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Cómo usaban hacer los enterramientos y cómo lloraban a los difuntos cuando hacían las obsequias Pues conté en el capítulo pasado lo que se tiene destos indios en lo tocante a lo que creen de la inmortalidad del ánima y a lo que el enemigo de natura humana les hace entender, me parece será bien en este lugar dar razón de cómo hacían las sepulturas y de la manera que metían en ella a los difuntos. Y en esto hay una gran diferencia, porque en una parte las hacían hondas, y en otras altas, y en otras llanas, y cada nación buscaba nuevo género para hacer los sepulcros de sus difuntos; y cierto, aunque yo lo he procurado mucho y platicado con varones doctos y curiosos, no he podido alcanzar lo cierto del origen destos indios o su principio, para saber de dó tomaron esta costumbre, aunque en la segunda parte desta obra, en el primero capítulo, escribo lo que desto he podido alcanzar. Volviendo pues a la materia, digo que he visto que tienen estos indios distintos ritos en hacer las sepulturas, porque en la provincia de Collao (como relataré en su lugar) las hacen en las heredades, por su orden, tan grandes como torres, unas más y otras menos, y algunas hechas de buena labor, con piedras excelentes, y tienen sus puertas que salen al nacimiento del sol, y junto a ellas (como también diré) acostumbran hacer sus sacrificios y quemar algunas cosas, y rociar aquellos lugares con sangre de corderos o de otros animales. En la comarca del Cuzco entierran a sus difuntos sentados en unos asentamientos principales, a quien llaman duhos, vestidos y adornados de lo más principal que ellos poseían. En la provincia de Jauja, que es cosa muy principal en estos reinos del Perú, los meten en un pellejo de una oveja fresco, y con él los cosen, formándoles por de fuera el rostro, narices, boca y lo demás, y desta suerte los tienen en sus propias casas, y a los que son señores y principales, ciertas veces en el año los sacan sus hijos y los llevan a sus heredades y caseríos en andas con grandes cerimonias, y les ofrecen sus sacrificios de ovejas y corderos, y aun de niños y mujeres. Teniendo noticia desto el arzobispo don Jerónimo de Loaysa, mandó con gran rigor a los naturales de aquel valle y a los clérigos que en él estaban entendiendo en la doctrina que enterrasen todos aquellos cuerpos, sin que ninguno quedase de la suerte que estaba. En otras muchas partes de las provincias que he pasado los entierran en sepulturas hondas y por de dentro huecas, y en algunas, como es en los términos de la ciudad de Antiocha, hacen las sepulturas grandes, y echan tanta tierra que parecen pequeños cerros. Y por la puerta que dejan en la sepultura entran con sus difuntos y con las mujeres vivas y lo demás que con él meten. Y en el Cenu muchas de las sepulturas eran llanas y grandes, con sus cuadras , y otras eran con mogotes, que parecían pequeños collados. En la provincia de Chichán, que es en éstos llanos, los entierran echados en barbacoas o camas hechas de cañas. En otro valle destos mismos, llamado Lunaguana, los entierran sentados. Finalmente, acerca de los enterramientos, en estar echados o en pie o sentados, diescrepan unos de otros. En muchos valles destos llanos, en saliendo del valle por las sierras de rocas y de arena, hay hechas grandes paredes y apartamientos, adonde cada linaje tiene su lugar establecido para enterrar sus difuntos, y para ello han hecho grandes huecos y concavidades cerradas con sus puertas, lo más primamente que ellos pueden; y cierto es cosa admirable ver la gran cantidad que hay de muertos por estos arenales y sierras de secadales; y apartados unos de otros, se ven gran número de calavenas y de sus ropas, ya podrecidas y gastadas con el tiempo. Llaman a estos lugares, que ellos tienen por sagrados, guaca, que es nombre triste, y muchas dellas se han abierto, y aun sacado los tiempos pasados, luego que los españoles ganaron este reino, gran cantidad de oro y plata; y por estos valles se usa mucho el enterrar con el muerto sus riquezas y cosas preciadas, y muchas mujeres y sirvientes de los más privados que tenía el señor siendo vivo. Y usaron en los tiempos pasados de abrir las sepulturas y renovar la ropa y comida que en ellas habían puesto. Y cuando los señores morían, se juntaban los principales del valle y hacían grandes lloros, y muchas de las mujeres se cortaban los cabellos hasta quedar sin ninguno, y con atambores y flautas salían con sones tristes cantando por aquellas partes por donde el señor solía festejarse más a menudo, para provocar a llorar a los oyentes. Y habiendo llorado, hacían más sacrificios y supersticiones, teniendo sus pláticas con el demonio, Y después de hecho esto y muértose algunas de sus mujeres, los metían en las sepulturas con sus tesoros y no poca comida, teniendo por cierto que iban a estar en la parte que el demonio les hace entender. Y guardaron, y aun agora lo acostumbran generalmente, que antes que los metían en las sepulturas los lloran cuatro o cinco o seis días, o diez, según es la persona del muerto, porque mientras mayor señor es, más honra se le hace y mayor sentimiento muestran, llorándolo con grandes gemidos y endechándolo con música dolorosa, diciendo en sus cantares todas las cosas que sucedieron al muerto siendo vivo. Y si fue valiente, llévanlo con estos lloros, contando sus hazañas; y al tiempo que meten el cuerpo en la sepultura, algunas joyas y ropas suyas queman junto a ella, y otras meten con él. Muchas destas cerimonias ya no se usan, porque Dios no lo permite y porque poco a poco van estas gentes conociendo el error que sus padres tuvieron y cuán poco aprovechan estas pompas y vanas honras, pues basta enterrar los cuerpos en sepulturas comunes, como se entierran los cristianos, sin procurar de llevar consigo otra cosa que buenas obras, pues lo demás sirve de agradar al demonio y que el ánima abaja al infierno más pesada y agravada. Aunque cierto los más de los señores viejos tenga que se deben de mandar enterrar en partes secretas y ocultas, de la manera ya dicha, por no ser vistos ni sentidos por los cristianos. Y que lo hagan así lo sabemos y entendemos por los dichos de los más mozos.
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Capítulo LXIII Cómo el Marqués Pizarro careó a Chalco Chima y Atao Hualpa y mandó matar a Atao Hualpa Llegaron el capitán Soto y Pedro del Barco con Ancamarca Maita, el orejón, a Caxa Marca llevando preso a Chalco Chima a do le pusieron en prisión, aparte de donde estaba Atao Hualpa, y el marqués Pizarro quiso hacer justicia dél y, para hacerlo mejor, lo careó con Atao Hualpa en su presencia, y allí, preguntando al uno y al otro, cada uno se disculpaba con el otro, cargándole la culpa de todos los daños y muertes que se habían cometido y hecho. Atao Hualpa decía que él no le había mandado llegase al Cuzco, ni matar tanto número de personas como allí había muerto, ni hacer tales crueldades ni destrucción de tanto linaje principal; Chalco Chima le respondió: Señor, decid la verdad y no queráis echarme a mi culpa, pues no la tengo; cuando empezasteis las diferencias y pasiones con vuestro hermano Huascar Ynga, entonces, cuando salisteis contra sus capitanes con ejército y nos mandasteis os siguiésemos y tomasteis las andas de vuestro padre Huaina Capac, y las vestiduras que estaban en los depósitos, ¿hicisteis eso para tener miedo? Decid, Señor, la verdad de lo que hay y lo que mandasteis, cuando salí con vuestro ejército en compañía de Quisquis, que hiciese y no queráis cargármelo a mí ahora todo, que yo hice lo que vos me ordenasteis. Oyendo esto el marqués don Francisco Pizarro los mandó a entrambos volver a la prisión, y así lo hizo, y ya iban llegando a Caxa Marca los curacas y gobernadores de las provincias, que iban por mandado de Quisquis a dar la obediencia a Atao Hualpa como Rey e Ynga suyo, y llevaban el oro y plata y cántaros y otras riquezas de vajilla que él había pedido trajesen a gran prisa, para pagar su rescate y salir de la prisión en que le tenían los españoles. Y todo se metía en la sala hasta cumplir la cantidad que tenía prometida. Y los caciques y gobernadores que llegaban, como le hallaron preso y vieron que no le podían hablar, pesóles mucho dello y trataron que les diese licencia el Marqués para verle en la prisión, y allí le vieron y hablaron, tratando con él del rescate y otras cosas. Atao Hualpa les dijo que rogasen ellos al Marqués le dejase salir a comer y beber con ellos y holgarse un rato, pues había días que estaba preso y el rescate se iba juntando a gran prisa. Dicen algunos que esto trató con intención si pudiese escaparse y huirse de los españoles, de quien no era tratado con cortesía ninguna especial, como no acababa de juntarse el oro y plata tan presto demandaba. Los caciques y los demás fueron al Marqués, y con mucha humildad se lo rogaron y pidieron por merced, y él entonces, con buena voluntad, se lo otorgó, pero mandó armar algunos soldados y les dijo que se fuesen con él con cuidado y le asistiesen, porque si tenía mala intención no la pudiese ejecutar ni huirse ni hacer ninguna traición. Así salió con los soldados a los suyos y comió y bebió con ellos a su usanza, y habiéndose holgado ya, que era algo tarde, le volvieron a la prisión los soldados, donde estuvo algunos días. Algunos españoles de los conquistadores dicen que se quisieron rebelar, pero esta fama cierto es que la levantó Philipillo, lengua e intérprete del Marqués, porque, según se dijo, se revolvió con una de las mujeres de Atao Hualpa, y temeroso él y aun ella que si salía de la prisión lo castigaría, y otros dicen que sabido por Atao Hualpa, le amenazó, y así él empezó a esparcir este rumor. Y como los españoles no estaban muy seguros, sabiendo el ejército tan grande que Quisquis tenía en el Cuzco y el dilatarse el hinchimiento de la sala del oro y plata para el rescate, que aunque fuera en un día traído, les pareciera tarde, les incitaba a dar al través con el pobre rey y matarlo. Empezó a hacer información contra él el Marqués Pizarro y hacerle cargo de la muerte de su hermano. Hiciéronle cargo que se quería huir y alborotar la guerra contra los españoles. Negó con grandísimo ánimo Atao Hualpa quererse alzar ni rebelar, ni hacer cosa contra los españoles, ni haber intentado hacerles mal, y pidió que al Philipillo no le creyesen, y que si él había mandado matar a su hermano, lo pudo hacer, porque su hermano sin razón le movió guerra, no habiéndole a él pasado por el pensamiento ofenderle ni negarle la obediencia, y le había enviado a Quito a prender, y que si le prendiera le matara, como había hecho a otros hermanos suyos, que los había muerto sin ocasión, y que así él pudo defenderse, y que siempre fue provocado de su hermano Huascar Ynga, enviando capitanes que le destruyesen. Pero como los jueces, intérprete y demás ministros estaban ciegos con la pasión y codicia, no le aprovechó al desdichado de Atao Hualpa las razones tan fuertes que alegó, ni la verdad para que le dejasen de condenar a muerte. Oyó la sentencia con buen ánimo, y advertido de religiosos de los bienes inestimables y preciosos que gozaría en el cielo, y que la salvación de su alma pendía del sacro bautismo, medio principal para gozar de Dios y puerta de los demás sacramentos, con mucha voluntad lo pidió y lo recibió, quedando por él cristiano y señalado con el carácter de Cristo y por su oveja, lavando con él todas las manchas y culpas de que estaba inficionado, y hermoseando su alma con la gracia. Algunos conquistadores decían que lo enviasen a España, al emperador don Carlos, Nuestro Señor, que era el menor mal, pues quedaba con la vida, pero no aprovechó, que él estaba resoluto en que muriese. Algunos dicen que hizo testamento; sea lo que fuere, él amaneció una mañana dado garrote y con su borla en la cabeza, que era, como hemos dicho, la insignia y corona real. Muerto Atao Hualpa, algunos indios y principales de los que allí estaban, que eran de la parcialidad de Huascar Ynga, recibieron contento dello, como no le tenían afición, ni por Rey e Ynga verdadero y natural, sino por tirano intruso, y otros gobernadores y principales, especial los de provincias de Quito, que eran de su opinión y seguían su intento, les pesó, e hicieron por su muerte grandísimo sentimiento y llanto. Enterráronle a nuestra usanza, pero acabados algunos días, dos capitanes antiguos suyos y que más se habían señalado en su servicio y estaban allí con él, llamados Rumiñaui y Unanchuillo, secretamente desenterraron el cuerpo de donde estaba sepultado y se huyeron con él, llevándolo a Quito, donde había sido su principal asiento. Fue la muerte deste valeroso Rey Ata Hualpa el año de mil y quinientos y treinta y tres, era mozo cuando murió y buena disposición y talle, y de ánimo verdaderamente real y magnánimo y liberal con los suyos, que esto fue ocasión de que alzándose contra su hermano se pudiese sustentar y le siguiesen con gran prontitud de voluntad los suyos. Tuvo grandísimo ornato y aderezo de su persona y mucha abundancia de mujeres, porque sólo en el baño se hallaron número de cinco mil; no se sabe cuál fuese la coya y legítima sobre todas, y aunque dejó hijos, debieron de morir, porque no se tiene noticia de más de una, llamada este trozo en blanco, que fue casada con Blas Gómez, español. Los vestidos ricos y riqueza de la casa de Atao Hualpa fue infinita y de precio excesivo. Todo lo cual hubieron y gozaron los españoles.
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Cómo el Almirante fue a España para dar cuenta a los Reyes Católicos del estado en que dejaba la isla Española Volviendo a lo principal de nuestra historia, digo que el Almirante, habiendo ya pacificado la isla y fabricado la villa Isabela, bien que pequeña, y tres fortalezas en aquella tierra, decidió volver a España para dar a los Reyes Católicos cuenta de muchas cosas que le pareció convenían a su servicio; especialmente a causa de muchos malignos y mordaces que, llevados de la envidia, no cesaban de hablar mal al Rey de los negocios de las Indias, con gran descrédito y deshonra del Almirante y de sus hermanos. Por lo que, con doscientos veinticinco cristianos y treinta indios, el jueves, a 10 de Marzo del año 1496, se embarcó. Al amanecer mandó desplegar velas al viento en el puerto de la Isabela, y con viento de Levante navegó por la costa arriba con dos carabelas llamadas Santa Cruz y la Niña, que eran las mismas con las que había ido a descubrir la isla de Cuba. Martes, a 22 de Marzo, perdió de vista el cabo oriental de la Española, y navegó hacia Levante lo más que el viento le consentía. Pero como la mayor parte de los vientos eran de Levante, a 6 de Abril; por andar escaso de bastimentos, y por estar la gente muy cansada y abatida, resolvió ir hacia Mediodía, para tomar las islas de los Caribes, a las que llegó tres días después, y fondeó en Marigalante el sábado, a 9 de Abril. Al día siguiente, aunque era su costumbre no levar las anclas en domingo cuando estaba en algún puerto, alzó velas al viento, porque murmuraba la tripulación, diciendo que pues iban a buscar de comer, no se debían observar con tanto rigor las fiestas. Por esto, fue a surgir en la isla de Guadalupe, y enviadas las barcas a tierra bien armadas, antes de que llegasen, salieron de un bosque muchas mujeres con arcos, saetas y penachos, en actitud de defender la tierra. Por lo cual, y también porque el mar estaba algo encrespado, los de las barcas, sin llegar a tierra, mandaron a nado a dos de los indios que llevaban de la isla Española, por los cuales fuesen bien informadas aquellas mujeres de lo que eran los cristianos. Sabido por éstas que no querían más que bastimentos a cambio de las cosas que llevaban, les dijeron que fuesen con sus navíos hacia a la parte del Norte, donde estaban sus maridos, quienes les proveerían de todo lo que deseaban. Yendo los navíos muy cerca de tierra, vieron correr a la costa muchos indios con arcos y flechas, los que acometieron a los nuestros con grandísimo atrevimiento y gritería, aunque en vano, pues no llegaban con sus flechas. Pero viendo que los de las barcas armadas querían salir a tierra, los indios se retiraron a una emboscada, y cuando los nuestros estaban ya junto a la costa, los asaltaron para impedir que desembarcasen. Pero asustados con las lombardas que les dispararon desde las naves, fueron obligados a retirarse al bosque, abandonando sus posesiones y sus casas, en las que entraron los cristianos, cogiendo y destruyendo lo que hallaban. Como sabían el modo de hacer el pan de los indios, echaron mano a la masa y comenzaron a elaborar pan, de modo que se reunió de éste todo lo que hacía falta. Entre otras cosas que hallaron en aquella casa, fueron papagayos grandes, miel, cera y hierro, del que tenían pequeñas hachas con las que cortan, y telares como de tapices, con los cuales tejen telas; las casas eran cuadradas, y no redondas como en las otras islas; en una de ellas fue hallado un brazo de hombre puesto al fuego en un asador. Mientras hacían pan, el Almirante mandó cuarenta hombres por la isla para que supiesen alguna cosa de la calidad y disposición de ésta; los cuales al día siguiente, volvieron con una presa de diez mujeres y tres muchachos, pues los demás habían huido. Entre las mujeres que cautivaron estaba la de un cacique, que apenas la pudo alcanzar un canario velocísimo y muy valiente, que había llevado consigo el Almirante; y aún se habría escapado la india, pero cuando ésta se vio sola con el canario, creyó que podría cogerlo, y así luchando a brazo partido, el canario no podía resistirla, de modo que lo echó en tierra, y lo hubiese ahogado, si los cristianos no hubiesen ido a socorrerlo. Estas mujeres llevan las piernas fajadas, desde la pantorrilla, hasta la rodilla, con algón hilado, para que parezcan recias, a cuyo adorno llaman coiro; lo tienen por gran gentileza, y se aprietan con él de tal suerte que, si por algún motivo se les cae esta faja, aquella parte de la pierna resulta muy delgada. Esto mismo acostumbran en Jamaica los hombres y las mujeres, y aún se fajan los brazos hasta el sobaco, a saber, hasta la parte delgada, a guisa de los brazales que antiguamente se usaban entre nosotros. Hay también entre ellas ciertas mujeres muy gordas, tanto que alguna tenía un brazo, y aún más, de recia; en lo demás son bien proporcionadas; en cuanto sus hijos pueden estar de pie y andar, les dan un arco en la mano, para que aprendan a disparar saetas; todas llevan el cabello largo y suelto por la espalda; no cubren cosa alguna de su cuerpo. La cacica o señora que tomaron, decía que toda la isla era de mujeres, y que aquellas que no les habían dejado llegar con sus barcas a tierra, eran también mujeres, excepto cuatro hombres de otra isla que estaban allí de paso, pues cierto tiempo del año suelen venir a recrearse y estar con ellas. Lo mismo hacían las mujeres de otra isla llamada Matinino, de las cuales referían lo que se lee de las amazonas; el Almirante creyó esto por lo que había visto en aquellas mujeres, y el ánimo y fuerza que mostraron. Dícese también que parecen dotadas de más inteligencia que las de otras islas, pues en otros lugares no miden el tiempo más que de día por el sol, y de noche, por la luna; mientras que estas mujeres contaban los tiempos por las estrellas, diciendo: cuando el carro sube, o tal estrella desciende, entonces es tiempo de hacer esto, o lo otro.
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Cómo Guayna Capac entro por Bracamoros y volvió huyendo y lo que más le sucedió hasta que llegó a Quito. Público es entre muchos naturales de estas partes que Guayna Capac entró por la tierra que llamamos Bracamoros y que volvió huyendo de la furia de los hombres que en ellas moran; los cuales se habían acaudillado y juntado para defender a quien los fuese a enojar; y, sin los orejones del Cuzco, cuenta esto el señor de Chincha y algunos principales del Collao y los de Xauxa. Y dicen todos que, yendo Guayna Capac acabando de asentar aquellas tierras por donde su padre pasó y que había sujuzgado, supo de cómo en los Bracamoros había muchos hombres y mujeres que tenían tierras fértiles y que bien adentro de la tierra había una laguna y muchos ríos, llenos de grandes poblaciones. Cobdicioso de descubrir y ganoso de señorear, tomando la gente que le paresció, con poco bagaje, mandó caminar para allá, dejando el campo alojado por los tambos reales y encomendado a su capitán general. Entrando en la tierra iban admirando el camino con asaz trabajo, porque pasada la cordillera de los promontorios nevados dieron en la montaña de los Andes y hallaron ríos furiosos que pasar y caían muchas aguas del cielo. Todo no fue parte para que el Inca dejase de llegar a donde los naturales por muchas partes puestos en sus fuertes les estaban aguardando, desde donde le mostraban sus vergüenzas, afeándole su venida; y comenzaron la guerra unos y otros y tantos de los bárbaros se juntaron, los más desnudos sin traer ropas, a lo que se afirmaba, que el Inca determinó de se retirar y lo hizo sin ganar nada en aquella tierra. Y los naturales que lo sintieron le dieron tal priesa que a paso largo, a veces haciendo rostros, a veces enviando presentes, se descabulló dellos y volvió huyendo a su reino, afirmando que se había de vengar de los rabudos; lo cual decía porque algunos traían las maures largas que les colgaban por encima de las piernas. Desde estas tierras donde ya había reformado, se afirma también que envió capitanes con gente la que bastó a que viesen la costa de la mar lo que había a la parte del Norte y que procurasen de atraer a su servicio los naturales de Guayaquil y Puerto Viejo; y que estos anduvieron por aquellas comarcas, en las cuales tuvieron guerra y algunas batallas, y en unos casos quedaban vencedores y en otros no del todo; y ansí anduvieron hasta Collique, donde toparon con gentes que andaban desnudas y comían carne humana y tenían las costumbres que hoy tienen y usan los comarcanos al río de Sant Juan; de donde dieron la vuelta, sin querer pasar adelante, a dar aviso a su rey, que con toda su gente había llegado a los Cañares; a donde se holgó en estremo, porque dicen nacer allí y que halló hechos grandes aposentos y tambos y mucho proveimiento y envió embajadas a que le viniesen a ver de las comarcas; y de muchos lugares le vinieron embajadores con presentes. Tengo entendido que, por cierto alboroto que intentaron ciertos pueblos de la comarca del Cuzco, lo sintió tanto que, después de haber quitado las cabezas a los principales, mandó expresamente que los indios de aquellos lugares trajiesen de las piedras del Cuzco la cantidad que señaló para hacer en Tomebamba unos aposentos de mucho primor, y que con maromas las trujiesen: y se cumplió su mandamiento. Y decía muchas veces Guayna Capac que las gentes destos reinos, para tenellos bien sojuzgados, convenía, cuando no tuviesen que hacer ni que entender, hacerles pasar un monte de un lugar a otro; y aún del Cuzco mandó llevar piedras y losas para edificios del Quito, que hoy día tienen en los edificios que las pusieron. De Tomebamba salió Guayna Capac y pasó por los Puruaes y descansó algunos días en Riobamba y en Mocha y en La Tacunga descansaron sus gentes y tuvieron bien que beber del mucho brebaje que para ellos estaba aparejado y recogido de todas partes. Aquí fue saludado y visitado de muchos señores y capitanes de la comarca y envió orejones de su linaje a que fuesen por la costa de Los Llanos y por la serranía a tomar cuenta de los quiposcamayos, que son sus contadores, de lo que había en los depósitos, y a que supiesen cómo se habían con los naturales los quél tenía puestos por gobernadores y si eran bien preveídos los templos del sol y los oráculos y guacas que había en todo lugar; y al Cuzco envió sus mensajeros para que ordenasen las cosas que dejaba mandadas y en todo se cumpliese su voluntad. Y no había día que no le venían correos, no uno ni pocos sino muchos, del Cuzco, del Collao, de Chile y de todo su reino. De La Tacunga anduvo hasta que allegó a Quito, donde fue recebido, a su modo y usanza, con grandes fiestas; y le entregó el gobernador de su padre los tesoros, que eran muchos, con la ropa fina y cosas más que a su cargo eran; y honróle con palabras, loando su fidelidad, llamándole padre y que siempre le estimaría conforme a lo mucho que a su padre y a él había servido. Los pueblos comarcanos a Quito enviaron muchos presentes y bastimento para el rey y mandó que en el Quito se hiciesen más aposentos y más fuertes de los que había; y púsose luego por obra y fueron hechos los que los nuestros hallaron cuando aquella tierra ganaron.
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Lo que pasó al capitán con el piloto mayor y ciertas personas que por él le hablaron en pro y en contra, y la libertad de dos esclavos Luego el piloto mayor rogó con encarecimiento grande al capitán le perdonase. El capitán le preguntó de qué le pedía perdón, porque si procedía de cosas que tocaban a él, estuviese cierto que sin que tal perdón le pidiese estaba perdonado, y que si el perdón pedido nacía de cosas tocantes al servicio Real, lo dijese, para que fuese sabido que el haberle descompuesto fue con razón y justicia. El piloto mayor dijo a esto, jurando con grande demostración de inocencia, que ni al Rey ni al capitán ofendió en cosa alguna, ni deseó de ofender; y dijo a esto el capitán: --Según lo dicho, yo soy el que debo de pedir ese perdón. Luego un cierto religioso apartó al capitán y le dijo estaba el piloto mayor muy reconocido y grato, y que de allí adelante había de hacer maravillas en todos casos, y que ya las estaba obrando y era deso testigo. El capitán le dijo que lo dejaba a Dios, que sabía las más secretas intenciones y no le podían engañar, y que para con él muy de otra manera lo había de haber hecho el Piloto mayor, habiéndose fiado de su persona negocio que en sí encierra tantos bienes y juntamente su honra; y que aún era muy temprano, porque sus obras de atrás le habían avisado no se fiase de sus palabras ni ofrendas, y que el haber hecho tanto bien a quien no lo aprovechase le quedaría por pena. Otras personas había que daban prisa al capitán contra el piloto mayor, y a todas respondió que hasta Dios justifica sus causas, avisando, perdonando y esperando; y que cuando no aprovechaba, tomaba en la mano el azote e iba dando los golpes como merecían los culpados, y que al piloto mayor tenía preso, entendiendo ser castigo que de presente bastaba. Libertad dada a dos esclavos El capitán rogó al capitán Alonso Álvarez de Castro, y a Juan Bernardo de Fuentidueña, piloto del almiranta, que diesen, como dieron de muy buena voluntad apuntando causas piadosas y por honra de la fiesta de aquel día, libertad a un esclavo que cada uno tenía, de que le hicieron sus cartas. Esto hecho, nos fuimos a comer a la sombra de grandes y coposos árboles junto a un claro arroyuelo, el cuerpo de guarda vivo y repartidas las postas.
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De cómo vino la lengua de la casilla Otro día, a las tres horas de la tarde, vino la lengua y trujo consigo el indio que dijo que sabía el camino, al cual recebió y habló muy alegremente, y le dio de sus rescates, con que él se contentó; y el gobernador mandó a la lengua que de su parte le dijese y rogase que con toda verdad le descubriese el camino de la tierra poblada. El dijo que había muchos días que no había ido por él, pero que él lo sabía y lo había andado muchas veces yendo a Tapuaguazu, y que de allí se parescen los humos de toda la población de la tierra; y que iba él a Tapua por flechas, que las hay en aquella parte, y que ha dejado muchos días de ir por ellas, porque yendo a Tapua vio antes de llegar humos que se hacían por los indios, por lo cual conosció que se comenzaban a venir a poblar aquella tierra los que solían vivir en ella, que la dejaron despoblada en tiempo de las guerras, y por que no lo matasen no había osado ir por el camino, el cual está ya tan cerrado, que con muy gran trabajo se puede ir por él, y que le paresce que en dieciséis días iban hasta Tapua yendo cortando los árboles y abriendo camino. Fue preguntado si quería ir con los cristianos a les enseñar el camino, y dijo que sí iría de buena voluntad, aunque tenía gran miedo a los indios de la tierra; y vista la relación que dio el indio, y la dificultad y el inconveniente que decía del camino, mandó el gobernador juntar los oficiales de Su Majestad y a los clérigos y capitanes para tomar parescer con ellos de lo que se debía hacer sobre el descubrimiento, platicado con ellos lo que el indio decía; dijeron que ellos hablan visto que a la mayor parte de los españoles les faltaba el bastimento, y que tres días había que no tenían qué comer, y que no lo osaban pedir por la desorden que en lo gastar había habido y tenido, y viendo que la primera guía que habíamos traído que había certificado que al quinto día hallarían de comer y tierra muy poblada y muchos bastimentos; y debajo de esta seguridad, y creyendo ser así verdad, habían puesto los cristianos e indios poco recaudo y menos guarda en los bastimentos que habían traído, porque cada cristiano y traía para sí dos arrobas de harina; y que mirase que en el bastimento que quedaba no les bastaba para seis días; y que pasados éstos, la gente no tenía qué comer, y que les parescía que sería caso muy peligroso pasar adelante sin bastimentos con que se sustentar, mayormente que los indios nunca dicen cosa cierta; que podría ser que donde dice la guía que hay dieciséis jornadas hobiese muchas más, y que cuando la gente hobiese de dar la vuelta no pudiesen, y de hambre se muriesen todos, como ha acaescido muchas veces en los descubrimientos nuevos que en todas estas partes se han hecho, y que les parescía que por la seguridad y vida de estos cristianos e indios que traía, se debía de volver con ellos al puerto de los Reyes, donde había salido y dejado los navíos, y que allí se podrían tornar a fornescer y proveer de más bastimentos para proseguir la entrada; y que esto era su parescer, y que si necesario fuera, se lo requerían de parte de Su Majestad.
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Cómo tuvimos nuestro real asentado en unos pueblos y caseríos que se dicen Teoacingo o Teuacingo, y lo que allí hicimos Como nos sentimos muy trabajados de las batallas pasadas y estaban muchos soldados y caballos heridos, y teníamos necesidad de adobar las ballestas y alistar almacén de saetas, estuvimos un día sin hacer cosa que de contar sea; y otro día por la mañana dijo Cortés que sería bueno ir a correr el campo con los de a caballo que estaban buenos para ello, porque no pensasen los tlascaltecas que dejábamos de guerrear por la batalla pasada, y porque viesen que siempre los habíamos de seguir; y el día pasado, como he dicho, habíamos estado sin salirlos a buscar, e que era mejor irles nosotros a acometer que ellos a nosotros, porque no sintiesen nuestra flaqueza; y porque aquel campo es muy llano y muy poblado. Por manera que con siete de a caballo y pocos ballesteros y escopeteros, y obra de doscientos soldados y con nuestros amigos, salimos y dejamos en el real buen recaudo, según nuestra posibilidad, y por las casas y pueblos por donde íbamos prendimos hasta veinte indios e indias sin hacerles ningún mal; y los amigos, como son crueles, quemaron muchas casas y trajeron bien de comer gallinas. y perrillos; y luego nos volvimos al real, que era cerca. Y acordó Cortés de soltar los prisioneros, y se les dio primero de comer, y doña Marina y Aguilar les halagaron y dieron cuentas, y les dijeron que no fuesen más locos, e que viniesen de paz que nosotros les queremos ayudar y tener por hermanos: y entonces también soltamos los dos prisioneros primeros, que eran principales, y se les dio otra carta para que fuesen a decir a los caciques mayores, que estaban en el pueblo cabecera de todos los demás pueblos de aquella provincia, que no les veníamos a hacer mal ni enojo, sino para pasar por su tierra e ir a México a hablar a Montezuma; y los dos mensajeros fueron al real de Xicotenga, que estaba de allí obra de dos leguas, en unos pueblos y casas que me parece que se llamaban Tecuacinpacingo; y como les dieron la carta y dijeron nuestra embajada, la respuesta que les dio su capitán Xicotenga "el mozo" fue que fuésemos a su pueblo, adonde está su padre; que allá harían las paces con hartarse de nuestras carnes y honrar sus dioses con nuestros corazones y sangre, e que para otro día de mañana veríamos su respuesta; y cuando Cortés y todos nosotros oímos aquellas tan soberbias palabras, como estábamos hostigados de las pasadas batallas e encuentros, verdaderamente no lo tuvimos por bueno, y a aquellos mensajeros halagó Cortés con blandas palabras, porque les pareció que habían perdido el miedo, y les mandó dar unos sartalejos de cuentas, y esto para tornarles a enviar por mensajeros sobre la paz. Entonces se informó muy por extenso cómo y de qué manera estaba el capitán Xicotenga, y qué poderes tenía consigo, y le dijeron que tenía muy más gente que la otra vez cuando nos dio guerra, porque traía cinco capitanes consigo, y que cada capitanía traía diez mil guerreros. Fue desta manera que lo contaba, que de la parcialidad de Xicotenga, que ya no veía de viejo, padre del mismo capitán venían diez mil, y de la parte de otro gran cacique que se decía Mase-Escaci, otros diez mil, y de otro gran principal que se decía Chichimecatecle, otros tantos, y de otro gran cacique señor de Topeyanco, que se decía Tecapaneca cincuenta mil, e de otro cacique que se decía Guaxocingo, otros diez mil; por manera que eran a la cuenta cincuenta mil, y que habían de sacar su bandera y seña, que era un ave blanca, tendidas las alas como que quería volar, que parece como avestruz, y cada capitán con su divisa y librea; porque cada cacique así las tenía diferenciadas. Digamos ahora como en nuestra Castilla tienen los duques y condes; y todo esto que aquí he dicho tuvímoslo por muy cierto, porque ciertos indios de los que tuvimos presos, que soltamos aquel día, lo decían muy claramente, aunque no eran creídos. Y cuando aquello vimos, como somos hombres y temíamos la muerte, muchos de nosotros y aun todos los más, nos confesamos con el padre de la Merced y con el clérigo Juan Díaz, que toda la noche estuvieron en oír de penitencia y encomendándonos a Dios que nos librase no fuésemos vencidos; y desta manera pasamos hasta otro día; y la batalla que nos dieron, aquí lo diré.
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Capítulo LXIV De lo que hicieron los españoles que Pizarro envió a Xauxa a la costa del mar del Sur En los capítulos de atrás conté cómo estando en Xauxa don Francisco Pizarro, mandó a ciertos españoles que fuesen a los llanos a mirar la costa de la mar para fundar algunas ciudades con la gente que venía en los navíos, y éstos fueron a salir a Pachacama, y tomando la costa en la mano hacia la parte del norte, anduvieron por todos los valles y ríos, tomando posesión por el emperador, y Pizarro en su nombre, de lo cual daba fe un escribano que entre ellos iba; ponían cruces: señal conocida, y con tanta razón, por los cristianos en estas partes; y anduvieron de tal manera hasta el valle de Guararey, de donde volvieron a Pachacama. Gabriel de Rojas, y los que con él venían de San Miguel, llegaron adonde estaban estos cristianos, los cuales les dieron guías que los llevasen adonde Pizarro estaba. En esto el Quizquiz y los otros capitanes, deseando hacer daño en todas las provincias porque los cristianos no las hallasen enteras, dicen que mandaron a uno de los capitanes que fuese con algunos indios cáñares y chachapoyas y orejones a juntarse con los de Ica y que procurase de hacer todo el daño que pudiese a los de Chincha; y unos dicen que este Ucache mató al principal, señor de Ica, y que por tiranía adquirió aquel señorío; otros cuentan que no, sino que de derecho le venía el mando. Como quiera que sea, yo soy informado que los de Chincha enviaron mensajeros a los cristianos que estaban en Pachacama implorando su ayuda contra aquellos enemigos, rogándoles que a su valle quisiesen ir a los favorecer. Respondiéronles que lo harían de buen grado, y luego fueron cinco o seis caballos a Chincha, donde fueron bien recibidos de los naturales, y ellos se holgaron de ver tan lindo y hermoso valle. Alababan a Dios contemplando sus frescuras y florestas tan deleitosas. Estaba entonces más poblado, cierto, que ahora. Salieron tres o cuatro mil indios de Chincha para ir contra los enemigos que venían con Ucache, que serían otros tantos. Juntáronse al romper del alba, donde hubieron la batalla. No duró mucho porque los de Ica, como vieron los caballos, vueltas las espaldas, comenzaron de huir. Los españoles, tomando una cruz pequeña, la pusieron en las manos de un indio, mandándole que la diese a Cache en señal de amistad y que le dijese de su parte que viniese sin ningún recelo a verse con ellos. Ucache cuentan que, tomando su parecer con los más viejos del valle, conociendo que del todo los españoles habían de quedar con el mando del reino, pues todos los incas eran ya muertos y toda su potencia caída, determinó de asentar paz con aquellos que se la habían enviado a ofrecer y con unos principales lo envió a decir; y sin pasar muchos días, fue la misma persona de Ucache de paz llevando, según me dijeron, ciertos vasos y otras joyas de oro de presente. Tomaron por todas aquellas partes posesión por el emperador como habían hecho en lo de atrás.
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Capítulo LXIV Que trata cómo el general Pedro de Valdivia despachó un navío al Pirú por más socorro Hechas las diligencias dichas, viendo que convenía enviar mensajeros por socorro a los reinos del Pirú, y viendo que convenía acreditar este reino enviando muestras de oro, para que enviándolo, donde quiera que allegase pusiesen animo, como lo suele hacer, a los soldados y tratantes. Viendo estas causas y otras muchas acordó echar a las minas. Echáronse quinientas bateas y duró la demora ocho meses, y se juntaron setenta mil pesos, así del general como de los demás españoles, que lo emprestaron de buena voluntad para tan justa y buena obra. Luego mandó apercebir al capitán Joan Bautista y que tuviese su galeón aprestado para ir a los reinos del Pirú, y que trajesen socorro de gente y armas y caballos. Y así mesmo habló al capitán Alonso de Monrroy. Y les encargó a ambos capitanes que el uno por la mar y el uno por la tierra trajesen socorro a este reino, y que en ello pusiese el calor que convenía, pues veían cuán necesario era, porque contra ello saldrían de tantos trabajos y tan excesivos, y tendrían algún descanso. Y avisóles que demás del socorro de armas y gente y caballos que les había encargado, trajesen otras cosas que acá tenían necesidad. En tanto que se aprestó el navío, despachó para Su Majestad y diolo todo a Antonio de Ulloa, natural de Cáceres, y avisóle que llegado al puerto de Lima, habiendo navío se embarcase y fuese a España, y no parase hasta dar a Su Majestad todo el recaudo que llevaba. Y que mirase con todo cuidado el negocio cuán importante era, para que Su Majestad y su real Consejo de Indias supiesen verdaderamente la conquista de esta tierra y población de la ciudad de Santiago y villa de la Serena, y el descubrimiento por mar de esta tierra de adelante. Y para que mejor se efectuase, acordó de ir el propio general en el galeón hasta la villa de la Serena, y allí proveyó de moneda a los embajadores y algunos mercaderes que habían venido, como arriba dijimos. Y visto que iban a la vela y salieron del puerto, salió de la villa con seis de a caballo que con él vinieron para aquel efecto, y se fue a la ciudad de Santiago, porque los naturales no se alterasen viendo que estaba ausente. La salida del galeón del puerto de la Serena fue a cuatro días andados del mes de septiembre de mil y quinientos y cuarenta y seis años.
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Que trata de la extraña severidad con que castigó el rey Nezahualpiltzintli a la reina mexicana por el adultero y traición que contra él se cometió Al tiempo que al rey Nezahualpiltzintli le enviaron Axayacatzin, rey de México y otros señores a sus hijas para que de allí escogiese la que había de ser la reina y su mujer legítima, y las demás por concubinas (para que cuando faltase sucesor de la legítima, pudiese entrar alguno de los hijos de estas señoras, la que más derecho tuviese a la herencia por su nobleza y mayoría de linaje) entre las señoras mexicanas vino la princesa Chalchiuhnenetzin su hija legítima, la cual por ser tan niña en aquella sazón, no la recibió sino que la mandó criar en unos palacios con gran aparato y servicio de gente como hija de tan gran señor como lo era el rey su padre, y así pasaban de dos mil personas las que trajo consigo para su servicio, de amas, criadas, pajes y otros sirvientes y criados; y aunque niña era tan astuta y diabólica, que viéndose sola en sus cuartos y que sus gentes la tenían y respetaban por la gravedad de su persona, comenzó a dar en mil flaquezas y fue que a cualquier mancebo galán y gentil hombre acomodado a su gusto y afición, daba orden en secreto de aprovecharse de ella, y habiendo cumplido su deseo, lo hacía matar y luego mandaba hacer una estatua de su figura o retrato, y después de muy bien adornado de ricas vestimentas y joyas de oro y pedrería lo ponía en la sala en donde ella asistía, y fueron tantas las estatuas de los que así mató, que casi cogían toda la sala a la redonda, y al rey cuando la iba a visitar, y le preguntaba por aquellas estatuas, le respondía que eran sus dioses, dándola crédito el rey por ser como era de la nación mexicana muy religiosa de sus falsos dioses, y como ninguna maldad puede ser hecha tan ocultamente, a pocos lances fue descubierta en este modo: que de los galanes por ciertos respetos dejó tres de ellos con vida, los cuales se llamaban Chicuhcóatl Huitzilihuitl y Maxtla, que el uno de ellos era señor de Tezoyucan y uno de los grandes del reino, y los otros dos caballeros muy principales de la corte. El rey reconoció en uno de ellos una joya muy estimada que había dado a esta señora, y aunque seguro de semejante traición, todavía le dio algún recelo; y así, yendo una noche a visitarla, le dijeron las amas y criadas que tenía que estaba reposando, entendiendo que el rey desde allí se volvería como otras veces había hecho; mas con el recelo entró en la cámara en donde ella dormía y llegó a despertarla y no halló sino una estatua con que estaba echada en la cama con su cabellera, la cual muy al vivo y natural representaba a esta señora; visto por el rey semejante simulacro y que la gente comenzaba a turbarse y afligirse, llamó a los de su guardia y comenzó a aprehender toda la gente de la casa, e hizo gran diligencia en hacer parecer a esta señora que a pocos lances fue hallada, que en ciertos saraos estaba ella con sus tres galanes, los cuales con ella fueron presos. El rey remitió el caso a los jueces de su casa y corte para que hiciesen inquisición y pesquisa de todos los que eran culpados, los cuales con toda diligencia y cuidado lo pusieron por obra con muchas personas culpantes e indiciadas en este delito y traición, aunque los más eran criados y criadas de ella, y muchos oficiales de todos oficios y mercaderes, que se habían ocupado unos en el adorno y compostura y servicio de las estatuas, y otros en traer y entrar en palacio los galanes que representaban aquellas estatuas, y los que les habían dado a muerte y ocultado sus cuerpos. Estando ya la causa muy bien probada y fulminada, despachó sus embajadores a los reyes de México y Tlacopan dándoles aviso del caso y señalando el día en que se había de ejecutar el castigo de aquella señora, y en los demás cómplices en aquel delito, y asimismo envió por todo el imperio a llamar a todos los señores para que trajesen a sus mujeres e hijas, aunque fuesen niñas muy pequeñas, porque se hallasen a este ejemplar castigo que se había de hacer; y asimismo hizo treguas con todos los reyes y señores contrarios al imperio, para que también libremente pudiesen venir o enviar a ver el castigo referido. Llegado el tiempo fue tan grande el número de las gentes y naciones que vinieron a hallarse en él, que con ser tan grande como era la ciudad de Tetzcuco, apenas podían caber en ella. Se ejecutó la sentencia públicamente, y a vista de todo el pueblo, dando garrote vil a esta señora y a los otros tres señores sus galanes, y por ser gente de calidad, sus cuerpos fueron quemados con las estatuas referidas; y a los demás, que pasaron de dos mil personas, les fueron dando garrote, y en una barranca cerca de un templo del ídolo de los adulterios, los fueron echando en el centro de un hoyo tan grande que para el efecto se hizo. Fue este castigo tan ejemplar y severo que todos loaron al rey, aunque los señores mexicanos deudos de esta señora quedaron sentidos y corridos del castigo tan público que el rey hizo, y procuraron su venganza remitiéndolo al tiempo, y no haciéndose sentidos ni agraviados de esta severidad. Y si bien se notase esta traición y trabajo que al rey le vino en su casa, no fue sin misterio, porque parece que él pagó casi por los mismos filos, la extraña manera y modo con que el rey su padre alcanzó a la reina su madre.