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Cómo el demonio hacía entender a los indios destas partes que era ofrenda grata a sus dioses tener indios que asistiesen en los templos para que los señores tuviesen con ellos conocimiento, cometiendo el gravísimo pecado de la sodomía En esta primera parte desta historia he declarado muchas costumbres y usos destos indios, así de las que yo alcancé el tiempo que anduve entre ellos como de lo que también oí a algunos religiosos y personas de mucha calidad, los cuales, a mi ver, por ninguna cosa dejarían de decir la verdad de lo que sabían y alcanzaban, porque es justo que los que somos cristianos tengamos alguna curiosidad, para que, sabiendo y entendiendo las malas costumbres destos, apartarlos dellas y hacerles entender el camino de la verdad, para que se salven. Por tanto, diré aquí una maldad grande del demonio, la cual es que en algunas partes deste gran reino del Perú solamente algunos pueblos comarcanos a Puerto Viejo y a la isla de la Puna usaban el pecado nefando, y no en otras. Lo cual yo tengo que era así porque los señores ingas fueron limpios en esto y también los demás señores naturales. En toda la gobernación de Popayán tampoco alcancé que cometiesen este maldito vicio, porque el demonio debía de contentarse con que usasen la crueldad que cometían de comerse unos a otros y ser tan crueles y perversos los padres para los hijos. Y en estotros, por los tener el demonio más presos en las cadenas de su perdición, se tiene ciertamente que en los oráculos y adoratorios donde se daban las respuestas hacía entender que convenía para el servicio suyo que algunos mozos dende su niñez estuviesen en los templos, para que a tiempo y cuando se hiciesen los sacrificios y fiestas solenes, los señores y otros principales usasen con ellos el maldito pecado de la sodomía. Y para que entiendan los que esto leyeren cómo aun se guardaba entre algunos esta diabólica santimonia, pondré una relación que me dio della en la ciudad de los Reyes el padre fray Domingo de Santo Tomás, la cual tengo en mi poder y dice así: "Verdad es que generalmente entre los serranos y yungas ha el demonio introducido este vicio debajo de especie de santidad, y es que cada templo o adoratorio principal tiene un hombre o dos o más, según es el ídolo, los cuales andan vestidos como mujeres dende el tiempo que eran niños, y hablaban como tales, y en su manera, traje y todo lo demás remedaban a las mujeres. Con éstos, casi como por vía de santidad y religión, tienen las fiestas y días principales su ayuntamiento carnal y torpe, especialmente los señores y principales. Esto sé porque he castigado a dos: el uno de los indios de la sierra, que estaba para este efeto en un templo, que ellos llaman guaca, de la provincia de los Conchucos, término de la ciudad de Guanuco; el otro era en la provincia de Chincha; indios de su majestad; a los cuales hablándoles yo sobre esta maldad que cometían, y agravándoles la fealdad del pecado, me respondieron que ellos no tenían culpa, porque desde el tiempo de su niñez los habían puesto allí sus caciques para usar con ellos este maldito y nefando vicio y para ser sacerdotes y guarda de los templos de sus ídolos. De manera que lo que les saqué de aquí es que estaba el demonio tan señoreado en esta tierra que, no se contentando con los hacer caer en pecado tan enorme, les hacia entender que el tal vicio era especie de santidad y religión, para tenerlos más subjetos." Esto me dio de su misma letra fray Domingo, que por todos es conocido y saben cuán amigo es de verdad. Y aun también me acuerdo que Diego de Gálvez, secretario que agora es de su majestad en la corte de España, me contó cómo, viniendo él y Peralonso Carrasco, un conquistador antiguo que es vecino de la ciudad del Cuzco, de la provincia del Collao, vieron uno o dos destos indios que habían estado puestos en los templos como fray Domingo dice. Por donde yo creo bien que estas cosas son obra del demonio, nuestro adversario, y se parece claro, pues con tan baja y maldita obra quiere ser servido.
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Capítulo LXIV Que el Marqués Pizarro fue al Cuzco y allí nombró por Ynga a Manco Ynga Después de concluida la justicia de Atao Hualpa, rey de estos reinos, por el marqués don Francisco Pizarro, llegaron a Caxa Marca Villegas y Martín Bueno con la riqueza que de la casa del Sol en el Cuzco habían tomado, que fue inestimable, y llevaron las estatuas de Palpa Ocllo de oro, las cuales entregaron al Marqués, el cual, vista tanta multitud de oro y plata y tantas cosas preciosas como del Cuzco se traían, le dio grandísima voluntad de ir a ella y buscar mucho más, pues no podía ser menos, sino que lo hubiese, que como iba creciendo en abundancia de oro y plata, así se iba aumentando en su corazón el amor y deseo de haber más y tener más, como al hidrópico mientras más bebe, más sed y deseo de beber tiene. Esta riqueza y tesoros que trajeron Villegas y Martín Bueno, se entiende fue con orden de Atao Hualpa, que a ello envió en su compañía indios, para su rescate, porque de otra suerte no lo consintieran sacar Quisquis y sus capitanes, que estaban apoderados del Cuzco, como ya dijimos, y con poderoso ejército en él. Cuando murió Atao Hualpa, el marqués Pizarro le preguntó que a quién podría sustituir y nombrar en su lugar por Ynga y señor de la tierra, para que la gobernase y acudiese al servicio de los españoles, pues eran muertos sus hermanos Tito Atauchi y Huanca Auqui, y otros hijos de Huaina Capac que eran hombres valerosos y de experiencia y gobierno, que le podían suceder, y Atao Hualpa le dijo nombrase a Topa Hualpa, hermano suyo e hijo de Huaina Copac, que estaba allí con los españoles, y era el más suficiente de todos los que vivían. Muerto Atao Hualpa, el Marqués nombró a este Topa Hualpa por Ynga, y le mandó que se aparejase y viniese al Cuzco, a aderezar las cosas necesarias para el gobierno, porque la tierra no padeciese sin Ynga y gobernador. Así partió de Caxa Marca, y viniéndose al Cuzco murió en Xauxa de enfermedad, habiendo gozado solos tres meses del poder y mando, y en éstos feneció la sucesión de los Yngas, señores de este reino, y el Emperador don Carlos, que santa gloria haya, hubo la borla, y el marqués don Francisco Pizarro, en su real nombre, tomó la borla y posesión de este Reino, aunque nombró, como luego veremos, por el bien y utilidad de la tierra, a Manco Ynga, hermano de Huascar Ynga y Atao Hualpa, hijo de Huaina Capac, por Ynga. Partió el marqués don Francisco Pizarro de Caxa Marca y se vino poco a poco caminando hacia el Cuzco, y no le aconteció cosa notable en el camino, ni tuvo en él dificultad ni contraste alguno, porque todas las naciones de las provincias por do pasaba con gran prontitud le salían a dar la obediencia y a obedecerle, porque como estaban atemorizados de la guerra que había sucedido entre Huascar Ynga y Atao Hualpa, y de las destrucciones de los pueblos y sembrados, y de tantas muertes como Quisquis y Chalco Chima hicieron, donde quiera que luego no les salían a recibir y dar la obediencia, se holgaron con la venida de los españoles, que les parecía salir de una intolerable servidumbre y miseria. Cuando el Marqués se iba acercando hacia el Cuzco, los orejones e indios principales estaban determinados de alzar por Ynga y rey a Manco Ynga Yupanqui, pues era muerto Topa Huapa, a quien el Marqués había nombrado, como dijimos, y lo trataban de hacer con licencia del Marqués, porque veían ya que todas las cosas pendían de su voluntad y él las ordenaba a su gusto, y esto tuvieron oculto por amor de Quisquis, que estaba en el Cuzco, no lo supiese. Así estuvieron aguardando a que se acercase y sabido por ellos que estaba ya en Apurima, que es el río famoso que está trece o catorce leguas del Cuzco, salió Manco Ynga con los principales orejones e indios, secretamente, del Cuzco, y a la bajada de Vilcacunca, que es la cuesta de Lima Tambo, toparon con el marqués Pizarro, y allí Manco Ynga y los orejones, con mucha humildad, le dieron la obediencia en nombre del Emperador don Carlos y, en señal de paz y amistad, Manco Ynga le dio al Marqués una camiseta preciosísima de oro, que los Yngas se vestían cuando los coronaban por reyes y les daban la borda, la cual vestidura se llama Capac Uncu, que quiere decir, camiseta rica y poderosa. Habiéndolos recibido el Marqués con mucha afabilidad y amor, y muestras benignas y humanas, el Manco Ynga y los demás le dieron muchas quejas de las muertes y crueldades que Atao Hualpa había mandado hacer por medio de sus capitanes Quisquis y Chalco Chima, y de tanta multitud de hombres y mujeres como había muerto de la gente más principal y granada del linaje de los Yngas, y que pues él había venido a esta tierra por mensajero del Papa y Emperador, que los defendiese del poder de Quisquis, que estaba en el Cuzco apoderado dél, y que castigase las maldades que había cometido, quitándole la vida, pues había privado della a tantos inocentes; y que la tierra no podía estar segura ni quieta mientras en ella estuviese el Quisquis con su ejército. Viendo el Marqués cuánta voluntad y afición mostraba el Manco Ynga Yupanqui, con los orejones, al servicio del emperador, y cuán humildemente habían salido ellos a dar la obediencia, le nombró delante de los conquistadores; que allí con él iban, y de los orejones y demás curacas y principales de todas las provincias que le seguían, por Ynga, y mandó que todos le obedeciesen y respetasen como a su señor e hijo de Huaina Capac, rey que había sido de toda la tierra. Ellos, con mucho contento y alegría, le obedecieron y dieron la obediencia, mostrando por ello gran regocijo, y así, desde entonces, le tuvieron por Ynga, como ellos lo acostumbraban, y en sus andas, rodeado de los más principales orejones y curacas. El marqués Pizarro, como vido al Manco Ynga tan bien intencionado, y que acudía a las cosas que le mandaba con mucha presteza y cuidado, y a los españoles, haciéndoles servir de todo lo necesario para el camino y de las comidas, le trataba con amor y familiaridad, y le llamaba, en presencia de los españoles e indios, hijo y le hacía toda la honra posible, para con esto apaciguar la tierra y hacer que obedeciesen los indios más presto. Y, por darle más contento, y que entendiese él y los demás orejones y principales de su opinión, lo mucho que le pesaba de los daños que había hecho Chalco Chima y de las muertes que había mandado ejecutar en el Cuzco en los de su linaje, y con esto se confirmasen más en su amor y sujeción, mandó allí, en Sacsahuana, sacar a Chalco Chima de la prisión en que venía guardado y hacer una grandísima hoguera, y en presencia del Manco Ynga y de todos los suyos le hizo quemar, que fue castigo que él tenía bien merecido, y con que concilió y allegó a sí las voluntades dellos. Allí dijo el Marqués a los orejones que de allí adelante no tuviesen miedo, que él estaba allí en nombre del emperador don Carlos, su señor, y de Huaina Capac para favorecerlos y ampararlos de sus enemigos, y que como había quemado en su presencia a Chalco Chima, así esperaba que había de prender a Quisquis y hacer dél lo propio para vengarlos, y que entendiesen lo mucho que los quería y había de hacer por ellos, y con esto ellos quedaron muy confirmados en su obediencia y respeto para en lo de adelante mostrárselo, y le servían con gran diligencia.
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Cómo el Almirante salió de la isla de Guadalupe para ir a Castilla Después que hicieron tanto pan como les bastaba para veinte días, con otro tanto que tenían en los navíos, el Almirante resolvió continuar su camino hasta Castilla; pero viendo que aquella isla era como escala y puerta para las otras, quiso dejar contentas a las mujeres con algunos regalos, en compensación de los daños que les habían hecho; por lo que las envió a tierra, excepto a la cacica, que prefirió ir a Castilla, con una hija suya, en compañía de los otros indios que se llevaban de la Española, uno de los cuales era el rey Caonabó, ya mencionado, el mayor y más bien reputado de aquella isla, porque no era natural de ella, sino del país de los caribes; a la cacica le agradó irse a Castilla con el Almirante. Este, luego que se proveyó de agua, de pan y de leña, el miércoles, a 20 de Abril, dio las velas al viento y salió de la isla de Guadalupe. Con vientos escasos y mucha calma siguió su viaje por el grado veintidós, unas veces más y otras menos apartado, según que lo exigía el viento; pues entonces no se tenía la experiencia que hoy de meterse bien hacia el Norte, para encontrar el viento vendaval. Cuando llevaban caminado poco, siendo la tripulación numerosa, comenzaron el 20 de Mayo a estar en gran angustia por la escasez de bastimentos, la cual era tanta que sólo comían al día cada uno seis onzas de pan y cuartillo y medio de agua, sin nada más, Y aunque había ocho o nueve pilotos en aquellas dos carabelas, ninguno de ellos sabía dónde estaban, si bien el Almirante tenía la certeza de que se hallaban un poco al occidente de las islas Azores, de lo que da la razón en su Itinerario, diciendo: "Esta mañana, las agujas flamencas noroesteaban, como suelen una cuarta, y las genovesas, que generalmente se conforman con éstas, noroesteaban poco; después noroesteaban yendo hacia el Este, señal de que nos hallábamos a unas cien leguas al Poniente de las islas Azores; pues cuando estuvimos en las ciento, y había en el mar poca hierba de ramillos esparcidos, las agujas flamencas noroesteaban una cuarta, y las genovesas miraban al Norte; cuando estemos más al Este Noroeste, harán alguna mutación." Lo que se verificó muy luego, el domingo siguiente, a 22 de Mayo. De cuyo indicio, y de la certeza del punto que había echado, supo entonces que estaba a cien leguas de las islas de los Azores, de lo cual se maravilla y atribuye el motivo a la diferencia de la calamita con que se tocan las agujas; porque hasta dicha línea todas noroesteaban una cuarta, y allí las unas perseveraban, y las otras, que son las genovesas, miraban derechamente a la estrella del Norte. Lo mismo se verificó otro día más tarde, a 24 de Mayo. Siguiendo su camino, el miércoles a 8 de Junio, yendo todos los pilotos como ciegos y perdidos, llegaron a vista de Odmira, que está entre Lisboa y el cabo de San Vicente, habiendo pasado muchos días que todos los otros pilotos se acercaban siempre a tierra, excepto el Almirante, que la noche anterior moderó la furia de las velas, por miedo al peligro de tierra, diciendo que hacía esto porque se hallaban junto al cabo de San Vicente; de lo cual se reían todos, afirmando algunos que iban por el canal de Flandes, y otros, por Inglaterra; los que menos se equivocaban decían hallarse en Galicia, por lo que no debían amainar, pues era mejor perecer en tierra que morir miserablemente en el mar con el hambre que padecían; la cual fue tan grande que muchos, como caribes, querían comerse los indios que llevaban; otros, por economizar lo poco que les quedaba, eran de parecer que se les tirase al mar; y lo habrían hecho si el Almirante no se mostrase bastante severo e impedirlo, considerando que eran sus prójimos, y cristianos, y por esto no se les debía tratar menos bien que a los demás; por ello quiso Dios premiarle, dándole a la mañana siguiente la tierra que él a todos había prometido. Desde entonces fue tenido por la gente de mar como sapientísimo y divino en cosas de navegación.
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Del linaje y condiciones de Guascar y de Atahuallpa. Estaba el imperio de los Incas tan pacífico cuando Guayna Capac murió, que no se halla que en tierra tan grande hobiese quien osase alzar la cabeza para mover guerra ni dejar de obedecer, así por el temor que tenían a Guayna Capac como porque los mitimaes eran puestos de su mano y estaba la fuerza en ellos. Y así como muerto Alexandre en Babilonia muchos de sus criados y capitanes allegaron a colocarse por reyes y mandar grandes tierras, así, muerto Guayna Capac, como luego hobo, entre los dos hermanos hijos suyos guerras y diferencias y tras ellas entraron los españoles, muchos de estos mitimaes se quedaron por señores, porque siendo en las guerras y debates muertos los naturales pudieron ellos granjear la gracia de los pueblos para que en su lugar los recibiesen de los pueblos. Bien tenía que decir en contar menudamente las condiciones destos tan poderosos Señores, mas no saldré de mi brevedad por las causas tan justas que otras veces he dicho tener. Guascar era hijo de Guayna Capac y Atahuallpa también. Guascar de menos días; Atahuallpa de más años. Guascar hijo de la Coya, hermana de su padre, señora principal; Atahuallpa hijo de una india Quilaco, llamada Tupac Palla. El uno y el otro nacieron en el Cuzco y no en Quito, como algunos han dicho y aún escripto para esto, sin lo haber entendido como ello es razón. Lo muestra, porque Guayna Capac estaba en la conquista de Quito y por aquellas tierras aún no doce años y era Atahuallpa, cuando murió de más de treinta años; y señora de Quito, para decir lo que ya cuentan que era su madre, no había ninguna porque los mesmos Incas eran reyes y señores del Quito; y Guascar nació en el Cuzco y Atahuallpa era de cuatro o cinco años de más edad que no él. Y esto es lo cierto y lo que yo creo. Guascar era querido en el Cuzco y en todo el reino por los naturales, por ser el heredero de derecho; Atahuallpa era bien quisto de los capitanes viejos de su padre y de los soldados porque anduvo en la guerra en su niñez y porque él en vida le mostró tanto amor que no le dejaba comer otra cosa que lo que él le daba de su plato. Guascar era clemente y piadoso; Atahuallpa cruel y vengativo; entrambos eran liberales y el Atahuallpa hombre de más ánimo y esfuerzo y Guascar de más presunción y valor. El uno pretendió ser único Señor y mandar sin tener igualdad; el otro se determinó de reinar, y por ello quebrantar las leyes que sobre ello a su usanza estaban establecidas por los Incas, que era que no podía ser rey sino hijo mayor del Señor y de su hermana, aunque otros de más edad hobiesen habido en otras mujeres y mancebas. Guascar era deseoso de tener consigo el ejército de su padre; Atahuallpa se congojó porque no estaba cerca del Cuzco, para en la mesma ciudad hacer el ayuno y salir con la borla para por todos ser recebido por rey.
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Dase razón desta bahía, y de todo lo contenido en ella y en su puerto Esta bahía, a la cual el capitán dio por nombre San Felipe y Santiago, por haber sido descubierta en su día, dista de Lima al parecer mil y setecientas leguas, y de Acapulco mil y trescientas, y mil y ciento de la ciudad de Manila en Filipinas. Su entrada está al Noroeste en quince grados parte del Sur, y el puerto en quince y un tercio. Tiene de circuito veinte leguas, y de entrada cuatro y de variación de agujas siete grados al Nordeste. La tierra con que se forma, de la parte del Oriente corre derecho al Norte con repechos altos, y valles poblados de gente y de muchos árboles. Acaba en la boca con una frente alta seguida a pique, y tira la costa a Leste y de allí al Sur, y Sueste sin saberse qué fin tiene. La otra tierra del Poniente se corre al Noroeste y tiene de largo hasta su punta once leguas, todas de luengo, de una sierra de mediana altura que la baña el sol cuando sale, a donde hay manchas sin árboles cubiertas de yerbas agostadas. Hay quebradas y arroyos, que algunos bajan de lo alto a sus faldas, a donde se veían muchos palmares y poblaciones; y de la punta va corriendo la costa al Oeste. Su frente desta bahía, que es el Sur, tiene de largo tres leguas, todas ellas de una playa, y en medio un río que se juzgó ser tan ancho como Guadalquivir en Sevilla, a cuya boca hay de fondo dos y más brazas por donde pueden entrar barcos y buenas fragatas. Llamóse el Jordán. En su derecho se arma el crucero en el cielo, que hace el sitio notable. A la parte del Leste al rincón desta bahía tiene otro mediano río llamado del Salvador, en el cual entraban las barcas a hacer aguada a su placer. Las aguas de ambos ríos son dulces, delgadas y frescas: dista el uno del otro legua y media de un guijarral negro, menudo y pesado, bonísimo para lastre de navíos. Entre los dichos dos ríos está el puerto. Su fondo es limpio de arena negra, donde cabe mucho número de naos en las brazas que quisieren de cuarenta a media. No se sabe que tenga broma. Por no estar la playa robada, ni carcomida, y verdes las yerbas cerca del agua, se entendió no ser batida de mares, y por los árboles estar derechos sin azotes ni desgajes, se juzgó no haber grandes temporales. Llamóse puerto de la Vera-Cruz, por ser su día cuando en él surgimos. En toda la bahía no se vio banco, placel, ni arrecife; es tan hondable que no hay donde poder surgir si no es en la referida frente y puerto, y es mejor arrimándose más al río del Salvador, y en otro puerto mediano que dista dos leguas deste, en la costa de Norte-Sur. Toda la dicha frente está ocupada de grandes y espesos árboles con algunos caminos a la playa: pareció servirles como de muralla para mejor defenderse y ofender a otros indios que les dan guerra. Todo lo demás es una vega llana, pareja, con sierras de ambas partes: las de Poniente van corriendo hacia el Sur, siendo cada vez más altas y más dobles. A la vega no se le ha visto el fin que tiene; es tierra negra, grasa y de gran migazón. Está desmontada de los árboles silvestres con muchos frutales, sementeras, huertas cercadas de palizadas: por todo el sitio cantidad de caserías, y e todo lo que se alcanzaba a ver se divisaban muchos fuego y humos, testigos de sus muchos pobladores. La gente que se vio aquí en comunes corpulenta no del todo negra ni mulata; tiene el cabello frisado, bueno ojos, cubren partes con ciertas telas que tejen: son limpios amigos de fiestas y bailes al son de flautas y de atambores de palo hueco; usan tocar caracoles, y en sus arremetidas alcances y retiradas, dan grandes gritos. Sus armas son macanas de palo pesado y arcos de lo mismo; flechas de carrizo con puntas de palo tostado muy agudas, dardos con trozos de huesos engastados. No se entendió haber yerba. Tienen sus entierros cubiertos: algunos se vieron enramados y sus oratorios con figuras, a que ofrecen y respetan. Es gente al parecer animosa y parcial, y no les duele el mal de sus vecinos, pues los vian estar peleando con los nuestros sin los querer ayudar. Las casas son de madera cubiertas de hojas de palmas a dos vertientes, con su cierto modo de sobrado a donde tienen sus comidas; las pertenencias muy limpias. Tienen también sus macetas de arbolitos no conocidos; las hojas son muy suaves, casi de color leonado. El pan que tienen es grande suma de raíces, cuyos pimpollos o ramas trepan en palos que para esto les arriman. Son las cortezas pardas, las médulas moradas, amarillas y encarnadas, las unas muy mayores que las otras; haylas de vara de largo y media de grueso, y también otras dos castas, la una casi redonda y del grandor de dos puños, más o menos; su sabor como de papas del Perú. El meollo de la otra es blanco, su forma y grandor como de mazorcas de maíz por desollar. Todas tres castas son de una pasta sin nervios suelta, suave y aceta al gusto. Es pan tan sin trabajo todo lo destas raíces, que no tienen más beneficio que sacarlas de la tierra y comerlas asadas y cocidas. Echadas en las ollas son muy buenas: comiéronse muchas y por su buen sabor y ser de mucho sustento se dejaba nuestro bizcocho. Duran tanto sin corromperse, que hasta el puerto de Acapulco, las que guardaron, llegaron sanas. La carne es mucha cantidad de puercos mansos, unos rojos, otros negros, o blancos y manchados. Viéronse colmillos de palmo y cuatro dedos de largo, y puerco se mató de ocho arrobas de peso. Los indios usan asarlos enteros sobre guijarros envueltos en hojas de plátanos. Es modo limpio que da a la carne buen color y no se pierde la sustancia. Hay muchas gallinas como las de Europa. Usan capones: hay muchas palomas torcazas; tórtolas, patos reales y unas como perdices muy pintadas, de picos y pies colorados. Hallóse una en un lazo con que las arman. Hay cantidad de golondrinas. Viose un papagayo e ir volando grandes bandadas de periquitos, y oíase, estando en las naos, desde que rompía el alba, una muy dulce armonía de millares de diversos pájaros, al parecer calandrias, mirlas, ruiseñores y otros, y se gozaba las mañanas y las tardes de los suaves olores que despedían árboles de tantos géneros de flores, juntamente albahaca. También se vio una abeja, y cantar muchas chicharras. El pescado son peces-reyes, lizas, lenguados, salmonetes, pargos, meros, macavis, otro género como sábalo, cazones, grandes rayas, pámpanos, viejas, peces puercos, sardinas, palometes, anguilas, rubias y otros peces, que con tres mallos que tienen, al parecer, de pita el hilo y con otras redes en arcos para canales pescan los indios, y de noche al candil. Los nuestros pescaron con atarrayas y chinchorros su buena parte; y de marisco se vieron camarones y almejas. Sus frutas son grandes, y muchos cocos, y según se entendió no hacen dellos mucho caso, de cuyas palmas se puede hacer luego vino, vinagre, miel y suero para dar a los enfermos. Los palmitos se comen crudos y cocidos: los cocos cuando están verdes sirven de cardos y de natas: cuando maduros es sustento de comida y de bebida en mar y tierra: cuando viejos dan aceite para alumbrar, y curar tan bien como con el bálsamo, y para comer cuando nuevos. Sus cascos son buenos para vasos y frascos: de sus capullos sale estopa para calafatear las naos y para hacer cables y todas jarcias y las cuerdas ordinarias, y de arcabuz la mejor: de las hojas se hacen velas para embarcaciones pequeñas y esteras finas y petates con que se aforran y cubren las casas que se arman con los troncos, que son derechos y altos; y dellos se sacan tablas y lanzas y otros géneros de armas y muchas cosas para el servicio ordinario y todas de mucha dura: del aceite se hace la galagala, que excusa brea. En suma, es viña sin necesidad de beneficio y todo el año se disfruta. Hay tres castas de plátanos, la una la mejor de cuantas he visto, olorosos, tiernos y dulces. Hay muchos obos, que es una fruta casi del tamaño y sabor de melocotones, de cuyas hojas se pueden criar gusanos de seda, como se crían en otras partes. Hay gran suma de una fruta que nace en altos árboles, cuyas hojas son grandes y arpadas, su grandor como melones comunes, su forma casi redonda, la corteza delgada, la haz cruzada a cuadritos, la médula entre amarilla y blanca, las pepitas seis y ocho. Cuando madura es muy dulce, cuando verde se come cocida y asada. Comióse mucha, y hallóse ser sana y que los indios usan ordinario della. Hay dos castas de almendras, la una con tanta médula como cuatro avellanas a la larga, la otra es de forma triangular; su pepita es mayor que tres grandes de las nuestras y de bonísimo sabor. Hay un género de nueces, cuyas cortezas son duras y de una pieza el meollo sin división, casi a modo de castaña; su sabor casi como las de Europa. Hay naranjas sin que se planten; tienen muy gruesas cáscaras, otras delgadas, no las comen los indios. Algunos nuestros dijeron haber limones. Hay muchas y muy grandes cañas dulces coloradas y verdes, bien largas y reforzados sus cañutos, de que se puede hacer azúcar. Halláronse por la montaña del repecho junto al puerto muchos y grandes árboles cargados de nueces de especie, y se trajeron a las naos así verdes como estaban en sus ramos: sus hojas no son del todo verdes por la una parte, y por la otra tiran a pardas; su largo de un jeme más o menos, y en lo de más ancho tres dedos. La nuez tiene dos cáscaras, entre las cuales se cría lo que llaman masia al modo de redecillas; su color anaranjado: la nuez es algo larguilla, y hay quien dice que ésta es la mejor casta. Los indios no hacen ningún caso dellas, y los nuestros las comían verdes, y las echaban en las ollas, y la masia por azafrán. Hallóse en la playa un fruta a forma de piña, y preguntado a Pedro si se comía, dijo que no más que del árbol que aquella fruta daba se comía la corteza. Otras frutas a forma de higos, de avellanas y de albaricoques, se comieron; otras se vieron, mas no se supo qué frutas eran, ni las que más hay en la tierra; y para dar razón desto y de otras cosas, es menester estar un año en ella y andar mucho della. Lo que es yerba, no conocí otras sino muchos grandes bledos, verdolagas y calabazos. Tienen los indios del barro negro unas bien obradas ollas, mayores y menores, y cazuelas y escudillas a hechura de barquillos. Entendióse que usaban de algún brebaje porque en las mayores ollas y en cuevas se hallaron ciertas frutas acedas. Pareciónos ver allí tres canteras de buena piedra mármol; digo buena, porque se vieron ciertas cosas hechas della y de jaspe. Viose ébano y grandes caracoles de nácar, y unos medianos telares; y en una casa se vio un montón de piedras negras pesadas, que salió después metal, a donde se halló plata, como adelante se verá. Dos de los nuestros dijeron que habían visto pisadas de grande animal. El temperamento pareció muy saludable, así en las fuerzas y corpulencia de los naturales como porque en todo lo que allí estuvimos no cayó enfermo un hombre, ni se sintió molesto, ni quebrantado con trabajar y sin guardarse de beber en ayunas a deshoras y sudados, ni de mojarse con agua salada, ni dulce, ni de comer cuanto la tierra cría, ni del sereno, luna, y sol que no era muy ardiente de día y de media noche abajo pedía y se sufría bien ropa de lana; y el vivir los naturales en casas terreras, teniendo tantas maderas, es indicio de ser la tierra muy sana, y mas en verse muchos viejos. Oyéronse pocos truenos, viéronse pocas lluvias, y por venir los ríos claros se entendió ser ya pasadas las aguas. Notóse no haberse visto cardones de ninguna de sus castas ni arenales, ni ser los árboles espinosos, y que muchos dellos siendo silvestres dan buenos frutos. También se notó no tener nieve las sierras, ni haber en la tierra ningún género de mosquitos ni hormigas, que suelen ser muy dañosos en las casas y en los campos, ni sabandijas ponzoñosas en las montañas, ni en las tierras cultivadas; también ni en los ríos caimanes, y que el pescado y la carne duraban sanos por salar dos y más días; la tierra tan apacible, tan llena de arboledas, y tantas suertes de pájaros, que por esto y los otros buenos efectos se entendió ser allí clemente el cielo y que guarda su orden naturaleza. De lo que pasa en las sierras no se puede dar razón hasta que se vaya a ellas. Por no se ver muchas ni grandes piraguas, habiendo tanta población y tan grandes árboles, ni otras embarcaciones más de sólo unas pequeñas canoas, y por ser las sierras tan altas de cordilleras a Poniente y Levante y al Sur, y ser tan grande el río Jordán, en cuya boca se vieron muy grandes árboles arrancados y traídos cuando el invierno, se entendió ser grande la tierra y tanta su abundancia, que los naturales della a esta causa son holgazanes y no tienen necesidad de buscar otras. Puedo decir con razón que tierra más apacible, sana y fértil de sus frutos; ni sitio de mayor aparejo de canteras, maderos, y barro para teja, y ladrillo para fundarse una muy grande ciudad, junto al mar y a puerto y a un buen río en un llano con llanos cerca de sierras, lomas y quebradas; ni de mayor aparejo para criar, plantar y sembrar de todo cuanto produce Europa y las indias juzgado por la disposición de lo dicho; ni de puerto más alegre ni más airoso con todos los requisitos menesterosos para serlo, sin de presente conocérsele contrarios; ni de tantos astilleros, fondo a pique o de menos para fábrica de grande suma de naos de todos portes; ni de monte más abundante, de muy trabadas maderas, buenas para ligazones, curvas, busardas, forcajes, altos, gruesos y derechos árboles para tablas y todos mástiles y vergas; ni tierra que por sí sola pueda luego sustentar a tantas gentes extranjeras y tan regaladamente si bien se considera lo escrito; ni que tenga lo que ésta tiene tan junto, tan a la mano y a vista de su puerto, y cerca siete islas que bojean doscientas leguas al parecer de las mismas calidades, y que tenga tantas tan buenas señales para ser buscada y hallada sin bajíos ni tropiezos, y casi a medio camino y otros tercios islas conocidas con gente y puertos adonde se puede hacer escala, no la he visto en todo cuanto he andado ni he tenido noticia. Hago ejemplo en el puerto de Acapulco por ser de fama, y de una ciudad tan principal como es Méjico. Digo, pues, que si es bueno para en él surgir naos, que es muy malo por la mucha broma que tiene y por faltarle río y lastre, y ser enfermo lo más del año y el resto insufrible por calores, mosquitos y otros animalillos molestos y dañosos, y mal asiento del lugar, y por la vecindad de altos cerros pedregosos y secos, y porque la provisión necesaria y el sustento les ha de venir de muy lejos, y porque se corrompe presto; y finalmente por caro, y no les faltar a los navíos sus malos ratos del Sueste. Si se mira desde el estrecho de Magallanes, por sus dos costas hasta los cabos Mendozino, y del Berton en Bacallaos, con ser siete u ocho mil leguas de orilla, hallarse ha que los puertos que yo he visto, el de San Juan de Ulúa no merece nombre de Puerto, ni el pueblo ser habitado de gentes; y que Panamá y Puerto-belo tienen poca y mala comodidad y son escalas del Perú; y que Paita, el Callao y Arica, la Habana y Cartagena, con ser éstos de fama, y la Guayara y Santa Marta, y otros muchos principales, con más los de Chile y el Brasil, según que me he informado, son faltos de muchas cosas necesarias, y otros muchos todos playas: y no se hallará ninguno que tenga todas las comodidades que tiene el puerto y tierra de que se trata, que por ser en quince grados se debe esperar mayores bienes, en viente, treinta y cuarenta si sube como promete. Y también digo que aunque no se mejor que lo ya visto, basta por la parte principal para que sea poblado. Si se mira la costa de España no se hallará en toda ella un tal puerto, y que el terreno della sólo produce de suyo espinos, alcornoques, carrascos, jaras, retamas y a lo más madroños, mirtos y otras malas frutillas, y lo que cría de provecho es a puro beneficio; y en faltando abril y mayo faltan los frutos.
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De cómo vino de la entrada el capitán Francisco de Ribera A 20 días del mes de enero del año de 544 años vino el capitán Francisco de Ribera con los seis españoles que con él envió el gobernador y con la guía que consigo llevó, y con tres indios que le quedaron de los once que con él envió de los guaraníes, los cuales todos envió, como arriba he dicho, para que descubriese las poblaciones y las viese por vista de ojos dende la parte donde el gobernador se volvió; y ellos fueron su camino adelante en busca de Tapuaguazu, donde la guía decía que comenzaban las poblaciones de los indios de toda la tierra; y llegado con los seis cristianos, los cuales venían heridos,toda la gente se alegró con ellos, y dieron gracias a Dios de verlos escapados de tan peligroso camino, porque en la verdad el gobernador los tenía por perdidos, porque de los once indios que con ellos habían ido, se habían vuelto los ocho, y por ello el gobernador hubo mucho enojo con ellos y los quiso castigar, y los indios principales sus parientes le rogaban que los mandase ahorcar luego como se volvieron, porque habían dejado y desamparado los cristianos, habiéndoles encomendado y mandado que los acompañasen y guardasen hasta volver en su presencia con ellos, y que pues no lo habían hecho, que ellos merescían que fuesen ahorcados, y el gobernador se lo reprehendió, con apercibimiento que si otra vez lo hacían los castigaría, y por ser aquella la primera les perdonaba, por no alterar a todos los indios de su generación.
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Cómo después que volvimos con Cortés de Zumpancingo, hallamos en nuestro real ciertas pláticas, y lo que Cortés respondió a ellas Vueltos de Zumpancingo, que así se dice, con bastimentos y muy contentos en dejarlos de paz, hallamos en el real corrillos y pláticas sobre los grandísimos peligros en que cada día estábamos en aquella guerra, y cuando llegamos avivaron más las pláticas; y los que más en ello hablaban e insistían, eran los que en la isla de Cuba dejaban sus casas y repartimientos de indios; y juntáronse hasta siete dellos, que aquí no quiero nombrar por su honor, y fueron al rancho y aposento de Cortés, y uno dellos, que habló por todos, que tenía buena expresiva, y aun tenía bien en la memoria lo que había de proponer, dijo como a manera de aconsejarle a Cortés, que mirase cuál andábamos malamente heridos y flacos y corridos, y los grandes trabajos que teníamos, así de noche con velas y con espías, y rondas y corredores del campo, como de día e de noche peleando; y que por la cuenta que han echado, que desde que salimos de Cuba que faltaban ya sobre cincuenta y cinco compañeros, y que no sabemos de los de la Villa-Rica que dejamos poblados; e que pues Dios nos había dado victoria en las batallas y rencuentros que desde que venimos en aquella provincia habíamos habido, y con su gran misericordia nos sostenía, que no le debíamos tentar tantas veces; e que no quiera ser peor que Pedro Carbonero, que nos había metido en parte que no se esperaba, sino, que un día u otro habíamos de ser sacrificados a los ídolos: lo cual plega Dios tal no permita; e que sería bueno volver a nuestra villa, y que en la fortaleza que hicimos, y entre los pueblos de los totonaques, nuestros amigos, nos estaríamos hasta que hiciésemos un navío que fuese a dar mandado a Diego Velázquez y a otras partes e islas para que nos enviasen socorro e ayudas; e que ahora fueran buenos los navíos que dimos con todos al través, o que se quedaran siquiera dos dellos para la necesidad si ocurriese, y que sin dalles parte dello ni de cosa ninguna, por consejo de quien no sabe considerar las cosas de fortuna, mandó dar con todos al través; y que plegue a Dios que él y los que tal consejo le dieron no se arrepientan dello. Y que ya no podíamos sufrir la carga, cuanto más muchas sobrecargas, y que andábamos peores que bestias: porque a las bestias que han hecho sus jornadas les quitan las albardas y les dan de comer y reposan, y que nosotros de día y de noche siempre andamos cargados de armas y calzados. Y más le dijeron, que mirase en todas las historias, así de romanos como las de Alejandro ni de otros capitanes de los muy nombrados que en el mundo ha habido, no se atrevieron a dar con los navíos al través, y con tan poca gente meterse en tan grandes poblaciones y de muchos guerreros, como él ha hecho. Y que parece que es autor de su muerte y de la de todos nosotros, e que quiera conservar su vida y las nuestras, y que luego nos volviésemos a la Villa-Rica, pues estaba de paz la tierra. Y que no se lo habían dicho hasta entonces porque no han visto tiempo para ello, por los muchos guerreros que teníamos cada día por delante y en los lados; y pues ya no tornaban de nuevo, los cuales creían que volverían, y pues Xicotenga con su gran poder no nos ha venido a buscar aquellos tres días pasados, que debe estar allegando gente, y que no debíamos aguardar otra como las pasadas; le dijeron otras cosas sobre el caso. E viendo Cortés que se lo decían algo como soberbios, puesto que iba a manera de consejo, les respondió muy mansamente, y dijo que bien conocido tenía muchas cosas de las que habían dicho, e que a lo que ha visto y tiene creído, que en el universo no hubiese otros españoles más fuertes ni que con tanto ánimo hayan peleado ni pasado tan excesivos trabajos como nosotros; e que andar con las armas a cuestas a la continua, y velas, rondas y fríos, que si así no lo hubiéramos hecho ya fuéramos perdidos, y que por salvar nuestras vidas, que aquellos trabajos y otros mayores habíamos de tomar. E dijo: "¿para qué es, señores, contar en esto cosas de valentías, que verdaderamente nuestro señor es servido ayudarnos?; e que cuando se me acuerda vernos cercados de tantas capitanías de contrarios, y verles esgrimir sus montantes y andar tan junto sobre de nosotros, ahora me pone grima, especial cuando nos mataron la yegua de una cuchillada, cuán perdidos y desbaratados estábamos; y entonces conocí vuestro muy grandísimo ánimo más que nunca. Y pues Dios nos libró de tan gran peligro, que esperanza tenía en él que así había de ser de allí adelante, pues en todos estos peligros no me conoceríais tener pereza, que en ellos me hallaba con vuestras mercedes." Y tuvo razón de lo decir, porque ciertamente en todas las batallas se hallaba de los primeros. "He querido, señores, traeros esto a la memoria, que pues nuestro señor fue servido guardarnos, tengamos esperanza que así será de aquí adelante, pues desque entramos en la tierra, en todos los pueblos les predicamos la santa doctrina lo mejor que podemos, y les procuramos deshacer sus ídolos. Y pues que ya veíamos que el capitán Xicotenga ni sus capitanías no parecían, y que de miedo no debían de osar volver, porque les debiéramos de hacer mala obra en las batallas pasadas, y que no podría juntar sus gentes, habiendo sido ya desbaratado tres veces, y que por esta causa tenía confianza en Dios y en su abogado señor san Pedro, que era fenecida la guerra de aquella provincia; y ahora, como habéis visto, traen de comer los de Cimpancingo y quedan de paz, y estos nuestros vecinos que están por aquí poblados en sus casas; y que en cuanto dar con los navíos al través, fue muy bien aconsejado, y que si no llamó a alguno dellos al consejo, como a otros caballeros, fue por lo que sintió en el arenal, que no lo quisiera ahora traer a la memoria; y que el acuerdo y consejo que ahora le dan y el que entonces le dieron es todo de una manera y todo uno, y que miren que hay otros muchos caballeros en el real que serán muy contrarios de lo que ahora piden y aconsejan: que encaminemos siempre todas las cosas a Dios, y seguirlas en su santo servicio será mejor. Y a lo que, señores, decís, que jamás capitanes romanos de los muy nombrados han acometido tan grandes hechos como nosotros, vuestras mercedes dicen verdad. E ahora en adelante, mediante Dios, dirán en las historias, que desto harán memoria, mucho más que de los antepasados; pues, como he dicho, todas nuestras cosas en servicio de Dios y de nuestro gran emperador don Carlos, y aun debajo de su recta justicia y cristiandad, serán ayudadas de la misericordia de nuestro señor, y nos sostendrá que vamos de bien en mejor. Así que, señores, no es cosa bien acertada volver un paso atrás; que si nos viesen volver estas gentes y los que dejamos atrás de paz, las piedras se levantarían contra nosotros; y como ahora nos tienen por dioses y ídolos, que así nos llaman, nos juzgarían por muy cobardes y de pocas fuerzas. Y a lo que decís de estar entre los amigos totonaques, nuestros aliados, si nos viesen que damos vuelta sin ir a México se levantarían contra nosotros, y la causa dello sería que, como les quitamos que no diesen tributo a Montezuma, enviaría sus poderes mexicanos contra ellos para que los tornasen a tributar y sobre ello darles guerra, y aun les mandaría que nos den a nosotros; y ello, por no ser destruidos, porque les temen en gran manera, lo pondrían por obra; así que, donde pensábamos tener amigos, serían enemigos; pues desque lo supiese el gran Montezuma que nos habíamos vuelto, ¿qué diría? ¿en qué tendría nuestras palabras ni lo que le enviamos a decir? que todo era cosa de burla o juego de niños. Así que, señores, mal allá y peor acullá, más vale que estemos aquí donde estamos, que es bien llano y todo bien poblado, y este nuestro real bien abastecido: unas veces gallinas, otras perros, gracias a Dios no falta de comer, si tuviésemos sal, que es la mayor falta que al presente tenemos, y ropa para guarecernos del frío. Y a lo que decís, señores, que se han muerto desde que salimos de la isla de Cuba cincuenta y cinco soldados de heridas, hambres, fríos, dolencias y trabajos, e que somos pocos, e todos heridos y dolientes; Dios nos da esfuerzo por muchos; porque vista cosa es que las guerras gastan hombres y caballos, y que unas veces comemos bien; y no venimos al presente para descansar, sino para pelear cuando se ofreciere; por tanto os pido, señores, por merced, que pues sois caballeros y personas que antes habíais de esforzar a quien viésedes mostrar flaqueza: que de aquí adelante se os quite del pensamiento la isla de Cuba y lo que allá dejáis, y procuremos de hacer lo que siempre habéis hecho como buenos soldados; que después de Dios, que es nuestro socorro e ayuda, han de ser nuestros valerosos brazos." Y como Cortés hubo dado esta respuesta, volvieron aquellos soldados a repetir en la plática, y dijeron que todo lo que decía estaba bien dicho; mas que cuando salimos de la villa que dejábamos poblada, nuestro intento era, y ahora lo es, de ir a México, pues hay tan gran fama de tan fuerte ciudad y tanta multitud de guerreros, y que aquellos tlascaltecas decían los de Cempoal que eran pacíficos, y no había fama dellos, como de los de México; y habemos estado tan a riesgo nuestras vidas, que si otro día nos dieran otra batalla como alguna de las pasadas, ya no nos podíamos tener de cansados, ya que no nos diesen más guerras; que la ida de México les parecía muy terrible cosa, y que mirase lo que decía y ordenaba. Y Cortés respondió, medio enojado, que valía más morir por buenos, como dicen los cantares, que vivir deshonrados; y demás desto que Cortés les dijo, todos los más soldados que le fuimos en alzar capitán y dimos consejo sobre dar al través con los navíos, dijimos en alta voz que no curase de corrillos ni de oír semejantes pláticas, sino que con el ayuda de Dios con buen concierto estemos apercibidos para hacer lo que convenga, y así cesaron todas las pláticas; verdad es que murmuraban de Cortés e le maldecían, y aun de, nosotros, que le aconsejábamos, y de los de Cempoal, que por tal camino nos trajeron, y decían otras cosas no bien dichas; mas en tales tiempos se disimulaban. En fin, todos obedecieron muy bien. Y dejaré de hablar en esto, y diré cómo los caciques viejos de la cabecera de Tlascala enviaron otra vez mensajeros de nuevo a su capitán general Xicotenga, que en todo caso no nos de guerra, y que vaya de paz luego a nos ver y llevar de comer porque así está ordenado por todos los caciques y principales de aquella tierra y de Guaxocingo; y también enviaron a mandar a los capitanes que tenía en su compañía que si no fuese para tratar paces, que en cosa ninguna le obedeciesen; y esto le tornaron a enviar a decir tres veces, porque sabían cierto que no les quería obedecer, y tenía determinado el Xicotenga que una noche había de dar otra vez en nuestro real, porque para ello tenía juntos veinte mil hombres; y como era soberbio y muy porfiado, así ahora como las otras veces no quiso obedecer. Y lo que sobre ello hizo diré adelante.
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Capítulo LXIX De cómo los españoles entraron en la antigua ciudad del Cuzco; donde se hallaron grandes tesoros, y cosas preciadas Por el mes de octubre del año del Señor de mil y quinientos y treinta y cuatro años fue la entrada de los españoles en la ciudad del Cuzco, cabeza del gran imperio de los incas, y donde estaba la corte de ellos, y el solemne templo del sol y sus mayores grandezas. Fue fundada --según la opinión de los más entendidos de los orejones-- por Mango Capa, del cual tiempo hasta Guascar reinaron once príncipes, por manera que estos señores no señorearon tiempo largó este gran reino. Cuando lo ganaron y sojuzgaron eran las gentes behetrías, tenían poca razón y dábanse menos por la pulicia; cuando lo perdieron, había tales leyes y gobernación: como habrán visto los lectores, en su historia. Entraron los españoles, como se ha ido relatando tras los indios por evitar que no destruyesen la ciudad; se esparcieron por sus calles y collados. Vieron dos galpones grandes de cueros de hombres que eran los chancas que allí fueron muertos, en tiempo de Viracocha Inca. Como por ley de tiempo antiguo no se permitía sacar oro ni plata que entrase en el Cuzco, y moraban en él, sin los reyes, los cabezas de los orejones, y otros muchos señores y ricos hombres aunque se llevó a Caxamalca el tesoro para el rescate de Atabalipa; y el Quizquiz robó lo que ya se contó atrás; y cuando los indios pensaron de la destruir se llevasen tanto de ello, no pareció hacer mella en lo mucho que quedaba. Cosa de grande admiración y para ponderar: pues ninguno sacóse igual como éste, ni en todas las indias se halló tal riqueza, ni príncipe cristiano ni pagano tiene ni posee tan rica comarca como es donde está fundada esta famosa ciudad. El gran sacerdote desmamparó el templo, donde sacaron el jardín de oro y las ovejas y pastores de este metal; con tanta plata que es de no creer; y pedrería que si se cobrara valiera una ciudad. Pues como entraron los españoles y abrían las puertas de las casas, en unas hallaban rimeros de piedras de oro de gran peso y muy ricas, en otras grandes vasijas de plata. Amohinábalos el ver tanto oro. Muchos se lo dejaban, haciendo escarnio de ello, sin querer tomar más que algunas joyas delicadas y galanas para sus indias; otros hallaban chaquita, plumaje, oro en tejos, plata en pastas, de manera que la ciudad estaba llena de tesoros. En la fortaleza, casa real del sol, se hallaron grandezas no vistas ni oídas, porque tenían los reyes allá depósitos de todas las cosas que se pueden imaginar y pensar. Los anaconas fue mucho lo que robaron, y algunos españoles hicieron lo mismo. Pizarro mandaba que se recogiese todo el oro y plata a una casa principal de la ciudad y así se hizo. La ropa fina que se pudiera recoger en aquel tiempo, si se guardara, valiera más de tres millones. Como el gobernador lo mandaba y procuraba, se recogió un gran montón de plata y oro, y habiéndose robado lo que buenamente se puede creer, se hicieron cuatrocientas y ochenta partes que se repartió entre los españoles. Dicen unos que fue cada parte cuatro mil pesos; otros dicen dos y setecientos marcos de plata. Piedras ricas se hubieron en cantidad; las más se quedaron con ellas quien las hallaba alrededor de la ciudad por dondequiera que saliesen. Como diesen en pueblos, se hallaba cantidad de plata; alguna traían a montón, mucha dejaban porque no la estimaban. Parecióle a Pizarro que sería bien entender en el principal, que tocaba al servicio de Dios, y así, luego que entró en la ciudad del Cuzco (la limpió de la suciedad de los ídolos señalando iglesia, lugar decente para decir misa y que el evangelio fuese predicado para que el nombre de Jesucristo fuera loado) sin lo cual por los caminos se pusieron cruces que fue gran terror para los demonios, pues les quitaban el dominio que tuvieron en aquella ciudad: permitiéndolo Dios, por que los moradores le hubiesen sido tan sujetos. Y esto hecho, dijo a un escribano que le diese por testimonio como tomaba posesión en aquella ciudad como cabeza de todo el reino del Perú en nombre del emperador don Carlos, quinto de este nombre, rey de España, y de ello hizo testigos; nombrando alcaldes y regidores. Quedó reedificada por él la ciudad del Cuzco, de lo cual tengo contado en mi primera parte, adonde remito al lector. Yncoravayo y el Quizquiz estaban todavía acompañados de mucha gente, así de los vecinos del Cuzco como de los mitimaes. Tenían crecido dolor en ver que los españoles se habían apoderado de su ciudad, lloraban sus hados, quejábanse de sus dioses, gemían por los incas; maldecían el nacimiento de Guascar y Atabalipa, pues por sus pendencias y vanas porfías pudieron los españoles haber ganado tan gran tierra. Andaban entre éstos los guamaraconas que son del linaje y prosapia de aquellos que en la segunda parte conté que morando en los pueblos Carangue y Otavalo y Cayambe y otros que caen en la comarca de Quito, el rey Guaynacapa por cierto enojo mató tantos, que volvió un lago grande donde los echaban de color de sangre y dende entonces, hasta hoy y para siempre jamás, se le quedó por nombre a aquel palude Yaguarcocha, que quiere decir mar de sangre. Los hijos de éstos salieron muy esforzados y en las guerras eran privilegiados y muchos andaban con estos capitanes del Cuzco. El Quizquiz, como era mañoso, pensó de ganar la gracia de éstos, para que no pudiendo prevalecer contra los españoles, ir con ellos al Quito donde pensó tener reputación; y tomándolos a parte les trajo a la memoria la fertilidad de su tierra y cuán alegre era y que, pues la fortuna había sido tan favorable a los cristianos, que hubiesen ganado la mayor parte de Chinchasuyo, que sería buen consejo que volviesen allí para vivir en los campos que sus padres labraron y ser enterrados en las sepulturas antiguas de sus mayores y que, como ellos le jurasen, por el soberano sol y por la sagrada tierra, que le tomarían por capitán y serían fieles, que él los llevaría a sus tierras, y moriría por lo que al menor de ellos tocase. Dicen que los guamaraconas, después de lo haber pensado, respondieron que eran contentos de hacer lo que les aconsejaba, con que primero sería bien tentar la fortuna en de nuevo dar guerra a los cristianos, y que si les sucediese como primero, que luego se pondrían en camino para sus patrias y le llevarían por capitán Yncoravayo, con los orejones y más capitanes enviaron a diversas partes de las provincias que se viniesen a juntar con ellos para dar guerra a los españoles que ya se habían hecho señores de la ciudad del Cuzco y a mucha prisa comenzaron a hacer armas y ponerse a punto para ir contra ellos haciendo grandes sacrificios a sus dioses. Y dejando esta materia, volveré a hablar lo que pasaba en las provincias equinocciales.
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Capítulo LXIX Que trata de cómo vino el capitán Diego Maldonado con ocho españoles de los reinos del Pirú Estando el general como dicho tengo, tuvo nueva cómo había llegado el capitán Diego Maldonado por tierra del Pirú. Luego se fue el general a la ciudad donde halló a el capitán, el cual diole relación el capitán al general de su venida. Y les dijo que en Atacama, estando allí Antonio de Ulloa, le habían venido cartas de las Charcas enviados por un capitán de Gonzalo Pizarro, que se decía Alonso de Mendoza, para el Antonio de Ulloa, en que por ellas le avisaba cómo era allegado a Panamá un presidente enviado por Su Majestad a proveer en lo del Pirú, y que Gonzalo Pizarro tenía muy gran necesidad de que se le juntase toda la más gente que se pudiese. Y teniendo confianza que sabido esto por Ulloa se iría a donde él estuviese, le escribió que donde quiera que estuviese, luego se viniese con la gente a las Charcas, porque de allí se fuesen con toda la gente que más pudiesen haber a donde se hallase Gonzalo Pizarro. Pues recebidas las cartas por el Antonio de Ulloa, fue muy grande el placer que recibió, y mandó a la gente que consigo traía que se apercibiesen para volver al Pirú, y dijo que habían de ir a las Charcas y de allí adonde Gonzalo Pizarro estuviese. Junto con esto mandó que los navíos, que por la mar venían, que se volviesen a la ciudad de los Reyes y dejasen la navegación de Chile, no mirando ni acatando que allí venían muchos españoles casados, y traían sus mujeres e hijos y habían gastado cuanto tenían en el viaje, y que quedaban pobres y el viaje por hacer. Dijo más este capitán Maldonado, que viendo este movimiento y rebelación temiendo los alborotos del Pirú y sus bullicios, acordó Pedir licencia al Antonio de Ulloa para venir a esta tierra. Y Por tener aquel capitán Diego Maldonado muchos amigos en el campo, y si no se la daba la pudiera él tomar y salirse con todos los que seguirle quisieran, que no fueran los menos, y teniendo el Ulloa quedarse solo, dio la licencia liberalmente a él y a los demás, que fueron por todos veinte y dos hombres, a los cuales les tomó las armas y los mejores caballos, dándoles otros no tales, y por no ir el Ulloa embarazado con yeguas y cabras, dio licencia a los que las tenían que las llevasen, tomándoles los esclavos y algunas piezas de servicios. Salido de Atacama Antonio de Ulloa para las Charcas, se metió el capitán Diego Maldonado con sus veinte y dos compañeros en el despoblado. Viendo los indios de Atacama cómo eran pechados de los de Copiapó, y de suyo tienen ser inclinados a malicias y traiciones, dieron mandado a los de Copiapó haciéndoles saber cómo iban veinte y dos cristianos para su tierra, y que si allí esperaran un día más ellos los mataran, y pues se habían escapado de sus manos que los matasen en su tierra, pues iban a ella. Y con este aviso cuando llegó Diego Maldonado con su compañía al valle de Copiapó, halló los indios alterados y puestos en arma. Y vistos, dieron los indios en los españoles y mataron cinco de ellos. El capitán con los demás que le quedaron procuró de salir del valle con esta pérdida y mal hospedaje. Y como su salida fue de noche y con lo obscuro por reparar las vidas, caminaron por tierra no sabida y espesa de montes, los cuales perdieron el camino y anduvieron toda la noche perdidos, que no acertaron a salir del valle. Visto por los indios se acaudillaron y dieron de nuevo en los cristianos y mataron nueve, y tomáronles todo el ganado que traía. Y de estos ocho que escaparon heridos, peleando acertaron a salir del valle. Y como los indios los vieron fuera dejáronlos. Y así escaparon diciendo que de aquella pérdida y mal suceso era causa Antonio de Ulloa, que después de dada por Gonzalo Pizarro la batalla al virrey en Quito donde le mató, se había alzado de nuevo con la tierra toda del Pirú, y que tenía usurpada toda la tierra firme del Nombre de Dios y Panamá, y que decía Gonzalo Pizarro que si Su Majestad no te daba toda la tierra, que él la tenía y la defendería, y que para defensa de ella tenía en Panamá una gruesa armada con sus capitanes y mucha gente de guerra. Oídas estas palabras, el general tomó en sí gran pena. Acabada esta plática dijo el general al capitán Joan Batista que le avisase cuando el navío hubiese venido al puerto de Valparaíso.
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Que trata en qué año y tiempo nació el valerosísimo infante Ixtlilxóchitl, y las cosas que hizo en su niñez y puericia Cierto que son muy de notar y considerar las maravillosas obras de Dios nuestro señor, y el muy gran orden y misterio que en sí contienen, y para qué fin las hace y dispone, entre las cuales son muy de notar los nacimientos tan extraños de algunos príncipes como fue el de este infante Ixtlilxóchitl, que fue casi a los dos meses primeros del año de 1500, al tiempo y cuando en la ciudad de Gante nació el felicísimo y poderosísimo emperador don Carlos (de gloriosa memoria) nuestro señor, pues ambos fueron instrumento principal para ampliar y dilatar la santa fé católica. Y no es menos de considerar el muy dichoso nacimiento de don Fernando Cortés, señor marqués del Valle, que fue en el de mil cuatrocientos ochenta y cinco, quince años antes y al tiempo y cuando nació el perverso Martín Lutero; éste para contaminar y deshacer nuestra santa fe católica y sagrada religión, y aquél para ampliarla como se verá en el discurso de esta historia. Hubo muchas señales y pronósticos en el nacimiento de este infante, que muy a la clara manifestaron lo que después vino a suceder; y los astrólogos y adivinos de su padre el rey, entre otras cosas que pronosticaron de él, dijeron que andando el tiempo, este infante había de recibir nueva ley y nuevas costumbres, y ser amigo de naciones extrañas y enemigo de su patria y nación, y que sería contra su propia sangre; dijeron que él vengaría la sangre de tantos cautivos que se acababa de derramar, y sería total enemigo de sus dioses y de su religión, ritos y ceremonias; con lo cual persuadían al rey su padre, que con tiempo le quitasen la vida, y él les respondió que era por demás ir contra lo determinado por el Dios creador de todas las cosas, pues no sin misterio y secreto juicio suyo le daba tal hijo al tiempo y cuando se acercaban las profecías de sus antepasados, que habían de venir nuevas gentes a poseer la tierra, como eran los hijos de Quetzalcóatl que aguardaban su venida de la parte oriental; y con esto desvelaba el rey a sus consejeros y adivinos. Fuese criando Ixtlilxóchitl con tanta viveza y agudeza, que bien mostraba lo que había de venir a ser, y a sus amas las traía confusas y admiradas, porque siendo de edad de tres años poco más, mató a la ama que le daba el pecho, y fue la causa que viendo el niño a un caballero de palacio requestarla, pidió le diese agua de beber y que había de ser sacada de un pozo, y al tiempo que se bajó a sacar el agua con una soga, la arrempujó, y como descuidada de tal cosa cayó dentro del pozo, y por presto que la quisieron socorrer, por ser tan angosto y hondable se ahogó, y el niño comenzó a buscar piedras para echarlas encima de su ama, lo que causó admiración, y lo llevaron a la presencia del rey su padre, y preguntándole éste ¿por qué causa había muerto a su madre y ama que lo criaba?, dijo que en la sala donde les leían las ochenta leyes, se mandaba que nadie requestase a las damas y criadas de su palacio, ni ellas diesen ocasión, pena de la vida; y que su madre se requestaba con uno de los caballeros de palacio, y así la mató por cumplir con la ley, de que el rey, sabiendo ser todo cierto, se quedó escandalizado de ver semejante hecho por una criatura de tan poca edad. Desde que tuvo siete años comenzó a formar escuadrones y ejércitos con los muchachos, haciendo a sus ayos y maestros que hiciesen cantidad de pelotas de espadaña y junco, y muchas flechas de lo mismo, con que peleaban y les servían de munición; y muchas veces cuando se le venían a acabar, aguijaba las piedras y guijarros, con que lastimaba y descalabraba a muchos de los muchachos, y traía a la ciudad con gran alboroto y alarido de muchachos; y el rey su padre le pasaba que hiciese semejantes demasías y reprendía a sus ayos y maestros porque le iban a la mano. Dos señores de los consejeros de su padre le dijeron que mirase que convenía quitase la vida a este infante, pues siendo tan muchacho era tan demasiado de bullicioso, que si él venía a ser hombre había de poner en muy gran riesgo a todo el imperio, porque tenía los pensamientos demasiado altos y soberbios, por cuya causa desheredaría a sus hermanos y a otros señores; y aunque el rey no condescendía con su consejo, mas todavía le ponían en cuidado sus travesuras y reprendía ásperamente a sus maestros. No faltó quien de todo lo tratado con su padre se lo dijese y sus maestros le rogaron que se fuese a la mano, y no le viniese a suceder lo que se pretendía por los consejeros del rey su padre, pues no solamente a él le costaría la vida, sino que también pagarían con ella ellos, pues eran sus maestros, culpándolos por negligentes en su enseñanza y buena doctrina. Oyendo Ixtlilxóxhitl estas razones, una noche cogió a tres o cuatro mancebos de los de su guarda y enseñanza en el arte militar, de quienes mucho se fiaba, y con ellos se fue a las casas de estos dos consejeros, y aquella noche los hizo ahorcar a ambos, de manera que cuando vino a amanecer ya estaban ahorcados, sin que tuviesen lugar de librarse porque los llamaba a solas, y de secreto como que quería tratar con ellos negocios que importaban, y como venían a solas y libres de tal desgracia, los mancebos que llevaba consigo en un instante les fueron dando garrote y los colgaron como dicho es. Cuando amaneció y supo el rey lo que había hecho, lo mandó llamar ante sí, y le preguntó que ¿cómo había cometido una maldad tan grande en matarle sus consejeros? Respondió: "señor, nunca ofendí vuestros consejos, para que me desearan la muerte, e indignaran a vuestra alteza a que, si no fuera tan sabio y prudente, por su causa me mandase quitar la vida, sin haber cometido cosa que sea en contra de vuestras leyes y mandatos, y el ser yo belicoso y aficionado a la milicia, es lo más estimado y tenido en vuestro reino; y lo que es natural y viene de lo alto, es atrevimiento muy grande quererlo contrastar, y muy gran imprudencia oprimir la fuerza de la naturaleza, y crueldad desear la muerte al que no ofende, y así poderoso señor, quise ganar por la mano en quitar la vida a vuestros consejeros, pues quisieron contrastar la mía; y de esto no hay en toda vuestra corte persona alguna que sea culpada más de tan solamente la mía, porque si ayuda tuve, mis criados hicieron lo que deben a su señor". Con que el rey no supo con qué ocasión poderle castigar, porque le parecieron sus razones tan vivas y fundadas, que de su parte no había hecho cosa indebida ni vileza para poder ser castigado, mas tan sólo una ferocidad de ánimo, pronóstico lo mucho que había de venir a saber por las armas; y así el rey le dijo, que se fuese a la mano, y que si como era verdad que aquellos señores le habían aconsejado con petición para que lo mandase matar, no lo fuera, que sin duda ninguna que le costara la vida, e hiciera con él un ejemplar castigo. Esto hizo siendo de edad de diez a doce años, y cuando tuvo los catorce cumplidos salió a ejercitar su persona en los campos de Tlaxcalan y Huexotzinco, en donde hizo maravillas; y cuando vino a tener los dieciseis, ya tenía las borlas e insignias de gran capitán, Porque a estos tiempos vino a morir el rey, su padre, y se opuso contra su hermano el rey Cacama, impidiendo su coronación y jura.