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Cómo el Almirante hubo grande fatiga y trabajo al navegar entre tan innumerables islas Prosiguiendo el Almirante su nimbo al Occidente entre numerosas islas, jueves, a 22 de Mayo, llegó a una poco mayor que las otras, a la que puso nombre de Santa Marta, y saliendo a un pueblo que había en ésta, ningún indio quiso esperar ni salir a conversar con los cristianos. No se halló en las casas cosa alguna, fuera de peces, de los que se mantienen aquellos indios; y muchos perros, como mastines, que también se alimentan de pescado. Por ello, sin tener conversación con ninguno, y sin ver cosa notable, siguió su camino al Nordeste, entre otras muchas islas, en las que había numerosas grullas rojas como escarlata, papagayos, y otras especies de aves, perros semejantes a los mencionados, e infinita hierba de la que halló en el mar cuando descubrió las Indias. Por tal navegación, entre muchos bancos y tantas islas, se sentía el Almirante muy fatigado; porque a veces era obligado a ir hacia el Occidente, otras al Norte, y otras al Mediodía, según que daba lugar la disposición de los canales; pues, no obstante el aviso y la diligencia que ponía en hacer sondar el fondo, y que hubiese atalayas en la gavia para descubrir el mar, la nave no pocas veces daba en el fondo, sin poderlo evitar, pues había en el contorno innumerables bajos. Por lo cual, navegando siempre de este modo, volvió a tomar tierra en la isla de Cuba, para proveerse de agua, de la que tenía gran penuria; y como por la espesura del paraje donde llegaron no divisaran población alguna, sin embargo, cierto marinero que salió a tierra y anduvo con su ballesta para matar algún pájaro u otro animal en el bosque, halló treinta indios con las armas que usan, a saber, lanzas y unos palos que llevan en lugar de espadas, y que son por ellos denominados macanas. Refirió el marinero que entre estos había visto uno cubierto con una ropa blanca que le llegaba a las rodillas, y dos que la llevaban hasta los pies; los tres, blancos como nosotros, pero que no había llegado a conversar con ellos, porque, temiendo de tanta gente, comenzó a gritar llamando a sus compañeros; los indios huyeron y no volvieron más. Aunque al día siguiente el Almirante, para saber lo cierto, mandó ciertos hombres a tierra, no pudieron caminar más de media legua, por la gran espesura de las plantas y de los árboles, y por ser toda aquella costa llena de ciénagas y fangos por espacio de dos leguas desde la orilla hasta donde se veían cerros y montañas; de modo que sólo vieron huellas de pescadores en la playa, y muchas grullas como las de España, si bien de mayor corpulencia. Yendo luego con los navíos hacia Poniente, por espacio de diez leguas, vieron casas en la marina, de las que salieron algunas canoas con agua y cosas que los indios comen, y las llevaron a los cristianos, por los cuales fue todo bien pagado; el Almirante hizo detener a un indio de aquellos diciendo a éste y a los demás por un intérprete, que tan pronto como enseñase el camino y le informara de algunas cosas de aquella región, le dejaría libremente volver a su casa. Quedó el indio muy contento con esto, y dijo al Almirante, como hecho cierto, que Cuba era isla, y que el Rey o cacique de la parte occidental no hablaba con sus vasallos más que por señas, por las que era muy luego obedecido en todo lo que les mandaba; que toda aquella costa era muy baja, llena de muchas islas, lo que se halló ser verdad, pues el día siguiente, que fue 11 de Junio, para ir con los navíos desde un canal a otro más profundo, convino al Almirante hacerlos remolcar con las gúmenas por un banco de arena, donde el agua no tenía una braza de hondura, y su anchura la de dos naos. Acercándose de este modo más a Cuba, vieron tortugas de dos o tres brazas de grandes, y en tanto número que cubrían el mar. Después, al salir el sol, vieron una nube de cuervos marinos, tan numerosas que ofuscaba la luz del día; venían de alta mar, hacia la isla, y de allí a poco bajaron a tierra; también fueron vistas muchas palomas y otras aves de diversas especies; al día siguiente fueron a las naves tantas mariposas que obscurecían el aire y duraron hasta la tarde, que las ahuyentó una copiosa lluvia.
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De cómo Tupac Inca Yupanqui anduvo por Los Llanos y cómo todos los más de los Yuncas vinieron a su señorío. Como el rey Tupac Inca determinase de ir a los valles de Los Llanos, para atraer a su servicio y obediencia los moradores dellos, abajó a lo de Túmbez y fue honradamente rescibido por los naturales, a quienes Tupac Inca mostró mucho amor; y luego se puso del traje quellos usaban para más contentarles y alabó a los principales el querer sin guerra tomarle por Señor, y prometió de los tener y estimar como a hijos propios suyos. Ellos, contentos con oir sus buenas palabras y manera con que les trataba, dieron la obediencia con honestas condiciones y permitieron quedar entre ellos gobernadores y hacer edificios; puesto que, sin esto que algunos indios afirman, tenían otros que Tupac Inca pasó de largo sin dejar hecho asiento en aquella tierra, asta que Guayna Capac reinó; mas si hemos de mirar estos dichos de los indios, nunca concluiremos nada. Saliendo de aquel valle caminó el rey Inca por lo más de la costa, yendo haciendo el camino real tan grande y hermoso como hoy parece lo que dél ha quedado; y por todas partes era servido y salían con presentes a le servir; aunque, en algunos lugares, afirman que le dieron guerra, pero no fue parte para quedar sin ser vasallos suyos. En estos valles se estaba algunos días bebiendo y dándose a placeres, holgándose de ver sus frescuras. Hicieron por su mandado grandes edificios de casas y templos. En el valle de Chimo dicen que tuvo recia guerra con el Señor de aquel valle, y que teniendo su batalla estuvo en poco quedar el Inca desbaratado de todo punto; mas, prevaleciendo los suyos, ganaron el campo y vencieron a los enemigos, a los cuales Tupac Inca con su clemencia perdonó, mandándoles, a los que vivos quedaron, que en sembrar sus tierras entendiesen y no tomasen otra vez las armas para él ni para otros. Quedó en Chimo su delegado; y lo más destos valles iban con los tributos a Caxamalca; y porque son hábiles para labrar metales, muchos dellos fueron llevados al Cuzco y a las cabeceras de las provincias, donde labraban plata y oro en joyas, vasijas y vasos y lo que más mandado les era. De Chimo pasó adelante el Inca y en Parmunquilla mandó hacer una fortaleza, que hoy vemos, aunque muy gastada y desbaratada. Éstos Yuncas son muy regalados y los señores viciosos y amigos de regocijos; andaban a hombros de sus vasallos; tenían muchas mujeres, eran ricos de oro y plata y piedras y ropa y ganados. En aquellos tiempos servíanse con pompa; delante dellos iban truhanes y decidores; en sus casas tenían porteros; usaban de muchas religiones. Dellos de voluntad se ofrecieron al Inca y otros se pusieron en armas contra él; mas, al fin, él quedó por soberano Señor dellos todos y monarca. No les quitó sus libertades ni costumbres viejas, conque usasen de las suyas, que de fuera o de grado se habían de guardar. Quedaron indios diestros que les impusieran en lo que el rey quería que supiesen, y en aprender la lengua general tuvieran cuidado grande. Pusiéronse mitimaes y, por los caminos, postas; cada valle tributaba moderadamente lo que dar de tributo podía que en su tierra, sin lo ir a buscar a la agena, hobiese; a ellos guardábase la justicia, mas cumplían lo que prometían; cuando no, el daño era suyo y el Inca cobraba enteramente sus rentas. Señorío no se tiró a señor natural ninguno, pero sacáronse de los hombres de los valles muchos, poniéndose de los unos en los otros y para llevar a otras partes para los oficios que dicho se han. Diose el Inca a andar por los demás valles con el mejor orden que podía, sin consentir que daño ninguno fuese hecho en los pueblos ni en los campos de las tierras por do pasaba; y los naturales tenían mucho bastimento en los depósitos y aposentos que por los caminos estaban hechos. Y con esta o le1n el Inca anduvo hasta que llegó al valle de Pachacama, donde estaba el templo tan antiguo y devoto de los Yuncas, muy deseado de ver por él; y como llegó a aquel valle, afirman que solamente quisiera que hubiera el templo del sol, mas como aquel era tan honrado y tenido por los naturales no se atrevió y contentóse con que se hiciese casa del sol grande y con mamaconas y sacerdotes para que hiciesen sacrificios conforme a su religión. Muchos indios dicen que el mesmo Inca habló con el demonio que estaba en el ídolo de Pachacama, y que le oyó cómo era el hacedor del mundo y otros desatinos que no pongo por no convenir; y que el Inca le suplicó le avisase con que servicio sería más honrado y alegre y que respondió que le sacrificasen mucha sangre humana y de ovejas. Pasado lo sobredicho, cuentan que fueron hechos grandes sacrificios en Pachacama por Tupac Inca Yupanqui y grandes fiestas, las cuales pasadas dio la vuelta a Cuzco por un camino que se le hizo, que va a salir al valle de Xauxa, que atraviesa por la nevada sierra de Pariacaca, que no es poco de ver y notar su grandeza y cuán grandes escaleras tiene, y hoy día se ven por entre aquellas nieves, para la poder pasar. Y visitando las provincias de la serranía y proveyendo y ordenando lo que más convenía para la buena gobernación allegó al Cuzco, a donde fue recebido con grandes fiestas y bailes y se hicieron en el templo grandes sacrificios por sus victorias.
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Cuéntase como se tuvo vista de una gran tierra, y otras islas Desta isla de San Marcos se fue navegando como al Sudueste con gente a los topes; y como a las diez del día fue vista al Sueste, a distancia de doce leguas, una tierra de muchas sierras y llanos y arboledas sin verle fin, por más que se procuró todo aquel día. El capitán le puso en nombre la Margaritana. Como a veinte leguas al Poniente se vio una isla de tan buena vista, que pareció acierto ir a ella: al tercio del camino vimos a otra hasta de tres leguas: es rasa y tiene un cerro que parece farallón mirado un poco lejos. Salieron della dos piraguas a la vela, por lo que se entendió estar poblada; y por su mucha arboleda y alegre vista se le dio el nombre de Verjel. El viento era poco, a cuya causa y por el debido cuidado en tierras no conocidas, pairamos aquella noche. El otro día, que se contaron veinte y siete, a una vista al Norte de a donde estábamos, se vio una larga isla que se corre como de Nordeste Sudueste, cuyas cabezas de sus muchos cerros dieron cudicia al capitán de ir a verla, y lo dejó por cosas que se ofrecieron. Su altura a buen juzgar son trece grados, y su nombre las Lágrimas de San Pedro. Al Noroeste se vio otra isla que se juzgó tener de boj sesenta leguas. Tiene dos altos y faldosos cerros a los remates; lo demás es una tierra llana, de muy buena vista, así por su forma como Por sus muchas arboledas. Su altura son menos de catorce grados, y su nombre los Portales de Belén.
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De cómo el gobernador habló a los oficiales y les dio aviso de lo que pasaba Luego el gobernador mandó juntar los oficiales y clérigos, y siendo informados de la relación de los indios xarayes y de los guaraníes que -están en su frontera, fue acordado que con algunos indios naturales de este puerto, para más seguridad, fuesen dos españoles y dos indios guaraníes a hablar los indios xarayes, y viesen la manera de su tierra y pueblos, y se informasen de ellos de los pueblos y gentes de la tierra adentro, y del camino que iban dende su tierra hasta llegar a ellos, y tuviesen manera cómo hablasen con los indios guaraníes, porque de ellos más abiertamente y con más certeza podrían ser avisados y saber la verdad. Este mismo día se partieron los dos españoles, que fueron Héctor de Acuña y Antonio Correa, lenguas e intérpretes de los guaraníes, con hasta diez indios sacocies y dos indios guaraníes, a los cuales el gobernador mandó que hablasen al principal de los xarayes, y le dijesen cómo el gobernador los enviaba para que de su parte le hablasen y conosciesen, y tuviesen por amigo a él y a los suyos; y que le rogaba le viniesen a ver, porque le quería hablar, y que a los españoles los informase de las poblaciones y gentes de la tierra adentro y el camino que iba dende su tierra para llegar a ellas; y dio a los españoles muchos rescates y un bonete de grana para que diesen al principal de los dichos xarayes; y otro tanto para el principal de los guaraníes, que les dijesen lo mismo que enviaba a decir al principal de los xarayes. Otro día después llegó al puerto el capitán Gonzalo de Mendoza con su gente y navíos, y le informaron que la víspera de Todos Santos, viniendo navegando por tierra de los guaxarapos y habiéndoles hablado y dádose por amigos, diciendo haberlo hecho así con los navíos que primero habían subido, porque el tiempo de vela era contrario, habían salido a surgir los españoles que iban en los bergantines, y al doblar de un torno a vuelta del río, donde se pudo dar vela con los cinco que iban delanteros, el que quedó detrás, que fue un bergantín donde venía por capitán Agustín de Campos, viniendo toda la gente de él por tierra sirgando, salieron los indios guaxarapos y dieron en ellos, y mataron cinco cristianos, y se ahogó Juan de Bolaños por acogerse a un navío, viniendo salvos y seguros, teniendo los indios por amigos, fiándose y no se guardando de ellos; y que si no se recogieran los otros cristianos al bergantín, a todos los mataran, porque no tenían ningunas armas con que se defender ni ofender. La muerte de los cristianos fue muy gran daño para nuestra reputación, porque los indios guaxarapos venían en sus canoas a hablar y comunicar con los indios del puerto de los Reyes, que tenían por amigos, y les dijeron cómo ellos habían muerto a los cristianos, y que no éramos valientes, y que teníamos las cabezas tiernas, y que nos procurasen matar y que ellos los ayudarían para ello; y de allí adelante los comenzaron a levantar y poner malos pensamientos a los indios del puerto de los Reyes.
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Cómo acordamos de ir a México, y antes que partiésemos dar con todos los navíos al través, y lo que más pasó; y esto de dar con los navíos al través fue por consejo e acuerdo. de todos nosotros los que éramos amigos de Cortés Estamos en Cempoal, como dicho tengo, platicando con Cortés en las cosas de la guerra y camino para adelante, de plática en plática le aconsejamos los que éramos sus amigos que no dejase navío en el puerto ninguno, sino que luego diese al través con todos, y no quedasen ocasiones, porque entre tanto que estábamos la tierra adentro no se alzasen otras personas como los pasados; y demás desto, que teníamos mucha ayuda de los maestres, pilotos y marineros, que serían al pie de cien personas, y que mejor nos ayudarían a pelear y guerrear que no estando en el puerto; y según vi y entendí, esta plática de dar con los navíos al través que allí le propusimos, el mismo Cortés lo tenía ya concertado, sino que quiso que saliese de nosotros, porque si algo le demandasen que pagase los navíos, que era por nuestro consejo, y todos fuésemos en los pagar. Y luego mandó a un Juan Escalante, que era alguacil mayor y persona de mucho valor y gran amigo de Cortés, y enemigo de Diego Velázquez porque en la isla de Cuba no le dio buenos indios, que luego fuese a la villa, y que de todos los navíos se sacasen todas las anclas, cables, velas y lo que dentro tenían de que se pudiesen aprovechar, y que diese con todos ellos al través, que no quedasen más de los bateles; e que los pilotos e maestres viejos y marineros que no eran buenos para ir a la guerra, que se quedasen en la villa, y con dos chinchorros que tuviesen cargo de pescar, que en aquel puerto siempre había pescado, aunque no mucho; y el Juan de Escalante lo hizo según y de la manera que le fue mandado, y luego se vino a Cempoal con una capitanía de hombres de la mar, que fueron los que sacaron de los navíos, y salieron algunos dellos muy buenos soldados. Pues hecho esto, mandó Cortés llamar a todos los caciques de la serranía de los pueblos nuestros confederados, y rebelados al gran Montezuma, y les dijo cómo habían de servir a los que quedaban en la Villa Rica, e acabar de hacer la iglesia, fortaleza y casas; y allí delante dellos tomó Cortés por la mano al Juan de Escalante, y les dijo: "Este es mi hermano"; y que lo que les mandase que lo hiciesen; e que si hubiesen menester favor e ayuda contra algunos indios mexicanos, que a él recurriesen, que él iría en persona a les ayudar. Y todos los caciques se ofrecieron de buena voluntad de hacer lo que les mandase; e acuérdome que luego le zahumaron al Juan de Escalante con sus inciensos, y aunque no quiso. Ya he dicho era persona muy bastante para cualquier cargo y amigo de Cortés, y con aquella confianza le puso en aquella villa y puerto por capitán, para si algo enviase Diego Velázquez, que hubiese resistencia. Dejarlo he aquí, y diré lo que pasó. Aquí es donde dice el cronista Gómara que mandó Cortés barrenar los navíos y también dice el mismo que Cortés no osaba publicar a los soldados que quería ir a México en busca del gran Montezuma. Pues ¿de qué condición somos los españoles para no ir adelante, y estarnos en partes que no tengamos provecho e guerras? También dice el mismo Gómara que Pedro de Ircio quedó por capitán en la Veracruz; no le informaron bien. Digo que Juan de Escalante fue el que quedó por capitán y alguacil mayor de la Nueva España, que aún al Pedro de Ircio no le habían dado cargo ninguno, ni aun de cuadrillero, ni era para ello; ni es justo dar a nadie lo que no tuvo, ni quitarlo a quien lo tuvo.
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Capítulo LVIII De cómo Belalcázar desbarató un capitán que enviaron contra él y llegados a Tomabanba, recibieron grande alegría los naturales en ver los cristianos con los cuales formaron amistad; y de cómo los capitanes de Quito salieron para les dar guerra Había determinado Ruminabi e Zopezopagua, que era el gobernador de Quito, que fuese un capitán del linaje de los incas llamado Chuquitinto a ponerse con una guarnición de gente cerca de Coropalta para ofender a los cristianos sus enemigos, antes que en los Cañares entrasen. Ofrecióse de hacer algún hecho grande. Llevó consigo poco más que mil hombres de guerra; habiendo hecho alto cerca de Coropalta, deseaba que los españoles llegasen, pareciéndole a él, y a los que le acompañaban, no harían gran hazaña en los desbaratar y matar a todos. Belalcázar, habiendo adelantádose de su gente --como se ha dicho-- con treinta caballos, llegó a vista de la gente de guerra, y en tanta manera se asombraron de ver los caballos y que ya estaban encima de ellos que, llenos de temor y espanto, comenzaron a huir. Desbaratada esta gente, estuvo en el lugar Belalcázar ocho días en los cuales acabó de llegar al real, y juntándose los unos con los otros. Sabían los Cañares cómo los españoles iban contra los de Quito, de que mostraron gran contento y alegría, porque Atabalipa y los otros que habían quedado en su nombre, los habían quebrantado y robado lo más y mejor de sus haciendas. Belalcázar tuvo aviso como en aquella tierra aguardaban a los españoles con paz y amor. Hizo luego mensajeros esforzándolos en el propósito, loando la virtud de sus pasados y de ellos. Con esta embajada se alegraron más los Cañares; y, los principales de la tierra, con más de trescientos hombres armados para les ayudar, fueron a encontrarse con Belalcázar; llorando muy agriamente todos ellos, de placer, de que vieron a los españoles implorando su ayuda contra sus crueles enemigos, afirmando que Dios, condoliéndose de ellos ponía tanta virtud en sus brazos que bastase a lo que habían hecho para que ellos fuesen vengados de los que sin razón ni justicia los habían robado y muerto los más de ellos. Belalcázar los recibió bien; prometió de los tener por amigos y de les dar venganza de sus enemigos. Y esta paz fue firme; no ha quebrado ni faltado, aunque los españoles, en diversos tiempos y por casos que han sucedido, han sido molestos a estos Cañares y los han fatigado y hecho en ellos lo que suelen hacer en todos los demás. Servíanlos con voluntad, sin doblez, llevando en sus hombros cargas del bagaje hasta llegar a su provincia, donde todo el tiempo que por ello anduvieron fueron muy servidos, y proveídos bastantemente de lo necesario. Notaron mucho Belalcázar y los que con él iban los aposentos que hallaron en Tomabanba cuántos y cuan ricos y cómo estaban tan bien trazados y el edificio de piedras sutilmente puestas, y en unas y otras hecho el encaje para asentar. Conocieron que habían dicho los indios verdad de haber robado grandes tesoros del templo, y de los palacios, porque vieron las señales donde estaban. Veían grandes manadas de ovejas y carneros. Pareció a todos que sería acertado caminar con celeridad hacia el Quito, porque allí pensaban henchir las manos con los muchos tesoros que decían haber. En el Quito, luego se supo cómo habían entrado los españoles en los Cañares; y de la amistad que entre unos y otros asentaron, después de haber desbaratado al capitán que habían enviado. Tornaron los principales y mandones con los sacerdotes de los templos a entrar en consulta tomando nuevos consejos para lo que les convenía hacer para que los cristianos no prevaleciesen contra ellos; pues estaba claro, si los superaban, para siempre quedarían en servidumbre y cautiverio de gente extranjera, y tan cruel como por la experiencia sabían. Y otras cosas sobre esto hablaron, animándose los unos a los otros para la defensa de sus tierras y conservación de sus personas en tranquila paz, para con ella poder gozar de sus fiestas y religión, como sus antecesores, por aplacar al sol, dios soberano de ellos, y al gran dios hacedor de las cosas, a quien llamaban Ticiviracocha, y a los otros sus dioses que, habiendo de ellos piedad y misericordia, les diesen la victoria contra los cristianos. Se hicieron grandes sacrificios a su costumbre, matando muchos animales, la sangre de los cuales rociaban en los altares donde estaban las arcas para hacer la ofrenda. Y por consejo de los que hablan con el demonio y parecer de todos los sacerdotes fue determinado que los capitanes y mandones saliesen con toda la gente de guerra al camino a se encontrar con los cristianos, sus enemigos, llevando confianza en que los desbaratarían y matarían. Los capitanes mandaron que la gente que estaba derramada se juntase para que partiesen luego a defender la entrada que los españoles hacían en la tierra y recogiéronse más de cincuenta mil hombres de guerra, todos con sus armas y aderezos para ella pertenecientes; y con buena orden, llevando proveimiento necesario salieron de Quito caminando por el camino real hasta llegar a Teocajas; donde, entrados en su acuerdo, les pareció aguardar en aquella parte a los cristianos porque sabían estar ya muy cerca de ellos, saliendo espías que sabían bien la tierra para tomar aviso de lo que hacían, y adonde llegaban. En esto, Belalcázar, que fue capitán animoso para estas conquistas, con buena orden y concierto que tenía con su gente, llegó hasta entrar en los tambos principales de Teocajas, donde se aposentaron los nuestros y salió Ruy Díaz con diez caballos por su mandado a correr el campo para reconocer lo que había. Los indios de guerra tuvieron aviso de las espías de la salida de estos diez cristianos. Alegráronse creyendo que sin mucho trabajo los matarían a la abajada de un collado alto y ancho por donde va el camino que ellos llevaban. Y así, Zopezopagua, gobernador de Quito, con su gente, Ruminabi con la suya, se pusieron en orden. Los diez españoles habían abajado la sierra, y llegado al llano por do pasaba un río, y un indio con un grito, dijo: "¡Véislos aquí! ¿Qué aguardáis?". Salieron a ellos con una grita infernal, habiendo para cada cristiano mil indios. Fue Dios servido de los guardar de sus manos con daño de ellos porque muchos fueron muertos con las lanzas, juntándose los españoles, con ánimo grande. Y uno de ellos, viendo en el peligro en que estaba, a pesar de los indios, volvió al tambo, donde dio cuenta a Belalcázar de cómo estaban cercados del poder de todos los indios. Luego, salieron los de a pie y los de a caballo con sus armas, quedando algunos para guarda del real. Los capitanes de los indios salieron por todas partes e la batalla entre todos se trabó de veras, juntos los españoles con los nueve que fueron con Ruy Díaz. Animábanse unos a otros diciendo que mirasen cuán pocos eran los españoles y que si sus pecados permitían que por ellos fuesen de aquella vez vencidos, quedaban señores de su antigua tierra y de ellos también, de los cuales serían tratados ásperamente. Los cristianos también hacían sus consideraciones, que les convenía pelear con esfuerzo pues no les iba menos que las vidas. En esto los caballos discurrían por los escuadrones. El campo estaba lleno de los muertos que caían y los indios tuvieron tanta constancia en el pelear cuanto se puede decir, porque puesto que conocían su perdición y la gran ventaja que los españoles les tomaban, aunque eran tan pocos; mantuvieron la pelea sin dejar la batalla hasta que él, que todo puede --que es Dios--, entró de por medio con la oscuridad de la noche que envió, que fue causa que los unos de los otros se partieron sin del todo ser vencidos ni vencedores. Mataron los indios dos caballos e hirieron algunos cristianos. El uno de los caballos era de Albarrán, y el otro de Girón; de que pesó mucho a todos, porque la fuerza de la guerra y quien la ha hecho a estos indios, los caballos son. De los indios murieron --a lo que yo entendí-- más de cuatrocientos de ellos y heridos mayor número. Belalcázar, habiendo recogido su gente, volvía a los tambos. Decíanles los indios que no pensasen que había de ser lo que fue en Caxamalca, que ellos los habían de matar a todos. Y como fuese de noche, juntáronse enviando los heridos a que fuesen curados, comiendo los demás, haciendo albarradas y fuertes para estar seguros de los españoles que también habían curado los heridos y entendían en reposar ellos y sus caballos del trabajo pasado. Quieren decir que a uno de los caballos que murieron, cortaron los indios la cabeza y los pies y los enviaron por presente a los señores de la comarca, teniendo en más haber podido matarle que no perder los que de ellos fueron muertos. Belalcázar y los suyos platicaron sobre lo que harían para poder ir seguramente al Quito, porque supieron de algunos, que se pasaban, cómo los indios de guerra eran muchos, y se habían hecho fuertes por el camino que habían de llevar. Determinaron de tomar otro que iba a salir a Chimo y a los Purúas. Era gran dificultad no saber la tierra, porque entonces entraban nuevamente en ella. Salieron los caballos con los peones llevando el bagaje; pusieron fuego a los tambos cuando salían, dicen unos que para con el ofuscamiento del humo saliesen sin ser vistos de los enemigos, otros cuentan que no es sino por quemar a los dos caballos que los indios mataron porque no cortasen cabeza ni pies; de lo que otros también cuentan porque no tuviesen presunción que habían bastado a matar caballos, pues algunos de ellos creyeron ser inmortales: lo cual yo no creo ni tal a ellos oí. Caminaron toda la noche por entre unos collados con gran pena por no saber ciertamente si iban bien encaminados. Un indio de aquella tierra que se había hallado en Caxamalca, queriendo granjear su amistad, avisó de cómo Ruminabi y Zopezopagua, y otros capitanes, estaban con gran golpe de gente puestos en el camino real aguardando a les dar guerra; más que por amor de ellos, él los guiaría por camino seguro y los pondría fuera del lugar peligroso. El capitán se lo agradeció, diciéndole que lo hiciese así y que tuviese entera fe con los españoles, que ellos se lo pagarían bien; y, tomando a este indio por delante, caminaron. Sabia la tierra tan bien, que los llevó por entre unos vallecetes hasta que salieron a un río por bajo de donde la gente de guerra estaba; que ya habían entendido lo que había pasado y el camino que los cristianos llevaban, de que recibieron grande angustia; y congoja, y no teniéndose por seguros donde estaban, desampararon aquella estancia sin dejar en ella sino fue algunos indios que hiciesen muestra de estar en ella todos. Belalcázar dio prisa que pasasen aquel río, pareciéndole que estaría de la otra parte de él, más seguro; y con la diligencia y presteza que tienen los hombres en estas partes, se hizo luego con gran brevedad.
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Capítulo LVIII Que trata de cómo envió el general Pedro de Valdivia un caudillo con doce compañeros a prender al cacique Cataloe que estaba en un fuerte Andando este caudillo que se decía Pere Esteban, con sus doce compañeros solicitando lo que por su general le fue mandado y encargado, tuvo por nueva cómo el cacique Cataloe estaba bebiendo, como ellos lo traen de costumbre, en una borrachera solemne o banquete que a todos los indios hacía. Y estaban todos en una fuerza metidos en las cabezadas del valle de Limarí, que era suyo, en sitio de tierra que al parecer no podían por ella caminar. Y había hasta llegar al pucarán y fuerza muy malos pasos y en algunos gentes de guerra en guarnición. Y como el caudillo era animoso y fue bien informado, aunque llevaba poca gente, partió con sus doce compañeros una madrugada tres horas antes del día, y subió por unas peñas arriba con demasiado trabajo de ellos y de sus caballos. Llevaban por guía indios que tomaban, y no fueron a la puerta de la fortaleza porque tenían gran recaudo y el sitio era agro, y hacíalo más fuerte una quebrada profunda que cercana tenía, y si acaso por allí entraran, no dejara de recebir gran daño. Entraron por la parte más descuidada y más aparejada para dar combate, entre unas peñas muy grandes, y estaban los indios fuera de sospecha, y no entendían que los españoles irían allá sino por lo llano, prencipalmente con caballos. Y tenían que por las otras partes no podrían ir. Caminaron con los caballos de diestro con gran peligro de ser despeñados, o por lo menos sacar los caballos mancos. Y estando para subir y hacer entrada para los caballos, unos indios que en un pico de sierra alta cercana estaban, viéronlos y dieron grandes voces y alaridos. Y como los indios de Cataloe estaban embriagados, con el ruido que ellos hacían, no oyeron las voces del aviso que tanto les convenía. De suerte que los españoles entraron en el fuerte hasta la plaza donde Cataloe y toda la gente estaba. Y como vieron que los españoles habían venido allí sin ser vistos de sus velas y centinelas, quedaron espantados, atónitos y turbados todos, y no tuvieron ánimo para tomar armas y defenderse. Pues viendo la obra de los españoles y ellos tornando un poco en sí, acordaron dejar el fuerte y esconderse cada uno por su parte por aquella quebrada y entre peñas. Y lo mesmo hicieron los que en guardia tenían la puerta, puesto que tenían gran cantidad de flechas. Todos huyeron y fueron muchos heridos y algunos muertos y el cacique preso. Luego que esto se hizo, echaron fuego a las casas, que eran muchas, y se salieron y pasaron los malos pasos que había por la ladera. Dejaron ardiendo la entrada del fuerte y cierta parte de palenque que tenían hecho, porque lo demás la naturaleza lo tenía fortificado mejor que ellos lo pudieron hacer. Allegados a lo llano, en parte segura pidieron los españoles al cacique Cataloe, que traían preso, que mandase venir a su gente de paz y que hiciesen casas en que estuviesen. Y estando aquí de asiento este caudillo con estos doce compañeros, preguntaba al cacique y a los demás indios que allí venían a servir si sabían nueva del capitán Monrroy, la cual negaban por tenello de costumbre de no decir verdad. Andando en estos negocios estos doce españoles buscando alguna comida, porque no la tenían de sobra, acaso sucedió que una india dijo a un español cómo ella sabía dónde estaba enterrado en una cierta parte mucho maíz. Y sabido por el caudillo el secreto que la india había descubierto, fueron allá y sacaron de dos hoyos ochenta cargas de maíz, lo cual no tuvieron en poco por ser en el tiempo que era. Y traído al alojamiento, dio el caudillo lo que buenamente bastaba a cada uno, y todo lo demás mandó que el cacique Cataloe y el otro señor lo tomasen a su cargo y lo guardasen, y que cada y cuando que se les fuese pedido diesen cuenta de él. Hecha esta diligencia, se vino el caudillo y sus compañeros a la ciudad, y trajeron consigo presos al cacique Cataloe y al otro cacique.
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Que trata de la muerte de Tizotzicatzin, rey de México, y sucesión de Ahuitzotzin, y de otras cosas que acaecieron antes de su muerte Según por los anales parece, en cinco años y algunos días más que reinó Tizotzicatzin, no sucedió en todo este tiempo cosa de consideración, si no fueron algunas muertes de señores y sucesión de otros, como fue la muerte de Techotlalatzin, segundo señor de Iztapalapan, en el año de 1482, que llaman ce tochtli, y en el siguiente de 1483, fue la entrada que hicieron los de Cuauhnáhuac: en Atlixco contra los de Huexotzinco, de donde volvieron destrozados y murió la mayor parte de sus gentes, porque los huexotzincas les castigaron muy bien su atrevimiento. El siguiente de 1485, murió Quauhpopocatzin, señor de Coatlichan, y le sucedió Xaquintzin; también entró en el señorío de Chimalhuacan, Matlaquahuacatzin; y en el de 1486, que llamaron chicome tochtli, murió el rey Tizotzicatzin, y sobre la causa de su muerte hay variedades de opiniones entre los autores; porque unos dicen que los suyos lo mataron secretamente, y otros que le dieron bocado, aunque en la historia que yo sigo no se trata de tal opinión. Muerto que fue, y juntos los electores con los reyes de Tetzcuco y Tlacopan, fue por ellos electo Ahuitzotzin, famosísimo capitán de los mexicanos, y sumo sacerdote que era del templo mayor, hermano menor de Ticotzicatzin y Axayacatzin. Luego que entró en el reino procuró con muchas veras engrandecer los simulacros y templos de sus falsos dioses; y así comenzó a edificar los templos, con más suntuosidad que los que sus mayores habían dejado.
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En que se prosigue la historia hasta contar la fundación de la ciudad de San Miguel, y quién fue el fundador La ciudad de San Miguel fue la primera que en este reino se fundó por el marqués don Francisco Pizarro, y adonde se hizo el primer templo a honra de Dios nuestro Señor. Y para contar lo de los llanos, comenzando desde el valle de Tumbez, digo que por él corre un río, el nacimiento del cual es (como dije atrás) en la provincia de los Paltas, y viene a dar a la mar del Sur. La provincia, pueblos y comarcas destos valles de Tumbez por naturaleza es sequísima y estéril, puesto que en este valle algunas veces llueve, y aun llega el agua hasta cerca de la ciudad de San Miguel; y este llover es por las partes más llegadas a las sierras, porque en las que están cercanas a la mar no llueve. Este valle de Tumbez solía ser muy poblado y labrado, lleno de lindas y frescas acequias, sacadas del río, con las cuales regaban todo lo que querían, y cogían mucho maíz y otras cosas necesarias a la sustentación humana, y muchas frutas muy gustosas. Los señores antiguos dél, antes que fuesen señoreados por los ingas, eran temidos y muy obedescidos por sus súbditos, más que ningunos de los que se han escripto, según es público y muy entendido por todos; y así, eran servidos con grandes cerimonias. Andaban vestidos con sus mantas y camisetas, y traían en la cabeza puestos sus ornamentos, que era cierta manera redonda que se ponían hecha de lana, y alguna de oro o plata, o de unas cuentas muy menudas, que tengo ya dicho llamarse chaquira. Eran estos indios dados a sus religiones y grandes sacrificadores, según que más largamente conté en las fundaciones de las ciudades de Puerto Viejo y Guayaquil. Son más regalados y viciosos que los serranos; para labrar los campos son muy trabajadores, y llevan grandes cargas; los campos labran hermosamente y con mucho concierto, y tienen en el regarlos grande orden; críanse en ellos muchos géneros de frutas y raíces gustosas. El maíz se da dos veces en el año; dello y de frísoles y habas cogen harta cantidad cuando lo siembran. Las ropas para su vestir son hechas de algodón, que cogen por el valle lo que para ello han menester. Sin esto, tienen estos indios naturales de Tumbez grandes pesquerías, de que les viene harto provecho; porque con ello y con lo que más contratan con los de la sierra han sido siempre ricos. Desde este valle de Tumbez se va en dos jornadas al valle de Solana, que antiguamente fue muy poblado, y que había en él edificios y depósitos. El camino real de los ingas pasa por estos valles entre arboledas y otras frescuras muy alegres; saliendo de Solana se llega a Pocheos, que está sobre el río llamado también Pocheos, aunque algunos le llaman Maicabilca, porque por bajo del valle estaba un principal o señor llamado deste nombre; este valle fue en extremo muy poblado, y cierto debió ser cosa y mucha la gente dél, según lo dan a entender los edificios, grandes y muchos; los cuales, aunque están gastados, se ve haber sido verdad lo que dél cuentan y la mucha estimación en que los reyes ingas lo tuvieron, pues en este valle tenían sus palacios reales y otros aposentos y depósitos; con el tiempo y guerras se ha todo consumido en tanta manera, que no se ve, para que se crea lo que se afirma, otra cosa que las muchas y muy grandes sepulturas de los muertos, y ver que, siendo vivos, eran por ellos sembrados y cultivados tantos campos como en el valle están. Dos jornadas más adelante de Pocheos está el ancho y gran valle de Piura, adonde se juntan dos o tres ríos, que es causa que el valle sea tan ancho, en el cual está fundada y edificada la ciudad de San Miguel; y no embargante que esta ciudad se tenga en este tiempo en poca estimación por ser los repartimientos cortos y pobres, es justo se conozca que merece ser honrada y previlegiada por haber sido principio de lo que se ha hecho y asiento que los fuertes españoles tomaron antes que por ellos fuese preso el gran señor . Al principio estuvo poblada en el asiento que llaman Tangarara, de donde se pasó por ser sitio enfermo, adonde los españoles vivían con algunas enfermedades; adonde agora está fundada es entre dos valles llanos muy frescos y llenos de arboledas, junto a la población, más cerca del un valle que del otro, en un asiento áspero y seco y que no pueden, aunque lo han procurado, llevar el agua a él con acequias, como se hace en otras partes muchas de los llanos; es algo enferma, a lo que dicen los que en ella han vivido, especialmente de los ojos; lo cual creo causan los vientos y grandes polvos del verano y las muchas humidades del invierno; afirman no llover antiguamente en esta comarca, si no era algún rocío que cala del cielo, y de pocos años a esta parte caen algunos aguaceros pesados; el valle es como el de Tumbez, y adonde hay muchas viñas y higuerales y otros árboles de España, como luego diré. Esta ciudad de San Miguel pobló y fundó el adelantado don Francisco Pizarro, gobernador del Perú, llamado en aquel tiempo la Nueva Castilla, en nombre de su majestad, año del Señor de 1531 años.
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CAPITULO LVIII Muerte ejemplar del V. P. Junípero. Viendo la Carta del R. P. Presidente, en la que me decía fuese para Monterrey, aunque no me decía fuese breve mi ida, pero viendo que dilataba el Barco a salir, me fui por tierra. Llegué el día 18 de agosto a su Misión de San Carlos, y hallé a S. P. muy postrado de fuerzas, aunque en pie, y con mucha cargazón de pecho; pero no por esto dejaba de ir por la tarde a la Iglesia a rezar la Doctrina y Oraciones con los Neófitos y concluyó el rezo con el tierno y devoto Canto de los Versos que compuso el V. P. Margil a la Asunción de Ntrâ. Señora, en cuya Octava nos hallábamos. Al oirlo cantar con la voz tan natural, dije a un Soldado que estaba hablando conmigo: no parece que el P. Presidente esté muy malo; y me respondió el Soldado (que lo conocía desde el año de 69): Padre, no hay que fiar: él está malo, este Santo Padre en hablar de rezar y cantar, siempre está bueno, pero se va acabando. El día siguiente, que era 19 del mes, me encargó cantase la Misa al Santísimo Patriarca San José, como acostumbraba todos los meses, diciéndome se sentía muy pesado: así lo hice; pero no faltó S. P. a cantar en el coro con los Neófitos, y a rezar los siete Padres nuestros y oraciones acostumbrarlas; por la tarde no faltó a rezar y cantar los Versos de la Virgen, y el siguiente día, que fue viernes, anduvo como siempre las Estaciones del Vía Crucis en la Iglesia con todo el Pueblo. Tratamos de espacio los puntos a que me llamaba, ínterin llegaba el Barco; pero siempre me recelaba de su próxima muerte, pues siempre que entraba en su cuartito o Celda que tenía de adobes, lo encontrba muy recogido en su interior, aunque su Compañero me dijo que de la misma manera había estado desde el día que expiró la facultad de confirmar, que como dije fue el mismo día que dio fondo el Barco en estos Establecimientos. A los cinco días de mi llegada a Monterrey, dio fondo en aquel Puerto el Paquebot, y luego el Cirujano del Rey pasó a la Misión a visitar al R. P. Presidente, y hallándolo tan fatigado del pecho, le propuso el aplicarle unos cauterios para llamar el humor que había caído al pecho: le respondió que de estos medicamentos que aplicase cuantos quisiese: hízolo así, sin más efecto que el de mortificar aquel fatigado cuerpo, aunque ni de este fuerte medicamento, .ni de los dolores que padecía, se le oyó la menor demostración de sentimiento, como si tales accidentes no tuviera, siempre en pie como si estuviera sano. Y habiendo traído del Barco alguna ropa de avío, empezó por sus propias manos a cortar y repartir a los Neófitos para cubrir sus desnudos. Día 25 de agosto me dijo que sentía no hubiesen venido los Padres de las dos Misiones de San Antonio y San Luis, pueden haberse atrasado las Cartas que les escribí. Despaché luego al Presidio, y vinieron con las Cartas diciendo se habían quedado olvidadas. En cuanto vi el contenido de ellas, que era el convidarlos para la última despedida, les despaché correo con las Cartas, añadiéndoles se viniesen cuanto antes, porque me recelaba no tardaría mucho a dejarnos nuestro amado Prelado según lo muy descaecido de fuerzas que estaba. Y aunque luego de recibidas las Cartas se pusieron en camino, no llegaron a tiempo, porque el de la Misión de San Antonio, que distaba veinte y cinco leguas, llegó después de su muerte, y sólo pudo asistir a su entierro; y el de San Luis, que distaba cincuenta leguas, llegó tres días después, y sólo pudo asistir a las Honras el día 7, como diré después. Día 26 se levantó más fatigado, diciéndome había pasado mala noche, y así que quería disponerse para lo que Dios dispusiera de él. Estúvose todo el día recogido sin admitir distracción alguna, y por la noche repitió conmigo su Confesión General con grandes lágrimas, y con un pleno conocimiento, como si estuviera sano; y concluída, después de un rato de recogimiento, tomó una taza de caldo, y se recostó, sin querer que quedase alguno en su cuartito. En cuanto amaneció el día 27 entré a visitarlo, y lo hallé con el Breviario en la mano, como siempre acostumbraba el empezar los Maitines antes de amanecer, y por los caminos los empezaba en cuanto amanecía: preguntando como había pasado la noche, me dijo, que sin novedad; que no obstante que consagrase una forma, y la reservase, que él avisaría; así lo hice, y acabada la Misa, volví a avisarle, y me dijo que quería recibir el Divinísimo de Viático, y que para ello iría a la Iglesia; diciéndole yo que no había necesidad, que se adornaría la Celdita del mejor modo que se pudiese, y vendría su Majestad a visitarlo; me respondió que no, que quería recibirlo en la Iglesia supuesto podía ir por su pie, no era razón que viniese el Señor. Hube de condescender y cumplir sus santos deseos. Fue por sí mismo a la Iglesia (que dista más de cien varas) acompañado del Comandante del Presidio, que vino a la función con parte de Tropa, que juntó con la de la Misión, y todos los Indios del Pueblo o Misión acompañaron al devoto Padre enfermo a la Iglesia, todos con gran ternura y devoción. Al llegar S. P. a la grada del Presbiterio, se hincó de rodillas al pie de una mesita preparada para la función. Salí de la Sacristía revestido, y al llegar al Altar, en cuanto preparé el incienso para empezar la devota función, entonó el fervoroso Siervo de Dios con su voz natural, tan sonora, como cuando sano, el verso Tantum ergo Sacramentum, expresándolo con lágrimas en los ojos. Administréle el Sagrado Viático con todas las ceremonias del Ritual, y concluída la función devotísima, que con tales circunstancias jamás había visto, se quedó S. P. en la misma postura arrodillado dando gracias al Señor, y concluídas se volvió para su Celdita acompañado de toda la Gente. Lloraban unos de devoción y ternura, y otros de pena y dolor por lo que recelaban de quedarse sin su amado Padre. Quedóse solo en su Celdita recogido, sentado en la silla de la Mesa, y viéndolo así tan recogido no di lugar entrasen a hablarle. Vi iba a entrar el Carpintero del Presidio, y no dándole lugar, me dijo que venía llamado del Padre para hacerle el cajón para enterrarlo, y quería preguntarle cómo lo quería. Enternecióme, y no dándole lugar a entrar a hablarle, le mandé lo hiciera como el que había hecho para el P. Crespí. Todo el día lo pasó el V. P. en un sumo silencio y profundo recogimiento sentado en la silla, sin tomar más que un poco de caldo en todo el día, y sin hacer cama. Por la noche se sintió más agravado, y me pidió los Santos Oleos, y recibió este Santo Sacramento sentado en un equipal (humilde silla de cañas) y rezó con nosotros la Letanía de los Santos, con los Salmos Penitenciales; toda la noche pasó sin dormir, la mayor parte de ella hincado de rodillas, reclinado de pecho a las tablas de la cama; y díjele que se podía recostar un poco, y me respondió que en dicha postura sentía más alivio: otros ratos los pasó sentado en el suelo, reclinado al regazo de los Neófitos, de que estuvo toda la noche llena la Celdita, atraídos del amor grande que le tenían como a Padre que los había reengendrado en el Señor. Viéndolo así muy postrado, y recostado en los brazos de los Indios, pregunté al Cirujano qué le parecía. Y me respondió (que le parecía estar muy agravado): a mí me parece que este bendito Padre quiere morir en el suelo. Entré luego, y le pregunté si quería la absolución, y aplicación de la Indulgencia plenaria: y diciéndome que sí, se dispuso, y puesto de rodillas recibió la absolución plenaria, y le apliqué 1a Indulgencia plenaria de la Orden, con lo que quedó consoladísimo, y pasó toda la noche de la manera que queda referido. Amaneció el día del Dr. Señor San Agustín, 28 de agosto, al parecer aliviado, y sin tanta sofocación del pecho, siendo así que en toda la noche no durmió ni tomó cosa alguna. Pasó la mañana sentado en la silla de cañas arrimada a la cacha. Ésta consistía en unas duras tablas mal labradas, cubiertas de una fresada, más para cubrir que para ablandar para el descanso, pues ni siquiera ponía una salea como se acostumbra en el Colegio, y por los caminos practicaba lo mismo, tendía en el suelo la fresada y una almohada, y se tendía sobre ella para el preciso descanso, durmiendo siempre con una Cruz en el pecho, abrazado con ella, del tamaño de una tercia de largo, que cargaba desde que estuvo en el Noviciado del Colegio, y jamás la dejó, sino que en todos los viajes la cargó, y recogía con la fresada, y almohada, y en su Misión, y en las paradas, en cuanto se levantaba de la cama ponía la Cruz sobre la almohada; así la tenía en esta ocasión que no quiso hacer cama, ni en toda la noche, ni por la mañana del día que había de entregar su alma al Criador. Como a las diez de la mañana del dicho día de San Agustín vinieron a visitarlo los Señores de la Fragata su Capitán y Comandante D. José Canizares, muy conocido de S. P. desde la primera Expedición del año de 69, y el Señor Capellán Real D. Cristobal Díaz, que también lo había tratado en este Puerto el año de 79: Recibiólos con extraordinarias expresiones, mandando se diese un solemne repique de las campanas; y parado les dio un estrecho abrazo, como si estuviese sano, haciéndoles sus religiosos y acostumbrados cumplimientos, y sentados, y S. P. en su equipal, le refirieron los viajes que habían hecho al Perú desde que no se habían visto, que era desde el dicho año de 79. Después de haberlos oído les dijo: pues Señores, Yo les doy las gracias de que después de tanto tiempo que ha no nos vemos, y que después de tanto viaje como han hecho, el que hayan venido de tan lejos a este Puerto, para echarme una poca de tierra encima. Al oir esto los Señores y todos los demás que estaban presentes, nos quedamos sorprendidos, viéndolo sentado en la sillita de cañas, y que con todos los sentidos había contestado a todo: dijéronle (disimulando las lágrimas, que no pudieron contener): no Padre, confiamos en Dios que todavía ha de sanar, y proseguir en la Conquista. Respondióles el Siervo de Dios (quien, si no tuvo revelación de la hora de su muerte, no pudo menos que decir que la esperaba breve), y les dijo: sí, sí, háganme esa caridad, y obra de misericordia de echarme una poca de tierra encima, que mucho se los agradeceré. Y poniendo sus ojos en mí, me dijo: deseo que me entierre en la Iglesia, cerquita del P. Fr. Juan Crespí por ahora, que cuando se haga la Iglesia de piedra me tirarán donde quisieren. Cuando las lágrimas me dieron lugar para responderle, le dije: P. Presidente, si Dios es servido de llevarlo para sí, se hará lo que V. P. desea: y en este caso pido a V. P. por el amor y cariño grande que siempre me ha tenido, que llegando a la presencia de la Beatísima Trinidad la adore en mi nombre, y que no se olvide de mí, y de pedirle por todos los moradores de estos Establecimientos, y principalmente por los que están aquí presentes. Prometo, dijo, que si el Señor por su infinita misericordia me concede esta eterna felicidad, que desmerecen mis culpas, que así lo haré por todos, y el que se logre la reducción de tanta Gentilidad que dejo sin convertir. No pasó mucho rato cuando me pidió rociase con agua bendita el Cuartito: lo hice; y preguntándole si sentía algo, me dijo que no, sino para que no lo haya: quedóse en un profundo silencio: y de repente muy asustado me dijo: mucho miedo me ha entrado, mucho miedo tengo: léame la Recomendación del alma, y que sea en alta voz, que yo lo oiga. Así lo hice asistiendo a todo los dichos Señores del Barco, como también su P. Compañero Fr. Matías Noriega, y Cirujano, y otros muchos así del Barco como de la Misión. Y le leí la Recomendación del alma, a la que respondía el V. Moribundo como si estuviera sano, sentadito en el equipal, o silla de cañas, enterneciéndonos a todos. En cuanto acabé, prorrumpió lleno de gozo, diciendo: Gracias a Dios, gracias a Dios ya se me quitó totalmente el miedo, y así vamos fuera. Salimos todos al Cuartito de a fuera con S. P. viendo todos esta novedad, quedamos al mismo tiempo admirados y gozosos: Y el Señor Capitán del Barco le dijo: P. Presidente, ya ve V. P. lo que sabe hacer mi devoto San Antonio. Yo le tengo pedido que lo sane, y espero que lo ha de hacer, y que todavía ha de hacer algunos viajes para el bien de los pobres Indios. No le respondió el V. Padre de palabra; pero con una risita que hizo nos dio bien claro a entender que no esperaba esto, ni pensaba sanar. Sentóse en la silla de la mesa, cogió el Diurno, y se puso a rezar: en cuanto se concluyó, le dije que era más de la una de la tarde, que si quería tomar una taza de caldo, y diciendo que sí, lo tomó, y después de dado gracias, dijo: pues vamos ahora a descansar: fue por su pie al Cuartito en donde tenía su cama o tarima, y quitándose solo el manto, se recostó sobre las tablas cubiertas con la fresada con su santa Cruz arriba dicha, para descansar: todos pensábamos que era para dormir, supuesto que en toda la noche no había probado el sueño. Salieron los Señores a comer; pero estando con algún cuidado, al cabo de poco rato volví a entrar, y arrimándome a la cama para ver si dormía, lo hallé como poco antes lo habíamos dejado, pero durmiendo ya en el Señor, sin haber hecho demostración ni señal de agonías, quedando su cuerpo sin más señal de muerto que la falta de respiración, sino al parecer durmiendo, y píamente creemos que durmió en el Señor poco antes de las dos de la tarde el día del Señor San Agustín del año de 1784, y que iría a recibir en el Cielo el premio de sus tareas Apostólicas. Dio fin a su laboriosa vida, siendo de edad de setenta años nueve meses y cuatro días. Vivió en el siglo diez y seis años nueve meses y veinte y un días, y de Religioso cincuenta y tres años once meses y trece días, y de éstos en el ejercicio de Misionero Apostólico treinta y cinco años cuatro meses y trece días, en cuyo tiempo obró las gloriosas acciones que ya vimos, en las que fueron más sus méritos que sus pasos; habiendo vivido siempre en continuo movimiento, ocupado en virtuosos y santos ejercicios, y en singulares proezas, todas dirigidas a la mayor gloria de Dios, y salvación de las almas. ¿Y quien con tanto afán trabajó para ellas, cuánto más trabajaría para el logro de la suya? Mucho podría decir; pero pide más tiempo y más sosiego; que si Dios me lo concede, y fuere su voluntad santísima, no omitiré el trabajo de escribir algo de sus heroicas virtudes para edificación y ejemplo. En cuanto me cercioré de haber quedado huérfanos sin la amable compañía de nuestro venerado Prelado, que no dormía, sino que en realidad había muerto, mandé a los Neófitos que allí estaban hiciesen señal con las campanas; y luego que con el doble se dio el triste aviso ocurrió todo el Pueblo, llorando la muerte de su amado Padre, que los había reengendrado en el Señor y estimado más que si Hubiera sido Padre carnal: todos deseaban verlo para desahogar la pena que les oprimía el corazón por los ojos, y llorarlo. Fue tanto el tropel de la Gente así de Indios, como de Soldados y Marineros, que fue preciso cerrar la puerta para ponerlo en el cajón, que S. P. el día antes habían mandado hacer. Y para amortajarlo no fue menester hacer otra cosa que quitarle las sandalias (que heredaron para memoria el Capitán del Paquebot y el P. Capellán, que se hallaban presentes) y se quedó con la mortaja con que murió, esto es, con el Hábito, Capilla y Cordón, y sin Túnica interior, pues las dos que tenía para los viajes, seis días antes de morir las mandó lavar con los paños menores de muda, y no quiso usar de ellas, queriendo morir con el solo Hábito y Capilla con la cuerda. Puesto el V. Cadáver en el Cajón, y con seis velas encendidas, se abrió la puerta de la Celda, en la que ya estaban los tristes Hijos Neófitos con sus ramilletes de flores del campo de varios colores para adornar el Cuerpo de su V. P. difunto. Mantúvose en la celda hasta entrada la noche, siendo continuo el concurso que entraba, y salía rezándole, y tocando Rosarios y Medallas a sus venerables manos y rostro, llamándole a boca llena Padre Santo, Padre Bendito, y con otros epítetos nacidos del amor que le tenían, y del ejercicio de virtudes heroicas que en él habían experimentado en vida. Al anochecer lo llevamos a la Iglesia en Procesión, que formó el Pueblo de Neófitos con los Soldados y Marineros que se quedaron; y puesto sobre un Mesa con seis velas encendidas, se concluyó la función con un Responso. Pidiéronme que quedase la Iglesia abierta para velarlo, y rezar a coros la Corona por el alma del Difunto, remudándose por cuadrillas, pasando así la noche en continuo rezo: condescendí a ello, quedando dos Soldados de centinela para impedir cualesquiera piedad indiscreta, o de hurto, pues todos anhelaban lograr alguna cosita que hubiese usado el Difunto, principalmente la Gente de mar y de la Tropa, que congo de más conocimiento, y que tenían al V. Padre Difunto en grande opinión de virtud y santidad, por lo que los que lo habían tratado en mar y tierra me pedían alguna cosita de las que hubiese usado; y aunque les prometí que a todos consolaría después del entierro, no fue bastante para que no se propasasen cortándole pedazos del hábito del lado de abajo, para que no se conociera, y parte del cabello del cerquillo, sin poderlo advertir la Centinela, si no es que diga que fue consentidor, y participante del devoto hurto, pues todos anhelaban lograr algo del Difunto para memoria, aunque era tal el concepto en que lo tenían, que llamaban reliquia; y procuré corregirlos, y explicarles, etc.