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De Túvose vista de la otra isla poblada. Dícese cómo se huyeron de la nao tres indios, y lo que más pasó Ya se iba navegando, cuando cierta persona de la almiranta dijo a voces al capitán que se fuese a buscar la isla de Santa Cruz. El capitán dijo a esto, que de las naos se habían de poner las proas, como luego fueron puestas, al sudeste con ánimo de seguir aquel y otros rumbos, pues tenía bastantemente agua y leña hasta hallar lo que buscaba. Diónos Dios Noroeste, el viento tan propio para este intento cuanto suena. Navegando se iba con poca vela, por ser noche y camino no conocido, cuando al cuarto del alba se arrojó a la mar un indio, que por mozo, alto y brioso, de buen rostro y gentil talle, lo cudició el capitán para la nao en que iba: diéronle voces llamándole, y como si él entendiera, le dijo un hombre: --Vuelve a la nao, no te ahogues; mira que te engaña el diablo. ¿Por qué pierdes tanto bien cuanto te aguarda?: y como llevaba otro intento, no curando de palabras tan mal entendidas dél, se fue nadando a la isla de que estaba tres leguas al parecer. Seguimos nuestro camino, y a tres días, una tarde vimos lejos una isla: paramos aquella noche, y cuando día dimos vela en su demanda; y estando cerca, el otro indio compañero, que no era menos mozo, ni menos gallardo y dispuesto, sin poder ser estorbado dio consigo en la mar y así quedó como si fuera una boya. Al punto que en ella estuvo, no curando de voces ni amenazas con grande desenvoltura, como si estuviera en pie dentro del agua, desnudó una camisa que llevaba y con velocidad increíble se fue nadando a la isla, a donde entiendo llegaría presto, por cerca y por barlovento. Diose aviso al almirante de la fuga de los indios, para que a los dos que tiene pusiese a mejor recaudo. Con sólo intento de saber si esta isla estaba poblada la íbamos costeando, cuando por una larga playa que allí había vimos ir corriendo indios a juntarse con otros que nos estaban capeando. Embarcóse el almirante en el botiquín por ver la gente que era: los indios hicieron señas con grandes muestras de amor saliesen los nuestros a tierra, y visto que no quisieron, aunque más lo porfiaron, dieron una manta de finas palmas y noticia de otras tierras; y despedidos los nuestros con pena mostrada de ellos, se quedaron en aquella soledad mirando a nuestras naos hasta que los perdimos de vista. Los nuestros estaban muy alegres de la vista de la isla, y mucho más por ser su gente tan buena, cuando del almiranta el uno de sus dos indios, que era un alto, robusto y fuerte hombrazo, se arrojó a la mar: en breve espacio se apartó un grande trecho. Echóse fuera el botiquín; mas el capitán hizo tirar una pieza en señal se recogiese, por ser pequeño bajel para seguirle y fácil para trastornarle aquel determinado indio, que con gran furia iba nadando a la isla, de que estaba dos leguas a sotavento.
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De cómo habló con los chaneses De estos indios chaneses se quiso el gobernador informar de las cosas de la tierra adentro y de las poblaciones de ella, y cuántos días habría de camino dende aquel puerto de los Reyes hasta llegar a la primera población. El principal de los indios chaneses, que sería de edad de cincuenta años, dijo que cuando García los trujo de su tierra vinieron con él por tierras de los indios mayaes, y salieron a tierra de los guaraníes, donde mataran los indios que traía, y que este indio chanés y otros de su generación, que se escaparon, se vinieron huyendo por la ribera del Paraguay arriba, hasta llegar al pueblo de estos sacocies, donde fueron de ellos recogidos, y que no osaron ir por el propio camino que habían venido con García, porque los guaraníes los alcanzaran y mataran; y a esta causa no saben si están lejos ni cerca de las poblaciones de la tierra adentro, y que por no lo saber, ni saber el camino, nunca más se han vuelto a su tierra; y los indios guaraníes que habitan en las montañas de esta tierra saben el camino por donde van a la tierra; los cuales lo podían bien enseñar, porque van y vienen a la guerra contra los indios de la tierra adentro. Fue preguntado qué pueblos de indios hay en su tierra y de otras generaciones, y qué otros mantenimientos tienen, y que con qué armas pelean. Dijo que en su tierra los de su generación tienen un solo principal que los manda a todos, y de todos es obedescido, y que hay muchos pueblos de muchas gentes de los de su generación, que tienen guerra con los indios que se llaman chimeneos y con otras generaciones de indios que se llaman carcaraes, y que otras muchas gentes hay en la tierra, que tienen grandes pueblos, que se llaman gorgotoquies y payzuñoes y estarapecocies y candirees, que tienen sus principales, y todos tienen guerra unos con otros, y pelean con arcos y flechas, y todos generalmente son labradores y criadores, que siembran maíz y mandiocas y batatas y mandubias en mucha abundancia, y crían patos y gallinas como los de España; crían ovejas grandes, y todas las generaciones tienen guerras unos con otros, y los indios contratan arcos y flechas y mantas y otras cosas por arcos y flechas, y por mujeres que les dan por ellos. Habida esta relación, los indios se fueron muy alegres y contentos, y el principal de ellos se ofresció irse con el gobernador a la entrada y descubrimiento de la tierra, diciendo que se iría con su mujer e hijos a vivir a su tierra, que era lo que él más deseaba.
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Cómo nuestros procuradores con buen tiempo desembocaron la canal de Bahama y en pocos días llegaron a Castilla, y lo que en la corte les sucedió Ya he dicho que partieron nuestros procuradores del puerto de San Juan de Ulúa en 6 del mes de julio de 1519 anos, y con buen viaje llegaron a la Habana, y luego desembarcaron la canal, e diz que aquella fue la primera vez que por allí navegaron, y en poco tiempo llegaron a las islas de la Tercera, y desde allí a Sevilla, y fueron en posta a la corte, que estaba en Valladolid, y por presidente del real consejo de Indias don Juan Rodríguez de Fonseca, que era obispo de Burgos, y se nombraba arzobispo de Rosano y mandaba toda la corte, porque el emperador nuestro señor estaba en Flandes y era mancebo; y como nuestros procuradores le fueron a besar las manos al presidente muy ufanos, creyendo que les hiciera mercedes, y darle nuestras cartas y relaciones y a presentar todo el oro y joyas, le suplicaron que luego hiciese mensajero a su majestad y le enviasen aquel presente y cartas, y que ellos mismos irían con ello a besar sus reales pies; y porque se lo dijeron, les mostró mala cara y peor voluntad, y aun les dijo palabras mal miradas que nuestros embajadores estuvieron para le responder; de manera que se reportaron y dijeron que mirase su señoría los grandes servicios que Cortés y sus compañeros hacíamos a su majestad, y que le suplicaban otra vez que todas aquellas joyas de oro, cartas y relaciones las enviase luego a su majestad para que sepa todo lo que pasa, y que ellos irían con él. Y les tornó a responder muy soberbiamente, y aun les mandó que no tuviesen ellos cargo dello, que él escribiría lo que pasaba, y no lo que le decían, pues se habían levantado contra el Diego Velázquez; y pasaron otras muchas palabras agrias; y en esta sazón llegó a la corte el Benito Martín, capellán de Diego Velázquez, otra vez por mí nombrado, dando muchas quejas de Cortes y de todos nosotros, de que el obispo se airó mucho más contra nosotros; y porque el Alonso Hernández Puertocarrero, como era caballero primo del conde de Medellín, y porque el Montejo no osaba desagradar al presidente, decía al obispo que le suplicaba muy ahincadamente que sin pasión fuesen oídos y que no dijese las palabras que decía, y que luego enviase aquellos recaudos así como los traían a su majestad, y que éramos servidores de la real corona, y que eran dignos de mercedes, y no de ser por palabras afrentados. Cuando oyó el obispo le mandó echar preso, porque le informaron que había sacado de Medellín tres años había una mujer que se decía María Rodríguez, y la llevó a las Indias. Por manera que todos nuestros servicios y los presentes de oro estaban del arte que aquí he dicho; y acordaron nuestros embajadores de callar hasta su tiempo e lugar. Y el obispo escribió a su majestad a Flandes en favor de su privado e amigo Diego Velázquez, y muy malas palabras contra Hernando Cortés y contra todos nosotros; mas no hizo relación de ninguna manera de las cartas que le enviávamos, salvo que se había alzado Hernando Cortés al Diego Velázquez, y otras cosas que dijo. Volvamos a decir del Alonso Hernández Puertocarrero y del Francisco de Montejo, y aun de Martín Cortés, padre del mismo Cortés, y de un licenciado Núñez, relator del real consejo de su majestad, y cercano pariente de Cortés, que hacían por él: acordaron de enviar mensajeros a Flandes con otras cartas como las que dieron al obispo de Burgos, porque iban duplicadas las que enviamos con los procuradores, y escribieron a su majestad todo lo que pasaba e la memoria de las joyas de oro del presente, y dando quejas del obispo, y descubriendo sus tratos que tenía con el Diego Velázquez; y aun otros caballeros les favorecieron, que no estaban muy bien con el don Juan Rodríguez de Fonseca: porque, según decían, era malquisto por muchas demasías y soberbias que mostraba con los grandes cargos que tenía; y como nuestros grandes servicios eran por Dios nuestro señor y por majestad, y siempre poníamos nuestras fuerzas en ello, quiso Dios que su majestad lo alcanzó a saber muy claramente; y como lo vio y entendió, fue tanto el contentamiento que mostró, y los duques, marqueses y condes y otros caballeros que estaban en su real corte, que en otra cosa no hablaban por algunos días sino de Cortés y de todos nosotros los que le ayudamos en las conquistas, y de las riquezas que destas partes le enviamos; y así por esto como por las cartas glosadas que sobre ello le escribió el obispo de Burgos, desque vio su majestad que todo era al contrario de la verdad, desde allí adelante le tuvo mala voluntad al obispo, especialmente que no envió todas las piezas de oro, e se quedó con gran parte dellas. Todo lo cual alcanzó a saber el mismo obispo, que se lo escribieron desde Flandes, de lo cual recibió muy grande enojo; y si, de antes que fuesen nuestras cartas ante su majestad, el obispo decía muchos males de Cortés y de todos nosotros, de allí adelante a boca llena nos llamaba traidores; mas quiso Dios que perdió la furia y braveza, que desde ahí a dos años fue recusado y aun quedó corrido y afrentado, y nosotros quedamos por muy leales servidores, como adelante diré de que venga a coyuntura; y escribió su majestad que presto vendría a Castilla y entendería en lo que nos conviene, e nos haría mercedes. Y porque adelante lo diré muy por extenso cómo y de qué manera pasó, se quedará aquí así: y nuestros procuradores aguardando la venida de su majestad. Y antes que más pase adelante quiero decir, por lo que me han preguntado ciertos caballeros muy curiosos y aun tienen razón de lo saber, que ¿cómo puedo yo escribir en esta relación lo que no vi, pues estaba en aquella sazón en las conquistas de la Nueva España cuando los procuradores dieron las cartas, recaudos y presente de oro que llevaban para su majestad, y tuvieron aquellas contiendas con el obispo de Burgos? A esto digo que nuestros procuradores nos escribían a los verdaderos conquistadores lo que pasaba, así lo del obispo de Burgos como lo que su majestad fue servido mandar en nuestro favor, letra por letra en capítulos, y de qué manera pasaba; y Cortés nos enviaba otras cartas, que recibía de nuestros procuradores, a las villas donde vivíamos en aquella sazón, para que viésemos cuán bien negociábamos con su majestad y qué grande contrario teníamos en el obispo de Burgos. Y esto doy por descargo de lo que me preguntaban aquellos caballeros que dicho tengo. Dejemos esto, y digamos en otro capítulo lo que en nuestro real pasó.
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Capítulo LVI De cómo Pizarro salió de Caxamalca, la vuelta de la ciudad del Cuzco, y lo que le sucedió hasta llegar el valle de Xauxa Habíanle dado a Pizarro grandes nuevas de la ciudad del Cuzco, deseaba mucho ponerse en camino para poblarla de cristianos, pacificando todas las provincias que había hasta llegar a ella. Había que estaba en Caxamalca más tiempo de siete meses, y tal quedó aquella hermosa y fértil provincia, que había lástima de ver cuál, acordándose cuán entera la hallaron. El capitán Chalacuchima estaba preso, teniendo recelo que no insistiesen con su autoridad a que algunas gentes moviesen guerra, a los españoles. Pareciéndole a Pizarro que con haber muerto a Atabalipa estaba todo seguro y no había que temer, mandóle soltar, amonestándole tuviesen en mucho la amistad de los cristianos y estar en gracia suya. Y apercibidos los españoles para la partida, mandaron venir de los naturales de la comarca, para que llevasen en sus hombros su repuesto; vinieron tantos, que bastaron y aun quedaron sobrados. Salió el inca nuevo en andas y lo mismo Chalacuchima, caminando juntamente con los cristianos anduvieron, hasta llegar a la provincia de Guamachuco, que es bien poblada y de gente limpia y muy entendida; halláronlos de paz sin señal de levantamiento, y fueron de ellos bien recibidos y servidos. Estuvo Pizarro cuatro días en Guamachaco; mandó a los suyos que no hiciesen daño a los naturales; habló con los señores de la provincia, loando el buen propósito suyo en tener paz y alianza con los españoles, rogóles lo llevasen adelante de Guamachuco, anduvieron los españoles por el real camino de los incas hasta llegar a Andamarca, sin hallar resistencia en ningún pueblo, porque todos los indios que hallaban estaban en paz, sin armas ningunas; mas teníase nueva que adelante en la comarca de Tarama y Bonbon había golpes de gente con intención de les dar guerra en venganza de la muerte de Atabalipa; y por no dar lugar que se apoderasen en la tierra, como publicaban, mandó Pizarro que saliesen a descubrir lo que había un hijo de Guaynacapa, con otro principal, acompañados de algunos indios. Y saliendo cuentan algunos que el hijo de Guaynacapa fue muerto cerca de Bonbon por los capitanes y gente de guerra que allí estaba, llamándolo de atraidor a su tierra y parientes, pues andaba en servicio de tan cruel gente y tan mala y engañosa como eran los españoles. El otro que fue con él se pudo escapar y volver a Pizarro, a quien avisó de lo que pasaba; y como el valor del gran capitán Chalacuchima, y autoridad que tenía en el reino, era mucho no era menester saber más de que había junta de gente para creer que por él se ponían en armas, levantándole otro testimonio como Atabalipa, y de los mismos indios había algunos tan malos y mentirosos, que lo certificaban a Pizarro, el cual lo mandó prender y poner a recaudo; prosiguiendo su camino por aquella tierra. La cual, puesto que sea campaña, es muy fragosa de tierras altas, que parecía llegar a las nubes y abajar por los valles hondos otra infinidad; y con ser esto verdad, va el real camino de los incas, que fueron tan poderosos, tan bien sacado y echado por laderas y partes, que casi no se siente la aspereza de las sierras. Pasáronse unos puertos nevados, que dio alguna congoja a los españoles. Cerca de ellos había capitanes y orejones del linaje de Guaynacapa, determinados de dar guerra a los nuestros en la parte que hallasen más aparejada para ella. Teníase de ello noticia y andaban con aviso para que no los tomasen descuidados. Los indios, que tengo dicho tener intento de dar guerra a los españoles, como tan cerca de ellos estaban, no se mostraban tan fieros como primero; que, hinchados de valientes, estando bien hartos de vaciar en sus vientres de la chicha; vituperando a los españoles, se tenían por vencedores, juzgándolos a ellos por vencidos; echando la culpa de la prisión de Atabalipa, y gran desbarate de Caxamalca, a meterse todos en lo cercado de la plaza que hacen los aposentos donde pudieron los caballos y cristianos a su salvo hacer lo que hicieron; mas ya que a ojo veían sus barbas, y que traían espadas y lanzas, y los caballos más gordos y feroces que, cuando entraron en Caxamalca, habían miedo. Por parecer de todos, acordaron de se retirar hacia Xauxa, diciendo que en aquel valle sería más cordura pelear con los españoles que no allí. A todo esto, Pizarro con su gente caminaba muy en orden, llevando siempre la vanguardia Almagro con algunos caballos. Llegaron a lo que llaman Tarama; y más allá de Bonbon, hacia el sur cinco leguas, en lugar cómodo, determinó Pizarro dejar el bagaje que traían con guarda convenible, porque era grande estorbo caminar así. En los tambos de Chocamarca hallaron alguna cantidad de oro que habían dejado los que lo traían para llevar a Caxamalca los días pasados. Estando en el aposento principal de Tarama Pizarro con los suyos, llegó nueva con furia, que los enemigos venían contra ellos en muchos escuadrones; lo cual era falsa echada por los naturales, para hacer levantar de su pueblo el real y que los españoles se fuesen; mas como de esto estuviesen ignorantes, Pizarro y sus capitanes entraron en consulta sobre lo que harían, determinaron de salir de donde estaba y ponerse en campana para aguardar los que viniesen, y con prisa salieron todos dejando las tiendas y servicios, sin llevar más que las armas y caballos. En un llano de páramo frío se pusieron todos, creyendo que aquella noche habían de venir los indios a dar en ellos; no tenían ranchos, sino fue uno en que cupo Pizarro y fray Vicente; la noche fue temerosa de agua y gran frío, tanto que pensaron perecer porque no tuvieron otra guarida que las barrigas de los caballos y los hierros de las lanzas. Como fue de día, se reformaron de la noche tan trabajosa que habían pasado, prosiguiendo su camino, acercándose al hermoso valle de Xauxa. En Tarama hallaron algún oro puro, en piezas; no procuraban por entonces plata ni oro, ni más que poder ser señores para hollar la tierra y señorear la ciudad del Cuzco y poblarla de cristianos. Almagro, como tengo dicho, llevaba siempre la delantera; vieron en Yanamarca más de cuatro mil hombres muertos del tiempo que tuvieron la guerra pasada Guascar y Atabalipa. Determinó Pizarro, con acuerdo de los que con él iban, que Almagro y Juan Pizarro, Hernando de Soto, con algunos escuderos se adelantasen hasta llegar a Xauxa y mirasen lo que hubiese. Yucuranmayo se llamaba el capitán general de la gente de guerra, que conté estar junta contra los cristianos. Habían ya llegado al valle de Xauxa, como Almagro y los que con él iban se diesen prisa, anduvieron hasta ponerse a vista del valle. Viéronlo tan hermoso y bien poblado que se espantaron. Diego de Almagro, Pedro de Candía, Quincoces llegaron primero corriendo el campo. Los indios de guerra dieron vuelta a la parte occidental del valle, pasando el río de donde hacían grandes alharacas, denostando a los nuestros con palabras feas, diciendo también: "que andaban por su tierra a su pesar, que se volviesen a la suya, contentándose con los males que habían hecho y muerte que dieron a Atabalipa, después de le haber, con tanto engaño y cautela, robado tan gran tesoro". Almagro, aconsejándose con Juan Pizarro y con Hernando de Soto, determinaron de mover para los indios, pareciéndoles que sería cosa importante castigarlos de tal manera que, quedando hostigados del juego, pidiesen ellos mismos la paz. Y así, todos los que estaban juntos, habiéndose encomendado a Dios nuestro señor arremetieron para los indios, pasando el furioso río con trabajo porque de más de ser grande, venía crecido de la nieve, que habiéndose derretido, entró en él: porque habían deshecho la puente porque no hallasen el camino real. Los indios, como vieron venir contra ellos encaminados a sus enemigos, unos mostrándose temerosos, decían que huyesen de la furia de los caballos y de la ira que traían; otros, que lo miraban con más ánimo, insistían que hiciesen rostro contra ellos, y les aguardasen y procurasen de matar. En esto, los cristianos allegaban muy cerca de ellos; y sin haber tomado consejo en lo que harían, hecho un escuadrón, se retiraron a paso largo. Hernando de Soto, con algunos caballos, conociendo por dónde y a qué parte habían de salir los indios, que, como digo, iban en el escuadrón, se puso en la delantera de tal manera que no pudieron escapar de salir alanceados algunos de ellos. Juan Pizarro iba por el río con otros, y Almagro, por el mismo camino que los indios llevaban, y dando en ellos los hicieron dividir en dos partes; muy turbados, de ver los caballos encima de ellos, e cómo rasgando las lanzas sus cuerpos hacían camino para salir las ánimas, se dividieron: los unos tomaron la sierra, que está al norte del valle, y los otros movieron hacia el poniente por el mismo río, muy angustiados y temerosos de ver cuán feroces enemigos tenían. En los unos y en los otros dieron los españoles tal mano que por todas partes corría la sangre de los cuerpos muertos que había; y cansados los españoles de matar, se recogieron y volvieron al llano del valle, donde hallaron al gobernador, que con los más españoles era a muchos de los aposentos, donde se quemaron muchas cosas preciadas, y de grande estima; e con gran cuidado que en ello mandó poner, se remedió: algunos depósitos donde quedaron más de cien mil fanegas de maíz, y otras casas, donde estaban más de quinientas cargas de ropa fina y basta. En el templo del Sol y en otros lugares de este valle, se halló alguna cantidad de oro y plata, y mamaconas, que son las vírgenes del templo. Y si los capitanes de Atabalipa no hubieran robado lo que en este valle había, se hallaran grandes despojos porque es una de las insignes cosas del Perú. Y en aquel tiempo estaba el valle muy poblado y hermoso; como por nuestros pecados nunca hayan faltado en este reino guerras, y los naturales hayan sido tan fatigados y maltratados, falta la más de la gente de él, que no es poca lástima, pues tan poco tiempo ha pasado por ellos. Convendrá dejar en este valle a Pizarro, donde fundó una ciudad para volver a hablar de Belalcázar, lo que hizo en San Miguel, pues para claridad de la escritura no se sufre menos. Y con brevedad volveré a la principal materia.
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Capítulo LVI Que trata de cómo el general, para remediar la necesidad del herraje, mandó sacar cobre Ya en este tiempo la falta del herraje era tanta que muchos caballos gastaban lo que heredaron de sus madres. Y viendo que no había remedio para traerse tan presto, acordó remediar con lo que acaso hallar se pudiese. Mandó apercebir veinte de a caballo y salió él en persona, y fue a las sierras que vecinas tenían, a un sitio de que tenía noticia que había cobre. Puesto que había alguna nieve, cometió a subirla y cavarla, porque la falta no le daba lugar aguardar más tiempo, y porque la guerra estaba suspensa y no se visitaban los naturales, que es una cosa que mucho se requiere usar para que pierdan el temor y para que se amaestren a tratar y servir a los españoles. En la primera cata que dio halló lo que buscaba y mandó cavar y sacar tanto cobre que bastó a herrar los caballos y hacer estribos, porque de los estribos que tenían mandó hacer clavos, porque son más provechosos y durables que los de cobre. Y de esta suerte estaba el general muy contento y todos los que caballos tenían, porque con aquel metal podían sustentarse y tener sus caballos seguros hasta que Dios nuestro Señor proveyese, porque los trabajos corporales no los tenían en nada. Y con este contento animaba el general a sus amigos y compañeros, diciéndoles que para los trabajos eran los hombres, y los hombres para ello fueron y son nacidos, mayormente para los buenos. Con estas y otras palabras que les decía, que en tal tiempo los capitanes son obligados a mostrar y decir para animar los hombres en servicio de Dios y de Su Majestad. Y de esta suerte estaban animados, teniendo en poco la necesidad que padecían de las cosas de nuestra España, que necesarias son para entretener la salud y pasar la vida. Tomado aviso los indios de la provincia de los pormocaes en cómo los españoles hacían herraje del cobre que sacaban de las sierras, y que ya acordaban irles a visitar la tierra y pueblos, y ya los ríos no traían mucha agua por respeto que había ya pasado el verano, que es cuando vienen caudalosos a causa de derretirse las nieves en las altas sierras con el gran calor del sol. Enviaron sus mensajeros al general que querían servirle, aunque daban otras excusas por otra vía por no servir. Y si hacían los indios esto y daban estas excusas, hacíanlo por dos cosas, la una, porque los tuviesen por excusados y no culpados, y la otra, que sabiendo esto los españoles no los culparían, y no pensasen que el no venir suyo era por no querer servir. Viendo el general sus cautelas, cabalgó con veinte de a caballo y fue a correr toda la tierra del río, y miró si hallar pudiese algún sitio para hacer una puente porque no peligrasen los indios. Caminando por las riberas del río de Maipo halló un sitio donde los ingas hicieron una puente cuando vinieron a conquistar esta tierra, y estaba el sitio arruinado. Fue más adelante y halló sitio y lugar oportuno, puesto que los maesos lo hallaban dificultoso, al general le pareció conviniente lugar y mandó que allí se hiciese con toda brevedad, y luego mandó traer la madera.
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Que trata cómo el rey Nezahualpiltzintli edificó unas casas de su morada y engrandeció el templo mayor que edificó su padre; y del mucho gasto y aparato que en ellas tenía Hecha la guerra atrás referida con tanta gloria y honra de Nezahualpiltzintli, por hallarse propicio y favorable de su falso dios Huitzilopochtli, según se lo daban a entender los sacerdotes y ministros del templo, la primera cosa que puso por obra fue reedificarle con mayor suntuosidad y riqueza que lo había dejado su padre Nezahualcoyotzin, y vino a ser el mayor y mejor templo que hubo en esta Nueva España, en donde y para cuyo estreno sacrificó a todos los cautivos habidos en las guerras atrás referidas; y tras de esto, dio orden de edificar otros palacios fuera de los grandes que eran de su padre, los cuales, aunque no tenían tan gran sitio, fueron edificados con mejor suntuosidad y con mejor arquitectura que los otros, en donde tenía muy insignes laberintos, jardines, baños, fuentes, estanques, lagunas y acequias de agua, que corrían debajo de tierra y en partes ocultas, que sin ser vistas se comunicaban con la laguna grande, para ir con ellas cuando quería a sus jardines y recreaciones que tenía en Acatelco y Tepetzinco, y para ir a la ciudad de México. Entre los estanques de agua a uno que estaba frontero de una gran sala, le puso por nombre Ahuilizapan, en memoria de la guerra referida; y no hubo edificio, jardín ni laberinto que no fuese hecho por memoria de alguna de las hazañas de ésta y otras conquistas que tuvo mientras él vivió, que aún hoy en día se echa de ver por sus ruinas, la grandeza y majestad de su autor. Y porque viene a propósito, trataremos aquí del gran gasto que el rey tenía en sustentar la gente que en estos palacios y los de su padre había, así de servicio como de señores, criados, jueces y otros caballeros y allegados. De ordinario en palacio se gastaban en cada año (según parece por los padrones reales) treinta y un mil seiscientas fanegas de maíz, doscientas cuarenta y tres cargas de cacao, ocho mil gallos, cinco mil fanegas de chile ancho y delgado y pepitas, y dos mil medidas de sal; y para el vestuario, así para el rey como todos los demás caballeros que asistían en su casa y corte y para la demás gente referida, quinientas setenta y cuatro mil diez mantas, que todas las más eran finísimas y de precio. Esto era de las rentas que el rey tenía en las provincias de su patrimonio, porque de las provincias conquistadas, los tributos de ellas se guardaban en los almacenes que tenía, así en la ciudad de Tetzcuco como de México, en donde se hacían las reparticiones que atrás quedan referidas, para hacer mercedes el rey a sus hijos, deudos y otros señores y capitanes beneméritos, así en guerras como en otras ocupaciones de valor y virtud. Por la parte que caía al norte de las casas referidas y cerca de las cocinas, estaban unos graneros y trojes de admirable grandeza, en donde el rey tenía gran cantidad de maíz y otras semillas que se guardaban para los años estériles, y en cada una de ellas cabían cuatro o cinco mil fanegas, y estaban con tanto orden y concierto, que por todas partes el aire las cogía, con que las semillas duraban muchos años. Por la parte del mediodía, tenía los jardines y laberintos referidos, que con la altura y grandeza de las casas estaban resguardados del norte y rigor de los fríos, y por la parte de oriente tenía una laguneta en donde había diversidad de aves de volatería.
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De los pueblos de indios que hay saliendo de los aposentos de Tumebamba hasta llegar al paraje de la ciudad de Loja, y de la fundación desta ciudad Saliendo de Tumebamba por el gran camino hacia la ciudad del Cuzco, se va por toda la provincia de los Cañares hasta llegar a Cañaribamba y a otros aposentos que están más adelante. Por una parte y por otra se ven pueblos desta misma provincia y una montaña que está a la parte de oriente, la vertiente de la cual es poblada y discurre hacia el río del Marañón. Estando fuera de los términos destos indios cañares se llega a la provincia de los Paltas, en la cual hay unos aposentos que se nombran en este tiempo de las Piedras, porque allí se vieron muchas y muy primas, que los reyes ingas en el tiempo de su reinado habían mandado a sus mayordomos o delegados, por tener por importante esta provincia de los Paltas, se hiciesen estos tambos, los cuales fueron grandes y galanos, y labrada política y muy primamente la cantería con que estaban hechos, y asentados en el nacimiento del río de Tumbez, y junto a ellos muchos depósitos ordinarios, donde echaban los tributos y contribuciones que los naturales eran obligados a dar a su rey y señor, y a sus gobernadores en su nombre. Hacia el poniente destos aposentos está la ciudad de Puerto Viejo; al oriente están las provincias de los braca moros, en las cuales hay grandes regiones y muchos ríos, y algunos muy crecidos y poderosos. Y se tiene grande esperanza que andando veinte o treinta jornadas hallarán tierra fértil y muy rica; y hay grandes montañas, y algunas muy espantables y temerosas. Los indios andan desnudos, y no son de tanta razón como los del Perú, ni fueron subjetados por los reyes ingas, ni tienen la policía que éstos, ni en sus juntas se guarda orden ni la tuvieron mas que en los indios subjetos a la ciudad de Antiocha y a la villa de Arma, y a los más de la gobernación de Popayán; porque estos que están en estas provincias de los bracamoros los imitan en las más de las costumbres y en tener casi unos mismos afetos naturales como ellos; afirman que son muy valientes y guerreros. Y aun los mismos orejones del Cuzco confiesan que Guaynacapa volvió huyendo de la furia dellos. El capitán Pedro de Vergara anduvo algunos años descubriendo y conquistando en aquella región, y pobló en cierta parte della. Y con las alteraciones que hubo en el Perú no se acabó de hacer enteramente el descubrimiento; antes salieron por dos o tres veces los españoles que en él andaban para seguir las guerras civiles. Después el presidente Pedro de la Gasca tornó a enviar a este descubrimiento al capitán Diego Palomino, vecino de la ciudad de San Miguel. Y aun estando yo en la ciudad de los Reyes vinieron ciertos conquistadores a dar cuenta al dicho presidente y oidores de lo que por ellos había sido hecho. Como es muy curioso el doctor Bravo de Saravia, oidor de aquella real audiencia, le estaban dando cuenta en particular de lo que habían descubierto. Y verdaderamente, metiendo por aquella parte buena copia de gente, el capitán que descubriere al occidente dará en próspera tierra y muy rica, a lo que yo alcancé, por la gran noticia que tengo dello. Y no embargante que a mí me conste haber poblado el capitán Diego Palomino, por no saber la certidumbre de aquella población ni los nombres de los pueblos, dejaré de decir lo que de las demás se cuenta, aunque basta lo apuntado para que se entienda lo que puede ser. De la provincia de los Cañares a la ciudad de Loja (que es la que también nombran la Zarza) ponen diez y siete leguas; el camino, todo fragoso y con algunos cenagales. Está entremedias la población de los Paltas, como tengo dicho. Luego que parten del aposento de las Piedras comienza una montaña no muy grande, aunque muy fría, que dura poco más de diez leguas, al fin de la cual está otro aposento, que tiene por nombre Tamboblanco, de donde el camino real va a dar al río llamado Catamayo. A la mano diestra, cerca deste mismo río, está asentada la ciudad de Loja, la cual fundó el capitán Alonso de Mercadillo en nombre de su majestad, año del Señor de 1546 años. A una parte y a otra de donde está fundada esta ciudad de Loja hay muchas y muy grandes poblaciones, y los naturales dellas casi guardan y tienen las mismas costumbres que usan sus comarcanos; y para ser conocidos tienen sus llantos o ligaduras en las cabezas. Usaban de sacrificios como los demás, adorando por dios al sol y a otras cosas más comunes; cuanto al Hacedor de todo lo criado, tenían lo que he dicho tener otros; y en lo que toca a la inmortalidad del ánima, todos entienden que en lo interior del hombre hay más que cuerpo mortal. Muertos los principales, engañados por el demonio como los demás destos indios, los ponen en sepulturas grandes, acompañados de mujeres vivas y de sus cosas preciadas. Y aun hasta los indios pobres tuvieron gran diligencia en adornar sus sepulturas; pero ya, como algunos entiendan lo poco que aprovecha usar de sus vanidades antiguas, no consienten matar mujeres para echar con los que mueren en ellas, ni derraman sangre humana, ni son tan curiosos en esto de las sepulturas; antes, riéndose de los que lo hacen, aborrecen lo que primero sus mayores tuvieron en tanto; de donde ha venido que, no tan solamente no curan de gastar el tiempo en hacer estos solenes sepulcros, mas antes, sintiéndose vecinos a la muerte, mandan que los entierren, como a los cristianos, en sepulturas pobres y pequeñas; esto guardan agora los que, lavados con la santísima agua del baptismo, merecen llamarse siervos de Dios y ser tenidos por ovejas de su pasto; muchos millares de indios viejos hay que son tan malos agora como lo fueron antes, y la serán hasta que Dios, por su bondad y misericordia, los traiga a verdadero conocimiento de su ley; y éstos, en lugares ocultos y desviados de las poblaciones y caminos que los cristianos usan y andan, y en altos cerros o entre algunas rocas de nieves, mandan poner sus cuerpos envueltos en cosas ricas y mantas grandes pintadas, con todo el oro que poseyeron; y estando sus ánimas en las tinieblas, los lloran muchos días, consintiendo los que dello tienen cargo que se maten algunas mujeres, para que vayan a les tener compañía, con muchas cosas de comer y beber. Toda la mayor parte de los pueblos subjetos a esta ciudad fueron señoreados por los ingas, señores antiguos del Perú, los cuales (como en muchas partes desta historia tengo dicho) tuvieron su asiento y corte en el Cuzco, ciudad ilustrada por ellos y que siempre fue cabeza de todas las provincias, y no embargante que muchos destos naturales fuesen de poca razón, mediante la comunicación que tuvieron con ellos se apartaron de muchas cosas que tenían de rústicos y se llegaron a alguna más policía. El temple destas provincias es bueno y sano; en los valles y riberas de ríos es más templado que en la serranía; lo poblado de las sierras es también buena tierra, más fría que caliente, aunque los desiertos y montañas y rocas nevadas lo son en extremo. Hay muchos guanacos y vicunias, que son de la forma de sus ovejas, y muchas perdices, unas poco menores que gallinas y otras mayores que tórtolas. En los valles y llanadas de riberas de ríos hay grandes florestas y muchas arboledas de frutas de las de la tierra, y los españoles en este tiempo ya han plantado algunas parras y higueras, naranjos y otros árboles de los de España. Críanse en los términos desta ciudad de Loja muchas manadas de puercos de la casta de los de España, y grandes hatos de cabras y otros ganados, porque tienen buenos pastos y muchas aguas de los ríos que por todas partes corren, los cuales abajan de las sierras, y son las aguas dellos muy delgadas; tiénese esperanza de haber en los términos desta ciudad ricas minas de plata y de oro, y en este tiempo se han ya descubierto en algunas partes; y los indios, como ya están seguros de los combates de la guerra, y con la paz sean señores de sus personas y haciendas, crían muchas gallinas de las de España, y capones, palomas y otras cosas de las que han podido haber. Legumbres se crían bien en esta nueva ciudad y en sus términos. Los naturales de las provincias subjetas a ella son de mediano cuerpo y otros no; todos andan vestidos con sus camisetas y mantas, y sus mujeres lo mismo. Adelante de la montaña, en lo interior della, afirman los naturales haber gran poblado y algunos ríos grandes, y la gente, rica de oro, no embargante que andan desnudos ellos y sus mujeres, porque la tierra debe ser más cálida que la del Perú y porque los ingas no lo señorearon. El capitán Alonso de Mercadillo, con copia de españoles, salió en este año de 1550 a ver esta noticia, que se tiene por grande. El sitio de la ciudad es el mejor y más conveniente que se le pudo dar para estar en comarca de la provincia. Los repartimientos de indios que tienen los vecinos della los tenían primero por encomienda los que lo eran de Quito y San Miguel; y porque los españoles que caminaban por el camino real para ir al Quito y a otras partes corrían el riesgo de los indios de Carrochamba y de Chaparra, se fundó esta ciudad, como ya está dicho; la cual, no embargante que la mandó poblar Gonzalo Pizarro, en tiempo que andaba envuelto en su rebelión, el presidente Pedro de la Gasca, mirando que al servicio de su majestad convenía que la ciudad ya dicha no se despoblase, aprobó su fundación, confirmando la encomienda a los que estaban señalados por vecinos, y a los que, después de justiciado Gonzalo Pizarro, él dio indios. Y pareciéndome que basta lo ya contado desta ciudad, pasando adelante, trataré de las demás del reino.
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CAPITULO LVI Llega el socorro de dos Misioneros, y sale el V. Padre Presidente a hacer su última Visita a las Misiones del Sur. Enterado el R. P. Guardián por Carta del Padre Presidente de quedar establecida la Misión de San Buenaventura con el mismo método que las demás, (lo que aprobó) y viendo que ya no quedaba supernumerario alguno, propuso en Directorio esta necesidad; y no obstante de hallarse el Colegio con tan corto número de Religiosos que siguiesen la Comunidad, que apenas excedía el número de diez y ocho que estábamos en estas nueve Misiones, y que no se tenía la menor noticia de la Misión de España; determinaron viniesen dos para suplir en las necesidades que ocurriesen, los que luego se aprontaron, y caminaron para San Blas; y habiéndose embarcado, llegaron con felicidad a este Puerto el 2 de junio de 1783, y habiendo descansado unos días en esta Misión, y en la de Santa Clara, llegaron por tierra a la de S. Carlos de Monterrey a tomar la bendición del R. P. Presidente, que hallaron malo de una flucción que le había caido al pecho. Este accidente del dolor del pecho, ya había muchos años que lo padecía, desde que estuvo en el Colegio, aunque jamás se quejó ni hizo la menor diligencia de ponerse en cura, haciendo tanto caso de este accidente como de la llaga, e hinchazón del pie y pierna, que cuando le hablábamos de aplicarle algún remedio solía responder: dejemos esto no lo vayamos a echara perder; así vamos pasando; añadiendo el dicho de Santa Agueda: Medicinam carnalem corpori meo numquam exhibui. Este dolor y sofocación del pecho, aunque nunca se explicó si se sentía o no lastimado de él, yo así lo juzgué, acordándome de lo que S. P. practicaba en muchos de los Sermones de las Misiones que predicó entre Fieles, que ya queda dicho a fin de mover a los del auditorio a llorar sus culpas, y dolerse de sus pecados. A más de la cadena que ya solía sacar a imitación de San Francisco Solano, con la que cruelmente se azotaba en el Púlpito, más de ordinario sacaba una grande piedra, que solía tener prevenida en el Púlpito; y al concluir el Sermón, con el acto de Contricción, enarbolaba la Imagen de Cristo Crucificado, con la mano izquierda, y cogía con la otra el canto o piedra, con la que se daba en el pecho todo el tiempo del acto de Contricción tan crueles golpes, que muchos del auditorio recelaban no se rompiese el pecho, y se cayese muerto en el Púlpito. Usaba también para más mover al auditorio, principalmente en los Sermones de Infierno, o de la eternidad, de otra inventiva bien pesada, lastimosa y peligrosa para lastimar el pecho: y era que solía sacar una hacha de cuatro pabillos encendida, a fin de que los oyentes viesen la alma en pecado o condenada, y concluía abriéndose el pecho (que para el efecto tenía el hábito y túnica abiertos por delante) y a raíz de la carne apagaba la grande llama del hachón, deshaciéndose la gente en lágrimas, unos de dolor de sus pecados, y otros de compasión del fervoroso Predicador, juzgando que sin duda habría lastimado su pecho. Pero bajaba el celoso Padre del Púlpito sin la menor novedad, y como si tal acción hubiera hecho, y jamás manifestó si había quedado lastimado, aunque era natural así sucediese, y que quedase el pecho herido y quemado, de cuyas resultas le quedaría lo que parecía cargazón en el pecho, de que sólo sentía alivio descargando y deponiendo algunas flemas. Una de las ocasiones en que se sintió más malo fue cuando llegaron los dos Misioneros dichos a la Misión de Monterrey, los que recibió el Venerable Prelado con estrecho abrazo de amoroso Padre, alegrándose mucho de su llegada; pero sintiendo al mismo tiempo el que no hubiese venido mayor número para poder verificar las fundaciones de la Canal. Dio a Dios las debidas gracias conformándose con su santa voluntad, repitiéndole sus súplicas para que enviase Operarios para la Canal. En cuanto tuvo quien pudiese suplir su ausencia determinó dejar en su Misión uno de los que acababan de llegar, que fue el P. Fr. Diego Noboa de la Provincia de Santiago de Galicia, y con él otro de la misma Provincia llamado el Padre Fr. Juan Riobó, bajar para San Diego, éste para suplir en cualquiera necesidad de las Misiones del Sur, y S. R. para hacer la última Visita a aquellas Misiones, y confirmar los Neófitos de ellas. Dilatóse la salida del Barco hasta agosto, y en esta detención se le agravó el accidente del pecho, de modo que todos juzgamos no estaba en disposición de embarcarse, y mucho menos para poder volver por tierra con tan dilatado camino. Lo mismo juzgaba el V. P. Presidente, pues el día que se embarcaba me escribió la despedida encargándome los asuntos particulares del oficio, y concluía su Carta con mucha gracia y resignación: Todo esto digo, porque mi vuelta puede ser era Carta, pues tan agravado me hallo: encomiéndeme a Dios. No obstante de hallarse tan malo, el celoso y fervoroso incendio que residía en su corazón le hacía posponer su salud y vida por la caridad del Prójimo, no dándole lugar a privarlos de los bienes espirituales del Santo Sacramento de la Confirmación; y como veía que sólo hasta julio del siguiente año, que se cumplía el decenio de la Concesión, duraba esta extraordinaria facultad, no quiso omitir el hacer la diligencia de su parte, para que lograsen este bien espiritual, esperando en que Dios nuestro Señor, por quien emprendía este viaje, le asistiría. Con esta confianza se embarcó con el Padre arriba expresado, y sin la menor novedad desembarcó por el mes de septiembre en San Diego. Aunque no llegó mejor de sus males; pero sí muy alentado en el fervor y espíritu, de modo que luego trató con los Padres de la disposición de los Neófitos para confirmarlos; así lo practicó, y dejándolos a todos con este bien espiritual, emprendió el camino por tierra de ciento setenta leguas hasta Monterrey, haciendo su mansión en cada Misión, procurando no dejar Cristiano alguno sin confirmar, por ser la última Visita con la dicha facultad. En la Misión de San Gabriel, según me escribieron los Ministros, se vio apurado del accidente del pecho, que pensaban que allí se moría; pero no por esto dejaba de rezar, decir Misa, y confirmar, y era ya con tanta fatiga que los Indios chicos le ayudaban a la Misa, decían a sus Padres Ministros con mucha pena y dolor, que expresaban con lágrimas: Padres, ya el Padre, viejo (así lo llamaban) se quiere morir; con lo que se enternecían los Padres, y se les oprimía el corazón, y más cuando tuvo a todos los Neófitos confirmados, trató de ponerse en camino para la siguiente Misión de San Buenaventura, recelosos no muriese en el camino, que es de más de treinta leguas, sin más población que Gentilidad. Pero diole Dios fuerzas para llegar a su querida Misión de San Buenaventura (la última que había fundado el año anterior) y viendo ya en ella su competente número de Cristianos, que el año antecedente había visto Gentiles, no cabía de alegría dando muchas gracias a Dios; los que confirmó con extraordinario gozo y júbilo de su corazón, que al parecer le alivió sus males, pues salió de ella ya muy aliviado de la sofocación del pecho, y siguió su camino con el mismo alivio. Cruzó por los Pueblos de Gentiles de las veinte leguas de la Costa de la Canal de Santa Bárbara, que no bajan de veinte Pueblos bien formados y poblados de mucho gentío, y en cada uno de ellos se le derretía el corazón por los ojos, ya que no podía regar aquella tierra con su sangre para lograr su reducción, porque no estaba en su mano, procuró regarla con lágrimas, nacidas de sus fervorosos deseos, que le hacían prorrumpir con el Rogate Dominum mesis, ut mittat operarios in messem suam: (Math. 9. Vers. 38) y la carencia de éstos es de creer que le acortó la vida, según las vivas ansias que tenía de la conversión de los Gentiles, pues desde que recibió la noticia de no venir Misioneros para las Misiones de la Canal, se le oprimió el corazón, ofreciéndolo a Dios nuestro Señor con sus deseos de la propagación de la Fe. Saliendo de la Canal siguió su camino, cruzando por las dos Misiones de San Luis y San Antonio, en las que se detuvo a confirmar a los Neófitos recién bautizados; y colmado de méritos llegó a su Misión de San Carlos por enero de 1784, con más fuerzas y salud que cuando por agosto se embarcó, dejando a todos admirados y llenos de gozo viéndolo otra vez en su Misión cuando pensaban no volverlo a ver. La llegada a su Misión no fue para dar descanso a su cuerpo tan fatigado de los caminos sobre la avanzada edad de 70 años ya cumplidos, sino para aplicarse con más fervor al culto de su Viña, catequizando a Gentiles, bautizando y confirmándolos, y en los demás ejercicios en que ordinariamente se empleaba, teniendo para ello distribuido el tiempo. Celebró la Cuaresma y Semana Santa con su acostumbrada devoción y ejercicios; y después de Pascua, y haber concluido con los que habían de confesar y comulgar para el cumplimiento de la Iglesia, trató de venir a estas Misiones del Norte a hacer la última Visita.
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Capítulo LVI Cómo Quisquis mandó sacar a Huascar Ynga en público y de lo que con él pasó y las crueldades que empezó a hacer No faltaba, para acabar de consumir los corazones de Rahua Ocllo y Chuqui Huipa y de los demás orejones que presos estaban, sino hacer lo que en aquel instante mandó Quisquis se hiciese para más afrenta y dolor y menosprecio dellos. Y fue a los que tenían a cargo a Huascar Ynga y los demás prisioneros, ordenó los sacasen en público con las prisiones, de la manera que estaban, y así los sacaron. Salió Huascar Ynga en un lecho de soga y de Icha, atado fuertemente, y con él salieron Tito Atauchi y Topa Atao, sus hermanos, e Ynga Roca, su consejero mayor. Y, en saliendo de la casa donde estaban presos, toda la multitud del ejército de Quisquis alzó una confusa vocería por modo de burla y menosprecio, mofando dellos, y así fueron por medio de todos los orejones que sentados estaban y rodeados del ejército, diciendo: veis aquí a vuestro Señor, el que dijo que se había de convertir en fuego y agua en la batalla para destruir y acabara sus enemigos y había de hacer en ellos castigos nunca vistos. Visto y oído esto por los orejones, bajaron las cabezas con tanta pena y sentimiento de sus corazones cuanto no se podrá explicar, y con un llanto interior del alma pasaron su afrenta y trabajo. Entonces Quisquis, sentado, mandó llegar junto a sí a Tito Atauchi y Topa Atao, hermanos de Huascar, e Ynga Roca, su consejero, y otros presos de los más principales, y a Huascar Ynga mandó le bajasen del lecho de sogas donde estaba atado, y luego llamó a Rahua Ocllo, madre del dicho Huascar, y a su mujer Chuqui Huipa, y a Huanca Auqui y otros capitanes, y los sacerdotes que habían dado la borlas a Huascar Ynga, para que en presencia de todos se desdijese, y preguntó Quisquis a Huascar Ynga, con unas palabras soberbias y de menosprecio: Quién destos os hizo a vos Señor e Ynga habiendo otros hijos de Huaina Capac mucho mejores que vos, que lo fuesen y lo merecían más. Oyendo esta pregunta Rahua Ocllo, antes que su hijo respondiese palabra, vuelta a él le dijo: esto merecéis, hijo, que se os diga y, en fin, todo este trabajo viene enviado de la mano del hacedor por las crueldades que habéis hecho con vuestros vasallos y las muertes que distes a vuestros hermanos y parientes tan sin razón, no habiéndose en nada ofendido. A estas palabras respondió Huascar Ynga a su madre, diciéndole: madre, déjanos a nosotros que somos hombres que eso que decís ya está hecho y no tiene ahora ningún remedio; y volviendo el rostro a Chalco Yupanqui, que era el sacerdote mayor de Sol, enderezó a él sus razones, diciendo: habla vos y responde a lo que me ha preguntado Quisquis, pues lo sabéis y lo vistes; y Chalco Yupanqui dijo a Quisquis: es verdad lo que me preguntas, que yo lo alcé a Huascar Ynga delante del Sol por Señor por mandado de su padre, Huaina Capac, que así lo dejó ordenado en su testamento y porque le venía de derecho ser Ynga, por ser hijo de Coya y haber sido su madre Rahua Ocllo, mujer legítima de Huaina Capac. Oyendo estas palabras Chalco Chima, que estaba presente, con grande ira y, enojo se levantó y dio una voz diciendo: mentís, que sois engañador, y con razón os tengo yo por tal, que en todo habéis mentido, que no mandó tal Huaina Capac cuando murió; y vuelto a Rahua Ocllo le dijo: si es así verdad, dad, a vuestro hijo, y aporreadle y afrentadle. Las cuales palabras dijo por menosprecio, y oyendo esto Huascar Ynga, llorándole el corazón lágrimas de sangre, dijo en alta voz: Quisquis y Chalco Chima, dejaos desas razones, que no os toca averiguar lo que decís, que vosotros solamente sois mandados de mi hermano Atao Hualpa, y esta cuestión y diferencia no es entre los Anan Cuzcos y Urin Cuzcos, sino entre mí y mi hermano, y ambos somos hijos de Huaina Capac, y yo estoy nombrado por Ynga y Señor legítimamente, por venirme a mí de derecho, como vosotros sabéis muy bien, yo lo hablaré con mi hermano, y ambos nos entenderemos en este caso, y vosotros poca cuenta tenéis que tomar de esto ni de otras cosas. Oyendo esto Quisquis se alteró mucho viendo la libertad con que Huascar Ynga le había hablado, estando en su poder, y casi corrido dello, lo mandó volver a la prisión con los demás prisioneros, y que los guardasen con mucho recaudo no se huyesen, y levantóse en pie, juntamente con Chalco Chima, y dijeron a los orejones: ya vosotros estáis perdonados, idos al Cuzco y enviad a decir a todas partes a los que andan huidos al monte y a los que se han escondido, que pierdan el miedo y salgan en público, pues ya todos están perdonados, Las cuales palabras dijeron cautelosamente y con fraude por sosegarlos, y después coger a los que querían y matarlos. Concluido todo lo dicho por Quisquis y Chalco Chima, los orejones, tristes y afligidos, se volvieron al Cuzco con suma tristeza, diciendo: ¡oh Hacedor!¿dónde estás tú agora, que diste ser a los Yngas? ¿cómo has permitido que tantos desastres y desventuras hayan pasado y pasen por ellos? ¿porqué para tan poco tiempo los ensalzastes y distes tanto señorío? Y diciendo estas palabras, sacudían las mantas que llevaban puestas hacia do estaba el ejército contrario, en señal de maldición y desdicha que sobre los causadores de aquello viniese. Y ansí llegaron al Cuzco, juntamente con Rahua Ocllo, madre de Huascar, y su mujer, Chuqui Huipa, adonde cada uno se fue a su casa, y allí de nuevo se comenzaron los llantos y gritos, visto cual quedaba el triste de Huascar Ynga en su prisión, temiendo que lo habían de matar como a los demás que aquel día habían muerto. Otro día por la mañana, Quisquis y Chalco Chima, queriendo hacerse tener más y que su nombre sonase en todas las provincias del reino, mediante los castigos que hiciesen, mandaron matar a todos los indios chachapoyas y cañares, que habían sido en las batallas presos, y con ellos a todos los caciques y capitanes y principales que estaban detenidos en prisión, lo cual se ejecutó luego con una crueldad nunca vista, y se vio un espectáculo temeroso y horrendo, porque unos fueron asaltados con tiraderas y varas tostadas; otros, muertos a macanazos; otros, abiertos por medio; otros, empalados con éstos, y otros mil géneros de muertes desesperadas. Todo esto mandaron hacer en esta nación porque el Cacique de los cañares, llamado Uelco Colla, había revuelto a los dos hermanos, Atao Hualpa y Huascar Ynga, metiendo entre ellos cizaña, quizás para destruirlos a entrambos en guerras que entre sí se hiciesen, como ya dijimos, pero bien lo pagó.
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Cómo el Almirante volvió desde Jamaica a seguir la costa de Cuba, creyendo todavía que ésta era tierra firme Después que el Almirante hubo partido de la isla de Jamaica el miércoles, a 14 de Mayo, llegó a un cabo de Cuba, que llamó el Cabo de Santa Cruz; y siguiendo la costa abajo, fue asaltado por muchos truenos y relámpagos terribles, con los cuales, y con los numerosos bajos y canales que hallaba, corrió no leve peligro y pasó gran trabajo, viéndose obligado al mismo tiempo a guardarse y defenderse de todos estos malignos accidentes, que exigían cosas contrarias, porque el remedio contra los truenos es amainar las velas, y para huir de los bajos necesitaba mantenerlas, siendo cierto que si tamaña desventura hubiese durado por ocho o diez leguas habría sido insoportable. Era el mayor mal que por todo aquel mar, tanto al Norte como a Nordeste, cuanto más navegaban, había más islillas bajas y llanas; y si bien en algunas de ellas se veían muchos árboles, las demás eran arenosas, que apenas salían de la superficie del agua; y tenían de circuito como una legua, unas más y otras menos. Bien es verdad que cuanto más se acercaban a Cuba, tanto dichas islas eran más altas y más bellas. Como sería difícil y vano dar nombre a cada una de ellas, el Almirante las llamó en general el Jardín de la Reina. Pero si muchas islas vio aquel día, muchas más al siguiente, generalmente mayores que las de otros días, no sólo al Nordeste, sino también al Noroeste y al Sudoeste; tanto que se contaron aquel día 160 islas, a las que separaban canales profundos por donde pasaban los navíos. En algunas de estas islas vieron muchas grullas de la magnitud y figura que las de Castilla, sino que eran rojas como escarlata. En otras hallaron gran copia de tortugas y muchos huevos de éstas, semejantes a los de las gallinas, si bien la cáscara de aquéllos se endurece fuertemente. Estos huevos los ponen las tortugas en un hoyo que hacen en la arena; cúbrenlos y los dejan así hasta que con el calor del sol vengan a salir las tortuguillas, las que, con el tiempo, llegan al tamaño de una rodela, y algunas, como el de una adarga grande. Veíanse igualmente en estas islas cuervos y grullas como los de España, cuervos marinos e infinitos pajarillos que cantaban suavísimamente; el olor del aire era tan suave que les parecía estar entre rosas y las más delicadas fragancias del mundo. Como, según ya hemos dicho, el peligro de la navegación era muy grande, por ser tanto el número de los canales, se necesitaba largo tiempo para hallar la salida. En uno de estos canales vieron una canoa de pescadores indios, los cuales, con mucha seguridad y quietud, sin hacer movimiento alguno, esperaron la barca que iba hacia ellos; y cuando estuvo cerca, hicieron señal de que se detuviese un poco hasta que ellos acabasen de pescar. El modo con que pescan pareció a los nuestros tan nuevo y extraño que accedieron a complacerles. Era de esta manera: tenían atados por la cola, con un hilo delgado, algunos peces que nosotros llamamos revesos, que van al encuentro de los otros peces, y con cierta aspereza que tienen en la cabeza y llega a la mitad del espinazo, se pegan tan fuertemente con el pez más cercano, que, sintiéndolo el indio, tira del hilo y saca al uno y al otro de una vez; así acaeció en una tortuga que vieron los nuestros al sacarla dichos pescadores, al cuello de la cual se había adherido el pez, y siempre se pega éste allí, porque está seguro de que el pez cogido no puede morderle; yo los he visto pegados así a grandísimos tiburones. Después que los indios de la canoa acabaron la pesca de la tortuga y de dos peces que habían cogido antes, muy luego se aproximaron a la barca pacíficamente, para saber qué deseaban los nuestros; y por mandato de los cristianos que allí estaban, fueron con ellos a las naves, donde el Almirante les hizo mucho agasajo, y supo de ellos que por aquellos mares había innumerables islas. Ofrecieron de buen grado cuanto habían, pero el Almirante no quiso que se tomara de ellos más que dicho pez reveso, pues lo demás consistía en redes, anzuelos, y las calabazas que llevaban llenas de agua para beber. Después, dándoles algunas cosillas, les dejó ir muy contentos, y él siguió su camino con propósito de no continuarlo mucho, porque le faltaban ya los bastimentos, pues si los hubiese tenido en abundancia no habría vuelto a España sino por el Oriente; aunque se hallaba muy trabajado, tanto porque comía mal como porque no se había desnudado ni dormido en cama desde el día que salió de España hasta el 19 de Mayo, en cuyo tiempo escribía esto, fuera de ocho noches, por excesiva indisposición; y si en otras ocasiones tuvo mucha fatiga, en este viaje se le redobló, por la innumerable cantidad de islas entre las que navegaba, la cual era tan grande que a 20 de Mayo descubrió setenta y una, con otras muchas que al ponerse el sol vio hacia el Oes-Sudoeste. Cuyas islas y los bajos, no sólo dan grande miedo por su muchedumbre que se ve todo alrededor, sino que pone mayor espanto el que en ellas se produce a la tarde una espesa niebla al Este del cielo, que parece ha de caer una formidable granizada, pues son tantos los relámpagos y los truenos; pero al salir la luna se desvanece todo, resolviéndose alguna parte en lluvia y viento; lo cual es tan ordinario y natural en aquel país que no sólo acontecía todas las tardes mientras el Almirante navegó por allí, sino que yo también lo vi en aquellas islas, el año 1503, viniendo del descubrimiento de Veragua; el viento que sopla ordinariamente de noche es del Norte, porque proviene de la isla de Cuba; cuando sale el sol, se vuelve al Este, y va con el sol hasta que da la vuelta al Occidente.