De cómo estos yungas fueron muy servidos, y eran dados a sus religiones, y cómo había ciertos linajes y naciones dellos Antes que vaya contando los valles de los llanos y las fundaciones de las tres ciudades Trujillo, los Reyes, Arequipa, diré aquí algunas cosas a esto tocantes, por no reiterarlo en muchas partes dellas que yo vi y otras que supe de fray Domingo de Santo Tomás, de la orden de Santo Domingo, el cual es uno de los que bien saben la lengua y que ha estado mucho tiempo entre estos indios, dotrinándolos en las cosas de nuestra santa fe católica; así que, por lo que yo vi y comprendí el tiempo que anduve por aquellos valles, y por la relación que tengo de fray Domingo, haré la destos llanos: los señores naturales dellos fueron muy temidos antiguamente y obedescidos por sus súbditos, y se servían con gran aparato, según su usanza, trayendo consigo indios truhanes y bailadores, que siempre los estaban festejando, y otros contino tañían y cantaban. Tenían muchas mujeres, procurando que fuesen las más hermosas que se pudiesen hallar, y cada señor, en su valle, tenía sus aposentos grandes, con muchos pilares de adobes y grandes terrados y otros portales, cubiertos con esteras, y en el circuito desta casa había una plaza grande donde se hacían sus bailes y areitos; y cuando el señor comía se juntaba gran número de gente, los cuales bebían de su brebaje, hecho de maíz o de otras raíces. En estos aposentos estaban porteros que tenían cargo de guardar las puertas y ver quién entraba o salía por ellas, todos andaban vestidos con sus camisetas de algodón y mantas largas, y las mujeres lo mismo, salvo que la vestimenta de la mujer era grande y ancha a manera de capuz abierta por los lados, por donde sacaban los brazos. Algunos dellos tenían guerra unos con otros, y en partes nunca pudieron los más dellos aprender la lengua del Cuzco. Aunque hubo tres o cuatro linajes de generaciones destos yungas, todos ellos tenían unos ritos y usaban unas costumbres; gastaban muchos días y noches en sus banquetes y bebidas; y cierto cosa es grande la cantidad de vino o chicha que estos indios beben, pues nunca dejan de tener el vaso en la mano. Solían hospedar y tratar muy bien a los españoles que pasaban por sus aposentos, y recibirlos honradamente; ya no lo hacen así, porque luego que los españoles rompieron la paz y contendieron en guerra unos con otros, por los malos tratamientos que les hacían fueron aborrecidos de los indios, y también porque algunos de los gobernadores que han tenido les han hecho entender algunas bajezas tan grandes, que ya no se precian de hacer buen tratamiento a los que pasan, pero presumen de tener por mozos a algunos de los que solían ser señores; y esto consiste y ha estado en el gobierno de los que han venido a mandar, algunos de los cuales ha parecido grave la orden del servicio de acá, y que es opresión y molestia a los naturales sustentarlos en las costumbres antiguas que tenían, las cuales, si las tuvieran, ni les quebrantaban sus libertades ni aun los dejaban de poner más cercanos a la buena policía y conversión; porque verdaderamente pocas naciones hubo en el mundo, a mi ver, que tuvieron mejor gobierno que los ingas. Salido del gobierno yo no apruebo cosa alguna, antes lloro las extorsiones y malos tratamientos y violentas muertes que los españoles han hecho en estos indios, obradas por su crueldad, sin mirar su nobleza y la virtud tan grande de su nación, pues todos los más destos valles están ya casi desiertos, habiendo sido en lo pasado tan poblados como muchos saben.
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Capítulo LXI De la Coya Chuqui Huipa, mujer de Huascar Ynga Por guardar el orden con que empezamos este libro, que después de la vida y sucesos del Ynga se ponga la de su mujer, aunque en la vida de Huascar Inga se ha tratado especialmente de la Coya Chuqui Llanto, y por otro nombre Chuqui Huipa, su mujer, y su casamiento y sucesos, por haber ido mezclados con los de su marido, aquí sólo brevemente diré algunas tocantes a está Coya. Si alguna de todas las Reinas que tuvieron estas provincias se puede llamar desdichada e infeliz, puede ser esta coya Chuqui Llanto y su madre, Rahua Ocllo, pues por sus ojos vieron tantas lástimas, tantas muertes desdichadas como hemos referido, hechas por Quisquis y Chalco Chima, cuantas ningún Ynga vio ni oyó ni pasaron ni sucedieron por su generación. Fue Chuqui Huipa mujer de buena disposición y hermosa, aunque algo morena, que todo este linaje lo tuvo siempre. Sus arreos fueron pomposos y soberbios cuando salía fuera de su casa, iban en su acompañamiento infinito número de indios principales y criados suyos, y rodeada de muchas ñustas bizarramente vestidas. Las paredes de su palacio tenía pintadas con diferentes modos de pinturas, porque fue extrañamente aficionada a ello, y los paramentos y colgaduras eran de finísimo cumbi de diferentes figuras, cuales en aquellos tiempos se hacían sutilísimas. Murió esta señora con su marido, Huascar Ynga, y su madre, Rahua Ocllo, en Antamarca, por mandado de Atao Hualpa, y así se puede decir con verdad que no gozó de la grandeza y poderío de su reino. De su entierro no se ha tenido bastante noticia, porque como su muerte fue violenta, la enterrarían con su marido donde fue muerta, no con la solemnidad que ellos acostumbraban a sus Reinas.
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Cómo el Almirante sometió la isla Española y lo que dispuso para sacar de ella utilidad Vuelto el Almirante de su exploración de Cuba y de Jamaica, encontró en la Española a su hermano Bartolomé Colón, que había ido a tratar con el Rey de Inglaterra acerca del descubrimiento de las Indias, como antes hemos referido. Este, volviendo a Castilla con las capitulaciones que le concedió aquél, supo en París por el Rey Carlos de Francia cómo su hermano el Almirante había ya descubierto las Indias, por lo que dicho Rey le dio cien escudos para hacer su viaje. Y aunque con tal noticia se apresuró mucho para encontrar al Almirante en España, cuando llegó a Sevilla ya había partido éste a las Indias con diez y siete navíos. De modo que para cumplir cuanto éste le había encargado, muy luego, a principios del año 1494, fue a los Reyes Católicos llevando consigo a D. Diego Colón, hermano mío, y a mí, para que sirviesemos de pajes al serenísimo Príncipe D. Juan, que esté en gloria, como lo había mandado la Reina Católica Isabel, que a la sazón estaba en Valladolid. Tan pronto como nosotros llegamos, los Reyes llamaron a D. Bartolomé y le mandaron a la Española con tres navíos. Allí sirvió algunos años, como parece por una memoria suya que encontré entre sus escrituras, donde dice estas palabras: "Yo serví de Capitán desde el 14 de Abril del 94 hasta 12 de Marzo del 96, que salió el Almirante para Castilla; entonces comencé a servir de gobernador hasta el 28 de Agosto del año de 98, que el Almirante fue al descubrimiento de Paria, en cuyo tiempo volví a servir de Capitán hasta el 11 de Diciembre del año 1500, que torné a Castilla." Pero volviendo al Almirante, que regresaba de Cuba, diremos que, habiendo hallado a su hermano en la Española, le nombró Adelantado o gobernador de las Indias. Después hubo sobre esto alguna discusión, porque los Reyes Católicos decían que no se le había concedido al Almirante potestad para dar tal cargo. Para zanjar estas diferencias Sus Altezas se lo concedieron de nuevo, y así, en lo sucesivo, fue llamado Adelantado de las Indias. Con la ayuda y consejos de su hermano el Almirante descansó desde entonces y vivió con mucha quietud, aunque de otra parte fuese fatigado, tanto con motivo de su enfermedad como también porque casi todos los indios de la tierra se habían sublevado por culpa de Pedro Margarit, de que arriba hicimos mención. Este, siendo obligado a considerar y respetar al que, cuando partió para Cuba, le había hecho Capitán de 360 soldados y 14 jinetes, para que con éstos recorriese la isla reduciéndola al servicio de los Reyes Católicos, y a la obediencia de los cristianos, especialmente la provincia de Cibao, de la que se esperaba la principal utilidad, hizo todo lo contrario; pues apenas se marchó el Almirante, fuése con toda aquella gente a la Vega Real, distante diez leguas de la Isabela, y no quiso recorrer y pacificar la isla; antes bien, fue ocasión de que naciesen discordias y parcialidades en la Isabela, procurando y maquinando que los del Consejo instituido por el Almirante le obedeciesen en todas sus órdenes, y mandóles cartas muy desenvueltas; hasta que viendo que no podía salir con su empeño de hacerse superior a todos, por no esperar al Almirante, a quien habría de dar cuenta de su cargo, se embarcó en los primeros navíos que llegaron de Castilla, y se volvió con éstos sin dar justificación, ni dejar orden alguna acerca de la gente que le estaba encomendada. De la ida de mosén Pedro Margarit provino que cada uno se fuese entre los indios por do quiso, robándoles la hacienda y tomándoles las mujeres y haciéndoles tales desaguisados, que se atrevieron los indios a tomar venganza en los que tomaban solos o desmandados; por manera que el cacique de la Magdalena, llamado Guatigana mató diez cristianos y secretamente mandó prender fuego a una casa donde había cuarenta enfermos. Vuelto el Almirante, fue aquél castigado con severidad, porque si bien no se le pudo echar mano, fueron apresados algunos de sus vasallos y mandados a Castilla en cuatro navíos que Antonio de Torres llevó a 24 de Febrero del año 1495. Igualmente fueron castigados otros seis o siete que en diversos lugares de la isla habían hecho daño a los cristianos; es verdad que los caciques habían matado a muchos, pero aún habrían dado muerte a muchos más si el Almirante no llegase a tiempo de ponerles algún freno. Este encontró la isla en tan mal estado que "los más cristianos cometían mil excesos, por lo cual los indios los tenían entrañable odio y rehusaban de venir a su obediencia". El que los Reyes o caciques estuviesen conformes en su propósito de no obedecer a los cristianos, era muy fácil de conseguir, porque, según hemos dicho, eran cuatro los principales bajo cuya voluntad y dominio vivían los otros. Los nombres de éstos eran Caonabó, Guacanagarí, Beechío y Guarionex. Cada uno de ellos tenía a sus órdenes otros setenta u ochenta caciques, no porque éstos les diesen tributo ni otra utilidad, sino porque estaban obligados, cuando se les llamase, a ayudarles en sus guerras y a sembrarles sus campos. Uno de éstos, llamado Guacanagarí, señor de la región de la isla donde estaba fundada la villa de la Navidad, perseveraba en la amistad de los cristianos, por lo que, tan luego como supo la venida del Almirante, fue a visitarlo diciendo que no había intervenido ni en el propósito, ni en ayuda de los otros caciques; y que de ello daba testimonio la benevolencia con que en su país habían sido tratados los cristianos, pues siempre tuvo un centenar de éstos bien servidos y provistos de todo aquello en que le era posible complacerles, por cuyo motivo los otros caciques le eran contrarios, especialmente Beechío, que le había matado una mujer; Caonabó le había robado otra; por lo que suplicaba que se la hiciese restituir, y le ayudase en la venganza de sus injurias. Así resolvió el Almirante hacerlo, creyendo ser verdad lo que le decía, pues lloraba cuantas veces recordaba la muerte de aquellos que habían perecido en la Navidad, como si fuesen hermanos suyos; y tanto más se dispuso a esto el Almirante, por considerar que con la discordia entre los caciques podría más fácilmente sojuzgar aquel país, y castigar la rebelión de los otros indios y la muerte de los cristianos. Por lo cual, a 24 de Marzo de 1495 salió de la Isabela dispuesto para la guerra. En su ayuda y compañía llevó al mencionado Guacanagarí, muy deseoso de oprimir a sus enemigos, aunque parecía empresa muy difícil, puestos éstos eran más de cien mil indios, y sólo llevaba consigo el Almirante doscientos cristianos, veinte caballos y otros tantos perros lebreles. Pero conociendo el Almirante la naturaleza y condición de los indios, dividió el ejército con su hermano el Adelantado, a dos jornadas largas de la Isabela, para embestir por diversas partes a la muchedumbre esparcida por los campos, pensando que el miedo de sentir el estruendo por varios lados los pondría más que nada en fuga, como lo demostró claramente el efecto; porque habiendo los escuadrones de soldados de las dos bandas acometido la muchedumbre de los indios, cuando se había comenzado a romper con los tiros de las ballestas y los arcabuces, para que no volvieran a juntarse, los acometieron impetuosamente, "que dieron los caballos por una parte, y los lebreles por otra, y todos, siguiendo y matando, hicieron tal estrago que en breve fue Dios servido tuviesen los nuestros tal victoria, que siendo muchos muertos, y otros presos y destruidos", y cogido vivo Caonabó, el principal cacique de todos ellos, juntamente con sus hijos y sus mujeres. Después confesó Caoriabó haber muerto a veinte de los cristianos que habían quedado con Arana en la villa de la Navidad, cuando el viaje primero que fueron descubiertas las Indias; y que después, bajo color de amistad, había ido apresuradamente a ver la villa de la Isabela, con el designio, que fue conocido por los nuestros, de observar cómo mejor podría combatirla y hacer lo mismo que había hecho antes en la Navidad. De todas estas cosas, ya referidas por otros, el Almirante tenía plena información, de tal modo que para castigarle de aquel delito y de esta segunda rebelión y junta de indios, había salido contra él; habiéndolo hecho prisionero con un hermano suyo, los envió a España porque no quiso ajusticiar a un tan gran personaje sin que lo supiesen los Reyes Católicos, pues bastaba haber castigado a muchos de los culpables. Con la prisión de éstos y con la victoria obtenida, sucedieron las cosas de los cristianos tan prósperamente que, no siendo más de seiscientos treinta, la mayor parte enfermos, y muchas mujeres y muchachos, en espacio de un ano que el Almirante recorrió la isla, sin tener que desenvainar la espada, la puso en tal obediencia y quietud que todos prometieron tributo a los Reyes Católicos cada tres meses, a saber: de los que habitan en Cibao, donde estaban las minas de oro, pagaría toda persona mayor de catorce años un cascabel grande lleno de oro en polvo; todos los demás, veinticinco libras de algodón cada uno; y para saber quién debía pagar ese tributo se mandó hacer una medalla de latón o de cobre, que se diese a cada uno cuando la paga, y la llevase al cuello, a fin de que quien fuese encontrado sin ella se supiese que no había pagado y se le castigase con alguna pena. No hay duda de que esta orden habría tenido su efecto si no sucediesen después entre los cristianos algunas alteraciones que más adelante referiremos; porque después de la prisión de Caonabó quedó aquella región tan pacífica que en adelante un solo cristiano iba seguramente donde quería, y los mismos indios lo conducían en hombros a donde le agradaba, le mismo que en postas; lo cual el Almirante no reconocía venir sino de Dios y de la buena suerte de los Reyes Católicos, considerando que de otro modo hubiera sido imposible que doscientos hombres medio enfermos y mal armados fuesen bastantes para vencer a tanta muchedumbre, la cual quiso poner bajo su mano la Divina Providencia; pero también les dio gran penuria de bastimentos, y varias graves enfermedades que los redujeron a una tercera parte de los que eran antes, para que resultase más claro que de su alta mano y voluntad procedían tan maravillosas victorias y dominaciones de pueblos, y no de nuestras fuerzas o ingenios, o de la cobardía de los indios, pues aunque los nuestros hubieran sido muy superiores, era cierto que la muchedumbre de los indios hubiera podido suplir a cualquiera ventaja de los nuestros.
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Cómo Guayna Capac salió del Cuzco y lo que hizo. Guayna Capac había mandado parescer delante de sí a los principales señores de los naturales de las provincias y, estando su Corte llena dellos, tomó por mujer a su hermana Chimbo Ocllo y por ello se hicieron grandes fiestas, dejando los lloros que por la muerte de Tupac Inca se hacían. Y acabadas, mandó que se saliesen con él hasta cincuenta mill hombres de guerra, con los cuales quería ir acompañado para ir a visitar las provincias de su reino. Como lo mandó se puso por obra y salió del Cuzco con más pompa y autoridad que su padre, porque las andas serían tan ricas, a lo que afirman los que llevaron el rey en sus hombros, que no tuvieran precio las piedras preciosas tan grandes y muchas. Y fue por las provincias de Xaquixaguana y Andaguaylas y allegó a los Soras y Lucanas, donde envió embajadas a muchas partes de los llanos y sierras y tuvo respuesta dellos y de otras, con grandes presentes y ofrecimientos. Volvió desde aquellos lugares al Cuzco, donde estuvo entendiendo en hacer grandes sacrificios al sol y a los que más tenían por dioses, para que le fuesen favorables en la jornada que quería hacer, y dio grandes dones a los ídolos de los guacas; y supo de los adivinos, por los dichos de los demonios o porque ellos lo inventaron, que le había de suceder prósperamente en las jornadas que hacer quería y que volverían al Cuzco con grande honra y provecho. Esto acabado, de muchas partes vinieron gentes con sus armas y capitanes, por su mandado, y alojados, de la ciudad eran proveídos. En el edificio de la fortaleza se entendía sin dejar de labrar día ninguno los para ello señalados. En la plaza del Cuzco se puso la grand maroma de oro y se hicieron grandes bailes y borracheras y, junto a la piedra de la guerra, se nombraron capitanes y mandones conforme a su costumbre; y ordenándoles, hizo un parlamento Guayna Capac, bien ordenado y dicho con palabras vehementes, sobre que le fuesen leales así los que ban con él como los que quedaban. Respondieron que de su servicio no se partían, el cual dicho loó y dio esperanzas de les hacer mercedes largas. Y estando aparejado lo que para la jornada era menester, salió del Cuzco con toda la gente de guerra que se había juntado y por un camino grande, tan soberbio como hoy día paresce, pues todos los de acá lo vemos y andamos por él, anduvo hacia el Collao, mostrando por las provincias donde pasaba tener en poco los grandes servicios que le hacían; porque dicen que decía que a los Incas todo se les debía. Entendía en sobre lo que le daban de tributo y la posibilidad de la provincia; recogió muchas mujeres, las más hermosas que se podían hallar; dellas tomaba para sí y otras daba a sus capitanes y privados; las demás eran puestas en el templo del sol y allí guardadas. Entrando en el Collao, le trajeron cuenta de las grandes manadas que tenía de ganados y cuántas mill cargas de lana fina se llevaban por año a los que hacían la ropa para su casa y servicio. En la isla de Titicaca entró y mandó hacer grandes sacrificios. En Chuquiabo, mandó que estuviesen indios estantes con sus veedores a sacar metal de oro con la orden y regimiento que se ha escripto. Pasando adelante, mandó que los Charcas y otras naciones hasta los Chichas sacasen cantidad grande de pastas de plata, que se llevasen al Cuzco por su cuenta, sin que nada faltase; trasportó algunos mitimaes de una parte en otra, aunque había días que estaban alojados; mandaba que todos trabajasen y ninguno holgase, porque decía que la tierra donde había holgazanes no pensaban otra cosa sino cómo buscar escándalos y corromper la honestidad de las mujeres. Por donde pasaba mandaba edificar tambos y plazas, dando con su mano la traza; repartió los términos a muchas provincias y límite conocido para que, por aventajallo, no viniesen a las manos. Su gente de guerra, aunque era tanta, iba tan corregida que no salía de los reales un paso; por donde pasaban, los naturales proveían de lo necesario tan cumplidamente, que era más lo que sobraba que lo que se gastaba. En algunos lugares edificaron baños y en otros cotos y por los desiertos se hicieron grandes casas. Por todas partes quel Inca pasaba dejaba hechas tales cosas que es admiración contarlas. Al que erraba castigaba sin dejar pasar por alto nada y gratificaba a quien bien le servía. Ordenadas estas cosas y otras, pasó de las provincias subjetas agora a la Villa de la Plata y por lo de Tucuma envió capitanes con gente de guerra a los Chiriguanaes; mas no les fue bien, porque volvieron huyendo. Por otra parte, hacia la mar del Sur, envió más gente con otros capitanes a que señoreasen los valles y pueblos que del todo su padre no pudo conquistar. Él fue caminando con toda su gente hacia Chile, acabando de tomar por donde pasaba, las gentes que había. Pasó gran trabajo por los despoblados y fue mucha la nieve que sobre ellos cayó; llevaban toldos con que se guarescer y muchos yanaconas y mujeres de servicio. Por todas estas nieves se iba haciendo el camino o ya estaba hecho y bien limpio y postas puestas por él. Allegó a lo que llamaban Chile, a donde estuvo más de un año entendiendo en refrenar aquellas naciones y asentarlas de todo punto; mandó que le sacasen la cantidad que señaló de tejuelos de oro; y los mitimaes fueron puestos y trasportadas muchas gentes de aquellas de Chile de unas partes en otras. Hizo, en algunos lugares fuertes y cercas a su uso, que llaman pucaraes, para la guerra que con algunos tuvo. Anduvo mucho más por la tierra que su padre, hasta que dijo que había visto el fin della y mandó hacer memorias por muchos lugares para que en lo futuro se entendiese su grandeza, y fama de hombres crecidos. Puesto en razón lo de Chile y hecho lo que convino, puso sus delegados y gobernadores y mandó que siempre avisasen en la corte del Cuzco lo que pasara en aquella provincia. Encargóles que hiciesen justicia y que no consintiesen motín ni alboroto que no matasen los movedores sin dar la vida a ninguno. Volvió al Cuzco, a donde fue recebido de la ciudad honradamente y los sacerdotes del templo de Curicancha le dieron muchas bendiciones y él alegró al pueblo con grandes fiestas que se hicieron. Y nacíanle muchos hijos, los cuales criaban sus madres, entre los cuales nació Atahuallpa, segund la opinión de todos los indios del Cuzco que dicen ser así, y llamábase su madre Tuta Palla, natural de Quillaco, aunque otros dicen ser del linaje de los Orencuzcos; y siempre, desde que se crió, anduvo Atahuallpa con su padre y era de más edad que Guascar.
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Dícense las causas que movieron al capitán a crear ministros de guerra, y los nombres dellos Habiendo sido el Señor servido de que el capitán tuviese surtas las naos en un tan deseado, buscado y tan necesario puerto, viendo la bondad de tierras de que estaba cercado, la necesidad que tenía de tomar en nombre de Su Majestad la posesión de todas ellas, sabiendo la guerra que sus deseos le hacían de que en ellas con la seguridad debida fuesen los oficios divinos celebrados, y que para esto y lo demás que surto allí pretendía para mejor despacho suyo, había manifiesto riesgo, pues los indios con armas propias, por no conocer las ajenas, por el bosque y por las playas osada e importunadamente acometían a los nuestros; que no se podía excusar buscar de comer en tierra, aguada y leña, traer lastre a las naos, hacer en ellas ciertas fábricas, arrumar y componerlas, viendo más, cuánto importaba que con escoltas fuesen los caminos tomados y con emboscadas los puertos para poder espantar mejor, al suyo y al nuestro: salvo conociendo más, que para la autoridad Real, mayores fuerzas de la obra, disciplinas de la gente, unión de todas sus voluntades y otras ocultas causas, y que por ellas y todas juntas era muy necesario y forzoso criar ministros de guerra y mar, para que en mar y en tierra fuese puesta una tal orden, cual para mejor se conseguir lo deseado era debida; y porque no costaba dinero a Su Majestad y había que contentar y sobre que fundar, y por ser petición de los mismos; nombró por maese de campo al almirante Luis Vaez de Torres: por almirante, a Pedro Bernal Cermeño; alférez Real, Lucas de Quirós; capitán y sargento mayor, Pedro López de Sojo; su alférez, Pedro de Castro, y sargento, Francisco Martín Toscano; ayudante de sargento mayor, Francisco Dávila; capitán de la gente del almiranta, Alonso Álvarez de Castro su alférez, Manuel Rodríguez Africano, y sargento Domingo Andrés; capitán de la zabra, Pedro García de Lumbreras; su alférez, Francisco Gallardo, y sargento, Antonio González: capitán de la artillería, Andrés Pérez Coronado; condestables de los tres navíos, Francisco Ponce, Lázaro de Olivera, Antonio Balalan; piloto mayor, Gaspar González de Lesa; segundo piloto, Francisco Fernández. Hecha la dicha elección, luego el maese de campo dijo al capitán le dejase dormir en tierra con la gente. El capitán nunca lo quiso consentir, porque no durmiesen por los suelos y porque no tomasen más licencia que la que se les daba, y por excusar su peligro y el de los indios, y otras causas que se dejan entender. El maese de campo con el sargento mayor, capitanes y marineros que servían de soldados, se dieron tan buena maña en tierra, que el viernes, víspera de víspera de la Pascua de Espíritu-Santo, se concluyó con todo lo apuntado, sin daño alguno de los nuestros. El capitán, esta misma tarde, hizo llamar la gente de todos tres navíos, y estando juntos les dijo desta manera: --"Su Majestad el Rey nuestro Señor fue servido enviarme a costa de su Hacienda Real, sin darme instrucciones ni órdenes, ni otra memoria alguna de lo que tengo de hacer en estas partes, ni menos me coartó la voluntad para que dejase de hacer, en nombre de su grandeza Real, aquellas cosas que, a mi parecer, convengan a su más servicio y más honra: en suma, todo lo dejó a mi cargo; y fue tan grande esta merced, que por ella me hizo de vasallo perpetuo esclavo, y me puso en nuevas obligaciones y cuidados de cómo acertaré mejor a bien servirle y gustarle en cuanto a mi vida durare. Por lo que estoy con ánimo determinado de dar principio a mi honrado pensamiento, ya de atrás fabricado y deseado de poner en ejecución, por lo mucho que promete Dios, y para el Rey y para engrandecer los ánimos de los presentes ausentes, esforzar las voluntades, dar firmeza a la esperanza por ser ésta la que acaba los grandes y famosos hechos, y mucho más cuando la honra y el provecho están vistos y palpables, que son dos cosas buscadas y tan amadas en esta presente vida, por cuyas faltas es mala la que se pasa. "Es pues el caso, señores, una Orden cuyo título ha de ser de Caballeros del Espíritu Santo, con las constituciones y preceptos que se han de profesar y guardar en ella, guiados a tan altos y cristianos fines cuanto en ella se verá, cuando se sirva el Señor de que yo los pueda mostrar; y todo esto en confianza de que Su Santidad y Su Majestad, cada uno de estos dos señores por lo que les toca, serán servidos, en pago de mis continuos trabajos y buenos deseos, confirmar esta Orden con aventajadas mercedes para en cuanto el mundo durare, así por lo mucho que abraza como por lo mucho que merecen unos vasallos tan honrados y tan leales, que tantos servicios le hacen y han de hacer en estas partes. "Por todo lo dicho y lo que puedo decir en razón desto, pido a todos el consentimiento de la libre voluntad, y en nombre de la Santísima Trinidad, y en nombre del Pontífice Romano, y en nombre de la Majestad católica del Rey don Felipe, tercero deste nombre, Rey de España y mi señor, Yo, el capitán Pedro Fernández de Quirós, doy a cada uno de vuesas mercedes esta cruz de color azul, que luego se han de poner en los pechos; insignia por que han de ser conocidos por tales caballeros de la Orden del Espíritu Santo, y por personas a cuyo cargo si yo faltare ha de estar la demanda, la pacificación, la población y conservación de todas estas partes que vamos descubriendo, y que se han de descubrir en los tiempos venideros. "Ruego mucho que sepan bien conocer y estimar cuánto vale esta cruz, ganada por sólo una buena determinación merecedora de mucho mayores honras; y acuérdense que aunque no les tiene costado mucho ni poco dinero, trabajos, enfermedades ni tiempo, que es muy largo el que les queda para poderlo bien pagar a esta más alta empresa de su género, que hoy se sabe tiene el mundo para el cielo y para la tierra. "Rueguen, señores, a Dios que se sirva de mostrarme mayores tierras y cosas, que mayores son mis deseos de que el Rey nuestro señor haga a todos mucho mayores mercedes; y yo aquí, en su real nombre, ofrezco colocarlos en mucho mayores oficios y dignidades: encargo mucho que sean todos como miembros que han de ser un mismo cuerpo, y que adviertan que de hoy en adelante han de ser sus obligaciones mayores y mayor la pena o premio merecido por buenas o por malas obras." Todo esto se oyó con atención y acetó con mucho gusto: el capitán les rogó se confesasen el sábado, para domingo día del Espíritu Santo ganar el Santo jubileo plenísimo, que Su Santidad fue servido conceder a la jornada este y otros cinco días cada un año. Luego nuestro padre comisario los persuadió a todos, y con sus tres sacerdotes se ofreció a confesar como a todos confesaron.
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De cómo llegó el gobernador al río Caliente Al quinto día que fue caminando por la tierra por donde la guía nos llevaba, yendo siempre abriendo camino con harto trabajo, llegamos a un río pequeño que sale de una montaña, y el agua de él venía muy caliente y clara y muy buena; y algunos de los españoles se pusieron a pescar en él y sacaron pexe de él; es este río del agua caliente comenzó a desatinar la guía, diciéndoles que, como había tanto tiempo que no había andado el camino, lo desconocía, y no sabía por dónde había de guiar, porque los caminos viejos no se parescían; y otro día se partió el gobernador del río del agua caliente, y fue caminando por donde la guía los llevó con mucho trabajo, abriendo camino por los bosques y arboledas y maleza de la tierra; el mismo día, a las diez horas de la mañana, le salieron a hablar al gobernador dos indios de la generación de los guaraníes, los cuales le dijeron ser de los que quedaron en aquellos desiertos cuando las guerras pasadas que los de su generación tuvieron con los indios de la población de la tierra adentro, a do fueron desbaratados y muertos, y ellos se habían quedado por allí; y que ellos y sus mujeres e hijos, por temor de los naturales de la tierra, se andaban por lo más espeso y montuoso escondiéndose; y todos los que por allí andaban serían hasta catorce personas, y afirmaron lo mismo que los de atrás, que dos jornadas de allí estaba otra casilla de los mismos, y que habría hasta diez personas en ellas, y que allí había un cuñado suyo, y que en la tierra de los indios xarayes había otros indios guaraníes de su generación, y que éstos tenían guerra con los indios xarayes; y porque los indios estaban temerosos de ver los cristianos y caballos, y mandó el gobernador a la lengua que los asegurase y asosegase, y que les preguntase dónde tenían su casa, los cuales respondieron que muy cerca de allí; y luego vinieron sus mujeres e hijos y otros sus parientes, que todos serían hasta catorce personas, a los cuales mandó que dijesen que de qué se mantenían en aquella tierra, y qué tanto había que estaban en ella; y dijeron que ellos sembraban maíz, que comían, y también se mantenían de su caza y miel y frutas salvajes de los árboles, que había por aquella tierra mucha cantidad, y que al mismo tiempo que sus padres fueron muertos y desbaratados, ellos habían quedado muy pequeños; lo cual declararon los indios más ancianos, que al parescer serían de edad de treinta y cinco años cada uno. Fueron preguntados si sabían el camino que había. de allí para ir a las poblaciones de la tierra adentro, y qué tiempo se podían tardar en llegar a la tierra poblada; dijeron que, como ellos eran muy pequeños cuando anduvieron el dicho camino, nunca más anduvieron por él, ni lo han visto, ni saben ni se acuerdan de él, ni por dónde le han de tomar ni en qué tanto tiempo se llegará allá; mas que su cuñado, que vive y está en la otra casa, dos jornadas de esta suya, ha ido muchas veces por él, y lo sabe, y dirá por dónde han de ir por él; y visto que estos indios no sabían el camino para seguir el descubrimiento, los mandó el gobernador volver a su casa; a todos les dio rescate, a ellos y a sus mujeres e hijos, y con ellos se volvieron a sus casas muy contentos.
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Cómo se determinó que fuésemos por Tlascala, y les enviábamos mensajeros para que tuviesen por bien nuestra ida por su tierra, y cómo prendieron a los mensajeros, y lo que más se hizo Como salimos de Castilblanco, y fuimos por nuestro camino, los corredores del campo siempre delante y muy apercibidos, en gran concierto los escopeteros y ballesteros, como convenía, y los de a caballo mucho mejor, y siempre nuestras armas vestidas, como lo teníamos de costumbre. Dejemos esto; no sé para qué gasto más palabras sobre ello, sino que estábamos tan apercibidos, así de día como de noche, que si diesen la arma diez veces, en aquel punto nos hallaran muy puestos, calzados nuestros alpargates, y las espadas y rodelas y lanzas puesto todo muy a mano; y con aquesta orden llegamos a un pueblezuelo de Xalacingo, y allí nos dieron un collar de oro y unas mantas y dos indias, y desde aquel pueblo enviamos dos mensajeros principales de los de Cempoal a Tlascala con una carta y con un chapeo vedijudo de Flandes, colorado, que se usaban entonces, y puesto que la carta bien entendimos que no la sabrían leer, sino que como viesen el papel diferenciado de lo suyo, conocerían que era de mensajería; y lo que les enviamos a decir con los mensajeros como íbamos a su pueblo, y que lo tuviesen por bien, que no les íbamos a hacer enojo, sino tenerlos por amigos; y esto fue porque en aquel pueblezuelo nos certificaron que toda Tlascala estaba puesta en armas contra nosotros, porque, según pareció, ya tenían noticias cómo íbamos y que llevábamos con nosotros muchos amigos, así de Cempoal como los de Zototlán y de otros pueblos por donde habíamos pasado, y todos solían dar tributo a Montezuma, tuvieron por cierto que íbamos contra ellos, porque les tenían por enemigos; y como otras veces los mexicanos con mañas y cautelas les entraban en la tierra y se la saqueaban, así creyeron querían hacer ahora; por manera que luego como llegaron los dos nuestros mensajeros con la carta y el chapeo, y comenzaron a decir su embajada, los mandaron prender sin ser más oídos, y estuvimos aguardando respuesta aquel día y otro; y como no venían, después de haber hablado Cortés a los principales de aquel pueblo, y dicho las cosas que convenían decir acerca de nuestra santa fe, y cómo éramos vasallos de nuestro rey y señor, que nos envió a estas partes para quitar que no sacrifiquen y no maten hombres ni coman carne humana, ni hagan las torpedades que suelen hacer; y les dijo otras muchas cosas que en los más pueblos por donde pasábamos les solíamos decir, y después de muchos ofrecimientos que les hizo que les ayudaría, les demandó veinte indios de guerra que fuesen con nosotros, y ellos nos los dieron de buena voluntad, y con la buena ventura, encomendándonos a Dios, partimos otro día para Tlascala; e yendo por nuestro camino con el concierto que ya he dicho, vienen nuestros mensajeros que tenían presos: que parece ser, como andaban revueltos en la guerra los indios que los tenían a cargo y guarda, se descuidaron, y de hecho, como eran amigos, los soltaron de las prisiones; y vinieron tan medrosos de lo que habían visto e oído, que no lo acertaban a decir; porque, según dijeron, cuando estaban presos los amanezaban y decían: "Ahora hemos de matar a esos que llamáis teules y comer sus carnes, y veremos si son tan esforzados como publicáis, y también comeremos vuestras carnes, pues venís con traiciones y con embustes de aquel traidor de Montezuma"; y por más que les decían los mensajeros, que éramos contra los mexicanos, que a todos los tlascaltecas los teníamos por hermanos, no aprovechaban nada sus razones; y cuando Cortés y todos nosotros entendíamos aquellas soberbias palabras, y cómo estaban de guerra; puesto que nos dio bien que pensar en ello, dijimos todos: "Pues que así es, adelante en buena hora"; encomendándonos a Dios, y nuestra bandera tendida, que llevaba el alférez Corral; porque ciertamente nos certificaron los indios del pueblezuelo donde dormimos, que habían de salir al camino a nos defender la entrada en Tlascala; y asimismo nos los dijeron los de Cempoal, como dicho tengo. Pues yendo desta manera que he dicho, siempre íbamos hablando cómo habían de entrar y salir los de a caballo a media rienda y las lanzas algo terciadas, y de tres en tres porque se ayudasen; e que cuando rompiésemos por los escuadrones, que llevasen las lanzas por las caras y no parasen a dar lanzadas, porque no les echasen mano dellas, y que si acaeciese que les echasen mano, que con toda fuerza la tuviesen, y debajo del brazo se ayudasen, y poniendo espuelas con la furia del caballo, se la tornarían a sacar o llevarían al indio arrastrando. Dirán ahora que para qué tanta diligencia sin ver contrarios guerreros que nos acometiesen. A esto respondo, y digo que decía Cortés: "Mirad, señores compañeros, ya veis que somos pocos hemos de estar siempre tan apercibidos y aparejados como si ahora viésemos venir los contrarios a pelear, y no solamente verlos venir, sino hacer cuenta que estamos ya en la batalla con ellos; y que, como acaece muchas veces que echan mano de la lanza, por eso hemos de estar avisados para el tal menester, así dello como de otras cosas que convienen en lo militar; que ya bien he entendido que en el pelear no tenemos necesidad de aviso, porque he conocido que por bien que yo lo quiera decir, lo haréis muy más animosamente". Y desta manera caminamos obra de dos leguas, y hallamos una fuerza bien fuerte hecha de cal y canto y de otro betún tan recio, que con picos de hierro era forzoso deshacerla, y hecha de tal manera, que para defensa era harto recia de tomar; y detuvímonos a mirar en ella, y preguntó Cortés a los indios de Zocotlan que a qué fin tenían aquella fuerza hecha de aquella manera; y dijeron que, como entre su señor Montezuma y los de Tlascala tenían guerras a la continua, que los tlascaltecas para defender mejor sus pueblos la habían hecho tan fuerte, porque ya aquella es su tierra; y reparamos un rato, y nos dio bien que pensar en ello y en la fortaleza. Y Cortés, dijo: "Señores, sigamos nuestra bandera, que es la señal de la santa cruz, que con ella venceremos". Y todos a una le respondimos que vamos mucho en buen hora, que Dios es fuerza verdadera; y así, comenzamos a caminar con el concierto que he dicho, y no muy lejos vieron nuestros corredores del campo hasta obra de treinta indios que estaban por espías, y tenían espadas de dos manos, rodelas, lanzas y penachos, y las espadas son de pedernales, que cortan más que navajas, puestas de arte que no se pueden quebrar ni quitar las navajas, y son largas como montantes, y tenían sus divisas y penachos; y como nuestros corredores del campo los vieron, volvieron a dar mandado. Y Cortés mandó a los mismos de a caballo que corriesen tras ellos y que procurasen tomar algunos sin heridas; y luego envió otros cinco de a caballo, porque si hubiese alguna celada, para que se ayudasen; y con todo nuestro ejército dimos priesa y el paso largo, y con gran concierto, porque los amigos que teníamos nos dijeron que ciertamente traían gran copia de guerreros en celadas; y desque los treinta indios que estaban por espías vieron que los de a caballo iban hacia ellos y los llamaban con la mano, no quisieron aguardar, hasta que los alcanzaron y quisieron tomar a algunos dellos; mas defendiéronse muy bien, que con los montantes y sus lanzas hirieron los caballos; y cuando los nuestros vieron tan bravosamente pelear, y sus caballos heridos, procuraron de hacer lo que eran obligados, y mataron cinco dellos; y estando en esto, viene muy de presto y con gran furia un escuadrón de tlascaltecas, que estaba en celada, de más de tres mil dellos, y comenzaron a flechar en todos los nuestros de a caballo, que ya estaban juntos todos, y dan una refriega; y en este instante llegamos con nuestra artillería, escopetas y ballestas, y poco a poco comenzaron a volver las espaldas, puesto que se detuvieron buen rato peleando con buen concierto; y en aquel encuentro hirieron a cuatro de los nuestros, y paréceme que desde allí a pocos días murió el uno de las heridas; y como era tarde, se fueron los tlascaltecas recogiendo, y no los seguimos; y quedaron muertos hasta diez y siete dellos, sin muchos heridos; y desde aquellas sierras pasamos adelante, y era llano y había muchas casas de labranza de maíz y magüeyales, que es de lo que hacen el vino; y dormimos cabe un arroyo, y con el unto de un indio gordo que allí matamos, que se abrió, se curaron los heridos; que aceite no lo había, y tuvimos muy bien de cenar de unos perrillos que ellos crían, puesto que estaban todas las casas despobladas, y alzado el hato, y aunque los perrillos llevaban consigo, de noche se volvían a sus casas, y allí los apañábamos, que era harto buen mantenimiento; y estuvimos toda la noche muy a punto con escuchas y buenas rondas y corredores del campo, y los caballos ensillados y enfrentados, por temor no diesen sobre nosotros. Y quedarse ha aquí, y diré las guerras que nos dieron.
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Capítulo LXII De cómo los indios aguardaron a dar batalla a los cristianos en la sierra de Bilcaconga; y de cómo llegado Soto, se dio entre unos y otros, y lo que sucedió en ello hasta que Almagro con algunos caballos fue en socorro No habían los indios acordado de parar en ninguna de las partes que quedaban atrás porque les pareció sería más seguro para ellos en la sierra de Bilcaconga que está por aquella parte, antes de llegar al Cuzco poco más de siete leguas, porque lo tuvieron por sitio acertado para dar guerra a los españoles y muy dificultoso para los caballos por tener una subida algo larga. Hicieron algunos hoyos e hincaron estacas con puntas agudas. Proveyéronse de mantenimiento, llamando a los vecinos y parientes suyos, afirmándoles que venían sesenta españoles no más, contra todos ellos, y que no era de perder tal ocasión, sino dar gracias a Dios que se la daba y ponerse a todo riesgo por los matar. Soto con sus compañeros venía siguiéndoles a buen paso, deseando verse envuelto con ellos antes que se juntase mayor poder. Llegados al principio de la sierra de Bilcaconga, adelantando un poco los caballos, movieron adelante. Veíanlos los indios; contábanlos muchas veces, alegrándose porque tan pocos fuesen. Se descabalgaban por todas partes de la sierra, amenazándoles de muerte, trayendo todos sus hondas, dardos, porras, aíllos y otras armas. Soto habló a los suyos para que no temiesen la muchedumbre de enemigos que tenían por delante; pues en otros lugares, menos que ellos eran habían desbaratado a mayor poder de los indios. Encomendáronse los cristianos a Dios; apretando bien las lanzas fueron a recibir los golpes de los indios teniéndolos en poco. Los indios habían hecho juramento por el sol y por la tierra de morir o matar a aquellos cristianos que siendo tan pocos osaron venir a los buscar. Y así entre unos y otros se comenzó la batalla en la cual murieron más de ochocientos indios, a la cuenta que algunos dan, y heridos fueron poco menos. Los indios, con sus tiros tan espesos, hirieron a cinco españoles, tan mortalmente que murieron luego. Llamábanse Hernández, Toro, Miguel Ruiz, Marquina, Francisco Martín Coytino; y también mataron un caballo y una yegua. Por el mismo camino, Soto y Pero Ortiz habían llegado a lo alto los primeros, andaban alanceando en los indios; algunos caballos no podían acabar de subir por causa de los que estaban muertos en el paso. Juan Ronquillo y Malaver apearon, poniéndose uno a una parte y otro a otra, hicieron que los demás pasasen. El estruendo y gritas de los indios era mucha; ahincábanse por dar la muerte a todos los cristianos; muchos perdieron las vidas sin ver este gozo. Estaban cansados los unos y los otros que no se podían menear. Apartáronse los indios cerca de una fuente en la misma loma, donde se pusieron Soto con los cristianos: tomaron un arroyo que estaba a un tiro de arcabuz de los indios, donde les pareció estarían más seguros. Vieron, cuando se juntaron, que sin los cinco cristianos que habían los indios muertos, hirieron once y catorce caballos. Apretáronles las heridas, como mejor pudieron. No tenían otra comida que la que de aventura había quedado en alguna de las mochilas que traían. Rogaban a Dios que les enviase socorro porque se hallaban pocos y tenían por delante muchos enemigos. Los indios no sabían de los heridos, mas tenían bien contados como eran cinco los muertos y dos caballos. Enviáronlo a hacer saber por la tierra para que se animasen a matar los que quedaban. Soto, con gran recato de que no les recreciese más desgracia, mandó que todos estuviesen a punto de guerra porque no los tomasen descuidados. Pizarro venía caminando. Pesóle porque Soto no le había aguardado. Almagro con treinta caballos quiso adelantarse para juntarse con él y anduvo aquel día por aquel camino, que es todo de sierra, más de doce leguas. En Lomatambo supo, por dicho de dos cansados indios, que allí habló, cómo los cristianos y los indios estaban en la sierra de Bilcaconga. Dio prisa andar y allegó al principio de la subida, ya que era noche. Porque le oyesen Soto y los que con él estaban, mandó tocar una trompeta, subiendo todavía por la sierra. No oyeron nada por entonces los que estaban en lo alto, mas tornando a tocar otra vez la trompeta, se oyó que respondieron, diciendo algunos que era bocina de los indios. En esto Almagro llegó a la vista de los indios y cristianos sin haber estorbado la noche su caminar; y juntos todos se alegraron, pesándoles después a Almagro saber la muerte de los cinco españoles. Venida la mañana, Almagro mandó que fuesen junto a los heridos algunos sanos porque no recibiesen más daño. Los indios como reconocieron el socorro que había venido a los españoles a tiempo que estaban aguardando mayor junta --para matarlos-- que allí tenían, pesándoles de ello notablemente, hicieron gran sentimiento poniéndose todos en huida. Almagro y Soto los fueron siguiendo, matando e hiriendo en ellos. Cautivaron algunos, y cuando les pareció, pararon con determinación de aguardar al gobernador, el cual se dio tal prisa a caminar que se juntaron todos este día. Y pues ya están unos con otros, convendrá que la crónica deje de hablar de ellos por tratar la salida que hizo de Guatimala el adelantado don Pedro de Alvarado, porque de otra manera no llevaríamos orden ni se entendería claramente lo que se ha de contar.
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Capítulo LXII Que trata de cómo el general Pedro de Valdivia pobló una villa entre la ciudad de Santiago y el valle de Copiapó en el valle de Coquimbo Al principio de la primavera en este año de mil y quinientos y cuarenta y cinco en el mes de agosto, viendo el general que desde la ciudad de Santiago hasta el valle de Copiapó había ciento y veinte leguas, y en medio de ellas que están los valles arriba dichos, viendo que era cosa conveniente poblar allí un pueblo de españoles, a causa de resultar de ello mucho provecho y muchos buenos efectos, el primero y más notable, tener pueblo allí junto al puerto, donde los navíos viniesen seguros a tomar escala del Pirú a esta gobernación y reino de Chile. Y sabiendo que hay puerto y pueden seguramente venir los navíos, no saldrían en toda la navegación y viaje a tomar agua ni otra cosa en acatamiento, ni en su tierra ni en tierra de Copiapó, ni habría sucediente tanto peligro como cada día había con muertes de españoles, y ansí mesmo no padecerían hambre ni sed los navegantes. La otra causa es que estando allí poblados y echo aquel pueblo, todos los indios que a la ciudad de Santiago sirven, servirían seguros. Y la tercera causa es que los indios de aquellos valles, por ser tierra apartada de la ciudad de Santiago y fragosa, no servían, y poblando allí vendrían a servir y los atraerían al verdadero camino de su salvación y los tratarían moderadamente, no como a bestias sino como hombres y criaturas que Dios nuestro Señor crió, y que se traten no como sus merecimientos y obras lo merecen, sino como nosotros los españoles debemos, que es con amor y buenas obras, y como se les pegue buena doctrina y deprendan alguna buena obra y policia. Pues para poblar esta villa mandó el general a un capitán que se decía Joan Bohón con treinta de a caballo, y de éstos eran los diez, vecinos a los cuales encomendó indios y mandó dar chácaras y solares. No hicimos vecinos porque no había ni parecían más indios, que para hacer mal siempre hay cantidad. Y para que quedasen con más seguridad, mandó quedasen otros diez de a caballo sin darles indios, a los cuales les dio caballos e armas y otras cosas necesarias porque entendiesen en la sustentación de aquella villa, a la cual puso por nombre la Serena. Poblóse en el valle de Coquimbo.
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Que trata de un extraño y singular hecho que hizo Teuhchimaltzin, caballero descendiente de la casa de Tetzcuco Entre los señores y capitanes de fama y valor que hubo en aquestos tiempos, fue uno de ellos Teuhchimaltzin de la casa y linaje de los reyes de Tetzcuco, del antiguo origen de los emperadores chichimecas, el cual toda su vida había andado en las conquistas y presidios que caían por la costa del Mar del Sur, por cuya causa conocía muy bien toda aquella tierra y sabía las costumbres y lengua de aquella nación, como si verdaderamente fuera su natural, por cuya causa intentó hacer un hecho notable de gran atrevimiento, y fue que en estos tiempos corría la fama de valeroso capitán y poderoso señor el de Zacatula, llamado Yopícatl Atonal, y aunque los ejércitos del imperio habían intentado muchas veces entrarse por sus tierras y conquistarlas, unas veces yendo cada uno de por sí, y otras todos juntos, siempre volvían destrozados y sin hacer cosa de consideración, mas por haber dado principio los aculhuas tetzcucanos a esta empresa en parte de tan poco fruto e interés para los mexicanos y tepanecas, todas las veces que Se encontraron y juntaban con ellos los tepanecas los baldoneaban y daban gritos; por lo cual corrido de esto Teuhchimaltzin como a quien tanta parte le cabía, se fue al rey su señor y le pidió licencia para que él con otros mercaderes tetzcucanos que trataban y contrataban en aquellas tierras, entrase en la provincia de Zacatula, ofreciéndole de sujetarla y traer vivo o muerto al señor de ella; y aunque al rey le pareció muy gran disparate y atrevimiento, se la dio de mala gana, porque le pareció que no saldría con su vano intento, y que se quedaría allá muerto o cautivo; el cual y los dos mercaderes que escogió para sus designios, se despacharon con toda prisa y secreto a la provincia de Zacatula, y así como llegaron a los términos de ella, se pusieron él y los dos mercaderes en traje conforme a los de aquella tierra, y se fueron a vender por las ferias aguardando tiempo y ocasión para hacer su hecho; mas no pudo ocultarse tanto que cuando él entendió estar más seguro fue conocido y llevado preso ante el señor, el cual lo mandó poner a buen recaudo para en la primera fiesta de sus falsos dioses sacrificarlo; y llegado el tiempo, un día antes de la fiesta, convidó a todos los más principales y señores de su corte a un solemne convite y sarao (que era costumbre hacerse de noche), y comenzando fueron entrando los señores y caballeros por su orden haciéndole la bienvenida y brindándole; de tal manera bebieron (como aquella nación tenía por costumbre) que antes que fuese la media noche todos los convidados y los de palacio estaban privados de sus sentidos, con que muy seguramente salió Teuhchimaltzin de los cuartos en donde estaba, se fue a la sala del sarao, y comenzó también a hacer las ceremonias que allí vio hacer a los demás, que como estaban tan embriagados, no vieron al enemigo que tenían consigo, el cual así como los vio rendidos y caídos por aquellos suelos, llegó al rey y con un navajón le cortó la cabeza y le quitó algunas de las insignias y joyas que tenía sobre sí, y echándolo todo en una talega que para el efecto había llevado, se salió de palacio y a todo correr se vino a las fronteras que por allí y cerca de los confines de esta provincia tenía el imperio. Los de la gente ilustre de Zacatula, cuando volvieron en sí y echaron de ver el mal suceso y temerario atrevimiento del cautivo, acordaron entre todos ellos rendirse y dar la obediencia a Nezahualpiltzintli su señor, y así despacharon un buen presente en seguimiento de Teuhchimaltzin, y llegados que fueron al presidio y frontera en donde él estaba, le rogaron se volviese a tomar la posesión de aquella provincia en nombre del rey su señor, y Teuhchimaltzin pidió ante todas cosas, rehenes para la seguridad de su persona y de la gente que consigo quería llevar, los cuales hicieron traer los hijos de su señor y caballeros, que quedaron en esta fortaleza, mientras Teuhchimaltzin fue a tomar posesión de la tierra y ponerla debajo de la sujeción del imperio; y así llegado que fue, lo primero que hizo, se señoreó de las fuerzas de los zacatultecas, y haciendo otras diligencias conforme a las leyes y costumbres del imperio, y dejando en la sucesión y señorío al heredero de aquella provincia y a los demás señores en su mismo ser y calidad, se volvió victorioso a su patria y entró triunfando por la ciudad de Tetzcuco en donde fue muy bien recibido y festejado; y habiendo presentado la cabeza e insignias de Yopicatl Atónal con gran suma de riquezas, fue premiado por el rey, haciéndole muy grandes mercedes, entre las cuales fue, que además de los lugares de que le hizo señor, mandó edificarle en la ciudad de Tetzcuco otras casas y palacios de la misma traza que los del señor de Zacatula. Este fue un admirable ejemplo y doctrina de que los reyes de Tetzcuco diversas veces se aprovecharon, para reprender a sus súbditos y vasallos contra el vicio de la embriaguez.