En que se prosigue el mismo camino que se ha tratado en el capítulo pasado, hasta llegara la ciudad de Trujillo Deste valle de Collique se camina hasta llegar a otro valle que nombran Zana, de la suerte y manera que los pasados. Más adelante se entra en el valle de Pacasmayo, que es más fértil y bien poblado de todos los que tengo escripto, y adonde los que son naturales deste valle, antes que fuesen señoreados por los ingas, eran poderosos y muy estimados de sus comarcanos, y tenían grandes templos, donde hacían sus sacrificios a sus dioses. Todo está ya derribado. Por las rocas y sierras de pedregales hay gran cantidad de guacas, que son los enterramientos destos indios. En todos los más destos valles están clérigos o frailes, que tienen cuidado de la conversión dellos y de su dotrina, no consintiendo que usen de sus religiones y costumbres antiguas. Por este valle pasa un muy hermoso río, del cual sacan muchas y grandes acequias, que bastan a regar los campos que dél quieren los indios sembrar, y tiene de las raíces y frutas ya contadas. Y el camino real de los ingas pasa por él, como hace por los demás valles, y en éste había grandes aposentos para el servicio dellos. Algunas antigüedades cuentan de sus progenitores, que por las tener por fábulas no las escribo. Los delegados de los ingas cogían los tributos en los depósitos que para guarda dellos estaban hechos, de donde eran llevados a las cabeceras de las provincias, lugar señalado para residir los capitanes generales y adonde estaban los templos del sol. En este valle de Pacasmayo se hace gran cantidad de ropa de algodón y se crían bien las vacas, y mejor los puercos y cabras, con los demás ganados que quieren, y tienen muy buen temple. Yo pasé por él en el mes de setiembre del año de 1548, a juntarme con los demás soldados que salimos de la gobernación de Popayan con el campo de su majestad, para castigar la alteración pasada, y me pareció extremadamente bien este valle, y alababa a Dios viendo su frescura, con tantas arboledas y florestas llenas de mil géneros de pájaros. Yendo más adelante se llega al de Chacama, no menos fértil y abundoso que Pacasmayo por su grandeza y fertilidad, sin lo cual hay en él gran cantidad de cañaverales dulces, de que se hace mucho azúcar y muy bueno, y otras frutas y conservas; y hay un monasterio de Santo Domingo, que fundó el reverendo padre fray Domingo de Santo Tomás. Cuatro leguas más adelante está el valle de Chimo, ancho y muy grande, y adonde está edificada la ciudad de Trujillo. Cuentan algunos indios que antiguamente, antes que los ingas tuviesen señoríos, hubo en este valle un poderoso señor, a quien llamaban Chimo, como el valle se nombra agora, el cual hizo grandes cosas, venciendo muchas batallas, y edificó unos edificios que, aunque son tan antiguos, se parece claramente haber sido gran cosa. Como las ingas, reyes del Cuzco, se hicieron señores destos llanos, tuvieron en mucha estimación a este valle de Chimo, y mandaron hacer en él grandes aposentos y casas de placer, y el camino real pasa de largo, hecho con sus paredes. Los caciques naturales deste valle fueron siempre estimados y tenidos por ricos. Y esto se ha conocido ser verdad, pues en las sepulturas de sus mayores se ha hallado cantidad de oro y plata. En el tiempo presente hay pocos indios, y los señores no tienen tanta estimación, y lo más del valle está repartido entre los españoles pobladores de la nueva ciudad de Trujillo, para hacer sus casas y heredamientos. El puerto de la mar, que nombran el arrecife de Trujillo, no está muy lejos deste valle, y por toda la costa matan mucho pescado para proveimiento de la ciudad y de los mismos indios.
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Capítulo LXVIII Cómo Manco Ynga envió a cercar a la Ciudad de los Reyes a Quizo Yupanqui, y lo que les sucedió Nadie me podrá negar que la rebelión y alzamiento de Manco Inga Yupanqui, más fue forzado y movido de los agravios y opresiones de Hernando de Pizarro y sus hermanos, que de propia voluntad, porque un ánimo generoso y noble siente más las injurias cuanto menos ocasión da para ellas. Si el Marqués don Francisco Pizarro hubiera desde el principio obviado los excesos y exorbitaciones de sus hermanos y demás españoles, no se alzara Manco Inga ni fueran muertos tanta infinidad de indios, ni él se viera en el aprieto que se vio. Pero de un inconveniente se siguen millones y lo que en los principios fácilmente se remediara, en dejando tomar raíz y fundamento al mal, se dificulta e imposibilita más, como veremos. Después que Manco Inga se hubo fortalecido en Tambo, como hemos dicho, e hizo junta de muchos millares de indios de todas partes, pareciéndole que si tomaba a Lima y destruía al Marqués, que en ella estaba con mucha gente, el Cuzco le vendría luego a las manos, faltándole el aliento que de soldados le subía de allí. Determinó de acometer primero a Lima, y así envió a ello a Quico Yupanqui y a Ylla Topa y Puyu. Vilca a Lima. Y Quico Yupanqui era Capitán General a quien los otros obedecían, y llevó orden de Manco Ynga para que toda la gente de Chinchay Suyo le siguiese y con ella y la que llevaba, cercase a Lima y matase al Marqués Pizarro y a todos los españoles que con él estaban. Y así salió de Tambo, y caminando por el Camino Real en un río llamado Chuico Mayo topó de repente a muchos españoles que descuidados iban al Cuzco, pareciéndoles que ya estaba todo apaciguado y que no había que temer, como habían tenido nueva que el cerco del Cuzco se había acabado y desbaratado a los Capitanes de Manco Ynga. Dando sobre ellos los mató a todos y tomó muchos despojos de vestidos de seda y paño y otras presas; y mucha ropa, vino y otras cosas de Castilla, y negros y negras que llevaban al Cuzco. Muy contento con el buen suceso y la presa que había alcanzado tan sin peligro, lo despachó luego todo a Manco Ynga, que lo recibió con grande alegría, y le parecía que su negocio se iba encaminando todo, conforme su deseo, con tan buen principio. Quizo Yupanqui, habiendo despachado los despojos al Ynga, pasó adelante, juntando por donde quiera que pasaba mucha gente por fuerza o por grado, para hacer su ejército mayor y más temido, y caminando hacia Xauxa, en la cual había como hemos dicho españoles en pueblo cerca de Atun Xauxa. Antes que los indios llegasen tuvieron nueva como venían a matarlos, y no hicieron caudal dellos ni los estimaron en nada, diciendo: vengan esos perros que aquí estamos aguardándolos y los hemos de hacer pedazos a todos, aunque vinieran doblados de los que son, que por su mal salieron del Cuzco. Con esto, no se quisieron fortalecer ni reparar en un usno que allí había, ni pusieron guardas ni centinelas, ni enviaron espías al camino, para que les avisasen cuando llegaban los indios cerca dellos, como era razón lo hicieran. Pero su soberbia y arrogancia los destruyó, y permitió Dios muriesen allí para castigo suyo y ejemplo de otros que no menosprecien a sus enemigos. Quizo Yupanqui llegó una mañana al reír del día sobre los españoles tan súbito, que primero estaban cercados por todas partes que ellos lo sintiesen, que aún no tuvieran lugar ni tiempo de poder vestirse, que estaban en la cama y así se metieron con el alboroto en un usno que allí había como fortaleza, y allí con las armas que más a mano hallaron y la confusión que cada cual podrá imaginar, que nunca entendieron tuvieran ánimo los indios para acometerlos, se empezaron a defender con ánimo español y más en tal trance, donde no les iba menos que la vida. Pero al fin durando la pelea desde la mañana, que llegaron los indios, hasta hora de vísperas, hubieron los pocos de caer a las manos de los muchos, y así los indios los mataron a todos, y a sus caballos y negros de su servicio, que allí tenían, sin que de la furia de la muerte pudiesen escapar más de solo un español, viendo ya el negocio de la suerte que iba y que era lucura esperar, habiendo muerto a todos sus compañeros, puso el remedio de su vida en la huida, ya que no podía con sus brazos. Así en un caballo salió huyendo y los indios aún no quisieron que ése escapándose llevase la nueva, que le fueron siguiendo hasta Ancha Cocha, sin descansar ni dejarle reposar un momento. Al cabo, con la ayuda de Dios, salió del peligro y se escapó y los indios se volvieron a gozar los despojos de los españoles muertos y hacer pedazos sus cuerpos con bárbara crueldad. El español caminando con mucha diligencia llegó a Lima, que había tres grandes jornadas, y dio la nueva al Marqués Pizarro, el cual muy triste por la muerte de los españoles empezó a aparejarse para la defensa, no les sucediese como a ellos, juntando la más gente que le fue posible en aquella ocasión, y animando a los indios que allí había a defenderse. Quizo Yupanqui, concluido con el desbarate, hizo recoger todo lo más precioso de los vestidos y armas de los españoles, y junto lo envió a Manco Ynga presentado, dándole aviso de la victoria que había alcanzado muy fácilmente con muerte de todos los españoles. Recibió Manco Ynga el presente con gran regocijo y placer, prometiéndose ya el fin, conforme los principios y que había de acabar de destruir a cuantos españoles había en el Reino, y quedar pacífico y quieto Señor dél. Por agradecimiento de lo que había hecho Quizo Yupanqui le envió una mujer coya de su linaje, para él, que era hermosísima, y unas andas en que anduviese con más autoridad, y le envió a decir que se fuese luego a Lima y la destruyese, no dejando casa en pie en ella, y matase cuantos españoles hallase donde quiera, que solamente el Marqués lo dejase vivo, y preso se lo trajese o enviase adonde él estaba, para dar luego sobre el Cuzco y prender a Hernando Pizarro y a los demás y acabarlos de destruir a todos. Quizo Yupanqui, muy ufano y soberbio con el retorno de la coya y las andas, que todo era señal de gran favor y regalo, se estuvo un mes descansando en Xauxa e hizo gente de los xauxas, huancas y yauyos, para ir a Lima sobre el Marqués, en lo cual erró notablemente. Que si luego, sin reparar con la gente que traía, que era bastante, pasara la Puna de Pariacaca, y diera de repente en Lima, sin duda la tomara y asolara e hiciera cuanto quisiera, no habiendo dado lugar al Marqués para aderezarse y juntar gente, como le tuvo, antes le cogiera desapercibido y solo, pero Dios le cegó el entendimiento para que no acertase a proseguir lo comenzado felizmente, como le había sucedido. Salió de Xauxa con su ejército y, acercándose a Lima, ordenó la gente cómo había de acometer por tres partes, para que así mejor saliesen con su intención: los huancas, angares, yauyos y chauircos entrasen por el camino real de los llanos, que es Pachacama, donde había un famoso templo, mentado en gran manera en este Reyno, y el Quizo Yupanqui entrase por Mama a salir a Lima el río abajo, y los de Tarama, Atabillos, Huanuco y Huaylas viniesen por el camino de Trujillo, que también es de llanos. Y con esta orden divididos, cercaron a Lima una mañana y embistiendo luego pelearon con los españoles valerosamente, y se adelantaron tanto que entraron dentro de la ciudad, haciendo en ella grandísimo estrago y mataron muchos españoles, e infinito número de indios amigos. Si la fortuna no les fuera favorable a los españoles o, por mejor decir, Dios que lo ordenaba para el bien de tanta multitud de almas como se habían de poner en carrera de salvación, aquel día se concluía la guerra asolando a Lima. Pero andando en lo más trabado de la batalla, le dieron a Quizo Yupanqui un arcabuzazo en la rodilla, lo cual fue causa que, sintiéndose herido, se retirase y así los demás, viendo a su General así, desbarataron, retrayéndose al cerro de San Cristóbal, que está un cuarto de legua de Lima, a la vista della. También fue causa de no acabar de concluir aquel día la jornada, el haberse detenido los huancas con los demás que con ellos venían, y no haber llegado a tiempo, que si llegan no quedara memoria de la Ciudad de los Reyes ni de los españoles. Pero en fin fue todo orden de Dios. Quizo Yupanqui hizo le llevasen a Bombon, y de allí se fue con todo su ejército a Chinchay Cocha, donde murió de la herida. Desta manera se deshizo la gente, dejando libre al Marqués y a la Ciudad de los Reyes.
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Cómo el Almirante descubrió la isla de la Trinidad y vio la Tierra Firme Martes, último día de Julio del año 1498, después de navegar el Almirante muchos días hacia Poniente, tanto que en su opinión dejaba las islas de los Caribes al Norte, acordó no continuar más aquel camino, sino ir a la Española, no sólo porque padecía gran falta de agua; mas también porque todos los bastimentos se le deshacían; y también porque recelaba que en su ausencia hubiese ocurrido algún desorden y alboroto entre la gente que allí había dejado, como en efecto había sucedido, por lo que más adelante referiré. Por lo cual, dejando el camino de Poniente, tomó el del Norte, pareciéndole que tomaría por allí alguna de las islas de los Caribe, donde se refrescase la gente, y se proveyera de agua y leña, de lo que tenía gran necesidad. Así, pues, navegando una mañana por aquel camino, quiso Dios que a hora del mediodía, un marinero de Huelva llamado Alonso Pérez Nizardo, subido a la gabia, vio tierra al Occidente, a distancia de cinco leguas de la nave. Lo que vio fueron tres montes juntos al mismo tiempo. No mucho después vieron que la misma tierra se dilataba al Nordeste, todo cuanto que alcanzaba la vista, y aun parecía no verse hasta el fin. Por lo cual, habiendo todos dado muchas gracias a Dios, y recitado la Salve y otras oraciones devotas que en tiempos de tormenta y de alegría suelen rezar los marineros, el Almirante le puso el nombre de isla de la Trinidad; tanto por llevar pensamiento de poner este nombre a la primera tierra que hallase, como por parecerle que con esto daba gracias a Dios, que le había mostrado los tres montes juntos al mismo tiempo, según hemos dicho. Después navegó con rumbo a Occidente para ir a un cabo que se veía más al Sur, y fue por la parte meridional de dicha isla hasta que llegó a dar fondo, pasadas cinco leguas de una punta que llamó de la Galea, a causa de un peñasco que había en aquélla, que lejos parecía una galera que iba a la vela. Por no tener a la sazón más que una pipa de agua para toda la tripulación de su nave, y las otras estaban con la misma necesidad, y allí no había comodidad para tomarla, luego, la mañana del miércoles siguiente, fue a detenerse junto a otro cabo que llamó de la Playa, donde con grande alegría bajó la gente a tierra y tomaron agua de un hermosísimo río, sin que en todo el contorno hallasen gente ni población alguna, aunque en toda la costa que habían dejado a mano derecha, hubiesen visto muchas casas y pueblos. Es verdad que encontraron vestigios de pescadores, que habían huido dejando algunas cosas de las que suelen disponer para la pesca. Allí encontraron también muchas huellas de animales que parecían ser cabras, y también los huesos de uno; pero, como la cabeza no tenía cuernos, creyeron que sería algún macaco o mono pequeño; como después supieron que era, por los muchos animales de aquellos que vieron en Paria. Aquel mismo día, que fue el primero de Agosto, navegando entre el cabo de la Galea y el de la Playa, sobre la mano izquierda, hacia el Sur, vieron la tierra firme, a distancia de veinticinco leguas, y pensaron que sería otra isla; creyéndolo así el Almirante, la llamó Isla Santa. La tierra que vieron de la isla de la Trinidad, esto es, desde un cabo al otro, se dilataba por treinta leguas de Este a Oeste sin puerto alguno; pero todo el país era muy hermoso, los árboles llegaban hasta el agua; había muchos pueblos y casas; todo muy ameno. Esta jornada la hicieron en brevísimo espacio, porque la corriente del mar era tan veloz hacia el Poniente, que parecía un río impetuoso, tanto de día como de noche, a todas horas, no obstante que subía y menguaba el agua en la playa, más de sesenta pasos con la marea, como en Sanlúcar de Barrameda suele acontecer cuando se hincha el agua, pues aunque ésta suba y baje, no por eso deja de correr hacia el mar.
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De cómo Guascar fue alzado por rey en el Cuzco, después de muerto su padre. Como fuese muerto Guayna Capac y por él hechos los lloros y sentimiento dicho, aunque había en el Cuzco más de cuarenta hijos suyos ninguno intentó salir de la obediencia de Guascar, a quien sabían pertenecía el reino; y aunque se entendió lo que Guayna Capac mandó, que su tío gobernase, no faltó quien aconsejó a Guascar saliese con la borla en público y mandase por todo el reino como rey. Y como para las honras de Guayna Capac habían venido al Cuzco los más de los señores naturales de las provincias, pudo ser la fiesta de su coronación grande y de presto entendida y sabida y así lo determinó de hacer. Dejando el gobierno de la mesma ciudad a quien por su padre lo tenía, se entró a hacer el ayuno con la observancia que su costumbre requería. Salió con la borla muy galano y hiciéronse grandes fiestas y pusiéronse en la plaza la maroma de oro con los bultos de los Incas y, conforme a la costumbre dellos, gastaron algunos días en beber y en sus areytos; y acabados, fuéles nueva a todas las provincias y mandado del nuevo rey de lo que habían de hacer, enviando a Quito ciertos orejones y que trujesen las mujeres de su padre y su servicio. Fue entendido por Atahuallpa cómo Guascar había salido con la borla y cómo quería que todos le diesen la obediencia; y no se habían partido de Quito ni de sus comarcas los capitanes generales de Guayna Capac y había entre todos pláticas secretas sobre que era bien procurar, por las vías a ellos posibles, quedarse con aquellas tierras de Quito sin ir al Cuzco al llamamiento de Guascar, pues era aquella tierra tan buena y a donde todos se hallaban tan bien como en el Cuzco. Algunos había entre ellos que les pesaba y decían que no era lícito dejar de reconocer el gran Inca, pues era Señor de todos. Mas Illa Tupac no fue leal a Guascar, así como Guayna Capac se lo rogó y él se lo prometió, porque dicen que andaba en tratos y secretas pláticas con Atahuallpa, que entre los hijos de Guayna Capac mostró más ánimo y valor, causado por su atrevimiento y aparejo que halló o con lo que su padre mandó, si fue verdad, que gobernase lo de Quito y sus comarcas. Este habló a los capitanes Calicuchima y Aclagualpa, Rumiñahui, el Quizquiz, Zopozopanqui y otros muchos sobre quisiesen favorecerle y ayudarle para que él fuese Inca de aquellas partes como su hermano lo era del Cuzco; y ellos y el Illa Tupac, traidor a su señor natural Guascar, pues que habiéndole dejado por gobernador hasta quél tuviese edad cumplida le negó y se ofreció de favorescer a Atahuallpa, que ya por todo el real era tenido por Señor y le fueron entregadas las mujeres de su padre, a quien él recibió como suyas, que era autoridad mucha entre estas gentes; y el servicio de su casa y lo demás que tenía le fue dado para que por su mano le fuese ordenado todo a su voluntad. Cuentan algunos que algunos de los hijos de Guayna Capac, hermanos de Guascar y Atahuallpa, con otros orejones, se fueron huyendo al Cuzco y dieron dello aviso a Guascar; y así él como los orejones ancianos del Cuzco sintieron lo que había hecho Atahuallpa, reprobándolo por caso feo y que había ido contra sus dioses y contra el mandamiento y ordenanza de los reyes pasados. Decían que no habían de sufrir ni consentir que el bastardo tuviese nombre de Inca, antes le habían de castigar por lo por él inventado, por el favor que tuvo de los capitanes y gente del ejército de su padre; y así, Guascar mandó que se apercibiesen en todas partes y se hiciesen armas y los depósitos se proveyesen con las cosas necesarias, porque él había de hacer guerra a los traidores si juntos todos no le reconociesen por Señor. Y a los Cañares envió embajadores, esforzándoles en su amistad, y al mesmo Atahuallpa dicen que envió un orejón a que le amonestase que no intentase de llevar adelante su opinión, pues era tan mala, y a que hablase a Colla Tupac, su tio para que le aconsejase se viniese para él. Y hechas estas cosas nombró por su capitán general a uno de los principales del Cuzco, llamado Atoco.
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Cuéntase la salida deste puerto y la arribada a él, y lo que desta vez pasó con los indios en razón de los tres muchachos Como estaba acordado saliesen las naos del puerto, entendiendo que no sería tanto el mal del siguato, diéronse velas al otro siguiente día, veinte y ocho de mayo. A la tarde los tocados estaban todos tan caídos, que ordenó el capitán a los pilotos, que no desabrazase las naos aquella venidera noche del morro de barlovento y boca de la bahía, hasta ver la disposición con que la gente se hallaba el día siguiente, que venido, estaban todos tales que dijo el capitán volviesen las naos al puerto, a donde, por ser favorable el viento, dimos fondo fácilmente. Tratóse luego de confesar, curar y regalar los enfermos, que todos sanaban brevemente. Otro día, después de surtos, fueron vistos en la playa muchos indios tocando sus caracoles. Por entenderse que llamaban, ordenó el capitán que en las barcas fuese el maese de campo con gente a saber lo que querían. Estando los nuestros cerca los indios, no pudiendo detener el sufrimiento, con gran coraje al son de sus instrumentos despidieron muchas flechas vanamente. De las barcas se tiraron cuatro mosquetes al aire y se vinieron a las naos. Luego al punto el capitán hizo volviesen a tierra y llevasen los tres muchachos, para que los indios los viesen, y con esto hacerlos ciertos no se les haber hecho mal, que ésta se entendió ser la causa de todo su desasosiego. Llegados que fueron, luego los muchachos llamaron a sus padres que, aunque oían, no conocían a sus hijos en la voz y en la vista porque iban vestidos de seda. Acercáronse más las bracas para que mejor fuesen vistos, y como fueron conocidos, al punto dos de los indios se entraron hasta los pechos en el agua, mostrando en esto, y en el gozo que tuvieron todo el tiempo que duró su dulce prática, ser padres de los muchachos. Diose a entender a los indios, que haberse tirado mosquetes había sido porque ellos tiraron flechas. Dijeron a esto que no ellos, sino otros de cierta parcialidad, y que pues ellos eran amigos, les diesen a sus tres hijos. Fueles dicho que trajesen gallinas, puercos y frutas que luego se los darían. Dieron a entender por el sol, habían de ir y volver a medio día. Fuéronse, y los nuestros se recogieron; y al mismo tiempo concertado, sonaron dos caracoles, salieron a ellos las barcas llevando los tres muchachos, cuyos padres, cuando los vieron y hablaron, no mostraron menos placer que cuando la vez primera. Dieron a los nuestros un puerco y pidieron los muchachos. Dijéronles que trajesen muchos: dieron a entender que el otro siguiente día; que venido, sonaron sus caracoles. Salieron luego las barcas; llevando en ellas para los indios un macho y una cabra, para quedarles para casta: iban también los muchachos para añagaza de que los indios se entrasen, y los trajesen a las, naos para volverlos a enviar. Hallaron en la playa dos puercos, que recogidos, entregraron a los indios el macho y cabra, que con cuidado miraron y gran mormurio entre sí. Pidieron los padres sus hijos, y porque no se los dieron dijeron que traerían más puercos, y que los nuestros volviesen cuando ellos avisasen. A la tarde hicieron la misma señal: fueron las barcas a tierra, y sólo vieron en la playa estar el macho y cabra atados, y dos indios junto a ellos que dijeron los saliesen a buscar que ellos no los querían. Sintiéndose mal del caso, con cuidado se miró y se vieron por entre las arboledas muchos indios con arcos y flechas. Entendido ser modo para prender algunos nuestros, o de otro mal intento, se dispararon mosquetes, que oídos con grita y mucha prisa se fueron huyendo los indios, y los nuestros recogieron macho y cabra y se volvieron a las naos. Luego el muchacho mayor, que después se llamó Pablo, dijo al capitán una vez y muchas veces con señas de gran terneza: --Teatali: que debía ser decirle que lo dejase ir a su tierra; mas el capitán le dijo: --Calla, niño, que no sabes lo que te pides; mayores bienes te esperan que no la vista y el trato de padres y amigos gentiles. Es de notar que una cruz que se había dejado junto al río del Salvador, fue hallada en su lugar levantada, y que los indios habían colgado della ramos y flores. No faltó quien dijo al capitán, que pues tenía presente una tierra de tantos ríos y quebradas, hiciese en ellas dos catas del metal que llaman oro, a los ojos de los hombres tan acepto. El capitán dijo a esto, que sólo había venido a descubrir tierras y gentes, y que pues Dios le había hecho merced de mostralle lo buscado, no era justo ni razonable arriesgar el todo por la parte; y que si lo pudiese hacer, entendiendo tener color a disculpa, lo hiciera sin que dello le avisasen, y que a los pobladores que a aquellas tierras viniesen, tocaría con la seguridad debida deste y otros cuidados. Volvióse decir a esto, estar el tiempo de tantas cudicias lleno, que si no hay oro ni plata, no hay gustosa gana de poblar, y lo demás; y por cerrar esta partida respondió el capitán, que la causa es de Dios, y cuando llegase la hora determinada por Su Majestad divina, daría para aquella hacienda suya mayordomos con obreros, que su pío no sea sólo de oro, sino de bien de las almas.
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De cómo el capitán Francisco Ribera dio cuenta de su descubrimiento Otro día siguiente paresció ante el gobernador el capitán Francisco de Ribera, trayendo consigo los seis españoles que con él habían ido, y le dio relación de su descubrimiento, y dijo que después que dél partió en aquel bosque de do se habían apartado, que habían caminado por do la guía lo había llevado veintiún días sin parar, yendo por tierra de muchas malezas, de arboledas tan cerradas, que no podían pasar sin ir desmontando y abriendo por do pudiese pasar, y que algunos días caminaban una legua, y otros dos días que no caminaban media, por las grandes malezas y breñas de los montes, y que en todo el camino que llevaron fue la vía del Poniente; que en todo el tiempo que fueron por la dicha tierra comían venados y puercos y antas que los indios mataban con las flechas, porque era tanta la caza que había, que a palos mataban todo lo que querían para comer, y ansimismo había infinita miel en lo hueco de los árboles, y frutas salvajes, que había para mantener toda la gente que venía al dicho descubrimiento, y que a los veintiún días llegaron a un río que corría la vía del Poniente; y según la guía les dijo, que pasaba por Tapuaguazu y por las poblaciones de los indios, en el cual pescaron los que él llevaba, y sacaron mucho pescado de unos que llaman los indios piraputanas, que son de la manera de los sábalos, que es muy excelente pescado; y pasaron el río, y andando por donde la guía les llevaba, dieron en huella fresca de indios; que, como aquel día había llovido, estaba la tierra mojada, y parescía haber andado indios por allí a caza; y yendo siguiendo el rastro de la huella, dieron en unas grandes hazas de maíz que se comenzaban a coger, y luego, sin se poder encubrir, salió a ellos un indio solo, cuyo lenguaje no entendieron, que traía un barbote grande en el labio bajo, de plata, y unos orejeras de oro, y tomó por la mano al Francisco de Ribera, y por señas les dijo que se fuesen con él, y así lo hicieron, y vieron cerca de allí una casa grande de paja y madera; y como llegaron cerca de ella, vieron que las mujeres y otros indios sacaban lo que dentro estaba de ropa de algodón y otras cosas, y se metían por las hazas adelante, y el indio los mandó entrar dentro de la casa, en la cual andaban mujeres e indios sacando todo lo que tenían dentro, y abrían la paja de la casa y por allí lo echaban fuera, por no pasarlo por donde él y los otros cristianos estaban, y que de unas tinajas grandes que estaban dentro de la casa llenas de maíz vio sacar ciertas planchas y hachuelas y brazaletas de plata, y echarlos fuera de la casa por las parejes, que eran de paja; y como el indio que parescía el principal de aquella casa (por el respeto que los indios de ella le tenían) los tuvo dentro de la casa, por señas les dijo que se asentasen, y a dos indios orejones que tenían por esclavos, les mandó a dar a beber de unas tinajas que tenían dentro de la casa metidas hasta el cuello debajo de tierra, llenas de vino de maíz; sacaron vino en unas calabazas grandes y les comenzaron a dar de beber; y los dos orejones le dijeron que a tres jornadas de allí, con unos indios que llaman payzunoes, estaban ciertos cristianos, y dende allí les enseñaron a Tapuaguazu (que es una peña muy alta y grande), y luego comenzaron a venir muchos indios muy pintados y emplumados, y con arcos y flechas a punto de guerra, y el dicho indio habló con ellos con mucha aceleración, y tomó asimismo un arco y flechas, y enviaba indios que iban y venían con mensajes; de donde habían conoscido que hacían llamamiento del pueblo que debía estar cerca de allí, y se juntaban para los matar; y que había dicho a los cristianos que con él iban, que saliesen todos juntos de la casa, y se volviesen por el mismo camino que habían traído antes que se juntasen más indios; a esta sazón estarían juntos más de trescientos, dándoles a entender que iban a traer otros muchos cristianos que vivían allí cerca; y que ya que iban a salir, los indios se les ponían delante para los detener, y por medio de ellos habían salido, y que obra de un tiro de piedra de la casa, visto por los indios que se iban, habían ido tras de ellos, y con grande grita, tirándoles muchas flechas, los habían seguido hasta los meter por el monte, donde se defendieron; y los indios, creyendo que allí había más cristianos, no osaron entrar tras de ellos y los habían dejado ir, y escaparon todos heridos, y tornaron por el propio camino que abrieron y lo que habían caminado en veintiún días dende donde el gobernador los había enviado hasta llegar al puerto de los Reyes lo andaron en doce días; que les paresció que dende aquel puerto hasta donde estaban los dichos indios había setenta leguas de camino, y que una laguna que está a veinte leguas de este puerto, que se pasó el agua hasta la rodilla venía entonces tan crescida y traía tanta agua que se había extendido y alargado más de una legua por la tierra adentro, por donde ello habían pasado, y más de dos lanzas de hondo y que con muy gran trabajo y peligro lo habían pasado con balsas; y que si habían de entrar por la tierra, era necesario que abajasen agua de la laguna; y que los indios se llaman tarapecocies, los cuales tienen muchos bastimentos, y vio que crían patos y gallinas como las nuestras en mucha cantidad. Esta relación dio Francisco de Ribera y los españoles que, con él fueron y vinieron y de la guía que con ellos fue; los cuales dijeron lo mismo que había declarado Francisco de Ribera; y porque en este puerto de los Reyes estaban algunos indios de la generación de los tarapecocies, donde llegó el Francisco de Ribera, los cuales vinieron con García, lengua cuando fue por las poblaciones de la tierra, y volvió desbaratado por los indios guaraníes en el río del Paraguay, y se escaparon éstos como los indios chaneses que huyeron, y vivían todos juntos en el puerto de los Reyes, y para informarse de ellos los mandó llamar el gobernador, y luego conoscieron y se alegraron con unas flechas que Francisco Ribera traía, de las que le tiraron los indios tarapecocies, y dijeron que aquéllas eran de su tierra; y el gobernador les preguntó que por qué los de su generación habían querido matar aquellos que los habían ido a ver y hablar. Y dijeron que los de su generación no eran enemigos de los cristianos, antes los tenían por amigos desde que García estuvo en la tierra y contrató con ellos; y que la causa por que los tarapecocies los querían matar sería por llevar en su compañía indios guaraníes, que los tienen por enemigos, porque los tiempos pasados fueron hasta su tierra a los matar y destruir; porque los cristianos no habían llevado lengua que los hablasen y los entendiesen para les decir y hacer entender a lo que iban, porque no acostumbran hacer guerra a los que no les hacen mal; y que si llevaran lengua que les hablara, les hicieran buenos tratamientos y les dieran de comer, y oro y plata que tienen, que traen de las poblaciones de la tierra adentro. Fueron preguntados qué generaciones son de los que han la plata y el oro, y cómo lo contratan y vienen a su poder; dijeron que los payzunoes, que están tres jornadas de su tierra, les dan a los suyos a trueco de arcos y flechas de esclavos que toman de otras generaciones, y que los payzunoes lo han de los chaneses y chimenoes y carcaraes y candirees, que son otras gentes de los indios, que los tienen en mucha cantidad, y que los indios lo contratan, como dicho es. Fuéle mostrado un candelero de azófar muy limpio y claro, para que lo viese y declarase si el oro que tenían en su tierra era de aquella manera; y dijeron que lo del candelero era duro y bellaco, y lo de su tierra era blanco y no tenía mal olor y era más amarillo, y luego le fue mostrada una sortija de oro, y dijeron sí era de aquello mismo lo de su tierra, y dijo que sí. Asimismo le mostraron un plato de estaño muy limpio y claro, y le preguntaron si la plata de su tierra era tal como aquélla, y dijo que aquélla de aquel plato hedía y era bellaca y blanda, y que la de su tierra era más blanca y dura y no hedía mal; y siéndole mostrada una copa de plata, con ella se alegraron mucho y dijeron haber de aquello en su tierra muy gran cantidad en vasijas y otras cosas en casa de los indios, y planchas, y habían brazaletes y coronas y hachuelas, y otras piezas.
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Cómo el capitán Xicotenga tenía apercibidos veinte mil hombres guerreros escogidos, para dar en nuestro real, y lo que sobre ello se hizo Como Mase-Escaci y Xicotenga "el viejo", y todos los demás caciques de la cabecera de Tlascala enviaron cuatro veces a decir a su capitán que no nos diese guerra, sino que nos fuese a hablar de paz, pues estaba. cerca de nuestro real, y mandaron a los demás capitanes que con él estaban que no le siguiesen si no fuese para acompañarle si nos iba a ver de paz; como el Xicontenga era de mala condición, porfiado y soberbio, acordó de nos enviar cuarenta indios con comida de gallinas, pan y fruta, y cuatro mujeres indias viejas y de ruin manera, y mucho copal y plumas de papagayos, y los indios que lo traían al parecer creímos que venían de paz; y llegados a nuestro real, zahumaron a Cortés, y sin hacer acato, como suelen entre ellos, dijeron: "Esto os envía el capitán Xicotenga, que comáis si sois teules, como dicen los de Cempoal; e si queréis sacrificios, tomad esas cuatro mujeres que sacrifiquéis, y podéis comer de sus carnes y corazones; y porque no sabemos de qué manera lo hacéis, por eso no las hemos sacrificado ahora delante de vosotros; y si sois hombres, comed de las gallinas, pan y fruta; y si sois teules mansos, aquí os traemos copal (que ya he dicho que es como incienso) y plumas de papagayos; haced vuestro sacrificio con ello". Y Cortés respondió con nuestras lenguas que ya les había enviado a decir que quiere paz y que no venía a dar guerra, y les venían a rogar y manifestar de parte de nuestro señor Jesucristo, que es en quien creemos y adoramos, y el emperador don Carlos (cuyos vasallos somos), que no maten ni sacrifiquen a ninguna persona, como lo suelen hacer; y que todos nosotros somos hombres de hueso y de carne como ellos, y no teules, sino cristianos, y que no tenemos por costumbre de matar a ningunos; que si matar quisiéramos, que todas las veces que nos dieron guerra de día y de noche había en ellos hartos en que pudiéramos hacer crueldades, y que por aquella comida que allí traen se lo agradece, y que no sean más locos de lo que han sido, y vengan de paz. Y parece ser aquellos indios que envió el Xicotenga con la comida, eran espías para mirar nuestras chozas y entradas y salidas, y todo lo que en nuestro real había, y ranchos y caballos y artillería, y cuántos estábamos en cada choza; y estuvieron aquel día y la noche, y se iban unos con mensajes a su Xicotenga y venían otros; y los amigos que traíamos de Cempoal miraron y cayeron en ello, que no era cosa acostumbrada estar de día ni de noche nuestros enemigos en el real sin propósito ninguno, y que cierto eran espías, y tomaron dellos más sospecha porque cuando fuimos a lo del pueblezuelo Zumpancingo, dijeron dos viejos de aquel pueblo a los de Cempoal, que estaba apercibido Xicotenga con muchos guerreros para dar en nuestro real de noche de manera que no fuesen sentidos, y los de Cempoal entonces tuviéronlo por burla y cosa de fieros, y por no saberlo muy de cierto no se lo habían dicho a Cortés; y súpolo luego doña Marina, y ella lo dijo a Cortés; y para saber la verdad mandó Cortés apartar dos de los tlascaltecas que parecían más hombres de bien, y confesaron que eran espías de Xicotenga, y todo a la fin que venían; y Cortés les mandó soltar, y tomamos otros dos, y ni más ni menos confesaron que eran espías; y tomáronse otros dos ni más ni menos, y más dijeron, que estaba su capitán Xicotenga aguardando la respuesta para dar aquella noche con todas sus capitanías en nosotros; y como Cortés lo hubo entendido, lo hizo saber en todo el real para que estuviésemos muy alerta, creyendo que había de venir, como lo tenían concertado; y luego mandó prender hasta diez y siete indios de aquellas espías, y dellos se cortaron las manos y a otros los dedos pulgares, y los enviamos a su capitán Xicotenga, y se les dijo que por el atrevimiento de venir de aquella manera se les ha hecho ahora aquel castigo, e digan que venga cuando quisiere, de día o de noche; que allí le aguardaríamos dos días, y que si dentro de los dos días no viniese, que lo iríamos a buscar a su real; y que ya hubiéramos ido a les dar guerra y matarles, sino porque los queremos mucho; y que no sean más locos, y vengan de paz. Y como fueron aquellos indios de las manos cortadas y dedos, en aquel instante dicen que Xicotenga quería salir de su real con todos sus poderes para dar sobre nosotros de noche, como lo tenían concertado; y como vio ir a sus espías de aquella manera, se maravilló y preguntó la causa dello, y le contaron todo lo acaecido, y desde entonces perdió el brío y soberbia; y demás desto, ya se le había ido del real una capitanía con toda su gente, con quien había tenido contienda y bandos en las batallas pasadas. Dejemos esto aquí, e pasemos adelante.
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Capítulo LXX De cómo Ruminabi desamparó a la ciudad del Quito, matando primero mucbas mujeres principales, porque no gozasen de ellas los cristianos, los cuales como entraron en ella, y no vieron el tesoro que buscaban, recibieron mucha pena; y lo que más pasó Escribí en lo pasado lo que le sucedió al capitán Sebastián de Belalcázar hasta llegar el pueblo de Panzaleo, donde les dijo un indio, que tomaron, haber tanto oro y plata en el Quito que no podrían sus caballos llevar la veintena parte de ello, con que todos los españoles se pararon muy lozanos, pareciéndoles que ya tenía cada uno de ellos más que diez de los de Caxamalca. Los indios de guerra, aunque fueron desbaratados, hacían rostro a los españoles y cerca de Quito, en una quebrada algo áspera se hicieron fuertes en las albarradas que allí tenían, de donde tiraron tantos tiros que los hicieron detener algún rato; mas por junto a ellos subieron a les ganar el fuerte, y a su pesar lo dejaron con muerte de muchos de ellos. Y a más andar, se fueron a la ciudad de Quito dando grandes voces a los que en ella estaban, para que luego sin dilación la desamparasen y se fuesen a la sierra. Y así lo hicieron con gran turbación, pareciéndoles que los caballos estaban encima de ellos. Había muchas señoras principales, de los templos, y de las que habían sido mujeres de Guaynacapa y de Atabalipa, y de otros principales de los que habían muerto en las guerras. Ruminabi les habló cautelosamente, diciéndoles que ya veían cómo los españoles venían a entrar en la ciudad, que las que de ellas quisiesen salir con él que se pusiesen en camino y las demás mirasen por sí porque, entrados aquellos sus enemigos, eran tan malos y lujuriosos que luego las tomarían a todas para las deshonrar, como habían hecho a otras muchas que traían con ellos. Como esto dijo, las que tuvieron gana salieron sin más aguardar; las otras, que eran más de trescientas, dijeron que no querían salir del Quito, sino estar y aguardar lo que sus hados de ellas ordenase. Ruminabi airado, llamándoles de pampayronas, las mandó matar a todas sin quedar ninguna, según me contaron, siendo algunas demasiadamente de hermosas y gentiles mujeres. E como las mataron, las echaron en unos hoyos hondables que estaban cerca de allí. Y esto pasado, salió de la ciudad, todos los que estaban siguiendo a los capitanes de su nación, llevando todo lo más que de ella pudieron sacar. Y como viesen que ya los cristianos, sus enemigos, llegaban cerca, con gran dolor que de ello sintieron, pusieron fuego en algunos de los aposentos y casas principales. Belalcázar llegaba tan junto de la ciudad que entró pasando estas cosas en ella. Algunos indios arrojaban tiros, mas como la gente de guerra era ya salida, hicieron poca resistencia y muchos de los anaconas se venían juntos con ellos para los servir y lo mismo hacían mujeres, las que podían venir, Pasaron la ciudad con gran gozo de verse dentro; andaban a buscar el tesoro, creyendo que habían de hallar casas llenas de ello, mas como estuviese puesto en cobro no lo hallaron ni toparon ninguno, que fue causa que su alegría se volviese en tristeza, espantándose como había salido burla lo que tenía por tan cierto. Miraban la ciudad y buscaban, mas no toparon con ningún alegrón. Preguntaba Belalcázar con grande ahínco a los indios que se les habían pasado, dónde estaba el tesoro de Quito. Respondían como espantados que no sabían más de que Ruminabi lo había llevado y ninguno de los que lo sacaron en cargas era vivo porque la fama que sobre ello hay es que los mató a todos por que no pudiesen descubrir donde se puso tanta grandeza. Aunque a muchos se preguntaba, ninguno daba otra razón. Parábanse tristes los españoles y llenos de melancolía, pues por venir a aquella jornada habían gastado y trabajado mucho. Tenían grande odio a Ruminabi, de quien llegó nueva a la ciudad como estaba hecho fuerte poco más que tres leguas de allí. Entendido por Belalcázar, mandó a Pacheco que con cuarenta españoles de espada y rodela saliese una noche y procurase de lo prender y traer a su poder. Tenía tantas espías Ruminabi puestas en todas partes, que por ninguna podían salir que no le fuese aviso de ello; y así sucedió que, como salió Pacheco con los ya nombrados a le buscar, le fue de ello "mandado" prestamente, y como lo supo, con gran celeridad se metió con los suyos por unas montañas para salir un pueblo llamado Cayambo, donde reparó. Súpose en Quito de esta mudada de Ruminabi. De nuevo mandó Belalcázar a Ruy Dfaz que fuese contra él con setenta españoles de a pie. Había entre los anaconas algunos que avisaban todo lo que los españoles pensaban y determinaban; y como se había mandado a Ruy Díaz que saliese con tantos españoles y lo mismo a Pacheco, publicaron que los que quedaban eran pocos y los más enfermos, nueva que tuvieron por alegre todos los naturales y prestamente se juntaron con el señor de Lacatunga, que se llamaba Tucomango, y con el señor de Chillo, a quien decían Quimbalambo, más de quince mil hombres de guerra con presupuesto de ir contra la ciudad de Quito para matar a los españoles que en ella habían quedado. Y puesto por obra, llegaron allí a la segunda vigilia de la noche. Los Cáñares, confederados de los cristianos, habían sabido de este movimiento; y el Quito tiene una cava, hecha para fuerza, que mandaron hacer los reyes incas en el tiempo de su reinado, fuera de la cual estaban rondas y centinelas que pudieron oír el estruendo de los indios que venían de guerra, de que luego dieron aviso a Belalcázar, el cual mandó que los caballos saliesen a la plaza, y lo mismo los peones armados para resistir los enemigos que venían contra ellos. Los cuales conocieron por el tumulto que oían que los habían sentido, y abriendo las bocas daban grandes voces con muchas amenazas, como lo tienen siempre de costumbre. Los Cáñares, odiosos a todos éstos por el daño que les hicieron cuando fueron con Atabalipa, salieron contra ellos confiados en el favor de los españoles y tuvieron su batalla. Y puesto que de noche veíanse por la lumbre que daban muchas casas de la ciudad que los enemigos quemaron por estar de la otra parte de la cava; y entre unos y otros duró la pelea hasta que, queriendo venir el día, se retrajeron los que habían venido contra la ciudad. Salieron los caballos tras ellos, los alcanzaron; mataron e hirie ron tantos de ellos, que fueron tan escarmentados: que tuvieron por bien de no volver más a semejante burla. Ruy Díaz, con los españoles que iban con él, anduvieron hasta que se metieron en la montaña de Yombo. Súpolo Ruminabi, y no teniendo su estada por segura en aquella tierra se retrajo; mas puesto que su persona no pudo ser habida por los cristianos, hubieron gran cabalgada: que tomaron de su repuesto de ropa fina, y otras preseas ricas, y algunos vasos y vasijas de oro y plata, y muchas mujeres muy hermosas con que se volvieron a Quito a dar cuenta al capitán. Y como el no haber hallado el tesoro, que pensaron, los trajese desasosegados, ahincaba mucho a los indios le descubriesen si sabían dónde se había llevado a esconder. Algunos de éstos afirmaron que en Cayambe estaba gran parte del tesoro encerrado, y creyendo que fuera cierta esta noticia salió Belalcázar en persona con toda la gente que había en Quito porque aún no eran llegados los que habían salido a "entrar". Y llegados a un pueblo que se dice Quioche, que es junto a Puritaco, dicen que, hallando muchas mujeres y muchachos porque los hombres andaban con los capitanes, mandó que los matasen a todos sin tener culpa ninguna. ¡Crueldad grande! También afirmó otro indio cáñare, que se tomó en una entrada que había hecho Vasco de Guevara, como él sabía donde estaban ciertos cántaros de oro y plata. Belalcázar, codicioso por lo topar, mandó ir a los peones con el repuesto por el real camino hacia Cayambe, yendo con ellos algunos caballos para reguardar; y él con la demás gente fue por otro camino. Y habiendo andado buen espacio, llegaron donde el cáñare dijo estar lo que buscaban y cavando en la tierra hallaron diez cántaros de fina plata y dos de oro de subida ley y cinco de barro: esmaltados extrañamente con metal entre el barro y soldado con mayor perfección. Esto se halló entre la loma que hacía una ciénaga, donde cavaron para lo sacar. Y luego Belalcázar volvió a encontrar a los suyos y caminaron todos para Cayambe, donde vieron los campos llenos de manadas de ovejas y carneros muy grandes y hermosos. No hallaron tesoro ni pasaron adelante porque Miguel Muñoz, alférez de Belalcázar, vino a dar mandado cómo Almagro quedaba en Quito, y será bien que contemos cómo vino y por qué causa.
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Capítulo LXX Que trata de cómo acordó el general Pedro de Valdivia ir al Pirú a servir a Su Majestad y de la mañosa maña que se dio para seguir su viaje Estando los negocios en este peso, preguntó el general al capitán Juan Bautista que si había allegado el galeón al puerto y si estaba pertrechado. Y si algo le faltase que lo mandaría proveer, porque con él quería enviar sesenta mil pesos que tenía al Pirú por socorro, pues que en los mensajeros pasados no había tenido dicha. Y junto con esto tenía pena ver tan buena tierra como había visto adelante, y que no se poblaba por falta de gente. Y viendo que se le pasaban los días y meses, acordó mandar aderezar el navío para ir abajo. Vinieron hasta veintidós españoles a pedir licencia al general para ir al Pirú, y se la dio y les dijo que estuviesen prestos, porque el galeón se despacharía muy breve. Y secretamente hizo el general una provisión para el capitán Francisco de Villagran, en que le dejaba en nombre de Su Majestad y suyo la guarda y defensa de esta tierra, en tanto que él estaba ausente de ella e iba a servir a Su Majestad al Pirú, y un poder en que le dejaba a cargo todas sus haciendas. Y esto mandó a su secretario que lo tuviese secreto hasta que él se lo pidiese, y si alguno preguntase por la partida del navío, les respondiese que acabado de escribir los despachos que se estaban escribiendo, se despacharía. Estando el navío con todo su matalotaje y oro y todos los que la licencia habían pedido, cabalgó en su caballo el general con ocho españoles y fue al puerto, y dijo a todos que iba a dar los despachos a su capitán, Joan Bautista. Y mandó llamar a todos los que estaban embarcados afuera del navío en tierra, y les dijo que les quería hablar antes que se fuesen. Y de esta manera salieron todos a tierra, y entrados en una casa, el general se salió secretamente por otra puerta, diciéndoles que aguardasen que luego salía. Y fuese al batel y embarcóse con ocho criados y amigos, los cuales fueron, el capitán Gerónimo de Alderete y Joan Jofré, Diego Oro y Diego García de Cáceres, Joan de Cardeña, don Antonio, Álvaro Núñez, Vicencio de Monte. Y fuese al navío. Y los demás que estaban en la casa esperando que saliese, y como veían que se tardaba y no salía, salieron fuera. Y como le vieron ir al navío, escomenzaban a hablar unos con otros y decían cómo habían sido engañados, y daban voces y llamábanle Pedro de Urdimalas. Y ansí se consolaban unos con otros. Llegado el general al navío, mandó sacar a Gerónimo de Alderete todo el oro suyo y de particulares, y mandó se pusiese por memoria en un libro de cuenta, y señalasen cada partida cuya era, por mandarlo pagar al capitán Francisco de Villagran, como lo mandó, del oro que sus cuadrillas sacasen. Y por más claridad hizo una memoria de todo el oro y la cantidad de cada partida. Hecho esto mandó sumar la cantidad que había, y hallóse con lo que llevaba de particulares, ochenta mil pesos. Lo que él llevaba era cuarenta mil pesos, lo demás se tomó. Hecho esto habló el general a todos los que metió consigo y les dijo cómo él había entrado en aquel navío porque convenía al servicio de Su Majestad, y que si hasta entonces no se lo había hecho saber era por no ser estorbado y "porque todos los que conmigo habéis entrado sois buenos hijosdalgo, quiero que vais conmigo esta jornada". Y habló en particular a Joan de Cardeña, escribano mayor del juzgado en este reino. Y dijo ansí: "Joan de Cardeña, dadme por fe y testimonio en manera que haga entera fe ante Su Majestad y ante los señores de su real Consejo de Indias, en cómo yo digo y declaro que parto de esta tierra sólo por el servicio de Su Majestad, dejando en la sustentación de ella en su cesáreo nombre y mío, hasta que yo vuelva del Pirú esta jornada, al capitán Francisco de Villagran, que es el mejor remedio que yo puedo dejar al presente. "Y voy con determinación y a buscar un caballero que dicen que está en Panamá que viene de parte de Su Majestad, para le seguir en su real nombre. Y hallándole o no, haré toda la gente que pudiere y volveré al Pirú, y procuraré desbaratar a Gonzalo Pizarro y matarle, y restituir aquella tierra en servicio de Su Majestad. Y para dar a entender a todos en general cuán leal vasallo soy a la Corona Real de España, quiero con las obras demostrallo. Por lo cual me declaro y lo digo, para que lo entienda Gonzalo Pizarro de mí, que él y cualquiera que no estuviere debajo de la obediencia de Su Majestad y del menor de sus ministros que Su Majestad enviare para la sustentación de aquellas provincias, lo mataré y destruiré". Acabada esta plática, mandó que alzasen las áncoras y quedase el navío con sola una, poniendo las vergas en alto. Dijo a Joan de Cardeña, su secretario, cómo quería estar allí hasta saber "si el cabildo de la ciudad de Santiago habían recebido al capitán Francisco de Villagran por mi provisión al gobierno de la tierra. Y también conviene que el cabildo y pueblo escriban a Su Majestad cómo voy en paz a le servir, y cómo dejo recaudo para la sustentación de esta tierra en su cesáreo servicio. Por tanto, conviene que salgáis en tierra y llevéis estos despachos a la ciudad, y con toda diligencia entendáis en esto, y traedme el recaudo necesario. Y venid con toda brevedad, para lo cual vos doy tres días de término, y éstos os esperaré, y pasada una hora de este término me haré a la vela".
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Que trata de la muerte del valeroso rey Ahuitzotzin, y elección del famoso Motecuhzoma, segundo de este nombre Pasó tan adelante el mal procedido del golpe y descalabradura del rey Ahuitzotzin, que aunque fue curado con toda diligencia y cuidado, y le sacaron algunos pedazos de los cascos de la cabeza, no fue bastante para librarle, porque le vino a agravar el mal en tanto grado, que le quitó la vida; y fue tan sentida su muerte, que todos le lloraron y le hicieron muy solemnes exequias y funerales honras al uso y rito mexicano. juntos los dos reyes Nezahualpiltzintli y Totoquihuatzin con los electores del reino mexicano, trataron sobre la elección del rey y compañero que les faltaba en su imperio; y habiendo dado y tornado sobre el caso, los electores tenían puestos los ojos en el príncipe Macuilmalinaltzin, hijo legítimo y el mayor de los que tuvo el rey Axayacatzin y yerno del rey Nezahualpiltzintli, el cual lo contradijo, por parecerle no tener tanto peso como convenía en una dignidad tan grande, como la que se ofrecía, sin embargo de ser su yerno casado con su hija legítima, la princesa Tiyacapantzin; y así pudo tanto con los electores que barajó la elección y dio su voto a Motecuhzoma, que a la sazón era sumo sacerdote del templo de Huitzilopochtli, persona que tenía las partes y requisitos para la majestad real, aunque después le salió a los ojos y perdió a su yerno, como por el discurso de la historia se verá. Después de haberse celebrado las ceremonias de la jura, como lo tenían de costumbre, se le hicieron muy solemnes fiestas y regocijos. Se hizo esta jura en el año de 1503, a veinticuatro del mes de mayo, que fue a los nueve días de su cuarto mes llamado tóxcatl, en el día de ce cipactli, en el año que llamaron matlactliomce ácetl. Por este mismo día fue también jurado el gran y valeroso Motecuhzoma, primero de este nombre, bisabuelo del que al presente tratamos. El rey Ahuitzotzin tuvo en la heredera del Tlatelulco llamada Tyacapantzin, hija del último señor Moquihuitzin (el que perdió la ciudad) habida en su mujer legítima la hija del rey Nezahualcoyotzin, al valerosísimo rey Quauhtemotzin, que fue el último rey de México, y el que perdió la ciudad que después se cristianó y llamó don Fernando. Tuvo otros hijos que fueron, Tlacaélel y otro Motecuhzoma, Citlalcóatl, Azcacóatl, Xoyetzin, Quauhtzitzimitzin, Xicónoc, Atlizcatzin, otro Macuilmalina, Acamapich, Huitzilíhuitl, Machimale, Yoatzin y Tehuetzquizitzin. El gran Motecuhzoma tuvo (según común opinión y verdadera relación) en la reina Tayhualcan su mujer legítima, hija del rey Totoquihuatzin de Tlacopan, tres hijas, que la mayor se llamó Miahuaxochitzin, que cuando se bautizó se llamó doña Isabel, la segunda doña María y la menor doña Mariana. También tuvo otros hijos, como fueron don Pedro Tlacahuepantzin, Tlihuitltemoctzin, Axayaca, Totepehualox y Chimalpopocatzin. La doña Isabel casó tres veces: la primera con Alonso Grado, natural de la villa de Alcántara, hijo-dalgo y uno de los principales caudillos que hubo en la conquista, por mano y orden de don Fernando Cortés, marqués del Valle; la segunda vez se casó con don Pedro Gallego, de quien hubo un hijo que se llamó don Juan de Andrada Motecuhzoma, y de éste proceden los Andradas; el tercer matrimonio fue con Juan Cano, de quien proceden los Canos. Don Pedro Tlacahuepantzin no tuvo hijos en las dos mujeres con quienes casó conforme a la orden de la santa madre iglesia, y por los impedimentos que alegó su hermana doña Isabel, por decir que la primera con quién casó era su prima hermana y no pudo sin buleto particular de su Santidad, con el fin de alcanzarle y negociar otros negocios se fue a España, y se detuvo algún tiempo, de modo que siendo certificada su mujer de ser muerto, se casó con un conquistador; y venido que fue a la Veracruz, supo estar ya casada su mujer, y no queriendo usar del buleto ni manifestar el que su Santidad le había dado, se vino a la ciudad de Tetzcuco, en donde se casó con doña Francisca, hija legítima y la mayor de don Pedro Tetlahuehuezquititzin señor de aquella ciudad; lo cual, sabido por la dicha doña Isabel, dio aviso de los impedimentos de aquellos matrimonios que había hecho su hermano, y así don Pedro desde entonces no hizo vida ni con una ni con la otra, y los hijos que tuvo fueron naturales. El mayor fue don Martín Motecuhzoma, que le heredó en el mayorazgo, y aunque casó con doña Magdalena Axayacatzin señora de Izatapalapan su prima hermana, no tuvo hijos, y así heredó el mayorazgo don Diego Luis Cuayhuitzin, su segundo hijo, que fue a España y tiene allá herederos y descendientes.