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Del valle de Pachacama y del antiquísimo templo que en él estuvo, y cómo fue reverenciado por los yungas Pasando de la ciudad de los Reyes por la misma costa, a cuatro leguas della está el valle de Pachacama, muy nombrado entre estos indios. Este valle es deleitoso y frutífero, y en él estuvo uno de los suntuosos templos que se vieron en estas partes: del cual dicen que, no embargante que los reyes ingas hicieron, sin el templo del Cuzco, otros muchos, y los ilustraron y acrecentaron con riqueza, ninguno se igualó con este de Pachacama, el cual estaba edificado sobre un pequeño cerro hecho a mano, todo de adobes y de tierra, y en lo alto puesto el edificio, comenzando desde lo bajo, y tenía muchas puertas, pintadas ellas y las paredes con figuras de animales fieros. Dentro del templo, donde ponían el ídolo estaban los sacerdotes, que no fingían poca santimonia. Y cuando hacían los sacrificios delante de la multitud del pueblo iban los rostros hacia las puertas del templo y las espaldas a la figura del dolo, llevando los ojos bajos y llenos de gran temblor, y con tanta turbación, según publican algunos indios de los que hoy son vivos, que casi se podrá comparar con lo que se lee de los sacerdotes de Apolo cuando los gentiles aguardaban sus vanas respuestas. Y dicen más: que delante de la figura deste demonio sacrificaban número de animales y alguna sangre humana de personas que mataban; y que en sus fiestas, las que ellos tenían por más solenes, daba respuestas; y como eran oídas, las creían y tenían por de mucha verdad. Por los terrados deste templo y por lo más bajo estaba enterrada gran suma de oro y plata. Los sacerdotes eran muy estimados, y los señores y caciques les obedecían en muchas cosas de las que ellos mandaban; y es fama que había junto al templo hechos muchos y grandes aposentos para los que venían en romería, y que a la redonda dél no se permitía enterrar ni era digno de tener sepultura si no eran los señores o sacerdotes o los que venían en romería y a traer ofrendas al templo. Cuando se hacían las fiestas grandes del año era mucha la gente que se juntaba, haciendo sus juegos con sones de instrumentos de música de la que ellos tienen. Pues como los ingas, señores tan principales, señoreasen el reino y llegasen a este valle de Pachacama, y tuviesen por costumbre mandar por toda la tierra que ganaban que se hiciesen templos y adoratorios al sol, viendo la grandeza deste templo y su gran antigüedad, y la autoridad que tenía con todas las gentes de las comarcas, y la mucha devoción que a él todos mostraban, pareciéndoles que con gran dificultad la podrían quitar, dicen que trataron con los señores naturales y con los ministros de su dios o demonio que este templo de Pachacama se quedase con el autoridad y servicio que tenía, con tanto que se hiciese otro templo grande y que tuviese el más eminente lugar para el sol; y siendo hecho como los ingas lo mandaron su templo del sol, se hizo muy rico y se pusieron en él muchas mujeres vírgenes. El demonio Pachacama, alegre en este concierto, afirman que mostraba en sus respuestas gran contento, pues con lo uno y lo otro era él servido y quedaban las ánimas de los simples malaventurados presas en su poder. Algunos indios dicen que en lugares secretos habla con los más viejos este malvado demonio Pachacama; el cual, como ve que ha perdido su crédito y autoridad y que muchos de los que le solían servir tienen ya opinión contraria, conociendo su error, les dice que el Dios que los cristianos predican y él son una cosa, y otras palabras dichas de tal adversario, y con engaños y falsas apariencias procura estorbar que no reciban agua del baptismo, para lo cual es poca parte, porque Dios, doliéndose de las ánimas destos pecadores, es servido que muchos vengan a su conocimiento y se llamen hijos de su iglesia, y así, cada día se baptizan. Y estos templos todos están deshechos y ruinados de tal manera que lo principal de los edificios falta; y a pesar del demonio, en el lugar donde él fue tan servido y adorado está la cruz, para más espanto suyo y consuelo de los fieles. El nombre deste demonio quería decir hacedor del mundo, porque camac quiere decir hacedor, y pacha, mundo. Y cuando el gobernador don Francisco Pizarro (permitiéndolo Dios), prendió en la provincia de Caxamalca a Atabaliba, teniendo gran noticia deste templo y dela mucha riqueza que en él estaba, envió al capitán Hernando Pizarro, su hermano, con copia de españoles, para que llegasen a este valle y sacasen todo el oro que en el maldito templo hubiese, con lo cual diese la vuelta a Caxamalca, Y aunque el capitán Hernando Pizarro procuró con diligencia llegar a Pachacama, es público entre los indios que los principales y los sacerdotes del templo habían sacado más de cuatrocientas cargas de oro, lo cual nunca ha parecido, ni los indios que hoy son vivos saben dónde está, y todavía halló Hernando Pizarro (que fue, como digo, el primer capitán español que en él entró) alguna cantidad de oro y plata. Y andando los tiempos, el capitán Rodrigo Ordónez y Francisco de Godoy y otros sacaron gran suma de oro y plata de los enterramientos, y aun se presume y tiene por cierto que hay mucho más; pero como no se sabe dónde está enterrado, se pierde, y si no fuere acaso hallarse, poco se cobrará. Desde el tiempo que Hernando Pizarro y los otros cristianos entraron en este templo, se perdió y el demonio tuvo poco poder, y los ídolos que tenía fueron destruídos, y los edificios y templo del sol, por el consiguiente, se perdió, y aun la más desta gente falta; tanto, que muy pocos indios han quedado en él. Es tan vicioso y lleno de arboledas como sus comarcanos, y en los campos deste valle se crían muchas vacas y otros ganados y yeguas, de las cuales salen algunos caballos buenos.
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Capítulo LXXII Cómo Manco Ynga mató muchos españoles que lo iban a prender, y Diego Méndez y otros entraron donde estaban de paz En el tiempo que andaban estas revueltas en el Collao y Charca hemos visto Manco Ynga, cómo le daban algún reposo, estando ocupados los españoles con los del Collao, fundó el asiento de Vilcabamba, en la provincia de Vitcos, y dijo a sus vasallos y a los capitanes que con él estaban: ya me parece que será fuerza vivir aquí, pues que los españoles han podido más que nosotros y nos han quitado más tierras y echándonos dellas y de lo que poseyeron y ganaron mis abuelos y antepasados, poblemos aquí hasta que se muden los tiempos. Así estuvo algunos días quieto, sin salir a parte ninguna, ni tratar de hacer daño ni asaltar las tierras donde andaban los españoles. Estando así, tuvo nueva que los españoles entraban por Tupa Rupa a quererlo prender, porque les pareció que mucho mejor se haría la jornada contra él entrándole por las espaldas que no por el camino ordinario, que tenían fortificado. Como supo el intento con que iban, despachó a Paucar Huamán y a Yuncallo con muchos indios, para que les defendiesen la entrada en los pastos que hubiese más dificultosos en el camino por donde venían. Estos dos capitanes salieron al encuentro a los españoles, que eran ciento sesenta, sin los indios amigos que les seguían, que era mucha cantidad, y en Yuramayo, que es a las espaldas de Xauxa, hacia los Andes, les dieron batalla, y como los españoles venían cansados y molidos de los ásperos caminos y montañas que habían pasado y roto, atravesando ríos y padeciendo mil necesidades, como suele acontecer en semejantes jornadas, que se va fuera de camino trillado y donde hay bastimentos, y los indios venían descansados y ganosos de pelear, los vencieron sin mucha dificultad y mataron los más de ellos, que no se pudieron escapar, sino fueron muy pocos, y éstos salieron de allí, y aportaron a tierra de cristianos después de grandes hambres y peligros, pasando mil despeñaderos. Murió en esta batalla, de la gente de manco Ynga, Yuncallo, de lo cual cuando lo supo recibió gran pena y dolor, porque era indio valiente y de gran consejo y valor para la guerra, y le hizo mucha falta, además que le tenía grande amor, que siempre en todos sus trabajos y afliciones le había seguido. Paucar Huaman recogió el despojo que después de vencida la batalla y muertos tantos españoles halló, y se volvió muy gozoso con los suyos a Vilcabamba. Lo recibió Manco Ynga con grande honra y aplauso. Después de este suceso no entendían los capitanes de Manco Ynga y su gente sino de cuando en cuando salir a los caminos reales de Amancay, Andaguailas, Limatambo, Curaguaci y Tambo y otras partes, donde entendían podrían hallar españoles sueltos, a matarlos y robar lo que hallaban, de suerte que no había cosa segura dellos, ni se podía caminar, sino fuesen muchos en compañía. En esto Manco Ynga trató con los suyos, que se fuesen a Quito, que era tierra fértil y abundante y donde no había tanta ocasión de hacerles daño los españoles, y allí se podrían mejor fortalecer para sus contrarios. Y más, que había en aquellas provincias infinito número de gente en más abundancia que acá arriba, porque no les habían apurado los españoles como a ellos. Como lo trató y vinieron en ello los capitanes, lo puso por obra, saliendo de Vilcabamba con todo su ejército y todas las cosas que tenía y había habido de los españoles, y llegaron a Huamanga, donde entonces había pocos españoles, y la robaron y destruyeron, haciendo todo cuanto mal alcanzaban. Estando allí Manco Ynga, consideró que ya había mucho número de españoles, y que venían cada día de Castilla, con que se aumentaban sus fuerzas, y que así no le convenía pasar adelante, porque podrían salir de Lima y de otras partes, con mucha cantidad y aguardarle en algún lugar cómodo para los caballos y allí deshacerle y prenderle. Así juzgo por más acertado volverse a Vitcos, de donde había salido, y comunicándolo con los suyos, lo hizo, y llegado allá dijo que se estuviesen en Vilcabamba, pues ya no podían con seguridad irse a otras partes, que todo estaba ocupado de los españoles. En este tiempo fueron en el reino las grandes revoluciones, que a todos son notorias, resultadas de la muerte tan lastimosa de don Diego de Almagro, porque el capitán Joan de Herrada y otros amigos suyos, determinaron vengar su muerte en la Ciudad de los Reyes. Teniendo consigo a don Diego de Almagro, hijo del difunto, se conjuraron, y un día, dejando al don Diego encerrado en la casa donde vivían -porque era muy mozo y no lo quisieron poner en ese riesgo- fueron a las casas donde vivía el marqués don Francisco Pizarro, que ahora son reales, donde reside el Virrey y Audiencia en la plaza principal. Él acababa de comer con el capitán Francisco de Chaves, que era de su tierra, y entrando en la sala, el Marqués se metió en un aposento, donde a la puerta con una alabarda se defendió gran rato, que era hombre de mucho animo, y viendo los del hecho que, si se dilataba, acudiría la gente de la ciudad al ruido y se impediría su intención, echaron delante un negro, al cual dando un rempujón hicieron entrase, y en él descargó el marqués su alabarda, y ellos pudieron entrar, donde le mataron y también al capitán Francisco de Chaves. Sacaron el cuerpo del Marqués arrastrando por la plaza. De aquí resultó juntárseles mucha gente, toda la que había seguido la parcialidad de don Diego de Almagro, tomando por cabeza a su hijo. Venido Vaca de Castro, del Consejo Real del Emperador nuestro Señor y del hábito de Santiago, haciendo junta de los que eran leales al servicio de su Majestad, se vio con don Diego de Almagro, el mozo, en Chupas, dos leguas de Guamanga, con el Campo del Rey, donde sirvió, y aún fue la mayor parte de la victoria, el capitán Francisco de Carvajal, que después fue Maese de campo de Gonzalo Pizarro contra su Majestad, diose la batalla y fue desbaratado don Diego de Almagro, y huyó al Cuzco, donde fue preso, y Vaca de Castro hizo justicia dél cortándole la cabeza. Sucedieron otras cosas que no es mi intención referir a la larga, pues sólo atiendo a tratar, como he dicho, de la sucesión de los indios yngas. De la batalla de Chupas referida salieron huyendo, cuándo fue desbaratado don Diego de Almagro, el mozo, Diego Méndez, mestizo, y Barba Briceño y Escalante y otros soldados, que por todos fueron trece compañeros, y se hallaron en ella contra su Majestad. Viendo que se hacía mucha diligencia en prender a los culpados en aquella rebelión, se entraron huyendo por las montañas, hasta Vilcabamba, donde estaba Manco Ynga, el cual los recibió muy bien y con muchas muestras de voluntad para su daño, y dijéronle que se entrarían allá a servirle muchos españoles, y que con ellos tornaría a recobrar su tierra y vencería y echaría a los españoles que en ella estaban. Eso le dijeron a Manco Ynga, temerosos que los mandaría matar y por adularle y tenerle grato, y él les hacía muy buen tratamiento en todo, sin imaginación de hacerles daño, con lo cual ellos se aseguraron y perdieron el temor. Pasados algunos días, supo Manco Ynga por las espías que tenía por el Cuzco y otras partes, cómo un curaca llamado Sitiel, mofando del Manco Ynga en presencia de muchos cristianos, dijo a Caruarayco, cacique de Cotomarca: le vamos a prender a Manco Ynga a Vilcabamba y Caruarayco será Ynga y Señor, y todos le obedeceremos, y Manco Ynga le servirá y traerá la tiana, que es el asiento donde los curacas y principales se asientan. Desto, cuando lo supo Manco Ynga, se sintió mucho y anduvo trazando cómo se vengaría de aquella desvergüenza y burla que Sitiel había hecho dél, teniendo por gran afrenta que un indio su vasallo se hubiese atrevido a decir tal, en presencia de los españoles ni de nadie, y dijo a Diego Méndez y a los demás: vamos a prender a aquella gente porque nos conozcan bien y no nos menosprecien. Diego Méndez y los demás dijeron que sí, y se lo ofrecieron con mucha voluntad al parecer. Después Manco Ynga mudó de parecer, diciendo: no vamos nosotros allá, porque vosotros estáis aún todavía cansados del camino tan fragoso que pasasteis, basta que vaya desta mi gente la más valiente, que ellos los prenderán. Así, en conformidad desto, envió todos los capitanes que con él estaban y todos los indios, que no quedaron con él sino sólo quinientos para su guarda, y les encargó que con toda la prisa posible fuesen antes que los sintiesen, y procurasen traer vivos a Sitiel y Caruarayco, para vengarse dellos a su placer. Con esto se fueron a cumplir su mandato con toda diligencia.
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Cómo el Almirante salió para la Boca del Dragón y el peligro que corrió Continuando el Almirante su viaje al Oeste, cada vez se hallaba menos fondo en el mar, tanto que habiendo ido por cuatro o cinco brazas de agua, no se hallaron luego sino dos y media en baja mar, porque el crecer y menguar el agua era diferente que en la isla de la Trinidad, pues en esta isla subía el agua tres brazas, y donde estaba, cuarenta y cinco leguas más al Poniente, no crecía más que una; allá, siempre hacia abajo, o como dicen los marineros, de flujo y de reflujo, iban las corrientes al, Poniente; aquí, de menguante, iban al Oriente, y de creciente al Occidente; allá el mar era medio dulce, y aquí como agua de río. El Almirante viendo estas diferencias y el poco fondo que hallaba para los navíos, no se atrevió a ir más allá con su nave, la cual requería tres brazas de agua, pues era de cien toneles; por esto surgió en aquella costa, que era segurísima, por tener el puerto forma de una herradura, rodeado por todas partes de tierra. No obstante mandó una carabelilla que llamaban el Correo para saber si había paso detrás de aquellas islas por el Occidente, la cual, a poco de caminar, volvió al día siguiente, que era el 11 de Agosto, diciendo que al extremo occidental de aquel mar había una boca de dos leguas de Sur a Norte, y dentro un golfo redondo con otros cuatro menores, uno a cada lado; y que de cada uno de ellos salía un río, cuya agua era la causa de que todo aquel mar fuese tan dulce, y aún allá dentro era más dulce que donde se hallaba el Almirante; de donde deducía que en verdad aquellas tierras que parecían ser islas, todas eran un mismo continente; que en todo aquel mar había encontrado cuatro o cinco brazas de fondo, y tanta hierba de aquella del Océano, que con trabajo habían pasado por ella. Por lo cual, estando el Almirante muy cierto de que no podría salir con rumbo al Occidente, el mismo día volvió hacia Levante, con ánimo de salir por el estrecho que se había visto entre la tierra de Gracia, que los indios llamaban Paria, y la Trinidad; cuyo estrecho tiene al Oriente la punta de la Trinidad, que el Almirante llamó cabo Boto, y al Poniente el cabo de la isla de Gracia, que llamó cabo de la Lapa, y en medio hay cuatro islillas. El motivo porque la llamó cabo del Dragón fue porque es en verdad peligroso con la furia del agua que va por allí a salir al mar, de la que se formaban tres olas de mar grueso y de formidable ruido que se extendían del Oriente al Poniente en toda la mencionada boca, Como al tiempo que salió por ésta le faltó el viento, y estuvo en grandísimo peligro de ser arrojado por la corriente en algún bajo o escollo donde se deshiciera, tuvo justo motivo de darle un nombre que correspondiese al de la otra boca en la que se había visto con no menos peligro, como ya hemos dicho. Pero quiso nuestro Señor que de donde habían tenido más temor, les viniese el remedio, y que la misma corriente les sacase a salvo. Luego, sin tardanza, el lunes, a 13 de agosto, comenzó a navegar hacia Occidente por la costa septentrional de Paria, para ir a la Española, dando muchas gracias a Dios que le libraba en tantos trabajos y peligros, y le mostraba siempre nuevas tierras, llenas de gente pacífica, y de gran riqueza; y especialmente aquella que tenía por muy cierto era tierra firme, por la grandeza del mar de las perlas, y los ríos que a éste salían; porque todo el mar era de agua dulce; por la autoridad de Esdras, en el capítulo VIII del libro IV, quien dice que de siete partes de la esfera, sólo una está cubierta de agua, y porque todos los indios de las islas de los Caníbales le habían dicho que a la parte del Mediodía había una grandísima tierra firme.
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De De cómo Guascar envió de nuevo capitanes y gente contra su enemigo y de cómo Atahuallpa llegó a Tomebamba y la gran crueldad que allí usó; y lo que pasó entre él y los capitanes de Guascar. Pocos días se tardaron después que en el pueblo de Ambato el capitán Atoco fue vencido y desbaratado, cuando no solamente en el Cuzco se supo la nueva, mas en toda la tierra se extendió y recibió Guascar grande espanto y temió más el negocio que hasta allí. Mas, sus consejeros le amonestaron que no desamparase al Cuzco sino que enviase de nuevo gentes y capitanes. Y fueron hechos grandes lloros por los muertos y en los templos y oráculos hicieron sacrificios conforme a lo que ellos usan; y envió a llamar Guascar muchos señores de los naturales del Collao, de los Canches, Cañas, Charcas, Carangas y a los de Condesuyo y muchos de los de Chinchasuyo; y como estuviesen juntos, les habló lo que su hermano hacía y les pidió en todo le quisiesen ser buenos amigos y compañeros. Respondieron a su gusto los que se hallaron a la plática, porque guardaban mucho la religión y costumbre de no recibir por Inca sino aquel que en el Cuzco tomase la borla, la cual había días Guascar tenía, y sabía el reino le venía derechamente. Y porque convenía con brevedad proveer en la guerra que tenía, nombró por capitán general a Guanca Auqui hermano suyo, según dicen algunos orejones, porque otros quieren decir ser hijo de Ilaquito. Con éste envió por capitanes otros principales de su nación que habían por nombre Ahuapanti, Urco Guaranca e Inca Roca. Estos salieron del Cuzco con la gente que se pudo juntar, yendo con ellos muchos señores de los naturales; y de los mitimaes, por donde quiera que pasaba Guanca Auqui, sacaba la gente que quería con lo más que es necesario para la guerra; y caminó a más andar en busca de Atahuallpa, que, como hobiese muerto y vencido a Atoco, como de suso es dicho, siguió su camino endrezado a Tomebamba, yendo con él sus capitanes y muchos principales que habían venido a ganalle la voluntad, viendo que iba vencedor. Los Cañares estaban temorosos de Atahuallpa, porque habían tenido en poco lo que les mandó y habían sido en la prisión suya; recelaban no quisiese hacelles algún daño, porque lo conocían que era vengativo y muy sanguinario; y como llegase cerca de los aposentos principales, cuentan muchos indios a quien yo lo oí que, por amansar su ira, mandaron a un escuadrón grande de niños y a otro de hombres de toda edad que saliesen hasta las ricas andas, donde venía con gran pompa, llevando en las manos ramos verdes y hojas de palma, y que le pidiesen la gracia y amistad suya para el pueblo, sin mirar injuria pasada; y que con tantos clamores se lo suplicaron y con tanta humildad, que bastara a quebrantar corazones de piedra. Mas, poca impresión hicieron en el cruel de Atahuallpa, porque dicen que mandó a sus capitanes y gente que matasen a todos aquellos que habían venido, lo cual fue hecho no perdonando si no era algunos niños y a las mujeres sagradas del templo, que por honra del sol, su dios, guardaron sin derramar sangre dellas ninguna. Y, pasado esto, mandó matar algunos particulares en la provincia y puso en ella capitán e mayordomo de su mano y, juntos los ricos de la comarca, tomó la borla y llamóse Inca en Tomebamba, aunque no tenía fuerza como se ha dicho, por no ser en el Cuzco; mas, él tenía su derecho en las armas, lo cual tenía por buena ley. También digo que he oído a algunos indios honrados, que Atahuallpa tomó la borla en Tomebanba antes que le prendiesen ni Atoco saliese del Cuzco, y que Guascar lo supo y proveyó luego. Parésceme que lo que se ha escripto lleva más camino. Guanca Auqui dábase mucha priesa a andar, y quisiera llegar a los Cañares antes que Atahuallpa pudiera hacer el daño que hizo. Y alguna de la gente que escapó de la batalla que se dio en Ambato se habían juntado con él. Afirman todos que traería más de ochenta mill hombres de guerra y Atahuallpa llevaría pocos menos de Tomebamba, a donde luego salió, afirmando que no había de parar hasta el Cuzco. Mas, en la provincia de los Paltas, cerca de Caxabamba, se encontraron unos con otros; y después de haber esforzado y hablado cada capitán a su gente se dieron batalla, en la cual afirman que Atahuallpa no se halló, antes se puso en un cerrillo a la ver; y siendo Dios dello servido, no embargante que en la gente de Guascar había muchos orejones y capitanes que para ellos entendían bien la guerra y que Guanca Auqui hizo el deber como leal y buen servidor a su rey, Atahuallpa quedó vencedor con muerte de muchos contrarios, tanto que afirman que murieron entre unos y otros más de treinta y cinco mill hombres y heridos quedaron muchos. Los enemigos siguieron el alcance, matando y cautivando y robando los reales; y Atahuallpa estaba tan alegre que él decía que sus dioses peleaban por él. Y porque ya los españoles habían entrado en este reino había algunos días y Atahuallpa lo supo, fue causa que él en persona no fuese al Cuzco. No daremos conclusión a estas guerras y batallas que se dieron entre estos indios, porque no fueron con orden. Y, por llevarla, se quedará hasta su lugar. Hasta aquí es lo que se me ha ofrecido escrebir de los Incas, lo cual hice todo por relación que tomé en el Cuzco. Si acertase alguno a lo hacer más largo y cierto, el camino tiene abierto, como yo no lo tuve para hacer lo que no pude, aunque para lo hecho trabajé lo que Dios sabe; que vive y reina para siempre jamás. Que fue visto lo más de lo escripto por el doctor Brabo de Saravia y el licenciado Hernando de Santillán, oidores de la Audiencia real de Los Reyes.
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Cuéntase cómo de dos grandes aguaceros se cogió cantidad de agua; y cómo doblada la equinoccial se descubrió una isla, y la junta y último acuerdo, y lo demás de derrotas y alturas hasta cierto punto Con el viento Sueste, que ya había quebrado su furia, se fue navegando hasta víspera de San Juan Bautista. Este día fue Dios servido darnos un grande aguacero, del cual, con veinte y ocho sábanas tendidas por toda la nao, se cogieron esta y otra vez trescientas botijas de agua; remedio puro de nuestra necesidad y gran consuelo de toda la gente. Con algunos pocos contrastes y algunas calmas, la proa al Norte, llegamos a la equinoccial a dos de julio. Esta noche fue marcada a la aguja, y se halló que tenía de variación cuarta y media a la parte del Nordeste; cosa notable teniendo en la bahía siete grados y siendo casi un mismo meridiano, y la distancia tan corta. Con el viento Sur y Sudeste el más del tiempo Leste fuimos navegando hasta ocho de julio. Este día se vio una isla de hasta seis leguas de boj; y porque hasta aquí no se había encontrado tierra alguna ni bajo, ni otra cosa que impidiese nuestro camino, se le puso por nombre Buen Viaje: su altura son tres grados y medio parte del Norte. Acordóse de no ir a ella por no ser ya a propósito y por el riesgo de ser baja. Deste paraje para más altura tuvimos algunos aguaceros, en especial uno de que hinchieron de agua todas las vasijas que en la nao había vacías, y toda ella se bebió sin hacer el menor daño, ni se corrompió jamás. En suma, los aguaceros, después de Dios, nos dieron las vidas. A veinte y tres de julio ordenó el capitán a los pilotos que dijesen la altura en que se hallaban, y las leguas que a su parecer estaban de Filipinas y de la costa de la Nueva España, y que determinadamente declarasen a cuál de las dos partes se había de poner la proa de aquella nao. Cuanto a la altura dijeron ser de tres grados y un tercio: que estaban a Leste de Manila setecientas y ochenta leguas; de la costa de la Nueva España novecientas leguas al Sudueste della, y que a Manila no se podía ir por ser los vientos vendavales en aquel tiempo muchos y muy contrarios, por lo que eran de parecer se fuese en demanda de la costa de la Nueva España y puerto de Acapulco. Pareciendo al capitán que el mayor servicio que al presente podía hacer a Su Majestad era la salvación de aquella nao, ganar tiempo, excusarle los gastos que se le podrían hacer en Manila, y los sueldos de un año de toda la gente, y que por estar tan a barlovento del meridiano del Japón no había viento que le pudiese impedir el subir a más altura o allegarse a la costa; que la nao y toda la gente sana, y dos indios de aquellas tierras que podrían declarar; y que si él muriese en aquel golfo, la gente ya empeñada procuraría llevar la nao y ser Su Majestad informando de lo descubierto y prometido, y estaba obligado a escoger el menor de los dos inconvenientes presentes; y así ordenó a los pilotos que fuesen en demanda de la costa de la Nueva España y puerto de Acapulco, y que cada día le diesen cuenta de la derrota que seguía y la altura en que se hallasen; y les dijo que el que más sufriese y más útil fuese, sería digno de premio. Mirando, pues, el estado de este caso, desde su tardo despacho en las Cortes y en el Callao, digo que por la grandeza e importancia de todo él y la facilidad con que el capitán podía mostrar en obras todos sus pensamientos y deseos, tantas veces pregonados, que ha sido el mayor de los agravios que se ha hecho a un hombre que lo había comprado por tan continuos trabajos y miserias, y otros muy subidos precios, peregrinando y hallando en tan largo discurso muy grandes dificultades. Por todas estas y otras mil razones no sabía el capitán si diese la culpa a la ignorancia o a la malicia, y concluyó con que la daba a sus muchos grandes pecados; con que confiesa que no merece ver el remate de una obra en la cual estuvieran bien empleados cuantos viven justamente, y tienen todas las partes y artes que pide tan santa empresa.
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De lo que acontesció al gobernador y gente en este pueblo Tres meses estuvo el gobernador en el puerto de los Reyes con toda la gente enferma de calenturas, y él con ellos, esperando que Dios fuese servido de darles salud y que las aguas bajasen para poner en efecto la entrada y descubrimiento de la tierra, y de cada día crescía la enfermedad, y lo mismo hacían las aguas; de manera que del puerto de los Reyes fue forzado retirarnos con harto trabajo, y demás de hacernos tanto daño, trujeron consigo tantos mosquitos de todas maneras, que de noche ni de día no nos dejaban dormir ni reposar, con lo cual se pasaba un tormento intolerable, que era peor de sufrir que las calenturas; y visto esto, y porque habían requerido al gobernador los oficiales de Su Majestad que se retirase y fuese del dicho puerto abajo a la ciudad de la Ascensión, adonde la gente convaleciese, habido para ello información y parescer de los clérigos y oficiales, se retiró; pero no consintió que los cristianos trujesen obra de cien muchachas, que los naturales del puerto de los Reyes, al tiempo que allí llegó el gobernado~, habían ofrescido sus caudes a capitanes y personas señaladas para estar bien con ellos y para que hiciesen de ellas lo que solían de las otras que tenían; y por evitar la ofensa que en esto a Dios se hacía, el gobernador mandó a sus padres que las tuviesen consigo en sus casas hasta tanto que se hobiesen de volver; y al tiempo que se embarcaron para volver, por no dejar a sus padres descontentos y la tierra escandalizada a causa de ello, lo hizo ansí; y para dar más calor a lo que hacía, publicó una instrucción de Su Majestad, en que manda "que ninguno sea osado sacar a ningún indio de su tierra so graves causas"; y de esto quedaron los naturales muy atentos, y los españoles muy quejosos y desesperados, y por esta causa le querían algunos mal, y dende entonces fue aborrescido de los más de ellos, y con aquella color y razón hicieron lo que diré adelante, y embarcada la gente, así cristianos como indios, se vino al puerto y ciudad de la Ascensión en doce días, lo que había andado en dos meses cuando subió; aunque la gente venía a la muerte, enferma, sacaban fuerza de flaqueza con deseo de llegar a sus casas; y cierto no fue poco el trabjo, por venir como tengo dicho, porque no podían tomar armas para resistir a los enemigos, ni menos podían aprovechar con un remo para ayudar ni guiar los bergantines; y si no fuera por diversos que llevábamos en los bergantines, el trabajo y peligro fuera mayor; traíamos las canoas de los indios en medio de los navíos, por guardarlos y salvarlos de los enemigos hasta volverlos a sus tierras y casas; y para que más seguros fuesen, repartió el gobernador algunos cristianos en sus canoas, y con venir tan recargados, guardándonos de los enemigos, pasando por tierra de los indios guaxarapos, dieron un salto con muchas canoas en gran cantidad y dieron en unas balsas que venían junto a nosotros, y arrojaron un dardo y dieron a un cristiano por los pechos y pasánronlo de parte a parte, y cayó muerto, el cual se llamaba Miranda, natural de Valladolid, e hirieron algunos indios de los nuestros, y si no fueran socorridos con los versos, nos hicieran mucho daños. Todo ello causó la flaqueza grande que tenía la gente. A 8 días del mes de abril del dicho año llegamos a la ciudad de la Ascensión con toda la gente y navíos e indios guaraníes, y todos ellos y el gobernador, con los cristianos que traía, venían enfermos y flacos; y llegado allí el gobernador, halló al capitán Salazar que tenía hecho llamamiento en toda la tierra y tenía juntos más de veinte mil indios y muchas canoas, y para ir por tierra otra gente a buscar y matar y destruir a los indios agaces, porque después que el gobernador se había partido del puerto no habían cesado de hacer la guerra a los cristianos que habían quedado en la ciudad y a los naturales, robándolos y matándolos y tomándoles las mujeres e hijos, y salteándoles la tierra y quemándoles los pueblos, haciéndoles muy grandes males; y como llegó el gobernador, cesó de ponerse en efecto, y hallamos la carabela que el gobernador mandó hacer, que casi estaba ya hecha, porque en acabándose había de dar aviso a Su Majestad de lo suscedido, de la entrada que se hizo de la tierra y otras cosas suscedidas en ella, y mandó el gobernador que se acabase.
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Cómo vino Xicotenga, capitán general de Tlascala; a entender en las paces, y lo que dijo, y lo que nos avino Estando platicando Cortés con los embajadores de Montezuma, como dicho habemos, y quería reposar porque estaba malo de calenturas y purgado de otro día antes, viénenle a decir que venía el capitán Xicotenga con muchos caciques y capitanes, y que traen cubiertas mantas blancas y coloradas, digo la mitad de las mantas blancas y la otra mitad coloradas, que era su divisa y librea, y muy de paz, y traía consigo hasta cincuenta hombres principales que le acompañaban; y llegado al aposento de Cortés, le hizo muy grande acato en sus reverencias, como entre ellos se usa, y mandó quemar mucho copal y Cortés con gran amor le mandó sentar cabe sí; y dijo el Xicotenga que él venía de parte de su padre y de Mase-Escaci, y de todos los caciques y república de Tlascala, a rogarle que los admitiese a nuestra amistad; y que venía a dar la obediencia a nuestro rey y señor, y a demandar perdón por haber tomado armas y habernos dado guerra; y que si lo hicieron, que fue por no saber quién éramos, porque tuvieron por cierto que veníamos de la parte de su enemigo Montezuma; que como muchas veces suelen tener astucias y mañas para entrar en sus tierras y robarles y saquearles, que así creyeron que lo quería hacer ahora; y que por esta causa procuraron de defender sus personas y patria, y fue forzado pelear; y que ellos eran muy pobres, que no alcanzan oro ni plata, ni piedras ricas ni ropa de algodón, ni aun sal para comer, porque Montezuma no les da lugar a ello para salir a buscarlo; y que si sus antepasados tenía algún oro o piedras de valor, que al Montezuma se los habían dado cuando algunas veces hacían paces o treguas porque no los destruyesen, y esto en los tiempos muy atrás pasados; y porque al presente no tienen que dar, que los perdone, que su pobreza era causa dello, y no la buena voluntad; y dio muchas quejas de Montezuma y de sus aliados, que todos eran contra ellos y les daban guerra, puesto que se habían defendido muy bien; y que ahora quisiera hacer lo mismo contra nosotros, y no pudieron, aunque se habían juntado tres veces con todos sus guerreros, y que éramos invencibles; y que como conocieron esto de nuestras personas, que quieren ser nuestros amigos, y vasallos del gran señor emperador don Carlos, porque tienen por cierto que con nuestra compañía serían siempre guardadas y amparadas sus personas, mujeres e hijos, y no estarán siempre con sobresalto de los traidores mexicanos; y dijo otras muchas palabras de ofrecimientos con sus personas y ciudad. Era este Xicotenga alto de cuerpo y de grande espalda y bien hecho, y la cara tenía larga y como hoyosa y robusta, y era de hasta treinta y cinco años, y en el parecer mostraba en su persona gravedad; y Cortés le dio las gracias muy cumplidas con halagos que le mostró, y dijo que él los recibía por tales vasallos de nuestro rey y señor y amigos nuestros; y luego dijo el Xicotenga que nos rogaba fuésemos a su ciudad, porque estaban todos los caciques viejos y papas aguardándonos con mucho regocijo; y Cortés le respondió que él iría presto, y que luego fuera, sino porque estaba entendiendo en negocios del gran Montezuma, y como despache aquellos mensajeros, que él será allá; y tornó Cortés a decir algo más áspero y con gravedad de las guerras que nos habían dado de día y de noche; e que pues ya no puede haber enmienda en ello, que se lo perdona, y que miren que las paces que ahora les damos que sean firmes y no haya mudamiento, porque si otra cosa hacen, que los matará y destruirá a su ciudad, y que no aguardasen otras palabras de paces, sino de guerra. Y como aquello oyó el Xicotenga y todos los principales que con él venían, respondieron a una que serían firmes y verdaderas, y que para ello quedaban todos en rehenes; y pasaron otras pláticas de Cortés a Xicotenga y de todos los demás principales, y se les dieron unas cuentas verdes y azules para su padre y para él y los demás caciques, y les mandó que dijesen que iría presto a su ciudad. E a todas estas pláticas y ofrecimientos que he dicho estaban presentes los embajadores mexicanos, de lo cual les pesó en gran manera de las paces, porque bien entendieron que por ellas no les había de venir bien ninguno. Y desque se hubo despedido el Xicotenga, dijeron a Cortés los embajadores de Montezuma, medio riendo, que si creía algo de aquellos ofrecimientos e paces que habían hecho de parte de toda Tlascala, que todo era burla y que no los creyesen, que eran palabras muy de traidores y engañosas; que lo hacían para que desque nos tuviesen en su ciudad en parte donde nos pudiesen tomar a salvo darnos guerra y matarnos; y que tuviésemos en la memoria cuántas veces nos había venido con todos sus poderes a matar, y cómo no pudieron, y fueron dellos muchos muertos y otros heridos, que se querían ahora vengar con demandas y paz fingida. Y Cortés respondió con semblante muy esforzado, y dijo que no se le daba nada porque tuviesen tal pensamiento como decía; e ya que todo fuese verdad, que él se holgaría dello para castigarles con quitarles las vidas, y que eso se le da que den guerra de día que de noche, ni que sea en el campo que en la ciudad; que en tanto tenía lo uno como lo otro; y para ver si es verdad, que por esta causa determina de ir allá. Y viendo aquellos embajadores su determinación, rogándole que aguardásemos allí en nuestro real seis días, porque querían enviar dos de sus compañeros a su señor Montezuma, y que vendrían dentro de los seis días con respuesta; y Cortés se lo prometió, lo uno porque, como he dicho, estaba con calenturas, y lo otro, como aquellos embajadores le dijeron aquellas palabras, puesto que hizo semblante no hacer caso dellas, miró que si por ventura serían verdad, hasta ver más certidumbre en las paces, porque eran tales, que había que pensar en ellas; y como en aquella sazón vio que había venido de paz, y en todo el camino por donde venimos de nuestra Villa Rica de la Veracruz eran los pueblos nuestros amigos y confederados, escribió Cortés a Juan de Escalante, que ya he dicho que quedó en la villa para acabar de hacer la fortaleza y por capitán de obra de sesenta soldados viejos y dolientes que allí quedaron; en las cuales cartas les hizo saber las grandes mercedes que nuestro señor Jesucristo nos ha hecho en las batallas que hubimos, en las victorias y rencuentros desde que entramos en la provincia de Tlascala, donde ahora han venido de paz, y que todos diesen gracias a Dios por ello; y que mirasen que siempre favoreciesen a los pueblos totonaques, nuestros amigos, y que le enviasen luego en posta dos botijes de vino que había dejado soterradas en cierta parte señalada de su aposento, y asimismo trajeron hostias de las que habíamos traído de la isla de Cuba, porque las que trajimos de aquella entrada ya se habían acabado. En las cuales cartas dice que hubieron mucho placer en la villa, y escribió el Escalante lo que allí había sucedido, y todo vino muy presto; y en aquellos días en nuestro real pusimos una cruz muy suntuosa y alta, y mandó Cortés a los indios de Zumpancingo y a los de las casas que estaban junto de nuestro real que encalasen un cu y estuviese bien aderezado. Dejemos de escribir desto, y volvamos a nuestros nuevos amigos los caciques de Tlascala, que como vieron que no íbamos a su pueblo, ellos venían a nuestro real con gallinas y tunas, que era tiempo dellas, y cada día traían el bastimiento que tenían en su casa, y con buena voluntad nos lo daban, sin que quisiesen tomar por ello cosa ninguna aunque se lo dábamos, y siempre rogando a Cortés que se fuese luego con ellos a su ciudad; y como estábamos aguardando a los mexicanos los seis días, como les prometió, con palabras blandas les detenía; y luego, cumplido el plazo que habían dicho, vinieron de México seis principales, hombres de mucha estima, y trajeron un rico presente que envió el gran Montezuma, que fueron más de tres mil pesos de oro en ricas joyas de diversas maneras, y doscientas piezas de ropa de mantas muy ricas de pluma y de otras labores, y dijeron a Cortés cuando lo presentaron, que su señor Montezuma se huelga de nuestra buena andanza, y que le ruega muy ahincadamente que ni en bueno ni malo no fuese con los de Tlascala a su pueblo ni se confiase dellos, porque son muy pobres, que una manta buena de algodón no alcanza; e que por saber que el Montezuma nos tiene por amigos y nos envía aquel oro y joyas y mantas, lo procurarán de robar muy mejor; y Cortés recibió con alegría aquel presente, y dijo que se lo tenía en merced y que él lo pagaría al señor Montezuma en buenas obras; y que si se sintiese que los tlascaltecas les pasase por el pensamiento lo que Montezuma les enviaba a avisar, que se lo pagaría con quitarles todos las vidas, y que él sabe muy cierto que no harán villanía ninguna, y que todavía quiere ir a ver lo que hacen. Y estando en estas razones vienen otros muchos mensajeros de Tlascala a decir a Cortés cómo vienen cerca de allí todos los caciques viejos de la cabecera de toda la provincia a nuestros ranchos y chozas a ver a Cortés y a todos nosotros para llevarnos a su ciudad; y como Cortés lo supo, rogó a los embajadores mexicanos que aguardasen tres días por los despachos para su señor, porque tenía al presente que hablar y despachar sobre la guerra pasada e paces que ahora tratan; y ellos dijeron que aguardarían. Y lo que los caciques viejos dijeron a Cortés se dirá adelante.
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Capítulo LXXIII Cómo el adelantado Alvarado pasó las nieves con gran trabajo, donde murieron algunos españoles y muchos indios e indias y negros, sin poder escapar del frío viento y nieves que bastó a los matar Muy triste estuvo el adelantado por conocer, por lo que había visto en las nieves, que no podía dejar de morir gente por aquellas pilas. Deseaba, como la salvación, verse en el territorio que había descubierto Diego de Alvarado. Procuró, encubriendo esta congoja, de animar a los españoles, esforzándolos con palabras que les dijo para que tuviesen ánimo de pasar adelante. Conocía de ellos que tuvieran en menos afrontarse en batalla con enemigos que les tuvieran ventaja, que no pelear contra los elementos. Encomendáronse a Dios todopoderoso y puestos en camino marcharon, hablando en las nieves, hasta que llegaron media legua de ellas, poco más o menos, donde se alojaron; y otro día, como mejor pudieron, subieron la sierra sin ver sol ni cielo ni otra cosa que nieve; y el día fue tan triste y de tan gran tormenta que aunque mucho lo encarezca, no digo nada, para en comparación de lo que pasaron. Los caballos, sentían el trabajo, los que iban encima, mucho mayor que los que caminaban a pie, porque éstos calentaban con el ejercicio del camino y ellos iban helados sin vigor. Los desventurados indios e indias que con ellos iban gritaban por morir tan miserablemente, lamentando su desventura: llaman con terribles voces a sus mayores. El viento era tan recio que los penetraba y hacía perder el sentido. No tenían abrigo y era el frío tan grande, que caían faltos de toda virtud; boqueando, echaban las ánimas de los cuerpos. Muchos hubo que, de cansados, se arrimaban a algunas de las rocas y peñascos que por entre las nieves habían; cuan presto como se ponían, se quedaban helados, y sin ánimas, de tal manera que parecían espantajos. Los españoles que tenían aliento y caminaban sin parar eran dichosos: éstos y los que yendo a caballo no cogían la rienda ni volvían la cara atrás se escaparon. De los negros también se helaron muchos, y aunque los españoles sean de mayor complexión, que ninguna de las naciones del mundo comenzaron algunos de ellos a se quedar muertos sin tener otras sepulturas que las nieves. No las pasaron todas en este día, porque así como cuando dada la sentencia contra uno que muera, dilata con todas sus fuerzas lo que puede antes que llegue aquella hora, así éstos decían: "Estemos otro día, por ventura abonanzará el tiempo". Mas todos tuvieron una fortuna y fue de ellos lo que de los otros. Dejaban por aquellas nieves sus armas, sus ropas, todo el haber que tenían; ni querían, ni más procuraban, que escapar las vidas. No se valían los unos a los otros ni se abajaban a levantar al que caía, aunque fuera hijo ni hermano. El ensayador Pero Gómez y su caballo se helaron y lo mismo las muchas esmeraldas que había recogido; helóse Guesma y su mujer, con dos hijas doncellas que llevaban, que es mucha lástima contarlo por los gemidos que dieron y lágrimas que derramaron en el poco tiempo que la vida los sostuvo. Otro español que venía en el campo, muy robusto yendo en una yegua, apeándose para apretar la cincha que venía floja, no puso los pies en el suelo cuando él y ella fenecieron. Murieron con estas nieves quince españoles y seis mujeres españolas y muchos negros y más de tres mil indios e indias. De que salieron de ellos, parecían difuntos sin color ni virtud, amarillos y tan desflaqueados que era gran compasión de los ver. Muchos de los indios que no murieron escaparon mancos; de ellos sin dedos, y de ellos sin pies, y algunos ciegos de todo punto. Tuvieron aviso los naturales de esta desventura. Venían algunas cuadrillas para los matar, y robar mucho que dejaron; mataron a un español; y quebraron el ojo a otro, que era herrero. Y después de haber pasado el trabajo que se ha contado y mucho más, el adelantado con los que escaparon llegaron al pueblo de Pasa, donde hallaron que se habían muerto desde que salió de la costa ochenta y cinco españoles y muchos caballos y tantos indios que es dolor decirlo. Con este mal quedaron las capitanías deshechas. Procuraron lo mejor que pudieron de se reformar en aquella tierra, curando de los que había enfermos y mandóse hacer alarde para ver los que habían quedado, y las armas que habían salvado; y habiendo cobrado fuerza, salieron de allí y fueron a un pueblo llamado Quizapincha, de donde en un día que caminaron llegaron al grande y real camino de los incas; y como marchasen entre los pueblos de Ambato y Muliambato hallaron huella de caballos y rastro de españoles, de que les pesó y determinó el adelantado que fuesen a descubrir el campo Diego de Alvarado con algunos caballos.
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Capítulo LXXIII Que trata de la cuenta que dio el general y coronel Valdivia al presidente de la salida de Chile para venir a servir a su señoría en nombre de Su Majestad Hecha esta habla y noble exhortación, se fueron el presidente y el coronel y el mariscal Alonso de Alvarado y otros nobles del ejército de Su Majestad a la posada y alonjamiento del presidente, donde el coronel Valdivia sacó de la mano y dio al presidente Pedro de la Gasca el requerimiento que hizo cuando entró en el navío. Visto por el presidente se holgó mucho, recibiendo gran contento, pareciéndole ser la elección y confianza tan grande que había hecho de él, como de él la tenía, y que conjungía bien lo uno con lo otro, la liberalidad del presidente con las obras del coronel Valdivia y con su fidelidad y voluntad que mostraba de servir a Su Majestad. Y le tomó el presidente el requerimiento y dijo que lo quería enviar a Su Majestad para que por él viese cuán buen súbdito y leal vasallo era, siendo tan peregrino. Allí dio el general Valdivia en breve cuenta al presidente en cómo dejaba la tierra a tan buen recaudo. Y así mesmo le dio cuenta de su venida, y cómo en llegando a Ilo con la nao, había despachado a su secretario Joan de Cardeña con despachos para su señoría, y que no había sabido nueva de él, y que acabada la guerra daría más larga cuenta a su señoría de todo, y tan bien como era obligado darla a su Príncipe y Señor, dándola de todo lo que había hecho en estas partes en servicio de Su Majestad, y que en el entretanto se entendiese en las cosas de la guerra, pues tan en la mano la tenían. Respondió el presidente que se hiciese como tenía acordado, que él tenía confianza que en todo estaría bien acertada la cuenta. Dijo el presidente cómo el secretario Joan de Cardeña le había escrito de la villa de Arequipa y cómo le hizo saber cómo habiendo llegado allí un día antes, vino del Cuzco un capitán de Gonzalo de Pizarro que se decía Francisco de Espinosa, con treinta soldados en seguimiento de ciertas personas que allí alcanzó y ahorcó. Y de cómo le tomó la cabalgadura y a ruego le dejó. Y se fue el capitán por la costa de la mar contra Arica y Tarapacá, y que supo cómo iba recogiendo la gente que pudiese ajuntar para ir a servir con ella a Gonzalo Pizarro.
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Que trata de algunos motines y alteraciones que hubo en algunas Provincias sujetas y ganadas por el imperio, y de otros acaecimientos Aunque el rey Nezahualpiltzintli deseaba vivir en paz el poco tiempo que le restaba de gozar su señorío, todavía le fue dañosísimo, porque la ociosidad de los soldados y gente militar, fue causa para que muchas de las provincias que el imperio había sujetado, se alterasen y rebelasen, como en estos tiempos lo hicieron los de las naciones mixtecas, tzapotecas, yopicas, tototepecas y tequantepecas, rebelándose algunas de sus ciudades y provincias (que no eran de las menos importantes) viendo que los soldados de los presidios, tierras y fronteras, todo se les iba en ejercitar ciertos juegos, saraos y otros entretenimientos dañosos y no contingentes al arte militar. No tan solamente en estas partes, donde convenía la vigilancia y cuidado que se requiere en la conservación de lo ganado, sino que aún dentro de la misma corte del rey de Tetzcuco, se vivía con mayor descuido y exceso de gustos y pasatiempos, por cuya causa los sujetos y oprimidos comenzaron a buscar medios para poderse librar del yugo que sobre sí les tenía puesto el imperio, y el que más les importó fue el hallar a los soldados de sus ejércitos tan descuidados y tan dados a los placeres y gustos; con que convidaron a algunos, y después de festejarlos les quitaron la vida, y a otros con mano armada los mataron y echaron de sus tierras, como fueron los de Coixtlahuacan, Zozolan, Tototépec, Tequantépec y Yopitzinco, y los otros fueron los de las provincias de hacia Huaxaca, Tlachquiauhco, y los de Malinaltépec, Iztactlalocan, Izquixochitépec y Tlacotépec; por lo que, aunque el rey de Tetzcuco había dejado el ejercicio militar, en estos tiempos fue compelido a juntar sus gentes y formar sus ejércitos, enviándolos con los de los reyes Motecuhzoma y Totoquihuatzin, que vivían con más recato y vigilancia; y así fueron sobre estas provincias, y las sujetaron y redujeron al imperio, volviendo cargados de despojos y cautivos que se sacrificaron a sus falsos dioses, entre los cuales fueron sacrificados Zetécpatl, señor de la provincia de Coixtlahuacan, Nahuixóchitl, señor de la provincia de Zololan, Malinal de la de Tlachquiauhco, y otros muchos señores y capitanes que en estas entradas y en las demás referidas de estos tiempos fueron cautivados. Con que de todo punto sojuzgaron todo el imperio de esta Nueva España, desde los términos de los chichimecas y reino de Michoacan, hasta las últimas provincias que poseyeron los antiquísimos reyes tultecas, que fueron las de Hueymolan, Acalan, Verapaz y Nicarahua, que es todo lo que contiene la tierra de Anáhuac, y desde los cuextecas (que son las provincias de Pánuco), hasta llegar a Huitlapalan, que es lo que llaman el Mar Bermejo o de Cortés, por las costas del Mar del Sur, donde se incluían grandes y espléndidos reinos y provincias, como fueron las de los cohuiscas y yopicas, cuitlatecas, chochonas, mixtecas, tzapotecas, queuhtemaltecas, coatzaqualcas, monoalcas, xicalancas, totonaques, y otras muchas naciones que quedaron de todo punto rendidas, y todas debajo del imperio de las tres cabezas, que tenía la longitud más de cuatrocientas leguas y de latitud desde el Mar del Norte hasta el del Sur. Y porque los autores que han escrito las conquistas que estos señores tuvieron, especificadamente nos las cuentan por extenso, porque las hallaron en sus historias, particularmente en la Monarquía indiana que escribió el diligentísimo Torquemada, sólo refiero lo que me pareció convenía tratar de ellas, según las pinturas y anales que tengo citados. Últimamente, en el año de 1514, fueron tan excesivas las nieves que hubo, que se destruyeron las plantas y arboledas, haciéndose pedazos y desgajándose. En este tiempo se perdió el ejército de las tres cabezas del imperio que iban sobre la provincia de Amantlan, una de las rebeladas como está referido.