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Cómo los indios destos valles y otros destos reinos creían que las ánimas salían de los cuerpos y no morían, y por qué mandaban echar sus mujeres en las sepulturas Muchas veces he tratado en esta historia que en la mayor parte deste reino del Perú es costumbre muy usada y guardada por todos los indios de enterrar con los cuerpos de los difuntos todas las cosas preciadas que ellos tenían, y algunas de sus mujeres las más hermosas y queridas dellos. Y parece que esto se usaba en la mayor parte destas Indias, por donde se colige que con la manera que el demonio engaña a los unos procura engañar a los otros. En el Cenu, que cae en la provincia de Cartagena, me hallé yo el año de 1535, donde se sacó en un campo raso, junto a un templo que allí estaba hecho a honra deste maldito demonio, tan gran cantidad de sepulturas, que fue cosa admirable, y algunas tan antiguas que había en ella árboles nacidos gruesos y grandes, y sacaron más de un millón destas sepulturas, sin lo que los indios sacaron dellas y sin lo que se queda perdido en la misma tierra. En estas otras partes también se han hallado grandes tesoros en sepulturas, y se hallarán cada día. Y no ha muchos años que Juan de la Torre, capitán que fue de Gonzalo Pizarro, en el valle de Ica, que es en estos valles de los llanos, halló una destas sepulturas, que afirman valió lo que dentro della sacó más de cincuenta mil pesos. De manera que en mandar hacer las sepulturas magníficas y altas, y adornallas con sus losas y bóvedas, y meter con el difunto todo su haber y mujeres y servicio, y mucha cantidad de comida, y no pocos cántaros de chicha o vino de lo que ellos usan, y sus armas y ornamentos, da a entender que ellos tenían conocimiento de la inmortalidad del ánima y que en el hombre había más que cuerpo mortal, y engañados por el demonio cumplían su mandamiento, porque él les hacía entender (según ellos dicen) que después de muertos habían de resucitar en otra parte que les tenía aparejada, adonde habían de comer y beber a voluntad, como lo hacían antes que muriesen; y para que creyesen que sería lo que él les decía cierto, y no falso y engañoso, a tiempos, y cuando la voluntad de Dios era servida de darle poder y permitirlo, tomaba la figura de alguno de los principales que ya era muerto, y mostrándose con su propia figura y talle tal cual él tuvo en el mundo, con apariencia del servicio y ornamento, hacía entenderles que estaba en otro reino alegre y apacible, de la manera que allí lo vían. Por los cuales dichos y ilusiones del demonio, ciegos estos indios, teniendo por ciertas aquellas falsas apariencias, tienen más cuidado en aderezar sus sepulcros o sepulturas que ninguna otra cosa. Y muerto el señor, le echan su tesoro, y mujeres vivas y muchachos, y otras personas con quien él tuvo, siendo vivo, mucha amistad. Y así, por lo que tengo dicho, era opinión general en todos estos indios yungas, y aun en los serranos deste reino del Perú, que las ánimas de los difuntos no morían, sino que para siempre vivían, y se juntaban allá en el otro mundo unos con otros, adonde, como arriba dije, creían que se holgaban y comían y bebían, que es su principal gloria. Y teniendo esto por cierto, enterraban con los difuntos las más queridas mujeres dellos, y los servidores y criados más privados, y finalmente todas sus cosas preciadas y armas y plumajes, y otros ornamentos de sus personas; y muchos de sus familiares, por no caber en su sepultura, hacían hoyos en las heredades y campos del señor ya muerto, o en las partes donde él solía más holgarse y festejarse, y allí se metían, creyendo que su ánima pasaría por aquellos lugares y los llevaría en su compañía para su servicio; y aun algunas mujeres, por le echar más carga y que tuviese en más el servicio, pareciéndoles que las sepulturas aun no estaban hechas, se colgaban de sus mismos cabellos, y así se mataban. Creemos ser todas estas cosas verdad porque las sepulturas de los muertos lo dan a entender y porque en muchas partes creen y guardan esta tan maldita costumbre; y aun yo me acuerdo, estando a la gobernación de Cartagena, habrá más de doce o trece años, siendo en ella gobernador y juez de residencia el licenciado Juan de Vadillo, de un pueblo llamado Pirina salió un muchacho, y venía huyendo adonde estaba Vadillo, porque le querían enterrar vivo con el señor de aquel pueblo, que había muerto en aquel tiempo. Y Alaya, señor de la mayor parte del valle de Jauja, murió ha casi dos años y cuentan los indios que echaron con él gran número de mujeres y sirvientes vivos; y aun, si yo no me engaño, se lo dijeron al presidente Gasca, y aunque no poco se lo retrajo a los demás señores, haciéndoles entender que era gran pecado el que cometían, y desvarío sin fruto. Ver al demonio transfigurado en las formas que digo, no hay duda sino que lo ven; llámanle en todo el Perú Sopay. Yo he oído que lo han visto desta suerte muchas veces, y aun también me afirmaron que en el valle de Lile, en los hombres de ceniza que allí estaban, entraba y hablaba con los vivos, diciéndoles estas cosas que voy escribiendo. A fray Domingo, que es (como tengo dicho) gran investigador destos secretos, le oí que dijo una cierta persona que lo había enviado a llamar don Paulo, hijo de Guaynacapa, a quien los indios del Cuzco recibieron por inga, y contóle cómo un criado suyo decía que junto a la fortaleza del Cuzco oía grandes voces, las cuales decían con gran ruido: "¿Por qué no guardas, Inga, lo que eres obligado a guardar? Come y bebe y huélgate, que presto dejarás de comer y beber y holgarte." Y estas voces oyó el que lo dijo a don Paulo cinco o seis noches. Y sin se pasar muchos días, murió el don Paulo, y el que oyó las voces también. Estas son mañas del demonio y lazos que él arma para prender las ánimas destos, que tanto se precian agoreros. Todos los señores destos llanos y sus indios traen sus señales en las cabezas, por donde son conocidos los unos y los otros. En la Puna y en lo más de la comarca de Puerto Viejo, ya escribí cómo usaban el pecado nefando; en estos valles ni en los demás de la serranía no cuentan que cometían este pecado. Bien creo yo que sería entre ellos lo que es en todo el mundo, que habría algún malo; mas si se conocía, hacíanle grande afrenta, llamándole mujer, diciéndole que dejase el hábito de hombre que tenía. Y agora en nuestro tiempo, como ya vayan dejando los más de sus ritos, y el demonio no tenga fuerza ni poder, ni hay templo ni oráculo público, van entendiendo sus engaños y procuran de no ser tan malos como lo fue, ron antes que oyese la palabra del sacro Evangelio. En sus comidas y bebidas y lujurias con sus mujeres, yo creo, si la gracia de Dios no abaja en ellos, aprovecha poco amonestaciones para que dejen estos vicios, en los cuales entienden las noches y los días sin cansar.
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Capítulo LXII Cómo Ata Hualpa se puso luto por su hermano Huascar, y prendieron a Chalco Chima El capitán que ejecutó la lastimosa muerte de Huascar Ynga, su madre, mujer y hermanos, en habiéndolo hecho despachó mensajeros a Atao Hualpa, su señor, dándole aviso cómo ya estaba su mandato cumplido y quitado aquel estorbo. En oyendo Atao Hualpa la nueva en la cárcel donde estaba, se puso muy triste y lloroso, y con luto hizo llanto fingido, dando muestras de gran sentimiento y lástima, y llegado esto a noticia del marqués Pizarro, fue a verle y a saber la causa de su tristeza y llanto, y le preguntó porqué lloraba y se había puesto luto, y estaba con tanto sentimiento, Atao Hualpa le respondió que le había llegado aviso cómo era muerto su hermano Huascar Ynga en el camino viniendo adonde él estaba, de cierta enfermedad. El Marqués, oyendo esto, le respondió que no podía ser muerto Huascar, porque él sabía que venía caminando y muy bueno y estaba ya cerca de Caxamarca, que quien le había dicho tal mentira que no le creyese, antes le vería muy presto allá y se holgarían y tratarían muchas cosas que a entrambos convenían, y con esto le dejó el Marqués. Dudando de lo que había dicho y haciendo inquisición dello, si era muerto, no faltó quien le dijo al Marqués la verdad de lo que pasaba y cómo había sido muerto por orden del mismo Atao Hualpa, con su madre, mujer y hermanos y otros indios y capitanes que venían con el preso, y que decir que había muerto de enfermedad era mentira y fingimiento, y lo mismo lo del llanto y tristeza que mostraba Atao Hualpa. El que reveló este suceso al Marqués Pizarro fue un indio hermano bastardo de Huascar Ynga, llamado Huaritito, que estaba allí, y con deseo de venganza de la muerte de su hermano, o con voluntad que no se encubriese su muerte, lo declaró. Sintió mucho el marqués Pizarro la muerte de Huascar Ynga, y haber sido antes que llegase a su presencia, porque, sin duda, si a ella viniera, a trueque de verse puesto en libertad y vengado de su hermano Atao Hualpa, él hiciera todo cuanto el Marqués quisiera y diera infinita cantidad de oro y plata, y descubriera importantísimos secretos de este Reino, y muchos lugares donde en aquellos tiempos los indios principales y gobernadores fueron ocultando y escondiendo los tesoros, que de las huacas e incas tenían, que fue infinito número, de los cuales se han descubierto hasta hoy muchos, y otros están ocultos, por no saberse los lugares ciertos donde los enterraron. Para la pacificación de la tierra fuera de mucho efecto, porque Huascar Ynga, viéndose libre por manos de los españoles, mandara que se allanara todo, pues era fuerza tenerlos consigo. Así el Marqués dio muestras de gran pesar por esta muerte, y lo mismo los capitanes y soldados, que esperaban más riquezas de su mano como de Señor natural y rey que todo lo había poseído, que era el fin principal a que todos los que con el Marqués vinieron traían puesta la mira. Supo también el Marqués a esta sazón cómo Chalco Chima venía con un grande ejército, por mandado de Atao Hualpa, hacia Cajamarca y así, queriéndole prevenir, despachó un soldado español con un indio orejón, llamado Ancamarca Maita, para que alcanzasen al capitán Soto y a Pedro del Barco y le dijesen que se volviesen luego de donde quiera que les hallase aquella orden, y procurasen por todas vías prender a Chalco Chima y deshacer su ejército, y lo trajesen ante el Marqués, porque quería carearlo con Atao Hualpa. El soldado con el orejón caminó con tanta diligencia, que alcanzó al capitán Soto, y con la gente que iba con él se fueron hacia el valle de Xausa, porque tuvieron noticia estaba en él Chalco Chima. Llegados a Xauxa, hallaron a Chalco Chima, que estaba juntando mucha gente de los yauyos y huancas, porque no contento con las crueldades y muertes que había ejecutado en el Cuzco en Huascar Ynga y en todos sus parientes, amigos y favorecidos, quería ahora hacer un solemne castigo en estos yauyos y huancas, por ser aylloscas, que eran de la recámara de Huascar Ynga, que era como apartados para su servicio solamente. Allí pasaron muchas razones Anca Marca Maita, que venía por mandado del Marqués, con los españoles y Chalco Chima, y, finalmente, le dijeron que el Marqués Don Francisco Pizarro, que había venido de muy lejanas tierras, tenía grandísimo deseo de verlo, y que para eso lo enviaba a llamar y venían ellos allí, que irían con él. A lo cual, Chalco Chima, con algún género de desdén, les respondió: ¿de dónde me conoce a mí el Apu, (que quiere decir el señor) para que me envíe a llamar de tan lejos? A esto respondió Anca Marca Maito con gran furia y arrogancia, mosrando tenerlo en poco: ¡qué estáis así parlando, no basta que hayas muerto a todos nuestros hermanos y parientes en el Cuzco, sino que ahora quieres matar a estos pobres y hartarte en ver derramar su sangre, no se han de acabar tus crueldades, no has de acabar de matar tanta gente inocente! Y, diciendo estas palabras, confiado en el favor y aliento que tenía de los españoles, alzó la mano y le dio un bofetón, y dijo: vamos luego, no hay que detenernos más, que Atao Hualpa, tu Señor, está preso en poder del Marqués. A Chalco Chima fue cosa muy nueva la que por él había pasado y la afrenta que le hizo aquel orejón, y así se levantó de donde estaba sentado y cerró con él y anduvieron a los brazos, forcejeando por derribar el uno al otro, sin que ninguno de los del ejército de Chalco Chima, que allí estaban en tanto número, osase darle favor, viendo allí a los españoles, de quien estaban temerosos como cosa nunca vista dellos, hasta que los españoles se metieron en medio despartiéndoles. Y, puestos en paz, Anamarca Maita, a grandes voces y con mando y señorío, dijo a los huancas y yauyos: levantaos, hermanos, y aderezaos de lo necesario para ir a ver al marqués don Francisco Pizarro, que ya no hay otro ynga ni Señor, sino el que tiene preso a Atao Hualpa, y a él le habemos todos de obedecer. Con estas razones recibieron los huancas y yauyos grandísimo contento, como aquellos que se escapan de dura muerte a vida, y de las manos de su enemigo capital. Así se levantaron, dejando a Chalco Chima y a su gente, que estaba admirada de lo que veían hacer y decir de Anca Marca Mayla, que no creyeran ellos que en el mundo hubiera indio ni orejón tan atrevido contra él que lo hubiese puesto las manos, pero la mudanza de los tiempos lo causaba, como semejantes cosas cada día vemos. Como Chalco Chima, que ardiendo en ira se había tornado a sentar, vio que aquel orejón hablaba y mandaba tan desenvueltamente y que los españoles le favorecían, no se osó menear ni contradecir a lo que él decía, antes calló, con harto dolor y rabia de su corazón, que no estaba acostumbrado a oír aquellas cosas y admirado de oír decir que Atao Hualpa estaba preso. Al otro día por la mañana, salió a la pampa con toda su gente, que estaba triste de lo que veían y el capitán Soto y Pedro del Barco con los demás españoles salieron también adonde él estaba, y le dijeron que se aderezase luego y pusiese a punto para ir adonde estaba el marqués Pizarro, que le aguardaba, y que a eso sólo les había enviado que lo habían de llevar. A esto respondió Chalco Chima que no quería ir tan presto, que él se aderezaría despacio y llevaría las cosas que para Atao Hualpa, su señor, tenía aparejadas, que ellos se fuesen al Marqués, que él iría después. El capitán Soto y los demás españoles, oyendo esto y la poca voluntad que mostraba de ir, temiendo no hiciese gente contra ellos, y que por fuerza era el remedio mejor que les quedaba, le echaron mano sin que nadie de los suyos, que lo miraban, se osase menear a impedirlo, y lo ataron y pusieron sobre un caballo, que para el efecto tenían aparejado, y partieron de Xauxa la vuelta de Caxamarca, donde los aguardaba el Marques, llevándolo con mucho cuidado de guardar, porque no se huyese, y con él también fueron muchos de sus criados y capitanes, unos presos y otros de su voluntad, por ver en qué paraban los negocios.
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De algunas cosas que se vieron en la isla Española, y de las costumbres, ceremonias y religión de los indios Habiéndose pacificado la gente de aquella isla, y tratando seguramente con los nuestros, túvose conocimiento de muchas cosas y secretos del país, especialmente dónde había minas de cobre, de zafiros, de ámbar y brasil, ébano, incienso, cedros, muchas gomas finas y especiería de varios géneros, aunque salvajes, que bien cultivadas podían llegar a perfección, como la canela fina de color, aunque amarga de sabor; jenjibre, pimienta, diversas especies de moreras para la seda, que todo el año tienen hojas, y muchos otros árboles y plantas útiles de que los nuestros no tenían conocimiento alguno. Supieron también los nuestros muchas noticias relativas a las costumbres de los indios, que me parecen dignas de referirlas, copiaré aqui las mismas palabras del Almirante como las dejó escritas: "Idolatría u otra secta no he podido averiguar en ellos, aunque todos sus reyes, que son muchos, tanto en la Española como en las demás islas, y en tierra firme, tienen una casa para cada uno, separada del pueblo, en la que no hay más que algunas imágenes de madera hechas en relieve, a las que llaman cemíes. En aquella casa no se trabaja para más efecto que para el servicio de los cerníes, con cierta ceremonia y oración que ellos hacen allí, como nosotros en las iglesias. En esta casa tienen una mesa bien labrada, de forma redonda, como un tajador, en la que hay algunos polvos que ellos ponen en la cabeza de dichos cerníes con cierta ceremonia; después, con una caña de dos ramos que se meten en la nariz, aspiran este polvo. Las palabras que dicen no las sabe ninguno de los nuestros. Con estos polvos se ponen fuera de tino, delirando como borrachos. Ponen un nombre a dicha estatua; yo creo que será el del padre, del abuelo o de los dos, porque tienen más de una, y otros más de diez, en memoria, como ya he dicho, de alguno de sus antecesores. He notado que alaban a una más que a otra, y he visto tener más devoción y hacer más reverencia a unas que a otras, como nosotros en las procesiones cuando es menester; y se alaban los caciques y los pueblos de tener mejor cemí, los unos, que los otros. Cuando van éstos a su cemí, y entran en la casa donde está, se guardan de los cristianos, y no les dejan entrar en ella, antes, si tienen sospecha de su venida, cogen el cemí o cemíes y los esconden en los bosques, por miedo de que se los quiten; aún es más de reír el que tengan la costumbre de robarse unos a otros el cemí. Sucedió en una ocasión que teniendo recelo de nosotros, entraron los cristianos con ellos en la dicha casa, y de súbito el cemí gritó fuerte y habló en su lengua, por lo que se descubrió que era fabricado con artificio, porque siendo hueco, tenía en la parte inferior acomodada una cervatana o trompa que iba a un lado oscuro de la casa, cubierto de follaje, donde había una persona que hablaba lo que el cacique quería que dijese, cuanto se puede hablar con una cervatana. Por lo que los nuestros, sospechando lo que podía ser, dieron con el pie al cemí y hallaron lo que hemos contado. El cacique, viendo que habíamos descubierto aquello, les rogó con gran instancia que no dijesen cosa alguna a los indios sus vasallos, ni a otros, porque con aquella astucia tenían a todos a su obediencia. De esto podemos decir que hay algún color de idolatría, al menos en aquellos que no saben el secreto y el engaño de sus caciques, pues creen que el que habla es el cemí, y todos en general son engañados. Sólo el cacique es sabedor y encubridor de tan falsa credulidad, por medio de la cual saca de sus pueblos todos los tributos que quiere. Igualmente, la mayor parte de los caciques tienen tres piedras, a las cuales, ellos y sus pueblos muestran gran devoción. La una, dicen que es buena para los cereales y las legumbres que han sembrado; la otra, para parir las mujeres sin dolor, y la tercera, para el agua y el sol, cuando hacen falta. Envié a Vuestra Alteza tres de estas piedras con Antonio de Torres, y otras tres las llevaré yo. Asimismo, cuando estos indios mueren, les hacen sus exequias de diversos modos; la manera de sepultar a sus caciques es la siguiente: abren el cadáver del cacique y lo secan al fuego para que se conserve entero; de los otros, solamente toman la cabeza; a otros los sepultan en una gruta y ponen encima de la cabeza pan y una calabaza llena de agua. Otros, los queman en la casa donde muere, y cuando los ven en el último extremo, antes de que mueran los estrangulan; esto se hace con los caciques. A unos los echan fuera de casa; a otros los echan en una hamaca que es un lecho de red, les ponen agua y pan al lado de la cabeza, los dejan solos y no vuelven a verlos más. Algunos, cuando están gravemente enfermos, los llevan al cacique; éste dice si deben estrangularlos o no, y hacen lo que manda. He trabajado mucho por saber lo que creen y saben acerca de dónde van los muertos, especialmente de Caonabó, que era el rey principal de la isla Española, hombre de edad, de gran saber y de agudísimo ingenio; éste y otros respondían que van a cierto valle, que cada cacique principal cree estar en su país, y afirman que allí encuentran a sus padres y a sus antecesores; que comen, tienen mujeres y se dan a placeres y solaces, como más copiosamente se contiene en la siguiente escritura, en la que yo encargué a cierto Fr. Ramón, que sabía la lengua de aquéllos, que recogiese todos sus ritos y sus antigüedades; aunque, son tantas las fábulas, que no se puede sacar algún provecho, sino que todos los indios tienen cierto natural respeto al futuro y creen en la inmortalidad de nuestras almas. Relación de Fray Ramón acerca de las antigüedades de los indios, las cuales, con diligencia, como hombre que sabe el idioma de éstos, recogió por mandato del Almirante. Yo, fray Ramón, pobre ermitaño de la Orden de San Jerónimo, por mandato del ilustre señor Almirante, Virrey y Gobernador de las islas y de la tierra firme de las Indias, escribo lo que he podido averiguar y saber acerca de las creencias e idolatría de los indios, y cómo veneran a sus dioses. De lo cual trataré en la presente relación. Cada uno, al adorar los ídolos que tienen casa y les llaman cemíes, guarda un modo particular y superstición. Creen que hay en el Cielo un ser inmortal, que nadie puede verlo y que tiene madre, mas no tiene principio; a éste le llaman Yucahu Vagua Maorocoti y a su madre llaman Atabey, Apito y Zuimaco, que son cinco nombres. Estos de los que escribo son de la isla Española; porque de las demás islas no sé cosa alguna, pues no las he visto jamás. También saben de qué parte vinieron, y de dónde tuvieron origen el sol y la luna, cómo se hizo el mar y a dónde van los muertos. Creen que los muertos se aparecen por los caminos cuando alguno va solo; porque, cuando van muchos juntos, no se les presentan. Todo esto les han hecho creer sus antepasados; porque ellos no saben leer, ni contar sino hasta diez. CapÍtulo I De dónde proceden los indios y de qué manera La isla Española tiene una provincia llamada Caonao en la que hay una montaña de nombre Cauta, y en ella dos grutas denominadas Cacibajagua y Amayauna. De Cacibajagua salió la mayor parte de la gente que pobló la isla. Cuando vivían en aquella gruta, ponían guardia de noche, y se encomendaba este cuidado a uno que se llamaba Mácocael, el cual, porque un día tardó en volver a la puerta, dicen que lo arrebató el sol. Viendo, pues, que el sol se había llevado a éste por su mala guardia, te cerraron la puerta y fue transformado en piedra cerca de la entrada. Dicen también que otros, habiendo ido a pescar, fueron cogidos por el sol, y se convirtieron en árboles llamados jobos, y de otro modo se llaman Mirobálanos. El motivo por el que Mácocael velaba y hacía la guardia era para ver a qué parte enviaría la gente o la repartiría, y no parece sino que tardó para su mayor mal. CapÍtulo II Cómo se separaron los hombres de las mujeres Sucedió que uno, que se llamaba Guahayona, dijo a otro, de nombre Yahubaba, que fuese a coger una hierba llamada digo, con la que se limpian el cuerpo cuando van a bañarse. Este fue delante de ellos, más lo arrebató el sol en el camino y se convirtió en pájaro que canta por la mañana, como el ruiseñor, y se llama Yahubabayel. Guahayona, viendo que éste no volvía cuando lo envió a coger el digo, resolvió salir de la gruta Cacibajagua. CapÍtulo III Entonces, Guaguyona, indignado, resolvió marcharse, viendo que no volvían aquellos que había enviado a coger el digo para bañarse, y dijo a las mujeres: "dejad a vuestros maridos y vámonos a otras tierras y llevemos mucho güeyo. Dejad a vuestros hijos y llevemos solamente dicha hierba con nosotros, que después volveremos por ellos." CapÍtulo IV Guahayona salió con todas las mujeres y anduvo buscando otros países, y llegó a Matininó, donde muy luego dejó a las mujeres y se fue a otra región llamada Guanín, y habían dejado a los hijos pequeños junto a un arroyo. Después, cuando el hambre empezó a molestarles, dicen que lloraban y llamaban a sus madres que se habían ido. Y los padres no podían dar consuelo a los hijos, que llamaban con hambre a sus madres, diciendo mamá, indudablemente para demandar la teta. Llorando así y pidiendo la teta, y diciendo "toa, toa", como quien demanda una cosa con gran deseo y mucho ahínco, fueron transformados en animalillos, a modo de ranas, que se llaman tona, por la petición que hacían de la teta; y de esta manera quedaron todos los hombres sin mujeres. CapÍtulo V Cómo volvieron después las mujeres a la isla llamada Española, que antes llevaba el nombre de Haití, y así la llaman los habitantes de ella; anteriormente, ésta y las otras islas se llamaban Bohío Como los indios no tienen escritura ni letras, no pueden dar buena información de lo que saben acerca de sus antepasados, y por esto no concuerdan en lo que dicen, y menos se puede escribir ordenadamente lo que refieren. Cuando se marchó Guahayona, aquel que se llevó todas las mujeres, también se fueron con él las de su cacique, llamado Anacacuya, engañándolo como engañó a los otros. También se fue un cuñado de Guahayona, llamado Anacacuya, que entró en el mar con él, y dijo Guahayona a su cuñado, estando en la canoa "mira qué hermoso cobo hay en el agua" el cobo es el caracol del mar. Cuando Anacacuya miraba el agua para el cobo, su cuñado Guahayona lo cogió por los pies y tirólo al mar; luego tomó todas las mujeres para sí, y las dejó en Matanino, donde hoy se dice que no hay más que hembras. El se fue a otra isla llamada Guanin, y se llamó así por lo que se llevó de ella cuando fue allí. CapÍtulo VI Cómo Guahayona volvió a la mencionada Cauta, de donde había antes sacado a las mujeres Dicen que estando Guahayona en la tierra donde había ido, vio que había dejado en el mar una mujer, de lo que él recibió gran alegría, y muy luego buscó muchos lavatorios para limpiarse, por estar lleno de aquellas úlceras que nosotros llamamos mal francés. Fue puesto luego en una guanara, que quiere decir lugar apartado; y así, estando allí, curó de sus llagas. Después pidió permiso para seguir su camino y él se lo concedió. Llamábase esta mujer Guabonito. Y Guahayona cambió de nombre, llamándose en lo sucesivo Albeborael Guahayona. La dueña Guabonito dio a Albeborael Guahayona muchos guanines y muchas cibas, para que las llevara sujetas a los brazos, pues en aquel país las cibas son piedras que semejan mucho al mármol, y las llevan atadas a los brazos y al cuello. Y los guanines los llevan en las orejas, que se las agujerean cuando son pequeños, y son de metal casi como de florín. El origen de estos guanines dicen que fueron Guabonito, Albeborael Guahayona y el padre de Albeborael. Guahayona se quedó en la tierra con su padre, llamado Hiuna. Su hijo de parte de padre se llamaba Hiaguaili Guanin, que quiere decir hijo de Hiauna; y desde entonces se llamó Guanin, y hoy lleva el mismo nombre. Como los indios no tienen letras ni escrituras, no saben contar bien estas fábulas, ni yo puedo escribirlas con exactitud. Por lo cual creo que pongo primeramente lo que debía ser lo último, y lo último lo que debía estar antes. Pero todo lo que escribo es según me lo contaron, y por tanto, yo lo refiero como lo supe de los indios. CapÍtulo VII Cómo hubo de nuevo mujeres en la isla de Haití, que ahora se llama la Española Digo que un día fueron a bañarse los hombres, y estando en el agua, llovía recio, y sentían mucho deseo de tener mujeres; y muchas veces, cuando llovía, habían ido a buscar las huellas de sus mujeres; pero no podían encontrar alguna noticia de éstas. Mas aquel día, bañándose, dicen que vieron caer de algunos árboles, por medio de las ramas, cierta forma de personas que no eran ni hombres ni mujeres, pues no tenían sexo de varón ni de hembra, procuraron cogerlas, pero ellas se escurrían como si fuesen anguilas. Por esto llamaron a dos o tres hombres por mandato de su cacique, para que, pues ellos no podían cogerlas, esperasen cuantas eran, y buscasen para cada una un hombre que fuese Caracaracol, porque tenían las manos ásperas, y así las sujetarían fuertemente. Dijeron al cacique que había cuatro, y llevaron estos cuatro hombres que eran caracaracoles; caracaracol es una enfermedad como sarna, que hace al cuerpo muy áspero. Después que las hubieron cogido, deliberaron cómo podrían convertirlas en mujeres, pues no tenían sexo de varón ni de hembra. CapÍtulo VIII Cómo hallaron medio de que fuesen mujeres Buscaron un pájaro que se llama inriri, y antiguamente inrire cahubabayael que agujerea los árboles, y en nuestro idioma se llama pico. Juntamente tomaron aquellas personas sin sexo de varón ni de hembra, les ataron los pies y las manos, cogieron el ave mencionada, y se la ataron al cuerpo; el pico, creyendo que aquéllas eran maderos, comenzó la obra que acostumbra, picando y agujereando en el lugar donde ordinariamente suele estar la naturaleza de las mujeres. De este modo dicen los indios que tuvieron mujeres, según contaban los muy viejos. Como yo escribí con presura, y no tenía papel bastante, no podré poner en un lugar lo que por error llevé a otro; pero con todo ello no me he equivocado, porque ellos lo creen todo como lo llevo escrito. Volvamos ahora a lo que habíamos de colocar antes, esto es, acerca de la opinión de los indios en punto al origen y principio del mar. CapÍtulo IX Cómo cuentan que fue hecho el mar Hubo un hombre llamado Yaya, del que no saben su nombre; el hijo de éste llamábase Yayael, que quiere decir hijo de Yaya. Queriendo Yayael matar a su padre, éste lo desterró, y así estuvo ausente cuatro meses; después, su padre lo mató, puso los huesos en una calabaza y la colgó en el techo de su casa, donde estuvo pendiente algún tiempo. Sucedió que un día, con deseo de ver a su hijo, Yaya dijo a su mujer: "quiero ver a nuestro hijo Yayael". Ella se alegró con esto, y tomando la calabaza, la volcó para ver los huesos de su hijo. De ella salieron muchos peces grandes y pequeños; por lo que viendo que aquellos huesos se habían transformado en peces resolvió comérselos. Dicen que un día, habiendo ido Yaya a sus conucos, que quiere decir posesiones, que eran de una herencia, llegaron cuatro hijos de una mujer llamada Itiba Cahubaba, todos de un vientre y gemelos; pues esta mujer, habiendo muerto de parto, la abrieron y la sacaron los cuatro dichos hijos. El primero que extranjeron fue Caracaracol, que quiere decir sarnoso, Caracaracol fue llamado; los otros no tenían nombre. CapÍtulo X Cómo los cuatro hijos gemelos de Itiba Cahubaba, que murió de parto, fueron juntos a coger la calabaza de Yaya, donde estaba su hijo Yayael, que se había convertido en peces, y ninguno se atrevió a tomarla sino Deminán Caracaracol, que la descolgó, y todos se hartaron de peces Mientras comían, sintieron que venía Yaya de sus posesiones, y queriendo en aquel apuro colgar la calabaza, no la colgaron bien, de modo que cayó en tierra y se rompió. Dicen que fue tanta el agua que salió de aquella calabaza, que llenó toda la tierra, y con ella salieron muchos peces. Entonces dicen que tuvo origen el mar. Salidos después de allí, hallaron un hombre al que llamaron Conel, que era mudo. CapÍtulo XI De lo que aconteció a los cuatro hermanos cuando iban huyendo de Yaya Estos, tan luego como llegaron a la puerta de Bayamanaco y notaron que llevaba cabeza, dijeron: "Ahiacabo Guarocoel, que quiere decir: conozcamos a nuestro abuelo". Entonces, Deminán Caracaracol, viendo delante a sus hermanos, entró a su casa para ver si podía hallar algún cazabe, que es el pan que se come en aquel país. Caracaracol, entrando en casa de Bayamanaco, le pidió cazabe, que es el mencionado pan. Este se puso la mano en la nariz, y le echó en la espalda un guangayo lleno de cohoba, que había mandado hacer aquel día; la cohoba es cierto polvo que ellos toman algunas veces para purgarse y para otros efectos que después se dirán. Toman ésta con una caña de medio brazo de larga; ponen un extremo en la nariz y otro en aquel polvo; y así lo aspiran por la nariz y les hace purgar grandemente. De este modo les dio por pan aquel guangayo, en vez del pan que hacía; y se fue muy indignado porque se lo habían pedido... Caracaracol, después de esto, volvió a sus hermanos y les contó lo que le había sucedido con Bayamanacoel, y cómo te había echado un guangayo en la espalda, la que le dolía fuertemente. Entonces, sus hermanos le miraron la espalda, y vieron que la tenía muy hinchada; creció tanto aquella hinchazón, que estuvo a punto de morir, por lo que procuraron cortarla, y no pudieron; mas tomando una hacha de piedra se la abrieron y salió fuera una tortuga viva, hembra; entonces edificaron una casa y llevaron a ella la tortuga. De esto yo no he sabido más; poco vale lo que llevo escrito. Dicen también que el sol y la luna salieron de una gruta, que está en el país de un cacique llamado Mautia-TeNuel, a cuya gruta, que llaman Iguanaboina, la veneran mucho, y la tienen toda pintada a su modo, sin alguna figura humana, pero con muchos follajes, y otras cosas semejantes. En aquella gruta había dos cemíes, hechos de piedra, pequeños, del tamaño de medio brazo, con las manos atadas, y en actitud de sudar; cuyos cemíes estiman ellos mucho, y cuando no llovía, dicen que entraban allí a vi sitarlos y de repente venía la lluvia. De estos cemíes, a uno llamaban Boinayel y al otro Márohu. CapÍtulo XII De lo que piensan acerca de andar vagando los muertos; cómo son éstos y lo que hacen Creen que hay un lugar al que van los muertos,, que se llama Coaibai, que está en un extremo de la isla, llamado Soraya. El primero que estuvo en el Coaibai dicen que fue uno llamado Maquetaurie Guayaba, que era señor del Coaibai, casa y habitación de los muertos. CapÍtulo XIII Del aspecto que dicen tener los muertos Dicen que durante el día los muertos están recluídos; por la noche van a recreo, y comen cierto fruto que se llama guayaba, que tiene sabor de..., que de día están... A la noche se convierten en fruta, tienen su recreo, y van juntamente con los vivos. Para conocer los muertos tienen esta manera: que con la mano les tocan el vientre, y si no les encuentran el ombligo dicen que es operito, que quiere decir muerto, pues dicen que los muertos no tienen ombligo. Y así se engañan algunas veces, porque no reparando en esto, yacen con alguna mujer de las del Coaibai, y cuando piensan abrazarlas, no tienen nada, porque desaparece de repente. Tal es lo que creen hasta hoy acerca de esto. Mientras vive una persona llaman al alma goeiza, y después de muerta, la denominan opía; la goeiza dicen que se aparece muchas veces, ya en forma de hombre o ya de mujer, y afirman que ha habido hombre que se atrevió a pelear con una goeiza, y queriendo abrazarla, desaparecía y el hombre metía los brazos más allá sobre algunos árboles, de tos cuales quedaba colgado. Esto lo creen todos en general, lo mismo los pequeños que los mayores; y también que se les aparecen los muertos en forma de padre, de madre, de hermanos, de parientes, o de otras formas. El fruto del que dicen alimentarse los muertos es del tamaño de un membrillo. Los muertos no se les aparecen de día, sino siempre de noche; y por ello no sin gran miedo se atreve algún indio a ir solo de noche. CapÍtulo XIV De dónde procede esto, y lo que les hace estar en tal creencia Hay algunos hombres que practican entre ellos, llamados behiques, los cuales hacen muchos engaños, como más adelante diremos, para hacerles creer que hablan con los muertos, y por esto saben todos los hechos y los secretos de los indios; y cuando están enfermos les quitan la causa del mal, y así los engañan; como yo lo tengo visto en parte con mis ojos, bien que de las otras cosas conté solamente lo que había oído a muchos, especialmente a los principales, con los cuales he tratado más que con otros; pues éstos creen en tales fábulas con mayor certidumbre que los otros, porque, lo mismo que los moros, tienen su ley expuesta en canciones antiguas, por las que se gobiernan, igualmente que los moros por la escritura. Cuando quieren cantar sus canciones, tañen cierto instrumento que se llama mayohavao, que es de madera, hueco, fuerte y muy delgado, de un brazo de largo, y medio de ancho. La parte de donde se toca tiene la forma de tenazas de herrador, y el otro lado semejante a una maza, de modo que parece una calabaza con el cuello largo. Este instrumento que ellos tañen hace tanto ruido que se oye a distancia de una legua y media. Al son de éste cantan sus canciones, que las saben de memoria; lo tocan los hombres principales, que aprenden a manejarlo desde niños, y a cantar según su costumbre. Pasemos ahora a tratar de otras muchas cosas acerca de las ceremonias y costumbres de estos gentiles. CapÍtulo XV De las observaciones de estos indios behiques, y cómo profesan la medicina, y enseñan a los indios, y en sus curas medicinales muchas veces se engañan Todos, o la mayor parte de los indios de la isla Española, tienen muchos cemíes de diversos géneros. Unos contienen los huesos de su padre, de su madre, de los parientes, y de otros sus antepasados; los cuales están hechos de piedra o de madera. Y de ambas clases poseen muchos. Hay algunos que hablan; otros que hacen nacer las cosas de comer; otros que hacen llover, y otros que hacen soplar los vientos. Todo lo cual creen aquellos simples ignorantes que lo hacen los ídolos, o por hablar más propiamente, el demonio, pues no tienen conocimiento de nuestra Santa Fe. Cuando alguno está enfermo, le llevan el behique, que es el médico. Este es obligado a guardar dieta, lo mismo que el doliente, y a poner cara de enfermo, lo cual se hace así para lo que ahora sabréis. Es preciso que el médico se purgue también como el enfermo; y para purgarse toma cierto polvo, llamado cohoba, aspirándolo por la nariz, el cual les embriaga de tal modo que luego no saben lo que se hacen; y así dicen muchas cosas fuera de juicio, afirmando que hablan con los cemíes, y que éstos les han dicho de dónde provino la enfermedad . CapÍtulo XVI De lo que hacen dichos behiques Cuando van a visitar a algún enfermo, antes que salgan de su casa toman hollín de los pucheros o carbón molido, y con él se ponen negra toda la cara, para hacer creer al enfermo lo que quieran acerca de su dolencia. Luego toman algunos huesecillos y un poco de carne, y envolviendo todo aquello en algo para que no se caiga, se lo meten en la boca, estando ya el enfermo purgado con el polvo que hemos dicho. Entrado el médico en casa del doliente, se sienta, y todos callan; si allí hay niños los echan fuera, para que no impidan su oficio al behique, no quedando en la casa sino uno o dos de los más principales. Estando ya solos, toman algunas matas del güeyo, anchas, y otra hierba, envuelta en una hoja de cebolla, media cuarta de larga; y una de los dichos güeyos es la que toman todos comúnmente, y trituradas con la mano las amasan, y luego se la ponen en la boca para vomitar aquello que han comido, a fin de que no les haga daño. Entonces comienzan a entonar el canto mencionado; y tomando una antorcha beben aquel jugo. Hecho esto lo primero, después de poco tiempo se levanta el behique, va hacia el enfermo, que está solo en medio de la casa, como se ha dicho, le da dos vueltas, como le parece; luego se lo pone delante, le toma por las piernas, le palpa los muslos y de allí hasta los pies; después tira de él fuertemente, como si quisiera arrancar alguna cosa; va a la puerta de la casa, la cierra, y habla diciendo: "Vete luego a la montaña, o al mar, o donde quieras"; y da un soplo, como si despidiese una paja; vuelve de nuevo, junta las manos, cierra la boca; le tiemblan aquéllas como si tuviese frío; se las sopla; aspira el resuello, como cuando chupa la médula del hueso, y sorbe al enfermo por el cuello, el estómago, la espalda, las mejillas, el pecho, el vientre o por otras partes del cuerpo. Hecho esto, comienza a toser, y a poner mala cara, como si hubiese comido alguna cosa amarga, escupe en la mano y saca lo que ya hemos referido que se puso en la boca en su casa o por el camino, sea piedra, o hueso, o carne, como ya es dicho. Si es cosa de comer dice al enfermo: "Has de saber que tú has comido una cosa que te ha producido el mal que padeces; mira cómo te lo he sacado del cuerpo, donde tu cemí te lo había puesto porque no le hiciste oración, o no le fabricaste algún templo, o no le diste alguna heredad." Si es piedra dice: "Guárdala muy bien." Algunas veces, por estar ciertos de que estas piedras son buenas y ayudan a parir a las mujeres, las tienen muy custodiadas, y envueltas en algodón, las ponen en cestillas, y les dan de comer lo mismo que a ellos; igualmente hacen con los cemíes que tienen en casa. Si algún día solemne llevan mucho de comer, ya sean peces, carne, pan o cualquier otra cosa, ponen todo en la casa del cemí, para que coma de ello el ídolo. Al día siguiente llevan toda esta provisión a sus casas, después que ha comido el cemí. Y así les ayude Dios, como el cemí come de aquello, ni de otra cosa, porque el cemí es obra muerta, hecha de piedra o de madera. CapÍtulo XVII Cómo se engañan a veces estos médicos Cuando después de haber hecho las cosas mencionadas, sin embargo el enfermo llega a morir, si el muerto tiene muchos parientes, o es señor de un pueblo y puede hacer frente a dicho behique, que quiere decir médico, pues los que poco pueden no se atreven a disputar con estos médicos, aquel que le quiere dañar hace lo siguiente: Queriendo saber si el enfermo ha muerto por culpa del médico, o porque no guardó la dieta como éste le ordenó, toman una hierba que se llama güeyo, que tiene las hojas semejantes a la albahaca, gruesa y larga, por otro nombre llamada zacón. Sacan el jugo de la hoja, cortan al muerto las uñas y los cabellos que tiene encima de la frente, los reducen a polvo entre dos piedras, mezclan esto con el jugo de dicha hierba y lo dan a beber al muerto por la boca, o por la nariz, y haciendo esto preguntan al muerto si el médico fue ocasión de su muerte, y si observó la dieta. Esto se lo demandan muchas veces hasta que al fin habla tan claramente como si fuese vivo; de modo que viene a responder todo :aquello que se le pedía, diciendo que el behique no observó dieta, y fue ocasión entonces de su muerte; añaden que le pregunta el médico si está vivo, y cómo habla tan claramente; él responde que está muerto. Después que han sabido lo que querían, lo vuelven al sepulcro de donde lo sacaron para saber de él lo que hemos dicho. Hacen también de otro modo las mencionadas ceremonias para saber lo que quieren; toman al muerto; encienden una gran hoguera semejante a la de los carboneros al hacer carbón, y cuando los leños se han convertido en ascuas, echan el muerto en aquel fuego, lo cubren de tierra, como el carbonero cubre el carbón, y allí lo dejan cuanto quieren; estando así, le preguntan, como ya hemos dicho en el otro caso; el muerto responde que nada sabe; se lo interrogan diez veces, y en adelante ya no habla más. Le preguntan si está muerto, pero él no habla más que estas diez veces. CapÍtulo XVIII Cómo los parientes del muerto se vengan cuando han tenido respuesta por medio del hechizo de las bebidas Júntanse un día los parientes del muerto, esperan al mencionado behique, y le dan tantos palos que le rompen las piernas, los brazos y la cabeza, de modo que lo muelen; y dejándolo así, creen haberlo matado. A la noche dicen que van muchas sierpes de diversas clases, blancas, negras, verdes y de otros muchos colores, las cuales lamen la cara y todo el cuerpo del médico que dejaron por muerto, como hemos dicho. Este permanece así dos o tres noches; en este tiempo, dicen que los huesos de las piernas y de los brazos tornan a unirse y se sueldan, de modo que se levanta, camina despacio y se vuelve a su casa; quienes lo ven le interrogan diciendo: "¿no estabas muerto?"; pero él responde que los cemíes fueron en su auxilio en forma de culebras. Los familiares del muerto, muy airados, como creían haber vengado la muerte de su pariente, viéndolo vivo se desesperan, y procuran tenerle a mano para matarlo; si lo pueden coger otra vez, le sacan los ojos y le rompen los testículos, porque dicen que ninguno de estos médicos puede morir a palos y golpes, por muchos que reciba, si antes no le arrancan los testículos. Cómo saben lo que quieren, por el que queman, y cómo cumplen su venganza. Cuando descubren el fuego, el humo que se levanta sube hacia arriba hasta que lo pierden de vista, y hace ruido al salir del horno; vuelve luego abajo, entra en casa del médico behique, y éste, de repente, en aquel instante enferma si no observó la dieta, se llena de úlceras y se le pela todo el cuerpo; así tienen prueba de que no ha guardado la dieta, y por ello murió el enfermo. Por lo cual procuran matarlo, según hemos dicho del otro. Estas son las hechicerías que suelen hacer. CapÍtulo XIX Cómo hacen y guardan los cemíes de madera o de piedra Los de madera se hacen de la siguiente manera: Cuando alguno va de camino y le parece ver algún árbol que se mueve hasta la raíz, aquel hombre se detiene asustado y le pregunta quién es. El árbol responde: "Trae aquí un behique; él te dirá quién soy." Aquel hombre, llegado al médico, le dice lo que ha visto. El hechicero o brujo va luego a ver el árbol de que el otro le habló, se sienta junto a él, y hace la cohoba, como arriba hemos dicho en la historia de los cuatro hermanos. Hecha la cohoba, se levanta y le dice todos sus títulos como si fueran de un gran señor, y le dice: "Dime quién eres, qué haces aquí, qué quieres de mí y por qué me has hecho llamar; dime si quieres que te corte, o si quieres venir conmigo, y cómo quieres que te lleve; yo te construiré una casa con una heredad." Entonces, aquel árbol o cemí, hecho ídolo o diablo, le responde diciendo la forma en que quiere que lo haga. El brujo lo corta y lo hace del modo que se le ha ordenado; le edifica su casa con una posesión, y muchas veces al año le hace la cohoba, cuya cohoba es para tributarle oración, para complacerle, para saber del cemí algunas cosas malas o buenas, y también para pedirle riquezas. Cuando quieren saber si alcanzarán victoria contra sus enemigos, entran en una casa en la que no penetra nadie sino los hombres principales; su señor es el primero que comienza a hacer la cohoba y toca un instrumento. Mientras éste hace la cohoba ninguno de los que están en su compañía habla hasta que éste ha concluido. Después que acaba su discurso, está algún tiempo con la cabeza baja, y los brazos encima de las rodillas; luego alza la cabeza mirando al cielo y habla. Entonces todos contestan a un tiempo con voz alta; y luego que han hablado todos para darle gracias, les cuenta la visión que tuvo embriagado con la cohoba que tomó por la nariz y le subió a la cabeza. Dice haber hablado con los cemíes, y que los indios conseguirán victoria, que sus enemigos huirán; que habrá una gran mortandad, guerras, hambres u otras cosas tales, según él, que está borracho, quiere decir. Júzguese cómo tendrán el cerebro, pues dicen que han visto las casas con los cimientos hacia arriba, y que los hombres caminan con los pies mirando al cielo. Esta cohoba se la hacen no solamente a los cemíes de piedra y de madera, mas también a los cuerpos de los muertos, según arriba hemos dicho. Los cemíes de piedra son de diversas hechuras; algunos hay que suponen sacados por los médicos del cuerpo de los enfermos; de éstos guardan aquellos que son mejores para el parto de mujeres preñadas. Hay otros que hablan, los cuales son de figura de un grande nabo con las hojas extendidas por tierra, y largas como las de alcaparras. Estas hojas se parecen generalmente a las del olmo; otras, tienen tres puntas y creen que ayudan a nacer la yuca; su raíz es semejante al rábano; la hoja tiene generalmente seis o siete puntas; no sé a qué cosa compararla, porque no he visto alguna que se le parezca en España ni en otro país. El tallo de la yuca es de la altura de un hombre. Digamos ahora de la fe que tienen en lo que se refiere a sus ídolos y cemies, y de los grandes engaños que de éstos reciben. CapÍtulo XX Del cemí Buya y Aiba, del que dicen que cuando hubo guerras lo quemaron, y después, lavándolo con el jugo de la yuca, le crecieron los brazos, le nacieron de nuevo los ojos y creció de cuerpo La yuca era pequeña, y la lavaron con el agua y el jugo mencionado para que fuese grande. Afirman que da enfermedades a quienes han hecho este cemí, por no haberle llevado yuca para comer. Este cemí era llamado Baibrama, Cuando alguno enfermaba, llamaban al behique y le preguntaban de qué procedería su dolencia; éste respondía que Baibrama se la había enviado, porque no les envió de comer a los que tenían cuidado de su casa. Esto decía el behique que lo había revelado el cemí Baibrama. CapÍtulo XXI Del cemí de Guamorete Dicen que cuando hicieron la casa de Guamorete, que era un hombre principal, pusieron allí un cemí que tenía encima de aquélla, y era llamado Corocote. Y una vez que tuvieron guerra entre ellos, los enemigos de Guamorete quemaron la casa en que estaba dicho cemí Corocote. Después, dicen que éste se levantó y se fue a distancia de un tiro de ballesta, junto al agua. Añaden que cuando estaba encima de la casa, bajaba de noche y yacía con las mujeres, y que después de morir Guamorete dicho cemí se fue a la casa de otro cacique, donde también allí dormía con las mujeres. Dicen además que en la cabeza le nacieron dos coronas, por lo que solía decirse: "Pues tiene dos coronas, ciertamente es hijo de Corocote." Así lo tenían por muy cierto. Este cemí lo tuvo luego otro cacique de nombre Guatabanex, cuyo pueblo era llamado Jacagua. CapÍtulo XXII De otro cení que se llamaba Opiyelguobiran, que lo tenía un hombre principal de nombre Sababaniobabas, que tenía muchos vasallos a su mando Del cemí Opiyelguobiran dicen que tiene cuatro pies como de perro; es de madera; muchas veces, por la noche salía de casa y se escondía en la selva, donde iban a buscarle, y vuelto a casa lo ataban con cuerdas, pero él se volvía al bosque. Cuando los cristianos llegaron a la isla Española dicen que éste huyó y se fue a una laguna; que lo siguieron por sus huellas, pero no lo vieron más, ni saben nada de él. Como lo compré así lo vendo. CapÍtulo XXIII De otro cemí llamado Guabancex El cemí Guabancex estaba en el país de un gran cacique de los principales, que se llamaba Aumatex; este cemí es mujer, y dicen que hay otros dos en su compañía; el uno es pregonero, y el otro recogedor y gobernador de las aguas. Cuando Guabancex se encoleriza, dicen que hace correr el viento y el agua, echa por tierra todas las casas y arranca los árboles; este cemí dicen que es mujer, y está hecho de piedra de aquel país; los otros dos cemíes que están en su compañía son dichos el uno Guataúba, y es pregonero y heraldo, que por mandato de Guabancex ordena que todos los otros cemíes de aquella provincia ayuden. a que haga viento y caiga lluvia. El otro se llama Coatrisquie, y de éste dicen que recoge las aguas en los valles entre las montañas, y después las deja correr para que destruyan el país. Así lo tienen por cierto. CapÍtulo XXIV Lo que creen de otro cemí que se llama Baraguabael Este cemí pertenece a un cacique principal de la isla Española; es ídolo y se le dan distintos nombres; fue hallado de la siguiente manera: Dícese que un día, antes que 1,a isla fuese descubierta, en el tiempo pasado, no saben cuándo, yendo de caza hallaron cierto animal tras del que corrieron y él se arrojó a una fosa; mirando en ésta vieron un madera que parecía cosa viva; el cazador, notando esto, fue a su señor, que era cacique y padre de Guaraiconel, y le dijo lo que había observado. Luego fueron allá y vieron que aquello era como el cazador decía, por lo que cogido aquel tronco le edificaron una casa. Dicen que el cemí salía de aquella casa varias veces y se iba al paraje de donde le habían traído, pero no en el mismo lugar sino cerca; por esto, el mencionado señor, o su hijo Guaraionel, lo mandaron buscar y lo hallaron escondido; lo ataron de nuevo y lo pusieron en un saco. Sin embargo de esto, andaba atado, lo mismo que antes. Así lo tiene por cierto aquella gente ignorante. CapÍtulo XXV De las cosas que afirman haber dicho dos caciques principales de la isla Española; uno de ellos cacibaquel, padre del mencionado Guarionex; el otro Guamanacoel El gran Señor que dicen morar en el cielo, según está escrito en el principio de este libro, mandó a Caicihu hacer el ayuno que observan comúnmente todos ellos, para lo que están recluidos seis o siete días sin comer cosa alguna, excepto jugos de las hierbas con que se lavan. Acabado este tiempo, comienzan a comer algunas cosas que les dan sustento. En el tiempo que están sin comer, por la debilidad que sienten en el cuerpo y en la cabeza, dicen que han visto algunas cosas, quizá por ellos anheladas, pues todos hacen aquel ayuno en honor de los cemíes que tienen, para saber si alcanzarán victoria de sus enemigos, por adquirir riquezas o por cualquier otra cosa que desean. Dicen que este cacique afirmó haber hablado con Yucahuguamá, quien le había anunciado que, cuantos viviesen después de su muerte, gozarían poco de su dominio, porque llegaría al país una gente vestida que les dominaría y mataría, y se morirían de hambre. Pero ellos pensaron que éstos serían los caníbales; mas luego, considerando que éstos no hacían sino robar y marcharse, creyeron que sería otra gente aquella de la que el cemí hablaba. Por eso creen ahora ser el Almirante y los hombres que llevó consigo. Ahora referiré lo que yo he visto y pasado cuando yo y otros hermanos íbamos a ir a Castilla; yo fray Ramón, pobre ermitaño, me quedé y fui a la Magdalena, a una fortaleza que mandó construir don Cristóbal Colón, Almirante, Virrey y Gobernador de las islas y tierra firme de las Indias, por mandato del Rey D. Fernando y de la Reina doña Isabel nuestros señores. Estando yo en aquella fortaleza en compañía de Arteaga, su capitán, por mandado del mencionado Gobernador D. Cristóbal Colón, quiso Dios iluminar con la luz de la Santa Fe católica toda una casa de la gente principal de la fortaleza de la Magdalena, cuya provincia se llamaba Marcorix, y el señor de ella Guanaóboconel, que quiere decir hijo de Guanáobocon. En dicha casa estaban sus servidores y favoritos, que son llamados naborias, y eran en total diez y seis personas, todos parientes, entre los cuales había cinco hermanos varones. De éstos, uno murió, y los otros cuatro recibieron el agua del santo bautismo. Creo que murieron mártires, por lo que se vio en su perseverancia y su muerte. El primero que recibió la muerte estando bautizado fue un indio llamado Guatícaba, que después recibió el nombre de Juan. Este fue el primer cristiano que sufrió muerte cruel, y tengo por cierto que la tuvo de mártir, porque, según he oído de algunos que estuvieron cuando murió, decía: Dios naboria daca, Dios naboria daca, que quiere decir "yo soy siervo de Dios". Así murió también su hermano Antón, y con éste otro, diciendo lo mismo que aquél. Los de esta casa siempre estuvieron conformes en hacer cuanto me agradaba. Todos los que quedaron vivos y aún viven hoy son cristianos por obra del mencionado D. Cristóbal Colón, Virrey y Gobernador de las Indias; ahora hay muchos más cristianos por la gracia de Dios. Diremos ahora lo que sucedió en la fortaleza de la Magdalena. Hallándome en la mencionada Magdalena, fue el señor Almirante en socorro de Arteaga y de algunos cristianos asediados por sus enemigos, vasallos de un cacique principal llamado Caonabó. Entonces el señor Almirante me dijo que Macorix, provincia de la Magdalena, tenía lengua distinta de la otra, y que no era usado su idioma en toda la isla; por lo que yo, me fuese a vivir con otro cacique principal, de nombre Guarionex, señor de muchos vasallos, pues la lengua de éste se entendía por todo el país. Así, por su mandato, me fui a vivir con el dicho Guarionex. Verdad es que dije al señor Gobernador don Cristóbal Colón: "Señor, ¿cómo quiere Vuestra Señoría que yo vaya a estar con Guarionex, no sabiendo más lengua que la de Macorix? Déme Vuestra Señoría licencia para que venga conmigo alguno de los del Nuhuirey, que después fueron cristianos y sabían las dos lenguas." Me lo concedió y dijo que llevase a quien quisiera. Dios, por su bondad, me dio por compañía el mejor de los indios, el más experto en la santa Fe católica; después me lo quitó; alabado sea Dios que me lo dio y luego me lo arrebató. Verdaderamente yo lo tenía por buen hijo y hermano; era éste Guaticabanu, que después fue cristiano y se llamó Juan. De las cosas que allí nos acontecieron, yo, pobre ermitaño, diré alguna; cómo salimos yo y Guaticabanu, fuimos a la Isabela y allí esperamos al señor Almirante hasta que volvió del socorro que dio a la Magdalena; tan pronto como llegó, nosotros nos fuimos adonde el señor Gobernador nos había mandado, en compañía de uno que se llamaba Juan de Ayala, que tuvo a su cargo una fortaleza que dicho Gobernador don Cristóbal Colón hizo fabricar, media legua del lugar donde nosotros habíamos de residir. El señor Almirante mandó a dicho Juan de Ayala que nos diese de comer de todo lo que había en la fortaleza, que es llamada la Concepción, Estuvimos con aquel cacique Guarionex casi dos años, enseñándole siempre nuestra Santa Fe y las costumbres de los cristianos. Al principio mostró buen deseo, y dio esperanza de que haría cuanto nosotros quisiésemos, y de ser cristiano, pues decía que le enseñásemos el Padrenuestro, el Ave María, el Credo y todas las otras oraciones y cosas que son propias de un cristiano. Aprendió el Pater noster, el Ave María y el Credo; lo mismo hicieron muchos de su casa; todas las mañanas decía sus oraciones y hacía que las rezasen dos veces los de su casa. Pero después se enojó y abandonó su buen propósito, por culpa de otros principales de aquel país, los cuales le reprendían porque obedecía la ley cristiana, siendo así que los cristianos eran crueles y se habían apoderado de sus tierras por la fuerza. Por esto le aconsejaban que no se ocupase más en las cosas de los cristianos, sino de concertarse y conjurarse para matarlos, porque no podían contentarlos, y habían resuelto no seguir en algún modo sus costumbres. Por esto se apartó de su buen propósito, y nosotros, viendo que se separaba y dejaba lo que le habíamos enseñado, resolvimos marcharnos e ir donde se pudiese hacer más fruto, enseñando a los indios y doctrinándolos en las cosas de la santa fe. Así que nos fuimos a otro cacique principal, que mostraba buena voluntad, diciendo que quería ser cristiano, el cual se llamaba Mabiatué. Cómo salimos para ir al país de Mabiatué, yo, fray Ramón Pané, pobre ermitaño, fray Juan de Borgoña, de la Orden de San Francisco, y Juan Mateo, el primero que recibió el agua del santo bautismo en la isla Española Al día siguiente que salimos del pueblo y morada de Guarionex, para ir a otro cacique llamado Mabiatué, la gente de Guarionex edificaba una casa junto a la de oración; en ésta habíamos dejado algunas imágenes, ante las cuales se arrodillaban y rezaban los catecúmenos, que eran la madre, los hermanos y los parientes del mencionado Juan Mateo, el primer cristiano, a los que se agregaron otros siete; después, todos los de su casa se hicieron cristianos y perseveraron en su buen propósito según nuestra fe; de modo que toda la familia quedaba para guardar la casa de oración y algunas posesiones que yo había labrado o hecho labrar. Habiendo quedado en custodia de dicha casa, el segundo día después que nos fuimos a Mabiatué, llegaron seis hombres a la casa de oración que dichos catecúmenos, en número de siete, tenían bajo su custodia, y por mandato de Guarionex, les dijeron que tomasen aquellas imágenes que yo les había dejado en su poder a los catecúmenos, y las rompiesen y destrozasen, pues fray Ramón y sus compañeros se habían marchado y no sabrían los autores de esto. Los seis criados de Guarionex que fueron allí, encontraron a los seis muchachos que custodiaban la casa de oración, temiendo lo que después sucedió; los muchachos, advertidos, se opusieron a que entraran, mas ellos penetraron a la fuerza, tomaron las imágenes y se las llevaron. CapÍtulo XXVI De lo que aconteció con las imágenes, y del milagro que Dios hizo para mostrar su poder Salidos los indios de la casa de oración, tiraron las imágenes al suelo, las cubrieron con tierra y después orinaron encima diciendo: "Ahora serán buenos y grandes tus frutos"; esto lo decían por haberlas sepultado en un campo de labor, y, por tanto, sería bueno el fruto que allí se había plantado; todo ello, por vituperio. Visto lo referido por los muchachos que guardaban la casa de oración por mandato de los mencionados catecúmenos, fueron a los mayores, que estaban en sus posesiones, y les contaron cómo la gente de Guarionex habían destrozado y escarnecido las imágenes. Tan luego como lo supieron, dejaron lo que hacían, y corrieron gritando a decírselo a D. Bartolomé Colón, que tenía el gobierno por el Almirante, su hermano, cuando éste fue a Castilla. D. Bartolomé, como lugarteniente del Virrey y Gobernador de las islas, formó proceso contra los malhechores, y, sabida la verdad, los hizo quemar públicamente. No obstante Guarionex y sus vasallos no se apartaron del mal propósito que tenían de matar a los cristianos en cierto día designado para que llevasen el tributo de oro que pagaban. Pero tal conjuración fue descubierta, y luego apresados el mismo día que se proponían llevarla a efecto, Sin embargo, continuando en su perverso designio, lleváronlo a ejecución, y mataron a cuatro hombres y a Juan Mateo, escribano mayor, y a su hermano Antón, que habían recibido el santo bautismo; luego corrieron adonde estaban escondidas las imágenes y las tiraron hechas pedazos. Pasados algunos días, el señor de aquel campo fue a sacar ajes, que son ciertas raíces semejantes a nabos, y otras parecidas a rábanos, en el lugar donde estaban las imágenes enterradas habían nacido dos o tres ajes, como si los hubiesen puesto el uno por medio del otro, en forma de cruz. No era posible que alguien encontrase tal cruz, y sin embargo la halló la madre de Guarionex, la mujer más mala que he conocido en aquellas tierras, la cual juzgó que esto era un gran milagro, y dijo al alcaide de la fortaleza de la Concepción: "Este prodigio ha mostrado Dios donde fueron halladas las imágenes. Dios sabe para qué." Digamos ahora cómo se hicieron cristianos los primeros que recibieron el santo bautismo, y lo que es necesario para que se hagan todos cristianos. Verdaderamente la isla necesita mucha gente para castigar a los señores cuando no son dignos; enseñar a los indios las cosas de la santa fe católica y doctrinarlos en ésta, porque no pueden o no saben oponerse; yo puedo decirlo con verdad, pues me he fatigado para saber todo esto y tengo certeza que se habrá entendido por lo que hasta ahora llevo escrito; y al buen entendedor pocas palabras bastan. Los primeros cristianos que hubo en la isla Española fueron los que ya hemos mencionado, a saber: Naboria, en casa del cual había diez y siete personas que todas se hicieron cristianas solamente con darles a conocer que hay un Dios que ha hecho todas las cosas y creó el cielo y la tierra, sin discutir acerca de otra cosa, ni se les diese más a entender, porque eran propensos a la fe. Pero con los otros se necesita fuerza e ingenio, porque no son todos del mismo carácter; pues algunos tienen buen principio y mejor fin; otros, que comienzan bien, y se ríen luego de lo que les habían enseñado; para éstos hacen falta la fuerza y el castigo. El primero que recibió el bautismo en la isla Española fue Juan Mateo, que se bautizó el día del evangelista San Mateo, en el año 1496, y después toda su casa, donde hubo muchos cristianos. Aún se iría más adelante, si hubiese quien los amaestrase y enseñase la fe católica, y gente que los refrenase. Si alguno me pregunta por qué yo creo tan fácil este negocio, diré que lo he visto por la experiencia, especialmente en un cacique principal llamado Mahubiatíbire, el cual hace ya tres años que continúa en la buena voluntad de ser cristiano, y izo tiene más que una mujer, aunque suelen tener dos o tres, y los principales hasta diez, quince y veinte. Esto es lo que yo he podido entender y saber acerca de las costumbres y los ritos de los indios de la Española, por la diligencia que puse. En lo cual no pretendo alguna utilidad espiritual, ni temporal. Plega a nuestro señor que todo ello se convierta en alabanza y servicio suyo, y en darme gracia de perseverar; y si ha de ser de otra manera, que me quite el conocimiento. Fin de la obra del pobre ermitaño Ramón Pané.
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De cómo el rey Guayna Capac tornó a mandar hacer llamamiento de gente y cómo salió para lo de Quito. Como Guayna Capac se hobiese holgado algunos meses en el Cuzco y en él se hobiesen juntado los sacerdotes de los templos y adivinos de los oráculos, mandó hacer sacrificios y la ofrenda de la capacocha se hizo bien grande y rica y volvieron bien llenos de oro los burladores de los hechiceros. A cada uno daban respuesta como les parescía que el rey sería más contento. Lo cual con otras cosas pasado, mandó Guayna Capac que se entendiese en hacer un camino más real, mayor y más ancho que por donde fue su padre, que llegase hasta Quito, a donde tenía pensado de ir; y que los aposentos ordinarios y depósitos de las postas se pasasen a él. Para que por todas las tierras se supiese ser esto su voluntad, salieron correos a lo avisar y luego fueron orejones a lo mandar cumplir y se hizo un camino el más soberbio y de ver que hay en el mundo, y más largo, porque salía del Cuzco y allegaba a Quito y se juntaba con el que iba a Chile. Igual a él, creo yo que, desde que hay memoria de gente, no se ha leído de tanta grandeza como tuvo este camino, hecho por valles hondos y por sierras altas, por montes de nieve, por tremedales de agua y por peña viva y junto a ríos furiosos; por estas partes iba llano y empedrado, por las laderas bien sacado, por las sierras deshechado, por las peñas socavado, por junto a los ríos sus paredes, entre nieves con escalones y descansos; por todas partes limpio, barrido, descombrado, lleno de aposentos, de depósitos de tesoros, de templos del sol, de postas que había en este camino. ¡Oh! ¿Qué grandeza se puede decir de Alexandre ni de ninguno de los poderosos reyes que el mundo mandaron que tal camino hiciesen, ni inventasen el proveimiento que en él había? No fue nada la calzada que los romanos hicieron, que pasa por España, ni los otros que leemos, para que con este se comparen. Y hízose hasta en más poco tiempo de lo que se puede imaginar; porque los Incas más tardaban ellos en mandarlo que sus gentes en ponerlo por obra. Hízose llamamiento general en todas las provincias de su señorío y vinieron de todas artes tantas gentes que hinchían los campos; y después de haber hecho banquetes y borracheras generales y puesto en orden las cosas de la ciudad, salió della Guayna Capac con iscaypachaguaranga runas, que quiere decir con "doscientos mill hombres", sin los yanaconas y mujeres de servicio, que no tenía cuento el número dellos. Llevaba consigo dos mill mujeres y dejaba en el Cuzco más de cuatro mill. Habían proveído los delegados y gobernadores que asistían en las cabeceras de las provincias que de todas las partes acudiesen con bastimento y armas y todo lo demás que siempre se recogía y guardaba para cuando se hacía guerra; y así hincheron los grandes aposentos y depósitos de todo ello, de manera que de cuatro a cuatro leguas, que era la jornada, estaba entendido que se había de hallar proveimiento para toda esta multitud de gente, sin que faltase sino que sobrase más de lo que ellos gastasen y las mujeres y muchachos y hombres que servían personalmente de lo que les era mandado y que llevaban el respuesto del Inca y el bagaje de la gente de guerra de un tambo a otro, donde estaba el proveimiento que en el pasado. Como saliese Guayna Capac, por el camino que por su mandado se había mandado hacer, del Cuzco, anduvo hasta que llegó a lo de Vilcas, donde paró algunos días en los aposentos que le habían hecho pegados con los de su padre; y holgóse de ver que estaba el templo del sol acabado y dejó cantidad de oro y pastas de plata para joyas y vasos; mandó que se tuviese grand cuidado del proveimiento de las mamaconas y sacerdotes. Sobióse a hacer oración en un terrado galano y primo que para ello se había hecho; sacrificaron, conforme a su ceguedad, lo que usaban y mataron muchos animales y aves, con algunos niños y hombres, para aplacar a sus dioses. Esto hecho, salió de aquel lugar con su gente el rey y no paró hasta el valle de Xauxa, donde había alguna controversia y división sobre los límites y campos del valle, entre los mismos que dél eran señores. Como Guayna Capac lo entendió, después de haber hecho sacrificios, como en Vilcas, mandó juntar los señores Alaya, Cucichuca, Guacaropa y entre ellos con equidad repartió los campos de la manera que hoy día lo tienen. A los Yauyos envió embajadas; lo mismo hizo a los Yuncas y a Bonbón envió algunos dones a los señores naturales de aquella tierra; porque como tenían fuerza en la laguna, en partes que nadaban, hablaban sueltamente y por rigor no quiso hablar con ellos hasta verla suya. Los señores de Xauxa le hicieron grandes servicios y algunos de los capitanes y gentes de guerra le fueron acompañando; y anduvo hasta Bonbón, donde paró poco, porque quiso ir a Caxamalca, más aparejado lugar para descansar y comarcano con provincias grandes y muy altas. Y por el camino siempre le venían gentes con grandes embajadas y presentes. Como legó a Caxamalca, paró algunos días para descansar del camino y mandó que su gente de guerra se alojase a la redonda de aquella tierra y que comiese lo que recogido en los depósitos estaba; y con la gente que le paresció entró por los Guancachupachos y tuvo recia guerra, porque no del todo quedaron los naturales de allí en gracia de su padre y conformidad; mas, tanto pudo, que lo allanó y sujuzgó, poniendo gobernadores y capitanes y eligiendo de los naturales señores para que mandasen las tierras, los que más les paresció; porque ellos, de antigüedad, no conocían por señores a otros que los que, siendo más poderosos, se levantaban y acaudillaban para hacer guerra, y otorgaban paz cuando ellos querían. En los Chachapoyas haló Guayna Capac gran resistencia; tanto, que por dos veces volvió yendo desbaratado a los fuertes que para su defensa se hacían; y con favores que le vinieron, se revolvió sobre los Chachapoyanos y los quebrantó de tal manera que pidieron paz, cesando por su parte la guerra. Diose con condiciones provechosas al Inca, que mando pasar muchos dellos a que residiesen en el mesmo Luzco, cuyos descendientes hoy viven en la mesma ciudad; tomó muchas mujeres, porque son hermosas y agraciadas y muy blancas; puso guarniciones ordinarias con soldados mitimaes para que estuviesen por frontera; dejó gobernador en lo principal de la comarca; proveyó lo que más ellos usaban; castigó a muchos de los principales, porque le dieron guerra; lo cual echo, a Caxamalca se volvió, donde prosiguió su viaje y puso en orden las provincias de Caxas, Ayahuaca, Guancabamba y las demás que con ellas confinan.
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Cuéntase la celebración de la fiesta la víspera y día del Espíritu Santo, y la posesión en nombre de la Iglesia católica y en nombre de Su Majestad Esta noche en todos tres navíos fueron puestas luminarias: gastáronse ruedas de fuego y muchos cohetes volantes. Disparóse toda la artillería, a cuyo estruendo y el eco que por cerros y valles se oían, los indios levantaban grandes gritos. Sonaron cajas, repicáronse campanas, hubo músicas y bailes porfiados, y se hicieron otras fiestas en que se mostró bien grande alegría; y con ésta el capitán dijo a todos: --Aquesta, señores es la víspera de mi tan deseado día, para lo cual no ha de haber mano escasa ni persona a quien no quepa de los apuntados bienes y de cuanto más pudiere la parte que su sujeto mereciere. No era bien amanecido cuando el maese de campo y ministros, llevando consigo gente armada, en las dos barcas fue a tierra; surgiendo cerca la zarza con cuatro versos para servirles de fuerte: luego con alegre diligencia en la playa fue plantada una tienda de rama, cerca de estacas, porque sirviesen de fuerte si hubiese necesidad. Los religiosos armaron dentro en ella un limpio y ordenado altar debajo de un dosel; iglesia primera en el deseo llamada del capitán Nuestra Señora de Loreto. Habiéndose puesto en toda la orden a que dio lugar el tiempo, fue el capitán avisado, y luego salió de la nao con el resto de la gente. En la playa estaban bien ordenadas todas las tres compañías; los soldados y ministros tan lozanos y tan honrosos con sus cruces en los pechos, que creo que si Su Majestad los viera con tan aguzados filos de acabar lo comenzado, y dar principio a mucho mayores cosas, que estimara su valor por lo que era, y se alargara en mercedes. Salió el alférez Real con el estandarte en las manos. Las banderas, que estaban tremolando y dando lustre a todo el campo, le pagaron su tributo con grande prisa en las cargas de mosquetes y arcabueces. Salió luego el capitán y las rodillas por el suelo dijo: --A sólo Dios la honra y gloria: y puesta la mano en la tierra la besó, diciendo: ¡Ah tierra de tanto tiempo buscada, y pretendida de tantos y tan deseada por mí! Luego salió el almirante con una cruz de naranjo de la tierra, que para el efecto hizo hacer el capitán, y nuestro padre comisario, con sus cinco religiosos todos descalzos ya, de rodillas en la playa la recibió en los brazos, diciendo con gran terneza: --Adórote Santa Cruz a donde el autor de la vida hecho carne murió en ti, por mí, tan gran pecador, y por todo el género humano: y levantados, cantando el psalmo de Lignun, con la gente en procesión llegamos todos a la puerta de la iglesia, y allí, en una peana que para este fin estaba puesta, el capitán enarboló nuestra cruz y dijo que la gente se juntase, y al escribano que leyese, como en alta voz leyó, este siguiente capítulo. Enarbólose una cruz Sean testigos los cielos y tierra, y las aguas con todas sus criaturas, y las que presentes estáis seréis testigos de cómo yo, el capitán Pedro Fernández de Quirós, en esta parte que hasta ahora han sido incógnitas, enarbolo en nombre de Jesucristo, hijo del Eterno Padre y de la Virgen Santa María, Dios y hombre verdadero, esta señal de la Santa Cruz en que su cuerpo Santísimo fue crucificado y a donde dio la vida por el rescate y remedio de todo el género humano. Y al punto y en el mismo lugar hizo que se leyesen las seis siguientes Posesiones, que los nuestros fueron oyendo con tanta alegría y gozo, cuando los ojos de muchos mostraron destilando lágrimas: Posesión en nombre de la Santísima Trinidad En estas partes del Sur, hasta ahora incógnitas, a donde estoy y he venido con licencia del Sumo Pontífice romano Clemente octavo y por mandado del Rey don Felipe tercero, Rey de España, despachado por el su Consejo de Estado, yo el capitán Pedro Fernández de Quirós, en nombre de la Santísima Trinidad tomo posesión de todas las islas y tierras que nuevamente he descubierto y deseo descubrir hasta su Polo. Posesión en nombre de la Iglesia católica Tomo posesión de todas las dichas tierras y parte en nombre de Jesucristo, remedio de todas las gentes por más incógnitas que sean, y en nombre de su madre Santísima la Virgen María de Loreto, y en nombre de San Pedro y de San Pablo y de todos los sagrados apóstoles y discípulos, y en nombre del Vicario universal de Cristo el Pontífice romano, y en nombre de toda la Iglesia católica y de todas aquellas cosas piadosas, justas y santas que tienen derecho a esta tal posesión; que tomo con ánimo y a fin de que en toda la dicha parte a todos sus naturales se predique el santo y sagrado Evangelio celosa y desnudamente. Posesión en nombre de San Francisco y su orden Tomo posesión de todas las dichas tierras y parte en nombre de mi padre San Francisco, y de toda su religión y profesos della, y como presentes en nombre del padre comisario fray Martín de Monilla, y fray Mateo de Vascones, y fray Antonio Quintero y fray Juan de Merlo, todos cuatro sacerdotes, y en nombre de fray Juan de Santa María y de fray Francisco López, ambos legos, venidos aquí todos seis a petición mía por mandado de Su Santidad y de Su Majestad y de su comisario general y provincial de la provincia de los Doce Apóstoles del Perú; de cuya orden deseo salgan todos los obreros para desmontar y criar esta viña del Señor, y los labradores que han de sembrar su santa palabra y doctrina y coger los frutos della, como en su lugar mostraré. Posesión en nombre de Juan de Dios y de su orden Tomo posesión de todas las dichas tierras y parte en nombre de Juan de Dios y de todos los hermanos profesos de su orden, y como presente en nombre de Lázaro de Santa María que aquí vino en cumplimiento de un breve que Su Santidad me dio para este fin, para que ellos mismo funden, administren y conserven con sus profesa caridad a todos los hospitales que en todas estas partes ha de haber, y tan necesarios son para que los naturales suyos se aficionen a todo nuestro proceder, y nos tengan la devoción y el amor que merece el ver cómo los nuestros curan y sufren sus enfermos y les hacen otros bienes. Posesión en nombre de la orden del Espíritu Santo Tomo posesión de todas las dichas tierras y parte de todo el derecho que Su Santidad y Su Majestad determinaren ha de haber lícitamente de repartimientos de tierras y encomiendas de las gentes dellas, como a descubridores, pobladores, defensores y conservadores que han de ser todos los caballeros que en estas partes han de militar debajo de la orden del Espíritu Santo, obligados sin salario al uso de todos los oficios Reales y públicos, y toda policía divina y humana de los naturales, y defensa dellos, y con profesión de todo lo demás que en las constituciones se dice. Posesión en nombre de Su Majestad Finalmente tomo posesión desta bahía, nombrada de San Felipe y Santiago, y de su puerto de la Vera-Cruz, y del sitio a donde se ha de fundar la ciudad de la Nueva Hierusalem en altura de quince grados y un tercio, y de todas las tierras que dejo vistas y estoy viendo, y de toda esta parte del Sur hasta su Polo que desde ahora se ha de llamar Australia del Espíritu Santo, con todos sus anejos y pertenecientes; y esto para siempre jamás cuanto en derecho ha lugar, en nombre del Rey don Felipe, tercero deste nombre Rey de las Españas e Indias orientales y occidentales, mi Rey y Señor natural, cuyo es el gasto y costa desta armada, y de cuya voluntad y fuerzas ha de emanar la fundación, gobierno y sustento de todo lo que se pretende, espiritual y temporal, destas tierras y gentes, y en cuyo real nombre están descogidas estas sus tres banderas, y yo enarbolo este su estandarte Real." --Fueron hechos los autos de esta posesión, y lo firmaron ciertas personas por testigos. Hecha la diligencia digan todos (como dijeron en altas voces): ¡Viva el Rey de España don Felipe tercero Señor nuestro! Y al punto nos entramos en la iglesia a dar a Dios las debidas gracias. Las misas que se dijeron, la comunión de toda la gente, la bendición del estandarte Real, y banderas, y la fiesta que se hizo Dijéronse tres misas: la cuarta, que fue cantada, la dijo nuestro padre comisario. La gente toda comulgó fervorosamente. Hecho esto, los tres alféreces, que ya tenían en las manos las banderas, las inclinaron en el suelo enfrente del mismo altar; el alférez Real teniendo el estandarte derecho. Los bendijo el comisario con grande solemnidad, y a cierta señal que se dio los navíos, cuyas banderas de topes mostraban las armas Reales y a sus dos lados las dos columnas y el plus ultra y los gallardetes ondeando, dispararon a buen compás todas sus piezas; los soldados sus arcabuces y mosquetes, los artilleros los cohetes y las ruedas, y en medio de todo este ruido se dijo en altas voces: --Digan todos, como dijeron con gozo casi infinito, una vez y muchas veces: --¡Viva la fe de Cristo! Y con esto se dio fin a la celebración desta fiesta.
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De cómo el gobernador envió a buscar la casa que estaba adelante Otro día mandó el gobernador a una lengua que fuese con dos españoles y con dos indios (de la casa que decían que estaban adelante) para que supiesen de ellos si sabían el camino y el tiempo que se podía tardar en llegar a la primera tierra poblada, y que con mucha presteza le avisasen de todo lo que se informase, para que, sabido, se proveyese lo que más conviniese; y partidos, otro día mandó caminar la gente poco a poco por el mismo camino que llevaba la lengua y los otros. E yendo así caminando, al tercero día que partieron llegó al gobernador un indio que le enviaron, el cual le dio una carta de la lengua, por la cual le hacía saber cómo habían llegado a la casa de los dichos indios, y que habían hablado con el indio que sabía el camino de la tierra adentro; y decía que dende aquella casa hasta la primera población de adelante, que estaba cabe aquel cerro que llamaban Tapuaguazu, que es una pena alta, que subido en ella se paresce mucha tierra poblada; y que dende allí hasta llegar a Tapuaguazu habrá dieciséis jornadas de despoblados, y que era el camino muy trabajoso, por estar muy cerrado el camino de arboledas y yerbas muy altas y muy grandes malezas; y que el camino por donde habían ido después que del gobernador partieron, hasta llegar a la casa de este indio, estaba ansimismo tan cerrado y dificultoso, que en lo pasar habían llevado muy gran trabajo, y a gatas habían pasado la mayor parte del camino, y que el indio decía de él que era muy peor el camino que habían de pasar que el que habían traído hasta allí, y que ellos traerían consigo el indio para que el gobernador se informase de él; y vista esta carta, partió para do el indio venía, y halló los caminos tan espesos y montuosos, de tan grandes arboledas y malezas, que lo que iban cortando no podían cortar en todo un día tanto camino como un tiro de ballesta; y porque a esta sazón vino muy grande agua, y por que la gente y municiones no se le mojasen y perdiesen, hizo retirar la gente para los ranchos que habían dejado a la mañana, en los cuales había reparos de chozas.
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De las guerras y batallas muy peligrosas que tuvimos con los tlascaltecas, y de lo que más pasó Otro día, después de habernos encomendado a Dios, partimos de allí muy concertados todos nuestros escuadrones, y los de a caballo muy avisados e cómo habían de entrar rompiendo y salir; y en todo caso procurar que no nos rompiesen ni nos apartasen unos de otros; e yendo así como dicho tengo, viénense a encontrar con nosotros dos escuadrones, que habría seis mil, con grandes gritas, atambores y trompetas, y flechando y tirando varas, y haciendo como fuertes guerreros. Cortés mandó que estuviésemos quedos, y con tres prisioneros que les habíamos tomado el día antes les enviamos a decir y a requerir que no nos diesen guerra, que los queremos tener por hermanos; y dijo a uno de nuestros soldados, que se decía Diego de Godoy, que era escribano de su majestad, mirase lo que pasaba, y diese testimonio dello si se hubiese menester, porque en algún tiempo no nos demandasen las muertes y daños que se recreciesen, pues les requeríamos con la paz; y como les hablaron los tres prisioneros que les enviábamos, mostráronse muy más recios y nos daban tanta guerra, que no les podíamos sufrir. Entonces dijo Cortés: "Santiago y a ellos"; y de hecho arremetimos de manera, que les matamos y herimos muchas de sus gentes con los tiros, y entre ellos tres capitanes. íbanse retrayendo hacia unos arcabuezos, donde estaban en celada sobre más de cuarenta mil guerreros con su capitán general, que se decía Xicotenga, y con sus divisas de blanco y colorado, porque aquella divisa y librea era de aquel Xicotenga; y como había allí unas quebradas, no nos podíamos aprovechar de los caballos, y con mucho concierto los pasamos. Al pasar tuvimos muy gran peligro, porque se aprovechaban de su buen flechar, y con sus lanzas y montantes nos hacían mala obra, y aun las hondas y piedras como granizo eran harto malas; y como nos vimos en lo llano con los caballos y artillería, nos lo pagaban, que matábamos muchos; mas no osábamos deshacer nuestro escuadrón, porque el soldado que en algo se desmandaba para seguir algunos indios de los montantes o capitanes, luego era herido y corría gran peligro. Y andando en estas batallas, nos cercan por todas partes, que no nos podíamos valer poco ni mucho; que no osábamos arremeter a ellos si no era todos juntos, porque no nos desconcertasen y rompiesen; y si arremetíamos como dicho tengo, hallábamos sobre veinte escuadrones sobre nosotros, que nos resistían; y estaban nuestras vidas en mucho peligro, porque eran tantos guerreros, que a puñados de tierra nos cegaran, sino que la gran misericordia de Dios nos socorría y nos guardaba. Y andando en estas priesas entre aquellos grandes guerreros y sus temerosos montantes, parece ser acordaron de se Juntar muchos dellos y de mayores fuerzas para tomar a manos algún caballo, y lo pusieron por obra, y arremetieron, y echan mano a una muy buena yegua y bien revuelta, de juego y de carrera, y el caballero que en ella iba muy buen jinete, que se decía Pedro de Morón; y como entró rompiendo con otros tres de a caballo entre los escuadrones de los contrarios, porque así les era mandado, porque se ayudasen unos a otros, échanle mano de la lanza, que no la pudo sacar, y otros le dan de cuchilladas con los montantes y le hirieron malamente, y entonces dieron una cuchillada a la yegua, que le cortaron el pescuezo en redondo, y allí quedó muerta; y si de presto no socorrieran los dos compañeros de a caballo al Pedro de Morón, también le acabaran de matar ¡pues quizá podíamos con todo nuestro escuadrón ayudarle! Digo otra vez que por temor que nos desbaratasen o acabasen de desbaratar, no podíamos ir ni a una parte ni a otra; que harto teníamos que sustentar no nos llevasen de vencida, que estábamos muy en peligro; y todavía acudíamos a la presa de la yegua, y tuvimos lugar de salvar al Morón y quitársele de su poder, que ya le llevaban medio muerto; y cortamos la cincha de la yegua, porque no se quedase allí la silla; y allí en aquel socorro hirieron diez de los nuestros; y tengo en mí que matamos entonces cuatro capitanes, porque andábamos juntos pie con pie, y con las espadas les hacíamos mucho daño; porque como aquello pasó se comenzaron a retirar y llevaron la yegua, la cual hicieron pedazos para mostrar en todos los pueblos de Tlascala; y después supimos que habían ofrecido a sus ídolos las herraduras y el chapeo de Flandes vedijudo, y las dos cartas que les enviamos para que viniesen de paz. La yegua que mataron era de un Juan Sedeño; y porque en aquella sazón estaba herido el Sedeño de tres heridas del día antes, por esta causa se la dio al Morón, que era muy buen jinete, y murió el Morón entonces de allí a dos días de las heridas, porque no me acuerdo verle más. Volvamos a nuestra batalla: que, como había bien una hora que estábamos en las rencillas peleando, y los tiros les debían de hacer mucho mal; porque, como eran muchos, andaban tan juntos, que por fuerza les habían de llevar copia dellos; pues los de a caballo, escopetas, ballestas, espadas, rodelas y lanzas, todos a una peleábamos como valientes soldados por salvar nuestras vidas y hacer lo que éramos obligados, porque ciertamente las teníamos en grande peligro, cual nunca estuvieron, y a lo que después supimos, en aquella batalla les matamos muchos indios, y entre ellos ocho capitanes muy principales, hijos de los viejos caciques que estaban en el pueblo cabecera mayor; a esta causa se retrajeron con muy buen concierto, y a nosotros que no nos pesó dello; y no los seguimos porque no nos podíamos tener en los pies, de cansados; allí nos quedamos en aquel pueblezuelo, que todos aquellos campos estaban muy poblados, y aun tenían hechas otras casas debajo de tierra como cuevas, en que vivían muchos indios; y llamábase donde pasó esta batalla Tehuacingo o Tehuacacingo, y fue dada en 2 días del mes de septiembre de 1519 años; y desque nos vimos con victoria, dimos muchas gracias a Dios, que nos libró de tan grandes peligros; y desde allí nos retrajimos luego a unos cues que estaban buenos y altos como en fortaleza, y con el unto del indio que ya he dicho otras veces se curaron nuestros soldados, que fueron quince, y murió uno de las heridas; y también se curaron cuatro o cinco caballos que estaban heridos. Y reposamos y cenamos muy bien aquella noche, porque teníamos muchas gallinas y perrillos que hubimos en aquellas casas; con muy buen recaudo de escuchas y rondas y los corredores del campo, y descansamos hasta otro día por la mañana. En aquesta batalla tomamos y prendimos quince indios y los dos dellos principales; y una cosa tenían los tlascaltecas en esta batalla y en todas las demás, que en hiriéndoles cualquiera indio, luego lo llevaban, y no podíamos ver los muertos.
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Capítulo LXIII De cómo el adelantado don Pedro de Alvarado, gobernador de Guatimala, salió del puerto de la Posesión para venir a este reino con grande armada Tengo tanto que escribir en las guerras civiles y debates que unos españoles tuvieron con otros, que muy de corrida quisiera pasar en lo que voy contando. Mas considerando que, si no es de manera que se entienda, mi trabajo será en vano, quiero pasarlo por satisfacer a los lectores: no seré largo en materia ninguna ni contaré más que el hecho. Digo, pues, que el adelantado don Pedro de Alvarado fue uno de los señalados capitanes que hubo en este nuevo mundo de indias. Su majestad le hizo su gobernador de la provincia de Guatimala con licencia, según yo oí, que pudiese descubrir por mar; un piloto llamado Ortiz Giménez, cursado en la navegación, le puso en cabeza que le llevaría a las islas de Tarsis. Otros dicen que a la China, donde había grandes riquezas, aderezó navíos forneciéndoles de vituallas, procurando de allegar hombres y caballos para salir en demanda de su empresa. Mas sucedió que de una nave que aportó aquella tierra tuvo aviso de cómo el Perú se había descubierto y Francisco Pizarro, proveído por gobernador de cierta parte de él y que había hallado grandes tesoros y nueva de mayor riqueza en lo de adelante. Alvarado, por consejo de los que con él tenían cabida, determinó de parar con su jornada y enviar un navío a la costa del Perú por la mar del Sur para que tomasen lengua de lo que había y de lo que era la tierra, mandando ir a un caballero de Cáceres, llamado García Holguín, el cual vino a esta costa; halló grandes corrientes y los vientos contrarios que no pudo pasar de Puerto Viejo, donde supo Pizarro había poco tiempo que era partido de la costa a la sierra. Volvió con esta nueva García Holguín, diciéndole al adelantado que la tierra del Perú era muy grande y rica y adonde se podría bien descubrir. Alvarado vino al puerto de la Posesión. El licenciado Castañeda envió a Gabriel de Rojas con una probanza del intento del adelantado, habiéndole también avisado el piloto Juan Fernández, compañero que había sido del capitán Belalcázar, de la mucha riqueza que se decía haber en el Quito, de manera que las nuevas eran tan grandes de lo del Perú, que se determinó de en persona venir descubriendo lo que pudiese que no hallase ocupado por Pizarro ni su gente. Sacó de Guatimala y Nicaragua la más lucida armada que se ha hecho en las Indias, a dichos de muchos que me lo han certificado: en la cual venían quinientos hombres, poco más o menos, y trescientos y veinte y siete caballos, muchas armas y otros pertrechos necesarios para la guerra y conquistas. Y si hubiera navíos, más trajera de otros doscientos españoles y caballos. Entre los que venían fueron su hermano Gómez de Alvarado, Diego de Alvarado, Alonso de Alvarado, que después fue mariscal; Garcilaso de la Vega, don Alonso Enríquez de Guzmán, Luis de Moscoso, el licenciado Caldera, Gómez de Alvarado de Çafra, Alonso de Alvarado de Palomas, Vitores de Alvarado, el capitán Benavides, Pedro de Añasco, Antonio Ruiz de Guevara, Francisco de Morales, Juan de Sayavedra, Francisco Calderón, Juan de Errada, Miguel de la Serna, Francisco García de Tovar, Juan de Ampudia, Pedro de Puelles, Gómez de Estaçio, Sancho de la Carrera, Antonio Picado, García Holguín, Pedro de Villareal, el padre fray Marcos. Muchos más venían caballeros y de mucha presunción que no supe sus nombres; y éstos puse porque todos ellos o los más señalaron en hacer buenos hechos, o en cometer grandes maldades en tiempo de las tiranías. Al piloto Juan Fernández hicieron capitán del galeón que fue un hermoso navío. Salieron de que se hubieron embarcado, del puerto de la Posesión del mes... del año de mil y quinientos treinta años. Después de haber navegado por la mar treinta días, llegaron a reconocer el cabo de San Francisco. El adelantado, aunque le habían dicho tanto de la riqueza del Quito, no pretendía él sino pasar descubriendo adelante de Chincha, donde sabía llegar la gobernación de Pizarro. Las corrientes son tantas en esta costa como saben los que por ella navegan, que estorbaron no ser la navegación tan a gusto de Alvarado, como él quisiera. Tomando la costa llegaron a la bahía de Caraques, donde saltaron todos en tierra, y los caballos, de los cuales se habían muerto muchos por la mar. En este lugar habló a la gente el adelantado, con las palabras que suelen los gobernadores de acá engañar para hacer sus hechos. Dijo que él para sí harto tenía y gobernador era de Guatimala, mas porque se viesen ricos y con repartimientos había querido ponerse al trabajo que habían visto; por tanto, que conociendo lo que en esto le debían, le fuesen fieles y buenos amigos. Y porque convenía dar orden en el regimiento del campo, determinó de señalar capitanes, con los demás y oficiales que se requería. Y así luego nombró por su maese de campo a Diego de Alvarado, y por capitanes de los caballos a Gómez de Alvarado, su hermano, y a Luis de Moscoso y a don Alonso Enríquez de Guzmán; eligió por capitán de infantería a Benavides; y de los arcabuceros y ballesteros a Mateo Lezcano; alférez general encargó que le fuese Francisco Calderón, y mandó que fuese capitán de la guarda Rodrigo de Chávez; por justicia mayor del campo señaló al licenciado Caldera, y a Juan de Sayavedra por alguacil mayor. Todos estos cargos, dados y divulgados, con acuerdo del licenciado Caldera y de los más principales; determinó Alvarado que los navíos se fuesen a Puerto Viejo, y que la gente que marchase por tierra, con los caballos y gente de servicio que sacaron de Guatimala y Nicaragua; muchos hombres y mujeres, de los cuales murieron muchos, así por la mar como con los grandes trabajos que tuvieron por la tierra; y uno de los notabales daños y crueldades que los españoles han hecho en estas Indias ha sido sacar de sus tierras a los pobres indios con sus mujeres, estando pacíficos, para llevarlos a las tierras que tienen intento de descubrir y de robar. Hecho este proveimiento, el adelantado, con algunos escuderos que le fueron acompañando, fue a Manta, donde estaban los navíos. Tenía el intento ya dicho que era de descubrir tierra adelante de Chincha, donde paraban los términos de la gobernación de Pizarro. Mandó al piloto Juan Fernández que con el galeón navegase por la costa, llevando lo que los que habían de caminar por tierra pudiesen excusar todo lo que más pudiesen, hasta que viese estar fuera de los límites de la gobernación de Pizarro. Llevando aviso especial de poner en todos los puertos que tomase señales para que se viese, haber sido descubierto y tomase posesión en nombre del rey de Castilla y suyo. A los demás navíos, después de ser llegados donde habían de venir, los despachó a Nicaragua y a Panamá, porque pudiesen traer más gente, y él volvió luego donde había dejado su campo, con gran noticia que tuvo de la mucha riqueza que había en el Quito de un indio que dijo haberlo visto por sus ojos.
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Capítulo LXIII Que trata de cómo el general envió un navío a descubrir la costa hacia el estrecho de Magallanes y del suceso Deseando el general saber lo que era la tierra de adelante, y viendo que por tierra no podía efectuar su deseo a causa de la poca gente que tenía, porque toda la que había estaba ocupada en la sustentación de las ciudades que poblado había, acordó por mar enviar a saber de la tierra de adelante en contra el sur, que está al estrecho que se descubrió, para lo cual tenía buen aparejo en tener al capitán Bautista, tan buen piloto y hombre de experiencia. Y díjole que convenía al servicio de Su Majestad hacer esta jornada importante y necesario viaje, pues tenía un buen galeón y bien aderezado. Y el capitán Joan Bautista se ofreció al general, reconociendo que en ello le hacía servicio. Y de esta forma se dio orden en cómo salió, para que llegando ochenta leguas de la tierra de Santiago fuera de sus términos, tomase legua de la tierra y lo enviasen al puerto de Valparaíso. Y diole gente para que fuese en el galeón con el capitán y piloto, y mandó proveerle de bastimento y de las cosas necesarias para su viaje, y que fuese hasta doscientas leguas. Y mandó a Gerónimo de Alderete y al capitán Rodrigo de Quiroga y a su secretario Joan de Cardeña, escribano mayor del juzgado en esta gobernación, para que diese testimonio de lo que hiciesen. Todos los dichos fueron obedeciendo el mandamiento del general y fueron con entera voluntad. Y de esta forma fueron con todo el recaudo y buena orden que se requería. Salió el navío a tres días andados del mes de septiembre del año de mil y quinientos y cuarenta y cinco. Y allegados a la provincia de los cauquenes, tomaron los dos capitanes la posesión en nombre de Su Majestad y del general Pedro de Valdivia en su real nombre. Y tomando lengua de la tierra siguieron su viaje hasta cuarenta y un grado y un tercio, y en un río que entra una gran bahía, que se dice Cauten, y en otro río que se dice Leobue, tomó el capitán Gerónimo de Alderete la posesión en nombre de Su Majestad y del general Pedro de Valdivia en su real nombre, con los demás hijosdalgos que para aquel efecto allí iban. Tomada la posesión y lengua de la tierra, y tomada el altura por el capitán y piloto, y hechas las solemnidades que en tal caso se requerían y requieren, hicieron vuelta y vinieron muy contentos en ver tan poblada la tierra. Y allegaron al puerto de Valparaíso el día del bienaventurado señor San Gerónimo, prostero día del mes y año dicho, y dieron relación al general de lo que habían visto. En esta sazón envió a mandar a la villa de la Serena a su teniente y cabildo de ella, que todos los indios que de los términos de la ciudad de Santiago allá estaban, los enviasen amenazados a sus caciques y a su tierra, y si después otros algunos se fuesen allá, que los castigasen y no los consintiesen. Y juntamente con esto envió a Francisco de Aguirre con veinte y cinco hombres de a caballo y de a pie, y le mandó que fuese a la parte del sur hasta el río de Maule, que es treinta leguas de la ciudad de Santiago, y que allí hiciese un fuerte y que de él corriese la tierra adentro hasta veinte leguas por tres cosas, la una, para que si los indios pormocaes huir quisiesen por no servir, que hallasen quien los castigase, y a los que topasen que los costriñesen a que viniesen a sus tierras y a sus caciques a servir, de esta suerte toda la tierra serviría, y la otra, porque los indios maules, viendo aquello y que les corrían la tierra, no consentirían a los pormocaes en su tierra y ellos se sujetarían y vendrían a la obediencia. Habiendo el general hechas estas cosas tan necesarias, y viendo que en la ciudad y en su compañía había poca gente para poder enviar a visitar la villa de la Serena, acordó hacer un bergantín y con él visitar de tres en tres meses. Y cada vez que iba este bergantín les llevaba trigo y maíz y cebada, así para comer como para sembrar, y aves y puercos para que criasen. Y de esta manera permanecían y en esto tenía especial cuidado el general. Y con esta buena solicitud se sustentó aquella villa.
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Que trata de las guerras y conquistas que tuvo el imperio contra los rebeldes de las naciones remotas En el año de 1492, que llaman matlactliomey técpatl fue la conquista de la provincia de Tzapotlan, y el siguiente de 1493, fue la de Xaltépec que se había rebelado. El de noventa y cuatro fue preso en batalla Tlacahuepantzin, uno de los hijos legítimos de Axayacatzin, por los de Atlixco, y fue sacrificado a sus falsos dioses. En el de 1495, el ejército de los aculhuas fue contra los de Tlitépec y volvió destrozado. En el siguiente de 1496 fueron los ejércitos de las tres cabezas del imperio contra los de la provincia de Tequantépec, en donde asimismo fueron destrozados y perdieron mucho de su fama y reputación, y mostró Dios su castigo y saña que contra él tenía por los muchos sacrificios que había hecho, y no paró aquí, sino que les envió otros castigos, como se verá adelante. El siguiente de 1497 sojuzgaron otras dos provincias, las de Amaxtlan y Xochitlan.