Del camino que hay desde la ciudad de San Miguel hasta la de Trujillo, y de los valles que hay en medio En los capítulos pasados declaré la fundación de la ciudad de San Miguel, primera población hecha de cristianos en el Perú. Por tanto, trataré de lo que desta ciudad hay hasta la de Trujillo. Y digo que de una ciudad a otra puede haber sesenta leguas, poco más o menos. Saliendo de San Miguel hasta llegar al valle de Motupe hay veinte y dos leguas, todo de arenales y camino muy trabajoso, especialmente por donde agora se camina. En el término destas veinte y dos leguas hay ciertos vallecetes; y aunque de lo alto de la sierra descienden algunos ríos, no abajan por ellos, antes se sumen y esconden entre los arenales de tal manera, que no dan de sí provecho ninguno. Y para andar estas veinte y dos leguas es menester salir por la tarde, por que caminando toda la noche se llegue a buena hora adonde están unos jagüeyes, de los cuales beben los caminantes, y de allí salen sin sentir mucho la calor del sol; y los que pueden llevar sus calabazas de agua y botas de vino para lo de adelante. Llegado al valle de Hotupe, se ve luego el camino real de los ingas, ancho y obrado de la manera que conté en los capítulos pasados. Este valle es ancho y muy fértil, y no embargante que también abaja de la sierra un río razonable a dar en él, se esconde antes de llegar a la mar. Los algarrobos y otros árboles se extienden gran trecho, causado de la humidad que hallan abajo sus raíces. Y aunque en lo más bajo del valle hay pueblos de indios, se mantienen del agua que sacan de pozos hondos que hacen, y unos y otros tienen su contratación dando unas cosas por otras, porque no usan de moneda ni se ha hallado cuño della en estas partes. Cuentan que había en este valle grandes aposentos para los ingas y muchos depósitos, y por los altos y sierras de pedregales tenían y tienen sus guacas y enterramientos. Con las guerras pasadas falta mucha gente dél; y los edificios y aposentos están deshechos y desbaratados, y los indios viven en casas pequeñas, hechas como ya dije en los capítulos de atrás. En algunos tiempos contratan con los de la serranía, y tienen en este valle grandes algodonales, de que hacen su ropa. Cuatro leguas de Motupe está el hermoso y fresco valle de Xayanca, que tiene de ancho casi cuatro leguas; pasa por él un lindo río, de donde sacan acequias que bastan regar todo lo que los indios quieren sembrar. Y fue en los tiempos pasados este valle muy poblado, como los demás, y hay en él grandes aposentos y depósitos de los señores principales, en los cuales estaban sus mayordomos mayores, que tenían los cargos que otros que en lo de atrás he contado. Los señores naturales destos valles fueron estimados y acatados por sus súbditos; todavía lo son los que han quedado, y andan acompañados y muy servidos de mujeres y criados, y tienen sus porteros y guardas. Deste valle se va al de Tuqueme, que también es grande y vistoso y lleno de florestas y arboledas, y asimismo dan muestra los edificios que tienen, aunque ruinados y derribados, de lo mucho que fue. Más adelante una jornada pequeña está otro valle muy hermoso, llamado Cinto. Y ha de entender el lector que de valle a valle destos, y de los más que quedan de escrebir, es todo arenales y pedregales sequísimos, y que por ellos no se ve cosa viva ni nacida, hierba ni árbol, si no son algunos pájaros ir volando. Y como van caminando por tanta arena y se ve el valle (aunque esté lejos), reciben gran contento, especialmente si van a pie y con mucho sol y gana de beber. Conviene no caminar por estos llanos hombres nuevos en la tierra, si no fuere con buenas guías que los sepan llevar por los arenales. Deste valle se llega al de Collique, por donde corre un río que tiene el nombre del valle; y es tan grande, que no se puede vadear si no es cuando en la tierra es verano y en los llanos invierno; aunque, a la verdad, los naturales dél se dan tan buena maña a sacar acequias, que aunque sea invierno en la sierra, algunas veces dejan la madre y corriente descubierta. Este valle es también ancho y lleno de arboledas como los pasados, y faltan en él la mayor parte de los naturales, que, con las guerras que hubo entre unos españoles con otros, se han consumido con males y trabajos que estas guerras acarrean.
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Capítulo LXVII Cómo los indios de la fortaleza mataron a Juan Pizarro, y al fin los españoles la ganaron Después de cuatro días de cerco, visto por Vilaoma y Paucar Huamán cómo los apretaban los españoles en demasía, y que lo llevaban con tanta furia que era imposible escapar de sus manos, y que la comida para tanta gente como ellos eran les iba faltando y era dificultoso el metérsela ni socorro, porque los pasos estaban tomados por los españoles e indios amigos, determinaron de salirse de la fortaleza y salvarse como pudiesen, rompiendo por los enemigos. Así aguardaron cuando los españoles estuviesen más descuidados al parecer, y así una tarde, poco después de comer, casi a la hora de las vísperas, salieron con grande ímpetu de la fortaleza y embistiendo a sus enemigos rompiendo por ellos, se echaron con toda su gente por la cuesta abajo hacia Sapi y subieron a Carmenga. Aunque los españoles e indios amigos los siguieron, se escaparon y se fueron huyendo hacia Yucay, que hay cuatro leguas del Cuzco, donde estaba Manco Ynga, al cual dieron las nuevas de lo mal que les había sucedido en el cerro con los españoles y de las batallas y rencuentros que habían pasado entre ellos. Manco Ynga visto el desbarate y huida de los suyos recibió grandísimo pesar y enojo de ello, y los trató mal de palabra, deshonrándolos y afrentándolos, llamándolos de gallinas, cobardes, que de miedo de unos pocos españoles habían venido huyendo. Con el enojo tenía mandado luego matar algunos capitanes que supo habían huido al principio, y no habían peleado como debían con sus enemigos. Algunos capitanes orejones, que se preciaban de valientes y bravos, con otros indios de valor y ánimo, se quedaron en la fortaleza sin querer salir della, aunque pudieron, por dar muestras de estimar en poco a los enemigos, y que no se entendiese temían a los españoles. Así se fortalecieron lo mejor que les fue posible, metiéndose en las torres principales, y allí con bravo ánimo y bizarría se defendieron de los españoles y de los demás indios, que los ayudaban valientemente. Visto por Hernando Pizarro que Vilaoma y los suyos se habían huido y que en la fortaleza había quedado muy poca cantidad de indios, que no serían más de hasta dos mil, juntándose todos los españoles e indios amigos, embistieron de un golpe a la fortaleza por todas partes, y los de dentro se defendieron por grandísimo rato, con temeraria obstinación, poniéndose a todo peligro sin temor de la muerte ni de los arcabuzazos que les tiraban. Mas, con todo eso los españoles a pura fuerza de brazos les ganaron dos cercas, las primeras, y una torre, y como aún todavía hiciesen instancia los indios en la defensa, sin querer desamparar los lugares que tenían ocupados, y durase gran rato la porfía, sin poder entrar más adentro los españoles, Juan Pizarro, hermano del Marqués Pizarro, como hombre valeroso y valiente capitán, tomó una escalera que allí tenían, y el primero de los compañeros subió por ella, para entrar en una torre, y al tiempo que quería entrar le dieron los della con una piedra grande en la cabeza, que le hicieron venir rodando a él y a la escalera. Y entonces viendo la turbación de los españoles con el caso sucedido, no perdiendo tan buena ocasión como se les ofrecía, salieron los indios de la fortaleza con tanto coraje que desbarataron a los españoles y los echaron fuera de las cercas y torre de que se habían apoderado, tornando a ganárselas y mataron mucho número de indios amigos en los cuales hartaron su saña y rabia. Los españoles con mucha pena de lo sucedido a Juan Pizarro le tiraron como mejor pudieron y lo llevaron al Cuzco, abajo. Pero fue tal el golpe, que le habían hundido la cabeza, y así, sin que le bastasen remedios, murió dello con harto sentimiento de sus hermanos y de los amigos que tenía allí. Como los españoles se retiraron, los indios de la fortaleza echaron fuera los que habían quedado de los enemigos dentro, pero Pazca, general de los amigos, ordenó que les tomasen las puertas y las entradas y salidas de la fortaleza a mucho número de indios. Habiéndolas tomado de suerte que por ningún lado les podía entrar socorro ni bastimento, de que tenían mucha necesidad, y así estuvieron toda la noche. A la mañana tornaron los españoles con el ayuda de los enemigos a combatir la fortaleza, y lo hicieron con tanta determinación que al fin la entraron, venciendo a los enemigos y rindiéndolos y matando mucha cantidad dellos. Así se quedaron señores de la fortaleza y alegres y regocijados por el buen fin que habían tenido los trabajos y aprieto, en que los indios les habían puesto en aquel cerco tan porfiado, donde con verdad pueden decir que la poderosa mano del Señor los libró y sacó a salvo, porque fue grande la prisa que los indios les dieron, peleando todos los días y padecieron mucha necesidad de comida. Sosegados ya los españoles y habiendo descansado del trabajo y cuidado, Hernando Pizarro dio orden que se repartiesen los españoles en escuadras y, con muchos indios amigos, fuesen a reparar el daño que esperaban de la gente que se venía juntando de las provincias. Así unos fueron por el camino del Collao a pelear con los indios que de hacia allá caminaban hacia el Cuzco, y los desbarataron cogiéndolos descuidados. Otro número de españoles fue hacia Conde Suyo y tuvieron una gran batalla, donde vencieron a los indios que de aquellas provincias venían hacia el Cuzco, y deshechos se volvieron. Otros fueron al camino de Chinchay Suyo e hicieron lo mismo. Vueltos al Cuzco pareciéndoles que lo principal estaba por hacer, que era ir a Yucay, donde estaba Manco Ynga triste y desesperado de los malos sucesos que habían pasado por su gente, así en el cerco como en las demás partes, viendo que todo le sucedía tan al contrario de su deseo, y sus designios se le deshacían, trataron los españoles de ir a Yucay y haberle a las manos porque con esto se daba fin a la guerra, y se sosegarían los indios y las provincias viéndose sin cabeza y sin Ynga y en poder de los españoles. Así salieron del Cuzco muchos españoles, acompañados de indios y muy bien aderezados, y fueron a Yucay, pensando hallarle allí, pero él había sido avisado de su partida y del fin con que iban y habíase ido a Calca, y como no le hallasen, acordaron, sabiendo dónde era ido, seguirle. Partieron luego a gran prisa tras dél y le dieron una vista y apretándole casi le hubieran habido a las manos. Pero diose Manco Ynga tan buena maña que se les escapó y la gente que con él iba, que era mucha, con piedras y galgas desde los altos se defendió tan valerosamente que desbarataron a los españoles y mataron muchos indios de los amigos. Viendo desbaratados sus enemigos Manco Ynga revolvió sobre ellos con ánimo valeroso, y animando a los suyos los cargó también, que los hizo huir más que de paso, como dicen, y les fue siguiendo el alcance dándoles tanta prisa que no pararon hasta el Cuzco. En toda una noche no les dejó descansar ni tomar resuello, yendo los indios sobre los españoles que no durmieron sueño. Viendo que no los podía acabar Manco Ynga se retiró con sus indios a Tambo, y allí juntando mucha gente se hizo fuerte por si los españoles fuesen sobre él.
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Cómo el Almirante salió de las islas de Cabo Verde a buscar la Tierra Firme; del gran calor que sufrió, y la claridad que daba el Norte Jueves, a 5 de Julio, el Almirante salió de la isla de Santiago con rumbo al Sudoeste, con propósito de navegar hasta la tierra equinocial, y de allí, seguir por Occidente hasta que hallase tierra, o llegar a paraje desde donde pasase a la isla Española. Pero como entre aquellas islas son muy grandes las corrientes hacia el Norte y el Noroeste, no pudo caminar tanto como deseaba, de modo que el sábado, a 7 de Julio, aún dice que estaba a vista de la isla del Fuego, que es una de las del Cabo Verde; la cual añade que es muy alta hacia el Mediodía, y que de lejos parece una gran iglesia que tiene hacia el Este el campanario, un altísimo pico de donde, cuando sopla el viento levante, suele salir gran fuego, como sucede en Tenerife, en el Vesubio y en el Etna. Esta fue la última tierra que vio de cristianos. Luego continuó su camino por Suroeste hasta que se halló a distancia de cinco grados de la equinocial, donde se calmó el viento, habiendo navegado continuamente con la niebla de que ya hemos hablado. Aquella calma duró ocho días con un calor tan excesivo que abrasaba los navíos. No había nadie que pudiese estar bajo cubierta, y si no fuera porque llovió alguna vez, y que el sol se anublaba, creyó que se quemarían vivos juntamente con los navíos, porque el primer día de calma fue tan claro, y era tan grande el calor, que ningún remedio se podía hallar si Dios no socorriese milagrosamente con la lluvia y la niebla que hemos dicho. Por lo cual habiéndose alejado algo hacia el Norte, hallándose a siete grados de la equinocial, resolvió no ir más hacia el Sur, sino caminar derecho al Poniente, cuando menos hasta ver cómo se fijaba el tiempo, pues con motivo del calor había perdido muchas vasijas, saltaban los cercos de los toneles, y se requemaban el trigo y los otros bastimentos que llevaban. Estando ya a mediados de Julio, dice que tomó la altura del Polo con gran diligencia y mucha certidumbre, y halló grande y maravillosa diferencia de lo que solía suceder en el paralelo de las Azores. Porque allí, cuando estaban las Guardas en el brazo derecho, esto es a la parte de Oriente, entonces la estrella del Norte se hallaba más baja, y luego se iba encumbrando; de modo que, cuando las Guardas estaban encima de la cabeza, entonces la Polar tenía de altura dos grados y medio, y luego que pasaba de allí, volvía a descender los mismos cinco grados que había subido. Lo cual dice que experimentó muchas veces con gran diligencia y con tiempo muy cómodo para observarlo. Y que entonces, en el paraje donde estaba de la zona tórrida, resultó muy en contrario, porque estando las Guardas en la cabeza, hallaba que la Polar se había encumbrado seis grados, y cuando las Guardas pasaban al brazo izquierdo, al cabo de seis horas halló la estrella Polar en once grados de altura; después, a la mañana, las Guardas pasaban a los pies, aunque no se veían por estar muy bajo el Polo, la Polar tenía de altura seis grados, de modo que la diferencia era de diez grados, y describía un círculo cuyo diámetro era de diez, no habiendo bajado más que cinco en su posición, por estar allí en el brazo izquierdo, que es el más bajo, y aquí en la cabeza. Parecióle muy difícil de comprender la razón de esto, y no entendiéndola bien hasta que pensó mucho en ello, dice parecerle en lo que atañe a la descripción del círculo por la estrella poderse afirmar que en la equinocial se ve como es; y cuanto sube más al Polo, parece menor, porque se toma el cielo más oblicuo. Cuanto al noroestear, creo que la estrella tiene la propiedad de los cuatro vientos, como también la calamita, que si se toca con Levante, mirará al Levante, y si de otro modo al Poniente, al Norte, o al Sur; por esto, el que hace las agujas de marcar, cubre con paño la calamita, de modo que no quede fuera más que la parte septentrional, esto es, la que tiene virtud de guiar el acero derecho al Norte.
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De cómo el rey Guayna Capac volvió a Quito, y de cómo supo de los españoles que andaban por la costa, y de su muerte. En este mesmo año andaba Francisco Pizarro con trece cripstianos por esta costa y había dellos ido al Quito aviso a Guayna Capac, a quien contaron el traje que traían y la manera del navío y cómo eran barbados y blancos y hablaban poco y no eran tan amigos de beber como ellos y otras cosas de las que ellos pudieron saber. Y, cudicioso de ver tal gente, dicen que mandó con brevedad le trujiesen uno de dos que decían haber quedado de aquellos hombres, porque los demás eran ya vueltos con su capitán a la Gorgona, donde habían dejado ciertos españoles con los indios e indias que tenían, como en su lugar contaremos. Y dicen unos destos indios que después de idos, a estos dos, que los mataron, de que recebió mucho enojo Guayna Capac. Otros cuentan que sonó que los traían y, como supieron en el camino su muerte los mataron. Sin esto, dicen otros que ellos se murieron. Lo que tenemos por más cierto es que los mataron los indios dende a poco que ellos en su tierra quedaron. Pues, estando Guayna Capac en el Quito con grandes campañas de gentes que tenía y los demás señores de su tierra; viéndose tan poderoso, pues mandaba desde el río de Angasmayo al de Maule, que hay más de mill y doscientas leguas, y estando tan crecido en riquezas, que afirman que había hecho traer a Quito más de quinientas cargas de oro y más de mill de plata y mucha pedrería y ropa fina, siendo temido de todos los suyos, porque no se le osaban desmandar, cuando luego hacía justicia; cuentan que vino una gran pestilencia de viruelas tan contagiosa que murieron más de doscientas mill ánimas en todas las comarcas, porque fue general; y dándole a él el mal, no fue parte todo lo dicho para librarlos de la muerte, porquel grand Dios no era dello servido. Y como se sintió tocado de la enfermedad, mandó se hiciesen grandes sacrificios por su salud en toda la tierra y por todas las guacas y templos del sol; mas yéndole agraviando llamó a sus capitanes y parientes y les habló algunas cosas, entre las cuales les dijo, a lo que algunos dellos dicen, que él sabía que la gente que habían visto en el navío volvería con potencia grande y que ganaría la tierra. Esto podría ser fábula, y, si lo dijo, que fuese por boca del Demonio, como quien sabía que los españoles iban para procurar de volver a señorear. Dicen otros destos mismos que, conociendo la gran tierra que había en los Quillacingas y Popayaneses y que era mucho mandarlo uno, y que dijo que desde Quito para aquellas partes fuese de Atahuallpa, su hijo, a quien quería mucho, porque había andado con él siempre en la guerra; y que lo demás mandó que señorease y gobernase Guascar, único heredero del imperio. Otros indios dicen que no dividió el reino, antes dicen que dijo a los que estaban presentes que bien sabían cómo se habían holgado que fuese Señor, después de sus días, su hijo Guascar, y de Chincha Ocllo, su hermana, con quien todos los del Cuzco mostraban contento; y puesto que si él tenía otros hijos de grand valor, entre los cuales estaban Nanque Yupanqui, Tupac Inca, Guanca Auqui, Tupac Gualpa, Titu, Guama Gualpa Manco Inca, Guascar, Cusi Hualpa, Paullu Tupac, Yupanqui, Conono, Atahuallpa, quiso no dalles nada de lo mucho que dejaba, sino que todo lo heredase dél, como él lo heredó de su padre, y confiaba mucho guardaría su palabra y que cumpliría lo que su corazón quería, aunque era muchacho; y que les rogó lo amasen y mirasen como era justo, y que hasta que tuviese edad perfecta y gobernase fuese su ayo Colla Tupac su tío. Y como esto hobo dicho, murió. Y luego que fue muerto Guayna Capac fueron tan grandes los lloros que ponían los alaridos que daban en las nubes y hacían caer las aves aturdidas de lo muy alto hasta el suelo. Y por todas partes se divulgó la nueva y no había parte ninguna donde no se hiciese sentimiento notable. En Quito lo lloraron, a lo que dicen, diez días arreo; y dende allí lo llevaron a los Cañares, donde le lloraron una luna entera, y fueron acompañando el cuerpo muchos señores principales hasta el Cuzco, saliendo por los caminos los hombres y mujeres llorando y dando aullidos. En el Cuzco se hicieron más lloros y fueron hechos sacrificios en los templos y aderezaron de le enterrar conforme a su costumbre, creyendo que su ánima estaba en el cielo. Mataron, para meter con él en su sepoltura y en otras, más de cuatro mill ánimas, entre mujeres y pajes y otros criados, tesoros, pedrería y fina ropa. De creer es que sería suma grande la que pornían con él. No dicen en dónde ni cómo está enterrado, más de que concuerdan que su sepoltura se hizo en el Cuzco. Algunos indios me dijeron a mí que lo enterraron en el río de Angasmayo, sacándolo de su natural para hacer la sepoltura; mas no lo creo, y lo que dicen de que se enterró en el Cuzco, sí. De las cosas deste rey dicen tanto los indios que no es nada lo que yo escribo ni cuento; y cierto, creo que dél y de sus padres y abuelos se dejan tantas cosas de escrebir, por no las alcanzar por entero, que fuera otro comprendio mayor que el que se ha hecho.
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Cuéntase la fiesta del Corpus Christi, y la procesión que se hizo Las obras de carpintería se acabaron todas a veinte de mayo. Este día ordenó el capitán al maese de campo, que con cien soldados fuese a tierra y procurase en ella de adornar a nuestra iglesia de Loreto y a su redonda hiciese calles para que el siguiente día, que lo era de Corpus Christi, fuese allí celebrada su fiesta cuanto alcanzasen nuestras fuerzas. A la noche fue festejada esta víspera en las naos como la otra pasada. Antes que rompiese el alba del siguiente día, salió nuestra gente a tierra, y en ella hizo escolta a nuestros seis religiosos, que acomodaron todo lo que les tocaba; y ya que todo estaba presto fue avisado el capitán, que luego se embarcó dejando en cada navío a dos hombres, y llevó los demás consigo. Llegados, pues, a la playa, con todos saltó en tierra y fue a la iglesia, cuya puerto estaba al Norte y al mar su portada, galanamente aderezada con las cosas de la tierra, la techumbre y parte del cuerpo cubierto de ramos verdes, y un muy curioso altar debajo de un dosel, su mas servicio de plata; por retablo un Cristo crucificado pintado en un grande lienzo, con cuatro velas a sus lados y dos pebetes ardiendo. Habiendo hecho oración salió para ver la cuadra, a cuyos principios había dos altos arcos triunfales enlazados de palmas, pimpollos, y flores; desto mismo estaban sembrados los suelos; las calles formadas de muchos árboles, quedando dellos adentro hecho un claustro, y allí, como significando jardín, plantadas diversas ramas y yerbas; y en dos ángulos, debajo de otros dos arcos, estaban puestos dos altares con sus cielos, frontales y las imágenes de San Pedro y de San Pablo, y su autor, el hermano Juan de Dios de rodillas a un lado estaba haciendo oración. Era este día claro, alegre y sereno, y como el sol hería por las coronas de los árboles y por donde hallaba entrada comunicaba sus rayos, mostraba en la mayor espesura la diferencia de frutos que tenía cada planta: allí mismo se oía la porfía con que las aves cantaban y discantaban: veíase mover las hojas y los ramos blandamente, y todo el sitio ameno, fresco, sombrío, y por que nadie faltase sentíase el poco aire que bastaba, y se mostraba manso y obediente el mar. Y vueltos a la iglesia luego, se dijeron dos misas: a la tercera que dijo el padre comisario, se ordenó la procesión, desta manera. iba delante un soldado llevando en las manos la cruz pesada de naranjo; seguía un fraile lego con otra de sacristía, dorada, con manga levantada en una asta, y a sus lados dos monacillos con ciriales y con hopas coloradas, y todos tres sobrepellices, y luego las tres compañías en orden llevando en medio cada una su bandera, y su caja tocando a son de marchar. Había una muy vistosa danza de espadas de once mozos marineros, sus vestidos eran de sedas columbinas rojas, verdes, y cascabeles en los pies; danzaban con mucha destreza y gracia al son de una vihuela, que tocaba un viejo honrado: seguía otra de ocho niños todos vestidos como indios, calzones y camisetas de tafetanes morados, azules, leonados, guirnaldas en las cabezas, en las manos blancas palmas, y en las gargantas de los pies collares de cascabeles: danzaban con rostros muy sosegados y cantaban sus motetes al son de tamborín y de flauta que les tocaban dos pláticos. Seguía el estandarte Real acompañado del maese de campo, sargento mayor y capitanes: seguían seis regidores, cada uno con una hacha encendida en la mano: seguía el palio que era de seda amarilla; sus seis varas las llevaban los tres oficiales Reales y otros tres regidores; iba debajo el comisario que llevaba en las manos un cofre de terciopelo carmesí, clavazón dorado, en que iba el Santísimo Sacramento que otro lego con un incensario incensaba: todos cuatro sacerdotes iban alegres cantando el himno de Pangelingua. El capitán, que llevó el estandarte Real hasta la puerta a donde lo entregó a su alférez, se puso detrás del palio con los dos alcaldes y el alguacil mayor. Y cuando ya por la puerta iba saliendo el Señor, se repicaron reciamente las campanas; la gente, que atenta estaba mirando, se arrodilló por los suelos; los alférez tres veces abatieron las banderas; los atambores tocaban apriesa las cajas a son de batalla trabada; los soldados, que tenían las cuerdas caladas, dispararon fuego a las cámaras y a los versos que allí había para más seguridad del puesto, y en las naos los artilleros a las lombardas y a los versos que tenían zabra y barcas, que puestas y cerca estaban para lo que sucediese. De nuevo y a buen compás se fueron siempre dando cargas y refrescando las cosas; mas cuando daba lugar la espesura del humo, veíanse por entre aquellas verduras tantas bandas y penachos, y tantas picas, chuzos, bisarmas, rodelas, tantas espadas lucientes, alabardas, y venablos, y las ginetas, con bastones empuñados, y en los pechos tantas cruces, y tanto oro, matices, colores, sedas haciendo visos tremolando, y entre tanto bullicio en todo tanto concierto, que muchos ojos, no pudiendo detener lo que brotaba el corazón, dieron a otros motivos de derramar gozosas lágrimas. Y con esto se recogió la procesión, faltando allí quien nos viese, y quedando la gente de guerra teniendo la iglesia en medio con cuatro cuerpos de guarda. Los danzantes danzando por más celebrar la fiesta, se quedaron dentro en ella, y salidos a su Puerta les dijo el capitán: --Tengan todos esos vestidos por suyos, que son hacienda Real: yo quisiera que ellos fueran de brocado de tres altos o de otros más altos precios. Por remate se dijo la cuarta misa para que fuese oída de las postas, que en cierto puesto estaban puestas para guarda de la gente que de la tierra se veía, aunque lejos, en la playa y en los cerros. Esto hecho, se fue el capitán derecho a repicar las campanas diciendo, que fuese en nombre de los que en Lima dijeron que irían a aquella tierra cuando a ella los llevasen. El indio que se trajo de Taumaco y después se llamó Pedro, este día andaba vestido de tafetán tornasol con una cruz en los pechos con su arco y sus flechas, tan lozano y tan espantado y alegre de todo cuanto veía y de su cruz, que miraba y la mostraba poniendo la mano en ella, y la nombraba muchas veces. Cosa digna de notar, pues hasta a un bárbaro una cruz levantó el ánimo con no saber qué insignia era. Habiéndose dado a las almas tan dulce y sabroso pasto como suena, se apartaron amigos y camaradas a los puestos dedicados para fogones y ollas, a donde puestas las mesas a la sombra de altos y enramados árboles, lo dieron todos a los cuerpos. En cuanto duró la siesta hubo músicas y bailes y buenas conversaciones; y quien dijo, era dichoso aquel día, y dichoso lo vio por haber sido el primero celebrado en honra del Señor altísimo en tierras extrañas y ocultas; y por ser nuestra gente poca y los naturales muchos, fue juzgado de algunos por grande atrevimiento: yo digo que no fue sino grande acierto y muy bueno el fiador. Hubo allí quien dijo, que pareció anuncio de lo sucedido esta octava de don Alonso de Ercilla, a cuya contraposición un gran devoto desta empresa ordenó la otra que se le sigue: Ves las manchas de tierras, tan cubiertas Que pueden ser apenas divisadas, Son las que nunca han sido descubiertas, Ni de extranjeros pies jamás pisadas; Las cuales estarán siempre encubiertas, Y de aquellos celajes ocupadas, Hasta que Dios permita que parezcan, Porque más sus secretos se engrandezcan. Ves las manchas de tierras sin cubiertas Tan claro y tan patente divisadas, Son las que agora han sido descubiertas Y de cristianos pies luego pisadas; Las cuales estuvieron encubiertas Mil siglos, de celajes ocupadas, Hasta que quiso Dios que pareciesen Y sus secretos más engrandeciesen. El capitán hizo embarcar parte de la gente, y con el resto, a son de cajas, entró la tierra. Vio su sementera brotada y las estancias, casas labranzas, frutales, y habiendo andado una legua, se recogió por ser tarde. Luego que entró en la nao, dijo que pues de aquella bahía estaban sus naturales de guerra, y no hubo un azar en nuestra parte, saliésemos el otro día del puerto a ver las tierras del barlovento. El almirante le rogó, en nombre suyo y de todos, que esperase otro día para que la gente pescase. Sucedió que pescaron en cierto rincón, de donde trajeron a las naos cantidad de pargos que se dicen siguatados, como los hay en la Habana y otros puertos, muertos al cordel, y a cuantos comieron dellos les dio bascas, vómitos y ardores. Mucha pena dio a todos este mal tan repentino y no esperado, y no faltaron juicios ni estimación de uno que dijo que porque mucho costase algo, se aguó lo dulce con lo amargo.
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De cómo envió un bergantín a descubrir el río de los xarayes, y en él el capitán Ribera Con esta instrucción envió al capitán Gonzalo de Mendoza, con el parescer de los clérigos y oficiales y capitanes, y con ciento veinte cristianos y seiscientos indios flecheros, que bastaban para mucha más cosa, y partió a 15 días del mes de diciembre del dicho año; y los indios naturales del puerto de los Reyes avisaron al gobernador, y le informaron que por el río del Igatu arriba podían ir gentes en los bergantines a tierra de los indios xarayes, porque ya comenzaban a crescer las aguas, y podían bien los navíos navegar; y que los indios xarayes y otros indios que están en la ribera tenían muchos bastimentos, y que asimesmo había otros brazos de ríos muy caudalosos que venían de la tierra adentro y se juntaban en el río del Igatu, y había grandes pueblos de indios, y que, tenían muchos mantenimientos; y por saber todos los secretos del dicho río, envió al capitán Hernando de Ribera en un bergantín, con cincuenta y dos hombres, para que fuesen por el río arriba hasta los pueblos de los indios xarayes y hablase con su principal y se informase de lo de adelante, y pasase a los ver y descubrir por vista de ojos; y no saliendo en tierra él ni ninguno de su compañía, excepto la lengua con otros dos, procurase ver y contratar con los indios de la costa del río por donde iba, dándoles dádivas y asentando paces con ellos, para que volviese bien informado de lo que en la tierra había, y para ello le dio una instrucción con muchos rescates, y por ella y de palabra le informó de todo aquello que convenía al servicio de Su Majestad y al bien de la tierra, el cual partió e hizo vela a 20 días del mes de diciembre del dicho año. Dende algunos días que el capitán Gonzalo de Mendoza había partido con la gente a comprar los bastimentos, escribió una carta cómo al tiempo que llegó a los lugares de los indios arrianicosies había enviado con una lengua a decir cómo él iba a su tierra a les rogar le vendiesen de los bastimentos que tenían, y que se los pagaría en rescates muy a su contento, en cuentas y cuchillos y cuñas de hierro (lo cual ellos tenían en mucho), y les daría muchos anzuelos; los cuales rescates llevó la lengua para se los enseñar para que los viesen; y que no iban a hacerles mal ni daño ni tomalles nada por fuerza; y que la lengua había ido y había vuelto huyendo de los indios, y que habían salido a él a lo matar, y que le habían tirado muchas flechas; y que decían que no fuesen los cristianos a su tierra, y que no les querían dar ninguna cosa; antes los habían de matar a todos, y que para ello les habían venido a ayudar los indios guaxarapos, que eran muy valientes; los cuales habían muerto cristianos, y decían que los cristianos tenían las cabezas tiernas, y que no eran recios; y que el dicho Gonzalo de Mendoza había tornado a enviar la misma lengua a rogar y requerir los indios que les diesen los bastimentos, y con él envió algunos españoles que viesen lo que pasaba; todos los cuales habían vuelto huyendo de los indios, diciendo que habían salido con mano armada para los matar, y les habían tirado muchas flechas, diciendo que se saliesen de su tierra, que no les querían dar los bastimentos; y que visto esto, que él había ido con toda la gente a les hablar y asegurar; y que llegados cerca de su lugar, habían salido contra él todos los indios de la tierra, tirándole muchas flechas y procurándoles de matar, sin les querer oír ni dar lugar a que les dijese alguna cosa de las que les querían hablar; por lo cual en su defensa habían derrocado dos de ellos con arcabuces, y como los otros los vieron muertos, todos se fueron huyendo por los montes. Los cristianos fueron a sus casas, adonde habían hallado muy gran abundancia de mantenimientos de maíz y de mandubies, y otras yerbas y raíces y cosas de comer; y que luego con uno de los indios que había tomado preso envió a decir a los indios que se viniesen a sus casas, porque él les prometía y aseguraba de los tener por amigos, y de no les hacer ningún daño, y que les pagaría sus bastimentos que en sus casas les habían tomado cuando ellos huyeron; lo cual no habían querido hacer, antes habían venido a les dar guerra adonde tenían sentado el real, y habían puesto fuego a sus propias casas, y se hacían llamamiento de otras muchas generaciones de indios para venir a matarlos, y que ansí lo decían, y no dejaban de venir a les hacer todo el daño que podían. El gobernador le envió a mandar que trabajase y procurase de tornar los indios a sus casas, y no les consintiese hacer ningún mal ni daño ni guerra, antes les pagase todos los bastimentos que les habían tomado, y les dejasen en paz, y fuesen a buscar los bastimentos por otras partes; y luego le tornó a avisar el capitán cómo los habían enviado a llamar y asegurar para que se volviesen a sus casas, y que les tenía por amigos, y que no les haría mal, y los trataría bien; lo cual no quisieron hacer, antes continuo vinieron a hacerle guerra y todo el daño que podían con otras generaciones de indios que habían llamado para ello, así de los guaxarapos y guatos, enemigos nuestros, que se habían juntado con ellos.
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Cómo acordamos de ir a un pueblo que estaba cerca de nuestro real, y lo que sobre ello se hizo Como había dos días que estábamos sin hacer cosa que de contar sea, fue acordado, y aun aconsejamos a Cortés, que un pueblo que estaba obra de una legua de nuestro real, que le habíamos enviado a llamar de paz y no venía, que fuésemos una noche y diésemos sobre él, no para hacerles mal, digo matarles ni herirles ni traerles presos, mas de traer comida y atemorizarles o hablarles de paz, según viésemos lo que ellos hacían; y llámase este pueblo Zumpancingo, y era cabecera de muchos pueblos chicos, y era sujeto el pueblo donde estábamos allí donde teníamos nuestro real, que se dice Tecoadzumpancingo, que todo alrededor estaba muy poblado de casas e pueblos; por manera que una noche al cuarto de la modorra madrugamos para ir a aquel pueblo con seis de a caballo de los mejores, y con los más sanos soldados y con diez ballesteros y ocho escopeteros, y Cortés por nuestro capitán, puesto que tenía calenturas o tercianas; dejamos el mejor recaudo que pudimos en el real. Antes que amaneciese con dos horas, caminamos y hacía un viento tan frío aquella mañana, que venía de la sierra nevada, que nos hacía temblar e tiritar, y bien lo sintieron los caballos que llevábamos, porque dos de ellos se atorozaron y estaban temblando, de lo cual nos pesó en gran manera, temiendo no muriesen; y Cortés mandó que se volviesen al real los caballeros dueños cuyos eran, a curarlos; y como estaba cerca el pueblo, llegamos a él antes que fuese de día; y como nos sintieron los naturales de él, fuéronse huyendo de sus casas, dando voces unos a otros que se guardasen de los teules, que les íbamos a matar; que no se aguardaban padres a hijos; y como los vimos, hicimos alto en un patio hasta que fuera de día, que no se les hizo daño alguno; y como unos papas que estaban en unos cues, los mayores del pueblo y otros viejos principales vieron que estábamos allí sin les hacer enojo ninguno, vienen a Cortés y le dicen que les perdonen porque no han ido a nuestro real de paz ni llevar de comer cuando los enviamos a llamar, y la causa ha sido que el capitán Xicotenga, que está de allí muy cerca, se lo ha enviado a decir que no lo den; y porque de aquel pueblo y otros muchos le abastecen su real, e que tiene consigo todos los hombres de guerra y de toda la tierra de Tlascala; y Cortés les dijo con nuestras lenguas, doña Marina y Aguilar (que siempre iban con nosotros a cualquier entrada que íbamos y aunque fuese de noche) que no hubiesen miedo, y que luego fuesen a decir a sus caciques a la cabecera que vengan de paz, porque la guerra es mala para ellos; y envió a aquestos papas, porque de los otros mensajeros que habíamos enviado aún no teníamos respuesta ninguna sobre que enviaban a tratar las paces los caciques de Tlascala con los cuatro principales, que aún no habían venido; e aquellos papas de aquel pueblo buscaron de presto más de cuarenta gallinas e gallos, y dos indias para moler tortillas, y las trajeron, y Cortés se lo agradeció, y mandó luego le llevasen veinte indios de aquel pueblo a nuestro real, y sin temor ninguno fueron con el bastimento, y se estuvieron en el real hasta la tarde, y se les dio contezuelas, con que volvieron muy contentos a sus casas. E a todas aquellas caserías, nuestros vecinos decían que éramos buenos, que no les enojábamos, y aquellos viejos y papas avisaron dello al capitán Xicotenga cómo habían dado la comida y las indias, y riñó mucho con ellos, y fueron luego a la cabecera a hacerlo saber a los caciques viejos; y como supieron que no les hacíamos mal ninguno, y aunque pudiéramos matarles aquella noche muchos de sus gentes, y les enviábamos a demandar paces, se holgaron y les mandaron que cada día nos trajesen todo lo que hubiésemos menester; y tornaron otra vez a mandar a los cuatro principales, que otras veces les encargaron las paces, que luego en aquel instante fuesen a nuestro real y llevasen toda la comida y aparato que les mandaban; y así, nos volvimos luego a nuestro real con el bastimento e indias y muy contentos; e quedarse ha aquí, y diré lo que pasó en el real entretanto que habíamos ido a aquel pueblo.
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Capítulo LXVIII De cómo Pizarro caminó la vuelta del Cuzco, mandando en el valle de Xaquixahuana quemar al capitán general de Atabalipa, Chalacuchima; y de otras cosas notables que pasaron Conté en lo de atrás cómo Pizarro llegó con su gente a juntarse con Almagro y con Soto en la sierra de Vilcaconga, de donde con todos ellos partió luego otro día con gran deseo de entrar con brevedad en la ciudad del Cuzco donde creyó hallar grandes tesoros por haber sido cabeza del imperio de los incas y adonde estaban sus bultos y grandezas. Traía preso y con recaudo a Chalacuchima, famoso capitán entre los indios y que venía de gran linaje; del cual dicen, si no se lo levantan, que cuando vio que Pizarro había dividido su campo antes que se juntase con Soto, que se holgó creyendo que los indios podrían matar a los unos y a los otros, y que envió secretamente un mensajero al capitán Quizquiz animándole que se mostrase valiente en procurar la muerte de los cristianos sus enemigos (a quienes llamaba "viracocha", como hoy día los nombran), juntándose con los otros capitanes del Cuzco que les guerreaban; y que el Quizquiz, con el mayor poder que pudo, vino a tiempo que los españoles habían desbaratado a los otros y ellos abajaban de la sierra de Vilcaconga, y que tuvo aviso Pizarro de esto en que andaba Chalacuchima; de que se airó mucho contra él que tenía preso porque procuraba su libertad con el favor de sus parientes y naturales. Mandó luego que lo mirasen con más cuidado y abajaron algunos caballos contra la gente que traía el Quizquiz porque no se juntase con los otros capitanes que primero desbarataron. No pudieron porque los hombres de acá son ligeros y el capitán Yncorabayo los animó que con presteza se juntasen con él, Pasando adelante, Pizarro llegó al valle de Xaquixaguana, donde tornó a ser informado por algún indio, que estaría borracho, que Chalacuchima hacía aquella junta para matarlos a ellos y librarlo a él de la prisión en que lo tenían. Entendidas estas cosas, por Pizarro, estando en el valle de Xaquixaguana, mandó quemar a este capitán Chalacuchima sin querer oír justificaciones y defensas, tan desastradamente y con muerte tan temerosa; y para ellos más, porque tienen opinión que los cuerpos que fenecían quemados era lo mismo que las ánimas. Fue Chalacuchima de gran reputación para entre los indios, y que Atabalipa no hizo ningún gran hecho sin él, y él sin Atabalipa muchos; y fue opinión entre los mismos indios que si se hallara en Caxamalca cuando los españoles entraron en ella no tan fácilmente salieran con su empresa. Halláronse en este valle de Xaquixaguana suntuosos aposentos y muchos depósitos; no los habían arruinado los indios porque no tuvieron lugar para ello cuando se vieron desbaratados por los españoles; no pudieron abajar por el camino que salía a ellos aunque de los tesoros habían llevado gran cantidad en plata y oro, mas todavía se halló gran suma de estos metales, y muchas cargas de la tan fina ropa de lana que por los de acá fue tan apreciada, y tomaron más de doscientas señoras, de las que guardaban religión, la más de ellas doncellas y muy hermosas y gentilmente aderezadas, a su modo. Con este despojo mandó Pizarro quedar con guarda algunos españoles y con los capitanes y demás gente marchó acercándose al Cuzco. Estaba este valle en aquel tiempo tan poblado y sembrado que era, contemplando su belleza, para dar gracias al altísimo Dios nuestro y las sementeras por tan gentil arte que son de ver por su extrañeza. Ya tengo escrito sobre ello en mi primera parte. En esto los capitanes de los indios, viendo que no habían podido desbaratar los españoles, y que, sin ninguna resistencia, se iban a entrar en el Cuzco para señorear la ciudad tan famosa; donde por ellos habían pasado muchos placeres y deleites, y los incas la habían ilustrado con tan solemnes edificios y riqueza no vista ni oída, y que con sus manos lavadas se fuesen a lo tomar para sí sus enemigos sin tener para ello justicia ni haber causa ni buena razón; sintiendo estas cosas y ponderándolas, habiendo hecho sus sacrificios y nuevos votos a sus dioses, determinadamente acordaron de los aguardar en un lugar estrecho de aquel valle pegado a la sierra más oriental para matarles a todos; o quedar ellos en el campo en señal de que murieron por defender sus patrias de tal gente. Tuvieron aviso los cristianos de estas cosas de los huidizos. Determinóse que Almagro, Hernando de Soto, Juan Pizarro con todos los más de los caballos que hubiese se adelantasen para desbaratarlos, y que Pizarro con el resto de la gente los fuese siguiendo. Haciéndolo así, marcharon hasta emparejar con los indios, con los cuales escaramuzaron, matando con las lanzas algunos de ellos. Había salido del Cuzco Mango Inga Yupangue, hijo de Guaynacapa, a quien de derecho, dicen algunos pertenecer el señorío de su padre; y sacado consigo algunos orejones para juntarse con los otros sus parientes. Mas como vio cuál mal les había ido, conoció que los españoles habían de quedar con el mando en todo el reino, pareciéndole sano consejo confederarse con ellos. Se fue a Pizarro acompañado de uno de sus caballeros; Pizarro, como lo conoció, se holgó. Tratólo bien, y así mandó que lo honrasen como a hijo de tan poderoso rey como fue Guaynacapa. Los capitanes y parientes suyos como lo supieron, les pesó notablemente, y con gran desesperación que tomaron, determinaron, pues no podían prevalecer contra los españoles, de ir a la ciudad a poner fuego en los edificios y casas reales de ella y llevar los grandes tesoros porque los que tenían por tan grandes enemigos no los hubiesen. Pusiéronlo luego por obra y de ellos mismos pareció delante de Pizarro uno que tenía gentil cuerpo y le avisó de la hazaña que iban a hacer los indios; lo cual, como por él fue entendido, tomando su consejo con los capitanes y más principales, se determinó que Juan Pizarro y Hernando de Soto con la mayor parte de los caballos fuesen a paso largo para, entrando en el Cuzco, resistir a los indios que no ruinasen la ciudad como lo llevaban pensado, y aunque se dieron prisa andar, habían primero entrado los indios y robado mucho tesoro, saqueando el templo, llevándose las doncellas sagradas que en él habían quedado y pusieron fuego en alguna parte. Y a tardar los españoles, aunque fuera poco, fuera grande y muy notable el destruimiento que hicieran en el Cuzco; mas como supieron que les venían a las espaldas salieron de la ciudad llevando toda la gente joven que había de hombres y mujeres: que pocos quedaron que no fuesen viejos y cansados, inútiles para la guerra. Pues como Hernando de Soto y Juan Pizarro entraron en la ciudad remediaron lo que pudieron, de arte que el incendio cesó y no tardó mucho cuando Pizarro con la demás gente llegó a la misma ciudad.
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Capítulo LXVIII Que trata de cómo el general tornó a repartir los indios en menos vecinos y de la llegada del capitán Joan Batista del Pirú Viendo el general que había hecho muchos vecinos en la ciudad de Santiago y que los indios eran pocos, y que era gran trabajo estar repartidos en sesenta vecinos, acordó por el bien de los naturales desmenuillos en menos, e hizo treinta vecinos. Y entre éstos repartió todos los naturales que a los otros había quitado, que pues había lugar y tiempo para dar orden que se hiciese más adelante, teniendo atención a la buena tierra y tan poblada como había descubierto y cerca, diciéndoles a cada uno de los que quitó los indios que no tuviesen pena, que breve tendría largo, y que si quería que les señalase caciques arriba, que él se los señalaría. Y díjoles más, que por poco trocaban mucho, y que por cincuenta indios que dejaban que él les daría quinientos presto y cerca en otra ciudad que pensaba poblar breve. De manera que quedaron satisfechos, aunque no del todo contentos. Convino hacerse ansí por el pro y utilidad dicha. Hecho esto procuró el general andar en persona toda la tierra, haciendo a los naturales que servían que se asentasen e hiciesen grandes sementeras de maíz y trigo. Avisó a la villa de la Serena para que los vecinos mandasen hacer otro tanto y que se diesen a criar muchos puercos y gallinas, por que estuviesen prósperos de provisión para que favoreciesen a la gente que esperaba cada el día, porque sabiendo los indios que venían gente, estarían más seguros y no se alterarían, y sacaría más fruto que en lo pasado. En estas cosas y otras semejantes entendía el general y en apaciguarlos del todo, porque había algunos caciques que no servían bien a sus amos, y sabiendo de alguno que se hacía contumaz, amanecía el general en su pueblo con treinta de a caballo y castigábale si era menester, y hacíale servir. Y esto hacía con toda la diligencia y solicitud que era posible y más conveniente. Así que hecho esto, pasados pocos días tuvo nueva cómo había allegado a la costa el capitán Joan Batista con su galeón, que había ido por socorro al Pirú dos años largos había, y con los demás capitanes que fueron. Y dejando el capitán Joan Batista el navío a buen recaudo treinta leguas abajo del puerto, para en haciendo tiempo se viniesen al puerto, partióse por tierra. Hizo esta diligencia viendo que los tiempos le eran adversos y su embajada y venida era importante. Y halló al general en la casa de Quillota, con el cual se holgó el general, y luego mandó que le proveyesen de bastimento al navío, que traía necesidad, lo cual así se hizo luego. Y como el general estaba ya desconfiado que no le vinieron aquellos mensajeros, por haber veinte y seis meses que los había despachado, entendían que eran perdidos, y luego preguntó que dónde había dejado al capitán Monrroy y a los demás amigos que había llevado. Dijo que él daría cuenta de todo, que había bien que le dar. Luego el capitán Joan Batista dio su embajada, diciendo que había veinte y seis meses que partió de la Serena y que había allegado a la ciudad de los Reyes en veinte y cuatro días, donde halló que Gonzalo Pizarro tenía alterada toda la tierra y reino del Pirú, e había ido a Quito en seguimiento del visorrey Blasco Núñez Vela. Y después de haberse embarcado dentro de seis días murió de cierta enfermedad el capitán Alonso de Monrroy, y "allí pareció haber llevado la más cantidad del oro que se sacó del puerto de Valparaíso, que por vuestra merced había sido repartido. Y Antonio de Ulloa acordó mudar propósito y dejó el camino que llevaba para ir a dar cuenta a Su Majestad y llevarle los despachos y relación de vuestra merced, los cuales abrió y leyó delante de otros muchos soldados, y mofando de ellos los rompió. Con el favor que halló en la ciudad en un Lorenzo Aldana, que era primo hermano suyo, que a la sazón había quedado por teniente y justicia mayor de la ciudad de los Reyes y de toda aquella tierra por Gonzalo Pizarro, el cual hizo secuestrar el oro todo que llevó, que se halló en poder del difunto Alonso de Monrroy, y hasta en tanto que el Antonio de Ulloa fuese a dar cuenta a Gonzalo Pizarro de cómo quedaba esta tierra del Nuevo Extremo. "Y Antonio de Ulloa se partió con toda diligencia a servir a Pizarro. Y allegó a tiempo que se halló en la batalla contra el visorrey Blasco Núñez Vela. Y por aquel servicio y con más favor que de otros tuvo el Ulloa, diciendo que quería venir a traer el socorro a esta tierra. Debajo de cautela le pidió el autoridad y licencia para ello, y así se la dio el Pizarro, y diole un mandamiento para que tomase todo el oro que había traído el capitán Monrroy, todo el más oro que hallase ser del general Valdivia. Y venido a la ciudad de los Reyes lo tomó todo y lo gastó. Antes, señor, ha sido parte este Antonio de Ulloa de hacerle perder esta jornada más de cuarenta mil pesos por la mala obra que ha hecho. "Y ansí vino ayuntando gente desde Quito hasta los Reyes. Y allegado allí se declaró que venía a esta tierra por matar a vuestra merced y dar la gobernación a Gonzalo Pizarro. Y trabajó con el favor que tenía en detenerme, porque no viniese a dar aviso a esta tierra. Y por este efecto había el Aldana dado orden en cómo me hizo quitar el navío que yo de acá llevé y otro que había comprado para mi viaje, diciendo el Ulloa ser menester para la empresa que él traía, creyendo que de esta suerte no podría yo venir acá. "Y con todo esto me animé al servicio de vuestra merced, y me di tan buena maña con ayuda de nuestro Señor que hallé quien me fio un galeón y provisión, con el cual me puse a navegar y venir primero a dar aviso debido. Y como el Ulloa supo en el valle de Arica y Tacana, donde estaba con su gente, que yo venía por la mar, procuro con sus dos navíos que traía delante de me esperar y tomarme. Y como la navegación entendía yo mejor para librarme que no sus pilotos para tomarme, dime mejor maña a ponerme en cobro que ellos pensaban, porque el camino y mal propósito suyo me daba a mí el aviso por donde tomé la delantera, y me adelanté. "Y conociendo ser los tiempos tan contrarios en la navegación, puesto que estaba treinta leguas de la ciudad de Santiago, acordé salir a tierra y venir como he venido, antes que Antonio de Ulloa viniese a ejecutar su ruin propósito. Y por venir primero, como he dicho, no traigo el navío cargado sino vacío, por venir más a la ligera". Todo este servicio le agradeció mucho el general en nombre de Su Majestad, dándole su palabra de se lo gratificar como adelante lo vería.
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Que trata de otras cosas notables que Nezahualpiltzintli hizo en materia de jueces y leyes Los reyes de Tetzcuco, demás de los jueces y ministros que se han referido, tenían sus secretarios y relatores que con mucha cuenta y razón pintaban los pleitos y demandas que en las audiencias se ofrecían, y con cuidado hacían relación de ellos a los reyes y sus jueces, de manera que cualquier pleito se seguía, y más siendo grave, con mucho orden hasta la definitiva y aprobación de ella por el rey; y aunque el pleito fuese muy grave, no había de pasar de ochenta días, Porque los demás se despachaban breve y sumariamente. Entre las cosas que pasaron en tiempo de Nezahualpiltzintli, fue que un secretario le hizo relación cómo los jueces de la sala del crimen habían condenado con pena de muerte a dos adúlteros en la tercera especie, que tenían pena de ser ahorcados, de los cuales el uno era músico y el otro soldado, y que los presidentes supremos de los cuatro consejos a quienes pertenecía la definición y confirmación de cualquiera de los casos graves, tenían dada la confirmación en la sentencia referida, y sólo restaba la aprobación del rey, el cual, oída la relación del secretario y cogiendo el pincel, echó un rayo de tinta negra sobre el músico y se dejó al soldado. El secretario llevó a mostrarla a los presidentes supremos, y pareciéndole a ellos que el rey iba contra las leyes y las derogaba, entraron con la pintura a requerirle guardase las leyes de su padre y abuelos; mas él les dijo que no iba contra ellas, sino que como persona a quien competía mejorarlas, mandaba por ley expresa que desde aquel día en adelante el soldado y hombre militar que fuese hallado en la tercera especie de delito de adulterio, fuese condenado a perpetuo destierro en una de las fronteras y presidios que el imperio tenía, pues con esto quedaba muy bien castigado, y la república se le seguía mayor utilidad, porque los soldados eran la defensa y amparo de ella. Asimismo derogó la ley que trataba acerca de los esclavos, que pudiese pasar a los hijos de ellos la esclavitud, pues se solían vender algunos con esta calidad; y mandó que desde aquel tiempo en adelante no se usase aquella ley, sino que los hijos gozasen de la libertad natural que Dios les dio. Asimismo, castigó con mucha severidad las demasías de algunos señores, y se hizo temer y respetar, como fue que al infante su hermano le pidió le diese una de sus hijas, que la quería tener por una de sus damas y concubinas, el cual con mucha libertad le dijo que no quería, siendo costumbre de los reyes y señores pedir a sus sobrinas, primas y deudas desde el segundo grado en adelante, para casarse con ellas o tenerlas por sus damas y concubinas, con que quedaban honradas y amparadas, y en puesto que a falta de los legítimos heredasen sus hijos el reino, y cuando menos ser señores de pueblos y lugares. Andando el tiempo segunda vez, el rey le pidió al mismo le diese un instrumento musical llamado teponaztli (que tenía en su poder y lo había traído de cierta conquista por despojo y era el mejor de toda la tierra, que cuando le tocaba se oía dos y tres leguas, cuyo sonido era de mucha suavidad y melodía, por lo cual el rey estaba muy aficionado a él) prometiéndole de dar en recompensa ciertos lugares y otros dones de mucha más importancia para su hermano, que no el instrumento, y casi el rey más lo hacía por ver su intento, y fue tan real que no quiso ni aún se excusó con buen modo; y así el rey mandó traer el instrumento a mal de su pesar, y que sus casas fuesen saqueadas y echadas por el suelo como de hombre contumaz y rebelde a los mandatos de su rey, lo cual luego al punto se ejecutó y puso por obra, y el rey mandó que aquel instrumento se guardase en la sala de armas, como cosa ganada en guerra; y no se tocaba sino en las fiestas y regocijos muy solemnes que el rey tenía, aunque después los religiosos de San Francisco lo mandaron hacer pedazos y quemar, por la estimación y veneración en que los principales lo tenían. Fue este castigo tan ejemplar, que desde este tiempo en adelante sus hermanos le tuvieron muy gran respecto y temor, y nunca más se atrevieron en público ni en secreto, a tratar de novedad ni alteración, como lo hacían muy de ordinario antes que estos castigos se hiciesen. Otro castigo ejemplar hizo en una señora, mujer de un caballero ciudadano llamado Teanatzin, la cual, estando el rey en un sarao y danza, se aficionó a él, y estaba tan ciega de su afición, que le obligó a decirle su sentimiento, y el rey la mandó entrar en sus cuartos, y habiéndola conocido y sabido que era mujer casada, la mandó matar y darle garrote y llevarla a echar en una barranca en donde se echaban los adúlteros y adúlteras; y dos niños hijos de ella que los había traído consigo, los mandó llevar el rey a casa de su padre con muy grandes dones, y con ellos, ciertas amas y criadas para que los criasen y doctrinasen; y el caballero, sabido el caso, respondió a los mensajeros con muy gran sentimiento, porque amaba y quería a su mujer, por ser como era mujer hermosísima y de gran donaire, diciendo que ya que el rey se había aprovechado de ella ¿por qué la había matado?; que más razón era que se la dejara con vida y no perder como perdía una mujer que tanto amaba y quería. Supo el rey de la respuesta, y mandó poner a este caballero en unos calabozos aprisionados, con intento de castigarle con castigo que fuese conforme merecía su respuesta y poca estimación de su honra; y como caso que no había sucedido a otros, se estuvo muchos días en los calabozos preso, y viéndose en tan larga y obscura prisión, compuso un elegantísimo canto, que representaba toda su tragedia y trabajos, y por favor y negociación que tuvo con los músicos del rey, que eran sus amigos y conocidos, tuvieron modo y traza para cantarlos en unas fiestas y saraos que el rey tenía; el cual canto, estaba con tan vivas y sentidas palabras, que movió el ánimo del rey a gran compasión, y así le mandó soltar luego de la prisión en que estaba, y trayéndole ante sí, le satisfizo la causa tan eficaz que le movió a castigar con pena de muerte a su mujer, pues había sido ella el instrumento para hacerle quebrantar e ir contra una de las leyes de su reino, y que sin duda (según era la melodía y dulzura de sus palabras) le engañaría si no fuera que reparo en ver aquellos niños, que sería mujer casada como en efecto ella se lo confesó; y habiéndole dicho muchas razones de su consuelo y doctrina, le mandó dar una señora doncella por mujer, y otros muchos dones y mercedes con que quedó muy bien puesto. Y estaba de tal manera cuando lo sacaron de los calabozos, que parecía un salvaje según le habían crecido sus cabellos y encanecido.