Busqueda de contenidos

contexto
CAPITULO LX Denotas Hoyaras que el día séptimo se hicieron al V. Padre Junípero. Deseoso de manifestarme agradecido Discípulo a mi siempre amado y venerado Maestro, no me contenté con las honras que se le hicieron en el Entierro, sino que procuré repetirlas el día séptimo, anhelando más sufragios para su Alma, por si necesitase de algunos para recibir en el Cielo el premio de sus tareas Apostólicas. En cuanto insinué mis deseos, se dieron por convidados todos los Señores, así del Presidio, como del Barco. Y así el día 4 de septiembre concurrió a la Misión igual concurso de gente (si no fue mayor) de Comandantes, Oficiales, Soldados, Marineros e Indios según y como el día del Entierro, haciéndole los mismos honores con la Artillería, que ya dije en la primera función, que duraron con el doble de las campanas todo el tiempo de la función, que fue: Una Vigilia cantada con toda la solemnidad posible, y concluida canté la Misa, asistiendo de Ministros los mismos que el día del Entierro; y en el Coro asistieron los Padres Fr. Antonio Paterna, y Fr. Buenaventura Sitjar con los Indios Cantores instruidos por el Padre Difunto, y se concluyó la función con un solemne Responso. No faltaron en esta función lágrimas y suspiros, así de los Hijos Neófitos, como de los demás quo asistieron, dándonos a entender con sus lágrimas, lo muy querido que fue de los hombres el V. P. Junípero, y píamente creyendo todos que por sus heroicas virtudes, que en él experimentaron en su laboriosa, y ejemplar vida, fue, y es querido de Dios, de quien habrá recibido el premio de sus afanes Apostólicos. Concluida la función, me presentaron un gran número de Escapularios que habían hecho de la Túnica del V. Padre, que ya dije regalé al Señor Comandante de Mar, para que la repartiese: los que bendije, advirtiéndoles que la veneración en que los habían de tener, era por ser de Sayal de N. S. Padre San Francisco, y con la bendición de la Iglesia: que el ser dichos Escapularios de la Túnica del Padre Junípero, les había de servir para que se acordasen de S. R. para encomendarlo a Dios, que le dé el eterno descanso: dijeron todos, que quedaban entendidos. Pero no quedaron todos contentos, diciéndome no habían participado de la Túnica, principalmente los de tierra, y así me pidieron alguna alhajita para memoria del Padre: y como no había qué darles más que Libros, no tenía con qué contentarlos; pero acordándome de una porción de medallas que tenía el V. Padre, con que solía regalar a los devotos, las saqué y repartí, de modo que quedaron todos contentos y consolados, y con memoria para acordarse del V. P. Junípero para encomendarlo a Dios. Sólo nosotros sus Súbditos nos quedamos con la triste pena y dolor de vernos privados de tan amable Padre, prudente Prelado, y tan docto y ejemplar Maestro, que como tan cariñoso Padre, era de todos sus Hijos amado, pues a todos sus Súbditos tenía consolados: como Maestro tan docto, descansábamos en sus altos dictámenes y prudentes reflexiones; y finalmente como tan ejemplar Maestro nos animaba a todos con el ejemplo de sus Apostólicos afanes, a trabajar con gusto y alegría en esta Viña del Señor que plantó su Apostólico celo en esta tan interna e inculta tierra, tan apartada de la Cristiandad, que se puede contar entre las remotísimas del centro de la Iglesia. Éstas y demás acciones que quedan referidas en esta relación Histórica, todas de sí tan gloriosas, no nos darán lugar a que nos olvidemos del P. Junípero; y no sólo perpetuará su memoria en nosotros sus Súbditos, sino también en todos los moradores de esta Septentrional California. De modo, que si no temiera la nota de apasionado Discípulo, viendo a mi venerado Maestro que dejó en el otro Mundo todos los honores con la Borla de su Sabiduría, y se trasplantó en este Nuevo de la América, y que no tuvo sosiego hasta internarse a lo más Septentrional para vivir y morir in terram alienarum Gentium, olvidado del Mundo, solo a fin de explayar su Apostólico celo en la Conversión de los miserables Gentiles: me atreviera a decir de él, lo que Salomón dijo de aquel sabio Varón (Cap. 39.) Non recedet memoria ejus, & nomen ejus requiretur a generatione in generationem. No se apagará su memoria, porque las obras que hizo cuando vivía, han de quedar estampadas entre los habitadores de esta Nueva California, que a pesar de la voracidad del tiempo, se han de perpetuar en la conservación. Porque el que hace gloriosas acciones, aunque por sí como mortal es súbdito del tiempo para que lo consuma; pero no tiene el tiempo jurisdicción sobre las obras gloriosas, porque éstas con una como inmunidad inmortal, están exentas de la jurisdicción del tiempo. Acabó la vida el P. Junípero como súbdito del tiempo, después de haber vivido setenta años, nueve meses y cuatro días, y trabajando en el ministerio Apostólico la mitad de su vida, y en estas Californias diez y seis años, dejando fundadas en la antigua California, en la que vivió un año, una Misión, y en esta Septentrional y nueva California, antes sólo poblada de Gentiles, la dejó poblada con quince poblaciones, las seis de Españoles, o gente de razón, y las nueve de puros naturales Neófitos, bautizados por S. R. y Padres Compañeros. Numerábanse cuando murió cinco mil y ochocientos los bautizados, que con los que bautizaron en la antigua California, pasaban de siete mil; y dejó confirmados en esta California a cinco mil trescientos y siete; y para conseguir este espiritual fruto, trabajó lo que queda referido. Estas acciones por sí tan gloriosas, no se consumirán jamás por el tiempo, antes por ellas quedará su Autor perpetuamente en la memoria de tollos: non recedet memoria ejus. Como ni parece que el Difunto Padre tiene en olvido esta espiritual Conquista, pues vemos se va cumpliendo la promesa que nos hizo poco antes de morir, que pediría a Dios por ella, y por todos los Gentiles para que se conviertan a nuestra Santa Fe Católica; lo que vemos se va cumpliendo, pues se va mucho aumentando el número de Cristianos en todas las Misiones, desde la muerte de su fervoroso Fundador. En Carta que escribí a todos los Misioneros, dándoles noticia de la muerte de nuestro V. Prelado, les referí para su consuelo, lo que poco antes de expirar me dijo y prometió, que no se olvidaría de nosotros, ni de pedir a Dios por la conversión de la inmensa Gentilidad, que dejaba sin bautizar, para que logren el Santo Bautismo. A lo que me respondió el R. P. Lector Fr. Pablo Mugartegui, Ministro de la Misión de San Juan Capistrano de las últimas del Sur, (que había sido su Compañero el año de 73 y 74 en el viaje de mar, y tierra desde México hasta el Puerto de San Diego, en cuyo tiempo conoció lo sólido de las virtudes del nuestro Venerable Prelado y amarlo Presidente). "Veo lo que me dice de la promesa que nos dejó nuestro V. Prelado Fr. Junípero: Dilectus Deo, & hominibus, y Yo digo a V. R. que demos gracias a Dios, pues ya vemos en esta Misión cumplida la promesa de nuestro V. P. Presidente Fr. Junípero, pues en estos cuatro meses últimos hemos bautizado más Gentiles que en los años últimos, y atribuimos estas conversiones a la intercesión de nuestro V. P. Junípero, que lo estará pidiendo a Dios, como se lo pedía incesantemente en vida, y píamente creemos, que está gozando de Dios, y que con más fervor lo pedirá al Señor, de quien sin duda alcanzaría la conversión de los muchos que hemos bautizado en estos cuatro meses que se han cumplido desde su muerte; éstos son Indios que han venido de muy lejos, y son de distinto idioma que los naturales de esta Misión, pues ha sido preciso valernos del Intérprete de San Gabriel; y viendo que ellos por sí solos han venido de tan lejos a pedir el Bautismo, píamente creemos ser movidos de impulso interior, que les alcanzaría nuestro V. P. de Dios Ntrô. Señor Padre de las Misericordias, y Dios de todo consuelo, que en medio de la pena que nos causó la noticia de su muerte, nos consuela con el crecido número de hijos con que se va aumentando este espiritual rebaño." Lo mismo que me escribió dicho Padre Lector Mugartegui de su Misión de San Juan de Capistrano, creo podrían haberme escrito los demás Misioneros; pues viendo que el número de bautizados que había en las Misiones el día que murió el V. Fundador era de cinco mil y ochocientos: el día último del mismo año de 84, según consta de los informes anuos que me remitieron los Padres Misioneros, era el número seis mil setecientos treinta y seis; por lo que sé que en los cuatro meses después de la muerte del V. Fundador, se habían bautizado novecientos treinta y seis, a cuyo número ningún año entero ha llegado desde que se empezó la Conquista, y me escribieron los Misioneros, que proseguía la Conquista con grande aumento, atribuyéndolo a la intercesión, y ruegos del V. P. Fundador, que en el Cielo pedirá a Dios por la conversión de toda esta inmensa Gentilidad; y según fuere el aumento de las Conversiones, se irá extendiendo la memoria de su principal Conquistador: que si juntamos a sus gloriosas acciones, lo heroico de sus virtudes (de que hablaré en el siguiente Capítulo) podremos cantarle el verso de David (Psal. III. vers. 7.) in memoria aeterna erit Justus, que como tan laborioso operario de la Viña del Señor, y tan ejemplar en sus operaciones, será delante de Dios eterna su memoria.
contexto
Capítulo LX Cómo el marqués don Francisco Pizarro despachó al Cuzco y Pacha Camac y Atao Hualpa mandó matar a su hermano Huascar Ynga De allí a pocos días que Atao Hualpa depachó a su General Quisquis por el rescate dicho, inquiriendo y preguntando algunos secretos de la tierra, para con más comodidad proseguir en el descubrimiento y conquista della, el marqués don Francisco Pizarro, poco a poco tuvo nueva de quién era Huascar Ynga, y cómo era hijo legítimo de Huaina Capac, señor de todo el reino, y las diferencias que los años antes había habido entre Huascar Ynga y Atao Hualpa, y las grandes guerras y batallas que se habían dado, y el poderoso ejército que tenían Quisquis y Chalco Chima en el Cuzco, y de las extrañas crueldades que habían hecho en el Cuzco en los vencidos y en todos los hijos de Huascar Ynga y en sus mujeres y en otros de su linaje y parentela, y en los demás vencidos con tan abominables géneros de muertes, y la destrucción que habían hecho, y robos de todas las riquezas de oro y plata y vajillas de los Yngas. Sabido esto por el marqués, determinó despachar al Cuzco a Villegas y Martín Bueno, a que viesen la tierra y la considerasen con cuidado, tanteando las fuerzas della y los lugares, poblaciones y la fertilidad y disposición para poblar en ella, y que tomando memoria de todo se la trajesen y enviasen, para enviarla a España al Emperador nuestro señor. Y sobre todo tuviesen especial atención a destruir y deshacer el templo del Sol, tan famoso y mentado en este reino, y recoger todas las riquezas que en él había, y se las llevasen luego a Caja Marca, que en esto estaba puesta la principal parte de su estudio y deseo. Teniendo también noticia del templo también celebrado de los indios que había en Pacha Camac, a cuatro leguas de la ciudad de los Reyes, envió al capitán Soto y a Pedro del Barco que lo deshiciesen y tomasen las riquezas que allí había y se las trajesen a Cajamarca. Partieron los unos y los otros, con gente y guías, a lo que les fue mandado, y el capitán Soto y Pedro del Barco toparon a Huascar Ynga, y a su madre, y mujer, y Huanca Auqui, y Topa Atao y a los demás hermanos prisioneros, en Taparaco, que con buena guardia y mucha gente los llevaban adonde Atao Hualpa los había mandado ir a su, presencia. Huascar Ynga, sabidos los sucesos de su hermano y cómo quedaba preso en poder de los viracochas, holgóse infinito, pareciéndole que por allí se le abría esperanza de camino para poder salir de la cautividad en que iba y librarse de su hermano, y aun volver a su antiguo ser y majestad por medio de los españoles. Con este ánimo y deseo hizo llamar al capitán Soto y Pedro del Barco y les propuso su negocio y el modo con que iba preso, y cómo habla venido en manos de los capitanes de su hermano Atao Hualpa, y las crueldades extrañas que habían hecho en sus hijos e hijas y mujeres, y cómo lo llevaban por su orden preso, y que estaba receloso que, en llegando a su presencia, lo había de matar con sus hermanos, madre y mujer, que pues ellos iban en nombre del marqués don Francisco Pizarro a Pachacamac, y lo podrían hacer, no dudasen de soltarlo y quitarlo a los que lo llevaban guardado, y lo llevasen a Cajamarca al marqués, volviéndose desde allí, y que no tratasen de buscar oro ni plata ni vajillas, que él se prefería de dar tanta cantidad dello que no quisiesen más, porque la tenía y sabia dónde estaba guardada. Y el capitán Soto y Pedro del Barco, con la codicia y ansia que llevaban de llegar a Pacha Camac, donde tenían noticia había grandes tesoros, no quisieron volver con él, ni quitarle a los que le llevaban presos, de donde le resultó al desdichado Huascar Ynga acabar breve y miserablemente. En este tiempo, el marqués Pizarro, como se había ido enterando de las cosas y negocios de los dos hermanos, con más fundamento y verdad, y había entendido por cierto, y sin duda, que Huascar Ynga era el legítimo de Huaina Capac y el Señor verdadero de todo el reino, y el Atao Hualpa intruso en él y bastardo, dábale mucha prisa que hiciese traer con brevedad a su hermano Huascar Ynga, que convenía para informarse dél de algunas cosas pertenecientes a su provecho de entrambos. Viendo Atao Hualpa la instancia tan grande que el marqués le hacía por ver a su hermano, y el deseo tan excesivo con que se lo mandaba, pareciéndole que si acaso Huascar Ynga llegaba delante del marqués le había de decir muchas cosas que a él no le estaban bien, y quejarse de su prisión, y proponer su negocio, y justicia, y los agravios que le habían hecho sus capitanes en el Cuzco, de lo cual le resultaría quizás poner en libertad a su hermano, y aun en posesión del reino, privándole a él, y así quedaría abatido. Habiendo conferido estas cosas, urdió una maldad para quitar de por medio a su hermano y asegurarse de los daños e inconvenientes que sospechaba, y así, con grandísimo secreto y diligencia, despachó mensajeros al capitán que lo traía preso con los demás, que donde quiera que le hallase su mandato, luego, sin dilación ninguna, matase a Huascar Ynga y a su madre, mujer y hermanos. Los mensajeros de Atao Hualpa no fueron perezosos en cumplir su viaje, ni aun el que la desdicha y desventura de Huascar les instaba y apresuraba en el camino, para que acabasen sus trabajos y miserias con el remate dellas, que es la muerte, y así lo hallaron en Anta Marca, que venía caminando, y dieron el recaudo y orden que de Atao Hualpa traían al capitán que guardaba los presos y cuánto convenía que luego se ejecutase, el cual, aunque le pareció cosa grave y ardua por cumplir lo que su Señor Atao Hualpa le mandaba, luego lo puso por obra, y así mató a Huascar Ynga, Rey y Señor verdadero de estos reinos, con harta lástima de ver acabar así a un tan poderoso Rey a manos de un verdugo, que dicen lo ahogó. En él se acabó y feneció la línea recta y verdadera de los Yngas, señores de estos reinos, que eran alzados y coronados por tales con las ceremonias que ellos entre sí usaban desde Manco Ynga, primer Señor del Cuzco, que dio principio a esta noble familia, hasta este Huascar, con que se acabó la generación de los reyes legítima, que fueron doce Yngas y Señores, como en esta historia hemos mostrado. juntamente con Huascar murieron, por la orden dicha, Tito Atauchi, Topa Atao y Huanca Auqui, sus hermanos, y con ellos, Chalco Yupanqui, sacerdote mayor, y Rahua Ocllo, su madre, mujer legítima de Huaina Capac, y Chiqui Huipa, mujer de Huascar, y todos los demás capitanes y principales que habían sido presos en el Cuzco, que fue otra bárbara crueldad como las que habían sido hechas por Quisquis y Chalco Chima, cuando los vencieron. Y cierto que no sé qué corazón de diamante no se enternecerá considerando las muertes, destrucciones y desdichas y el asolamiento que nació y vino sobre la casa y linaje desde Rey Huascar Ynga, resultado y procedido de la cizaña y discordia que Ullco Colla, cacique de los Cañares, y Ato, capitán, sembraron entre estos dos hermanos, quizás con fin de revolverlos en guerras, y quizás Atao Hualpa nunca tuvo intención ni pensamiento de rebelarse contra su hermano Huascar si ellos no le metieran en ello o, después que lo sintió airado contra sí, el temor de que no le diese la muerte que había a los demás hermanos que de Quito habían subido con el cuerpo de su Padre, y pasar por lo que ellos, le movería a negarle la obediencia. Aunque hasta que él se vio rovocado y que le enviaban a prender a Quito nunca dio señales de lo que en su ánimo tenía, sí lo tuvo, pero todo redundó en mayor desventura y miseria de los dos hermanos, que si Huascar Ynga murió como hemos visto, en Antamarca, por mandado de Atao Hualpa, no le llevó ventaja ni aun de carrera de caballo, muriendo él en Cajamarca, aunque con muerte de más esperanza para la vida eterna, como veremos en el capítulo sesenta y tres.
contexto
Cómo el Almirante descubrió 1a parte meridional de la isla Española, hasta que volvió por Oriente a la villa de la Navidad Miércoles, a 20 de Agosto, el Almirante divisó la parte occidental de la Española, a la que dio el nombre de Cabo de San Miguel, que distaba de la punta oriental de Jamaica treinta leguas, aunque hoy, por ignorancia de los marinos, es llamado Cabo del Tiburón. En este Cabo, el sábado a 12 de Agosto, fue a los navíos un cacique que llamaba al Almirante por su nombre, y decía otras cosas; de lo que se entendió que aquella tierra era la misma que la Española. A fin de Agosto surgió en una isleta a la que llamó Alto Velo, y por haber perdido de vista los otros dos navíos de su escuadra mandó bajar alguna gente en aquella isleta, desde la cual, por ser muy alta, se podía descubrir por todas partes a gran distancia; mas no vieron alguno de los suyos. Volviendo a embarcarse mataron ocho lobos marinos; cogieron también muchas palomas, y otras aves, porque no estando habitada aquella isleta, ni los animales acostumbrados a ver hombres, se dejaban matar a palos. Lo mismo hicieron en los dos días siguientes, esperando los navíos que desde el viernes pasado iban perdidos, hasta que al cabo de seis días volvieron éstos, y los tres juntos fueron a la isla de la Beata, que dista doce leguas al Este de Alto Velo. Allí pasaron frente a una amena llanura, distante una milla del mar, tan poblada que parecía un solo lugar largo de una legua, en cuya llanura se veía un lago de tres leguas de oriente a occidente. Allí, teniendo la gente del país noticia de los cristianos, fueron en sus canoas a las carabelas, dando cuenta de que habían llegado algunos cristianos de los de la villa Isabela, y que todos estaban bien; de cuya noticia el Almirante se alegró mucho; y para que éstos supieran lo mismo de su salud y de los suyos, y de su regreso, cuando estaba más al oriente envió nueve hombres que atravesasen la isla y pasasen por la fortaleza de Santo Tomás y la de la Magdalena, hasta la Isabela. El, con sus tres navíos, continuando por la costa hacia el oriente, mandó las barcas para coger agua en una playa donde se veía un grande pueblo. Los indios salieron contra los españoles, armados de arcos y saetas envenenadas, y con cuerdas en las manos, haciendo señas de que con éstas atarían y prenderían a los cristianos; pero llegadas ya las barcas a tierra, los indios dejaron las armas y se ofrecieron a llevar pan, agua y todo lo que tenían; y preguntaban en su lengua por el Almirante. Salidos de allí, siguiendo su camino, vieron en el mar un pez grande como una ballena, que. tenía en el cuello una gran concha semejante a la de una tortuga, y llevaba fuera del agua la cabeza, tan grande como un tonel; tenía la cola como de atún, muy larga, con dos alas grandes a los costados. Viendo semejante pez, y por otras señales, conoció el Almirante que el tiempo estaba de mudanza, y fue buscando algún puerto donde recogerse. A 15 de Septiembre Dios le concedió ver una isla que está en la parte meridional de la Española, y cercana a ésta, que los indios llamaban Adamaney; con gran tormenta dio fondo en el canal que hay entre ésta y la Española, cerca de una islilla que está entre las dos; donde aquella noche vio el eclipse de la luna, del cual dice que la diferencia, entre Cádiz y aquel paraje donde estaba, era de cinco horas y veintitrés minutos. Por tal motivo creo que durase tanto el mal tiempo, pues hasta el 20 del mes fue obligado a permanecer en el mismo puerto, no sin temor de los otros navíos que no habían podido entrar; pero quiso Dios salvarlos. Luego que estuvieron reunidos, a 24 de Septiembre, navegaron hasta la parte más oriental de la Española, y de allí pasaron a una isla que está entre la Española y San Juan, llamada por los indios Amona. Desde esta isla en adelante no continuó el Almirante apuntando en su diario la navegación que hacía, ni dice cómo volvió a la Isabela, sino solamente que, habiendo ido desde la isla de Mona a San Juan, por las grandes fatigas pasadas, por su debilidad y por la escasez del alimento, le asaltó una enfermedad muy grave entre fiebre pestilencial y modorra, la cual casi de repente le privó de la vista, de los otros sentidos y del conocimiento. Por esto, la tripulación de los navíos acordó abandonar la empresa que se hacía de descubrir todas las islas de los Caribes, y volverse a la Isabela, donde llegaron a los cinco días, que fue a 29 de Septiembre. Allí quiso Dios devolver la salud al Almirante, bien que la enfermedad le duró más de cinco meses. El motivo de ésta se atribuyó a los trabajos pasados en aquel viaje y a la gran debilidad que sentía, porque había pasado alguna vez ocho días sin dormir más que tres horas; cosa que parece imposible, si él en sus escritos no diese de ello testimonio.
contexto
De cómo reinó en el Cuzco Guayna Capac que fue el dozeno rey Inca. Muerto que fue el gran rey Tupac Inca Yupanqui, se entendió en hacer sus obsequias y entierro al uso de sus mayores, con gran pompa. Y cuentan los orejones que de secreto tramaban entre algunos de cobrar la libertad pasada y eximir de sí el mando de los Incas y que de hecho salieran con lo que intentaban si no fuera por la buena maña que se dieron los gobernadores del Inca con la gente de los mitimaes y capitanes, que pudieron sustentar en tiempo tan revuelto y que no tenía rey lo quel pasado les había encargado. Guayna Capac no descuidó ni dejó de conocer que le convenía mostrar valor para no perder lo que su padre con tanto trabajo ganó. Luego se entró a hacer el ayuno y el que gobernaba la ciudad le fue fiel y leal. No dejó de haber alguna turbación entre los mesmos incas, porque algunos hijos de Tupac Inca, habidos en otras mujeres que la Coya, quisieron ponerse a pretender la dignidad real, mas el pueblo, que vían estaba con Guayna Capac, no lo consintió, mas estorbó el castigo que se hizo. Acabado el ayuno, Guayna salió con la borla muy galano y aderezado y hizo las cirimonias usadas por sus pasados, con el fin de las cuales el nombre de rey le pusieron; y así, a grandes voces decían Guayna Capac Zapalla tucuillacta uya; que quiere decir "Guayna Capac sólo es rey; a él oyan todos los pueblos". Era Guayna Capac, según dicen muchos indios que le vieron y conocieron, de no muy grand cuerpo, pero doblado y bien hecho; de buen rostro y muy grave; de pocas palabras, de muchos hechos; era justiciero y castigaba sin templanza. Quería ser tan temido que de noche le soñaran los indios. Comía como ellos usan y así vivía vicioso de mujeres, si así se le puede decir; oía a los que le hablaban bien y creíase muy de ligero; privaron con él mucho los aduladores y lisonjeros, que entre ellos no faltaban ni hoy deja de haber, y daba oídos a mentiras, que fue causa que muchos murieron sin culpa. A los mancebos que tentados de la carne dormían con sus mujeres o mancebas o con las que estaban en el templo de sol, luego los mandaba matar a ellos y a ellas castigó igual. A los que él castigó por alborotos y motines privó de las haciendas dándolas a otros; por otras causas, era el castigo en las personas solamente. Mucho desto disimulaba su padre, especial lo de las mujeres, que cuando se tomaba alguno con ellas decía que eran mancebos. Su madre de Guayna Capac, señora principal, mujer y hermana que fue de Tupac Inca Yupanqui, llamada Mama Ocllo, dicen que fue de mucha prudencia y que avisó a su hijo de muchas cosas que ella vio hacer a Tupac Inca, y que le quería tanto que le rogó no se fuese a Quito ni a Chile hasta que ella fuese muerta; y así, cuentan que por le hacer placer y obedecer a su mandado estuvo en el Cuzco sin salir hasta que ella murió y fue enterrada con gran pompa, metiéndose en su sepultura muchos tesoros y ropa fina y de sus mujeres y servidores. Los más tesoros de los Incas muertos y heredades, que llaman chácaras, todo estaba entero desde el primero, sin que ninguno osase gastarlo ni tocarlo, porque entre ellos no tenían guerras ni necesidades que el dinero hobiese de las remediar; por donde creemos que hay grandes tesoros en las entrañas de la tierra perdidos; y así estarán para siempre si de ventura alguno, edificando o haciendo otra cosa, no topare con algo de lo mucho que hay.
contexto
Cuéntase la primera vista con los indios desta bahía y un recuentro que se tuvo con ellos El otro día siguiente se vieron andar indios paseando por la playa. El capitán en las barcas salió a verlos con deseo de traer algunos dellos para enviarlos vestidos y acariciados, queriendo con estos y otros modos suaves trabar con ellos amistad. Hiciéronse muy porfiadas diligencias para que entrasen en las barcas: ellos hicieron las mismas por que los nuestros saliesen; y como no quisieron, arrojaron ciertas frutas en el agua, y cogidas de los nuestros nos volvimos a las naos. El día siguiente ordenó el capitán al almirante que con una escuadra de soldados fuese a tierra y procurase con todos posibles medios traerle algunos indios, para con ellos asentar paz y amistad, fundada en las buenas obras que deseaba hacerles. Hicieron alto en la playa y con presteza formaron un escuadrón, porque venían los indios no sabiendo con qué intento. Estando cerca hicieron señas y hablaron lo que no se les entendió: los nuestros como pudieron los llamaron, mas ellos hicieron. un raya en el suelo y dijeron, al parecer, que no pasasen de allí. Yo entiendo que no hubo quien se entendiese y que es el daño muy cierto cuando en ocasiones tales falta el celo y falta maña. Sentíanse en el monte indios, y para el asombro dellos se dio orden que tirasen ciertos mosquetes al aire. Un soldado a quien se acabó la paciencia, o se olvidó en el mandato, tiro bajo y mató a un indio. Los otros, dando al punto grandes gritos, se huyeron; y un Moreno, atambor, cortó la cabeza al muerto y de un pie colgó el cuerpo en un brazo de un árbol sin que los de la playa lo viesen. Sucedió que tres capitanes dellos vinieron a donde estaban los nuestros, que en lugar de acariciarlos y traerlos a la nao le mostraron su compañero colgado sin cabeza corriendo sangre, pareciendo ser esta crueldad el medio para la paz pretendida; mas ellos como lo vieron, mostrando grande dolor dieron vuelta a donde estaban los suyos, y a poco rato sonaron sus instrumentos con gran fuerza y alarido que se oía entre los árboles; y por muchas de sus partes iban tirando flechas, dardos, y pedradas, y los nuestros también tiraban a ellos saliendo una manga y otra. Todo esto el capitán lo miraba, desde la nao a donde estaba, con grande pena de ver la paz y vuelta en guerra. Parecióle convenir saltase en tierra más gente, y acertó de ser en parte por donde del monte iba saliendo mucha cantidad de indios para del todo cercar los nuestros. Los del socorro trabaron tal pelea con ellos, que obligado el capitán hizo disparar dos piezas, cuyas balas, desgajando árboles, pasaron zumbando por encima de los indios; y con esto y con el rostro que los nuestros les hicieron se fueron éstos retirando. En este tiempo los otros indios que estaban en la playa, se movieron a medio correr esgrimiendo sus macanas puestas las flechas en arcos, y los dardos para tirar, amenazando con desentonada grita. Venía delante un bien alto indio viejo tocando a son de arremetida con gran fuerza un caracol. Al parecer era éste capitán que a trechos hablaba con sus soldados, y creo que les diría que defendiesen su tierra de quien ya entraba en ella matando sus moradores. Estaban de emboscada ocho mosqueteros nuestros y el uno por desgracia, según después lo contó, mató a este principal, y luego los otros pararon, y tres o cuatro llevaron a cuestas su muerto y con grande priesa se fueron la tierra dentro, dejando desiertos los pueblos circunvencinos: y éste es el fin que tuvo la paz del capitán deseada y pretendida por haber de ser el medio para saber la grandeza de la tierra, y todo lo contenido en ella; y fue tal el sentimiento que el capitán tuvo desto cuanto suena.
contexto
Cómo se determinó de hacer la entrada el gobernador Habida esta relación, con el parescer de los oficiales de Su Majestad y de los clérigos y capitanes, determinó el gobernador de ir a hacer la entrada y descubrir las poblaciones de la tierra, y para ello señaló trescientos hombres arcabuceros y ballesteros, y para la tierra que se había de pasar despoblada hasta llegar al poblado, mandó que se proveyesen de bastimentos para veinte días, y en el puerto mandó quedar cien hombres cristianos de guardia de los bergantines con hasta doscientos indios guaraníes, y por capitán de ellos un Juan Romero, por ser plático de la tierra; y partió del puerto de los Reyes a 26 días del mes de noviembre del año de 43 años, y aquel día todo, hasta las cuatro de la tarde, fuimos caminando por entre unas arboledas, tierra fresca y bien asombrada, por un camino poco seguido, por donde la guía nos llevó, y aquella noche reposamos junto a unos manantiales de agua, hasta que otro día, una hora antes que amaneciese, comenzamos a caminar, llevando delante con la guía hasta veinte hombres que iban abriendo el camino, porque cuanto más íbamos por él lo hallábamos mas cerrado de árboles y yerbas muy altas y espesas, y de esta causa se caminaba por la tierra con muy gran trabajo; y el dicho día, a hora de las cinco de la tarde, junto a una gran laguna donde los indios y cristianos tomaron a manos pescado, reposamos aquella noche; y a la guía que traía para el descubrimiento le mandaban, cuando íbamos caminando, subir por los árboles y por las montañas para que reconociese y descubriese el camino y mirase no fuese errado, y certificó ser aquel camino para la tierra poblada. Los indios guaraníes que llevaba el gobernador en su compañía se mantenían de lo que él les mandaba dar del bastimento que llevaba de respeto, y de la miel que sacaban de los árboles, y de alguna caza que mataban de puercos y antas y venados, de que parescía haber muy gran abundancia por aquella tierra; pero como la gente que iba era mucha e iban haciendo gran ruido, huía la caza, y de esta causa no se mataba mucha; y también los indios y los españoles comían de las frutas de los árboles salvajes, que había muchos; y de esta manera nunca les hizo mal ninguna fruta de las que comieron, sino fue una de unos árboles que naturalmente parescían arrayanes, y la fruta de la misma manera que la echa el arrayán en España, que se dice murta, excepto que ésta era un poco más gruesa y de muy buen sabor; la cual, a todos los que la comieron, les hizo a unos gomitar, a otros cámaras, y esto les duró muy poco y no les hizo otro daño; también se aprovechaban de fruta de las palmas, que hay gran cantidad de ellas en aquella tierra, y no se comen los dátiles, salvo partido el cuesco, lo de dentro, que es redondo, es casi como una almendra dulce, y de esto hacen los indios harina para su mantenimiento, y es muy buena cosa; y también los palmitos de las palmas, que son muy buenos.
contexto
Cómo ordenamos de ir a la ciudad de México, y por consejo del Cacique fuimos por Tlascala, y de lo que nos acaeció así de rencuentros de guerra como de otras cosas Después de bien considerada la partida para México, tomamos consejo sobre el camino que habíamos de llevar, y fue acordado por los principales de Cempoal que el mejor y más conveniente era por la provincia de Tlascala, porque eran sus amigos y mortales enemigos de mexicanos, e ya tenían aparejados cuarenta principales, y todos hombres de guerra, que fueron con nosotros y nos ayudaron mucho en aquella jornada, y más nos dieron doscientos tamemes para llevar el artillería; que para nosotros los pobres soldados no habíamos menester ninguno, porque en aquel tiempo no teníamos que llevar, porque nuestras armas, así lanzas como escopetas y ballestas y rodelas, y todo otro género dellas, con ellas dormíamos y caminábamos, y calzados nuestros alpargates, que era nuestro calzado, y como he dicho siempre, muy apercibidos para pelear; y partimos de Cempoal demediado el mes de agosto de 1519 años, y siempre con muy buena orden, y los corredores del campo y ciertos soldados muy sueltos delante; y la primera jornada fuimos a un pueblo que se dice Jalapa, y desde allí a Socochima, y estaba muy fuerte y mala entrada, y en él había muchas parras de uvas de la tierra; y en estos pueblos se les dijo con doña Marina y Jerónimo de Aguilar, nuestras lenguas, todas las cosas tocantes a nuestra santa fe, y cómo éramos vasallos del emperador don Carlos, e que nos envió para quitar que no haya más sacrificios de hombres ni se robasen unos a otros, y se les declaró muchas cosas que se les convenía decir; y como eran amigos de Cempoal y no tributaban a Montezuma, hallábamos en ellos muy buena voluntad y nos daban de comer, y se puso en cada pueblo una cruz, y se les declaró lo que significaba e que la tuviesen en mucha reverencia; y desde Socochima pasamos unas altas sierras y puertos, y llegamos a otro pueblo que se dice Texutla, y también hallamos en ellos buena voluntad, porque tampoco daban tributo como los demás; y desde aquel pueblo acabamos de subir todas las tierras y entramos en el despoblado, donde hacían muy gran frío y granizó aquella noche, donde tuvimos falta de comida, y venía un viento de la sierra nevada, que estaba a un lado, que nos hacia temblar de frío; porque, como habíamos venido de la isla de Cuba y de la Villa Rica, y toda aquella costa es muy calurosa, y entramos en tierra fría, y no teníamos con que nos abrigar sino con nuestras armas, sentíamos las heladas, como no éramos acostumbrados al frío; y desde allí pasamos a otro puerto, donde hallamos unas caserías y grandes adoratorios de ídolos, que ya he dicho que se dicen cues, y tenían grandes rimeros de leña para el servicio de los ídolos que estaban en aquellos adoratorios; y tampoco tuvimos que comer, y hacía recio frío; y desde allí entramos en tierra de un pueblo que se decía Zocotlan, y enviamos dos indios de Cempoal a decirle al cacique cómo íbamos, que tuviesen por bien nuestra llegada a sus casas; y era sujeto este pueblo a México, y siempre caminábamos muy apercibidos y con gran concierto, porque veíamos que ya era otra manera de tierra, y cuando vimos blanquear muchas azoteas, y las casas del cacique y los cues, y adoratorios, que eran muy altos y encalados, parecían muy bien, como algunos pueblos de nuestra España, pusímosle nombre Castilblanco, porque dijeron unos soldados portugueses que parecía la villa de Casteloblanco de Portugal, y así se llama ahora; y como supieron en aquel pueblo por mí nombrado, por los mensajeros que enviábamos, cómo íbamos, salió el cacique a recibirnos con otros principales junto a sus casas; el cual cacique se llamaba Olintecle, y nos llevaron a unos aposentos y nos dieron de comer poca cosa y de mala voluntad. Y después que hubimos comido, Cortés les preguntó con nuestras lenguas de las cosas de su señor Montezuma; y dijo de sus grandes poderes de guerreros que tenla en todas las provincias sujetas, sin otros muchos ejércitos que tenía en las fronteras y provincias comarcanas; y luego dijo de la gran fortaleza de México y cómo estaban fundadas las casas sobre agua, y que de una casa a otro no se podía pasar sino por puentes que tenían hechas y en canoas; y las casas todas de azoteas, y en cada azotea si querían poner mamparos eran fortalezas; y que para entrar dentro en la ciudad que había tres calzadas, y en cada calzada cuatro o cinco aberturas por donde se pasaba el agua de una parte a otra; y en cada una de aquellas aberturas había una puente, y con alzar cualquiera dellas, que son hechas de madera, no pueden entrar en México; y luego dijo del mucho oro y plata y piedras chalchiuites y riquezas que tenía Montezuma, su señor, que nunca acababa de decir otras muchas cosas de cuán gran señor era, que Cortés y todos nosotros estábamos admirados de lo oír; y con todo cuanto contaban de su gran fortaleza y puentes, como somos de tal calidad los soldados españoles, quisiéramos ya estar probando ventura, y aunque nos parecía cosa imposible, según lo señalaba y decía el Olintecle. Y verdaderamente era México muy más fuerte y tenía mayores pertrechos de albarradas que todo lo que decía; porque una cosa es haberlo visto de la manera y fuerzas que tenía, y no como lo escribo; y dijo que era tan gran señor Montezuma, que todo lo que quería señoreaba, y que no sabía si sería contento cuando supiese nuestra estada allí en aquel aposento del pueblo, por nos haber aposentado y dado de comer sin su licencia; y Cortés le dijo con nuestras lenguas: "Pues hágoos saber que nosotros venimos de lejanas tierras por mandado de nuestro rey y señor, que es el emperador don Carlos, de quien son vasallos muchos y grandes señores, y envía a mandar a ese vuestro gran Montezuma que no sacrifique ni mate ningunos indios, ni robe sus vasallos ni tome ningunas tierras, y para que dé la obediencia a nuestro rey y señor; y ahora lo digo asimismo a vos. Olintecle, y a todos los demás caciques que aquí estáis, que dejéis vuestros sacrificios y no comáis carnes de vuestros prójimos, ni hagáis sodomías, ni las cosas feas que soléis hacer, porque así lo manda nuestro señor Dios, que es el que adoramos y creemos, y nos da la vida y la muerte y nos ha de llevar a los cielos"; y se les declaró otras muchas cosas tocantes a nuestra santa fe, y ellos a todo callaban. Y dijo Cortés a los soldados que allí nos hallamos: "Paréceme, señores, que ya que no podemos hacer otra cosa, que se ponga una cruz." Y respondió el padre fray Bartolomé de Olmedo: "Paréceme, Señor, que en estos pueblos no es tiempo para dejarles cruz en su poder, porque son algo desvergonzados y sin temor; y como son vasallos de Montezuma, no la quemen o hagan alguna cosa mala; y esto que se les dijo basta hasta que tengan más conocimiento de nuestra santa fe"; y así, se quedó sin poner la cruz. Dejemos esto y de las santas amonestaciones que les hacíamos, y digamos que como llevávamos un lebrel de muy gran cuerpo, que era de Francisco de Lugo, y ladraba mucho de noche, parece ser preguntaban aquellos caciques del pueblo a los amigos que traíamos de Cempoal que si era tigre o león, o cosa con que mataban los indios; y respondieron: "Tráenle para que cuando alguno los enoja los mate." Y también les preguntaron que aquellas bombardas que traíamos, qué hacíamos con ellas; y respondieron que con unas piedras que metíamos dentro dellas matábamos a quien queríamos; y que los caballos corrían como venados, y alcanzábamos con ellos a quien les mandábamos. Y dijo el Olintecle y los demás principales: "Luego desa manera teules deben de ser." Ya he dicho otras veces que a los ídolos o sus dioses o cosas malas llamaban teules. Y respondieron nuestros amigos: "Pues ¡cómo!, ¿ahora lo veis? Mirad que no hagáis cosa con que los enojéis, de luego sabrán, que saben lo que tenéis en el pensamiento; porque estos teules son los que prendieron a los recaudadores del vuestro gran Montezuma, y mandaron que no les diesen más tributo en todas las sierras ni en nuestro pueblo de Cempoal; y éstos son los que nos derrocaron de nuestros templos nuestros teules, y pusieron los suyos, y han vencido los de Tabasco y Cingapacinga. Y además desto, ya habréis visto cómo el gran Montezuma, aunque tiene tantos poderes, les envía oro y mantas, y ahora han venido a este vuestro pueblo y veo que no les dais nada; andad presto y traedles algún presente." Por manera que traíamos con nosotros buenos echacuervos, porque luego trajeron cuatro pinjantes y tres collares y unas lagartijas, aunque eran de oro todo muy bajo; y más trajeron cuatro indias, que eran buenas para moler pan, y una carga de mantas. Cortés las recibió con alegre voluntad y con grandes ofrecimientos. Acuérdome que tenían en una plaza, adonde estaban unos adoratorios, puestos tantos rimeros de calaveras de muertos, que se podían bien contar, según el concierto con que estaban puestas, que me parece que eran más de cien mil, y digo otra vez sobre cien mil; y en otra parte de la plaza estaban otros tantos rimeros de zancarrones y huesos de muertos que no se podían contar, y tenían en unas vigas muchas cabezas colgadas de una parte a otra, y estaban guardando aquellos huesos y calaveras tres papas que, según entendimos, tenían cargo dellos; de lo cual tuvimos que mirar más después que entramos más la tierra adentro; y en todos los pueblos estaban de aquella manera, e también en lo de Tlascala. Pasado todo esto que aquí he dicho, acordamos de ir nuestro camino por Tlascala, porque decían nuestros amigos estaban muy cerca, y que los términos estaban allí junto donde tenían puestos por señales unos mojones; y sobre ello se preguntó al cacique Olintecle que cuál era mejor camino y más llano para ir a México; y dijo que por un pueblo muy grande que se decía Cholula; y los de Cempoal dijeron a Cortés: "Señor, no vayáis por Cholula, que son muy traidores y tiene allí siempre Montezuma sus guarniciones de guerra"; y que fuésemos por Tlascala, que eran sus amigos, y enemigos de mexicanos; y así, acordamos de tomar el consejo de los de Cempoal, que Dios lo encaminaba todo; y Cortés demandó luego al Olintecle veinte hombres principales guerreros que fuesen con nosotros, y luego nos los dieron; y otro día de mañana fuimos camino de Tlascala, y llegamos a un pueblezuelo que era de los de Xalacingo, y de allí enviamos por mensajeros dos indios de los principales de Cempoal, de los indios que solían decir muchos bienes y loas de los tlascaltecas y que eran sus amigos, y les enviamos una carta, puesto que sabíamos que no lo entenderían, y también un chapeo de los vedijudos colorados de Flandes, que entonces se usaban; y lo que se hizo diremos adelante.
contexto
Capítulo LXI De cómo el gobernador don Francisco Pizarro fundó una ciudad en el valle de Xauxa, que es la que después se pasó al valle de Lima; y de la muerte del Inca, y otras cosas que pasaron Pizarro, como se dijo atrás, entró en Xauxa, con los suyos. Procuraba traer a su amistad a los guancas y yayos; por entonces, no pudo venir, en efecto, su propósito. Almagro y Hernando de Soto salieron con algunos caballos en busca de los indios de guerra, con los cuales se juntaban muchos de las comarcas para defender sus tierras de los españoles, afirmando que si habían prevalecido contra ellos, había sido por cumplir el mandato de Atabalipa, que siempre mandó que los sirviesen y no les diesen guerra. Estando en Caxamalca tan pocos como eran los que estaban antes de ser llegado Almagro, y aunque conocían cuán mal les iba en las peleas, animábanse, creyendo que Dios sería servido de volver por ellos sin permitir el daño tan notable que les venía. Hacían grandes sacrificios; ellos tienen por dios soberano al sol, mas en las mayores tribulaciones, piden el favor del gran dios de los cielos, hacedor de todo lo criado, a quien, como muchas veces es dicho, llaman Ticiviracocha. Vieron cómo se habían aposentado los españoles en el valle; tenían pena porque del todo no lo abrasaran y destruyeran. Retrayéronse por el real camino que va al Cuzco, sin pensar que los vendrían siguiendo, mas cuando no se cataron oyeron el bufido de los caballos, de que recibieron gran temor, aunque eran muchos. No tuvieron consejo, antes, temiéndolos, se desordenaron, procurando de escapar con vida. Los españoles cruelmente mataban en ellos tanto, que por muchas partes no se veía sino sangre de la mucha que de las heridas salía. Y así fueron siguiendo el alcance donde hubieron gran despojo, prendiendo muchas y muy hermosas señoras, y otras indias naturales de diversas provincias del reino: entre las cuales se conocieron dos o tres hijas del rey Guaynacapa. Con este robo dieron la vuelta teniendo por grande hazaña las muertes que habían hecho en los desarmados y tímidos indios. A Xauxa, donde comenzaron a venir de paz los guancas y yayos y otros señores, excusándose delante de Pizarro por no haber venido, afirmando que no había sido en su mano, recibíalos a todos muy bien, procurando que no les fuese hecho ningún maltratamiento ni robo. Amonestólos que fuesen fieles a los españoles: hízoles entender cómo venía por mandado del emperador a poblar aquellas tierras de cristianos; y a que les diesen noticia de nuestra fe, para que, oyendo la palabra del sacro evangelio, se volviesen cristianos, y otras cosas les dijo sobre este caso. Respondieron lo que vieron que convenía para estar seguros; los más de estos señores están vivos y cuentan estas cosas tan por entero como si pasara ayer. Pizarro, como vio que tenía algunos amigos y que el valle de Xauxa era grande y demás de ser tan poblado estaba en el comedio de aquellas comarcas, determinó, con acuerdo de los que con él estaban, de hacer en él una nueva población de españoles, y así se fundó aquí una ciudad, que es la misma de los Reyes, que fue causa que en la primera parte no traté de esta fundación porque no permaneció. Estuvieron aquí más de veinte días, alegrándose con juegos de cañas que hacían. No salían galanos a ellos, mas salían tan costosos cuanto querían con el oro que se Ponían. Conocían la merced que Dios les había hecho en les dar gracia y esfuerzo para descubrir tan gran tierra y llena de tanta riqueza. Desde este valle envió Pizarro a ciertos españoles para que mirasen la costa de Pachacama para ver si en los yuncas sería concertado hacer otra población con la gente que venía en las naos cada día. Mandó asimismo el capitán Hernando de Soto que saliese con sesenta caballos, camino de la ciudad del Cuzco sin se dar mucha prisa a andar: porque, asentadas algunas cosas que convenía en la nueva ciudad, Partiría para se juntar con él; Soto, con los que con él habían de ir, salió luego. Yncurabayo y otros capitanes habían hecho sus albarradas y fuerte para dar guerra a los españoles. Súpolo Soto; avisó a Pizarro para que luego saliese. El nuevo inca que se coronó en Caxamalca adoleció en este valle, de que murió. Pesó mucho a Pizarro de ello, Porque había dado muestra de buena amistad. Mandó quedar por su teniente y justicia al tesorero Riquelme con la gente convenible; con la demás, salió de Xauxa. Los indios estaban en Bilca; cosa muy principal y de mucha importancia en este reino, según conté en mi Primera parte, a que me refiero. Había hermosos edificios y templo con gran riqueza; quemaron lo principal de todo, sacando las mujeres sagradas y los tesoros porque los españoles no se aprovechasen de ello. Dos caminos, si no son tres, salen de esto que llaman Bilcas reales; todos los tenían los indios ocupados; y como están en un cabezo alto, arrojaban tiros contra los españoles, que ya llegaban junto a ellos. Tanto era el miedo que habían cobrado a los caballos que habían perdido todo el ánimo; cuando no los veían, hacían fieros, parecíales que con mil españoles pelearían; como oían sus relinchos y su talle, temblaban de miedo, no peleaban ni hacían más que huir. Así les acaeció en este día, quedando muertos y heridos muchos del aprieto y alcance que los españoles les dieron. Ellos no hirieron ni mataron ningún caballo ni cristiano. Descansó aquella noche Soto del trabajo que habían tenido. Pizarro venía caminando. Llegó a Bilcas a cabo de tres días, donde halló cartas de Soto de lo que le había sucedido. Los indios iban quejándose de sí mismos; espantábanse cómo no tenían el ánimo que tuvieron en tiempo de los incas, pues vencieron tantas batallas. El pensar en los caballos los desatinaba; por una parte, los temían; por otro, sentían que gente extranjera, y tan diferente a ellos, los señorease. Esto los convencía a querer morir por no verlo. Determinaron de aguardar en el río de Apurima, para ver si algún día les sucedía a sus enemigos alguna desgracia. Soto pasó a Carambe y el río de Abancay. Una cosa he oído decir, que en estos alcances hallaron las puentes de los ríos de Abancay y de Apurima deshechos, y que los pasaron en los caballos, y que después nunca se ha visto que caballo los pueda vadear, especialmente el de Apurima; aunque también me han dicho que los pasaron en puentes, pero angostas. Los indios que estaban en Apurima, tomando nuevo consejo acordaron de pasar a Lamatambo y no aguardar allí. Súpolo Soto y anduvo hasta que se vio, con los caballos que iban con él, de la otra parte del río, a nado, o por puente. Pareció a los más que sería acertado aguardar a que llegase el gobernador con la demás gente. Soto dijo que no era tiempo de parar, sino cambiar en seguimiento de la victoria, pues Dios era servido de se la dar. Como esto dijo, partieron; salieron de aquel lugar caminando por donde estaba la junta por el camino real de Chinchasuyo.
contexto
Capítulo LXI Que trata de cómo salió el general Pedro de Valdivia con sesenta hombres para la provincia de los poromaucaes Sabido por los indios de la provincia de los pormocaes que eran venidos del Pirú más españoles, se tornaron alzar de nuevo. Para poner sus personas, mujeres e hijos a buen recaudo se fueron a unos fuertes que tenían hechos en medio de la provincia, y enviaron a decir al general que no querían servir, y que fuese allá con los cristianos que les habían venido del Pirú, y que pelearían con ellos. El general les envió a decir que era contento. Salió el general a veinte de febrero del año de nuestro Señor de mil y quinientos y cuarenta y cinco con sesenta hombres. Y cuando entró en la provincia de los pormocaes, toda la gente de guerra se pasó de la otra banda del río de Maule. Visto esto, el general corrió toda la tierra y provincia de los pormocaes. Allegó de esta vez hasta el río de Maule, trabajando con los indios que habían quedado y por los pueblos hallaba, avisándoles que no se fuesen, y que no temiesen, sino que sirviesen, que no les haría mal ni daño, y que avisasen a los demás que se viniesen a su tierra y que hiciesen sus casas y sembrasen. Tienen estos indios de costumbre que cuando se salen de su tierra queman sus casas. Y a este efecto les avisaba el general que no tuviesen temor, que se viniesen a hacer sus casas. Pasados en esta visita dos meses y casi de partida, estando en la misma provincia, tuvo nueva el general cómo habían visto los indios un navío por la mar y cerca de tierra. Y sabida la nueva fue hasta la costa, y cuando allegó allá con sus españoles, con gran trabajo a causa de los muchos y furiosos ríos que en aquella sazón había, pues ya llegados a la playa, hallaron la gente muerta y el navío hecho pedazos. Hallóse un poco de jabón y velas de cera en la playa. Luego se vino el general a la ciudad a invernar y dejó cierta gente con Francisco de Aguirre en la provincia de los pormocaes con provisión, junto en un pueblo de indios, porque estando allí no pudiese venir los naturales a sus pueblos y vivir seguros, sino fuese queriendo los naturales venir a servir. Pasados dos meses que era en fin de junio, que es acá cuando dicen el corazón del invierno, como entrante enero en España, allegó al puerto con grave trabajo otro navío con empleo de Panamá con doce mil pesos de mercadería la cual era de don Cristóbal Vaca de Castro, gobernador del Pirú por Su Majestad, y traíala a cargo un criado suyo que se decía Calderón de la Barca, del cual supimos que el navío que se había perdido era de dos compañeros y en Copiapó los habían muerto. Y este navío que traía esta mercadería era de un ciudadano genovés que se decía Joan Batista de Pasten y venía por piloto y señor de él. Pues venido a la ciudad y hablado al general, se ofreció a servir ansí con su persona como con su hacienda, como en efecto lo hizo al general en nombre de Su Majestad, en esta gobernación y mar de ella con su navío. Y como le conocía y era tenido por buen hombre de la mar, se lo agradeció muy mucho y aceptó sus ofertas, y le hizo teniente y capitán general de la mar. De esta mercadería que este navío trajo tomó el general ochenta mil pesos y los repartió a los conquistadores y a otros fiaron. De esta suerte se reformaron y previnieron a tan grandes necesidades como tenían. Pues como el señor de este navío era hábil y plático en su arte, súpose dar tan buena maña que vino a este puerto porque te hacían ahumadas seis de a caballo que siempre andaban corriendo la costa por mandado del general para socorro de los navíos que viniesen, y por ellas vinieron y entraron en el puerto a diecisiete de junio del año de mil y quinientos y cuarenta y cinco años.
contexto
Que trata de la guerra que tuvo el rey Nezahualpiltzintli contra Huehuetzin de Huexotzinco, y cómo lo venció y cautivó Hállase en las historias, que el rey Nezahualpiltzintli y el de Huexotzinco, Huehuetzin, nacieron en un mismo tiempo, hora y día, y los astrólogos y adivinos que les alzaron las figuras, hallaron que Nezahualpiltzintli había de ser vencido, aunque por él se había de cantar la victoria, con que estos dos príncipes vivieron siempre cuidadosos y con deseos de salir de esta duda. Como los infantes hermanos mayores de Nezahualpiltzintli tenían envidia de verle en el trono real que tanto ellos desearon, muy de ordinario en secreto, se carteaban con el de Huexotzincatl, dándole avisos, no tan solamente de las obras e intentos del rey su hermano, sino aún de los pensamientos; y así, viendo que el rey su hermano se aprestaba para ir sobre el de Huexotzinco, le avisaron luego dándole cuenta de la cantidad de gente que llevaba en su ejército, y la divisa que llevaba para que él echase todo el resto y la gente más experta en la milicia y procurase en todo caso matarle, pues le iba en ello la vida y la honra. El Huexotzincatl juntó lo mejor de su gente, y a los más valerosos soldados y capitanes les mostró la estampa de la divisa del rey de Tetzcuco, que había de llevar en la batalla que se les ofrecía, encargándoles echasen el resto y lo matasen, de manera que él quedase libre y con honra; todos los suyos le dieron palabra de hacerlo así, y habiendo llegado Nezahualpiltzintli al campo de la batalla con su ejército, al tiempo de comenzarla fue avisado de la traición que contra él sus hermanos tenían urdida, y de los pactos y conciertos secretos que con el Huexotzincatl tenían; y así, al tiempo que entró en la tienda para armarse y echarse la divisa, llamó en secreto a uno de sus capitanes que mucho le retrataba, y con él trocó las armas y la divisa diciéndole que convenía hacerlo así a su servicio y bien de la real corona, ofreciéndole muy grandes mercedes al capitán, y si peligraba, a su mujer e hijos y a todos los de su casa y linaje, el cual le dio las gracias por la honra que le hacía en quererle ocupar en su servicio más a él que a otro de los del ejército, en donde había otros más valerosos que él. Hecha esta diligencia, salió este capitán de la tienda acompañado de toda la gente ilustre y capitanes del ejército, y fue a ponerse en el puesto que tenían los reyes, para dar principio a la batalla, y el rey con las armas del capitán se armó y llamó a siete soldados secretamente, de quienes se fiaba mucho, y no eran los peores de su ejército, con los cuales se fue a poner en parte más acomodada para venir a las manos con su contrario; y así se comenzó la batalla, los huexotzincas con gran ímpetu y coraje embistieron y a pocos lances hubieron a las manos al desdichado capitán que llevaba las armas y divisas del rey, y en un instante lo hicieron mil pedazos, no teniéndose por dichoso y bien aventurado el soldado y capitán que no llevaba un pedazo de su cuerpo o de sus armas y divisa, y fue de tal manera que hicieron retirar a los tetzcucanos más de doscientos pasos, y tan ciegos estaban con la victoria que el rey Nezahualpiltzintli tuvo lugar en esta ocasión de venirse a encontrar con el de Huexotzincatl, y embistiendo como león rabioso con él se encontraron los dos, y habiéndose dado muy grandes golpes, y teniéndole ya rendido, se abrazó con él por haberle vivo en las manos y llevarlo preso y cautivo. Los huexotzincas, los que más a mano se hallaron comenzaron con gran coraje a favorecer a su señor, y salieran con su intento si no lo defendieran los siete soldados que llevaba el rey de su guarda con otros siete capitanes que había vencido en la refriega el rey, los cuales con gran fuerza, resistían a los que querían favorecer a su señor, y como tigres rabiosos revolvieron contra los huexotzincas con tan gran ímpetu y prisa buscando a su señor, que en un instante llegaron a donde estaba revuelto el enemigo, el que como se vio perdido en medio de sus enemigos con tan poca ayuda y que le tiraban muchos macanazos y botes de lanza, se hizo caedizo poniendo encima de él a su enemigo para que por su causa no le hiriesen sus contrarios, y no le valió tanto ese ardid, que con todo él no fuese herido en una pierna de que quedó cojo en toda su vida; mas como reconoció a los suyos que traían a mal traer a los huexotzincas y llegaban a socorrerle, volcólo otra vez cogiendo debajo a Huehuetzin, y habiéndole preso y cautivado, comenzaron a desamparar los huexotzincas y huir, haciendo en ellos los tetzcucanos gran matanza en los que se defendían, y a los que se rendían los prendían y cautivaban, con cuya hazaña volvió Nezahualpiltzintli a su corte victorioso y entró en la ciudad triunfando. Fue una de las batallas más notables y de más riesgo que él ni sus antepasados tuvieron, y así es muy notado de todos los históricos que tratan de esta historia. Por esta hazaña y memoria, hizo el rey un cercado tan grande y con tanta longitud, como la que hubo en aquella batalla de distancia de la parte en donde estuvieron los suyos y él metido dentro del ejército de sus enemigos. El cual cercado, es el de la laguna de las aves de volatería que atrás se ha referido, que hoy en día está en pie delante de sus palacios, y dicen los históricos que los astrólogos y adivinos del rey en nada se erraron de sus pronosticaciones, como parece por el discurso de la historia de esta batalla.