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De la manera que está situada la ciudad de los Reyes, y de su fundación, y quién fue el fundador El valle de Lima es el mayor y más ancho de todos los que se han escripto de Tumbez a él; y así, como era grande, fue muy poblado. En este tiempo hay pocos indios de los naturales, porque, como se pobló la ciudad en su tierra y les ocuparon sus campos y riegos, unos se fueron a unos valles y otros a otros. Si de ventura han quedado algunos, ternán sus campos y acequias para regar los que siembran. Al tiempo que el adelantado don Pedro de Albarado entró en este reino hallóse el adelantado don Francisco Pizarro, gobernador dél por su majestad, en la ciudad del Cuzco. Y como el mariscal don Diego de Almagro fuése a lo que apunté en el capítulo que trata de Ríobamba, temiéndose el adelantado no quisiese ocupar alguna parte de la costa, abajando a estos llanos, determinó de poblar una ciudad en este valle. Y en aquel tiempo no estaba poblado Trujillo ni Arequipa ni Guamanga, ni las otras ciudades que después se fundaron. Y como el gobernador don Francisco Pizarro pensase hacer esta población, después de haberse visto el valle de Sangalla y otros asientos desta costa, abajando un día con algunos españoles por donde la ciudad está agora puesta, les pareció lugar convenible para ello y que tenía las calidades necesarias; y así, luego se hizo la traza y se edificó la ciudad en un campo raso deste valle, dos pequeñas leguas de la mar. Nace por encima della un río a la parte de levante, que en tiempo que en la serranía es verano lleva poca agua, y cuando es invierno va algo grande, y entra en la mar por la del poniente. La ciudad está asentada de tal manera que nunca el sol toma al río de través, sino que nace a la parte de la ciudad, la cual está tan junto al río que desde la plaza un buen bracero puede dar con una pequeña piedra en él, y por aquella parte no se puede alargar la ciudad para que la plaza pudiese quedar en comarca; antes, de necesidad, ha de quedar a una parte. Esta ciudad, después del Cuzco, es la mayor de todo el reino del Perú y la más principal, y en ella hay muy buenas casas, y algunas muy galanas con sus torres y terrados, y la plaza es grande y las calles anchas, y por todas las más de las casas pasan acequias, que es no poco contento; del agua dellas se sirven y riegan sus huertos y jardines, que son muchos, frescos y delitosos. Está en este tiempo asentada en esta ciudad la corte y chancillería real; por lo cuál y porque la contratación de todo el reino de Tierra Firme está en ella, hay siempre mucha gente y grandes y ricas tiendas de mercaderes. Y en el año que yo salí deste reino había muchos vecinos de los que tenían encomienda de indios, tan ricos y prósperos que valían sus haciendas a ciento y cincuenta mil ducados, y a ochenta, y a sesenta, y a cincuenta, y algunos a más y otros a menos. En fin, ricos y prósperos los dejé a todos los más; y muchas veces salen navíos del puerto desta ciudad que llevan a ochocientos mil ducados cada uno, y algunos más de un millón. Lo cual yo ruego al todopoderoso Dios que, como sea para su servicio y crecimiento de nuestra santa fe y salvación de nuestras ánimas, él siempre lo lleve en crecimiento. Por encima de la ciudad, a la parte de oriente, está un grande y muy alto cerro, donde está puesta una cruz. Fuera de la ciudad, a una parte y a otra, hay muchas estancias y heredamientos, donde los españoles tienen sus ganados y palomares, y muchas viñas y huertas muy frescas y deleitosas, llenas de las frutas naturales de la tierra, y de higueras, platanales, granados, cañas dulces, melones, naranjos, limas, cidras, toronjas y las legumbres que se han traído de España; todo tan bueno y gustoso que no tiene falta, antes digo por su belleza para dar gracias al gran Dios y Señor Nuestro, que lo crió. Y cierto, para pasar la vida humana, cesando los escándalos y alborotos y no habiendo guerra, verdaderamente es una de las buenas tierras del mundo, pues vemos que en ella no hay hambre, ni pestilencia, ni llueve, ni caen rayos ni relámpagos, ni se oyen truenos, antes siempre está el cielo sereno y muy hermoso. Otras particularidades della se pudieran decir; mas, pareciéndome que basta lo dicho, pasaré adelante, concluyendo con que la pobló y fundó el adelantado don Francisco Pizarro, gobernador y capitán general en estos reinos, en nombre de su majestad el emperador don Carlos, nuestro señor, año de nuestra reparación de 1530 años.
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Capítulo LXXI Cómo se alzaron todas las provincias de arriba y eligieron por Señor a Quinti Raura, y salió contra ellos Hernando Pizarro Viendo ya los collas y todas las demás provincias que andaban alborotadas mediante la deligencia que para ello hacía Tico, General de Manco Ynga, a quien dijimos que había enviado para que hiciese gente y que se rebelase el Collao, que Manco Ynga andaba de caída, y que le habían muerto los españoles mucha gente y otra le había desamparado, acordaron de alzarse desde Vilcanota hasta Chile todas las provincias y negar la obediencia a Manco Ynga y tampoco reconocer a los españoles, con los cuales estaban mal por su tiranías y opresiones. Así concertado, nombraron por Señor principal de todos a un curaca principal y de gran valor, natural de los Pacajes, llamado Quintiraura, el cual lo aceptó con gran voluntad y ánimo, prometiendo echar los españoles de la tierra y ponerlos a todos en libertad, más de la que tenían en tiempo de los Yngas. De la otra parte del Desaguadero, donde hay ahora unos paredones viejos, se fue y estuvo haciendo el ayuno, que era ceremonia que ellos usaban entre sí en semejantes actos y solemnidades, para que le hiciesen Señor de todos, como lo trataban. Sabida esta conmoción y alzamiento en el Cuzco, salió Hernando Pizarro con mucho número de españoles, y fue en su compañía Paulo Topa, llevando indios amigos para apaciguarlos. Llegando al Desaguadero salió a ellos Quintiraura con su ejército y Hernando Pizarro les presentó la batalla, y ellos la dieron con mucho ánimo y osadía. En ella murieron muchos españoles e indios de los de Paulo Topa, y estuvo Hernando Pizarro a punto de ser perdido a remate, y la causa de tantos muertos fue el no poder pasar el Desaguadero con tiempo. Y viendo esto Paulo Topa dio una industria con que todos los indios y españoles pasaron en balsas muy cómodamente y sin peligro, y Paulo Topa dio con los suyos sobre los collas y los hizo retirar del Desaguadero, y luego llegó Hernando Pizarro con los españoles, y juntándose con ellos, los collas, como se vieron perdidos, se hicieron fuertes en un paso y de allí de nuevo dieron batalla. Pero, al fin, fueron desbaratados por el valor de los españoles, y pelearon aquel día valerosamente, y los collas deshechos algunos se fueron hacia la laguna a ampararse en ella y otros se fueron hacia sus tierras. En esta batalla fue preso Quintiraura, que no tuvo ventura de gozar mucho tiempo el mando y señorío que le habían dado, y los españoles quemaron toda la población que allí había. Hernando Pizarro en los presos y en todos los que pudo haber a las manos, que se habían alzado de los principales, hizo gran castigo, para escarmentarlos que en lo de adelante estuviesen obedientes y no se alzasen. Concluido con esto, Hernando Pizarro pasó con su campo a la provincia de los Charcas, donde estaba Tico, General de Manco Ynga, por cogerle descuidado, pero él, siendo avisado cómo iba contra él Hernando Pizarro, y Paulo Topa en su compañía, con mucha gente, hizo luego un buen ejército de chuis y charcas, y de otras naciones de las de arriba, hasta Chile, y juntó número de coracoras y salió a Hernando Pizarro al encuentro, y en Tapacari les presentó la batalla, la cual dieron los españoles y fueron los indios vencidos y se retiraron con Tico, su General. Hernando Pizarro fue caminando con los suyos hacia Cochabamba y allí asentó su real, y se puso a descansar, porque venía la gente fatigada del camino y de la batalla. Estando holgándose una mañana sin pensarlo, antes que amaneciese, se hallaron cercados de los indios, que, sin duda, debían de estar escondidos cerca, pues tuvieron lugar de poner en torno del real infinidad de maderos a manera de talanqueras muy espesos y fuertes, porque los españoles no se pudiesen aprovechar de los caballos, que era con los cuales hacían más daño en las batallas. Se vio Hernando Pizarro, y Paulo Topa, en grandísimo aprieto porque estaban rodeados por todas partes, sin poder entrar ni salir fuera del real, y si allí se estaban habían de perecer de hambre, y las bestias de pasto. Tico con los indios, que en aquella ocasión había hecho junta de infinidad de ellos, y los había traído con promesa de matar todos los españoles y quedar de aquella vez libres y salvos de sus molestias, y él había incitado y movido a todas aquellas provincias para que se alzasen, con promesas, y aún con amenazas, que les había hecho de parte de Manco Ynga, en cuyo nombre había venido, como dicho es. Viéndose Hernando Pizarro y los españoles cercados y que no tenían remedio, sino a fuerza de brazos romper aquellos maderos y palizadas, como pudiesen, y salir a los enemigos que estaban afuera con las armas aguardando, dieron traza que unos rompiesen y otros peleasen desde dentro. Así, españoles e indios amigos, con Paulo Topa, empezaron a deshacer las talanqueras y a salir a pesar de los indios de Tico, que lo defendían con todo ánimo y furia, y peleaban haciendo cuanto era en ellos. Estuvieron de aquella manera todo el día y la noche, sin descansar los unos ni los otros, con el mayor tesón que se había visto en batalla de indios en este reino. Pero, al fin, fue Dios servido que los españoles, con la ayuda de los indios de Paulo Topa, que lo hicieron con mucho esfuerzo, venciesen a Tico y a los suyos y los hicieron huir, con muertes de grandísima cantidad de ellos, como la pelea duró tanto y con tanta porfía. Tico, como conoció su poca suerte y se vio desbaratado, fuese hacia Pocona retirando con los que le quisieron seguir y desde allí hacia los chichas. Hernando Pizarro y Paulo Topa, no queriendo se alargase, por acabarlo de una vez, a gran prisa partieron en su seguimiento, pero por mucho que hicieron no le pudieron dar alcance. Así, se volvieron a Pocona a descansar, que lo habían bien menester, por el trabajo grande y aprieto que se habían visto en la batalla tan reñida. Estando en Pocona, Paulo Topa quiso intentar si por buenos medios y palabras podía traer a Tico a la obediencia de Su Majestad, el cual estaba en Omahuaca con su gente, y enviále a decir con sus embajadores que ya veía el poco remedio que tenía, y cómo Manco Ynga estaba retirado en Vitcos sin poder salir fuera, ni darle socorro, que mucho mejor le estaba venirse de paz y sosegarse, que no andar de aquella manera, y que él si gustaba hablaría a Hernando Pizarro y alcanzaría dél perdón para Tico y los suyos, y desta manera aseguraría su vida y su quietud. Tico, oyendo el mensaje de Paulo Topa y las buenas razones dél, dijo que de muy buena gana vendría adonde estaba Hernando Pizarro, y le daría la obediencia, como le perdonase y diese la palabra de no hacer mal en su persona. Hernando Pizarro se la dio, y con esto, Tico se vino poco a poco acompañado de todos los caciques y principales de las provincias de los charcas y chuis, y los demás que se habían alzado con él y seguídole en aquella guerra. Con gran acompañamiento llegaron donde estaba Hernando Pizarro y Paulo Topa aguardándoles con sus armas en orden de guerra. Y allí Tico y los curacas hicieron reverencia con mucha humildad, primero a Hernando Pizarro, y luego a Paulo Topa, los cuales los recibieron muy bien. Concluido esto, Hernando Pizarro hizo que sus españoles prendiesen a Tico y a los demás curacas que con él habían venido, y al Tico, sin hacerle mal ninguno, se lo entregó a Paulo Topa por prisionero, diciéndole que lo guardase y lo tratase bien como amigo y confederado suyo, y a los demás curacas les perdonó. Con esto la tierra se fue apaciguando y los indios juntándose en sus pueblos como de antes, sin que hubiese rumor ni revuelta entre ellos. Hernando Pizarro, habiéndola puesto en orden y concierto, se volvió con Paulo Topa al Cuzco, trayendo consigo a Tico y a otros caciques del Collao presos, para entretenerlos en el Cuzco algún tiempo, porque en el inter se sosegasen más las provincias y allanasen más de veras, no viendo entre sí las cabezas que los gobernaban, que son de donde proceden los alzamientos y rebeliones entre los indios.
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Cómo en Paria se hallaron muestras de oro y perlas, y gente de buen trato Estando surto el Almirante a 5 de Agosto, como tenía por devoción no alzar las áncoras en tal día, que era domingo, mandó las barcas a tierra, donde hallaron mucha fruta de la misma que en otras islas, muchísimos árboles y señales de gente que parecía fugitiva por miedo de los cristianos. Pero no queriendo perder más tiempo, siguió la costa arriba otras quince leguas, sin entrar en puerto alguno, por miedo de no hallar los vientos que necesitaba para salir. Fondeó al cabo de las quince leguas, en la costa, y muy luego llegó una canoa al costado de la carabela llamada el Correo, con tres hombres. El piloto, sabiendo lo mucho que el Almirante deseaba tomar lengua de aquella gente, simuló que deseaba hablar con ellos y se echó dentro de la canoa hundiéndola. La gente del navío tomó aquellos tres y los llevó al Almirante, que los halagó mucho y con bastantes dádivas los envió a tierra, donde se veía gran número de indios, los cuales, sabida la buena relación que aquellos les dieron, todos con sus canoas fueron a los navíos para cambiar las cosas que tenían, y eran las mismas que en las otras islas antes descubiertas, aunque allí no vieron las tablachinas o rodelas, ni la hierba envenenada para las saetas, las cuales éstos no usan, pues solamente los caribes acostumbran tenerlas. La bebida de éstos era cierto licor blanco como la leche, y otro que tiraba a negro de sabor de vino verde, hecho de agraz; pero no se pudo saber de qué fruto lo hacían. Llevaban paños de algodón, bien tejidos, de varios colores, del tamaño de pañizuelos, unos mayores y otros menores; lo que más estimaban de nuestras cosas eran las cosas de latón, y especialmente los cascabeles. La gente parecía ser más tratable y sagaz que la de la Española. Cubren sus partes pudendas con un paño de los que hemos mencionado, que son de varios colores; llevan otro rodeado a la cabeza. Las mujeres no encubren cosa alguna, ni siquiera las partes vergonzosas, lo que también se usa en la isla de la Trinidad. Nada vieron de utilidad, fuera de algunos espejillos de oro que llevaban al cuello. Por lo cual, y porque el Almirante no podía detenerse a investigar los secretos del país, mandó que tomasen seis de estos indios, y continuó su camino al Occidente, siempre que la tierra de Paria, a la que dio nombre de isla de Gracia, no era Tierra Firme. De allí a poco vio que se mostraba una isla a Mediodía, y otra no menor al Poniente, toda de tierra muy alta, con campos sembrados y muy poblada; los indios llevaban al cuello más espejos que los anteriores, y muchos guanines, que son oro bajo, y decían que éstos nacían en otras islas occidentales, de gente que devora hombres. Las mujeres llevaban sartas de cuentas en los brazos, y en ellas perlas grandes y pequeñas, muy bien engarzadas, de las que se rescataron algunas para mandarlas como muestra a los Reyes Católicos. Siendo preguntados dónde hallaban aquellas cosas, dijeron por señas que en las conchas de las ostras que pescaban al poniente de la tierra de Gracia y detrás de ésta hacia el Norte. Por lo cual el Almirante se detuvo allí, para tener más certeza de tan buena muestra, y mandó las barcas a tierra, donde se había congregado toda la gente de aquel país, que demostró ser tan pacífica y afable que importunaron a los cristianos para que fuesen con ellos a una casa poco distante, en la que les dieron de comer y mucho vino del suyo. Luego, desde aquella casa, que debía ser el palacio del rey, los llevaron a otra de un hijo de éste, donde les hicieron el mismo agasajo; todos eran, generalmente, más blancos que cuantos se habían visto en las Indias, de mejor semblante y disposición, con el pelo cortado a mitad de la oreja, al uso de Castilla. De estos supieron que aquella tierra se llamaba Paria, y que eran gustosos de ser amigos de los cristianos; con lo que se separaron de éstos y volvieron a los navíos.
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De cómo Atahuallpa salió del Quito con su gente y capitanes y de cómo dio batalla a Atoco en los pueblos de Ambato. Como las postas que estaban en los caminos reales fuesen tantas, no pasaba cosa en parte del reino que fuese oculta, antes era pública por todo el lugar; y como se entendió Atahuallpa haberse escapado por tal ventura y estar en Quito allegando la gente, luego se conoció que la guerra sería cierta; y así, hobo división y parcialidades y novedades grandes y pensamientos enderezados a mal fin. Guascar, en lo de arriba, no tuvo quien no le obedeciese y desease que saliese del negocio con honra y autoridad. Atahuallpa tuvo de su parte los capitanes y gente del ejército y muchos señores naturales y mitimaes de las provincias y tierras de aquella comarca; y cuentan que luego en Quito con celeridad mandó salir la gente, jurando, como ellos juran, que en los Cañares había de hacer castigo grande por el afrenta que allí recibió. Y como supiese venir Atoco con su gente, que pasaría, a lo que dicen, de cuarenta guarangas, que eran millares de hombres, se dio priesa a encontrar con él. Atoco venía marchando porque Atahuallpa no tuviese lugar de hacer llamamiento de gente en las provincias; y, como supo que venía a punto de guerra, habló con los suyos, rogándoles que se acordasen de la honra del Inca Guascar y que se diesen maña a castigar la desvergüenza con que Atahuallpa venía, y por justificar su causa envióle, según dicen, ciertos indios por mensajeros, amonestándole que se contentase con lo que había hecho y no diese lugar a que el reino se encendiese en guerra, y se conformase con el Inca Guascar, que sería lo más acertado. Y aunque eran principales orejones estos mensajeros, cuentan que se rió del dicho que Atoco les enviaba a decir y que, haciendo grandes fieros y amenazas, los mandó matar y prosiguió su camino en ricas andas que le llevaban a hombros de los principales y más privados suyos. Cuentan que encomendó la guerra a su capitán general Calicuchima y a otros dos capitanes, llamados el Quizquiz y el otro Ucumari; y, como Atoco no parase con la gente, pudieron encontrarse cerca del pueblo llamado Ambato, a donde a la usanza del pueblo, comenzaron la batalla y la riñeron entre ellos bien; y habiendo tomado un collado Calicuchima salió a tiempo convenible con cinco mil hombres holgados y dando en los que estaban cansados, los apretaron tanto, que después de muertos los más dellos volvieron, los que no lo eran, las espaldas con gran espanto, y el alcance se siguió y fueron muchos los presos y el Atoco entre ellos. Lo cual, cuentan los que desto me informaron, que lo ataron a un palo, donde con gran crueldad ocultadamente lo mataron y que del caso de su cabeza hizo un vaso Calicuchima, para beber, engastonado en oro. La opinión mayor y que debe ser más cierta, a mi juicio de los que murieron en esta batalla de ambas partes, fueron quince o diez y seis mill indios; y los que se prendieron fueron los más dellos muertos sin piedad ninguna, por mandado de Atahuallpa. --Yo he pasado por este pueblo y he visto el lugar donde dicen questa batalla se dio; y, cierto, según hay la osamenta, debieron aún de morir más gente de la que cuentan. Con esta victoria quedó Atahuallpa muy estimado, y fue la nueva divulgada por todo el reino y llamarónle, los que seguían su opinión, Inca y dijo que había de tomar la borla en Tomebamba, aunque, no siendo en el Cuzco, teníase por cosa fabulosa y sin fuerza. De los heridos mandó curar; y mandaba como rey y así era servido; y caminó para Tomebamba.
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Dícense los lastimosos discursos que hizo el capitán y otros para mitigar el dolor que sintió por haberse perdido el puerto, y para determinarse en lo que bahía de hacer con junta y acuerdo de todos Aquí se le representaba al capitán, que si en Lima le dieran sus despachos el día de San Francisco, tan pleitado, cuan bien venía con su traza, que lo era subir a treinta grados de Polo declinado el sol al Sur; y que para esto bastaban cuarenta días y menos al parecer: y que si de aquella vuelta hallara la buscada tierra, era el tiempo más propio para andar por su costa y entre sus islas; y que si no fuera hallada siguiera aquel paralelo, pues había mes y medio antes de dar el sol la vuelta hasta toparla, o caminar el paso del sol hasta ponerse en veinte grados, y por ellos navegar al Poniente, o con vueltas del Sudueste y Noroeste cruzar aquellos mares hasta toparla o desengañar que no la hay: y hiciera otras muchas diligencias medidas al estado en que se viese. En suma, digo, que desde San Francisco a todo mayo hay ocho meses, menos aquellos cuatro días, y que para ir de Lima de rota batida a Manila bastan dos y medio, y a todo rigor tres meses, y que los cinco restantes era tiempo muy bastante para descubrir y ver muy grandes tierras y puertos o ir por mayo a Manila, que es antes de vendavales, y por octubre o noviembre, que es principio de los Nortes; y de las brisas salir de aquella ciudad e ir por fuera de las dos Javas, al Sur Sudueste a buscar tierras, y pasar el cabo de Buena Esperanza por enero, febrero o marzo, mejores meses del año para montarlo, e ir aportar a España por julio, Agosto o septiembre, que es el Estío. Y que para hacer tan grande hecho como suena, bastaban sólo veinte meses o a lo más largo dos años, y esta verdad la confesarán todos cuantos saben navegar, y también cuán grandes serán los pesares de quien sabe que desta vez ya no puede sacar de tantos trabajos suyos aquellos frutos para otros que pretendió tan de veras. Y con estos grandes cargos de penas el capitán dijo en público, que todos les fuesen testigos, porque si muriese quedase en la memoria de las gentes, que los dos meses y medio de verano dilatados en el Callao, le habían robado el no poder conseguir tan grande empresa como la tuvo presente, y sola media hora de tiempo se la quitó de las manos. Consideraba el mucho contrario viento, la grande cerrazón que había, el paraje a donde al presente estaba no conodido, y ser fuerza haber la nao de descaer y que podría se fuese a parte a donde o se ensenase o diese al través en la costa o en bajos, y todo se acabase allí. Tenía muy presente el ver como al primero lance o trance faltó el ánimo o la maña o los deseos de reparar, a cuya causa podía con razón decir que estaba sin pilotos de quien fiarse, y que a algunas otras personas se les daba poco de lo sucedido y esperado, y menos de sus enfermedades, por las cuales veía el caso en conocido peligro. Dejando aparte las ordenaciones de Dios, sus altos y secretos juicios, y cuán corto entendimiento era el suyo para poder rastrear si convino o no convino lo sucedido, dijo el lastimado capitán que poco importa discreción para bien ordenar las cosas ni ánimo para las acometer aunque más fáciles sean de acabar, si hay quien quiere y puede quitarle todo su justo valor o grandes partes; y que deben los Reyes, cuando emprenden grandes empresas, distinguir, aclarar y fortalecer sus despachos de tal manera, que las personas a quienes cometen las ejecuciones no tengan que dudar, ni de que asir, ni con qué se poder excusar; o no empeñar los hombres para que se vean en unos estados tan confusos y apretados, como estaba el capitán, sin saber cuál consejo era el maduro, ni cuál el verde, ni la elección que hiciese, ni la determinación que tomase, que seguida fuese acierto o al menos parte del remedio a los daños de que estaba amenazado en caso tan importante. Acordóse, pues, de ir, como fuimos, navegando del Nordeste al Norte hasta altura de diez grados y un tercio, paralelo de la isla de Santa Cruz, a donde puestos, el capitán hizo los siguientes discursos. Lo primero, que el viento Sueste tenía la misma fuerza, y que si con tan grande cerrazón iba al Poniente en busca de la isla de Santa Cruz, podría ser quedase al Oriente, y que sin el peligro a que había de poner la nao se alejaba más del remedio si no topaba con ella. Lo segundo, sabía, por haber ya hecho el viaje de Filipinas, ser en ellas principio de sus furiosos vendavales Oeste y colaterales que duran, cuando poco, hasta principio de octubre, a cuya causa le era imposible por entonces ir a ellas. Lo tercero, veía que para acometer el viaje de Acapulco era muy larga distancia, y había de doblar la línea equinoccial sin conocer cuál tiempo en ella era el mejor; y que era muy poca el agua que tenia y ninguna carne, porque el piloto mayor enterró las pipas en el lastre que chupó la salmuera, y por esto se pudrió toda. Sentíase con muchos males y sin médico, y con falta de lo menesteroso para sustentarse. Sabía que en la nao había algunos pocos amigos y otros del todo enemigos, y que los que le habían de ayudar a llevar parte de su carga ésos le cansaban más, y menos componían cosas ni trataban de más que de sólo la seguridad de sus personas y ahorrar de trabajos. No sabía el cierto estado de los otros dos navíos, ni qué sucesos tendrían; por esto hacía cuenta que sola la nao en que estaba había de dar la nueva de las tierras descubiertas, y cuanto esto importaba, y que la misma cuenta debían de hacer los que quedaron en ellas. Otros discursos muy penosos hizo al porpósito, y los consiguientes por consolarse. Lo primero, cuántos navíos aventureros y de flotas y de armadas cargadas de gentes y riquezas se habían perdido, todos en navegaciones sabidas, sin conseguir muchas veces ni el todo ni parte de lo pretendido. Lo segundo, que dejaba descubiertas tantas y tan buenas gentes y tierras, sin saber qué fin tenían, y una tan buena bahía y tan buen puerto dentro en ella, y en nombre de su Majestad tomada la posesión, sin haber costado un hombre; y que todo esto era principio con muy grandes fundamentos para poblar y acabar de descubrir y saber todo cuanto aquellas tierras contienen; y que empresa tan ardua no era mucho no se consiguiese toda una vez, ni de tres aunque hubiera sido ayudada con todas veras, y la gente que llevaba le tuviese el mismo amor que él le tenía. Lo tercero, que pues Dios había sido servido de guialle a aquellas partes, y en ellas le dio tiempo para cuanto estaba hecho, era muy justo estuviese consolado y muy conforme con la voluntad del Señor de los tiempos, y entender que si otra quisiera en favor o al contrario, que también lo pudiera hacer aunque más invierno fuese, y aunque los hombres más contradijesen o más le favoreciesen, y otros millares de contrarios se le atravesasen delante; y que quizá convino lo que tiene sucedido, por causas que de presente no se alcanzan. Lo cuarto, que en los otros dos navíos quedaba la instrucción que había dado, y entendía si estaban salvos harían todos sus poderíos por descubrir más tierras y traer dellas tales nuevas, cuales las esperaba en Dios y en el almirante y en su piloto Juan Bernardo de Fuentidueña, persona de quien fiaría mayores cosas, y también del capitán de la nao Gaspar de Gaya, y de tres muy honrados religiosos; en suma, de toda la gente que aplicó a aquella nao, por ser así conveniente. Finalmente dijo, que debía de conservar lo presente por asegurar lo venidero, y de quien gobierna ha de fiar de algún hombre todo o parte de casos y cosas presentes y ausentes, mayores y menores, y que si aquellos de quien se fía engañan los confiados, no sabía tener remedio, salvante el del cielo. Siéndole al capitán tan forzoso resolverse brevemente en lo que se había de hacer, hizo notificar un auto a todos los oficiales y más personas de la nao, diciendo que considerasen bien todas las razones que daba, el estado presente y cuanto el caso importaba. Hubo algunos, que por la boca de uno tan ignorante como ellos en lo que es navegación, que decían que fuésemos a Filipinas. A esto decían otros, que como tenían dinero querían ir a hacer empleos en loza y gorgoranes de China, aunque lo pagase la obra o al menos la hacienda del Rey; mas al fin todos fueron de parecer que se fuese en demanda del puerto de Acapulco, y lo firmaron de sus nombres a diez y ocho de junio. Al punto el capitán ordenó a los pilotos que fuesen navegando del Nordeste al Norte, si el tiempo diese lugar; mas que si de la parte del Sur, en que estábamos, se hallase alguna isla, se procurase surgir en ella para se hacer una lancha y nuevo acuerdo, en orden a ser Dios y Su Majestad más servidos; y en caso que no se hallase, se fuese siguiendo la referida derrota hasta poner la nao en altura de trece grados y medio, parte del Norte y paralelo de la isla de Guahan en los Ladrones, camino que llevan las naos de Acapulco a Filipinas, para que allí, conforme a la disposición de la gente, tiempos, nao y bastimentos, se hiciese último acuerdo y se tomase resolución de la derrota que se había de seguir para buscar puerto amigo.
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De cómo vino Hernando de Ribera y de su entrada que hizo por el río A 30 días del mes de enero del año de 1543 vino el capitán Hernando de Ribera con el navío y gente con que le envió el gobernador a descubrir por el río arriba; y porque cuando él vino le halló enfermo, y ansimismo toda la gente, de calenturas con fríos, no le pudo dar relación de su descubrimiento, y en este tiempo las aguas de los ríos crescían de tal manera, que toda aquella tierra estaba cubierta y anegada de agua, y por esto no se podían tornar a hacer la entrada y descubrimiento, y los indios naturales de la tierra le dijeron y certificaron que ahí duraba la cresciente de las aguas cuatro meses del año, tanto, que cubre la tierra cinco y seis brazas en alto, y hacen lo que atrás tengo dicho de andarse dentro en canoas con sus casas todo este tiempo buscando de comer, sin poder saltar en la tierra; y en toda esta tierra tienen por costumbre los naturales de ella de se matar y comer los unos a los otros; y cuando las aguas bajan, tornan a armar sus casas donde las tenían antes que cresciesen, y queda la tierra inficionada de pestilencia del mal olor y pescado que queda en seco en ella, y con el gran calor que hace es muy trabajosa de sufrir.
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Cómo vinieron a nuestro real embajadores de Montezuma, gran señor de México, y del presente que trajeron Como nuestro señor Dios, por su gran misericordia, fue servido darnos victoria de aquellas batallas de Tlascala, voló nuestra fama por todas aquellas comarcas, y fue a oídos del gran Montezuma a la gran ciudad de México, y si antes nos tenían por teules, que son como sus ídolos, de allí adelante nos tenían en muy mayor reputación y por fuertes guerreros; y puso espanto en toda la tierra como, siendo nosotros tan pocos y los tlascaltecas de muy grandes poderes, los vencimos, y ahora enviarnos a demandar paz. Por manera que Montezuma, gran señor de México, de muy bueno que era, o temió nuestra ida a su ciudad, despachó cinco principales hombres de mucha cuenta a Tlascala y a nuestro real para darnos el bien venido, y a decir que se había holgado mucho de nuestra gran victoria y que hubimos contra tantos escuadrones de guerreros, y envió un presente, obra de mil pesos de oro, en joyas muy ricas y de muchas maneras labradas, y veinte cargas de ropa fina de algodón, y envió a decir que se holgaba porque estábamos ya cerca de su ciudad, por la buena voluntad que tenía a Cortés y a todos los teules sus hermanos que con él estábamos, que así nos llamaba, y que viese cuánto quería de tributo cada año para nuestro gran emperador, que lo dará en oro, plata y joyas y ropa, con tal que no fuésemos a México; y esto que no lo hacía porque no fuésemos, que de muy buena voluntad nos acogiera, sino por ser la tierra estéril y fragosa, y que le pesaría de nuestro trabajo si nos lo viese pasar, e que por ventura que no lo podía remediar tan bien como querría. Cortés le respondió y dijo que le tenía en merced la voluntad que mostraba y el presente que envió, y el ofrecimiento de dar a su majestad el tributo que decía; y luego rogó a los mensajeros que no se fuesen hasta ir a la cabecera de Tlascala, y que allí los despacharía, porque viese en lo que paraba aquello de la guerra; y no les quiso dar luego la respuesta porque estaba purgado del día antes, y purgóse con unas manzanillas que hay en la isla de Cuba, y son muy buenas para quien sabe cómo se han de tomar. Dejaré esta materia, y diré lo que más en nuestro real pasó.
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Capítulo LXXII Cómo el adelantado Alvarado llegó al pueblo que había descubierto Diego de Alvarado, donde habiendo salido a descubrir topó unos puertos nevados; y del trabajo que pasaron los españoles Como el adelantado había sabido del pueblo que había descubierto Diego de Alvarado, diose mucha prisa andar con los que con él iban, deseando verse envueltos con las muchas ovejas que había. El licenciado Caldera venía siguiendo con gran trabajo que causaban los enfermos que traía, de los cuales casi cada día se morían algunos. Diego de Alvarado, después de haber enviado aviso al adelantado de lo que había descubierto, determinó, con parecer de los que con él estaban, de pasar adelante a descubrir lo que pudiesen; y así lo pusieron por obra llevando sus esclavos y anaconas. Y después de haber andado algún camino, llegaron a unas grandes sierras tan pobladas de nieve cuanto otras lo suelen estar de montaña. El viento austro ventaba tan recio que era otro mayor mal por ser el frío desigual. No había manera de pasar por otra parte, aunque con gran rodeo lo quisieron procurar. Temían los alpes, pero forzados de la necesidad, que había, de saber lo de adelante, se metieron por aquellas nieves; constancia grande para tener en mucho la animosidad de los españoles, pues se han puesto a tales trabajos en estas Indias, que pone grima contarlos: y que se metiesen por entre estas nieves sin saber cuándo ni adónde se acababan, ni otra noticia que alguna que daban los naturales. Pues como se metieron por los nevados puertos caían de las nubes tan grandes copos de la nieve que los fatigaba tanto que no osaban alzar los ojos a ver el cielo porque la nieve les quemaba las pestañas. Los indios que llevaban no podían menear los pies; tomaron en los caballos que pudieron, y como no llevaban gran bagaje, pues caminaban a la ligera, calaron lo que más pudieron con tanto trabajo que pensaron todos ser muertos. Y al cabo de haber andado más de seis leguas, ya que era tarde fue Dios servido de que acabasen de pasar los alpes, y saliendo de tanta nieve llegaron a un pueblo algo grande donde hallaron muchas ovejas y otros bastimentos; y luego se envió relación de todas estas cosas al adelantado, avisándole cómo y de qué manera había de pasar las nieves y de cómo luego hallarían todos mantenimiento para comer. Venía el adelantado, como se ha dicho, delante del licenciado Caldera, que venía con la mayor parte de la gente y del bagaje, y había llegado al pueblo de Ajo, donde había salido Diego de Alvarado. Nunca dejaban de se morir españoles; hacíanse almoneda de sus bienes; querían muchos de los compradores pagar luego en bien oro fino, no querían encargarse de tal trabajo, sino que hiciesen obligaciones para pagar cuando se les pidiese. Venía el licenciado Caldera con gran trabajo por las causas que ya otras veces tengo escritas. Sabían todos lo que tenían por delante de las nieves; temían lo que habían de pasar. Como nunca dejaban de andar, llegaron a las nieves; metiéronse por ellas y caía mucha más que cuando pasó Diego de Alvarado. Los indios que llevaban, naturales de la provincia de Guatimala y algunos de Nicaragua, y otros que habían cautivado en el reino, como todos, son de complexión delicadísima y para poco trabajo, aunque nosotros a su daño y nuestro provecho, siempre juzgamos otra cosa, viéndose en tal aprieto desmayaban porque la nieve que caía les quemaba los ojos, y muchos perdían dedos y pies cuando andaban, y otros se helaban y se quedaban hechos visajes. Frío hacía mucho; el austro no dejó de soplar. Los españoles, así los que iban a pie como a caballo, iban como podréis pensar; como son de gran complexión y tengan ánimo tan maravilloso, esforzábanse para pasar adelante. En esto venía la noche con grande oscuridad, que fue otro tormento desigual: no tenían otro conhorte que encomendarse a Dios, ni guarda, ni candela, ni adonde hacerla, ni con qué. Pusieron como mejor pudieron algunas tiendas para abrigarse algún tanto. Gemían muchos; batían los dientes todos; heláronse algunos negros y muchos indios e indias. El adelantado del gran frío estuvo fatigado, y tanto, que tuviera por mejor no haber salido de su gobernación; y aun para su ánima hubiera valido, pues se excusara muerte de tantos indios como murieron por sacarlos de sus regalos y tierra. Deseaban tanto ver el día que le parecía no había de venir, mas como el alba dio muestra de lo que deseaban, sin mas consejo ni parecer, como los que huyen de peste o escapan de gran tormenta que tal era en la que ellos estaban, dejando el repuesto que habían llevado, se volvieron por donde habían entrado sin querer pasar adelante al pueblo que quedaba atrás donde también llegó el licenciado Caldera con su desventura y trabajo que traía con los enfermos; sin lo cual le sucedió que, llegando a una quebrada hallaron unas uvillas que parecen mortunos, de la calidad de las cuales creo tengo escrito en mi primera parte, y como traían hambre, sin conocer lo que comían, los más metieron tanto la mano en comer, que sin mucho se torcían furiosamente, caían en el suelo sin sentido, haciendo tales bascas y tremor que parecían estar difuntos, y así estuvieron hasta que se pasó aquella maletía y la fruta acabó de hacer su curso tan contagioso. Pasadas estas cosas que la crónica va contando, habiendo tomado su parecer el adelantado con el licenciado Caldera y con los principales que allí venían, se determinó de que convenía, porque totalmente no se perdiesen, de comoquiera que pudiesen pasar los alpes, pues donde Diego de Alvarado estaba sabían haber tan buena tierra y tantas manadas de ovejas como habían oído. Había el licenciado Caldera mandado dar muchos pregones que todos los que quisiesen oro de las cargas que traían de lo que tomaron en la costa que lo pudiese llevar para sí, con que fuese obligado de pagar los quintos. Mofaban de él y sus pregones y tal español hubo que llevándole un negro suyo una carga de aquellas joyas de oro con mucha alegría le dio con ello, diciéndole: "¿En tal tiempo me traes oro que comer?; ¿qué comer me dar, que no quiero oro?". Y antes de pasar los alpes, el mismo adelantado mandó pregonar que quien oro quisiese que lo tomase libremente sin ser obligado a más que pagar al rey sus quintos, mas no lo estimaban; por mejor tenían llevar piedras para moler el pan y otras cosas; que fue causa que todo aquel oro se perdió, dejándolo por aquellos lugares; y todos no buscando otra cosa que ello para enriquecer: no bastó pregón ninguno de los que el licenciado Caldera dio para que se llevase poco ni mucho de ello.
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Capítulo LXXII Que trata de cómo el general Pedro de Valdivia llegó al puerto de la ciudad de los Reyes y de cómo se partió a la ligera a alcanzar el campo de Su Majestad Como en el tiempo que el verano corre, y vienta a la contina el viento sur, y la navegación de los reinos de Chile y para de ellas venir a los del Pirú es a popa, y no es tan manso que con pocas velas no hace andar en breve espacio gran jornada, pues en catorce días allegó el general Valdivia en la nao en que vino hasta el Callao, puerto de la ciudad de los Reyes, el cual está de la ciudad dos leguas llanas. Salido en tierra, dejó el navío al general de la mar que la armada tenía por Su Majestad, para que allí sirviese, y él se fuese a la ciudad con sus amigos, donde escribió al presidente Pedro de la Gasca, que iba marchando con el campo para el Cuzco, haciéndole saber de su venida y la voluntad y buena intención que traía, que era servir a su señoría en el cesáreo nombre de Su Majestad. Suplicóle en su carta que se fuese deteniendo en las jornadas, porque no se detendría él en la ciudad de los Reyes más de diez días, que sería en reformarse de armas y caballos, él y los amigos que llevaba. Tardó el general en esto y en dar socorro a otros soldados que consigo llevó, que por falta de él se habían quedado, gastó en esto diez días, en lo que habemos dicho, sesenta mil pesos en oro. Este término cumplido, salió el general con toda la gente que en los Reyes hizo. Y diose tanta prisa, caminando en un día tanto como el campo de Su Majestad en tres días. Y con esta buena diligencia alcanzó el felicísimo ejército de Su Majestad en el valle que se dice de Andaguailas, cincuenta leguas del Cuzco. Y allegado fue del presidente muy bien recebido con toda la gente que consigo llevaba, teniéndole de parte de Su Majestad en muy señalado servicio el que había hecho en se disponer a tanto trabajo de su persona y gasto de su hacienda por venir a le servir en tal tiempo y en tal coyuntura. Y díjole el presidente que estimaba mucho su persona en tenella en su campo por la buena fama que de él tenía y por la gran experiencia que tenía de la guerra. A lo cual el general Valdivia le agradeció y ofreció de nuevo a servir tan fiel y enteramente como sus obras lo demostrarían, a las cuales se remitía, dando al tiempo por testigo y personas por fiador. Luego mandó el presidente alojar al general Valdivia. Otro día siguiente mandó el presidente que todo el ejército se ajuntase, donde él hizo una habla general a todos. Hizo traspaso en el general Valdivia de toda la autoridad que el presidente tenía de Su Majestad para en los casos y cosas de la guerra y a ella tocantes, y le encargó todo el ejército de Su Majestad, y le puso bajo de su mano y protección, pidiendo por merced el presidente a todos aquellos caballeros, capitanes y gente de guerra, de su parte y de la de Su Majestad, mandándoles primeramente obedeciesen al coronel Pedro de Valdivia en todo lo que les mandase acerca de la guerra, y cumpliesen sus mandamientos, "tan bien y tan enteramente como cumpliréis y habéis cumplido los míos, porque haciéndolo así, hacéis, señores, no pequeño servicio a Su Majestad". Y respondió a esto todo el ejército que lo harían. Hecho esto dijo el presidente, vuelto el rostro al general Valdivia, que le daba aquella autoridad y le encargaba la honra de Su Majestad, como a persona de quien tenía información de su prudencia y experiencia, y largo curso que tenía de las cosas de la guerra y ejercicio militar. Luego el general y coronel se humilló y pidió la mano al presidente de parte de Su Majestad, y le respondió que él tomaba el servicio y cesárea honra de Su Majestad y su real autoridad a su cargo y sobre su persona, la cual emplearía en lo dicho y en defensa de Su Majestad con toda aquella diligencia y plática que tenía de las cosas de la guerra, hasta vencer o perder la vida. Y juntamente con esto tenía tanta esperanza y confianza en Dios nuestro Señor y en la buena ventura de Su Majestad, que viendo tan justa causa como defendía, entendía salir con la empresa de gente y volver toda la tierra del Pirú debajo de la obediencia y vasallaje de Su Majestad, como lo estaba antes de la rebelión de Gonzalo Pizarro. Y que a él y a los que le seguían y ayudaban a seguir tan grave y pesada opinión destruiríalos, matando los unos y prendiendo los demás, para que conforme a sus desméritos fuesen justiciados y castigados. Oído esto por el presidente y por todo el ejército se holgó y regocijó mucho, y todos aquellos caballeros y capitanes del felicísimo ejercito lo mostraron en venirle hablar.
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Que trata de las señales y prodigios que hubo antes de la destrucción y fin del imperio En el año de 1510 que llamaron macuili toxtli, fue cuando apareció en muchas noches un gran resplandor que nacía de la parte de oriente, subía en alto y parecía de forma piramidal, y con algunas llamas de fuego, el cual causó tan gran admiración y temor en toda la tierra, que aún los muy entendidos en la astrología y conocimientos de sus adivinanzas y profecías se hallaban confusos; aunque de muy atrás tenían noticias, y hallaban en sus historias, que ya se acercaban los tiempos en que se habían de cumplir las cosas que dijo y pronosticó Quetzalcóatl y otros filósofos y sabios antiguos; y a quienes más cuidado les daba era a los reyes Nezahualpiltzintli y Motecuhzoma, como personas que en ellos se había de ejecutar el rigor de las mudanzas del imperio, y como el rey de Tetzcuco era tan consumado en todas las ciencias que ellos alcanzaban y sabían, en especial la astrología confirmada con las profecías de sus pasados, además de la aflicción en que se vela, menosprecio su reino y señorío, y así a esta sazón mandó a los capitanes y caudillos de sus ejércitos que cesasen las continuas guerras que tenían con los tlaxcaltecas, huexotzincas y atlixcas, para el ejercicio militar y sacrificio de sus falsos dioses; y contra las provincias remotas en donde tenían sus fronteras y presidios, que tan solamente las guardasen y defendiesen sin hacer algunas entradas, para que el poco de tiempo que le restaba de señorío y mando, le gozasen con toda paz y tranquilidad. Por otra parte, el rey Motecuhzoma tenía muy gran deseo de comunicar con él sobre las señales y de sus operaciones, y corno estaban desavenidos y encontrados, el rey Nezahualpiltzintli por el gran pesar que tenía de la muerte y alevosía que contra su yerno el príncipe Macuilmalinatzin había hecho Motecuhzoma, y éste porque asimismo formaba otras quejas, que era la una la justicia tan severa y pública que Nezahualpiltzintli había hecho con su hermana la reina Chachiuhnenetzin, y las otras asimismo de otros dos castigos que había hecho, el uno contra el príncipe Huexotzincatzin su sobrino, y el otro contra su suegro señor de Azcaputzalco Tezozómoc, se juntaron los dos reyes y satisfaciéndose cada uno de su queja, trataron muy largamente sobre lo que el cielo les amenazaba, y el rey de Tetzcuco dijo que todo se cumpliría sin que tuviese remedio alguno, y para que echase de ver el rey Motecuhzoma en que estimaba su reino y señorío, le propuso que se lo jugaría a trueque de que si le ganaba al juego de la pelota tres rayas, le diese tres gallos monteses, y que de ellos tan solamente quería los espolones, porque echase de ver en qué tanto estimaba todo lo que tenla y poseía; y así los dos reyes jugaron a la pelota, y habiendo ganado Motecuhzoma dos rayas continuas, que ya no le quedaba más de una para hacerse señor de los aculhuas, comenzóse a alegrar y regocijar sumamente, y el rey de Tetzcuco que de intento se había hecho perdedizo, le dijo al rey Motecuhzoma que muy presto pararía aquel gusto de imaginarse hecho señor absoluto del imperio, y echaría de ver cuán mudable y perecedero es el mandar y gozar las cosas que ofrece el mundo, y que en testimonio de ser cierto y verdadero lo que decía, lo echaría de ver en el discurso del juego, porque aunque había ganado dos rayas, no le ganaría; y así prosiguiendo el juego, aunque el rey Motecuhzoma hizo todo lo posible para ganar la raya que le faltaba, no pudo. Nezahualpiltzintli, ganó haciendo todas las tres rayas, y habiéndolos festejado, y tratado de otros negocios, el rey de Tetzcuco se retiró a su casa y corte. Cada día se veían nuevas señales y grandes prodigios y portentos, que anunciaban la ruina y total destrucción de toda esta tierra y mudanza de todo el imperio.