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Aunque la religión cristiana era la oficial de los diferentes Estados germanos surgidos tras la caída del Imperio Romano de Occidente, el paganismo perduró en las conductas sociales durante la Alta Edad Media tal y como nos informan obispos y clérigos, al menos hasta el siglo X. Estas prácticas paganas se manifiestan aún con más fuerza en regiones recientemente conquistadas para el cristianismo como Sajonia o Frisia. Un mundo plagado de violencia como el altomedieval nos ofrece muestras de mantenimiento de la práctica de la adivinación, tanto de tradición romana como germana. Si un viajero escucha a una corneja graznando a la izquierda lo puede interpretar como un signo de buen viaje. El estudio de los excrementos o los estornudos de los animales de trabajo -caballos o bueyes- permite conocer si el día nos trae buenos o malos augurios. Arrojar unos granos de cebada sobre el fuego del hogar y contemplar como saltan es una señal de peligro. Numerosos adivinos se ponían en contacto con los muertos. Era frecuente que el adivino se sentara en un cruce de caminos sobre una piel de toro -con la zona ensangrentada vuelta sobre la tierra- para recibir las comunicaciones de los difuntos, en el silencio de la noche. De esta manera podían predecir catástrofes o brindar soluciones a diferentes problemas. El papel de la mujer como mediadora entre los vivos y los espíritus es frecuente en esta época. A falta de cartas para adivinar, las mediums germánicas asociaban letras a diferentes vaticinios. Las letras eran grabadas en palos y sacadas por la adivina al azar. La n significaba miseria e infortunio mientras que la t era victoria. Una fórmula curiosa de adivinación era la que utilizaba como instrumento la Biblia. Un clérigo o un niño abría las Sagradas Escrituras al azar, leyéndose la primera línea de la página elegida, lo que se consideraba como una profecía. Tampoco faltaban las interpretaciones de los sucesos naturales como temblores de tierras o fuegos fortuitos así como fórmulas de conjuro contra las enfermedades oculares, las hemorragias o la hidropesía. La magia estaba a la orden del día, sirviendo todo tipo de amuletos contra el mal de ojo o las enfermedades. Estos amuletos los utilizaban hasta los grandes monarcas como Carlomagno, quien llevaba un talismán de cristal en su cuello. En las hebillas de cinturón encontramos adornos contra la mala suerte. También se consideraba que el cabello tenía una fuerza especial, e incluso se han constatado casos de quien ha llegado a quemar la cabeza de un muerto, cocer el resultante y beber la pócima con tal de sanar una enfermedad. Para curar a los niños enfermos se les introducía en una excavación cerrada con espinos, situada en una encrucijada. Si la madre tierra se empapaba de la enfermedad, el niño dejaba de llorar y estaba curado. Para curar la terrible tos ferina, el pequeño era introducido en un árbol hueco. Como es de imaginar, en una época tan mágica y misteriosa abundaban los conjuros y las hierbas sanadoras. Para cristianizar estas prácticas la Iglesia impuso que cuando se recolectaran las hierbas se rezara un Padrenuestro y un Credo. Mezclas mortales podían ser las de belladona y bayas de madreselva como nos refieren los penitenciales, al igual que algunas pócimas buscaban el amor, la fertilidad o la impotencia masculina. Si se desea que un hombre sea impotente se podía conseguir anudando una cinta a cada una de las prendas de vestir de ambos cónyuges. Si la mujer no deseaba quedarse encinta se desnudaba, se embadurnaba en miel y se revolcaba en un montón de trigo, recogiéndose con cuidado los granos que habían quedado pegados a su cuerpo. Esos granos eran molidos manualmente al contrario que de la forma habitual, de izquierda a derecha. El pan resultante de esa harina se ofrecía al hombre con el que se mantendría la relación sexual. De esta manera se "castraba" al varón y no se engendraban niños. Un afrodisiaco utilizado en la época era la introducción de un pez vivo en la vagina de la mujer, donde quedaba hasta que moría. El pez era cocinado y servido al marido que de esta manera se cargaba de potencia sexual. Otro sistema sería amasar la pasta del pan en las nalgas de una mujer o sobre sus partes genitales, provocando así el deseo del hombre perseguido. La sangre de las menstruaciones, la orina de ambos sexos o el esperma del hombre también eran considerados potentes afrodisiacos. Las leyes germanas consideran que el peor insulto es el de bruja, tal y como aparecen en sus castigos: "Si alguien llama a otro servidor de las brujas o portador de un caldero de bronce en el que las hechiceras hacen sus mejunjes, tendrá que pagar 62 sueldos y medio". Las brujas eran francamente temidas por la sociedad según reza en un castigo: "Si una bruja devora a un hombre, pagará 200 sueldos". Sus poderes estarían vinculadas al diablo y tendrían, entre otras facultades, la de leer el futuro. Para ello utilizaban sangre humana esparcida por su caldero por lo que eran denominadas caníbales y chupadoras de sangre. La Iglesia perseguirá este tipo de muestras de paganismo, especialmente a partir del Concilio de París del año 829 donde se condenaron estas creencias. Una de las fórmulas que se llevarán a cabo para cristianizar el paganismo está relacionada con la creación de nuevos espacios sagrados, el culto hacia los santos, las celebraciones litúrgicas o las procesiones. En resumen, hacer pública la fe. Todo tipo de magia será considerada satánica ya desde los concilios de Agde y Orleans en el siglo VI, donde se condenó a pitonisas y adivinos. Sin embargo, como bien dice Michel Rouche "la cristianización (...) no pudo hacer desaparecer aquel conglomerado de creencias subjetivas (...) Los esfuerzos del cristianismo procuraron alejar el temor de las fuerzas del mal transfiriéndolas al diablo a fin de liberar la conciencia personal. (...) La penitencia y el matrimonio fueron probablemente los medios más eficaces de cristianización de la vida privada".
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El 22 de octubre se anunciaba un nuevo sistema judicial para todo el territorio, junto a otras disposiciones que debían afectar al país entero, pero la marcha de la conferencia de Londres para la elaboración de los tratados de paz, el discurso de Molotov, en noviembre, responsabilizando a Estados Unidos de la ruptura del equilibrio mundial y el progresivo proceso de desconfianza ratificado en la Conferencia de diciembre en Moscú, supusieron retrasos, reticencias, dificultades y rupturas de las que se resintió, en primer lugar, el futuro de Alemania. A ello iba a colaborar igualmente de manera negativa para el inmediato futuro alemán la complejidad del acuerdo de Potsdam referente al pago de las reparaciones, al enjuiciamiento de los principales criminales de guerra y al traslado metódico de las poblaciones alemanas. En cumplimiento de los acuerdos de Potsdam que concretaban las decisiones adoptadas en Crimea, Alemania debía compensar, en la mayor medida posible, "las pérdidas y los sufrimientos que ha causado a las Naciones Unidas y a cuya responsabilidad el pueblo alemán no puede escapar" (capitulo IV del comunicado final). En noviembre comenzó el pago de estas reparaciones, y los soviets se apoderaron de inmediato de cuanto de alguna utilidad había en su zona, la industria fue transportada casi en masa a Rusia; el ganado fue igualmente traspasado a las regiones devastadas de Ucrania y de la Rusia Blanca, los hombres útiles, técnicos, científicos y obreros especializados abandonaron sus hogares para engrosar el proletariado soviético. En las zonas occidentales se tomaron severas medidas contra los grandes trusts industriales, y los ingleses ocuparon todas las fábricas Krupp y sus empresas subsidiarias. Surgía así un problema doble. El pago de las reparaciones iba más allá de la medida pactada en Potsdam, y la dificultad de entendimiento tras la división zonal impedía un control uniforme sobre toda la economía alemana. Aunque se hablaba de desmantelamiento de las industrias, se pensaba en respetar la posibilidad de que Alemania gozara del potencial industrial suficiente capaz de responder al pago de sus importaciones esenciales y de su propia subsistencia. En la práctica pudo más, y con más rapidez, el desmantelamiento. La división de Alemania, sobre todo la resultante oriental frente a la occidental, impidió el control unificado sobre su economía, de modo que nada pudo medirse en un plano nacional o global. Alemania no quedaba en condiciones de abastecerse a sí misma al excluirse la circulación entre las zonas de productos agrícolas e industrias intercambiantes, ni era posible la retirada de capital industrial con conocimiento exacto del efecto que estas retiradas habrían de producir en la economía total. En síntesis, el plan de reparaciones trazado debería llevarse a cabo en una Alemania ya prácticamente inexistente. En general, pues, la vida económica sufrió un colapso en casi todas las regiones por falta de carbón, alimentos y mano de obra. Fueron precisamente las dificultades para mantener el equilibrio económico entre las zonas occidentales las que llevaron a la primera fusión económica, el día 3 de diciembre, de las zonas norteamericana e inglesa. Seguidamente se estableció una oficina administrativa bizonal para asuntos económicos, con la misión de poner a la economía combinada de ambas zonas en condiciones de exportar lo suficiente para pagar las importaciones de los alimentos y materias primas. Pero mientras trataba de tener lugar esta reanimación de la economía, la Agencia Aliada de Reparaciones arramblaba con los medios que le hubiesen dado aliento en esta situación. Se distribuyeron, como se ha indicado someramente, barcos, equipos completos de maquinaria, patentes y secretos comerciales. Los rusos trasladaron industrias completas a su país -al menos es la acusación occidental- con su personal íntegro, como la de óptica de C. Zeis, de Jena, y los norteamericanos hicieron prácticamente lo mismo con industrias farmacéuticas. En tono semejante actuó Gran Bretaña y, en tono menor, Francia. La mayoría de los hombres de ciencia, unos escudados en su antinazismo y otros en su pura valía científica durante un tiempo condicionada por la política, ante la vida miserable que llevaban en su país, marcharon voluntaria o coactivamente a Rusia, Estados Unidos, Inglaterra y Francia, donde continuaron sus investigaciones. El pago de las reparaciones parecía, pues, comenzar condicionando el desarrollo y progreso alemanes, pero la renuncia a la unificación del control económico llevó a las potencias occidentales a concentrar sus esfuerzos en la unificación económica de sus propias zonas, con la idea de poder implantar en ellas su programa de reparaciones. Pese a la distinta forma de entender el pago por parte de las potencias occidentales y a la diferencia en el tratamiento a los problemas en la zona occidental y en la oriental, el pago de las reparaciones se fue diluyendo sin conseguir el objetivo pactado en las conferencias. Entre los aliados occidentales aparecieron distintos puntos de vista sobre la suma de capital industrial que cada cual debía apropiarse. Mientras Francia insistía en la mayor apropiación con vistas a dejar a Alemania sin aliento militar posible, ingleses y norteamericanos sostenían que debía dejársele el capital industrial suficiente como para que Alemania pudiera colaborar a la reconstrucción de Europa. Esta fue la decisión solidaria de norteamericanos e ingleses, que comenzaban a ver en el protagonismo alemán a la reconstrucción europea un posible y elemental sistema de contención a la política soviética. De hecho, y para concluir, las potencias occidentales renunciaron pronto a las reparaciones que todavía les correspondían. Sólo el 8 por 100 de la industria alemana fue desmantelado, y no hubo ninguna requisa después de abril de 1951 en Alemania Occidental. Al contrario, Alemania dejó de pagar y comenzó a recibir préstamos en gran cuantía. Prácticamente tanto en la ocupación como en la ayuda a Alemania, los aliados gastaron más de lo que habían recibido como pago de las reparaciones. El imperativo de la reconstrucción fue más fuerte en este caso que la exigencia de las reparaciones. Sin embargo no fue así en la zona oriental, donde la Unión Soviética y Polonia, que habían sufrido la devastación alemana a partir de 1941, contaron con las reparaciones para levantar su economía con la mayor rapidez. Las reparaciones debidas a Polonia saldrían de las que correspondieran a Rusia, y ésta las recibió por tres vías: por el desmantelamiento y traslado de equipo industrial, por apropiación de la producción corriente de empresas de Alemania Oriental y mediante la transferencia directa de propiedad industrial y agrícola a las corporaciones soviéticas. La Unión Soviética, que había pedido como pago de reparaciones un total correspondiente a 10.000 millones de dólares, había recibido unos 3.650 a finales de 1950. Polonia, de acuerdo con el convenio sobre reparaciones firmado en Moscú en agosto de 1945, habría de recibir el 15 por 100 de lo que Rusia obtuviera de Alemania. A finales de 1950 la suma de reparaciones pendiente fue reducida en un 50 por 100, o sea, a unos 3.150 millones, pero desde enero de 1954 tanto la Unión Soviética como Polonia renunciaron al cobro, y la misma Unión Soviética anunciaba que devolvería a la República Democrática Alemana bienes de capital por 3.000 millones de marcos orientales, que era el valor de las compañías soviéticas que operaban en la zona. Todo este entramado de pago de reparaciones condicionando la situación económica alemana de posguerra influía decisivamente sobre el desarrollo de las condiciones de vida de la población. La derrota vino a agravar la situación económica, social y psicológica de la población dividida. La descripción que K. Adenauer hace de la situación alemana, y más directamente de la ciudad de Colonia, recién acabada la guerra, es escalofriante, sobre todo por los efectos que de inmediato iba a provocar y por la falta de expectativas que la división territorial planteaba en conjunción con la vuelta o retrasvase de poblaciones. Sólo dos testimonios, sacadas de sus Memorias pueden servir como botón de muestra: "En los últimos meses de la guerra, la mayoría de la población había huido o fue conducida lejos. Al final de la guerra volvieron de todos los rincones de Alemania. Afluían directamente por miles a pie, en diversos medios de transporte y, finalmente, en trenes de mercancía. Aún veo ante mí los vagones abiertos, atestados de gentes que querían volver a su hogar, indiferentes a las fatigas que ello supusiese. Pálidos, cansados, consumidos, arrastraban consigo sus enseres, lo poco que aún teman, y la mayor parte de las veces encontraban sus pisos destruidos. Procurar alojamiento para esos miles de personas, alimentación y todo lo necesario para el abastecimiento de esta gente parecía una labor insuperable... Pero la vida no había muerto en aquella ciudad destruida. El problema mayor y más difícil con que se enfrentó el Ayuntamiento fue el de la alimentación de la población. El mercado negro florecía. El valor del dinero era prácticamente sustituido por el de los objetos intercambiados. Para asegurar la situación de abastecimiento de la población... permití confiscar todos los vehículos que aún existían en el casco urbano de la ciudad y los envié al campo para comprar a los agricultores patatas, cereales, verduras y ganado. Con ello intenté conseguir, al menos, una pequeña parte de los alimentos necesarios". (Memorias, págs. 16-17.) El problema fue más complejo, porque en la práctica, lejos de complementarse, al menos en los primeros meses, vinieron a chocar los objetivos de los ocupantes y la organización de la vida de los ciudadanos por parte de los Ayuntamientos, sobre todo cuando la afluencia de refugiados dificultaba aún más el reparto de alimentos en los estrictos límites del racionamiento proyectado. Tifus y fiebres tifoideas produjeron estragos en la población infantil, pero en general -y fue decisiva la intervención de los ocupantes- las epidemias fueron contenidas y Alemania pudo salvarse así de una plaga más. El otro gran problema a que había que poner remedio, en primer lugar, era el de la desmoralización de la población civil, que debía salir de prisa de su frustración para comenzar una experiencia nueva. La presencia y aún colaboración de los ocupantes, cuando se dio, no era precisamente la mayor o mejor ventaja: "Estaba convencido de que el Ayuntamiento debía concentrar todos sus esfuerzos al máximo para hacer renacer nuevamente el comercio y el tráfico. Los puentes sobre el Rin, que tan importante papel jugaban en ello, estaban destruidos; era muy urgente su reconstrucción. Me procuré cupones para hierro, por medio del gobernador americano, y con ellos compré grandes cantidades de acero en una fábrica del bajo Rin. Como casi todas las fábricas, empresas y negocios estaban destruidos, el problema del paro era muy arduo. Con estas medidas, intentaba animar el comercio y el tráfico y crear así puestos de trabajo. Semejante al de Colonia era el aspecto de grandes regiones de Alemania, aunque fue ésta la ciudad que más sufrió a consecuencia de su situación. Los aliados llegaron a la conclusión, en el transcurso de la guerra, de que la resistencia de los alemanes se vería más quebrantada por la destrucción de casas y viviendas que por la de fábricas en particular, pues así seria más difícil que funcionase la economía alemana. Además, opinaban que en el ataque conjunto de miles de aviones se destruiría en mayor medida la fuerza de resistencia espiritual. Por ello, la destrucción de los bloques de viviendas de la población civil se hizo totalmente a conciencia..." (Memorias, págs. 19 y 20.) Si con la destrucción de puentes se anulaba el normal desenvolvimiento del tráfico y con la destrucción de hogares se atacaban las bases de la psicología colectiva, la reconstrucción y las condiciones de vida para la misma se pensaba mucho más difícil y lenta. Al final de la guerra el 40 por 100 de las vías de comunicación estaban destruidas, junto a la mitad de las viviendas de las grandes ciudades. En algunas ciudades este porcentaje se elevaba al 80 por 100, sin contar las no destruidas, pero tan seriamente dañadas que no hacían posible la habitabilidad. Ante el próximo invierno, la política de los Ayuntamientos debía ser rápida y eficaz en un triple campo: la construcción de viviendas nuevas y la reparación, cuando fuera posible, de las ruinosas; la alimentación y facilitación de combustibles con la vuelta de los refugiados, y la atención a la salud pública y el urgente establecimiento de hospitales provisionales. Esta oscura situación quedaba pendiente de la política proyectada por cada uno de los ocupantes, de las cada vez más separadas diferencias entre las zonas occidentales y la oriental a la hora de proyectar el futuro, y de las condicionadas decisiones con los poderes municipales que habían de jugar en sus respectivos entornos con la idea clara de que los males presentes eran el resultado no tanto de la guerra cuanto "de aquellos seres nefastos que llegaron al poder el año 1933, aquellos que cubrieron de oprobio y difamaron el nombre alemán ante todo el mundo civilizado" (Adenauer). Se había de jugar, por tanto, también con el objetivo de una desnazificación más profunda, compleja y difícil que la que preocupaba a los vencedores.
obra
Estamos ante el paisaje maravilloso de Luilekkerland, el país flamenco que equivale a la tierra de Jauja o el país de Cucaña. Es una tierra maravillosa a la que se llega excavando una montaña de papilla. Una vez allí, los ríos son de leche y miel, de los árboles cuelgan pasteles y mesas dispuestas para el banquete. Los cerdos asados se pasean con el cuchillo dispuesto para trincharlos, los pollos se depositan amablemente en las bandejas y un huevo se pasea con la cucharilla ya preparada. Las casas están cubiertas de tartas y sólo el ocio impera por todas partes. Es el mito de la glotonería y el abandono, por el que los inocentes eran timados y robados de sus posesiones. Esta intención la vemos interpretada en las tres figuras que reposan el empacho bajo el árbol: el soldado ha abandonado sus armas, el campesino sus herramientas de labranza, mientras que el clérigo ha tenido que desabrocharse el hábito y olvidarse de su libro.
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Protagonista esencial de la conquista del país de los incas fue Francisco Pizarro, un oscuro español natural de Medellín y que se formó como soldado en Tierra Firme a la sombra de Ojeda, Balboa y Pedrarias. Participó en la fundación de San Sebastián de Urabá y de Santa María la Antigua, y se estableció luego en Panamá, donde oyó hablar de un país muy rico llamado el Virú o Pirú, que estaba al sur del golfo de San Miguel. Para descubrirlo organizó una compañía con Diego de Almagro y con el padre Luque. El clérigo puso la mayor parte del dinero, aunque se convino repartir el botín por partes iguales. Fletaron una embarcación llamada Santiago y alistaron a 112 hombres, todo lo cual sobrepasó con mucho los 6.000 pesos que habían logrado reunir, quedando endeudados. Con el barco y los hombres salió Pizarro de Panamá en 1524, mientras su socio Almagro se quedaba haciendo acopio de mayores efectivos. Pizarro navegó hasta Puerto Piñas y Puerto del Hambre, donde además de infinitas penalidades cosechó siete heridas. Regresó a Chochama, en el actual Chocó colombiano encontrando allí a su socio Almagro. Este había partido tras él y llegado a Puerto Quemado, lugar en el cual trabó un gran combate con los indios del que resultó tuerto, por lo que se le conocería más tarde como Almagro el tuerto, para diferenciarle de su hijo Almagro el mozo, que también dio mucho que hablar. Pizarro y Almagro no se desanimaron y prepararon la segunda salida, que hicieron en 1526. Llegaron hasta la costa de Barbacoas y Atacames. Ante el hambre y la hostilidad de los indios decidieron replegarse a la isla del Gallo. Aquí se quedó Pizarro con los soldados, mientras Almagro regresaba a Panamá por refuerzos. Algún soldado descontento logró introducir en un ovillo un mensaje para el Gobernador de Panamá, don Pedro de los Ríos, informándole de los desastres. El Gobernador envió entonces a Tafur con orden de recoger a todos los hombres y llevarles a Panamá. Pizarro se negó a volver derrotado y tuvo un gesto que ha pasado a la Historia como característico de los conquistadores. Trazó una raya en el suelo con su espada e invitó a los que desearan aventuras y riqueza a pasarla. Trece hombres la cruzaron, los llamados "Trece de la fama": el resto volvió a Panamá. Pizarro y sus compañeros se trasladaron entonces a la isla Gorgona. Allí esperaron pacientemente la resolución del Gobernador, quien finalmente autorizó los refuerzos. Llegaron en un buque pilotado por Bartolomé Ruiz. De los Ríos dio un plazo de seis meses a Pizarro para concluir su descubrimiento. Pizarro embarcó a sus hombres en la nave de Ruiz y navegó hacia el sur. En 1528 costeó el resto de la actual Colombia y el litoral ecuatoriano, arribando finalmente a Túmbez. Era la antesala del imperio inca. Salieron a recibirle multitud de canoas. Pizarro envió a tierra a Alonso de Molina y a un negro, para explorar. Luego mandó al artillero Pedro de Candía, que volvió contando excelencias del lugar: Había visto oro y plata a raudales, unos ovejos raros (las llamas) y vistosas ropas de algodón. Aseguraba, además, que en la ciudad había un convento con vírgenes (se trataba de las acllahuasi o escogidas del Inca). Los españoles continuaron costeando hacia el sur y alcanzaron la desembocadura del río Santa. El viaje fue una sucesión de sorpresas maravillosas y los expedicionarios concluyeron que aquella tierra era aún más rica que la de los aztecas, cuya fama había corrido por toda América. El 3 de mayo de 1528 regresaron a Panamá. Los socios dispusieron entonces exponer su descubrimiento al Emperador y lograr la capitulación de conquista de la tierra. Se encargó ir a España a Pizarro, quien partió llevando numerosos presentes: unas hachas con los cabos chapeados de oro, mantas finas de algodón, los ovejos, etc. El 26 de julio de 1529, firmó en Toledo la capitulación. Por ella sería nombrado Adelantado y Alguacil Mayor de Nueva Castilla (nombre con el que bautizó al Perú). Almagro sería hidalgo y alcaide de la fortaleza de Túmbez y el padre Luque Arzobispo de la misma ciudad, a la que se había denominado ya la Nueva Valencia. El piloto Ruíz fue nombrado Piloto Mayor de la Mar Austral, Candía artillero mayor del Perú y los Trece de la fama fueron ascendidos a la hidalguía. Resultaba así que Pizarro se había quedado con la parte del león, dejando a sus socios las migajas. Pizarro pasó por su ciudad natal para incorporar a la hueste conquistadora a sus hermanos Herrando, Juan y Gonzalo, a su hermano de madre Francisco Martín Alcántara y a una veintena de paisanos. Con ellos se trasladó a Sanlúcar, donde embarcó para Panamá. Al llegar a esta ciudad, tuvo varias diferencias con sus socios a causa de lo capitulado, pero todo se solucionó de momento, ante la perspectiva de la conquista. La tercera y última expedición salió de Panamá a fines de enero de 1531 con tres navíos. Una vez más, Pizarro iba en vanguardia y Almagro se quedaba en Panamá reclutando hombres y comprando vituallas y armas para reforzarle. Pizarró repitió el recorrido del segundo viaje y llegó a Túmbez. Allí pudo comprobar todas las exageraciones de Candía y quedó decepcionado. La ciudad acababa de sufrir, además, los estragos de la guerra civil motivada por las diferencias entre Huáscar y Atahualpa. Repuesto de la sorpresa decidió internarse en el país. Cruzó una zona desértica y arribó a Tanará, lugar en el que fundó la población de San Miguel, en julio de 1532. Dejó una pequeña guarnición y prosiguió al sur, hallando ya tierras bien cultivadas. En Caxas recibió al fin noticias del Emperador Atahualpa, a quien había enviado varias comunicaciones. Se trataba de unos patos desollados con los que venía un mensaje que decía: "De esta manera os ha de poner los cueros a todos vosotros si no le volvéis (a Atahualpa) cuanto habéis tomado en la tierra". Pizarro hizo caso omiso de la advertencia y continuó, adelante, por lo cual recibió otro mensaje del Inca citándole en Cajamarca, donde pensaba acabar con los españoles. Pizarro abandonó la costa y empezó la subida a la sierra. El 15 de noviembre llegó a Cajamarca. Se trataba de una típica ciudad incaica de sierra, totalmente abandonada. Se instaló en ella y empezó a estudiar su defensa para el momento en que arribara el Inca. No tardó en aparecer, pero no quiso entrar en la ciudad. Acampó en sus proximidades. Los españoles quedaron aterrados al ver un ejército tan numeroso. Pizarro envió a sus hermanos a cumplimentar al monarca y uno de ellos hizo una exhibición para atemorizarle, lanzando su caballo al galope y frenando ante el mismo Inca quien, lejos de inmutarse, le dijo que al día siguiente iría a visitar a su jefe para exigirle la devolución de cuanto había hurtado a su pueblo. El 16 de noviembre de 1532 Atahualpa se dirigió a Cajamarca, tal como había prometido. Iba en una litera de oro, rodeado de señores, y acompañado por unos diez mil indios. En vanguardia iba un escuadrón limpiando el suelo y colocando mantas sobre él. El Inca llegó a la plaza principal donde le esperaba Pizarro. Se le acercó entonces el padre Valverde, capellán de la hueste, para leer el Requerimiento. Un intérprete, el indio Felipillo, fue traduciendo las palabras del sacerdote. El Inca interrumpió el discurso y dijo algo que el religioso interpretó como dudas sobre la fuente de autoridad de lo que decía, y señaló entonces la Biblia. Los cronistas Trujillo, Jerez, Estete y Ruiz de Arce coinciden en afirmar que Atahualpa tiró entonces la Biblia, lo que puso furioso al Padre, que se volvió indignado a Pizarro pidiéndole atacar. El Inca Garcilaso nos da una versión bastante sensata del asunto y es que el indio Felipillo fue incapaz de traducir las palabras del Padre Valverde, pues no sabía español, ni quechua, ya que procedía de la isla de Puná. Además, había expresiones intraducibles hasta para el más experimentado políglota, como eran las de Santísima Trinidad, etc. por lo que el Inca se quedó tan asombrado que dijo "Atac", palabra que en su lengua quería decir "!Ay dolor!", lo que fue interpretado por los españoles como la orden de ataque. Esta última parte es poco creíble, pero no así la perplejidad del Inca al escuchar a un indio de Puná aquellas cosas tan extrañas y confusas. Lo cierto es que en aquellos momentos sonó un tiro de arcabuz y se agitó una toalla blanca en el aire. Eran las señales convenidas para el ataque español. Pizarro se puso la armadura, se disparó la artillería, salieron los jinetes al galope por las calles y atacaron los infantes al grito de Santiago. Los indios se asustaron, como era de esperar, y Pizarro aprovechó el desconcierto para abrirse camino hacía el Inca, seguido de 25 soldados. Dio muerte a los guardianes y se apoderó de su persona, lo que aterrorizó a los naturales, que huyeron en desbandada. La batalla duró una media hora, que fue lo que tardó en caer el imperio inca. Al día siguiente Atahualpa ofreció a Pizarro un rescate a cambio de su libertad (?): una habitación llena de oro y dos de plata. El Adelantado de la Nueva Castilla aceptó. Empezó a reunirse el tesoro, recogiendo metales preciosos en todos los templos del imperio. Atahualpa fue luego procesado por haber mandado matar a su hermano, por incesto, ya que se había casado con su hermana, y por hereje contumaz al rechazar el bautismo cuantas veces se le propuso. Fue ejecutado el 26 de julio de 1533. La resistencia inca prosiguió por parte de los quiteños, los más fieles a Atahualpa. Sus ejércitos, dirigidos por prestigiosos generales, intentaron salvar lo que quedaba del imperio. Pizarro se dirigió hacia Cuzco, donde tuvo un encuentro con las tropas quiteñas. Entró en la capital el 14 de noviembre del mismo año. Un enorme saqueo de los templos terminó con lo que quedaba del culto al sol. El Gobernador envió desde allí una expedición para que descubriera y tomara posesión del lago Titicaca, del que tanto hablaban los naturales. El 23 de marzo de 1534, Pizarro ordenó repartir los solares de Cuzco a los nuevos pobladores españoles. La ciudad no sufrió los estragos de la guerra y siguió con su vieja traza incaica. El conquistador del Perú no quiso instalar allí la capital de Nueva Castilla porque estaba muy lejos de la costa, lo que dificultaría recibir refuerzos en un momento determinado. Tornó hacia el litoral y en el camino fundó Jauja (25 de abril de 1534). Aquí hizo el primer reparto de encomiendas, bastante injusto, por cierto, pues desconocía la tierra, por lo que dio a unos mucho y a otros poco. Luego se dirigió a la costa y a orillas del río Rimac, muy cerca de un puerto que pronto se conocería como El Callao, fundó la ciudad de Los Reyes el 18 de enero de 1535, verdadera capital de su gobierno y futura sede virreinal. Poco después, el 5 de marzo del mismo año, asentó Trujillo, en homenaje a su ciudad natal. Con ello se completaría el primer conjunto poblacional del Perú. Las disparidades entre almagristas y pizarristas motivaron el asesinato del Marqués de Cajamarca en 1541, año que puede considerarse el término de esta conquista.
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Es la región peninsular donde más se ha desarrollado la investigación sobre el Neolítico, dando como resultado el conocimiento de numerosos lugares arqueológicos y un importante volumen de datos, tanto a nivel material como a nivel económico y territorial. Quizás sea en el sur de la provincia de Valencia y norte de Alicante donde se concentran algunos de los yacimientos más importantes de todo el Mediterráneo occidental. Estos yacimientos han confirmado la existencia de dos tipos de ocupación diferentes, que responden a un patrón de asentamiento y de subsistencia dual que sería el resultado del contacto entre las influencias llegadas desde el exterior y las sociedades epipaleolíticas locales, según el modelo propuesto por el profesor Bernabeu comentado líneas atrás. Yacimientos tan bien conocidos como la cueva de la Sarsa (Bocairente, Valencia), la de L'Or (Beniarrés, Alicante) o la de Cendres (Moraira, Valencia) muestran un primer nivel de ocupación con todos los elementos típicamente neolíticos ya presentes. La cerámica cardial es abundantísima y ofrece una rica decoración, la presencia de útiles líticos como hoces o hachas pulimentadas, la identificación de varias especies de trigo y cebada y la deforestación del paisaje circundante indican una presencia humana activa practicando la agricultura intensiva y, asimismo, la presencia de restos de ovicápridos, cerdos y bóvidos muestran el conocimiento y explotación de los animales domésticos. Por el contrario, otros yacimientos como la cueva de La Cocina (Dos Aguas, Valencia), la de Mallaetes (Valencia) o la de Llatas (Andilla, Valencia) ofrecen niveles estratigráficos correspondientes al Epipaleolítico demostrativos de una progresiva evolución de este substrato local sobre el que se van asimilando las nuevas aportaciones representadas, sobre todo, por la cerámica cardial. El Neolítico Inicial, tan bien identificado en muchos yacimientos, va evolucionando lentamente en los mismos lugares, perdiendo poco a poco sus señas de identidad características; la cerámica cardial fue reduciendo sus porcentajes y se fueron adoptando otras técnicas decorativas o fabricando cerámicas lisas que algunos autores han querido identificar con una fase de Neolítico Medio no tan bien independizada como en Cataluña. En cambio, se habla de un Neolítico Final desde mediados del IV milenio, 3500-2500 a. C., representado tanto en las cuevas conocidas, como en yacimientos al aire libre entre los que destacan La Ereta del Pedregal (Navarrés, Valencia) o El Arenal de la Virgen (Villena, Alicante). Lo más significativo de la cultura material es la presencia de cerámicas lisas con formas de recipientes nuevas, mientras en el poblamiento se nota el aumento de asentamientos al aire libre que parecen indicar la generalización de este nuevo tipo de hábitat, cada vez de mayor tamaño a pesar de que los datos sobre la estructura de estas aldeas no son muy abundantes.
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Como en otras localizaciones geográficas, el arte protogótico del País Vasco y de La Rioja debió de ser mucho más rico del que en la actualidad se puede contemplar. Ello es predecible atendiendo a las escasas pero importantes muestras que han perdurado hasta la actualidad. Los restos murales en este caso son seguramente menos representativos que el de las piezas sobre tabla. Aun y con ello, se tienen noticias y en ocasiones documentación gráfica de pinturas murales destruidas, como la de la iglesia de Nuestra Señora de Urrialde (Martioda), y en los últimos años se han recuperado conjuntos de diverso interés. Siendo de escasa raigambre los restos pictóricos de algunas ermitas rurales de la zona de Valdegovía, como los de la iglesia de San Martín de Avendeño, son sin duda notables los conjuntos hallados en la Llanada Oriental de Alava: Gaceo y Alaiza. Los murales que cubren el presbiterio de Gaceo, a pesar de su curiosa iconografía, presidida en la cuenca absidial por la imagen trinitaria, pueden considerarse del ámbito protogótico y relacionados seguramente con conjuntos de Navarra y su cronología debe ser tardía, más de lo que comúnmente se ha apuntado. Por el contrario, las pinturas de la parroquial de la Alaiza son por completo extrañas en el contexto formal e incluso iconográfico del protogótico. Si su iconografía se ha intentado explicar considerándolas como decoración de un oratorio militar de los templarios, su formalización, cuya mejor definición sería la de un esquematismo prehelénico, en modo alguno tiene nada que ver con la pintura propia del siglo XIV, fecha que hay que aceptar por la epigrafía. Sólo encontraría significación si la relacionásemos con otros conjuntos hispánicos tampoco explicados satisfactoriamente hasta ahora, como podrían ser los catalanes de la iglesia del castillo de Marmellar y los sorianos de la ermita del cementerio de Castillejo de Robledo. El resultado sería la definición de un modo estilístico de reduccionismo figurativo que variará en casi tres siglos la cronología habitualmente aceptada para las decoraciones, entre otras más dudosas de integrarse en el mismo, de Marmellar y Castillejo de Robledo. Ni los murales de Gaceo, y menos los de Alaiza, pertenecen al mismo clima pictórico que las realizaciones alavesas de pintura sobre tabla. Entre ellas, dos merecen ser mencionadas con relevancia: el tríptico procedente de la iglesia parroquial de Añastro, expuesto en el Metropolitan Museum de Nueva York (The Cloisters) y en otras colecciones y aún más el conjunto (frontal y retablo) procedente de Quejana (Art Institute de Chicago). Ambas son de gran calidad artística, si bien el primero, que guarda una estrecha relación con el retablo de localización riojana centrado por la monumental figura de San Cristóbal (Museo del Prado), cede ante la deslumbrante delicadeza del segundo. Procedente éste de la capilla de la parroquial de Quejana erigida por el Canciller Pero López de Ayala (1396), representa una cumbre del protogótico mobiliar hispánico, cumbre en la que se resumen, a pesar de su tardía cronología, con toda plenitud, los principios formales del mismo, desde la delicadeza de las figuraciones hasta la gran capacidad compositiva. Esa persistencia a lo largo de siglos de una manera estilística da buena cuenta de lo arraigado de la misma, seguramente la que más en la evolución de nuestra pintura medieval.
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En el siglo XIX se produce un importante desarrollo del paisaje como tema pictórico debido al aumento de su demanda por parte del nuevo poder económico, político y social: la burguesía. Los burgueses desean decorar sus casas con escenas placenteras y buscan en el paisaje la temática más indicada para adornar sus salones. A esto debemos añadir la admiración por la naturaleza que se manifiesta en el Romanticismo y que se continuará en las décadas siguientes, lo que conduce a los pintores a tratar el paisaje como una de sus temáticas favoritas. Friedrich destaca por el tratamiento simbólico que realiza del paisaje. Renovó este género a partir de la ruptura de las convenciones cromáticas y de perspectiva, por lo que su influencia se extiende a movimientos posteriores. En Inglaterra la pintura de paisaje tendrá un amplio desarrollo. Sus dos piezas clave serán Constable y Turner. Constable es el máximo exponente del naturalismo en el paisaje, interesado por las luces y las atmósferas y uno de los precursores del impresionismo. Turner estará especialmente interesado en los juegos de luz y las atmósferas, llegando a decir algún crítico de él que "Hay un pintor que tiene la manía de pintar atmósferas". Fue Camille Corot quien se manifestó como el más preclaro representante de este tránsito que va del paisaje clásico al paisaje realista, manteniéndose al margen de todas las escuelas. La gran novedad que aportaron los pintores de la generación realista fue revelar la riqueza del paisaje francés. Quienes llevaron a cabo las principales innovaciones fueron los pintores de la llamada Escuela de Barbizon o de Fontainebleau, una escuela que, desde un punto de vista histórico, está considerada como el fundamento de la representación realista del paisaje y como la precursora del Impresionismo. Pero será el impresionismo quien aporte la principal novedad respecto al paisaje, ya que este movimiento tiene como objetivo la búsqueda de la luz y el color directamente del natural, a "plein-air" por lo que las pinceladas se hacen rápidas y empastadas, buscando captar la impresión de cada momento. El interés manifestado por los impresionistas por la luz y el color motivará paralelamente la pérdida de la forma y el volumen. La reacción inmediata viene de la mano de los propios impresionistas, especialmente Cèzanne, quien pretende "hacer del Impresionismo un arte sólido y duradero, como el que se conserva en los museos", considerando que "la forma alcanza sólo su plenitud cuando el color posee mayor riqueza". Las vanguardias del siglo XX no dejan de lado el paisaje, especialmente los cubistas que buscan en Cèzanne una de sus fuentes de inspiración Apollinaire considera que el cubismo es una pintura productiva: "Lo que diferencia al cubismo de la pintura antigua es que no se trata ya de un arte de imitación, sino de un arte de concepción, que tiende a elevarse hasta la creación". Al tratarse de un arte conceptual el que se realiza a lo largo del siglo XX, la naturaleza dejará paulatinamente de ser fuente de inspiración, aunque encontramos interesantes ejemplos como algunos trabajos de Robert Delaunay, Piet Mondrian, Schmidt-Rottluff o el propio Salvador Dalí, en los que el paisaje ocupa un papel determinante.
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La pintura de paisaje alcanzó un desarrollo inusitado en Holanda durante el siglo XVII. Entre los primeros paisajistas se destaca la vena incisiva y delicadamente arcaizante de Hendrick Avercamp, que pintó con precisión pequeños paisajes invernales por los que pululan multitudes de graciosos personajillos. Durante las primeras décadas del siglo, Salomon van Ruysdael creará un tipo de pintura que se destacará por la sencillez de la composición, la vastedad de los planos y la ligereza de las brumas, la luz plateada y los colores sobrios y suaves. Los ríos y el mar jugarán un papel primordial en este arte de tintas terrosas y tostadas. Superior a todos los paisajistas de la primera mitad, Jan van Goyen pintará sus vistas marinas volátiles, vaporosas y algodonosas, y sus paisajes de cielos inmensos y horizontes bajos y lejanos, plenos de intensa poesía. Pero, entre todos los paisajistas de esta época, la gran figura fue Jacob van Ruysdael, discípulo de su tío Salomon, encontró en la naturaleza, especialmente en las vistas boscosas y en las caídas de agua, el eco de sus más íntimos sentimientos, que lo hacen aparecer como un prerromántico. Y, sin embargo, sus obras provocan tal consideración gracias a la alta perfección alcanzada en el dominio de las muchas posibilidades que le ofrecía la ciencia de la composición clásica y en su comunión anímica pura con la naturaleza, que le hicieron superar la nota ilustrativa en favor de la concepción sentimental. Su amigo Meindert Hobbema, que trabajó con él en Haarlem, pronto se contentó con imitarle, aplicando algunas fórmulas estereotipadas. El arte de esta época, redescubridor del color y la luz del sol, debe mucho a los llamados italianizantes. Sus pequeños paisajes ideales, con campesinos y pastores, que presentan una mezcla entre la campiña romana y la poética tierra de la Arcadia, causaron gran impresión desde que, en 1641, regresó de Italia Jan Both. Aelbert Cuyp, que no fue a Italia, destacó como creador de un subgénero que combinaba los elementos del paisaje nacional (tomados a través de Van Goyen) con los de la corriente italianizante. Los paisajes de Cuyp se distinguen por estar animados por figuras de pastores y de caballeros rodeados de animales o por sólo animales. Y es que, tan neerlandés como el paisaje puro o la marina, fue el paisaje con animales, en particular de granja, que dio lugar al nacimiento de los pintores animalistas, en general más preocupados por la observación y la figuración naturalista del animal que por su posible carga poética, entre los que descolló Paul Potter.
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En España, el pintoresquista e imaginativo paisaje de corte romántico fue sustituido por la reproducción de la naturaleza directamente desde sus propios escenarios, fórmula que experimentaron con anterioridad los pintores de Barbizon. Este abandono del estudio-taller, inconcebible para los pintores españoles de la época, tuvo como primer protagonista al artista de origen belga Carlos de Haes (1826-1898), que lo institucionalizó a partir de 1856, coincidiendo con su nombramiento como catedrático de paisaje en la Escuela de San Fernando. Natural de Bruselas, su familia se traslada a Málaga en 1835, iniciándose el joven Haes en la pintura de la mano del retratista y miniaturista Luis de la Cruz y Ríos. Su formación artística la continúa en Bélgica, donde se instala en 1850, bajo la dirección de J. Quineaux, quien le inculcó la práctica del paisaje natural. Cinco años más tarde, en 1855, regresa a Málaga, tomando la nacionalidad española. En 1857, obtenida la cátedra antedicha, sus innovadores métodos provocaron estupor en los medios artísticos. Al decir de su discípulo Aureliano de Beruete: "Los trabajos que fue realizando durante aquellos ejercicios producían tal sorpresa entre los opositores; los procedimientos de los que se servía eran tan diferentes de los conocidos; tan otra la brillantez de los colores que usaba, que en cierta ocasión hubieron de descerrajar la caja de su uso con el fin de sorprender algo que buscaban como causa secreta de lo que no era otra cosa que el fruto de una enseñanza sabia, basada en el estudio del natural, puesta al servicio de una inteligencia clara y despreocupada, todo ello en contraposición a los métodos inspirados en los amaneramientos de escuela y en convencionalismos tan al uso entonces en España". Haes gozó a través de su cátedra de un lugar privilegiado para imponer la moda de un nuevo paisaje pictórico hasta entonces desconocido en España. Y así, durante años sucesivos, la gran mayoría de los paisajistas recibieron su docencia y aprendieron a descubrir multitud de rincones naturales hasta entonces desconocidos o sólo barruntados. Fue el caso, entre otros muchos, de Beruete, Regoyos, Sáinz, Riancho, Morera, Avendaño, Gimeno y Lhardy. Caso aparte y excepcional de paisajista realista, ajeno a las enseñanzas de Haes, fue Martín Rico y Ortega (1833-1908), formado bajo la influencia de Genaro Pérez Villaamil, de quien dejó descritos sus extraños métodos pedagógicos en "Recuerdos de mi vida". Con Vicente Cuadrado se introdujo en el paisaje, inspirándose directamente en la naturaleza. Viajó a París, Suiza e Inglaterra, descubriendo en este último país a Turner. En Francia se dejó seducir por la Escuela de Barbizon y por los consejos de Daubigny. Sin embargo, fue su amistad con Fortuny la que marcó su estilo definitivo, hasta el punto de que sus paisajes se caracterizarán a partir de entonces por su brillantez, nitidez y precisión, así como por la exactitud de las arquitecturas y la delicadeza de las figuras. De toda su producción paisajística, la más preciada resulta la relativa a Venecia, cuyo éxito comercial suscitó el interés de los marchantes de la época. De la misma generación que Haes, anticipador del realismo y también protagonista de una fructífera labor como docente artístico en Barcelona, es Ramón Martí-Alsina (1826-1894). Nacido en la capital catalana, alternó los estudios de Filosofía con la asistencia a clases nocturnas de La Lonja. Extraordinariamente fecundo, trató casi todos los géneros, desde escenas de la vida cotidiana hasta el desnudo femenino, pasando por el bodegón y los temas de historia, si bien siempre sentiría especial inclinación por el paisaje. En 1848 viaja a París y, aunque no hay constancia de que conociera a Courbet, sí es evidente su contagio por las tendencias realistas, tanto por la elección de los temas como por la búsqueda del natural. Unos principios que inculca a todos sus alumnos desde que, en 1852 y hasta 1870, fecha en que fue cesado por su republicanismo, dicta sus clases en La Lonja. De su gran desigual producción, consecuencia de los muchos talleres que mantenía en Barcelona bajo su dirección, lo más notorio son los paisajes, plenos de dinamismo y de valores atmosféricos, tanto los de escenario urbano como los llevados a cabo en las costas catalanas. F. Torrescasana (1845-1918), J. Masriera (1841-1912) y M. Urgell (1839-1919) son sus continuadores más destacados. Un caso aparte lo constituirá Joaquín Vayreda (1843-1894). De familia originaria de Olot, tras pasar por el taller de Martí-Alsina y de La Lonja, regresó a su ciudad natal para fundar un centro artístico que, con el tiempo, llegaría a alcanzar gran notoriedad, al margen de cualquier influencia barcelonesa. Fue una institución pictórica que, bajo la dirección de J. Berga i Boix y con el espíritu renovador de Vayreda, tuvo gran relieve y por la que pasaron pintores de reconocida valía. Vayreda visitó París en 1871, quedando vivamente influido por la Escuela de Barbizon. De su vinculación con Francia da muestra el que enviara obras de su firma a varios Salones y Exposiciones Universales allí celebradas. Sus paisajes son una transposición de los de Corot, Rousseau y Daubigny a escenarios gerundenses. Se trata de composiciones jugosas, con celajes transparentes y diáfanos y de perspectivas serenas, pobladas en ocasiones de figuras meramente referenciales pero proporcionadoras de un fuerte componente lírico y bucólico.