De la fertilidad de la tierra de los llanos, y de las muchas frutas y raíces que hay en ellos, y la orden tan buena con que riegan los campos Pues ya he contado lo más brevemente que he podido algunas cosas convenientes a nuestro propósito, será bien volver a tratar de los valles, contando cada uno por sí particularmente, como se ha hecho de los pueblos y provincias de la serranía, aunque primero daré alguna razón de las frutas y mantenimientos y asequias que hay en ellos. Lo cual hecho, proseguiré con lo que falta. Digo, pues, que toda la tierra de los valles adonde no llega la arena, hasta donde toman las arboledas dellos, es una de las más fértiles tierras y abundantes del mundo, y la más gruesa para sembrar todo lo que quisieren, y adonde con poco trabajo se puede cultivar y aderezar. Ya he dicho cómo no llueve en ellos y cómo el agua que tienen es de riego de los ríos que abajan de las sierras, hasta ir a dar a la mar del Sur. Por estos valles siembran los indios el maíz, y lo cogen en el año dos veces, y se da en abundancia; y en algunas partes ponen raíces de yuca, que son provechosas para hacer pan y brebaje a falta de maíz, y críanse muchas batatas dulces, que el sabor dellas es casi como de castañas; y asimismo hay algunas papas y muchos frisoles, y otras raíces gustosas. Por todos los valles destos llanos hay también una de las singulares frutas que yo he visto, a la cual llaman pepinos, de muy buen sabor y muy olorosos algunos dellos. Nacen asimismo gran cantidad de árboles de guayabas, y de muchas guabas y paltas, que son a manera de peras, guanabanas y caimitos, y pifias de las de aquellas partes. Por las casas de los indios se ven muchos perros diferentes de la casta de España, del tamaño de gozques, a quien llaman chonos. Crían también muchos patos, y en la espesura de los valles hay algarrobas algo largas y angostas, no tan gordas como vainas de habas. En algunas partes hacen pan destas algarrobas, y lo tienen por bueno. Usan mucho de secar las frutas y raíces que son aparejadas para ello, como nosotros hacemos los higos, pasas y otras frutas. Agora en este tiempo, por muchos destos valles hay grandes viñas, de donde cogen muchas uvas. Hasta agora no se ha hecho vino, y por eso no se puede certificar qué tal será; presúmese que, por ser de regadío, será flaco. También hay grandes higuerales y muchos granados, y en algunas partes se dan ya membrillos. Pero ¿para qué voy contando esto, pues se cree y tiene por cierto que se darán todas las frutas que de España sembraron? Trigo se coge tanto como saben los que lo han visto, y es cosa hermosa de ver campos llenos de sementeras por tierra estéril de agua natural y que estén tan frescos y viciosos que parecen matas de albahaca. La cebada se da como el trigo; limones, limas, naranjas, cidras, toronjas, todo lo hay mucho y muy bueno, y grandes platanales. Sin lo dicho, hay por todos estos valles otras frutas muchas y sabrosas que no digo, porque me parece que basta haber contado las principales. Y como los ríos abajan de la sierra por estos llanos, y algunos de los valles son anchos, y todos se siembran o solían sembrarse cuando estaban más poblados, sacaban acequias en cabos y por partes, que es cosa extraña afirmarlo, porque las echaban por lugares altos y bajos, y por laderas de los cabezos y haldas de sierras que están en los valles, y por ellos mismos atraviesan muchas, unas por una parte y otras por otra, que es gran delectación caminar por aquellos valles, porque parece que se anda entre huertas y florestas llenas de frescuras. Tenían los indios, y aun tienen, muy gran cuenta en esto de sacar el agua y echarla por estas acequias; y algunas veces me ha acaecido a mí para junto a una acequia, y sin haber acabado de poner la tienda, estar el acequia seca y haber echado el agua por otra parte. Porque, como los ríos no se sequen, es en mano destos indios echar el agua por los lugares que quiere. Y están siempre estas acequias muy verdes, y hay en ellas mucha hierba de grama para los caballos, y por los árboles y florestas andan muchos pájaros de diversas maneras, y gran cantidad de palomas, tórtolas, pavas, faisanes y algunas perdices y muchos venados. Cosa mala, ni serpientes, culebras, lobos, no los hay; y lo que más se ve es algunas raposas, tan engañosas, que aunque hayan gran cuidado en guardar las cosas, adondequiera que se aposenten españoles o indios han de hurtar, y cuando no hayan qué, se llevan los látigos de las cinchas de los caballos o las riendas de los frenos. En muchas partes destos valles hay gran cantidad de cañaverales de cañas dulces, que es causa que en algunos lugares se hacen azúcares y otras frutas con su miel. Todos estos indios yungas son grandes trabajadores, y cuando llevan cargas encima de sus hombros se desnudan en carnes, sin dejar en sus cuerpos si no es una pequeña manta del largor de un palmo y de menos anchor, con que cubren sus vergüenzas, y ceñidas sus mantas a los cuerpos, van corriendo con las cargas. Y volviendo al riego de estos indios, como en él tenían tanta orden para regar sus campos, la tenían mayor y tienen en sembrarlos con muy gran concierto. Y dejado esto, diré el camino que hay de la ciudad de San Miguel hasta la de Trujillo.
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Capítulo LXVI Que Manco Ynga salió del Cuzco y se rebeló y envió a ponerle cerco con sus capitanes De poco aprovechamiento fueron las cartas del marqués Pizarro para que el trato que se hacía a Manco Ynga mejorase, como hemos dicho antes. Hernando Pizarro, su hermano, con una insolencia terrible, cada día trataba más mal al Manco Ynga, y lo hacía hechar preso sin causa y luego lo soltaba, pidiéndole oro y plata, y siempre el cuitado le daba todo cuanto podía, y no contento con esto, por otra parte, maltrataba a los curacas y principales, haciéndose cada día más temido dellos y aun más aborrecible y odioso. Por no poderlo sufrir y para reparar lo que hacía, un dío, por sacarle oro y plata, prendió a Manco Ynga y le dio trato de cuerda, y le quitó de sus mujeres por darle más dolor y pena. El Inga todo lo sufría, aguardando la ocasión dicha, pero hiciéronsela apresurar, porque sus capitanes Vilaoma y Anta Alca y otros parientes suyos y caciques principales, apurados de lo que veían y pasaban, no pudiendo ir ya, como dicen, atrás ni adelante, le dijeron a Manco Ynga: mira, Señor, que mejor es que nos defendamos y muramos por ello, que no hemos de estar toda la vida en tanta sujeción y miseria, tratados como a los negros de los españoles y aun con más aspereza, y así alcémonos de una vez y muramos por nuestra libertad y por nuestros hijos y mujeres, que cada día nos los quitan y afrentan. Movido ya con estas razones, Manco Ynga concedió con ellos y les dijo que saliesen del Cuzco para efectuarlo con más comodidad y se fuesen a Yucay, donde lo tratarían entre sí, y concertado esto pidió licencia a Hernando Pizarro y a sus hermanos, diciendo que se quería ir a holgar a Yucay y que le diese algunos españoles que fuesen con él, para que allí se regocijase con ellos y lengua para parlar con los españoles que fuesen con él. Esto de pedir soldados fue para disimular mejor su trato e intención. Hernando Pizarro y los demás hermanos y capitanes, no recelándose de Manco Ynga, ni pareciéndoles tenía sentimiento de las injurias que le hacían, consintió en que se fuese a Yucay, y diole por intérprete a un indio Huancavilca, llamado Antonillo. Así, con su beneplácito, salió del Cuzco y no quiso volver más a él, y todos los indios de las provincias le siguieron, y los que más en número fueron con él eran los cañares y chachapoyas, que ahora residen en el Cuzco. Cuando salió para irse a Yucay se quedaron, que no quisieron ir con él o por deseo de servir a Su Majestad o por particulares pasiones y odios que entre ellos hubiese, Pazca, Huayparosoptor, Cayo Topa, hijos de Auqui Topa Ynga y sobrinos de Huaina Capac. También se quedó don Juan lona y don Luis Utupa Yupanqui y don Pedro Mayor Rimachi, con otros muchos indios naturales del Cuzco. En viéndose Manco Ynga en Yucay libre de las manos y opresión de Hernando Pizarro y sus hermanos, habiendo conferido con sus capitanes y consejeros el negocio, hizo llamamiento general a todas las provincias y gentes dellas, y habiéndose juntado mucho número, muy de veras trató con los principales el alzamiento, y cómo se había de efectuar mejor y con más brevedad, sin que los españoles se pudiesen defender ni librar de sus manos. Y no lo pudo hacer tan secreto que no viniese a noticia de Hernando Pizarro y sus hermanos. Sabido por él, enviaron algunos españoles que al disimulo fuesen por él y lo trajesen, no mostrando recelarse dél. Pero él estaba ya prevenido, y cuando llegaron adonde él estaba no quiso venir, antes se defendió con grandísimo ánimo y osadía, y embistiendo a los españoles los hizo retirar y a los indios que venían con ellos y, no contento, los fue siguiendo y los hizo huir hasta el Cuzco. Viendo ya Manco Ynga su negocio declarado y que no se podía escusar la guerra, parecióle concluirla de una vez acabando a Hernando Pizarro y a los demás conquistadores que había en el Cuzco. Así dentro de tres o cuatro días envió gran multitud de gente y por general della a Inquill, que representaba su persona, y por capitanes a Vila Oma y a Paucar Huamán, los cuales salieron de Yucay y vinieron a mucha prisa y cercaron el Cuzco. Fue tan riguroso y apretado el cerco, que se vieron Hernando Pizarro y los españoles en un aprieto notable, y tan afligidos que los indios no les dejaban tomar agua para beber, sino que a lanzadas y arcabuzazos la habían de ganar, que siendo cosa tan necesaria y en el Cuzco habiendo, como es notorio, tan poca, llegaron a todo el extremo posible. Y más, que Inquill hizo quemar todo cuanto pudieron de la ciudad, que fue nueva aflición y trabajo. Duró, sin dejarlos descansar, el cerco dos meses, peleando cada día e impidiéndoles los indios el entrarles comida ni otros bastimentos. Viendo Hernando Pizarro y sus hermanos y los demás capitanes que tan a la larga iba -el asedio-, y que socorro de Lima no le podían tener, porque aunque habían avisado no sabían si llegara la nueva o no, determinaron con Pazca, que era capitán de los indios de la ciudad y amigos, de salir y dar batalla a los indios que los tenían cercados. Así por dos partes les embistieron con temeraria furia y denuedo, resolutos de morir o de hacer alzar el cerco. Rompieron primero por la parte de Carmenga, y con ventura favorable rompieron la gente de Chinchay Suyo que estaba por aquella parte, y eran capitanes dellos Curi Atao y Pusca, y así rompidos los fueron siguiendo, matando e hiriendo en ellos, sin dejarlos reparar, aunque quisieron rehacerse, y los llevaron hasta donde solía ser el pueblo de Jicatica, de donde viene una fuente de agua que es la principal que sustenta al Cuzco. Desde allí dieron la vuelta por la falda del cerro de Zenca y llegaron a la fortaleza y de allí vieron que Vilaoma y Paucar Huaman, que valerosamente se habían resistido, estaban abajo junto a la ciudad, peleando con grande ánimo con los españoles. Los cuales como de allá abajo vieron a los españoles en Chuquibamba, que estaba junto a la fortaleza, paresciéndoles que debían de haber vencido a los de Chinchay Suyo, y que si bajaban les tomarían las espaldas y los matarían a todos, faltos de ánimo con la vista del enemigo en lo alto, dejaron de pelear y se fueron con buena orden retirando y se entraron en la fortaleza, haciéndose fuertes en ella, porque es lugar muy aparejado para defenderse y ofender. Viéndose dentro, los españoles se retiraron, y ellos desde allí hacían grandísimo daño en los españoles e indios amigos, y visto por Hernando Pizarro la buena ventura y suceso que Dios le había dado en desbaratar a los enemigos y hacerles por fuerza alzar el cerco, determinó con sus compañeros y con Pazca, general de los indios amigos y los negros que tenían, e indios de Nicaragua, cercarle la fortaleza y procurar entrar dentro y echar de allí a Vilaoma y a los suyos. Así lo puso por obra, cercándoles por todas partes, y en esto estuvieron cuatro días. Antes que adelante pase, quiero referir lo que he oído contar a españoles e indios por cosa constante y verdadera, y es que dicen que andando en el mayor conflicto de la pelea apareció uno de un caballo blanco, peleando en favor de los españoles y haciendo en los indios gran matanza, y que todos huían dél. Muchos españoles tuvieron por cierto que era Mansio Sierra, conquistador principal del Cuzco, y que después, averiguando el caso, hallaron que Mansio Sierra no había peleado allí sino en otra parte y no había otro que tuviese caballo blanco, sino él, y así se entiende haber sido el Apóstol Santiago, singular patrón y defensor de España el que allí apareció, por lo cual la ciudad del Cuzco le tiene por abogado. También se refiere por los indios que, estando abajo peleando y teniendo apretados. en gran manera a los españoles, una mujer les cegaba con puñados de arena y no podían parar delante della, sino todos le huían, la cual se presume haber sido Nuestra Señora Abogada y Madre de los pecadores, que querría en aquel trance favorecer a los españoles, y así la Santa iglesia del Cuzco la tiene por patrona y titular suya. Poderoso es Dios para favorecer a los suyos y más cuando menos esperanza pueden tener del favor y socorro humano, entonces llega con el suyo para que se estime en lo que es razón. Démosle todos por sus infinitas misericordias gracias perpetuamente.
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Cómo el Almirante salió de Castilla y fue a descubrir la tierra firme de Paria Continuando el Almirante su expedición a costa de mucho trabajo y con gran diligencia, el 30 de Mayo del año 1498, alzó velas en el puerto de Sanlúcar de Barrameda, con seis navíos cargados de bastimentos y de otras cosas necesarias para la provisión y socorro de la gente y pobladores de la Española. Y el jueves, a 7 de Junio, llegó a la isla de Porto Santo, donde oyó misa y se quedó para proveerse de agua, de leña y de todo lo que necesitaba. Luego que anocheció, aquel mismo día siguió su camino con rumbo a la isla de Madera, donde llegó el domingo siguiente, a 10 de Junio. Allí, en la ciudad de Funchal, le fue hecho mucho agasajo y grato acogimiento por el capitán de la isla, con el que se detuvo algunos días para proveerse de lo necesario, hasta el sábado después de mediodía, que alzó las velas; martes, a 19 de Junio, llegaron a la Gomera, donde estaba un navío francés que había apresado dos naves castellanas, el cual, vista la armada del Almirante, huyó con éstas. El Almirante, creyendo que serían navíos mercantes y que por miedo se escapaban creyendo que los nuestros eran franceses, no se cuidó de seguirlos; pero que estando ya alejados, supo de cierto lo que aquello era, y envió tras de ellos tres navíos de los suyos, por miedo de los cuales, los franceses dejaron una de las naos apresadas, y huyeron las otras dos, sin que los del Almirante pudiesen darles alcance. Y habrían también cogido la otra si no la abandonasen; porque, cuando el Almirante se presentó en el puerto, por miedo y turbación no tuvieron tiempo de proveerla de la tripulación necesaria. de tal modo que no había dentro más que cuatro franceses y seis españoles de los que fueron presos con el mismo navío, y los españoles, visto el socorro, se levantaron contra los franceses, y poniéndolos bajo cubierta, con ayuda de los navíos del Almirante volvieron con el suyo al puerto; y el Almirante lo mandó restituir a su patrón. Y aún habría castigado a los franceses si no interpusiera su autoridad el gobernador Álvaro de Lugo, y todos los de la tierra, que le pedían se los diese a cambio de seis vecinos que el francés llevaba prisioneros; el Almirante se los cedió gustosamente. Después, apresurando su viaje, el jueves, a 21 de Junio, navegó con rumbo a la isla del Hierro; y allí, de seis navios que llevaba en su armada, resolvió mandar tres a la Española, y, con los otros tres, ir él hacia las islas de Cabo Verde, para desde allí seguir derecho su camino y descubrir la tierra firme. Con tal propósito nombró un capitán en cada uno de los navíos que mandaba a la isla Española. Uno de aquellos fue Pedro de Arana, primo del Arana que murió en la isla Española; otro, Alfonso Sánchez de Carvajal, vecino de Baeza; el tercero, Juan Antonio Colombo, primo del Almirante. Dióles particular instrucción de lo que habían de hacer, disponiendo que cada uno tuviese el gobierno general una semana. Dada esta orden, emprendió su viaje con rumbo a las islas de Cabo Verde, y dichos capitanes salieron para la Española. Como el clima por donde viajaba era en aquel tiempo malsano, el Almirante fue súbitamente acometido de un gravísimo dolor de gota en una pierna; y a los cuatro días le sobrevino una terrible fiebre. Pero no obstante la enfermedad, estaba en su buen seso y anotaba con diligencia todos los espacios que caminaba el navío, y las mutaciones que ocurrían de tiempo, como lo había acostumbrado desde el comienzo del primer viaje. Siguiendo su rumbo, el miércoles 27 de Junio, vio la isla de la Sal, que es una de las islas de Cabo Verde. Pasando junto a ella, fue a otra que se llama de Buenavista, nombre ciertamente alejado de la verdad, pues es triste y pobre. En ésta echó las anclas en un puerto, a la parte del Oeste, junto a una isleta que hay allí, cerca de seis o siete casas de los que habitan aquella isla, y de leprosos que allí van para curarse de su enfermedad. Y así como los navegantes se regocijan descubriendo tierra, tanto se alegran y gozan los infelices que allí habitan, cuando ven algún navío; por lo cual muy luego fueron a la playa para hablar con los de las barcas que el Almirante mandó a tierra para proveerse de agua y sal. Hay en la isla gran cantidad de cabras. Viendo que aquellos eran castellanos, el portugués que gobernaba la isla en nombre de su Señor, fue pronto a los navíos para hablar con el Almirante y ofrecerle cuanto éste pedía; por lo que el Almirante le dio las gracias y mandó que le fuese hecho mucho agasajo y se le diese algún refresco, pues por la esterilidad de la isla, siempre viven en gran miseria. Deseando saber el Almirante la manera que tenían los enfermos para curarse, preguntóselo; y dijo aquel hombre que allí el aire y el cielo eran muy templados, y esto era la primera causa de la curación; la segunda procedía de lo que comían, porque acudía allí gran número de tortugas, de las que se alimentan los enfermos, y se untan con su sangre, de modo que en poco tiempo, continuando esta medicina, sanan; pero los que nacieron ya enfermos de este mal, tarden más en curarse. Era el motivo de haber allí tantas tortugas el ser toda la costa una playa arenosa, donde, en los tres meses de Junio, Julio y Agosto, iban las tortugas desde la tierra firme de Etiopía; la mayor parte de las cuales eran del tamaño de una rodela común. Que todas, por la tarde salían a dormir y a poner los huevos en la arena; que los cristianos iban de noche por la playa, con hachones encendidos o con linternas, buscando las huellas que ha dejado en la arena la tortuga, y, hallada ésta, la siguen hasta dar con ella, la cual, cansada por haber andado tanto camino, duerme tan profundamente que no siente al cazador. Este, apenas la encuentra, la deja vuelta con el vientre hacia arriba,.y sin hacerle más daño, pasa a buscar otra; porque las tortugas no pueden volverse, ni moverse del lugar donde las dejan por su mucho peso; luego que han tomado cuantas quieren, vuelven a la mañana, a fin de escoger las que más les agradan; y dejando irse las más pequeñas, se llevan las otras para comérselas. Con tal miseria viven los enfermos sin que tengan más ocupación ni otra comida, por ser la isla muy seca y estéril, sin árboles ni agua, por lo que solamente la beben de algunos pozos de agua muy gorda y salitrosa. Dijeron que los mismos encargados de guardar la isla, que eran aquel hombre y cuatro compañeros suyos, no tenían otra ocupación que matar cabras, y salarlas para enviarlas a Portugal. Añadían haber tanta abundancia de cabras por los montes, que algún año mataron por valor de tres o cuatro mil ducados; y que todas ellas se habían multiplicado de ocho cabras que llevó el Señor de la isla, llamado Rodrigo Alfonso, escribano de la hacienda del Rey de Portugal. Muchas veces estaban los cazadores cuatro o cinco meses sin comer pan ni otra cosa más que aquella carne y peces, y que por este motivo estimaba mucho el refresco que el Almirante le había hecho dar. Luego, aquel hombre y sus compañeros, con alguna gente de los navíos, fueron a la caza de cabras, pero viendo que se necesitaba mucho tiempo para matar cuantas hacían falta, el Almirante no quiso detenerse más, por la mucha prisa que tenía; y así, el sábado, a la tarde del último día de Junio, salió para la isla de Santiago, que es la principal de las islas de Cabo Verde, donde llegó al día siguiente al anochecer, y se detuvo junto a una iglesia, don de mandó a tierra para comprar algunas vacas y bueyes, y llevarlos vivos a la Española. Pero, vista la dificultad que allí había para proveerse con presteza de lo que deseaba, y el daño que de su tardanza se le seguía, decidió no esperar más; y especialmente, porque temía que enfermase la gente, por ser aquella tierra malsana. Por lo cual escribe que desde que llegó a dichas islas no vio el cielo ni alguna estrella, sino una niebla tan densa y caliente que las tres partes de los moradores de la isla estaban enfermos, y todos tenían mal color.
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Cómo, juntando todo el poder de Guayna Capac, dio batalla a los enemigos y los venció y de la grand crueldad que usó con ellos. Como aquellas gentes vieron cómo habían bastado a encerrar al Inca en su fuerza, y que habían muerto a muchos de los orejones del Cuzco, muy alegres hacían muy grand ruido con sus propias voces, tanto que ellos mismos no se oían; y traídos atabales cantaban y bebían enviando mensajeros por toda la tierra, publicando que tenían al Inca cercado con todos los suyos; y muchos lo creyeron y se alegraron y aún vinieron a favorescer a sus amigos. Guayna Capac tenía en su fuerte bastimentos y había enviado llamar a los gobernadores de Quito con parte de la gente que a su cargo tenían y estaba con mucha saña, porque los enemigos no querían dejar las armas; a los cuales muchas veces intentó, con embajadas que les envió y dones y presentes, atraerlos a sí; mas era en vano pensar tal cosa. El Inca engrosó su ejercito y los enemigos hecho lo mesmo, los cuales determinadamente acordaron de dar en el Inca y desbaratarlo o morir sobre el caso en el campo; y así lo pusieron por obra y rompieron dos cercas de la fortaleza, que a no haber otras que iban rodeando un cerro sin duda por ellos quedara la victoria; mas, como su usanza es hacer un cercado con dos puertas y más alto otro tanto y así hacer en un cerro siete u ocho fuerzas, para si la una perdieren subirse a la otra, el Inca con su gente se guaresció en la más fuerte del cerro, donde, al cabo de algunos días, salió y dio en los enemigos con gran coraje. Y afirman que, llegados sus capitanes y gente, les hizo la guerra, la cual fue cruel y estuvo la victoria dudosa; mas, al fin, los del Cuzco se dieron tal maña que mataron grand número de los enemigos y los que quedaron fueron huyendo. Y tan enojado estaba dellos el rey tirano que de enojo, porque se pusieron en arma, porque querían defender su tierra sin reconocer subjeción, mandó a todos los suyos que buscasen todos los más que pudiesen ser habidos; y con grand diligencia los buscaron y prendieron a todos, que pocos se pudieron dellos descabullir; y junto a una laguna que allí estaba, en su presencia mandó que los degollasen y echasen dentro; y tanta fue la sangre de los muchos que mataron que el agua perdió su color y no se vía otra cosa que espesura de sangre. Hecha esta crueldad y gran maldad mandó Guayna Capac parecer delante de sí a los hijos de los muertos y, mirándoles, djo: Campa mana, pucula tucuy huambracuna. Que quiere decir: "Vosotros no me haréis guerra, porque sois todos muchachos agora". Y desde entonces se les quedó por nombre hasta hoy a esta gente los guambracunas, y fueron muy valientes; y a la laguna le quedó por nombre el que hoy tiene, que es Yaguarcocha, que quiere decir "lago de sangre". Y en los pueblos destos Guambracunas se pusieron mitimaes y gobernadores como en las más partes. Y después de se haber reformado el campo el Inca pasó adelante hacia la parte del Sur, con gran reputación por la victoria pasada, y anduvo descubriendo hasta el río de Angasmayo, que fueron los límites de su imperio. Y supo de los naturales como adelante había muchas gentes y que todos andaban desnudos sin ninguna vergüenza y que todos comían carne humana, todos en general, y hacían algunas fuerzas en la comarca de los Pastos; y mandó a los principales que le tributasen y dijeron que no tenían que le dar y, por los componer, mandó que cada casa de la tierra fuese obligada a le dar tributo, cada tantas lunas, de un canuto de piojos algo grande. Al principio riéronse del mandamiento; mas, después, por muchos quellos tenían no podían enchir tantos canutos. Criaron con el ganado que el Inca les mandó dejar y tributaban de lo que se multiplicaba y de la comida y raíces que hay en sus tierras. Y por algunas causas que para ello tuvo Guayna Capac volvió al Quito y mandó que en Caranqui estuviese templo del sol y guarnición de gente con mitimaes y capitán general con su gobernador, para frontera de aquellas tierras y para guarda dellas.
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Salió la zabra a reconocer la boca del río grande. Dícese lo demás que pasó en razón de entradas Con zabra, barca y gente se envió al maese de campo a reconocer la boca de un río que está en medio de la bahía. Tentóse su fondo, y hallóse que con todo un remo y el largo de un brazo no se alcanzó a su suelo. Entró la barca más adentro; y dio la vista del río a los que iban en ella mucho gusto, así por su grandeza, bondad y claridad de agua, como por la mansedumbre della y hermosura de las arboledas de sus orillas. Pasó la zabra adelante; saltó nuestra gente en la playa; entró por la tierra adentro: hallaron un pueblo pequeño de cuatro calles, y plaza adelantada en lo más eminente del sitio, y a su redondo muchas haciendas cercadas de guincha. Fueron sentidos de dos espías, y dellas avisados los indios que al punto se huyeron todos. Los nuestros hallaron dentro de sus casas peces-reyes, lizas, y otros géneros de pescados asados envueltos en hojas de plátanos, y en cestillas cantidad de almejas crudas, y colgando de ciertos palos, muchas de sus frutas y flores, allí cerca unos entierros y una flauta, y ciertas cosas pequeñas labradas de piedra mármol, y de jaspe; y porque oyeron atambores y caracoles, y un gran mormurio a la sorda, entendiendo ser junta de mucha gente, dieron los nuestros la vuelta, siendo seguidos de los indios, que no osaron acometerlos. Al fin se embarcaron en paz y se volvieron a las naos. Otras muchas veces salió nuestra gente a pescar y a buscar cosas menesterosas para el servicio de las naos; volviendo dellas más contentos de la bondad de la tierra, de sus frutos y mayores pueblos. No les faltaron encuentros, y entiendo se mataron algunos indios, aunque más me lo negaron.
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De cómo el gobernador envió a buscar bastimentos al capitán Mendoza Luego que el gobernador se informó de los indios principales del puerto, mandó juntar los oficiales, clérigos y capitanes y otras personas de experiencia para tomar con ellos acuerdo y parescer de lo que debía hacer, porque toda la gente pedía de comer, y el gobernador no tenía qué les dar, y estaban para se le derramar e ir por la tierra adentro a buscar de comer; y juntos los oficiales y clérigos, les dijo que vían ya la necesidad y hambre, que era tan general, que padescían, y que no esperaba menos que morir todos si brevemente no se daba orden para lo remediar, y que él era informado que los indios que se llaman arrianicosies tenían bastimentos, y que diesen su parescer de lo que en ello debía de hacer; los cuales todos juntamente le dijeron que debía enviar a los pueblos de los indios la mayor parte de la gente, así para se mantener y sustentar como a comprar bastimento, para que enviasen luego a la gente que consigo quedaba en el puerto, y que si los indios no quisiesen dar los bastimentos comprándoselos, que se los tomasen por fuerza; y si se pusiesen en los defender, los hiciesen guerra hasta se los tomar; porque atenta la necesidad que había, y que todos se morían de hambre, que del altar se podía tomar para comer; y este parecer dieron firmado de sus nombres; y así se acordó de enviar a buscar los bastimentos al dicho capitán, con esta instrucción: "Lo que vos, el capitán Gonzalo de Mendoza, habéis de hacer en los pueblos donde vais a buscar bastimentos para sustentar esta gente porque no se muera de hambre, es que los bastimentos que así mercáredes, habéis de pagar muy a contento de los indios socorinos y sococies, y a los otros que por la comarca están poblados, y decirles heis de mi parte que estoy maravillado de ellos cómo no me han venido a ver, como lo han hecho todas las otras generaciones de la comarca; y que yo tengo relación que ellos son buenos, y que por ello deseo verlos y tenerlos por amigos, y darles de mis cosas, y que vengan a dar la obediencia a Su Majestad, como lo han hecho todos los otros; y haciéndolo ansí, siempre los favoresceré y ayudaré contra los que los quisieren enojar; y habéis de tener gran vigilancia y cuidado que por los lugares que pasáredes de los indios nuestros amigos no consintáis que ninguna de la gente que con vos lleváis entren por sus lugares ni les hagan fuerza ni otro ningún mal tratamiento, sino que todo lo que rescatáredes y ellos os dieren, lo paguéis a su contento, y ellos no tengan causa de se quejar; y llegado a los pueblos, pediréis a los indios a do vais que os den de los mantenimientos que tuvieren para sustentar las gentes que lleváis, ofreciéndoles la paga y rogándoselo con amorosas palabras; y si no os lo quisieren dar, requerírselo heis una, y dos, y tres veces, y más, cuantas de derecho pudiéredes y debiéredes, y ofresciéndole primero la paga; y si todavía no os lo quisieren dar, tomarlo heis por fuerza; y si os lo defendieren con mano armada, hacerle heis la guerra, porque la hambre en que quedamos no sufre otra cosa; y en todo lo que sucediere adelante os habed tan templadamente, cuanto conviene al servicio de Dios y de Su Majestad; lo cual confío de vos, como de servidor de su Majestad."
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Cómo tornamos a enviar mensajeros a los caciques de Tlascala para que vengan de paz, y lo que sobre ello hicieron y acordaron Como llegaron a Tlascala los mensajeros que enviamos a tratar de las paces, les hallaron que estaban en consulta los dos más principales caciques, que se decía Mase-Escaci y Xicotenga "el viejo", padre del capitán general, que también se decía Xicotenga "el mozo", otras muchas veces por mí nombrado, como les oyeron su embajada, estuvieron suspensos un rato que no hablaron, y quiso Dios que inspiró en sus pensamientos que hiciesen paces con nosotros, y luego enviaron a llamar a todos los más caciques y capitanes que había en sus poblaciones, y a los de una provincia que están junto con ellos, que se dice Guaxocingo, que eran sus amigos y confederados; y todos juntos en aquel pueblo que estaban, que era cabecera, les hizo Mase-Escaci y el viejo Xicotenga, que eran bien entendidos, un razonamiento casi que fue desta manera, según después supimos, aunque no las palabras formales: "Hermanos y amigos nuestros, ya habéis visto cuántas veces estos teules que están en el campo esperando guerras nos han enviado mensajeros a demandar paz, y dicen que nos vienen a ayudar y tener en lugar de hermanos; y asimismo habéis visto cuántas veces han llevado presos muchos de nuestros vasallos, que no les hacen mal y luego los sueltan; bien veis cómo les hemos dado guerra tres veces con todos nuestros poderes, así de día como de noche, y no han sido vencidos, y ellos nos han muerto en los cambotes que les hemos dado muchas de nuestras gentes e hijos y parientes y capitanes; ahora de nuevo vuelven a demandar paz, y los de Cempoal, que traen en su compañía, dicen que son contrarios de Montezuma y sus mexicanos, y que les ha mandado que no le den tributo los pueblos de las sierras Totonaque ni los de Cempoal; pues bien se os acordará que los mexicanos nos dan guerra cada año, de más de cien años a esta parte, y bien veis que estamos en estas nuestras tierras como acorralados, que no osamos salir a buscar sal, ni aun la comemos, ni aun algodón, que pocas mantas dello traemos; pues si salen o han salido algunos de los nuestros a buscar, pocos vuelven con las vidas, que estos traidores de mexicanos y sus confederados nos los matan o hacen esclavos; ya nuestros tacalnaguas y adivinos y papas nos han dicho lo que sienten de sus personas destos teules, y que son esforzados. Lo que me parece es, que procuremos de tener amistad con ellos, y si no fueran hombres, sino teules, de una manera y de otra les hagamos buena compañía, y luego vayan cuatro nuestros principales y les lleven muy bien de comer, y mostrémosles amor y paz, porque nos ayuden y defiendan de nuestros enemigos, y traigámoslos aquí luego con nosotros, y démosles mujeres para que de su generación tengamos parientes, pues según dicen los embajadores que nos envían a tratar las paces, que traen mujeres entre ellos". Y como oyeron este razonamiento, a todos los caciques les pareció bien, y dijeron que era cosa acertada, y que luego vayan a entender en las paces, y que se le envíe a hacer saber a su capitán Xicotenga y a los demás capitanes que consigo tiene, para que luego vengan sin dar más guerras, y les digan que ya tenemos hechas paces; y enviaron luego mensajeros sobre ello; y el capitán Xicotenga "el mozo" no los quiso escuchar a los cuatro principales, y mostró tener enojo, y los trató mal de palabra, y que no estaba por las paces; y dijo que ya habían muerto muchos teules y la yegua, y que él quería dar otra noche sobre nosotros y acabarnos de vencer y matar; la cual respuesta, desque la oyó su padre Xicotenga "el viejo" y Mase-Escaci y los demás caciques, se enojaron de manera, que luego enviaron a mandar a los capitanes y a todo su ejército que no fuesen con el Xicotenga a nos dar guerra, ni en tal caso le obedeciesen en cosa que les mandase si no fuese para hacer paces; y tampoco lo quiso obedecer; y cuando vieron la desobediencia de su capitán, luego enviaron los cuatro principales, que otra vez les habían mandado que viniesen a nuestro real y trajesen bastimento y para tratar las paces en nombre de toda Tlascala y Guexocingo; y los cuatro viejos por temor de Xicotenga "el mozo" no vinieron en aquella sazón. Y porque en un instante acaecen dos y tres cosas, así en nuestro real como en este tratar de paces, y por fuerza tengo de tomar entre manos lo que más viene a propósito, dejaré de hablar de los cuatro indios principales que enviaron a tratar las Paces, que aun no venían por temor de Xicotenga: en este tiempo fuimos con Cortés a un pueblo junto a nuestro real, y lo que pasó diré adelante.
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Capítulo LXVII De las cosas que más le sucedieron al adelantado, y de los muchos trabajos y necesidades que su gente pasó Pesado le había al adelantado por no haber caminado por el otro camino que el capitán Gómez de Alvarado, su hermano, había descubierto, pues los indios afirmaron llevarlo por aquella parte al Quito; y aunque por su mandado por muchas partes salieron a buscar camino, ninguno se halló; que fue acrecentarle más la pena. Venía en su campo un hombre diligente, y para mucho trabajo, a quien llamaban Francisco García de Tovar, que después fue capitán en Popayán y le conocí yo mucho; y llamándole con grande instancia le rogó que saliese con cuarenta españoles y procurase de, hacia la parte del septentrión, descubrir algún camino por donde pudiese salir de la tierra donde estaba, mandándole que aunque fuese cortando a machete y hacha, anduviese algunos días porque de fuerza toparía con un ancho y real camino que Juan Fernández, el piloto, le certificó haber luengo de la serranía del Perú. Salió Tovar con cuarenta hombres llevando un reloj para no se perder por la montaña y con gran trabajo se metieron por aquellos montes no vistos y oídos, cortando con machetes por la gran espesura de la montaña; las noches dormían en el lugar que les tomaban; llamábase dichoso el que le cabía lugar enjuto para tender su cuerpo, o tener algunas ramas para echar debajo; ponían por almohadas las rodelas. Comían de la miseria que llevaban en las mochilas. De esta guisa anduvieron hasta llegar a un río grande; puesto que no aparecía su furia cuánto era: hacíalo unos céspedes criados entre la misma agua que eran tantos y tan enredados unos de otros que no era menester otra puente para lo pasar. Tovar y sus compañeros pasaron el río, sin mirar en al que descubrir poblado y camino para el Quito; y fue Dios servido que después de estar bien cansados estos cuarenta, poco más adelante de este gran río descubrieron un lugar de veinte casas bien proveídas de mantenimiento; y aunque los indios sintieron su venida, y el daño que les venía con su visita, no pudieron ponerse todos en salvo: que fue causa que se prendieron algunos para guías. Comieron de lo que allí hallaron, y salieron con noticia, que tuvieron, de haber poblado, mas no creían que los indios decían la verdad; y porque en el campo del adelantado no recreciese alguna hambre con su tardanza, prosiguieron su camino todavía al septentrión, y después de haber andado dos días, y dormido las noches en la montaña, llegaron otro día ya tarde a un pueblo de gran población y que tenía muchos sembrados, maíz y otras raíces. Parecióles que sería seguro avisar al adelantado para que con toda su gente a buenas jornadas viniese adonde te aguardaban; y así de ellos volvieron, los que bastaron, con la nueva; y les enviaron alguna carne de venado, para su persona, de la que hallaron en las casas de los indios porque ya no la comían, sino pocos o no ningunos, y se morían, de dolencia y enfermedades, españoles. Y como supo que había Tovar descubierto aquel pueblo, salió del lugar donde estaba; y en estos días que caminaba el adelantado (del volcán que conté en lo de atrás, que reventó cerca de Quito), había esparcido el aire tanta ceniza o tierra por todas partes que parecía que las nubes lo echaban de sí; y creyó, todos los que no lo sabían, que por algún misterio llovía del cielo aquella tierra y ceniza; y cayó tanta por adonde iba el adelantado que se espantaba de ello mucho; y en algunos días no cesó de caer. Como no había camino seguido, ni ancho, para los caballos, iban con demasiado trabajo; y los más de los días se morían, de los indios, que habían sacado de Guatimala, gimiendo: pues los habían traído de sus tierras y natural a morir tan miserablemente. Y cayendo y levantando llegaron al río de suso dicho donde se vieron en mayor confusión, porque puesto que era para pasar los hombres había puente por aquellos céspedes y ceborucos, no era decente para los caballos por ser pesados; y aquellas raíces estar trabadas y tejidas que enredaran a todos los caballos aunque fueran fuertes; y echarlos a nado no había lugar descubrido por estar lleno de aquellas yerbas. No sabían qué medio tener para salir de aquella fortuna, mas la necesidad enseña a los hombres cosas grandes, y más en estas partes que en ningunas de todo el mundo. Y mandó que cortasen de unos árboles, que son como higueras a quien llaman aurumas, por de dentro algo huecos, y trajeron tantas que hicieron una puente atada con bejucos --que son como tengo contado en la primera parte-- a los céspedes reciamente; tan largas que tenían trescientos pies y en anchura poco más de veinte. Y como la tuvieron acabada, estando porfiando sobre si pasarían bien los caballos o no, uno de ellos se soltó y, por tirarlos, de rehurto llegó a la puente y a todo correr la pasó y volvió luego adonde había salido: de que se holgaron mucho y pasaron los caballos sin peligro ninguno. Y anduvieron hasta el pueblo donde estaba Francisco García de Tovar, mandando luego el adelantado a los capitanes que saliesen cuadrillas de gente por todas partes a descubrir lo que hubiese; y descubrieron otro lugar llamado Chongo, donde tomaron algunos indios de los naturales de él, los cuales contaron que, camino de cuatro jornadas de allí, estaba un pueblo llamado Noa. Está cerca de esta tierra de Chongo un río grande, tanto que si no es con balsas no pueden pasar los caballos; y como tuvo de ello aviso, el adelantado partió con algunos, dejando encargado el campo al licenciado Caldera, su justicia mayor, a quien mandó que le siguiese de su espacio, llevando gran cuidado de los enfermos. Y como hubo ordenado esto, partió con los que señaló; anduvo hasta llegar a un río, donde habían juntádose algunos de los naturales a les dar guerra, pues contra su voluntad ni consentimiento querían tomarles sus tierras; y de la otra parte del río se habían puesto haciendo grande alharaca y lanzando muchos tiros contra el adelantado y los suyos. El alférez Francisco Calderón, que llevaba el pendón, poniendo las piernas a su caballo se echó al río y lo pasó con harto trabajo, enderezando donde estaban los indios. Algunos caballeros de los que estaban con Alvarado hicieron lo mismo y pasaron dificultosamente el río. Los indios se acuitaban cuando vieron que tan ligeramente pasaban y de los tiros que lanzaban hirieron a Juan de Rada y a su caballo. Como los nuestros estuvieron cerca de ellos, perdiendo el aliento comenzaron de huir, espantados de ver los caballos y su ligereza: de quien habían oído ya grandes cosas. Prosiguiendo su camino, el adelantado anduvo hasta llegar al pueblo donde aguardó al licenciado Caldera, que con gran trabajo y necesidad allegó a juntarse con él. Y como estuviesen todos juntos, habiendo tenido consejo, se determinó que Diego de Alvarado saliese con algunos caballos y peones a descubrir al septentrión por una montaña que se hacía de unas sierras que estaban cerca de allí y que el adelantado con los que le pareciese le fuese siguiendo y que el licenciado Caldera quedase con el resto del campo para les seguir con la mejor orden que pudiese. Llevó Diego de Alvarado ochenta españoles entre caballos y peones, y metiéronse por aquella parte tan sombría y espantosa que aínas la espesura de los árboles retuviera con sus ramas la claridad del sol. Y anduvieron todavía sin ver campaña, que fue causa que durmiesen en la montaña con trabajo de ellos y de los caballos; y aunque había a una parte y a otra grandes quebradas y arroyos de agua, por donde ellos iban no hallaban ninguna y sentían sed y más los caballos que iban muy cansados. Si quisieran abajar a las quebradas, fuera dilación y trabajo grande, cuanto más que no tenían camino sino monte, lleno de abrojos y de malezas. Caminaron otro día en el mismo trabajo y por la misma tierra hasta que llegaron a un gran cañaveral de las cañas gordas, que son de la natura que conté en la primera parte, a que me refiero, donde se les dobló el angustia y creció la sed visto que no hallaban agua adonde había disposición de la haber porque siempre en cañaverales se hallan nacimientos de agua. La noche venía a más andar que hacía más tenebrosa la cerrada montaña; a mal de sus grados hubieron de parar allí; no se podían tener de sed ni los caballos andar. Dios todopoderoso provee a las gentes lo que han de menester por mil modos y maneras y así andando un negro cortando de las cañas que digo haber allí para hacer alguna ramada, halló en un cañuto de una de ellas más de media arroba de agua tan clara y sabrosa que no podía ser mejor porque cuando llueve entra por las aberturas que tienen en los nudos las cañas y quedan los cañutos llenos; y así el negro con mucha alegría dio la buena nueva que fue tal que todos se holgaron, y aunque era tarde, con machetes y espadas cortaron de las cañas donde hallaron tanta agua, que bebieron todos y los caballos, y quedó la que no gastaron, aunque fueran muchos más; y pasaron aquella noche hablando en el agua. Y como fue de día, partieron siempre al septentrión y anduvieron por la montaña hasta que ya que el sol quería trasponer dieron en tierra rasa de campaña, con que mucho se alegraron dando gracias a Dios por ello. Y vieron por los campos algunas manadas de ovejas, que hizo mayor el alegría y descubrieron un pueblo, que creo llaman Ajo, donde había mucha sal para contratación de los naturales. Los indios todos estaban avisados de la venida de los españoles, nueva con que mucho se espantaban, teniéndolos por pocos, pues por buscar oro se ponían a pasar tantos trabajos. No los osaron aguardar; antes se pusieron en huida. Diego de Alvarado y los que con él llegaron descansaron del trabajo y hambre comiendo buenos corderos de los que hallaron, que son singulares y de más sabor que los aventajados de España. Determinó de enviar aviso al adelantado y alguna carne y sal. Mandó a Melchor de Valdez que volviese con seis peones y llevase veinte y cinco ovejas y sal. Pusiéronse luego en camino, mas los indios, como vieron que eran tan pocos, los quisieron matar. No ganaron honra ni salieron con su intención, antes murieron algunos de los que siendo más atrevidos llegaron a que las espadas los pudiesen alcanzar. En esto, el adelantado, por su parte, y el licenciado Caldera, por la suya, venían caminando con gran trabajo y fatiga, y la hambre que tenían era tanta y tan canina, que ni dejaban de comer caballo que se muriese, ni lagartijas, ratones, culebras y todo lo que podían meter en las bocas aunque fuesen de estas bascosidades. Y la hambre fue tan grande que cada día morían españoles e indios y negros que era gran dolor. Y pasándose esta necesidad, el alférez general Francisco Calderón tenía una galga que estimaba en mucho y, viendo que en ningún tiempo podría dar más provechoso que el que la carne de ella haría en aquél, la mandó matar para comer, haciendo con la mayor parte de ella un banquete a los caballeros sus amigos. Venía Luis de Moscoso malo de cierta digestión; queriéndose purgar, lo hizo con un riñón de esta galga, teniéndolo en más que si fuera una gorda gallina. De estas cosas no me espanto porque por mí han pasado mi pedazo de necesidades; mas será bien que en España conozcan y entiendan que se ganan por acá de esta manera los dineros. El licenciado Caldera pasó desigual trabajo en poder andar con los enfermos que traía; y dejo de contar hartas cosas notables que pasaron por dar con brevedad conclusión a esta materia. Llegó Valdez con las ovejas adonde venía el adelantado y holgó de verlos cuanto se puede presumir. Repartió por los enfermos lo que se sufrió y mandó enviar parte de ello a los que venían con el licenciado Caldera porque en este tiempo estaba el campo dividido en tres partes: una, con Diego de Alvarado; otra, con el adelantado, y otra, con Caldera. Mas cuando todos supieron Diego de Alvarado haber hallado tierra rasa de campaña, tomaron tanto esfuerzo que parecían tener en poco el trabajo pasado, dando muchas gracias a Dios nuestro señor porque en tiempos tan calamitosos obra de más misericordia en sus criaturas; y así los que venían con el adelantado como los que quedaron con Caldera no veían la hora que verse de pies en tal tierra porque con sus trabajos y hambres no piaban tanto por el oro de Quito como al principio. Y porque Francisco Pizarro en este tiempo había ya entrado en la ciudad del Cuzco y es necesidad escribirlo por no perder el orden que llevamos; que es de fuerza que los acaecimientos se hayan de escribir concatenados unos de otros como pasaron, porque de esto me tengo justificado, paro y trataré lo dicho.
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Capítulo LXVII Que trata de lo que hizo el general después que vino del descubrimiento de por tierra Muy gran placer recibieron los españoles, vecinos y estantes en la ciudad de Santiago, cuando vieron al general que era vuelto de la jornada de arriba, porque los naturales andaban en víspera de se alzar, y esto causábalo ser pocos. Y eran muy hermanados, que les pesaba en extremo cuando se apartaban algunos para estar un mes que no se viesen. Luego envió el general veinte y uno de a caballo con un caudillo a visitar la villa de la Serena y hacer la guerra a algunos indios si alterados estuviesen, de que no pequeño placer recibieron todos los que estaban en la sustentación de la villa cuando supieron la venida del general, y por la visita de aquellos caballeros, porque estaban con temor cada el día que los indios se habían de alzar. Y de esta suerte aseguráronse y algunos indios que estaban indómitos los trajeron al servicio. E hizo más el general de que fue allegado a la ciudad, que como vino el invierno, para sembrar mandó hacer grandes sementeras de trigo, creyendo que vendrían los capitanes que el septiembre pasado había enviado al Pirú por socorro. E hizo que las minas anduviesen como solían, porque los que viniesen hallasen algún oro, y para que si conviniese, despachar otro mensajero a España a Su Majestad con el traslado de lo que Antonio de Ulloa había llevado y con lo demás que hubiese que hacer saber a Su Majestad del descubrimiento de por tierra y fertilidad de ella. Pues viendo el general que había cumplido un año y más, y no venía ni había nueva de la gente, acordó despachar a Su Majestad otro mensajero, el cual se llamaba Joan de Avalos Jofre, natural de los Garrovillas, y llevó también dineros para dar a los capitanes, si los hallase con necesidad. A este mensajero envió el general con otras personas, que fueron de esta gobernación para el Pirú a emplear para dar vuelta y venir a esta tierra en un barco que él tenía, el cual sacó de la pesquería con que sustentaba la gente de las minas, entendiendo que convenía e importaba más. Llevaron de esta vez estos hidalgos en este barco setenta mil pesos en oro.
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Que trata cómo el rey Nezahualpiltzintli apaciguó un litigio que entre sí los infantes Acapioltzin y Xochiquetzaltzin sus hermanos traían; y de algunos notables castigos que hizo en sus hijos Se ha tratado en la vida de Nezahualcoyotzin cómo fueron a la conquista de la Huaxteca los dos infantes Xochiquetzaltzin y Acapioltzin, el uno por capitán general del ejército, y el otro con el socorro que después se despachó, y cómo se dio tan buena mana, que por su prisa y buena industria sojuzgo aquella tierra, por cuya causa los poetas de aquellos tiempos, demás de hacer relación en sus cantos de la conquista y acaecimiento que hubo, le alabaron sus hechos heroicos y juntamente con él a su hermano el que fue por general, que aunque fue tarde, todavía hizo algunas hazañas dignas de memoria, mas no para adjudicarse y tomar para sí la gloria y honra de aquella conquista, pues derechamente la venía el título y renombre de ella a su hermano Acapioltzin, y como este negocio estaba indeciso, todas las veces que hacía fiestas en memoria de esta conquista, los músicos y ministriles del uno y del otro en el palacio de cada uno cantaban y regocijaban la solemnidad de ella, y después salían en público a la plaza principal a hacer su danza casi en competencia el uno con el otro, de tal manera que se movían grandes pasiones entre los dos hermanos, sus amigos y aliados, con que vino la cosa a tanto extremo que aínas vinieran a rompimiento y sucedieran muchas muertes en la ciudad, si el rey Nezahualpiltzintli viendo este exceso y competencia entre sus dos hermanos, no hubiese puesto la cosa en tela de juicio y salió determinado pertenecer esta honra y hazaña a su hermano Acapioltzin; y sin decirles palabra, el día que salieron a la plaza a hacer esta danza, el rey salió con otra, con todos los grandes de su reino, y se fue a la parte donde estaba Acapioltzin, y dándole el lado más honroso, danzó con él y con todos los más grandes señores que allí se hallaron, de la manera que tenían de costumbre; y visto esto, Xochiquetzaltzin y los de su bando se quitaron de allí con todos sus ministriles y músicos, y nunca más se atrevió a salir a estas competencias; y el rey mandó que se intitulase el canto Teotlan Cuextecáyotl, que significa el canto de la conquista de la Huaxteca perteneciente a la casa de Teotlan, que eran los palacios y casas solariegas del infante Acapioltzin. Por este modo, esta discordia y otras que se ofrecieron, con mucha prudencia y sagacidad las remedió el rey; y donde vio que convenía severidad, ejecutó las leyes con todo rigor, sin perdonar a sus hijos, como lo hizo contra el príncipe Huexotzincatzin su primogénito y sucesor que había de ser del reino, el cual, además de otras gracias y dones naturales que tenía, era muy eminente filósofo y poeta, y así compuso una sátira a la señora de Tolan (que era la concubina que más privaba con el rey, su padre), y como ella era asimismo del arte de la poesía, se dieron sus toques y respuestas, por donde se vino a presumir que la requestaba, y se vino a poner el negocio en tela de juicio; por donde según las leyes era traición al rey y el que tal hacía tenía pena de muerte, y aunque el rey su padre, le quería y amaba infinito, hubo de ejecutar en él la sentencia; y fue tan grande el sentimiento que hizo de la muerte del príncipe, su hijo, que mandó tapiar los palacios en donde vivía, y asimismo que de allí en adelante se llamase Yxáyoc. Otro castigo en su segundo hijo legítimo que nació tras el príncipe, llamado Iztacquautzin, porque de su autoridad y sin su licencia edificó unos palacios para su morada, sin haber hecho hazaña por donde los pudiese merecer; porque las leyes disponían que aunque fuese el Príncipe heredero no podía labrar casas ricas, ni ponerse la borla de plumería, hasta en tanto que se hubiese hallado en cuatro batallas, y cautivado en ellas por lo menos cuatro capitanes, hombres aventajados y tenidos en la milicia, que hubiesen alcanzado a saber todos los grados que eran menester para un hombre sabio, filósofo, orador y poeta, y por lo menos que fuese muy aventajado en alguna de las artes mecánicas, y siendo aprobada en una de las referidas, con licencia del rey, podía haber y alcanzar lo referido conforme a lo que se inclinaba, porque de otra manera tenía pena de la vida, como se ejecutó esta ley en Iztacquautzin. A uno de los jueces (que en una de sus audiencias conocía de las causas) llamado Zequauhtzin, porque en su casa oía y determinaba algunos de los pleitos, lo mandó ahorcar, porque ninguno podía conocer ni oír pleito ni demanda en casa, ni recibir presente ni cohecho, pena de la vida, sino que los pleitos y demandas se habían de tratar en las salas y consejos del rey, con asistencia de todos los jueces que eran a su cargo, y de los procuradores y de otros ministros de justicias, los cuales se ponían a oir desde la mañana hasta cerca del medio día, y en habiendo comido (que todos comían en palacio) tornaban a proseguir en sus audiencias hasta puestas del sol; y jamás habían de faltar, si no era en los días de sus festividades reservados para no asistir, o por enfermedad u otro impedimento contingente; sin otros muchos castigos ejemplares que hizo, como fue a otro juez que no determinó con diligencia y cuidado en un caso, lo mandó llevar a su casa y tapiarle la puerta principal de ella, y que se mandase por un postigo y trascorrales de ella, quedando por inhábil, y que nunca jamás entrase en palacio ni comunicase con los otros jueces y ministros de justicia. A otra hija suya doncella, porque habló a un hijo de un señor, la mandó matar, y con otra de las señoras sus concubinas hizo lo mismo, porque bebió el vino que ellos usaban para cierto remedio, pues tenían pena de la vida las mujeres que bebían vino. A otro juez mandó ahorcar porque favoreció a un caballero contra un villano, e hizo rever el pleito y sentencia en favor del plebeyo. Y a otros dos de sus hijos que fueron a una conquista, y se hicieron dueños de unos prisioneros y cautivos que ciertos soldados suyos habían cautivado, aunque vinieron lastimados y heridos de la guerra, después de haberlos mandado curar, estando sanos les hizo dar garrote, que era la pera que tenían los que se hacían dueños de cautivos ajenos.