Capítulo LVIII Cómo sabida la victoria por Atao Hualpa se venía al Cuzco, y se topó en Caja Marca con el marqués don Francisco Pizarro Ya se llegaba el tiempo venturoso y los siglos dichosos en que estas antárticas regiones, que en tan confusa oscuridad de la idolatría estaban sepultadas, habían con la lumbre de la fe sobrenatural y divina de ser alumbradas, y el señorío y dominio que el príncipe de las tinieblas, Lucifer, por tanta infinidad de años en quieta posesión había gozado se había de traspasar en Jesucristo, verbo eterno, hijo del summo Padre, príncipe de luz y heredero de los bienes celestiales, como deuda debida, y por tantos años antes prometida en el salmo segundo, que los gentiles habían de ser heredad suya, y cuando el estandarte de la vivifica cruz había de ser, por medio de los ministros suyos, plantado y derrocado el de Satanás, y tanta multitud de ánimas por medio de la regeneración del bautismo, puerta de los demás sacramentos, habían de ser señaladas para soldados de la milicia cristiana, y sacudir de si y de sus cabezas el duro yugo y servidumbre del Rey de la soberbia, recibiendo y sujetándose al blando y suave del Emperador de la humildad. Y tanto número de almas habían de entrar en los alcázares celestiales de los bienes que mediante la pasión y sangre de Cristo habían de merecer, cuando la divina e incomprensible sabiduría de Dios tenía determinado que se ejecutase, lo que en su eterna idea estaba predeterminado y se oyesen las trompetas de sus sacerdotes en este nuevo mundo, y cayesen los muros de Jericó. Cuando más contento y soberbio estaba Atao Hualpa con las nuevas que cada día le venían del desbarate de sus enemigos, del vencimiento de los suyos y de las grandes victorias que sus capitanes habían alcanzado de los de su hermano Huascar Ynga, y últimamente del prendimiento, nunca esperado, suyo, y cómo le tenían aherrojado en prisiones, cuando la fortuna más risueña, más próspera y apacible se le mostraba, habiéndole sucedido todo más que él supo ni imaginó al principio dichosamente, ni pudo desear, viéndose ya Rey y absoluto Señor de los reinos y señoríos de su padre, entonces dio la vuelta su triste fortuna, o, por mejor decir, la orden del summo Dios, para derrocarle de su altivez y soberbia y que acabase con desdichado fin, como veremos. Hallaron, los que iban a dar la obediencia de todas las provincias de Atao Hualpa en Tomebamba, que como Quisquis y Chalco Chima le habían avisado de los prósperos sucesos suyos en la guerra, estábase holgando y tomando placer en Tomebamba. Lleváronle entonces las andas de oro en que andaban los ingas señores, y recibidas, hizo hacer grandes fiestas y regocijos a todos los que estaban con él y determinó, para cumplimiento de lo que deseaba, venirse al Cuzco a coronar y recibir la borla e insignia de Ynga y Señor, que era sólo lo que le faltaba para el henchimiento de sus deseos. Y estando de partida con un lucido y numeroso ejército de todas las naciones, de junto a Tomebamba y de Quito, para mayor majestad, recibió nuevas de cómo a Puerto Viejo habían llegado ciertas gentes jamás hasta allí vistas, los cuales algunos dellos venían y andaban en unos carneros grandes, que eran los caballos, y que tenían barbas y eran blancos, y decían venían por mensajeros del Papa y del Emperador. Oídas estas nuevas por Atao Hualpa, con la novedad de cosa nunca vista ni oída hasta allí, juntó a todos los de su consejo para preguntarles de dónde podían venir aquellas gentes, y ellos le respondieron que debían de ser mensajeros enviados por el Viracocha, y de allí les quedó el nombre a los españoles de Viracochas, aunque otros dan la denominación de este nombre de Viracocha por haberlos visto, al principio, salir de los navíos le llamaron espuma o gordura de la mar, que significa el nombre de Viracocha, y como no le secundase la nueva, acordó de hacer su viaje al Cuzco como tenía tratado, y con grande espacio y autoridad se vino, poco a poco, caminando hasta Caja Marca. Del camino despachó mensajeros a Quisquis y Chalco Chima mandando que le enviasen luego a Huascar Ynga, su hermano, y a los demás hermanos que estaban en prisión, a Caja Marca, para que allí quería averiguar con ellos muchas cosas que tenía en su pensamiento. Oído esto por Quisquis y Chalco Chima, sin detenimiento ninguno hicieron lo que Atao Hualpa les enviaba a mandar, y así, con mucho número de gente, los despachó del Cuzco para que los guardasen con gran cuidado, no se huyesen, y de allí a un mes salió Chalco Chima del Cuzco con una parte del ejército, caminando hacia Caja Marca, donde estaba Atao Hualpa. Cuando esto sucedió, ya los españoles, trayendo por cabeza al marqués don Francisco Pizarro, habían desembarcado en la costa y se venían la vuelta de Trujillo por los llanos la costa arriba, poco a poco caminando. Y teniendo nuevas como Atao Hualpa, que era el Señor y Rey, estaba en Caja Marca con un poderosísimo ejército, se fueron hacia allá. A la sazón que llegaron, estaba Atao Hualpa en los baños de Cono, y los españoles se aposesionaron de los lugares fuertes que había en Caja Marca y no quisieron tomar cosa ninguna de las riquezas de oro y plata que allí había, que era mucha, y gran número de vestidos preciosos que tenía siempre el Ynga en depósito, y sólo tomaron de la comida que había lo que tuvieron necesidad. Caro Atoneo, señor de Caja Marca, como los vio, admirado de tan extraño talle, y de la diferencia de vestidos y barbas, despachó luego aviso a Atao Hualpa y que decirle que los viracochas eran llegados allí, y que era gente nunca jamás vista y que ponía temor el mirarlos. Y el marqués don Francisco Pizarro, queriendo granjear la amistad de Atao Hualpa por buenos medios, le envió mensajeros también, que fueron Felipillo y Martín, indios lenguas que traía consigo, y envióle de presente chaquira y otras cosas que entre ellos eran de mucha estima y precio, de las que había traído de España, y a decir que él venía a aquella tierra con sus compañeros por mensajeros del Papa y del Emperador, y a darle a conocer a un Dios solo y Todopoderoso que crió el cielo y tierra y al sol, estrellas y todas las demás cosas visibles, y así, que no rehusase venirse a Caja Marca donde él estaba y lo esperaba, que allí se verían y tratarían despacio lo quel enviaba a decir.
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Cómo el Almirante navegó hacia la isla Española Viernes, a 13 de Junio, viendo el Almirante que la costa de Cuba se extendía mucho al Occidente; que su navegación era dificilísima por la innumerable multitud de isletas y bancos que había en todas partes, y que ya le comenzaban a faltar los bastimentos, por lo que no podía continuar el viaje según su propósito, resolvió tornar a la isla Española, a la villa que había dejado en sus comienzos. Para proveerse de agua y de leña se acercó a la isla del Evangelista, que tiene alrededor treinta leguas, y dista 700 leguas del comienzo de la Dominica. Luego que se proveyó de cuanto le hacía falta, enderezó su camino con rumbo al Mediodía, con esperanza de hallar mejor salida por aquella vía; yendo por el canal que le pareció más limpio y menos embarazoso, después de navegar unas cuantas leguas, lo halló cerrado, de lo cual recibió la gente no poco dolor y miedo, viéndose casi del todo cercada, y sin bastimentos ni alivio alguno. Pero como el Almirante era prudente y animoso, vista la debilidad de su gente, dijo con rostro alegre que daba muchas gracias a Dios, porque le constreñía a volver de donde habían llegado; como quiera que si continuasen el viaje por la ruta que tenía intención de seguir, tal vez aconteciese que se viesen intrincados en parte que el remedio sería muy difícil, y en tiempo que ya no tuviesen navíos ni vituallas para volver atrás, lo que entonces podían hacer fácilmente. Así, con mucho consuelo y satisfacción de todos, se encaminaron a la isla del Evangelista, donde antes había tomado agua, y el miércoles, a 25 de Junio, salió de aquélla hacia el Noroeste, con rumbo a ciertas isletas que se veían a cinco leguas de distancia. Pasando algunas leguas más adelante, llegó a un mar tan manchado de verde y blanco que del todo parecía un bajo, si bien tenía dos brazas de fondo; por este caminó siete leguas hasta que halló otro mar blanco como leche, que le causó mucho asombro, siendo como era el agua muy espesa. Este mar deslumbraba a cuantos lo veían, y parecía que todo él era un banco de arena, sin fondo que bastase a los navíos, aunque realmente había allí unas tres brazas de agua. Después que navegó por aquel mar el espacio de cuatro leguas, llegó a otro que era negro como tinta, con cinco brazas de profundidad, y por aquél navegó hasta llegar a Cuba; de donde, siguiendo la vía de Levante, con escasísimos y por canales y bajos de arena, el 30 de Junio, mientras escribía la relación de aquel viaje, dio en el fondo su navío tan fuertemente, que, no pudiendo sacarlo afuera con las áncoras ni con otros ingenios, quiso Dios que fuera sacado por la proa, si bien con bastante daño por los golpes que había dado en le suelo. Salido al fin con el auxilio de Dios, navegó como le permitían el viento y los bajos, siempre por un mar muy blanco con dos brazas de fondo, que no crecía, ni menguaba sino cuando se acercaba mucho a uno de dichos bancos, donde carecía de bastante fondo. A más de este impedimento, todos los días, a la puesta del sol, le molestaban diversas lluvias que se engendran en aquellas montañas de las lagunas que hay junto al mar; por dichas lluvias padeció grande incomodidad y molestia, hasta que de nuevo se acercó por Oriente a la isla de Cuba, donde había estado en su primer camino. Allí, lo mismo que en su anterior venida, salía un olor como de flores de grandísima suavidad. El 7 de Julio bajó a oír misa en tierra, donde se le acercó un cacique viejo, señor de aquella provincia, el cual estuvo muy atento a la misa; y acabada ésta, por señas y como mejor pudo, dijo que era cosa muy laudable dar gracias a Dios, porque el alma, siendo buena, irá al cielo; el cuerpo quedará en la tierra; y las almas de los malos bajarán al infierno. Entre otras cosas dijo que había estado en la isla Española, donde conocía los indios principales; también en Jamaica; que había andado no poco por el Occidente de Cuba, y que el cacique de aquella región vestía como sacerdote.
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De cómo Tupac Inca tornó a salir del Cuzco y cómo fue al Collao y de allí a Chile y ganó y señoreó las naciones que hay en aquellas tierras, y de su muerte. Como Tupac Inca hobiese llegado al Cuzco con tan grandes victorias como se ha escripto, estuvo algunos días holgándose en sus banquetes y borracheras con sus mujeres y mancebas, que eran muchas, y con sus hijos, entre los cuales se criaba Guayna Capac, el que había de ser rey y salía muy esforzado y brioso. Pasadas las fiestas, el gran Tupac Inca pensó de dar vista al Collao y señorear la tierra que más pudiese de adelante; y para hacerlo mandó que se apercibiesen en todas partes gentes y se hiciesen muchos toldos para dormir en los lugares desiertos. Y comenzaron a venir con sus capitanes y alojábanse a la redonda del Cuzco, sin entrar en la ciudad otros que los que la ley no proibía, y a los unos y a los otros proveían cumplidamente de todo lo necesario, teniendo en ello cuenta grandes los gobernadores y proveedores de la mesma ciudad. Y como se hobiesen juntado todos los que habían de ir a la guerra, se hicieron sacrificios a sus dioses, conforme a su ceguedad, poniendo a los adivinos que supiesen de los oráculos el fin de la guerra; y, hecho un convite general y muy espléndido, salió del Cuzco Tupac Inca, dejando en la ciudad su lugarteniente y su hijo mayor Guayna Capac, y con grand repuesto y majestad caminó por lo de Collasuyo, visitando sus guaniciones y tambos reales y holgóse por los pueblos de los Canas y Canches. Entrando en lo de Collao anduvo hasta Chucuito, donde los señores de la tierra se juntaron a le hacer fiesta; y había con su buena orden todo recaudo y abasto de mantenimientos, sin que faltase a más de trescientas mill personas que iban en sus reales. Algunos señores del Collao se ofrecieron de ir por sus personas con el mesmo Inca, y con los que señaló entró en el palude de Titicaca y loó a los que entendían en las obras de los edificios que su padre mandó hacer cuán bien lo habían hecho. En el templo hizo grandes sacrificios y dio al ídolo y sacerdotes dones ricos, conforme a tan gran señor como él era. Volvió a su gente y camino por toda la provincia del Collao hasta salir della; envió sus mensajeros a todas las naciones de los Charcas, Carangas y más gentes que hay en aquellas tierras. Dellas, unos le acudían a servir y otros a le dar guerra, mas, aunque se la dieron, su potencia era tanta que bastó a los sojuzgar, usando con los vencidos de gran clemencia y, con los que se venían, de mucho amor. En Paria mandó hacer edificios grandes y lo mesmo en otras partes. Y cierto debieron pasar a Tupac Inca cosas grandes, muchas de las cuales priva el olvido por la falta que tienen de letras, y yo pongo sumariamente algo de lo mucho que sabemos, por lo que oímos y vemos los que acá estamos que pasó. Yendo victorioso adelante de los Charcas atravesó muchas tierras e provincias y grandes despoblados de nieve, hasta que llegó a lo que llamamos Chile y señoreó y conquistó todas aquellas tierras, en las cuales dicen que llegaron al río de Maule. En lo de Chile hizo algunos edificios y tributáronle de aquellas comarcas mucho oro en tejuelos. Dejó gobernadores y mitimaes y, puesto en orden lo que había ganado, volvió al Cuzco. Hacia la parte de Levante envió orejones avisados en hábito de mercaderes, para que mirasen las tierras que hobiese y qué gentes las mandaban; y, ordenadas estas otras cosas, volvió al Cuzco, de donde afirman que tornó a salir a cabo de algunos días; y con la gente que convino llevar entró en los Andes y pasó grand trabajo por la espesura de la montaña y conquistó algunos pueblos de aquella región y mandó sembrar muchas sementeras de coca y que la llevasen al Cuzco, donde él dio la vuelta. Y dicen que, pasados pocos días, le dio cierto mal que le causó la muerte y que, encomendando a su hijo la gobernación del reino y a sus mujeres e hijos y diciendo otras cosas, murió. Y se hicieron grandes lloros y tan notable sentimiento desde Quito hasta Chile, ques extraña cosa de oír a los indios lo que sobre ello cuentan. Adónde, ni en qué lugar está enterrado, no lo dicen. Cuentan que se mataron grand número de mujeres y servidores y pajes para meter con él, con tanto tesoro y pedrería que debió montar más de un millón; y sería poco, pues los señores particulares se enterraban algunos con más de cien mill castellanos. Sin la gente tanta que metieron en su sepultura, se ahorcaron y enterraron muchas mujeres y hombres en partes diversas del reino y en todas partes se hicieron lloros por un año entero y se tresquilaron las más de las mujeres, poniéndose todas sogas de esparto; y acabado el año se vinieron a hacer sus honras. Y lo que dicen que usaban hacer no lo quiero poner, porque son gentilidades; y los chripstianos questaban en el Cuzco el año de mill y quinientos y cincuenta acuérdense de lo que vieron que se hizo por las honras y cabo de año de Paulo Inca, con se haber vuelto chripstiano, y sacarán lo que sería en tiempo del reinado de los reyes pasados, antes que perdiesen su señorío.
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Cuéntase cómo se tuvo vista de dos grandes altas tierras, y cómo se fue en demanda de la una dellas, y se descubrió una bahía y puerto en ella Este día, estando del tope mirando un Melchor de los Reyes, como a las tres de la tarde vio a distancia de doce leguas más o menos al Sudueste y Sur una grande tierra; y por esto, y porque no se ponían los ojos en parte que no fuese todo tierras, fue el más alegre y celebrado día del viaje. Fuimos en demanda della, y el siguiente llegamos cerca de su costa que va corriendo al Poniente. Púsose por nombre a esta tierra La Cardona a memoria del duque de Sesa, por lo mucho que amó y favoreció esta empresa, así en Roma como en la corte de España, y porque el capitán se precia de ser muy grato. Cuando se iba en demanda de la dicha tierra, se vio al Sueste y lejos una muy gruesa y muy alta serranía cubierta de espesos celajes al medio y lo alto, y la planta della limpia dellos. Juzgóse de los topes inclinarse las costas bajas de estas dos tierras como que eran una. El capitán puso por nombre a esta tierra La Clementina; está al parecer en diez y siete grados. Llegados que fuimos a la tierra, se vio en ella una entrada que por parecer de puerto el capitán envió un caudillo en la barca con soldados y bogadores a ver lo que era, y a la tarde vino y dijo que la entrada es de una isla angosta de seis leguas, que corre de Norte Sur, medianamente alta, poblada de gente y mucha arboleda; que a su abrigo de Leste y de Nordeste halló fondo de treinta brazas las menos, y muchas corrientes. Púsole el capitán por nombre San Reimundo. Dijo que costeando la tierra que está de esta isla al Oeste, salieron a la playa muchos hombres, loros y demasiadamente altos con sus arcos en las manos, llamando a gran prisa a los nuestros, que por no querer llegar arrojaron a la mar un gran manojo de plumas de capones, queriendo con esto y con acercarles muchachos asegurarlos para les tirar, como tiraron sus flechas, llevando muchos indios de buen color y grandes cuerpos y del Sur para el Sueste unas muy altas y dobladas tres, cuatro veces serranías, que pareció irse a juntar con la otra tierra y sierras que demoraban al Sueste. Con tan buena nueva de estar la tierra poblada, navegamos al Poniente, y a distancia de seis leguas entramos el primero día de mayo en una grande bahía a donde pasamos la noche; y venido el día, el capitán envió al almirante en la barca a buscar puerto. Salieron a las naos en dos embarcaciones unos indios con los arcos prestos, y en pie paraban un rato y bogaban otro: hablaban alto, y miraban a los nuestros y a su tierra, mostrándose algo inquietos; por lo que los de la zabra, de que estaban cerca, dispararon un verso para espantarlos, y así lo hicieron, pues bogando a gran priesa se huyeron. El almirante vino a la tarde tan contento, y tanto los que fueron con él que ninguno podía detener la alegre nueva que traían de haber hallado un buen puerto, por ser éste el que faltaba y con tantos deseos se buscaba; pues sin puerto, el descubrimiento hecho fuera de poca importancia. El otro día, tres de mayo, surgimos los tres navíos con grande alegría en el puerto dando a Dios muchas gracias.
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De cómo volvieron las lenguas de los indios xarayes Estos indios xarayes alcanzan grandes pesquerías, así del río como de lagunas, y mucha caza de venados. Habiendo estado los españoles con el indio principal todo el día, le dieron los rescates y bonete de grana que el gobernador le enviaba, con lo cual se holgó mucho y lo recebió con tanto sosiego, que fue cosa de ver y maravillar; y luego el indio principal mandó traer allí muchos penachos de plumas de papagayos y otros penachos, y los dio a los cristianos para que los trujesen al gobernador; los cuales eran muy galanes, y luego se despidieron del Camire para venirse, el cual mandó a veinte indios de los suyos que acompañasen a los cristianos; y así se salieron y los acompañaron hasta los pueblos de los indios artaneses, y de allí se volvieron a su tierra y quedó con ellos el guía que el principal les dio; el cual el gobernador recebió y le mostró mucho cariño; y luego con intérpretes de la guía guaraní quiso preguntar e interrogar al indio, para saber si sabía el camino de las poblaciones de la tierra, y le preguntó de qué generación era y de dónde era natural. Dijo que era de la generación de los guaraníes y natural de Itati, que es en el río del Paraguay; y que siendo él muy mozo, los de su generación hicieron gran llamamiento y junta de indios de toda la tierra, y pasaron a la tierra y población de la tierra adentro, y él fue con su padre y parientes para hacer guerra a los naturales de ella, y les tomaron y robaron las planchas y joyas que tenían de oro y plata; y habiendo llegado a las primeras poblaciones, comenzaron luego a hacer guerra y matar muchos indios, y se despoblaron muchos pueblos y se fueron huyendo a recogerse a los pueblos de más adentro; y luego se juntaron las generaciones de toda aquella tierra y vinieron contra los de su generación, y desbarataron y mataron muchos de ellos, y otros se fueron huyendo por muchas partes y los indios enemigos los siguieron y tomaron los pasos y mataron a todos, que no escaparon (a lo que señaló) doscientos indios de tantos como eran, que cubrían los campos, y que entre los que escaparon se salvó este indio, y que la mayor parte se quedaron en aquellas montañas por donde habían pasado, para vivir en ellas, porque no habían osado pasar por temor que los matarían los guaxarapos y guatos y otras generaciones que estaban por donde habían de pasar; y que este indio no quiso quedar con éstos, y se fue con los que quisieron pasar adelante, a su tierra, y que en el camino habían sido sentidos de las generaciones, y una noche habían dado en ellos y los habían muerto a todos, y que este indio se había, escapado por lo espeso de los montes, y caminando por ellos había venido a tierra de los xarayes, los cuales lo habían tenido en su poder y lo habían criado mucho tiempo, hasta que, teniéndole mucho amor, y él a ellos, le habían casado con una mujer de su generación. Fue preguntado que si sabía bien el camino por donde él y los de su generación fueron a las poblaciones de la tierra adentro. Dijo que había mucho tiempo que anduvo por el camino, y cuando los de su generación pasaron, que iban abriendo camino y cortando árboles y desmontando la tierra, que estaba muy fragosa, y que ya aquellos caminos le paresce que serán tornados a cerrar del monte y yerba, porque nunca más los tornó a ver, ni andar por ellos; pero que le paresce que comenzado a ir por el camino lo sabrá seguir e ir por él, y que dende una montaña alta, redonda, que está a la vista de este puerto de los Reyes, se toma el camino. Fue preguntado en cuántos días de camino podrán llegar a la primera población. Dijo que, a lo que se acuerda, en cinco días se llegará a la primera tierra poblada, donde tienen mantenimientos muchos; que son grandes labradores, aunque cuando los de su generación fueron a la guerra los destruyeron y despoblaron muchos pueblos; pero que ya estaban tornados a poblar. Y fuéle preguntado si en el camino hay ríos caudalosos o fuentes. Dijo que vio ríos, pero que no son muy caudalosos, y que hay otros muy caudalosos, y fuentes, lagunas y cazas de venados y antas, mucha miel y fruta. Fue preguntado si al tiempo que los de su generación hicieron guerra a los naturales de la tierra, si vio que tenían oro o plata. Dijo que en los pueblos que saquearon había habido muchas planchas de plata y oro, y barbotes, y orejeras, y brazaletes, y coronas, y hachuelas, y vasijas pequeñas, y que todo se lo tornaron a tomar cuando los desbarataron, y que los que se escaparon trujeron algunas planchas de plata, y cuentas y barbotes, y se lo robaron los guaxarapos cuando pasaron por su tierra, y los mataron, y los que quedaron en las montañas tenían, y les quedó asimismo alguna cantidad de ello, y que ha oído decir que lo tienen los xarayes, y cuando los xarayes van a la guerra contra los indios, les ha visto sacar planchas de plata de las que trujeron y les quedó de la tierra adentro. Fue preguntado si tiene voluntad de irse en su compañía. Dijo que sí, que de buena voluntad lo quiere hacer, y que para lo hacer lo envió su principal. El gobernador le apercibió y dijo que mirase que dijese la verdad de lo que sabía del camino, y no dijese otra cosa, porque de ello le podría venir mucho daño; y diciendo la verdad, mucho bien y provecho; el cual dijo que él había dicho la verdad de lo que sabía del camino, y que para lo enseñar y descubrir a los cristianos quería irse con ellos.
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Cómo Cortés fue adonde estaba surto el navío, y prendimos seis soldados y marineros que del navío hubimos, y lo que sobre ello pasó Así como llegamos a la Villa Rica, como dicho tengo, vino Juan de Escalante a hablar a Cortés, y le dijo que sería bien ir luego aquella noche al navío, por ventura no alzase velas y se fuese, y que reposase el Cortés, que él iría con veinte soldados. Y Cortés dijo que no podía reposar; "que cabra coja no tenga siesta", que él quería ir en persona con los soldados que consigo traía; y antes que bocado comiésemos comenzamos a caminar la costa adelante, y topamos en el camino a cuatro españoles que venían a tomar posesión en aquella tierra por Francisco de Garay, gobernador de Jamaica, los cuales enviaba un capitán que estaba poblando de pocos días había en el río de Pánuco, que se llamaba Alonso álvarez de Pineda o Pinedo; y los cuatro españoles que tomamos se decían Guillén de la Loa, éste venía por escribano; y los testigos que traía para tomar la posesión se decían Andrés Núñez, y era carpintero de ribera, y el otro se decía maestre Pedro el de la Arpa, y era valenciano; el otro no me acuerdo el nombre. Y como Cortés hubo bien entendido cómo venían a tomar posesión en nombre de Francisco Garay, e supo que quedaba en Jamaica y enviaba capitanes, preguntóles Cortés que por qué título o por qué vía venían aquellos capitanes. Respondieron los cuatro hombres que en el año de 1518, como había fama, de todas las islas de las tierras que descubrimos cuando lo de Francisco Hernández de Córdoba y Juan de Grijalva, y llevamos a Cuba los veinte mil pesos de oro a Diego Velázquez, que entonces tuvo relación el Garay del piloto Antón de Alaminos y de otro piloto que habíamos traído con nosotros, que podía pedir a su majestad desde el río de San Pedro y San Pablo por la banda del norte todo lo que descubrirse; y como el Garay tenía en la corte quien le favoreciese con el favor que esperaba, envió un mayordomo suyo que se decía Torralva, a lo negociar, y trajo provisiones para que fuese adelantado y gobernador desde el río de San Pedro y San Pablo y todo lo que descubriese; y por aquellas provisiones envió luego tres navíos con hasta doscientos y setenta soldados con bastimentos y caballos, con el capitán por mí nombrado, que se decía Alonso álvarez Pineda o Pinedo, y que estaba poblando en un río que se dice Pánuco, obra de setenta leguas de allí; y que ellos hicieron lo que su capitán les mandó, y que no tienen culpa. Y como lo hubo entendido Cortés, con palabras amorosas les halagó y les dijo que si podríamos tomar aquel navío; y el Guillén de la Loa, que era el más principal de los cuatro hombres, dijo que capearían y harían lo que pudiesen; y por bien que los llamaron y capearon, ni por señas que les hicieron, no quisieron venir; porque, según dijeron aquellos hombres, su capitán les mandó que mirasen que los soldados de Cortés no topasen con ellos, porque tenían noticia que estábamos en aquella tierra; y cuando vimos que no venía el batel, bien entendimos que desde el navío nos habían visto venir por la costa adelante, y que si no era con maña no volverían con el batel a aquella tierra; e rogóles Cortés que se desnudasen aquellos cuatro hombres sus vestidos para que se los vistiesen otros cuatro hombres de los nuestros, y así lo hicieron; y luego nos volvimos por la costa adelante por donde habíamos venido, para que nos viesen volver desde el navío, para que creyesen los del navío que de hecho nos volvimos; y quedádamos los cuatro de nuestros soldados vestidos los vestidos de los otros cuatro, y estuvimos con Cortés en el monte escondidos hasta más de media noche que hiciese oscuro para volvernos enfrente del riachuelo, y muy escondidos, que no aparecíamos otros, sino los cuatro soldados de los nuestros; y como amaneció comenzaron a capear los cuatro soldados, y luego vinieron en el batel seis marineros, y los dos saltaron en tierra con unas dos botijas de agua; y entonces aguardamos los que estábamos con Cortés escondidos que saltasen los demás marineros, y no quisieron saltar en tierra; y los cuatro de los nuestros que tenían vestidas las ropas de los otros de Garay hacían que estaban lavando las manos y escondiendo las caras, y decían los del batel: "Veníos a embarcar; ¿qué hacéis?, ¿por qué no venís?" Y entonces respondió uno de los nuestros: "Saltad en tierra y veréis aquí un poco." Y como desconocieron la voz, se volvieron con su batel, y por más que los llamaron, no quisieron responder; y queríamos les tirar con las escopetas y ballestas, y Cortés dijo que no se hiciese tal, que se fuesen con Dios a dar mandado a su capitán; por manera que se hubieron de aquel navío seis soldados, los cuatro que hubimos primero, y dos marineros que saltaron en tierra; y así, volvimos a Villa Rica, y todo esto sin comer cosa ninguna, Y esto es lo que se hizo, y no lo que escribe el cronista Gómara, porque dice que vino Garay en aquel tiempo, y engañóse, que primero que viniese envió tres capitales con navíos; los cuales diré adelante en qué tiempo vinieron e qué se hizo dellos, y también en el tiempo que vino Garay; y pasemos adelante, e diremos cómo acordamos ir a México.
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Capítulo LX De cómo reventó un volcán o boca de fuego cerca de Quito y lo que pasó a los cristianos y a los indios Había en los tiempos pasados entre esta gente una opinión varia tenida por cierta, que fue que haciendo sacrificios en cierto oráculo de la comarca, donde un demonio daba respuestas; porque en todas las indias tenemos creído que hay en los hombres naturales esta costumbre de tener pláticas con el demonio, con el cual es también de saber que no todos hablan ni tienen tal privilegio; sino los que tienen por más santos y religiosos, son elegidos para ello; y verdaderamente yo creo que muchas veces éstos fingen desvaríos para tener crédito con los suyos, certificando que el mismo demonio en su cuerpo estaba revestido. Pasa, pues, el cuento del propósito, que uno de éstos, dijo: que supiesen que cuando un volcán, o boca de fuego, que estaba cerca de Latacunga reventase, entraría gente extranjera de tierra muy apartada a les dar guerra; los cuales serían tan poderosos que quedarían por señores de la suya. El demonio no puede afirmar lo que está por venir; pues está claro, los movimientos del tiempo están encerrados en la sabiduría de Dios, y ninguna criatura, aunque sean los ángeles, contra su voluntad, pueden certificar lo que ha de suceder; mas como el demonio es tan sutil, en tiempos dice cosas, por lo que ve que pasa, que concierta, aunque él hable "al adivinar". Y como vio que los españoles se movían a venir a este reino y conoció que el volcán quería reventar, por que le honrasen con sacrificios y anduviesen ciegos tras su engaño, parecióle que cuadraba esta razón para tener más crédito de afirmarles que cuando el volcán reventase entraría gente que los señorease en su tierra. Y sucedió que cuando los españoles estaban en Riobamba este volcán, o boca de fuego, reventó con gran ruido que hizo, echando de sí tan gran pedrería, que es admiración afirmarlo. Destruyó muchas casas de indios, mató muchos hombres y mujeres; del fuego que había dentro, echó por los aires tanta ceniza con una especie de humo que no se veía según andaba esta ceniza, siendo la cantidad que ha dicho por todas partes. Caía tanto que los que no lo sabían creyeron que llovía ceniza del cielo, la cual cayó más de veinte días y la vieron los que venían con el adelantado don Pedro de Alvarado, como luego diré. Como este volcán reventó, dieron gran crédito los indios a lo que el oráculo había pronosticado. Luego entendieron en tratar de paz con los españoles; Ruminabi y Zopezopagua, con otros capitanes, lo estorbaban. Belalcázar llegó a Panzaleo, y aun más allá, hacia la parte de Quito, y fueron muertos y heridos muchos indios, de que recibió pena grande, y con acuerdo de los suyos determinó de hacerles mensajeros sobre la paz. Llamó a un indio natural, al cual, poniéndole una cruz en la mano, señal que usamos en la guerra con ellos, para los llamar de paz y para saber que el que trajere tal insignia puede venir seguro y volver, mandóle que fuese donde estaba Ruminabi y los otros, y de su parte les dijese que por qué holgaban de verse morir los unos a los otros y andar con tan grande desasosiego como andaban; que dejasen las armas y asentasen paz entre todos con honestas condiciones, cosa de que él mucho se holgaría, y de su parte no les sería hecha injuria con tanto que ante todas cosas diesen la obediencia al emperador don Carlos, y si quisiesen se volviesen cristianos; y serían todos amigos y compañeros, porque no pretendían de ellos más que esto; y haber el tesoro de Quito para repartir, como fue en Caxamalca. Llegado el mensajero donde estaban los escuadrones de los indios, Ruminabi, como oyó la embajada, indignóse grandemente. Mirando contra los que con él estaban, dijo: "Mira con las cautelas que éstos nos quieren engañar y con qué palabras nos quieren convencer para sacarnos el tesoro que ellos piensan que hay en Quito, para luego matarnos y tomarnos nuestras mujeres y hijas para tener por mancebas; quién en Caxamalca vio el halago que los otros barbudos tan crueles hacían a Atabalipa; qué modos buscaron después para le matar tan afrentosamente, levantándole testimonios grandes. No plega a Dios nos fiemos de éstos que ni han dicho la verdad, ni la dirán; antes permitamos morir a sus manos y de sus caballos, que no que con nuestra voluntad nos tengan opresos y forzados a seguir desatinos y cumplir sus pretensiones". Todos loaron su consejo llamándole "hantud apo", que es nombre de gran señor, y con mucho enojo que tuvieron, de tener tal atrevimiento el mensajero, le mataron cruelmente, sin tener culpa ninguna. Súpose después de los que se pasaron y cautivaron lo que había dicho Ruminabi, y la muerte que dieron a este mensajero, como está dicho. Estando los españoles en el pueblo de Panzaleo, como los indios conocían el ansia tan grande que tenían por el oro, Lino de ellos dijo que ni podrían traer en los caballos ni en otros tantos lo mucho que había en el Quito; si por caso no sabía como ya lo habían alzado y escondido los que lo pusieron en cobro. Y porque es ya tiempo de volver a hablar de Pizarro, dejará la historia de tratar sobre esta materia hasta que sea tiempo.
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Capítulo LX Que trata de la venida del capitán Alonso de Monrroy Pasados dos meses en lo que habemos dicho, mandó el general apercebir y salir el caudillo que había traído preso al cacique Cataloe, por ser hombre de mucha diligencia, que fuese a saber si venía Monrroy y los españoles, y que llevase consigo al cacique Cataloe porque ya estaba asentado y quieto. Allegó este caudillo con sus doce compañeros al valle y tierra de Cataloe, e reposaron veinte días, los primeros del mes de diciembre del año de mil y quinientos y cuarenta y cuatro. Y en este día allegó Alonso de Monrroy con sesenta hombres muy fatigados, que había ocho días que no comían más de cerrajas. Estas hay en abundancia en los valles donde hay ríos y acequias. Y con hallar este caudillo con aquellos españoles y con aquel bastimento que guardado lo tenían, se rogocijaron todos. Fue tanto el placer y alegría de todos que no pudo ser más. Después de haber descansado, Alonso de Monrroy despachó dos de a caballo con cartas al general a hacerles saber de su venida. Y pasados dos días se partieron los dos, el capitán y caudillo, con toda la gente para la ciudad, y allegaron primero día de enero del año de nuestra salud de mil y quinientos y cuarenta y cinco. Entrando estos españoles, salió el general con la demás gente que en la ciudad había a recebir a todos los que del Perú venían. Y en verse el general con socorro y los socorredores allegados donde deseaba, no fue pequeño el contento que recibió, y todos lo recibieron, porque no estimaban calor ni hambre ni los demás trabajos. Ver las ceremonias y el abrazar de unos a otros, porque se conocían todos del tiempo que estaban en el Pirú, y el preguntar por las cosas de allá, y ellos por las de acá. Preguntaban los de acá como hombres que estaban en el limbo a los otros como a personas que venían del mundo. Demandaban los recién venidos lo que demandaron los del purgatorio a Dante Aligero, cuando allá anduvo con la imaginación, según él lo relataba en sus tratados. Con la demasiada diligencia y solicitud que el general ponía y había puesto con ayuda de nuestro Señor, fue parte para se defender de los naturales con tan poca gente dos años que tardó en ir por el socorro Alonso de Monrroy y volver, y lo fuera para defendernos de muchos más, puesto que eran pocos para tanto número de indios y en su tierra. Y en todo este tiempo después que del Pirú vinieron, que había ... años hasta este punto, no hubo hombre que se desnudase para dormir ni durmiese desnudo, ni desarmado de las armas que cada uno tenía, si no era el que estaba herido o enfermo. Ni aun la acostumbrada guerra no les daba tanto trabajo ni la sintieran, si no viniera tan acompañada de tanta hambre y necesidad de provisión, porque acontecía a muchos españoles ir a cavar de dos a dos días y sacar para comer unas cebolletas, que son como las del azafrán salvo que no lleva la flor, que la tierra de acá produce de suyo, que son mantenimientos de los naturales cuando les falta la provisión y cuando sus sementeras granan. Y éste era el refresco que tenían para sustentar sus amigos que del Pirú habían venido, pues carne, si por ventura no se cazaba, no la había, porque puercos no había tantos que se osase comer por criallos, pues perdices andaban tan corridas que no las dejábamos parar y se nos escondían. Y a este recibimiento se mató el primer puerco, que hasta aquí no se había muerto ninguno.
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Que trata cómo el rey Ahuitzotzin acabó el templo mayor de México y de los grandes sacrificios que se hicieron en su estreno; de la muerte del rey de Tlacopan Chimalpopocatzin y sucesión de Totoquihuatzin, segundo de este nombre, y de otros señores Al tercero año del reinado de Ahuitzotzin (que fue en el de 1487 que llaman chiquey ácatl) se acabó el templo mayor de Huitzilopochtli, ídolo principal de la nación mexicana, que fue el mayor y más suntuoso que hubo en la ciudad de México, y para su estreno convidó a los reyes de Tetzcuco Nezahualpiltzintli y Chimalpopocatzin de Tlacopan, y a todos los demás grandes y señores del imperio, todos los cuales en especial los dos reyes, fueron con gran aparato y suma de cautivos para sacrificarlos ante el falso dios, que en solo el estreno del templo (dejando aparte varias opiniones de autores), se juntaron con los que el rey de México tenía de solas cuatro naciones que fueron cautivas en las guerras atrás referidas, ochenta mil cuatrocientos hombres en este modo; de la nación tzapoteca dieciseis mil, de los tlapanecas veinticuatro mil, de los huexotzincas y atlixcas otros dieciseis mil, de los de Tizauhcóac, veinticuatro mil y cuatrocientos, que vienen a montar el número referido, todos los cuales fueron sacrificados ante este estatuarlo del demonio, y las cabezas fueron encajadas en unos huecos que de intento se hicieron en las paredes del templo mayor, sin otros cautivos de otras guerras de menos cuantía que después en el discurso del año fueron sacrificados, que vinieron a ser más de cien mil hombres; y así los autores que exceden en el numero, se entiende con los que después se sacrificaron. Fue tan grande la carnicería y crueldad que en tiempo de este rey se hizo, que antes ni después no hubo otro que se le igualase, porque sin los referidos, sacrificaron otros muchos durante su reinado, así como la ciudad de México, como en las de Tetzcuco y Tlacopan y otras ciudades populares y cabeceras de provincia sujetas al imperio. El demonio en esta ocasión tuvo una gran cosecha, que en las provincias contrarias al imperio no fue menos. Luego el año siguiente de 1489, comenzó dios a vengar la muerte de tantos miserables hombres, a conquistar las vidas de algunas cabezas del imperio, pues en el año referido murió el rey Chimalpopocatzin de Tlacopan, y en su lugar entró el príncipe heredero Totoquihuatzin su hijo, con acuerdo de las otras dos cabezas Nezahualpiltzintli y Ahuitzotzin. Asimismo en este año se dio principio de algunos señoríos, como fueron Tezozómoc que fue el primero de Azcaputzalco, después de su ruina y destrucción, y en Iztapalapan Cultlahuatzin, que ambos eran descendientes de la casa real de México.
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Del camino que los ingas mandaron hacer por estos llanos, en el cual hubo aposentos y depósitos como en el de la sierra, y por qué estos indios se llaman yungas Por llevar con toda orden mi escriptura, quise, antes de volver a concluir con lo tocante a las provincias de las sierras, declarar lo que se me ofresce de los llanos, pues, como he dicho en otras partes, es cosa tan importante, y en este lugar daré noticias del gran camino que los ingas mandaron hacer por mitad dellos, el cual, aunque por muchos lugares está ya desbaratado y deshecho, da muestra de la grande cosa que fue y del poder de los que lo mandaron hacer. Guaynacapa y Topainga Yupangue, su padre, fueron, a lo que los indios dicen, los que abajaron por toda la costa, visitando los valles y provincias de los yungas, aunque también cuentan algunos dellos que inga Yupangue, abuelo de Guaynacapa y padre de Topainga, fue el primero que vio la costa y anduvo por los llanos della; y en estos valles y la costa los caciques y principales, por su mandado, hicieron un camino tan ancho como quince pies, por una parte, y por otra dél iba una pared mayor que un estado bien fuertes; todo el despacio deste camino iba limpio y echado por debajo de arboledas, y destos árboles por muchas partes caían sobre el camino ramos dellos llenos de frutas, y por todas las florestas andaban en lar arboledas muchos géneros de pájaros y papagayos y otras aves; en cada uno destos valles había para los ingas aposentos grandes y muy principales, y depósitos para proveimientos de la gente de guerra, porque fueron tan temidos que no osaban dejar de tener gran proveimiento; y si faltaba alguna cosa se hacía castigo grande, y, por el consiguiente, si alguno de los que con él iban de una parte a otra era osado de entrar en las sementeras o casas de los indios, aunque el daño que hiciesen no fuese mucho, mandaba que fuese muerto. Por este camino duraban las paredes que iban por una y otra parte dél hasta que los indios, con la muchedumbre de arena, no podían armar cimientos; desde donde, para que no se errase y se conosciese la grandeza del que aquello mandaba, hincaban largos y cumplidos palos, a manera de vigas, de trecho a trecho; y así como se tenía cuidado de limpiar por los valles el camino y renovar las paredes si se ruinaban y gastaban, lo tenían en mirar si algún horcón o palo largo de los que estaban en los arenales se caía con el viento, de tornarlo a poner; de manera que este camino cierto fue gran cosa, aunque no tan trabajoso como el de la sierra. Algunas fortalezas y templos del sol había en estos valles como iré declarando en su lugar; y porque en muchas partes desta obra he de nombrar ingas y también yungas, satisfaré al letor en decir lo que quiere significar yungas, como hice en lo de atrás de lo de los ingas: así, entenderán que los pueblos y provincias del Perú están situadas de la manera que he declarado, muchas dellas en las abras que hacen las montañas de los Andes y serranía nevada, y a todos los moradores de los altos nombran serranos y a los que habitan en los llanos llaman yungas; y en muchos lugares de la sierra por donde van los ríos, como las sierras siendo muy altas, las llanuras estén abrigadas y templadas; tanto, que en muchas partes hace calor como en estos llanos; los moradores que viven en ellos, aunque estén en la sierra, se llaman yungas, y en todo el Perú, cuando hablan destas partes abrigadas y cálidas que están entre las sierras, luego dicen: "Es yunga", y los moradores no tienen otro nombre, aunque lo tengan en los pueblos y comarcas; de manera que los que viven en las partes ya dichas y los que moran en todos estos llanos y costa del Perú se llaman yungas, por vivir en tierra cálida.