria distinta: el Achelense. Se trata siempre de industrias que presentan la trilogía bifaces, hendedores y triedros. Su esquema evolutivo teórico, claramente importado de Europa, es tripartito (Achelense Inferior, Medio y Superior, según el grado de supuesta evolución industrial), pero está actualmente en revisión, porque las supuestas fases arcaicas faltan y, sin embargo, el Achelense Superior existe desde hace más de 500.000 años. Parece llegar hasta hace 200.000, para ser sustituido posteriormente por la Middle Stone Age (Paleolítico Medio africano). Geográficamente su extensión es mayor que la del Olduvaiense, aunque en Africa occidental sigue siendo escaso. Al sur del Sahara sólo hay localizaciones esporádicas o bifaces recogidos en superficie. La mayor concentración de yacimientos bien excavados se da en Africa Oriental y en varias zonas del Magreb. En algún momento de esta evolución, el hombre salió de Africa y colonizó Asia y Europa. El origen del poblamiento de este continente es periódicamente objeto de debates. Para algunos investigadores existen yacimientos desperdigados (Sandalja I, Chilhac, Saint-Vallier, terrazas del Rosellón...) que podrían probar la presencia del hombre entre 2,5 y 1,5 m.a., pero se trata de evidencias que no resisten un examen crítico riguroso. De hecho, la mayor parte de los especialistas está de acuerdo en que la aparición del hombre en Europa se produjo tal vez hace más de 1 m.a., o sea, a finales del Pleistoceno Inferior, pero que sólo los yacimientos datados a partir de 650.000 años comienzan a ser fiables, aunque en el yacimiento de la sierra de Atapuerca se han datado restos alrededor de los 800.000 años. En cualquier caso, las fechas anteriores a 400.000 años son muy escasas y presentan límites cronológicos demasiado amplios como para poder utilizarlos en una secuencia. Únicamente entre 350.000 y 250.000 parece haber un grupo consistente de yacimientos del Paleolítico Inferior, asimilados en este caso al Achelense pleno. Se ha sugerido que este retraso en la colonización europea tal vez tenga una explicación ecológica, ya que el clima de nuestro continente es notablemente más frío que el de Africa, especialmente durante las glaciaciones cuaternarias. El hombre, por tanto, sólo podría haberse asentado en estas latitudes después de que hubiese alcanzado cierto nivel cultural, sobre todo en lo que respecta al dominio del fuego, nivel que puede que no tuvieran los primeros homínidos que salieron de Africa. Otra explicación posible es que, como parecen demostrar los estudios geológicos, Europa realmente nunca estuvo accesible para estas sociedades, que carecían de embarcaciones, más que a través de Asia Menor o incluso de las llanuras de Ucrania, ya que el estrecho de Gibraltar nunca estuvo emergido durante el Cuaternario. Si esto es cierto, todo parece indicar que Europa quedaría aislada del resto del mundo durante las máximas pulsaciones glaciales, puesto que al sur de Rusia se instalarían condiciones periglaciales que impedirían el paso a cualquier grupo humano no adaptado a vivir en semejante ambiente. Una prueba a favor de esta hipótesis es que las sociedades del Paleolítico Inferior jamás llegaron a colonizar el norte de Europa y sus asentamientos rara vez superan los 52°- de latitud. Desde un punto de vista arqueológico, el Paleolítico Inferior europeo parece responder a pautas semejantes a las africanas en un comienzo para ir lentamente adquiriendo rasgos específicos. Su evolución parece responder a un gran tronco achelense, a veces sin bifaces a causa de condicionantes de la materia prima, que pasa hacia una diversificación clara a finales del Pleistoceno Medio. Es de señalar que esta idea coincide con lo que sabemos hoy en día de la diáspora de erectus fuera de Africa. Así, el poblamiento asiático tuvo lugar hace casi 1,8 m.a., antes de que se desarrollara el Achelense africano, y por eso esta industria no existe entre los primeros homínidos del Lejano Oriente. Sin embargo, tuvo que haber otra oleada más tardía de emigrantes, porque el Achelense se expandió por Oriente Próximo y Europa en fechas posteriores, curiosamente cuando en Africa ya parece existir un Achelense Superior. Así, aunque las supuestas industrias más arcaicas de Europa hayan sido bastante parecidas al Olduvaiense africano, siempre se evitó utilizar este término para referirse a ellas, prefiriendo los autores clasificarlas en un Complejo de Cantos Trabajados o, de modo mucho más provisional, en un indefinido Paleolítico Inferior Arcaico (Preachelense). Esta indecisión era debida al escrúpulo implícito de considerar esta nomenclatura como equivalente a reconocer una colonización africana de nuestro continente vía Gibraltar o el istmo Sículo-Tunecino en épocas regresivas, toda vez que estos hipotéticos puentes de tierra nunca han estado realmente abiertos, tal y como se ha comprobado por estudios geológicos del fondo del Mediterráneo. A pesar de eso el argumento anterior se ve puesto en duda, aunque con reservas, en los países meridionales (España e Italia), sobre todo al haberse detectado algunas faunas africanas en esta parte de la Península (jerbo en Andalucía, puercoespín en ambos países...) a causa del indudable africanismo de algunos grupos achelenses ricos en hendedores y triedros, instrumentos raros en el resto de Europa. La evidencia peninsular es del máximo interés para colaborar en esta discusión. En principio, el Paleolítico Inferior, entendido como Achelense más o menos pleno, está bien representado en todos los rincones de la Península bajo la forma de instrumentos líticos esparcidos por las terrazas fluviales y otras formaciones cuaternarias. Estos hallazgos permiten insertar nuestra dinámica industrial con la conocida en el resto de Europa, aunque aquí haya elementos claramente individualizables. Las supuestas industrias más arcaicas que se han citado en numerosas ocasiones, o no superan los 700.000 años, caso de Cúllar-Baza 1 (Granada), o son mucho más jóvenes aún, caso de El Aculadero (Puerto de Santa María, Cádiz), o son poco fiables todavía, como es el caso de Venta Micena (Granada) y cueva Victoria (Murcia). Los conjuntos mejor conocidos de la Península pertenecen al Pleistoceno Medio en todas sus fases. Un grupo importante de ellos procede de depósitos fluviales estudiados en conjunto, como los del Manzanares, Jarama, Tajo, Duero, Tormes, Guadalete o Guadalquivir. Dentro de ellos hay yacimientos bien controlados atribuibles a diferentes estados evolutivos del Achelense, como es el caso de Pinedo (Toledo), La Maya (Salamanca), San Quirce (Palencia), Aridos I y II o Arriaga II. Otros proceden de cuencas sedimentarias en vías de estudio, como Cúllar-Baza 1 o La Solana del Zamborino (Depresión de Guadix-Baza, Granada), Las Gándaras de Budiño (Pontevedra), Cuesta de la Bajada (Teruel) y Torralba-Ambrona (Soria). A finales del Pleistoceno Medio, y ya clasificables en el Paleolítico Medio, se producirían un grupo de ocupaciones, clasificables como Achelense Superior o Premusteriense, que se darían ya en cueva como Bolomor (Valencia), la base de El Castillo (Cantabria) o de Cueva Horá (Granada) y la cueva de las Grajas (Málaga). También habría que incluir en este capítulo a las ocupaciones superiores del complejo kárstico de Atapuerca, aunque aquí las hay también anteriores al Paleolítico Medio. Es de señalar que, al igual que sucede en el sur de Francia, las ocupaciones detectadas en cuevas y abrigos presentan diferencias instrumentales respecto a las localizaciones al aire libre que sin duda reflejan las distintas actividades realizadas en cada tipo de hábitat y la distinta actitud frente a la materia prima de cada clase de ocupación. Por último, es necesario señalar que los nuevos trabajos realizados en la Península confirman las interpretaciones más modernas, procedentes de A. Tuffreau y G. Bosinski, al reconocer la aparición del Paleolítico Medio como una tendencia evolutiva que cristaliza en toda Europa en el Pleistoceno Medio avanzado. Sus características básicas son la aparición de técnicas de talla especializadas (Levallois y afines), y la diferenciación industrial de base regional cómo adaptación cultural a diferentes entornos. Sólo así puede explicarse que al final del Pleistoceno Medio e inicios del Superior coexistan en el Occidente europeo un número tan grande de industrias distintas (Achelense Superior bajo diversas formas, Epiachelense, varios tipos de Musteriense, complejos de tipo Biache-St. Vaast y otras industrias aún mal definidas, algunas de ellas con técnicas de talla laminar que parecen no perdurar en el Würm).
contexto
En Europa occidental ha sido habitual hasta hace poco mantener una amplia identificación del Paleolítico Medio con el Complejo Musteriense. Hoy en día este paralelismo está en crisis, porque, como hemos visto, se piensa que el primero es un concepto tecnológico esencialmente. En Europa comienza a partir del Achelense Medio avanzado (situado a finales del Pleistoceno Medio, desde hace unos 250.000 años), mientras que el denominado Complejo Musteriense es una industria europea del Pleistoceno Superior, para algunos autores incluso sólo del Würm inicial (inicios en el 90.000; finales hacia el 35-30.000). El Musteriense fue originalmente definido por G. de Mortillet en el abrigo superior de Le Moustier (Dordoña, Francia) como época de la punta de mano. Tras el hallazgo de los enterramientos (?) de Spy (Bélgica), el Musteriense se identifica como la industria del hombre de Neandertal. A principios de siglo los trabajos de Commont, Peyrony, Breuil y otros determinan la existencia de diferentes tipos de musterienses (de tradición Achelense o MTA, de tipos pequeños, cálido...), nomenclaturas hoy en día en desuso en su mayor parte. Para Breuil sería un complejo cultural paralelo al Levalloisiense, industria definida en los depósitos de loess del norte de Francia en los años 30, con VII estadios. El hallazgo fundamental de esta etapa es el realizado por D. Peyrony en el abrigo inferior de Le Moustier -el superior había sido ya excavado en su totalidad-, al encontrar dos tipos de Musteriense distintos interestratificados. Esto determinó que los distintos Musterienses no se considerasen etapas industriales, sino facies (industrias más o menos contemporáneas). En la posguerra se produce la adopción generalizada del llamado método Bordes en sus tres parámetros fundamentales: tipología y aparato estadístico, esquema cronológico del Pleistoceno Superior, refrendado posteriormente por los trabajos de H. Laville en los abrigos del Perigord, y valoración teórica de las unidades industriales. Hoy en día el paradigma bordesiano puede considerarse en crisis a causa de la revolución causada por las nuevas fechas TL para el Musteriense francés y del Próximo Oriente y los últimos hallazgos paleoantropológicos (St. Césaire) y la consiguiente reevaluación de las asociaciones culturales de los neandertales. A pesar de todo, la definición del Complejo Musteriense es inseparable del método Bordes ya que está condicionada por su utilización. En efecto, el porcentaje de raederas fue el criterio que en 1953 permitió a F. Bordes organizar los distintos Musterienses en los siguientes grupos: I) Grupo Charentiense. Caracterizado por tener muchas raederas. Contiene dos facies tecnológicas: Musteriense de tipo Quina, sin técnica Levallois, y Musteriense de tipo Ferrassie, con técnica Levallois. II) Índice de raederas medio. En este grupo se incluyen dos tipos de Musteriense de distinción tipológica: Musteriense típico, con un reparto instrumental equilibrado y prácticamente sin bifaces y Musteriense de Tradición Achelense (MTA), que tiene dos variedades importantes (tipo A, con numerosos bifaces, y tipo B, con un número discreto de bifaces, pero abundantes cuchillos de dorso típicos). III) Bajo porcentaje de raederas, lo que equivale a decir, según el método Bordes, que tiene abundantes denticulados y muescas. Es el denominado Musteriense de denticulados. Cada uno de estos tipos puede presentar en teoría facies tecnológicas levalloisiense o no, pero en la práctica sólo la distinción entre los tipos Quina y Ferrassie tiene alguna relevancia a nivel clasificatorio. Existen otras industrias incluidas en este Complejo, como el Vasconiense, que según Bordes es un Musteriense que presenta hendedores. Restringido a la región cantábrica española (El Castillo, Morín, El Pendo...) y a la región vasca francesa (Abri Olha), hay muchos autores que niegan su distinción formal. La aplicación del método Bordes al Musteriense francés permite considerar que se trata globalmente de un Complejo que se caracteriza a nivel industrial por ser un repertorio monótono, mayoritariamente elaborado sobre lasca, aunque los hay con fuertes porcentajes de soportes laminares, que puede emplear o no la técnica Levallois y que consta de porcentajes variables de puntas, raederas, denticulados y muescas. En algún caso puede presentar bifaces cordiformes y triangulares (el MTA de tipo A) o atípicos (el resto). A nivel cronológico este Complejo es estrictamente würmiense, aunque existen dos problemas básicos en la aplicación de este criterio: hay otras industrias contemporáneas en Europa (los Micoquienses, el Achelense Superior...) y existen industrias iguales en el Pleistoceno Medio final (los Premusterienses para F. Bordes). En el plano antropológico está asociado a Homo sapiens neandertalensis, pero hay que tener en cuenta que hay facies que no presentan tipos fósiles asociados hasta ahora (el MTA -sobre todo), que también existen niveles musterienses con restos de Homo sapiens sapiens, sobre todo en Próximo Oriente (Qafzeh) y ya han aparecido neandertales asociados a industrias del Paleolítico Superior (St. Césaire). La característica más notable del Complejo Musteriense es que la mayor parte de las industrias que lo forman han aparecido interestratificadas, lo que equivale a decir que son contemporáneas en las mismas regiones durante el Würm inicial (Pleniglacial Inferior). Los yacimientos paradigmáticos en los que se ha comprobado este fenómeno se agrupan en dos regiones diferentes de Francia: la cuenca de París, cuyos yacimientos loéssicos fueron revisados por Bordes, lo que le permitió demostrar la inexistencia del Levalloisiense de Breuil, y los abrigos clásicos de la Dordoña, sistematizados por Bourgon en un primer momento y luego completados por Bordes con excavaciones nuevas. Los principales son Combe Grenal, Pech-de-l'Azé I, II y IV y el abrigo inferior de Le Moustier. Dejando a un lado que los yacimientos datados en el Pleistoceno Medio hayan sido atribuidos al Achelense Superior o a algún tipo de Premusteriense, ya comentados anteriormente por conveniencia cronológica, la dinámica del Paleolítico Medio español está en gran parte vinculada a los problemas interpretativos del Complejo Musteriense europeo, actualmente en revisión. Desde hace unos años se están publicando un gran número de yacimientos, con análisis ambientales y dataciones, que convierten a este periodo en uno de los mejor documentados del Paleolítico Ibérico. En la cornisa cantábrica, el Musteriense está documentado sobre todo en las estratigrafías de las cuevas de El Castillo, El Pendo, Morín, Amalda y, tal vez, el tramo superior de Lezetxiki, donde han aparecido interestratificados los tipos Quina, Denticulados, Típico y Vasconiense, repitiendo de algún modo el modelo definido en Aquitania. Más al sur, en la Meseta Central, los únicos tipos representados con certidumbre son el Musteriense Típico de la Cueva de los Casares (Guadalajara) y el Quina casi idéntico de La Ermita, Millán y, tal vez, Valdegoba (Burgos). En Cataluña los yacimientos más conocidos pueden clasificarse también dentro de la variedad Quina (Els Ermitons), Típico (L'Arbreda) o de Denticulados (Abrí Romaní), aquí asociado a fragmentos de útiles de madera. También en el valle del Ebro se ha encontrado el tipo Quina en el Covacho de Eudoviges (Teruel), y en Peña Miel (Rioja), mientras que en la cueva de los Moros de Gabasa I (Huesca) el tipo Quina encontrado era poco típico. Los nuevos trabajos llevados a cabo en Levante han permitido clasificar varios niveles pertenecientes a las variedades Ferrassie (Pechina) y Típico (Cova Negra), mientras el Quina y el MTA de este último yacimiento son discutibles. También en Portugal se han comenzado a conocer datos modernos sobre su Complejo Musteriense, gracias a los trabajos recientes de L. Raposo y J. Zilhao, pero la mayor parte de las industrias están en fase de estudio y sólo han citado Musteriense de tipo Ferrassie en la Gruta de Figueira (Almonda). Muy interesantes son las dataciones de algunos de estos yacimientos y las estructuras de Vilas Ruivas (Vila Velha de Ródao). Por lo que respecta a la evidencia de Andalucía y el Sureste, baste decir que es una de las más numerosas de la Península, porque presenta estratigrafías como las gibraltareñas (Devil's Tower y Gorham's Cave), la de cueva Horá (Darro, Granada), la de Zájara I (Almería), la de Cueva Perneras (Murcia) y, sobre todo, la de Carihuela (Píñar, Granada), con más de 40 niveles musterienses, que permiten trazar una secuencia detallada de la primera parte del Pleistoceno Superior y definir un Musteriense Típico muy similar al europeo, bastante homogéneo y muy persistente en el tiempo. Una aportación decisiva de los últimos trabajos sobre Musteriense ibérico, de cara a la discusión sobre la sustitución del Paleolítico Medio por el Superior, y el consiguiente reemplazamiento del Neandertal por el hombre moderno, ha sido la obtención de cronologías muy tardías para el primero, cuya trascendencia se verá con más detalle en el punto siguiente.
contexto
La línea de cerebralización de los primates asciende de forma lenta durante cincuenta millones de años, para pasar a acelerarse y hacerse explosiva en los últimos dos o tres millones de años. Luego, al parecer, se para al llegar al hombre de Neanderthal y al Homo sapiens sapiens. Entre los australopitecos y el hombre actual el volumen del cerebro ha crecido dos veces y media. Ese Homo sapiens sapiens, nuestro antepasado directo, aparece de forma súbita en el escenario del Viejo Mundo hace unos 38.000 ó 35.000 años, introduciendo las diversas fases de civilización que conocemos con el nombre de Paleolítico superior. En efecto, el hombre de tipo moderno desarrolló una serie de grandes etapas caracterizadas por el desarrollo técnico, las primeras y grandes manifestaciones del arte y la existencia de una religión atestiguada por ese mismo arte y por los ritos funerarios. Las fases que se suceden durante el Paleolítico superior son las siguientes: en primer lugar el complejo grupo del Perigordiense (Chatelperroniense y Gravetiense) y el Auriñaciense (hacia 38/35.000 a 19.000) seguido del Solutrense (hacia 18.000 a 15.000) y el Magdaleniense (hacia el 15.000 a 9.000). Cada uno de estos períodos se subdivide en varias etapas. Las capacidades intelectuales de este hombre del Paleolítico superior eran las mismas que las del hombre actual, y si ya poseía las virtualidades para realizar una apropiación del espacio inmediato, en su cerebro existían todas las posibilidades del pensamiento reflejo que las civilizaciones posteriores han ido poniendo de manifiesto. Una de esas posibilidades era el arte. Es evidente que la vida de los cazadores paleolíticos no era fácil. En Europa existía un clima rudo, el de la glaciación de Würm, con alternativas de largos milenios de frío húmedo y de frío seco, cambios climáticos que se reflejaban en la flora y en la fauna. Los estudios paleobotánicos y paleontológicos, cada vez más avanzados, lo explican muy bien. Las nieves perpetuas estaban entre 700 y 1.000 metros, más bajas que en la actualidad. Las grandes estepas eran frecuentadas por paquidermos como el mamut y el rinoceronte lanudo, si bien la especie más característica era el reno, en nuestros días tan típico de las regiones próximas al círculo polar. Se ha repetido que las condiciones climáticas en la Europa central y meridional eran semejantes a las actuales de Escandinavia, del norte de Rusia o de Siberia, pero se olvida que la insolación correspondiente no es la misma en unos y otros lugares. En sentido opuesto, también se ha hablado de un paraíso de los cazadores en la Europa central y occidental paleolíticas. Al imponerse el más reciente de los cambios climáticos, hacia el 10.000/8.000 a. C., la sustitución total del reno por el ciervo será el símbolo de los nuevos tiempos, más templados, y que en lo cultural se calificarán como epipaleolíticos. En aquel momento se terminó, para Europa, la civilización de los grandes cazadores paleolíticos que, en gran parte, debieron emigrar a tierras septentrionales tras el ambiente ecológico que era propicio a su actividad básica. Nos ocuparemos, pues, del arte de una población de cazadores, en estrecha dependencia, casi exclusiva, de la alimentación salvajina. Para los pueblos dependientes de la caza, ésta ofrece el problema de su gran movilidad -dificultad para conseguirla- y el de su abundancia aleatoria. Esta fue una de las causas por las que el cazador del Paleolítico superior multiplicó y diversificó sus utensilios, alcanzando un elevado tecnicismo. Entre ellos encontramos instrumentos en piedra, como los buriles, raspadores y puntas de flecha, o en hueso o asta, como los propulsores o los arpones. Se trata de unas técnicas muy avanzadas y que están sólo limitadas por el conocimiento de otras materias primas. Piénsese, por un momento, en lo que representa el descubrimiento hecho por los solutrenses de la aguja de hueso con perforación que, a pesar de su simplicidad, nos asegura la existencia de una artesanía del vestido en piel y que, aunque en un material diferente, pervive todavía en nuestros días (vestidos como el del enterramiento de Sungir, Vladimir, antigua Unión Soviética, con casquete y millares de cuentas de adorno; o la dama del anorak, grabada en la cueva de Gabillou). La preocupación constante de aquellos hombres por la venación debió ser una idea obsesiva. Pero nuestro conocimiento de dicho período de la historia humana nos asegura que esa angustia permanente -acaso aún más vivida por los hombres de épocas anteriores- no impidió el desarrollo de una actividad estética por medio de las manifestaciones de un arte admirable que todavía tenemos la suerte de poder contemplar, al menos en parte. Además, el arte, en tanto que manifestación de la cultura, es un fenómeno social, y el arte del Paleolítico superior nos asegura, si, por otra parte, no tuviéramos otras evidencias, que durante muchos milenios existieron unas agrupaciones humanas organizadas, consistentes y con una enorme capacidad de transmisión. Es indudable que este arte tenía un sentido social. Queremos decir que, si no hubiera sido comprendido por sectores importantes o por la totalidad de la población, no habría tenido una pervivencia tan larga. Contemplando sus obras, con razón se puede hablar de complejidad mental en sus autores. Y habida cuenta de la enorme dimensión temporal de la historia humana, ese arte se halla muy cerca de nuestro pensamiento estético. Para hacérnoslo entender, una pléyade de prehistoriadores ha trabajado durante más de un siglo. En las páginas que siguen aparecerán con frecuencia los nombres de los dos mayores investigadores del arte de los cazadores paleolíticos, sin cuyos trabajos no se hubiera alcanzado el nivel de conocimiento que de él tenemos en la actualidad. Nos referimos al abate Henri Breuil (1877-1961) y al profesor André Leroi-Gourhan (1911-1986). Ambos dedicaron una gran parte de sus vidas al estudio de las cavidades con arte, a su evolución estilística, su cronología y su significado. Pero entre sus sistemas hay discrepancias fundamentales que iremos explicando. La ciencia tiene que proseguir su búsqueda anhelante de la verdad: aunque Leroi-Gourhan disentía muchas veces radicalmente de las teorías del abate Breuil, hablaba siempre de él con respeto y admiración, analizaba y contradecía sus hipótesis con tacto y elegancia, y se complacía en señalar cómo, en los mismos umbrales del siglo XX, supo dar el viejo maestro unos fundamentos seguros a la investigación prehistórica que, gracias a él, se convirtió en una verdadera ciencia. Con dedicación admirable, ambos intentaron dar respuesta a tantos interrogantes como surgen al enfrentarse con el primer arte de la humanidad. Estamos seguros que ellos harían suyas las preguntas que se hace Julián Marías: "¿Por qué el hombre se permite el increíble lujo de duplicar el mundo y crear, junto al real y efectivo, en que tanto esfuerzo le cuesta vivir, que le da tantos quebrantaderos de cabeza, otro mundo, el mundo de la ficción? Estas actividades, si se mira bien, tan extrañas, ¿qué son, cómo se justifican, por qué las realiza el hombre con tanta pertinacia?" (de "La imagen de la vida humana", Madrid, 1971, pp. 12-13).
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El Paleolitico superior, entre el 40.000 y el 10.000 antes de Cristo, se caracteriza por la aparición de nuestra especie, denominada Homo sapiens sapiens. Durante este periodo se produce una gran expansión de los glaciares, lo que hace que predomine un clima muy frío que se alternará con etapas templadas. El hombre del Paleolítico inferior vivirá de la caza, la pesca y la recolección. Sus asentamientos, por tanto, estarán situados en lugares donde abunda el alimento, debiendo cambiar de ubicación en función de factores estacionales. Un mayor control sobre los ecosistemas permitirá obtener más alimentos y producirá, por tanto, un aumento de las poblaciones. En la Peninsula Ibérica, el periodo más característico es el Magdaleniense, del que podemos encontrar numerosos yacimientos, especialmente en las áreas cantábrica y mediterránea. El hombre de este periodo alcanza un mayor desarrollo intelectual y simbólico, lo que se refleja en un elaborado arte rupestre, en la práctica de enterrar a los muertos y en la elaboración de útiles y herramientas más trabajadas y específicas. La práctica de la caza requiere ya técnicas más complejas, como la selección de los mejores lugares, la necesidad de establecer asentamientos estacionales, la elaboración de una estrategia o la fabricación de instrumentos para usos concretos en piedra o hueso, como buriles, azagayas o arpones. Un magnífico ejemplar de este último fue hallado en la Cueva del Castillo.