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Datos principales
Desarrollo
Cómo el Almirante fue a España para dar cuenta a los Reyes Católicos del estado en que dejaba la isla Española Volviendo a lo principal de nuestra historia, digo que el Almirante, habiendo ya pacificado la isla y fabricado la villa Isabela, bien que pequeña, y tres fortalezas en aquella tierra, decidió volver a España para dar a los Reyes Católicos cuenta de muchas cosas que le pareció convenían a su servicio; especialmente a causa de muchos malignos y mordaces que, llevados de la envidia, no cesaban de hablar mal al Rey de los negocios de las Indias, con gran descrédito y deshonra del Almirante y de sus hermanos. Por lo que, con doscientos veinticinco cristianos y treinta indios, el jueves, a 10 de Marzo del año 1496, se embarcó. Al amanecer mandó desplegar velas al viento en el puerto de la Isabela, y con viento de Levante navegó por la costa arriba con dos carabelas llamadas Santa Cruz y la Niña, que eran las mismas con las que había ido a descubrir la isla de Cuba. Martes, a 22 de Marzo, perdió de vista el cabo oriental de la Española, y navegó hacia Levante lo más que el viento le consentía. Pero como la mayor parte de los vientos eran de Levante, a 6 de Abril; por andar escaso de bastimentos, y por estar la gente muy cansada y abatida, resolvió ir hacia Mediodía, para tomar las islas de los Caribes, a las que llegó tres días después, y fondeó en Marigalante el sábado, a 9 de Abril. Al día siguiente, aunque era su costumbre no levar las anclas en domingo cuando estaba en algún puerto, alzó velas al viento, porque murmuraba la tripulación, diciendo que pues iban a buscar de comer, no se debían observar con tanto rigor las fiestas.
Por esto, fue a surgir en la isla de Guadalupe, y enviadas las barcas a tierra bien armadas, antes de que llegasen, salieron de un bosque muchas mujeres con arcos, saetas y penachos, en actitud de defender la tierra. Por lo cual, y también porque el mar estaba algo encrespado, los de las barcas, sin llegar a tierra, mandaron a nado a dos de los indios que llevaban de la isla Española, por los cuales fuesen bien informadas aquellas mujeres de lo que eran los cristianos. Sabido por éstas que no querían más que bastimentos a cambio de las cosas que llevaban, les dijeron que fuesen con sus navíos hacia a la parte del Norte, donde estaban sus maridos, quienes les proveerían de todo lo que deseaban. Yendo los navíos muy cerca de tierra, vieron correr a la costa muchos indios con arcos y flechas, los que acometieron a los nuestros con grandísimo atrevimiento y gritería, aunque en vano, pues no llegaban con sus flechas. Pero viendo que los de las barcas armadas querían salir a tierra, los indios se retiraron a una emboscada, y cuando los nuestros estaban ya junto a la costa, los asaltaron para impedir que desembarcasen. Pero asustados con las lombardas que les dispararon desde las naves, fueron obligados a retirarse al bosque, abandonando sus posesiones y sus casas, en las que entraron los cristianos, cogiendo y destruyendo lo que hallaban. Como sabían el modo de hacer el pan de los indios, echaron mano a la masa y comenzaron a elaborar pan, de modo que se reunió de éste todo lo que hacía falta.
Entre otras cosas que hallaron en aquella casa, fueron papagayos grandes, miel, cera y hierro, del que tenían pequeñas hachas con las que cortan, y telares como de tapices, con los cuales tejen telas; las casas eran cuadradas, y no redondas como en las otras islas; en una de ellas fue hallado un brazo de hombre puesto al fuego en un asador. Mientras hacían pan, el Almirante mandó cuarenta hombres por la isla para que supiesen alguna cosa de la calidad y disposición de ésta; los cuales al día siguiente, volvieron con una presa de diez mujeres y tres muchachos, pues los demás habían huido. Entre las mujeres que cautivaron estaba la de un cacique, que apenas la pudo alcanzar un canario velocísimo y muy valiente, que había llevado consigo el Almirante; y aún se habría escapado la india, pero cuando ésta se vio sola con el canario, creyó que podría cogerlo, y así luchando a brazo partido, el canario no podía resistirla, de modo que lo echó en tierra, y lo hubiese ahogado, si los cristianos no hubiesen ido a socorrerlo. Estas mujeres llevan las piernas fajadas, desde la pantorrilla, hasta la rodilla, con algón hilado, para que parezcan recias, a cuyo adorno llaman coiro; lo tienen por gran gentileza, y se aprietan con él de tal suerte que, si por algún motivo se les cae esta faja, aquella parte de la pierna resulta muy delgada. Esto mismo acostumbran en Jamaica los hombres y las mujeres, y aún se fajan los brazos hasta el sobaco, a saber, hasta la parte delgada, a guisa de los brazales que antiguamente se usaban entre nosotros.
Hay también entre ellas ciertas mujeres muy gordas, tanto que alguna tenía un brazo, y aún más, de recia; en lo demás son bien proporcionadas; en cuanto sus hijos pueden estar de pie y andar, les dan un arco en la mano, para que aprendan a disparar saetas; todas llevan el cabello largo y suelto por la espalda; no cubren cosa alguna de su cuerpo. La cacica o señora que tomaron, decía que toda la isla era de mujeres, y que aquellas que no les habían dejado llegar con sus barcas a tierra, eran también mujeres, excepto cuatro hombres de otra isla que estaban allí de paso, pues cierto tiempo del año suelen venir a recrearse y estar con ellas. Lo mismo hacían las mujeres de otra isla llamada Matinino, de las cuales referían lo que se lee de las amazonas; el Almirante creyó esto por lo que había visto en aquellas mujeres, y el ánimo y fuerza que mostraron. Dícese también que parecen dotadas de más inteligencia que las de otras islas, pues en otros lugares no miden el tiempo más que de día por el sol, y de noche, por la luna; mientras que estas mujeres contaban los tiempos por las estrellas, diciendo: cuando el carro sube, o tal estrella desciende, entonces es tiempo de hacer esto, o lo otro.
Por esto, fue a surgir en la isla de Guadalupe, y enviadas las barcas a tierra bien armadas, antes de que llegasen, salieron de un bosque muchas mujeres con arcos, saetas y penachos, en actitud de defender la tierra. Por lo cual, y también porque el mar estaba algo encrespado, los de las barcas, sin llegar a tierra, mandaron a nado a dos de los indios que llevaban de la isla Española, por los cuales fuesen bien informadas aquellas mujeres de lo que eran los cristianos. Sabido por éstas que no querían más que bastimentos a cambio de las cosas que llevaban, les dijeron que fuesen con sus navíos hacia a la parte del Norte, donde estaban sus maridos, quienes les proveerían de todo lo que deseaban. Yendo los navíos muy cerca de tierra, vieron correr a la costa muchos indios con arcos y flechas, los que acometieron a los nuestros con grandísimo atrevimiento y gritería, aunque en vano, pues no llegaban con sus flechas. Pero viendo que los de las barcas armadas querían salir a tierra, los indios se retiraron a una emboscada, y cuando los nuestros estaban ya junto a la costa, los asaltaron para impedir que desembarcasen. Pero asustados con las lombardas que les dispararon desde las naves, fueron obligados a retirarse al bosque, abandonando sus posesiones y sus casas, en las que entraron los cristianos, cogiendo y destruyendo lo que hallaban. Como sabían el modo de hacer el pan de los indios, echaron mano a la masa y comenzaron a elaborar pan, de modo que se reunió de éste todo lo que hacía falta.
Entre otras cosas que hallaron en aquella casa, fueron papagayos grandes, miel, cera y hierro, del que tenían pequeñas hachas con las que cortan, y telares como de tapices, con los cuales tejen telas; las casas eran cuadradas, y no redondas como en las otras islas; en una de ellas fue hallado un brazo de hombre puesto al fuego en un asador. Mientras hacían pan, el Almirante mandó cuarenta hombres por la isla para que supiesen alguna cosa de la calidad y disposición de ésta; los cuales al día siguiente, volvieron con una presa de diez mujeres y tres muchachos, pues los demás habían huido. Entre las mujeres que cautivaron estaba la de un cacique, que apenas la pudo alcanzar un canario velocísimo y muy valiente, que había llevado consigo el Almirante; y aún se habría escapado la india, pero cuando ésta se vio sola con el canario, creyó que podría cogerlo, y así luchando a brazo partido, el canario no podía resistirla, de modo que lo echó en tierra, y lo hubiese ahogado, si los cristianos no hubiesen ido a socorrerlo. Estas mujeres llevan las piernas fajadas, desde la pantorrilla, hasta la rodilla, con algón hilado, para que parezcan recias, a cuyo adorno llaman coiro; lo tienen por gran gentileza, y se aprietan con él de tal suerte que, si por algún motivo se les cae esta faja, aquella parte de la pierna resulta muy delgada. Esto mismo acostumbran en Jamaica los hombres y las mujeres, y aún se fajan los brazos hasta el sobaco, a saber, hasta la parte delgada, a guisa de los brazales que antiguamente se usaban entre nosotros.
Hay también entre ellas ciertas mujeres muy gordas, tanto que alguna tenía un brazo, y aún más, de recia; en lo demás son bien proporcionadas; en cuanto sus hijos pueden estar de pie y andar, les dan un arco en la mano, para que aprendan a disparar saetas; todas llevan el cabello largo y suelto por la espalda; no cubren cosa alguna de su cuerpo. La cacica o señora que tomaron, decía que toda la isla era de mujeres, y que aquellas que no les habían dejado llegar con sus barcas a tierra, eran también mujeres, excepto cuatro hombres de otra isla que estaban allí de paso, pues cierto tiempo del año suelen venir a recrearse y estar con ellas. Lo mismo hacían las mujeres de otra isla llamada Matinino, de las cuales referían lo que se lee de las amazonas; el Almirante creyó esto por lo que había visto en aquellas mujeres, y el ánimo y fuerza que mostraron. Dícese también que parecen dotadas de más inteligencia que las de otras islas, pues en otros lugares no miden el tiempo más que de día por el sol, y de noche, por la luna; mientras que estas mujeres contaban los tiempos por las estrellas, diciendo: cuando el carro sube, o tal estrella desciende, entonces es tiempo de hacer esto, o lo otro.