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De los más valles y pueblos que hay por el camino de los llanos hasta llegar a la ciudad de los Reyes En la serranía, antes de llegar al paraje de la ciudad de los Reyes, están pobladas las ciudades de la frontera de los chachapoyas y la ciudad de León de Guanuco. No determino tratar dellas nada hasta que vaya dando noticia de los pueblos y provincias que me quedan de contar de la serranía, en donde escrebiré sus fundaciones con la más brevedad que yo pudiere; y con tanto, pasaré adelante con lo comenzado. Digo que desta ciudad de Trujillo a la de los Reyes hay ochenta leguas, todo camino de arenales y valles. Luego que salen de Trujillo se va al valle de Guanape, que está siete leguas más hacia la ciudad de los Reyes, que no fue en los tiempos pasados menos nombrado entre los naturales, por el brebaje de chicha que en él se hacía, que Madrigal o San Martín en Castilla, por el buen vino que cogen. Antiguamente también fue muy poblado este valle, y hubo en él señores principales, y fueron bien tratados y honrados por los ingas después que ellos se hicieron señores. Los indios que han quedado de las guerras y trabajos pasados entienden en sus labranzas como los demás, sacando acequias del río para regar los campos que labran, y claro se ve cómo los reyes ingas tuvieron en él depósitos y aposentos. Un puerto de mar hay en este valle de Guanape, provechoso, porque muchas de las naos que andan por esta mar del Sur, de Panamá al Perú, se fornecen en él de mantenimiento. De aquí se camina al valle de Santa; y antes de llegar a él se pasa un valle pequeño, por el cual no corre río, salvo que se ve cierto ojo de agua buena, de que beben los indios y caminantes que van por aquella parte; y esto se debe causar de algún río que corre por las entrañas de la misma tierra. El valle de Santa fue en los tiempos pasados muy bien poblado, y hubo en él grandes capitanes y señores naturales; tanto, que a los principios osaron competir con los ingas; de los cuales cuentan que, más por amor y maña que tuvieron que por rigor ni fuerza de armas, se hicieron señores dellos, y después los estimaron y tuvieron en mucho, y edificaron por su mandado grandes aposentos y muchos depósitos; porque este valle es uno de los mayores y más ancho y largo de cuantos se han pasado. Corre por él un río furioso y grande, y en tiempo que en la sierra es invierno viene crecido, y algunos españoles se han ahogado pasándolo de una a otra parte. En este tiempo hay balsas con que pasan los indios, de los cuales hubo antiguamente muchos millares dellos, y agora no se hallan cuatrocientos naturales; de lo cual no es poca lástima contemplar en ello. Lo que más me admiró cuando pasé por este valle fue ver la muchedumbre que tienen de sepulturas y que por todas las sierras y secadales en los altos del valle hay número grande de apartados, hechos a su usanza, todos cubiertos de huesos de muertos. De manera que lo que hay en este valle más que ver es las sepulturas de los muertos y los campos que labraron siendo vivos. Solían sacar del río grandes acequias, con que regaban todo lo más del valle, por lugares altos y por laderas. Mas agora, como haya tan pocos indios como he dicho, todo lo más de los campos están por labrar, hechos florestas y breñales, y tantas espesuras, que por muchas partes no se puede hender, Los naturales de aquí andan vestidos con sus mantas y camisetas, y las mujeres lo mismo. Por la cabeza traen sus ligaduras o señales. Frutas de las que se han contado se dan en este valle muy bien, y legumbres de España, y matan mucho pescado. Las naos que andan por la costa siempre toman agua en este río y se proveen destas cosas. Y como haya tantas arboledas y tan poca gente, críanse en estas espesuras tanta cantidad de mosquitos, que dan pena a los que pasan o duermen en este valle, del cual está el de Guambacho dos jornadas, de quien no terné que decir más de que es de la suerte y manera de los que quedan atrás y que tenía aposentos de los señores; y del río que corre por él sacaban acequias para regar los campos pue sembraban. Deste valle fuí yo en día y medio al de Guarmey, que también en lo pasado tuvo mucha gente. Crían en este tiempo cantidad de ganado de puercos y vacas y yeguas. Deste valle de Guarmey se llega al de Parmonga, no menos deleitoso que los demás, y creo yo que en él no hay indios ningunos que se aprovechen de su fertilidad; y si de ventura han quedado algunos, estarán en las cabezadas de la sierra y más alto del valle, porque no vemos otra cosa que arboledas y florestas desiertas. Una cosa hay que ver en este valle, que es una galana y bien trazada fortaleza al uso de los que la edificaron; y cierto es cosa de notar ver por dónde llevaban el agua por acequias para regar lo más alto della. Las moradas y aposentos eran muy galanos, y tienen por las paredes pintados muchos animales fieros y pájaros, cercada toda de fuertes paredes y bien obrada; ya está toda muy ruinada, y por muchas partes minada, por buscar oro y plata de enterramientos. En este tiempo no sirve esta fortaleza de más de ser testigo de lo que fue. A dos leguas deste valle el río de Guaman, que en nuestra lengua castellana quiere decir río de Halcón, y comúnmente le llaman la Barranca. Este valle tiene las calidades que los demás; y cuando en la sierra llueve mucho, este río de suso dicho es peligroso, y algunos pasando de una parte a otra se han ahogado. Una jornada más adelante está el valle de Guaura, de donde pasaremos al de Lima.
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Capítulo LXX Que Don Diego de Almagro volviendo de Chile trató de reducir a Manco Inga y lo que le sucedió Como el Marqués Don Francisco Pizarro se fue del Cuzco hacia Arequipa, luego lo supo Manco Ynga, y aunque se estaba en Tambo, todavía andaban él y los suyos con más libertad y atrevimiento. En esta sazón llegó de Chile Don Diego de Almagro y Paulo Topa con él, con toda la gente que había llevado, que español ninguno faltaba, aunque había perdido muchos indios en los despoblados, que perecieron en la nieve. Como halló las revueltas que hemos dicho, pesóle en el alma dello y trató cómo remediarlo sin derramamiento de sangre. Paulo Topa envió embajada a Manco Ynga, su hermano, diciendo que él y Don Diego de Almagro eran vueltos de Chile, donde habían pasado infinitos trabajos y desventuras de hambre y malos caminos, y que le pesaba mucho estuviese alzado y enemigo de los españoles, y que si él quería allanarse sería fácil el vengarse de los que le hubiesen agraviado. Porque Don Diego de Almagro le decía que si él gustaba se juntaría con él, con todos sus soldados, que eran cuatrocientos españoles que le seguían, y que matarían al Marqués y a Hernando Pizarro y a los demás hermanos y capitanes de su bando, y que juntándose les sería fácil de hacer, y después vivirían quietos, sin que nadie a él le injuriase. Desto se holgó en el alma oyéndolo Manco Ynga, pareciéndole que así se vengaría de Hernando Pizarro, que era a quien tenía atravesado en el alma por haberle dado trato de cuerda -y echarían a sus enemigos de la tierra- y dijo a su gente que ya habían venido los españoles y Don Diego de Almagro de Chile y que serían en su favor, y así destruirían al Marqués y a los demás, y que se aparejasen. Luego, para confirmar la amistad y el trato que comunicaban, envió mensajeros a Don Diego de Almagro y muchos presentes con ellos, diciéndole que de muy buena gana acudiría a lo que su hermano Paulo Topa de su parte le había enviado a decir, que juntos sería el Don Diego en todo servido, y echando a Hernando Pizarro quedaría él por Señor y Gobernador de la tierra, como lo era el Marqués, y que se viesen en algún lugar donde gustasen. Oído esto por Don Diego de Almagro y Paulo Topa, dijeron que se querían ver con Manco Ynga, y para ello salieron del Cuzco y se fueron a Patachuayla, que era el lugar señalado para las vistas. Viniendo en el camino Manco Ynga sospechó que Don Diego de Almagro y Paulo Topa no le quisiesen coger descuidado y prenderle, porque venían con mucha gente, y dijo a los suyos: éstos nos deben de querer tomar por engaño, demos en ellos antes que nos hagan alguna traición como quiso hacernos el Marqués sobre seguro y matarnos; matémoslos a ellos. Así, movida la gente, fueron a embestir a Don Diego de Almagro y a los suyos, con Paulo Topa, y empezaron a pelear y hacerlo también que los desbarataron e hicieron huir y los vinieron siguiendo hasta el río, donde los españoles hallaron unas balsas que les dieron la vida en aquella ocasión, en las cuales pasaron de la otra parte y se pusieron en salvo. Manco Ynga llegó hasta el río y halló allí a Rampa Yupanqui, y díjole: por qué distes las balsas a mis enemigos, sin duda estabais hecho de concierto con ellos y los favorecéis de secreto, y con esto luego al punto lo mandó matar. Don Diego de Almagro se vino al Cuzco con Paulo Topa, casi corrido de la burla de Manco Ynga, y pusieron los toldos en la plaza, y dentro de dos días, como andaban las diferencias sobre el Gobierno y a quién pertenecía la ciudad del Cuzco, a él o al Marqués Don Francisco Pizarro, prendió Don Diego de Almagro a Hernando Pizarro y Gonzalo Pizarro, y presos los envió con buenas guardas a Lima, diciendo: váyanse a Castilla, que ellos han sido causa, con sus insolencias y arrogancias, que Manco Ynga se rebelase. Y quizás con esto pretendió mitigar el ánimo del Inga para que viniese de paz viendo lo que había hecho con los Pizarros y cómo los había desterrado del Cuzco y enviado a Lima. De aquí se fueron encendiendo las pasiones tan sangrientas, que tanto costaron al Reino y que tanto impedimento fueron para la promulgación del santo evangelio en él, y para que los indios recibiesen el santo bautismo, y que tantas muertes de españoles e indios causaron de Pizarros y Almagros, dividiéndose el reino en estas dos parcialidades, aclamando los unos la una y los otros la otra, sobre que hubo tanta efusión de sangre que no se puede referir sin lágrimas. Al fin, Hernando Pizarro volvió al Cuzco, y en las Salinas, que son media legua dél, junto a la parroquia de San Sebastián, se dio una sangrienta batalla entre Hernando Pizarro y Don Diego de Almagro, que estaba acompañado de los que con él habían ido a Chile. Y siendo vencido Don Diego de Almagro y preso, queriendo quitar Hernando Pizarro este estorbo, para que la gobernación del reino quedase en su hermano, el Marqués, absoluta y sin compañía, le hizo proceso cual Dios sabe y le condenó a muerte, y no considerando que él haba sido su prisionero y le había tratado con cortesía y clemencia, enviándole a Lima, ejecutó la sentencia, quitándole la cabeza públicamente en el Cuzco, con general lástima y sentimiento de sus amigos y enemigos. Quedóle un hijo mestizo, llamado Don Diego de Almagro, como su padre, de quien después diremos brevemente cómo también este caso, porque mi intención en este libro sólo es ir prosiguiendo la descendencia de los Ingas Reyes de este reino y lo a ellos perteneciente, sin tratar despacio las cosas de los españoles, que por otros han sido ya tratadas, a las cuales las remito, sólo diré que antes y después de la batalla de las Salinas dicha, los indios que había en el Cuzco y su comarca, que no acudían adonde estaba Manco Ynga, iban a reconocer a Paulo Topa como a hijo de Huaina Capac a su casa. Los españoles vecinos y encomenderos dellos, queriendo evitar inconvenientes que si se acostumbraban a ello podrían suceder, y porque Paulo Topa no se ensoberbeciese, mandaron que ninguno fuese a su casa, sino eran sus criados, y así, de allí adelante, no iban los indios a su casa ni le reverenciaban, que, en fin, entendieron los españoles que desta manera se quitaría la ocasión de rebelarse como su hermano. Manco Ynga en este tiempo no descansaba, antes andaba haciendo muchos males y robos, destruyendo todo lo que podía, y como las nuevas llegasen a los españoles, queriendo de una vez concluir con el que traía inquieta la tierra, salieron adonde estaba y pelearon bravamente, matándole muchos indios, y le desbarataron e hirieron hasta la provincia de Vitcos, que es en Vilcabamba, y allá fueron tras él. Paulo Topa los siguió, y un día le tuvieron tan apretado que le tomaron las andas en que andaba y la tiana -que es el asiento donde se sentaba-, y él se escapó en las montañas, donde se escondió con muchos indios, y otros que no le pudieron seguir no tuvieron voluntad dello para andar ya cansados, se vinieron al Cuzco, y de allí cada cual se fue a sus tierras, y los españoles, como vieron que Manco Ynga se les había ido de las manos, se volvieron al Cuzco, y Manco Ynga se fue a su Guamanga con la gente que le había quedado, y allí hacía todos los males que podía. Viendo que no cesaba, trataron de enviar otra vez a prenderle, y entró Gonzalo Pizarro, y Villacastín, y el capitán Orgono, y el capitán Oñate y Joan Balsa, y murieron trece españoles y mataron seis caballos, aunque le mataron muchos deudos de Manco Ynga y gente principal de la que estaba con él. Fue Villacastín, un capitán, con mucho número de soldados españoles, y también llevó consigo gran cantidad de indios, cuyos capitanes eran Inquill y Huaipar. Manco Ynga, juntando la gente que pudo, dio de repente sobre los indios y matólos a todos, y prendió a Huaipar, que lo hubo a las manos; Inquill, yendo huyendo, que se había escapado, se despeñó. Por hacer que los demás le temiesen, a Huaipar le mandó matar delante de su hermana, que era mujer de Manco Ynga, y dándose después batalla, Villacastín desbarató a Manco Ynga con los españoles y prendió a la mujer de Manco Ynga. Tuviéronla en las manos porque se quedó en la retirada, enojada, y no quiso seguir a su marido, porque había muerto delante della a su hermano Huaipar. Como hemos dicho, Villacastín y Gonzalo Pizarro la trajeron a Tambo, adonde el Marqués Pizarro, que había tornado a subir desde Lima, y estaba allí, con una extraña crueldad, no digna de usarse con una mujer que de aquellas revueltas y rebelión de su marido no tenía culpa, la mandó asaetar a ella y a otros capitanes de Manco Ynga. La muerte de su mujer, tan triste y desesperada, lloró e hizo grandísimo sentimiento por ella, porque la quería mucho, y fuese con esto retirando hacia el asiento de Vilcabamba.
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Del peligro que corrieron los navíos al pasar por la boca de la Sierpe; y cómo se descubrió Paria, que fue el primer hallazgo de Tierra Firme Luego que surgieron los navíos en el cabo del Arenal, el Almirante mandó las barcas a tierra por agua, y para tomar lengua de los indios, mas no pudieron hallar ni una ni otra cosa, por ser aquella tierra muy baja y deshabitada. Por lo cual, al día siguiente mandó que fuesen a cavar algunos pozos en la arena, y por su buena suerte los hallaron hechos y llenos de agua buenísima; pensaron que sería obra de los pescadores. Tomada el agua que necesitaban, el Almirante acordó pasar a otra boca que se veía hacia el Noroeste, a la cual después nombró Boca del Dragón, a diferencia de aquella donde estaba, que la llamó Boca de la Sierpe; estas bocas estaban formadas por los dos cabos occidentales de la Trinidad, y otros dos de la Tierra Firme; una de ellas al Norte, y la otra al Mediodía. En medio de aquella donde el Almirante había fondeado, se veía un alto peón, al que llamó el Gallo. Por esta boca o canal que denominó Boca de la Sierpe, de continuo iba el agua hacia el Norte con tanta furia como si fuese la boca de un caudaloso río; por esto le dieron aquel nombre, a causa del espanto que alli tuvieron; pues estando asegurados con las áncoras, vino un golpe de corriente por la parte del Mediodía, con mucho más ímpetu que el acostumbrado, y con grandísimo ruido, porque corría de dicha boca hacia el Norte. Y como del golfo que ahora llamamos de Paria salía otra corriente en contra de la mencionada, se juntaron como los luchadores, con grandísimo estruendo, e hicieron que el mar se elevase a guisa de un alto monte o cordillera, a lo largo de la boca. Dicho monte de agua fue en dirección a los navíos, con grande terror de todos que temían los trastornase. Pero quiso Dios que pasase por debajo; o por mejor decir, que los levantó sin hacerles daño, bien que a un navío le soltó las áncoras de tierra, y lo despidió del lugar en que estaba, hasta que con las velas huyó de aquel peligro, con grandísimo miedo de anegarse. Muy luego, pasada la furia de la corriente, viendo el Almirante el riesgo en que allí estaba, emprendió el viaje hacia la Boca del Dragón, que está entre el cabo del noroeste de la Trinidad y el oriental de Paria, y navegó al Poniente, porque pensaba que ésta era isla, y esperaba encontrar por donde salir, a la parte del Norte, hacia la Española. Aunque en la costa de Paria había muchos puertos, no quiso entrar en alguno, pues todo el mar era puerto, por estar circundado de la Tierra Firme.
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De cómo se comenzaron las diferencias entre Guascar y Atahuallpa y se dieron entre unos y otros grandes batallas. Entendido era por todo el reino del Perú cómo Guascar era Inca y como tal mandaba y tenía guarda y despachaba orejones a las cabeceras de las provincias a proveer lo que convenía. Era de tan buen seso y tenía en tanto a los suyos que fue, lo que reinó, querido en extremo dellos; y sería cuando comenzó a reinar, a lo que los indios dicen, de veinticinco años poco más o menos. Y habiendo nombrado por su capitán general a Atoco le mandó que tomando la gente que le pareciese de los lugares por donde pasase, mitimaes y naturales, fuese a Quito a castigar el alboroto que había con lo que su hermao intentaba y tubiese aquella tierra por él. Y estos indios cuentan las cosas de muchas maneras. Yo siempre sigo la mayor opinión y la que dan los más viejos y avisados dellos y que son señores por que los indios comunes, en todo lo que saben no se ha de tener, porque ellos lo afirmen, por verdad. Y así, unos dicen que Atahuallpa, como hobo determinádose a no solamente no querer dar la obidiencia a su hermano, que ya era rey, mas aun pretendió haber el señorío para sí por la forma que pudiese, tenido como ya tenía de su parte a los capitanes y soldados de su padre, vino a los Cañares, a donde habló con los señores naturales y con los mitimaes colorando con razones que inventó, su deseo no era de hacer daño a su hermano por querer solamente el provecho para sí, sino para tenellos a todos por amigos y hermanos y hacer otro Cuzco en el Quito, donde todos se holgasen; y pues él tenía tan buen corazón, que para cerciorarse que ellos le tenían para con él diesen lugar que en Tomebamba fuesen hechos para él aposentos y tambos, para que como Inca y Señor pudiese holgar con sus mujeres en ellos, como hizo su padre y su abuelo; y que dijo otras palabras sobre esta materia que no fueron oídas tan alegremente como él pensó; porque el mensajero de Guascar era llegado y había hablado a los Cañares y mitimaes cómo Guascar les pedía la fe de amigos, sin que quisiesen negar su fortuna, y que para ello imploraba el favor del sol y de sus dioses; que no consintiesen que los Cañares fuesen consentidores de tan mala hazaña como su hermano intentaba; y que lloraron con deseo de ver a Guascar y alzando todos sus manos que le guardarían lealtad prometieron. Y teniendo esta voluntad Atahuallpa no pudo con ellos acabar nada; antes afirman que los Cañares con el capitán y mitimaes lo prendieron, con intento de lo presentar a Guascar; mas, poniéndolo en un aposento del tambo, se soltó y fue a Quito, donde hizo entender haberse vuelto culebra por voluntad de Dios, para salir de poder de sus enemigos; por tanto, que todos se aparejasen para comenzar la guerra pública y al descubierto, porque así convenía. Otros indios afirman por muy cierto que el capitán Atoco con su gente allegó a los Cañares, donde estaba Atahuallpa, y que él fue el que lo prendió y se soltó como está dicho. Creo yo para mí, aunque podría ser otra cosa, que Atoco se halló en la prisión de Atahuallpa y, muy sentido porque así se había descabullido, sacando la más gente que pudo de los Cañares, se partió para Quito, enviando por todas partes a esforzar los gobernadores y mitimaes en la amistad de Guascar. Tiénese por averiguado que Atahuallpa se soltó haciendo con una coa, que es palanca, que una mujer Quella le dio, un agujero, estando los que estaban en el tambo calientes de lo que habían bebido, y pudo, dándose priesa, allegar al Quito como está dicho, sin ser alcanzado de los enemigos que mucho quisieran tornarlo haber a las manos.
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Las causas que movieron al capitán salir segunda vez deste puerto, y cómo, volviéndose a él, desgarró la capitana y perdió la compañía de los otros dos navíos, y se vieron mejor los llanos que se habían visto antes de entrar en la bahía, y aquella grande y alta sierra que muy lejos al Sueste demoraba; y se descubrió una isla Viendo, pues, el capitán que los indios de aquella bahía estaban de guerra por el mal trato que se les hizo, determinó de ir a ver de cerca aquella grande y alta sierra; queriendo con la vista della aficionar los ánimos de todos los campañeros, porque si él muriese quedasen ellos con filos de proseguir la obra hasta el todo acabarla. Consideró que si faltaba su persona, no faltaría discordia ni peligro en pretensiones de quién había de ser al cabo; y también, que necesariamente había de haber acuerdos en razón de la derrota que se había de seguir, que por ser a barlovento no dejarían de ser diversos loa pareceres, y quedar en contingencia lo que tanto deseaba fuese visto, porque pareció a muchos que de los topes miraron, que a todas aquellas tierras trababan unas con otras, y al capitán parecía que la que quería ver era de mucha cudicia, y que tenía para reparo aquel puerto a sotavento. Y para dar principio a este deseo, salió de la bahía con los tres navíos un jueves, ocho de junio, por la mañana, tres días después de la conjunción de la luna. Estando templado el viento Leste, que era el que más había cursado todo el tiempo de nuestra estada en ella, hallóse fuera el Sueste con alguna fuerza, y se navegó lo restante del día porfiando, sin poder ir adelante; a cuya causa los pilotos de unos a otros navíos se dijeron: --¿A dónde vamos? Tratóse con el capitán estas y otras razones, y por todas ellas dijo volviesen las naos al puerto, con intención de hacer una casa fuerte, sembrar, invernar, conocer mejor los tiempos, y hacer un bergantín para con él y la lancha enviar con otros a descubrir lo que tanto deseaba por sí mismo, por hallarse presente a todo lo ausente de que tenía muy grande necesidad; pues de lo más importante a vista de ojos le daban tan mala cuenta. Toda la noche anduvimos de una y de otra vuelta en la boca de la bahía. Cuando amaneció estaba la nao almiranta tres leguas a sotavento, y como a las tres de la tarde ella y la zabra estaban ya cerca del puerto. El capitán preguntó la causa, de que siendo aquellas naos menos buenas de bolina estaban tan adelante: le fue dicho que hallaron más favorables vientos, siendo todo en un paraje; mas luego se dijo allí que a la nao capitana dieron muy cortas las vueltas, y que ésta fue la razón, y parece buena, de haber quedado tan atrás. Venía creciendo el viento y acercándose la noche: por esto ordeno al piloto que si no pudiese tomar el puerto surgiese a donde alcanzase. Cerróse del todo la noche muy escura: la almiranta y la zabra al parecer dieron fondo: viéronse sus faroles encendidos para que la capitana, que también iba a surgir, se pudiese marcar por ellos: allí se dijo que echada la sonda, hallaron treinta brazas de fondo y que no estaban del puerto un tiro de arcabuz. Cargó el viento con un borbotón de sobre la tierra; tomáronse las velas, la nao quedó con sólo dado trinquete, y parecer que por esto descayó un poco, por lo que el piloto mayor encareciendo mucho este caso de no hallar fondo, la escuridad de la noche, y el mucho viento, muchas lumbres que se veían, sin poder juzgar con certeza las de los dos navíos, lo dijo así el capitán y que no se podía tomar el puerto. El capitán le encomendó el ánimo y la vigilancia. Hay quien dijo, y se deja bien entender, que pudo fácilmente hacer más diligencias por surgir o entretenerse sin salir de la bahía, y que con sólo la cebadera cazó a popa, diciendo quería ir a abrigarse del morro de barlovento; y también se dijo que se echó a dormir. Venida la mañana preguntó el capitán al piloto el estado de la nao. Díjole estaba a sotavento del morro: y el capitán, que diese velas porque la nao no descayese. El piloto dijo a esto que eran tan grandes las olas y tan contrarias, que con la proa en ellas se había de abrir la nao, mas que haría sus diligencias. Yo digo que fue grande desavío estar el capitán enfermo, en esta y otras ocasiones, en que los pilotos le vendían el tiempo, y le obligaban a creer cuanto decían, a tomar cuanto le daban, medido como querían. Finalmente, este día, y otros dos, se porfió por entrar en la bahía; los navíos no salieron, el viento no se aplacó, con cuya fuerza y la nao, con poca vela la proa a Lesnordeste, fue desgarrando y perdiendo de tal manera, que nos hallamos distancia de veinte leguas a sotavento de la bahía, y mirando todos aquella alta sierra con pena de no poder llegar cerca della. La isla de la Virgen María cerróse tanto que nunca se pudo ver. Viose la otra de Belén, y se pasó por junto a otra de siete leguas de cuerpo. Es un cerro muy alto casi a forma del primero: púsosele por nombre el Pilar de Zaragoza. Viéronse en ella muchas sementeras, y palmas y otros árboles, y también humos. Dista al parecer de la bahía treinta leguas al Noroeste; fondo a pique y sin puerto. Procuramos con diligencia su abrigo, mas obligados del viento y de la corriente la fuimos dejando, y nos hallamos al siguiente día engolfados y sin vista de tierra.
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De cómo envió a llamar al capitán Gonzalo de Mendoza Luego envió el gobernador a llamar a Gonzalo de Mendoza, que se viniese de la tierra de los arrianicosies con la gente que con él estaba, para dar orden y proveer las cosas necesarias para seguir la entrada y descubrimiento de la tierra, porque así convenía al servicio de Su Majestad; y que antes que viniese a ellas, procurasen de tornar a los indios arrianicosies a sus casas y asentarse las paces con ellos; y como fue venido Francisco de Ribera con los seis españoles que venían con él del descubrimiento de la tierra, toda la gente que estaba en el puerto de los Reyes comenzó a adolescer de calenturas, que no había quien pudiese hacer la guarda en el campo, y asimesmo adolescieron todos los indios guaranles, y morían algunos de ellos; y de la gente que el capitán Gonzalo de Mendoza tenía consigo en la tierra de los indios arrianicosies, avisó por carta suya que todos enfermaban de calenturas, y así los enviaba con los bergantines, enfermos y flacos; y demás de esto, avisó que no habla podido con los indios hacer paz, aunque muchas veces les había requerido que les darían muchos rescates; antes les venían cada día a hacer la guerra, y que era tierra de muchos mantenimientos, así en el campo como en las lagunas, y que les había dejado muchos mantenimientos con que se pudiesen mantener, demás y allende de los que habla enviado y llevaba en los bergantines; y la causa de aquella enfermedad en que había caído toda la gente había sido que se habían dañado las aguas de aquella tierra y se habían hecho salobres con la cresciente de ella. A esta sazón los indios de la isla que están cerca de una legua del puerto de los Reyes, que se llaman socorinos y xaqueses, como vieron a los cristianos enfermos y flacos, comenzaron a hacerles guerra,,y dejaron de venir, como hasta allí lo habían hecho, a contratar y rescatar con los cristianos, y a darles aviso de los indios que hablaban mal de ellos, especialmente de los indios guaxarapos, con los cuales se juntaron y metieron en su tierra para dende allí hacerles guerra; y como los indios guaraníes que habían traído en la armada salían en sus canoas, en compañía de algunos cristianos, a pescar en la laguna, a un tiro de piedra del real, una mañana, ya que amanescía, habían salido cinco cristianos, los cuatro de ellos mozos de poca edad, con los indios guaraníes; yendo en sus canoas, salieron a ellos los indios xaqueses y socorinos y otros muchos de la isla, y captivaron los cinco cristianos, y mataron de los indios guaraníes, cristianos nuevamente convertidos, y se les pusieron en defensa, y a otros muchos llevaron con ellos a la isla, y los mataron, y despedazaron a los cinco cristianos e indios, y los repartieron entre ellos a pedazos entre los indios guaxarapos y guatos, y con los indios naturales de esta tierra y puerto del pueblo que dicen del Viejo, y con otras generaciones que para ello y para hacer la guerra que tenían convocado; y después de repartidos, los comieron, así en la isla como en los otros lugares de las otras generaciones, y no contentos con esto, como la gente estaba enferma y flaca, con gran atrevimiento vinieron a acometer y a poner fuego en el pueblo adonde estaban, y llevaron algunos cristianos; los cuales comenzaron a dar voces diciendo: "¡Al arma, al arma; que matan los indios a los cristianos!" Y como todo el pueblo estaba puesto en arma, salieron a ellos; y así llevaron ciertos cristianos, y entre ellos uno que se llamaba Pedro Mepen, y otros que tomaron ribera de la laguna, y asimismo mataron otros que estaban pescando en la laguna, y se los comieron como a los otros cinco; y después de hecho el salto de los indios, como amanesció, al punto se vieron muy gran número de canoas con mucha gente de guerra irse huyendo por la laguna adelante, dando grandes alaridos y enseñando los arcos y flechas, alzándolos en alto, para darnos a entender que ellos habían hecho el salto; y así se metieron por la isla que está en la laguna del puerto de los Reyes; allí nos mataron cincuenta y ocho cristianos esta vez. Visto esto, el gobernador habló con los indios del puerto de los Reyes y les dijo que pidiesen a los indios de la isla los cristianos e indios que habían llevado; y habiéndoselos ido a pedir respondieron que los indios guaxarapos se los habían llevado, y que no los tenían ellos; de allí adelante venían de noche a correr la laguna, por ver si podían captivar algunos de los cristianos e indios que pescasen en ella, y a estorbar que no pescasen en ella, diciendo que la tierra era suya, y que no habían de pescar en ella los cristianos y los indios; que nos fuésemos de su tierra, si no, que nos habían de matar. El gobernador envió a decir que se sosegasen y guardasen la paz que con él habían asentado, y viniesen a traer los cristianos e indios que habían llevado, y que los ternía por amigos; donde no lo quisieron hacer, que procedería contra ellos como contra enemigos, a los cuales se lo envió a decir y apercibir muchas veces, y no lo quisieron hacer, y no dejaban de hacer la guerra y daños que podían; y visto que no aprovechaba nada, el gobernador mandó hacer información contra los dichos indios; habida, con el parescer de los oficiales de Su Majestad y los clérigos, fueron dados y pronunciados por enemigos, para poderlos hacer la guerra: la cual se les hizo, y aseguró la tierra de los daños que cada día hacían.
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Cómo vinieron a nuestro real los cuatro principales que habían enviado a tratar paces, y el razonamiento que hicieron, y lo que más pasó Estando en nuestro real sin saber que habían de venir de paz, puesto que la deseábamos en gran manera, y estábamos entendiendo en aderezar armas y en hacer saetas, y cada uno en lo que había menester para en cosas de la guerra; en este instante vino uno de nuestros corredores del campo a gran priesa, y dijo que por el camino principal de Tlascala vienen muchos indios e indias con cargas, y que sin torcer por el camino, vienen hacia nuestro real, e que el otro su compañero de a caballo, corredor del campo, está atalayando para ver a qué parte van; y estando en esto llegó el otro su compañero de a caballo, y dijo que muy cerca de allí venían derechos donde estábamos, y que de rato en rato hacían paradillas; y Cortés y todos nosotros nos alegramos con aquellas nuevas, porque creímos cierto ser de paz, como lo fue, y mandó Cortés que no se hiciese alboroto ni sentimiento, y que disimulados nos estuviésemos en nuestras chozas; y luego, de todas aquellas gentes que venían con las cargas se adelantaron cuatro principales que traían cargo de entender en las paces, como les fue mandado por los caciques viejos; y haciendo señas de paz, que era abajar la cabeza se vinieron derechos a la choza y aposento de Cortés, y pusieron la mano en el suelo y besaron la tierra, e hicieron tres reverencias y quemaron sus copales, y dijeron que todos los caciques de Tlascala y vasallos y aliados, y amigos y confederados suyos, se vienen a meter debajo de la amistad y paces de Cortés y de todos sus hermanos los teules que consigo estaban, y que los perdone por que no han salido de paz y por la guerra que nos han dado, porque creyeron y tuvieron por cierto que éramos amigos de Montezuma y sus mexicanos, los cuales son sus enemigos mortales de tiempos muy antiguos, porque vieron que venían con nosotros en nuestra compañía muchos de sus vasallos que le dan tributos; y que con engaño y traiciones les querían entrar en su tierra, como lo tenían de costumbre, para llevar robados sus hijos y mujeres, y que por esta causa no creían a los mensajeros que les enviábamos, y demás desto dijeron que los primeros indios que nos salieron a dar guerra así como enteramos en sus tierras, que no fue por su mandado y consejo, sino por los chontales e otomíes, que son gentes como monteses y sin razón; y que como vieron que éramos tan pocos, que creyeron de tomarnos a manos y llevarnos presos a sus señores y ganar gracias con ello, y que ahora vienen a demandar perdón de su atrevimiento, y que cada día traerán más bastimento del que allí traían, y que lo recibamos con el amor que lo envían, y que de allí a dos días vendrá el capitán Xicotenga con otros caciques, y dará más relación de la buena voluntad que toda Tlascala tiene de nuestra buena amistad. Y luego que hubieron acabado su razonamiento bajaron sus cabezas y pusieron las manos en el suelo y besaron la tierra; y luego Cortés les habló con nuestras lenguas con gravedad e hizo del enojado, e dijo que, puesto que había causas para no los oír ni tener amistad con ellos, porque desde que entramos por su tierra les enviamos a demandar paces y les envió a decir que los quería favorecer contra sus enemigos los de México, e no lo quisieron creer y querían matar nuestros embajadores, y no contentos con aquello, nos dieron guerra tres veces, y de noche, que tenían espías y asechanzas sobre nosotros, y en las guerras que nos daban les pudiéramos matar muchos de sus vasallos; "y no quise, y que los que murieron me pesa por ello, que ellos dieron causa a ello"; y que tenía determinado de ir adonde están los caciques viejos a darles guerra; que pues ahora vienen de paz de parte de aquella provincia, que él los recibe en nombre de nuestro rey y señor, y les agradece el bastimento que traen; y les mandó que luego fuesen a sus señores a les decir vengan o envíen a tratar las paces con más certificación; y si no vienen, que iríamos a su pueblo a les dar guerra; y les mandó dar cuentas azules para que diesen a los caciques en señal de paz; y se les amonestó que cuando viniesen a nuestro real fuese de día, y no de noche, porque los mataríamos; y luego se fueron aquellos cuatro principales mensajeros, y dejaron en unas casas de indios algo apartadas de nuestro real las indias que traían para hacer pan, y gallinas y todo servicio, y veinte indios que les traían agua y leña, y desde allí adelante nos traían muy bien de comer; y cuando aquello vimos, y nos pareció que eran verdaderas las paces, dimos muchas gracias a Dios por ello; y vinieron en tiempo que ya estábamos tan flacos y trabajados y descontentos con las guerras, sin saber el fin que habría dellas, cual se puede colegir. Y en los capítulos pasados dice el cronista Gómara que Cortés se subió en unas peñas, y que vio al pueblo de Zumpancingo; digo que estaba junto a nuestro real, que harto ciego era el soldado que lo quería ver y no lo veía muy claro. También dice que se le querían amotinar y rebelar los soldados, e dice otras cosas que yo no las quiero escribir, porque es gastar palabras, porque dice que lo sabe por información. Digo que capitán nunca fue tan obedecido en el mundo, según adelante lo verán; que tal por pensamiento no pasé a ningún soldado desde que entramos en tierra adentro, sino fue cuando lo de los arenales, y las palabras que le decían en el capítulo pasado era por vía de aconsejarle y porque les parecía que eran bien dichas, y no por otra vía, porque siempre le siguieron muy bien y lealmente; y no es mucho que en los ejércitos algunos buenos soldados aconsejen a su capitán, y más si se ven tan trabajados como nosotros andábamos; y quien viera su Historia lo que dice, creerá que es verdad, según lo refiere con tanta elocuencia, siendo muy contrario de lo que pasó. Y dejarlo he aquí, y diré lo que más adelante nos avino con unos mensajeros que envió el gran Montezuma.
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Capítulo LXXI De lo que pasó en la ciudad del Cuzco, y de cómo salió de ella contra los indios Almagro y Hernando de Soto y llegó Gabriel de Rojas El capitán Quizquiz y los guamaraconas habían platicado de volverse al Quito, mas con acuerdo de los sacerdotes de los templos y de los antiguos orejones se determinó de tornar a mover guerra a los cristianos que, a pesar de todos ellos, se estaban en el Cuzco a su placer; y habiendo juntado muchos indios de las comarcas, armados de sus armas, revolvieron sobre la ciudad dando gran grita para atemorizar los cristianos. Mandó Almagro apercibir cincuenta caballos y peones y con ellos y con Soto salió a los indios a les dar batalla, los cuales volvieron las espaldas, aunque eran tantos que es vergüenza decirlo: Retrajéronse hacia la puente de Apurima donde los alcanzaron los cristianos y mataron e hirieron a muchos de ellos. Por ser tarde durmieron los nuestros allí, partiendo luego por la mañana en seguimiento de los indios, a los cuales fueron dando alcancer hasta Bilcas, lugar donde habían grandes y suntuosos edificios, como tengo contado en la primera parte. El Quizquiz, con los que le siguieron, se dio prisa andar hasta que, llegado al valle de Xauxa, pensó de matar los cristianos que allí estaban con el tesorero Riquelme y destruir la nueva ciudad. Había llegado Gabriel de Rojas, y nueva de que el adelantado don Pedro de Alvarado había desembarcado en Puerto Viejo con muchos caballeros y españoles, y el piloto Juan Fernández venía descubriendo por la costa con un galeón. Supo por los indios Riquelme cómo Almagro estaba en Bilcas; envióle aviso de estas nuevas con un negro e indios. Como lo supo, para certificarse enteramente mandó a los españoles llamados Juan Núñez de Santa Marta y Alonso Prieto que llegasen a Xauxa y volviesen luego con el aviso donde les quedó aguardando. En esto el Quizquiz había preso más de sesenta anaconas de los españoles, salió con los caballos y peones que pudo juntar y con muchos de los anaconas. Peleó con los indios, los cuales le hirieron a él y a su caballo; y no pudiendo prevalecer contra los españoles el Quizquiz, después de haber muerto los anaconas e indias que había, se fue con los guamaraconas la vuelta del Quito sin haber podido salir con ninguna cosa de lo que pensó. Alababan que fue capitán de mucho ánimo y de gran consejo y muy sabio. Matáronlo los mismos guamaraconas que con él iban cerca del Quito, en el pueblo de Tracambe. Los dos españoles que envió desde Bilcas don Diego de Almagro llegaron a Xauxa y con lo que supieron dieron la vuelta. Pues como Almagro acabó de entender ser cierta la entrada de Alvarado en el reino, temiendo no ocupase las provincias septentrionales donde creían haber grandes tierras y muy ricas, después de lo haber considerado, determinó de, a las mayores jornadas que pudiese, ir a San Miguel para determinar desde allí lo que mejor le fuese, pareciéndole que el negocio era tan importante que no sufría dilación, para dar aviso a su compañero y aguardar su mandado. Con correos le envió a toda furia el aviso de todo lo que pasaba, y al capitán Hernando de Soto mandó que se estuviese algunos días en aquellos aposentos de Bilcas, teniendo aquella frontera contra el capitán Incorabayo, pues ya el Quizquiz sabían ir desbaratado de todo punto. Hecho este proveimiento, partió a más andar a la ciudad de Xauxa, donde habló con Gabriel de Rojas y le mandó que se fuese luego para el Cuzco a dar cuenta a Francisco Pizarro de su venida, y partió hacia Pachacama, yendo con él Alonso de Morales, Juan Alonso de Badajoz, Juan Cerico, Juan García de Palos, Francisco López y un peón llamado Juan Baca. Y anduvo hasta que llegó a aquel valle donde se quedó Alonso de Badajoz y con él los demás; a grandes jornadas fue por el camino real de los llanos, deseando tener nuevas de sus naves que por días aguardaba que de Panamá hubiesen venido. Con este deseo llegó al hermoso valle de Xayaroque, donde encontró con algunos españoles que habían venido hacía pocos días y supo de ellos como el adelantado don Pedro de Alvarado, luego que desembarcó en la costa de Puerto Viejo, se metió la tierra adentro camino del Quito, enviando a Juan Fernández, su piloto, capitán del galeón, a descubrir la costa adelante por el levante. Cobró mucho enojo, contra Fernández, Almagro, porque había sabido fue gran parte para que Alvarado se moviese de su gobernación a venir al Perú. Escribió a Nicolás de Ribera y a los más que estaban en Pachacama que si tomase tierra y lo pudiesen haber a las manos que luego, sin más aguardar, lo ahorcasen; y él prosiguió su camino hasta entrar en la ciudad de San Miguel, donde, como supo Belalcázar, haber salido sin mandato del gobernador le pesó, amenazándole malamente; y tales hubo de los que estaban mal con Belalcázar que porque más se indignase contra él afirmaban que iba alzado y con voluntad de se juntar con Alvarado. Pareció al mariscal que no requería parar mucho sino diligentemente andar para tomar en sí la gente que tenía Belalcázar antes que Alvarado saliese al Quito y, con más compañía de la que metió, salió de la ciudad, y anduvo hasta que llegó al Quito a tiempo que andaba Belalcázar buscando el tesoro que le dijeron haber en Cayambe y lo que le mostró el indio cáñare. Y mandó luego a su alférez Miguel Muñoz, que fuese a le llamar a él y a toda la gente. Y con tanto volveré a tratar de don Pedro de Alvarado.
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Capítulo LXXI Que trata de cómo fue el secretario Joan de Cardeña a la ciudad a los negocios que convenían para seguir el viaje Despachado Joan de Cardeña y salido a tierra, luego que fue puesto en camino y allegado a la ciudad, visto los despachos del general, entraron en cabildo y recibieron al capitán Francisco de Villagran para el gobierno de toda la tierra, en nombre de Su Majestad y del general Pedro de Valdivia, y por su provisión en su cesáreo nombre, y se publicó con pregón público en la plaza de la ciudad. Hecha esta solemnidad, envió al cabildo una carta para Su Majestad y otra escribió el procurador de la ciudad con acuerdo y voluntad de todo el pueblo. Por las cartas dichas suplicaban el cabildo y toda la república a la Audiencia Real que fuese servido mandar despachar al general, porque viniese breve a la gobernación de la tierra por ser amado y querido de todos, y que por ser su ida tan importante al servicio de Su Majestad, fueron todos muy contentos que saliese, poniendo todo calor en su ida, y que si para otro efecto intentara salirse de la tierra, no le dejaran, y conociendo del general cuán verdadero y leal vasallo era de Su Majestad y lo mucho que en su cesáreo servicio había trabajado, y cómo conocían de él tener en su voluntad. Estas y otras razones como éstas fueron escritas en las cartas, y fueron dadas al secretario. Y con ellas se partió, y fue en muy breve tiempo hasta la mar, de que el general tomó muy gran contento cuando le vido y supo que el capitán Francisco de Villagran era recebido por el cabildo al gobierno de la tierra. Hizo esta jornada el secretario en menos término que el general le había dado. Otro día después, que se contaron trece días del mes de diciembre, día de la bienaventurada Señora Santa Lucía, de mil y quinientos y cuarenta y siete años, salió el navío del puerto de Valparaíso, y en dos días con sus noches, con prospero viento cual en este tiempo suele haber, allegó al puerto de la villa de la Serena, en donde estuvo un día, en el cual dio orden al capitán que allí estaba y a la demás gente, de la suerte que se habían de gobernar para se sustentar y tener pacífica la tierra. Y les dijo cómo iba al Pirú a servir a Su Majestad contra la rebelión de Gonzalo Pizarro, y cómo dejaba en su lugar en esta tierra al capitán Francisco de Villagran, y les mandó que le obedeciesen como a su mesma persona, porque así convenía al servicio de Su Majestad. Hecho esto se embarcó en el navío y se hizo a la vela a dieciséis de septiembre, y allegaron al puerto de Iqueique, en los términos y minas de plata del valle de Tarapacá en los reinos del Pirú, doscientas y cincuenta leguas de la ciudad de los Reyes, víspera de la Natividad de Cristo nuestro Señor, en el año ya dicho. Y mandó el general a Gerónimo de Alderete que fuese en el batel del navío con doce españoles, y que tuviese avisado porque no era tierra que se habían de descuidar, lo uno, por ser los indios cautelosos, y lo otro, por tener noticia de la tierra estar alterada con Gonzalo Pizarro. En la tierra halló un español y dos esclavos, al cual preguntó cómo estaba el reino del Pirú, si acaso tenía nueva y noticia. Dijo el español que había un mes que en el Collao, en un pueblo pequeño de indios que se dice Guarina, había desbaratado y vencido Gonzalo Pizarro con cuatrocientos hombres a Diego Centeno que traía mil y cien hombres, y cómo estaba más poderoso Gonzalo Pizarro que nadie en la tierra. Juntamente con esto dijo cómo tenía por nueva, y que era público en toda la tierra, cómo ha llegado a Panamá un caballero de parte de Su Majestad para poner orden en aquellas provincias, y que se llamaba el presidente Pedro de la Gasca, y cómo Pedro de Hinojosa y los demás capitanes de Gonzalo Pizarro le habían entregado una armada de mar, que en tierra firme tenía, pero que se decía que no tenía gente ni quien lo siguiese, y que había jurado Gonzalo Pizarro por Santa María de no consentirle entrar en la tierra, sino matarle, y que para el día de nuestra Señora de la Candelaria estaría en la ciudad de los Reyes para defenderle la entrada. Luego mandó el general que se hiciese el navío a la vela, y siguió su viaje hacia los Reyes. Otro día cuando amaneció entró en el puerto que se dice Ilo, veinte y cinco leguas de la ciudad de Arequipa. Estuvo sobre una amarra seis horas, donde supo de dos españoles que allí habían llegado dos días había que eran venidos de la villa viciosa de Arequipa, en cómo había pocos días que vino por nueva de la ciudad de los Reyes cómo el presidente Pedro de la Gasca estaba en el valle de jauja reforzándose, y que al puerto de los Reyes había llegado su armada, y que estaba la ciudad por Su Majestad. Luego el general escribió una carta al presidente, haciéndole saber de su venida y llegada en aquella costa y a lo que venía, suplicándole que donde quiera que él tomase, le esperase algún día, porque en allegando a la ciudad de los Reyes, se partiría en su seguimiento. Y dio la carta a su secretario Joan de Cardeña, por ser hombre de toda confianza, y sabia toda aquella tierra. De esta suerte caminó el secretario con todo aviso. Y mandó el general hacerse a la vela con toda diligencia, y salió de aquel puerto.
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Que trata de varios acaecimientos que hubo en estos tiempos según los anales En el año siguiente (después de la jura del rey Motecuhzoma) que fue en el de 1504, murió Tehuehuetzin, señor de la provincia de Quauhnáhuac, y sucedióle Itzocatzin; en el siguiente de 1505, fue el hambre, y sucesivamente el de 1506, que llamaron matlactliómey calli y ce toxtli, de tal manera que en toda la tierra no se cogió ningún fruto, si no fue en las provincias y sierras de Totonacapan, de donde tuvieron algún refugio; y así llamaron a esta hambre netotocacahuíloc, que como si dijésemos el hambre remediada de Totonacapan, y los reyes Nezahualpiltzintli, Motecuhzoma y Totoquihuatzin abrieron sus trojes y socorrieron a sus súbditos y vasallos, y por un año les remitieron los tributos. En este mismo año de 1506, fue la conquista de la provincia de Totépec, donde murieron Ixtlilcuecháhuac y Huitzilihuitzin señores mexicanos. Y en el de 1508, fue la batalla que tuvo el príncipe Macuilmalinatzin, heredero de México, contra los de Atlixco; y según común opinión, por concierto y pacto secreto que el rey Motecuhzoma su hermano, tuvo con los de Atlixco, por excusar alteraciones y persona que se le anteponía, hizo que fuese muerto y vencido en esta batalla, en donde murió con él otro de los señores mexicanos llamado Tzicquaquatzin y dos mil ochocientos soldados que iban en su defensa, lo cual sintió en infinito el rey Nezahualpiltzintli, y compuso aquel canto que llaman Nenahualyzcuícatl, que es lo mismo que decir canto que declara traiciones y engaños, y en esta sazón echó de ver el rey qué mal aconsejado estuvo, y que sus pensamientos le engañaron en quitar el reino a quien tan de derecho le venía, y dárselo a un hombre que debajo de piel de oveja era lobo carnicero; porque muerto que fue Macuilmalinatzin y los otros señores mexicanos en esta guerra y en las otras referidas, comenzó el rey Motecuhzoma a mostrar su soberbia muy conforme a su nombre. Lo primero que hizo fue mudar toda la gente que estaba ocupada en sus consejos, que desde tiempos de su padre y tíos estaban puestos, y puso otros de su mano, y lo mismo hizo en los ejércitos y en las repúblicas de su reino; todo a fin de hacerse señor absoluto, y fue en tanto modo su gravedad y presunción, que no se dignó de servirse de algunos hombres que por sus virtudes habían subido a ser capitanes y soldados valerosos y otros oficiales de dignidades y preeminencias, porque eran de la gente plebeya, sino que antes procuró ir matando a unos, y a otros desterrando de su corte. En este mismo año entró en fa sucesión de Huexutla Tlitemoctzin por muerte de Cuitlahuatzin. En el siguiente fue la conquista de la provincia de Yopatépec. Asimismo por estos tiempos hizo el rey Nezahualpiltzintli un ejemplar castigo en Tezozómoc señor de Azcaputzalco, suegro del rey Motecuhzoma, por un adulterio que cometió, y los jueces mexicanos por complacer al rey Motecuhzoma le tenían condenado a un destierro y saqueadas las casas y los tepanecas que algo más añadieron al castigo de este señor, que le fuese cortada la punta de la nariz; mas el rey de Tetzcuco a quien pertenecía la última determinación, sin embargo de todo lo que los otros jueces habían determinado, mandó ejecutar la ley de su padre, que era darle garrote y quemarle el cuerpo, castigo competente a los señores, y envió luego sus ministros a que lo ejecutaran, como en efecto se hizo, de que quedó el rey Motecuhzoma sentido, mas el rey cumplió las leyes de sus pasados.