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Cómo el rey Tupac Inca envió a saber dese Quito cómo se cumplía su mandamiento y cómo, dejando en orden aquella comarca, salió para ir por los valles de los Yuncas. Como Tupac Inca Yupanqui hobiese señoreado la tierra hasta el Quito, segund se ha dicho, estando él en la mesma población del Quito entendiendo que se cumpliesen y ordenasen las cosas por él mandadas, de donde mandó, a los que entre los suyos tenía por más cuerdos, que en hamacas fuesen llevados por los naturales y, unos por una parte y otro por otra, mirasen y entendiesen en la orden questaban las nuevas provincias que se hacían y que tomasen cuenta a los gobernadores y cogedores de tributos y que mirasen cómo se habían con los naturales. A las provincias que llamamos de Puerto Viejo envió sus orejones a algunas dellas para que les hablasen y quisiesen tener su confederación, como los demás hacían y que los impusiesen en cómo habían de sembrar y servir y vestir y reverenciar al sol y hacelles entender su buena orden de vivir y pulicía que iban a hacer y que Tupac Inca invió ciertos capitanes con gentes a castigarlos; mas, como lo supiesen, se juntaron tantos de los bárbaros que mataron y vencieron a los que fueron, de que mostró sentimiento el Inca; mas por tener negocios grandes entre las manos y convenir en persona volver al Cuzco, no fue él propio a dalles castigo por lo que habían hecho. En Quito tuvo nueva cuán bien se hacía lo que por él había sido mandado y cuánto cuidado tenían los delegados suyos de imponer aquellas gentes en su servicio y cuán bien los trataban, y ellos cómo estaban alegres y hacían lo que les era mandado; y de muchos señores de la tierra le venían cada día embajadores y le traían grandes presentes y su corte estaba llena de principales y sus palacios de vasijas y vasos de oro y plata y otras grandes riquezas. Por la mañana comía y desde medio día hasta ser algo tarde oía en público, acompañado de su guarda, a quien le quería hablar. Luego gastaba el tiempo en beber hasta ser noche, que tornaba a cenar con lumbre de leña, porque ellos no usaron sebo ni cera, aunque tenían harto de lo uno y de lo otro. En Quito dejó por su capitán general y mayordomo mayor a un orejón anciano, quien todos cuentan que era muy entendido y esforzado y de gentil presencia, a quien llamaban Chalco Mayta, y le dio licencia para que pudiese andar en andas y servirse con oro y otras libertades que él tuvo en mucho. Mandóle, sobre todas cosas, que cada luna le hiciese mensajero que le llevase aviso particularmente de todas las cosas que pasasen y del estado de la tierra y de la fertilidad della y del crecimiento de los ganados, con más lo que ordinariamente todos avisaban, que era los pobres que había, los que eran muertos en un año y los que nacían y lo que se ha escripto en lo de atrás que sin esto sabían los reyes en el mesmo Cuzco; y con haber tan grande camino desde Quito al Cuzco, que es más que ir de Sevilla a Roma, con mucho, era tan usado el camino como lo es de Sevilla a Triana que no lo puedo más encarecer. Días había que el grand Tupac Inca tenía aviso de la fertilidad de Los Llanos y de los hermosos valles que en ellos había y cuánto se estimaban los señores dellos y determinó de les enviar mensajeros con dones y presentes para los principales, rogándoles que le tuviesen por amigo y compañero, porquél quería ser igual suyo en el traje cuando pasase por los valles, y no dalles guerra si ellos quisiesen paz y que daría a ellos de sus mujeres y ropas y él tomarla de las suyas, y otras cosas destas. Y por toda la costa había volado ya la nueva de lo mucho que había señoreado Tupac Inca Yupanqui y cómo no era cruel ni sanguinario ni hacía daño sino a los cavilosos y que querían oponerse contra él; e loaban la costumbre y religión de los del Cuzco tenían a los orejones por hombres sanctos, creyendo que los Incas eran hijos del sol o que en ellos había alguna deidad. Y considerando estas cosas y otras determinaron muchos, sin haber visto sus banderas, de tomar con él amistad y así se lo enviaron a decir con sus propios embajadores, con los cuales enviaron muchos presentes al mesmo rey y le rogaban quisiese venir por sus valles a ser dellos servido y a holgarse de ver sus frescuras; y alabando el Inca tal voluntad, hablando de nuevo al gobernador de Quito lo que había de hacer, salió de aquella ciudad para señorear los Yuncas.
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Cuéntase cómo por razón de mucho viento Noroeste estuvieron de mar al través las naos, y cómo se tuvo vista de una alta isla Con mucha pena de se haber ido los tres mejores indios, aunque mejor librado el que quedó, que fue el que el capitán señaló con el dedo cuando los prendieron, fuimos navegando al Sueste con viento fresco Noroeste hasta el otro siguiente día que, por haber crecido mucho y gran cerrazón, vista de pájaros y venir la noche, se calaron los masteleos y se pusieron de mar al través hasta veinticuatro de abril. Este día, pesado el sol, se hallaron catorce grados y haber las naos abatido veinte leguas. A la tarde, habiendo abonanzado el tiempo, el capitán mandó se diesen las velas, para lo que le fue preguntando a qué rumbo se habían de poner las proas, y respondió: --Pónganlas a donde quisieren, que Dios las guiará como convenga: y porque estaban al Sudueste dijo que fuesen allí, a donde con poca vela navegamos aquella noche, y antes que saliese el sol del siguiente día un Francisco Rodríguez, marinero de la capitana, subió al tope, y dijo alegre a voces: --Tierra muy alta por proa. Fueron los cudiciosos a verla, todos juntos la vimos con un contentamiento muy grande; y mucho mayor se tuvo cuando llegados más cerca se vieron humos y hombres llamando a voces la zabra que llegó más junto a ellos. Esta isla al parecer dista de Lima mil setecientas leguas: tiene boj de siete a ocho; es un cerro redondo, tajado a la mar, el más alto y bien hecho que yo he visto: su forma es de pan de azúcar despuntada la corona: es a hechura de silla, de a donde desciende al mar un buen arroyo de agua. Viéronse muchas sementeras, platanares, palmas y otros árboles, y sus moradores ser gente de buen color, y buenos cuerpos; poblada a la parte del Noroeste a donde a corta distancia hay un mediano y pelado farallón. Su altura de esta isla son catorce grados, y su nombre San Marcos, por ser descubierta en su día.
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Cómo el gobernador envió a buscar los indios de García Habida la relación del indio, el gobernador mandó luego que con algunos naturales de la tierra fuesen algunos españoles a buscar los indios guaraníes que estaban en aquella tierra, para informarse de ellos y llevarlos por guías del descubrimiento de la tierra, y también fueron con los españoles algunos indios guaraníes de los que traía en su compañía, los cuales se partieron y fueron por donde las guías los llevaron; y al cabo de seis días volvieron, y dijeron que los indios guaraníes se habían ido de la tierra, porque sus pueblos y casas estaban despoblados, y toda la tierra así lo parescía, porque diez leguas a la redonda lo habían mirado y no habían hallado persona. Sabido lo susodicho, el gobernador se informó de los indios chaneses si sabían a qué parte se podían haber ido los indios guaraníes; los cuales le dijeron y avisaron que los indios naturales de aquel puerto con los de aquella isla se habían juntado, y les habían ido a hacer guerra, y habían muerto muchos de los indios guaraníes, y los que quedaron se habían ido huyendo por la tierra adentro, y creían que se irían a juntar con otros pueblos de guaraníes que estaban en frontera de una generación de indios que se llaman xarayes, con los cuales y con otras generaciones tienen guerra; y que los indios xarayes es gente que tienen alguna plata y oro, que les dan los indios de tierra adentro, y que por allí es todo tierra poblada, que puede ir a las poblaciones; y los xarayes son labradores, que siembran maíz y otras simientes en gran cantidad, y crían patos y gallinas como las de España. Fuéles preguntado qué tantas jornadas de aquel puerto estaba la tierra de los indios xarayes; dijo que por tierra podían ir, pero que era el camino muy malo y trabajoso, a causa de las muchas ciénagas que había, y muy gran falta de agua, y que podían ir en cuatro o cinco días, y que si quisiesen ir por agua en canoas, por el río arriba, ocho o diez días
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Cómo después que partieron nuestros embajadores para su majestad con todo el oro y relaciones: de lo que en el real se hizo, y la justicia que Cortés mandó hacer Desde a cuatro días que partieron nuestros procuradores para ir ante el emperador nuestro señor, como dicho habemos, y los corazones de los hombres son de muchas calidades e pensamientos, parece ser que unos amigos y criados del Diego Velázquez, que se decían Pedro Escudero y un Juan Cermeño, y un Gonzalo de Umbría, piloto, y Bernardino de Coria, vecino que fue después de Chiapa, padre de un hulano Centeno, y un clérigo que se decía Juan Díaz, y ciertos hombres de la mar que se decían Peñates, naturales de Gibraleón, estaban mal con Cortés, los unos porque no les dio licencia para se volver a Cuba, como se la habían prometido, y otros porque no les dio parte del oro que enviamos a Castilla; los Peñates porque los azotó en Cozumel, como ya otra vez tengo dicho, cuando hurtaron los tocinos a un soldado que se decía Berrio; acordaron todos de tomar un navío de poco porte e irse con él a Cuba a dar mandado al Diego Velázquez, para avisarle cómo en la Habana podían tomar en la estancia de Francisco de Montejo a nuestros procuradores con el oro y recaudos; que, según pareció, de otras personas principales que estaban en nuestro real fueron aconsejados que fuesen a aquella estancia que he dicho, y aun escribieron para que el Diego Velázquez tuviese tiempo de haberlos a las manos. Por manera que las personas que he dicho ya tenían metido matalotaje, que era pan cazabe, aceite, pescado y agua, y otras pobrezas de lo que podían haber; e ya que se iban a embarcar, y era a más de media noche, el uno dellos, que era el Bernardino de Coria, parece ser se arrepintió de se volver a Cuba, y lo fue a hacer saber a Cortés. E como lo supo, e de qué manera y cuántos e por qué causas se querían ir, y quien fueron en los consejos y tramas para ello, les mandó luego sacar las velas, aguja y timón del navío, y los mandó echar presos y les tomó sus confesiones, y confesaron la verdad, y condenaron a otros que estaban con nosotros, que se disimuló por el tiempo, que no permitía otra cosa; y por sentencia que dio, mandó ahorcar al Pedro Escudero y a Juan Cermeño, y a cortar los pies al piloto Gonzalo de Umbría, y azotar a los marineros Peñates, a cada doscientos azotes; y el padre Juan Díaz si no fuera de misa también lo castigara, mas metióle harto temor. Acuérdome que cuando Cortés firmó aquella sentencia dijo con grandes suspiros y sentimientos: "¡Oh, quién no supiera escribir, para no firmar muertes de hombres!" Y paréceme que aqueste dicho es muy común entre los jueces que sentencian algunas personas a muerte, que lo tomaron de aquel cruel Nerón en el tiempo que dio muestras de buen emperador. Y así como se hubo ejecutado la sentencia, se fue Cortés luego a mata caballo a Cempoal, que es cinco leguas de la villa, y nos mandó que luego fuésemos tras él doscientos soldados y todos los de a caballo; y acuérdome que Pedro de Alvarado, que había tres días que le había enviado Cortés con otros doscientos soldados por los pueblos de la sierra porque tuviesen qué comer, porque en nuestra villa pasábamos mucha necesidad de bastimentos, y le mandó que se fuese a Cempoal para que allí diéramos orden de nuestro viaje a México. Por manera que el Pedro de Alvarado no se halló presente cuando se hizo la justicia que dicho tengo. Y cuando nos vimos juntos en Cempoal, la orden que se dio en todo diré adelante.
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Capítulo LVII De cómo Sebastián de Belalcázar llegó a la ciudad de San Miguel y cómo deseando de descubrir a Quito tuvo sus inteligencias con el cabildo que le requiriese que fuese contra la gente de guerra que decían que venía contra ellos Había nombrado por su teniente de la ciudad de San Miguel don Francisco Pizarro al capitán Sebastián de Belalcázar, como en su lugar se contó. Y saliendo de aquella provincia, anduvo hasta llegar a la ciudad donde, por virtud de la provisión que llevaba, fue admitido al cargo. Hernando Pizarro, como en Panamá dio noticia de lo que habían descubierto y de la mucha riqueza de la tierra, procuraban todos los que podían navegar adonde tanto oro se había hallado. Y como San Miguel estuviese poblada en la costa, habían aportado a aquella ciudad muchos de éstos, que digo, con caballos y armas: que fue ocasión que Belalcázar tomase ánimo de intentar la demanda del Quito, donde afirmaban que había casas llenas de oro, y que en tanto grado había de este metal que lo de Caxamalca y lo del Cuzco eran nada para ser comparado con ello. Llegó en este tiempo también Gabriel de Rojas, que venía con la probanza que hizo el licenciado Castañeda sobre la venida que quería hacer al Perú el adelantado don Pedro de Alvarado. Salió de San Miguel Diego Palomino, con algunos para acompañarle, para que seguramente pudiese llegar adonde estaba Pizarro. Belalcázar tenía mano en el cabildo donde se ayuntaban los regidores y justicias de la ciudad. Deseaba que de ellos mismos saliese requerirle que fuese a la sierra a defender la comarca de los indios de guerra: nueva que también se había derramado por los llanos, que los serranos, indignados con la muerte de Atabalipa, hacían liga para dar en los españoles vecinos y habitantes de la nueva ciudad. Y aun decía Belalcázar que convenía mucho, así a Pizarro, como a todos ellos, ir a ocupar el Quito, lugar conocido y muy mentado y que por tener fama de tanta riqueza venia encaminado don Pedro de Alvarado a lo descubrir. Muchos les pareció bien estas razones de Belalcázar, y como lo anduviese mancando, estando en cabildo algunos de los regidores que eran sus amigos, trataron en que la ciudad le requiriese que fuese a desbaratar los indios que decían venir de guerra contra ellos, y otras cosas que pasaron, de tal manera que Belalcázar fue alegre, y escribiendo sus cartas al gobernador, de disculpas por sin su mandado dejar la ciudad; diciendo que los del cabildo de ella se lo habían requerido, mas que procuraría de dar vuelta brevemente. Y luego, gastando de los dineros que sacó de Caxamalca, comenzó a mercar caballos y allegar gente. Creyendo él y todos, que hablan de hallar en el Quito que repartir mucho más que en Caxamalca, ciento y cuarenta españoles de pie y de caballo se juntaron para la jornada; de la cual iba por alférez un Miguel Muñoz, conocido o pariente del mismo Belalcázar, por capitanes Francisco Pacheco y Juan Gutierrez, por maese de campo Halcón de la Cerda. Salieron de la ciudad y fueron a Corrochamba, provincia de la sierra, donde se juntaron todos y fueron bien albergados de los indios, y proveídos de mantenimientos, sin les dar por ello paga ninguna: mas en todas las Indias ha sido general esta costumbre. En el Quito súpose esta nueva, de los cristianos caminar a ocupar las provincias y robar el tesoro. Habíanse alterado todos los más de aquella regiones cuando supieron la muerte de Atabalipa, porque le amaban mucho, espantándose cómo pudieron --siendo tan pocos-- desbaratar a tantos y prender a tan poderoso príncipe. Ruminabi, Zopezapagua y otros habían tomado el mando de la república. Sucedió también lo que dicen del hurto que hizo Otavalo en Carangue, según tengo escrito en la Primera parte a que me refiero; porque escribir una cosa muchas veces en la historia es fastidio. Todos habían determinado de defender la tierra sin consentir que de ella los españoles se hiciesen señores. Hicieron grandes plegarias y solemnes sacrificios a sus dioses, comunicando en los oráculos con el demonio; sobre el fin de la guerra, ¿qué tal sería? Habían entendido por muy averiguado que la codicia del oro los llevaba contra ellos, y no otra cosa; de lo cual tenían tanta hambre que nunca se hartaban. Porque no se viesen en tal gozo ni poseyesen lo que no era suyo, ni les era debido por ninguna razón ni ley natural, es público, entre muchos, que Ruminabi, con otros principales y sacerdotes tomaron más de seiscientas cargas de oro de lo que habían recogido de los templos sagrados del sol, y de tiempo estaba en los sagrados de los incas, y lo llevaron a una laguna, según dicen unos, y lo echaron en lo más hondo de ella; y según otros cuentan, lo enterraron en riscos grandes entre montones de nieve y que a los que lo llevaron a cuestas porque no lo descubriesen los mataron. ¡Crueldad grande! Y ellos, aunque después murieron atormentados, extrañamente no quisieron descubrir lo que sabían, sino morir: creyendo que iban a vivir para siempre con los incas, sus soberanos señores que habían sido. Otros quieren decir que no había tesoro, sino poco, porque como la cabeza del imperio de los reyes era el Cuzco, allá se llevaban estos metales y estaban hechos depósitos de ellos. Mas aunque se diga y yo cuente las opiniones, verdaderamente creo, y tengo para mí, que es grande el tesoro de Quito, que no parece; porque el repuesto de Guaynacapa y su cámara quedó en él y Atabalipa, como pensaba que había de ser segundo Cuzco, dejó lo suyo, después los que se levantaron habían recogido lo de Tomebanba, Latacunga, Carangue y otras partes principales, donde había templos y palacios, y ninguna cosa de esto fue a Caxamalca, ni hasta hoy día ha aparecido. Los que eran mitimaes y tenían mando en estas comarcas hicieron lo que los otros, que fue ocupar cada uno lo que podían. Sabían que no había Inca que les pidiese cuenta, y que los españoles (que eran a quien ya temían) entendían poco de quipos, y habiendo hecha liga por todos para les dar guerra, comenzaron a aderezar armas de las que ellos usan. Eligieron por capitán general a Ruminabi, que significa ojo de piedra, porque "rumi" llaman piedra y "navi" ojo; éste los animaba a todos cuanto podía, afirmándoles que los españoles eran muy crueles, lujuriosos, destruidores de los campos y pueblos. Había salido de Corrochamba, Belalcázar, y pasó con su gente gran trabajo de hambre y frío, cuando caminó por el despoblado hasta llegar a Coropalta. Tenían nueva cómo estaba cerca la provincia de los Cañares, donde hallarían mucho proveimiento. Como estuviesen poco más de cuatro leguas de Tomebanba, que es la principal de aquella tierra, se adelantó Belalcázar con treinta caballos, quedando, a cargo de Pacheco, la demás gente.
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Capítulo LVII Que trata en cómo estando el general con veinte españoles entendiendo en hacer la puente de madera en el río de Maipo tuvo nueva en como era venido un navío de mercadería al puerto Estando el general Pedro de Valdivia con sus veinte españoles entendiendo en hacer la puente, una noche vino un indio a decir cómo había visto pasar por el camino de la mar doce indios que llevaban en sus hombros a dos cristianos que venían de la mar e iban para la ciudad. Oída la nueva tan deseada, habló el general a su maestre de campo y le dijo que él quería ir a la ciudad a ver si aquello que decía aquel indio era cierto. Y encargóle que tuviese recaudo en la gente que allí quedaba, y que él de allá le avisaría, y mandóle que estuviese aquella noche muy sobre aviso, porque podrían los indios tener tramada alguna cautela, de las que ellos acostumbran tramar corno hombres cautelosos, y que podría ser haber echado aquella nueva para dividir a los españoles, y dar en ellos tomándolos desapercibidos y matarlos. Dejando el recaudo que convino, se partió luego con seis de a caballo para la ciudad tres leguas de camino, las cuales fueron en muy breve caminadas. Y sabido en la ciudad que venía el general, salieron muchos españoles a recebirle con grande alegría, y lo que iban hablando era: "¡Señor general, buenas nuevas, nuevos españoles en la tierra allegados cerca!". Respondió el general: "Hermanos, quien quiera que ellos sean, sean bienvenidos". Allegado el general a su posada, vinieron el maestre y otros hombres, y vistos fue tanto el placer cuanto era el deseo de ver socorro en la tierra. Arrasados los ojos de agua, le ocupó la habla y se la impidió. Luego tomó el general por las manos aquellos dos españoles y llevólos a su aposento, e hincados los hinojos y rodillas en tierra, y alzando las manos al cielo, dio muchas gracias a nuestro Señor Dios que en tan gran necesidad había sido servido de acordarse de él y de sus españoles, y socorrerles con aquel socorro tan deseado, manante de su gran misericordia. Hecha esta debida oración, preguntó al maestre, de la navegación que habían hecho y de las nuevas que del Pirú traía. Respondió el maestre y dijo que la navegación que habían traído había sido muy breve y demasiadamente trabajosa, ansí de furiosos aires, como de grandes pluvias, y que habían pasado adelante del puerto, y que habían tomado puerto por la mayor ventura del mundo, usando Dios de misericordia con ellos, y que no habían visto en mes y medio ninguna seña ni ahumada de españoles. Preguntó más, que qué orden habían tenido en su navegación y cómo tomaron tierra. Respondió el maestre que navegando un día y no con tormenta por junto a la tierra, acaso había llegado a un poblezuelo de indios pescadores que en la costa estaba, y acaso estaba un yanacona de un español, y como vido el navío y estaba advertido del deseo que tenían los españoles, ató su manta blanca en una vara y alta la meneó, "de suerte que le vimos y acudimos con el esquife, y del yanacona fuimos avisados, así de la población de la ciudad y de dónde estaba el puerto. Y sabido fue el batel y trajo el navío a surgir en parte segura, y metieron el yanacona dentro en el navío y nos llevó al puerto. Y dejando el navío surto y a buen recaudo, salí con aquel compañero y traje el yanacona conmigo, que me mandó dar indios que me trajesen, y así vinimos a la ciudad en dos días y medio". Luego mandó el general que fuesen dos de a caballo a la mar y dijesen a la gente del navío cómo el maestre y su compañero estaban en la ciudad buenos. Este navío envió Lucas Martínez Vegaso, vecino de la villa viciosa de Arequipa, pretendiendo socorrer en tan gran necesidad a quien tanto deseo tenían de ser socorrido, y porque esta tierra se perpetuase en servicio de Dios nuestro Señor y de Su Majestad, y aumento de nuestra religión cristiana. Luego mandó el general ir más gente de a caballo y de a pie a la casa, y mandó que llevasen el navío al puerto de Valparaíso, que es tres leguas de la casa, y el sitio donde está la casa se dice Quillota, porque allí estaría mejor y más seguro y mejor proveído. El maestre de este navío dio unas cartas al general, en que por ellas y por dicho del maestre se supo cómo el capitán Alonso de Monrroy y el que había escapado del valle de Copiapó con su compañero, vendrían breve por tierra con sesenta de a caballo. Sabiendo el general que los indios del valle de Copiapó estarían advertidos por los de Atacama cómo los dos españoles que escaparon cuando mataron los cuatro españoles venían, y estos dos habían muerto a su cacique Aldequín, y venían por tierra y traían del Pirú sesenta de a caballo. Tenía que estarían temerosos de la vuelta, y que a este efecto estarían ausentes en la sierra y huidos del valle y de sus casas. Para lo cual mandó que siempre anduviesen corriendo por los valles más cercanos veinte o treinta de a caballo, porque tomasen lengua y supiesen de los indios dónde estaban y a qué parte llegaba el capitán Alonso de Monrroy, para que en allegando al valle de Limarí, que es ochenta leguas de la ciudad, se le proveyese de algún bastimento, porque había falta de él a causa de estar los indios alzados que no sembraban. Mandó el general al primer caudillo que salió con gente, proveyese a Monrroy y a su gente de bastimento.
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Que trata cuántas fueron las concubinas del rey Nezahualpiltzintli, y de la reina Tenancazihuatzin su legítima mujer, y los hijos que tuvo en ella y en las demás Por las historias parece haber tenido el rey Nezahualpiltzintli más de dos mil concubinas, aunque con las que él trató familiarmente y tuvo hijos en ellas, fueron cuarenta con la reina, de las cuales tuvo ciento cuarenta y cuatro hijos e hijas, de los cuales los once eran legítimos habidos de la reina; y el mayor y sucesor que había de ser del reino, se llamó Huexotzincatzin; la segunda se llamó Tiacapantzin, que casó con el príncipe Macuilmalinaltzin, heredero que había de ser del reino de México, e hijo legítimo del rey Axayacatzin; el tercero Quauhtliyztactzin; el cuarto Tetlahuehuetzquititzin, que se llamó después don Pedro; la quinta se llamó Tlacoyehuatzin, que caso con el señor de Zocateotitlan en la provincia de Tepeaca; la sexta se llamó Teycuhtzin, que casó con el señor de Coatlichan; la séptima se llamó Xocotzin, que casó con el señor de Tepechpan; el octavo fue Coanacochtzin, que vino a suceder en el reino, y después se llamó don Pedro; el noveno fue Ixtlilxochitzin, que también sucedió en el reino en compañía de su hermano y en favor de los españoles, que se llamó don Fernando Cortés; el décimo fue Nonoalcatzin; y el onceno y último Yoyontzin, que después se llamó don Jorge. La reina era hija legítima del infante Xoxocatzin, señor de la casa Atzacualco, una de las más principales de los reyes de México, habida en Teycuhtzin, hija del infante Temictzin, y hermana de la reina Azcalxochitzin, la madre del rey; de manera que esta señora era su prima hermana, por cuya causa la escogió por mujer legítima, aunque con ella vinieron otras señoras mexicanas hijas de los reyes, como fue la señora de la casa de Xilomenco, hermana mayor del último Motecuhzoma y Cuitlahuatzin reyes de México, madre que fue del rey Cacama. De las concubinas la que más privó con el rey, fue la que llamaban la señora de Tula, no por linaje, sino porque era hija de un mercader; y era tan sabia que competía con el rey y con los más sabios de su reino, y era en la poesía muy aventajada, y con estas gracias y dones naturales, tenía al rey muy sujeto a su voluntad, de tal manera, que lo que quería alcanzaba de él, y así vivía por sí sola con gran aparato y majestad en unos palacios que el rey le mandó edificar.
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De las provincias que hay de Tamboblanco a la ciudad de San Miguel, primera población hecha de cristianos españoles en el Perú, y de lo que hay que decir de los naturales dellas Como convenga en esta escriptura satisfacer a los lectores de las cosas notables del Perú, aunque para mí sea gran trabajo parar con ella en una parte y volver a otra, no lo dejaré de hacer. Por lo cual trataré en este lugar, sin proseguir el camino de la serranía, la fundación de San Miguel, primera población hecha de cristianos españoles en el Perú, y la que también lo es de los llanos y arenales que en este gran reino hay; y della relataré las cosas destos llanos, y las provincias y valles por donde va de largo otro camino hecho por los reyes ingas, de tanta grandeza como el de la sierra. Y daré noticia de los yungas y de sus grandes edificios, y también contaré lo que yo entendí del secreto del no llover en todo el discurso del año en estos valles y llanos de arenales, y la gran fertilidad y abundancia de las cosas necesarias para la humana sustentación de los hombres; lo cual hecho, volveré a mi camino de la serranía, y proseguiré por él hasta dar fin a esta parte primera; pero antes que abaje a los llanos, digo que yendo por el propio camino real de la sierra se llega a las provincias de Calva y Ayabaca, de las cuales quedan los braca moros y montañas de los Andes al oriente, y al poniente la ciudad de San Miguel, de quien luego escrebiré. En la provincia de Caxas había grandes aposentos y depósitos mandados hacer por los ingas y gobernador, con número de mitimaes, que tenían cuidado de cobrar los tributos. Saliendo de Caxas, se va hasta llegar a la provincia de Guancabamba, adonde estaban mayores edificios que el Calva, porque los ingas tenían allí sus fuerzas, entre las cuales estaba una agraciada fortaleza, la cual yo vi, y está desbaratada y deshecha como todo lo demás; había en esta Guancabamba templo del sol con número de mujeres. De la comarca destas regiones venían a adorar a este templo y a ofrecer sus dones; las mujeres vírgenes y ministros que en él estaban eran reverenciados y muy estimados, y los tributos de los señores de todas las provincias se traían; sin lo cual, iban al Cuzco cuando les era mandado. Adelante de Guancabamba hay otros aposentos y pueblos; algunos dellos sirven a la ciudad de Loja; los demás están encomendados a los moradores de la ciudad de San Miguel. En los tiempos pasados, unos indios destos tenían con otros sus guerras y contiendas, según ellos dicen, y por cosas livianas se mataban, tomándose las mujeres, y aun afirman que andaban desnudos y que algunos dellos comían carne humana, pareciendo en esto y en otras cosas a los naturales de la provincia de Popayán. Como los reyes ingas los señorearon, conquistaron y mandaron, perdieron mucha parte destas costumbres y usaron de la policía y razón que agora tienen, que es más de la que algunos de nosotros dicen. Y así, hicieron sus pueblos ordenados de otra manera que antes los tenían. Usan de ropas de la lana de sus ganados, que es fina y buena para ello, y no comen carne humana, antes lo tienen por gran pecado y aborrecen al que lo hace; y no embargante que son todos los naturales destas provincias tan conjuntos a los de Puerto Viejo y Guayaquil, no cometían el pecado nefando, porque yo entendí dellos que tenían por sucio y apocado a quien lo usaba, si engañado del demonio había alguno que tal cometiese. Afirman que antes que fuesen los naturales destas comarcas subjectados por inga Yupangue y por Topainga, su hijo, padre que fue de Guaynacapa, abuelo de Atabaliba, se defendieron tan bien y con tan gran denuedo, que murieron por no perder su libertad muchos millares dellos y hartos de los orejones del Cuzco; mas tanto los apretaron, que por no acabarse de perder, ciertos capitanes, en nombre de todos, dieron la obediencia a estos señores. Los hombres destas comarcas son de buen parecer, morenos; ellos y sus mujeres andan vestidos como aprendieron de los ingas, sus antiguos señores. En unas partes destas traen los cabellos demasiadamente largos, y en otras cortos, y en algunas trenzado muy menudamente. Barbas, si les nace algunas, se las pelan, y por maravilla vi en todas las tierras que anduve indio que las tuviese. Todos entienden la lengua general del Cuzco, sin la cual, usan sus lenguas particulares, como ya he contado. Solía haber gran cantidad del ganado que llaman ovejas del Perú; en este tiempo hay muy pocas, por la priesa que los españoles les han dado. Sus ropas son de lana destas ovejas y de vicunias, que es mejor y más fina, y de algunos guanacos que andan por los altos y despoblados; y los que no pueden tenerlas de lana, las hacen de algodón. Por los valles y vegas de lo poblado hay muchos ríos y arroyos pequeños y algunas fuentes; el agua dellas, muy buena y sabrosa. Hay en todas partes grandes criaderos para ganados y de los mantenimientos y raíces ya dichas, y en los más destos aposentos y provincias hay clérigos y frailes, los cuales, si quisieran vivir bien y abstenerse como requiere su religión, habrá gran fruto, como ya por la voluntad de Dios en las más partes deste gran reino se hace; porque muchos indios y muchachos se vuelven cristianos, y con su gracia cada día irá en crescimiento. Los templos antiguos, que generalmente llaman guacas, todos están ya derribados y profanados, y los ídolos quebrados, y el demonio, como malo, lanzado de aquellos lugares, a donde por los pecados de los hombres era tan estimado y reverenciado; y está puesta la cruz. En verdad, los españoles habíamos de dar siempre infinitas gracias a nuestro Señor Dios por ello.
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CAPITULO LVII Ultima Visita que hizo en estas Misiones del Norte En cuanto se vio desocupado el V. P. Presidente de los precisos quehaceres de su Misión, principalmente del cumplimiento de la Iglesia, salió para estas Misiones a hacer las últimas Confirmaciones, y a bendecir la Iglesia de la Misión de Santa Clara, para lo que lo tenían convidado los Ministros de ella, que tenían determinado dedicarla el 16 de mayo. Salió S. R. de su Misión a últimos de Abril, y no deteniéndose en Santa Clara, reservando para la vuelta el hacer Confirmaciones, se vino para esta de N. P. San Francisco, la más interna, a donde llegó el 4 de mayo sin novedad en la salud. Fue para mí su llegada de extraordinario gozo el ver en esta Misión, la más interna de lo Conquistado, a mi amado y siempre Venerado P. Maestro y Lector, que nueve meses antes se había por carta despedido de mí, como si no nos volviésemos a ver: deseaba lograr la dicha de gozar su compañía tan amable por algunos días en esta Misión; pero Dios dispuso no fuese como deseábamos, pues a los dos días de llegados hube de salir a toda prisa para la de Santa Clara, por haber venido la noticia por posta, de hallarse muy malo el principal Ministro de ella el R. P. Fr. José Antonio Murguía. En cuanto recibí la Carta, tomada la bendición del Venerable Prelado, que quedó para las Confirmaciones, me puse en camino, y hallé al enfermo con una fuerte calentura: dispúsose con todos los Santos Sacramentos, y el día 11 de dicho mes de mayo entregó su alma al Criador, de quien píamente creemos todos iría a descansar en la Iglesia Triunfante, y recibir del Señor el premio de su fervoroso celo de la conversión de las almas, en cuyo ejercicio se empleó treinta y seis años: los veinte en las Misiones de los Pames de la Sierra Gorda, en las que convirtió a muchas almas, fabricó una Suntuosa Iglesia, que fue la primera que en aquellas Conquistas se hizo de cal y canto. Vino desde aquellas Misiones para las Californias: en la antigua trabajó cinco años, y entregadas aquellas Misiones a los RR. Padres Dominicos, subió para esta nueva California, en la que fundó la Misión de N. Seráfica Madre Santa Clara, dejando en ella bautizados cuando murió más de seiscientos Gentiles. En esta su Misión acababa de fabricar una grande Iglesia (que según dijo el R. P. Presidente es la mejor y más grande de todos estos Establecimientos) de cuya fábrica había sido el difunto, no sólo Maestro, Director y Sobrestante, sino también Peón, enseñando a los Indios Neófitos; teniéndola concluida para celebrar la Dedicación el día 16 de mayo, fue Dios servido de llevarlo para sí el día 11 de dicho mes, sin duda, como píamente creemos, para que tuviese más premio en el Cielo. El especial afecto que siempre tuve a este Religioso desde el año de 50 que nos conocimos, y empezamos a ser Compatriotas en el ministerio, hasta su muerte, que quiso Dios fuese Yo, y le administrase los Santos Sacramentos, y ayudase, y la correspondencia de su afecto, no me da lugar a omitir esta memoria. No era menor el afecto que le tenía el V. P. Junípero, pues siempre lo tuvo por perfecto Religioso y grande Operario para la Viña del Señor, y por esto lo solicitaba con grandes ansias para estas nuevas Misiones, como se puede ver en las Cartas que quedan copiadas en su lugar. No obstante el cordial afecto que le tenía, no pudo S. R. asistir a su muerte, pues no dio lugar lo agudo de la fiebre, y lo distante de quince leguas que se hallaba confirmando en esta Misión de N. Padre. Y en cuanto concluyó, dejando confirmados a todos los Neófitos, caminó para Santa Clara en compañía del Señor Gobernador, que estaba convidado para Padrino de la Dedicación de la Iglesia. Llegaron a aquella Misión el 15 de dicho mes por la mañana; en donde los recibimos cuasi sin podernos hablar, por la pena que nos embargó las palabras, considerando la muerte del Padre, que había trabajado tanto para fabricar la Iglesia que venían a bendecir, y cinco días antes de la Dedicación se lo había llevado Dios para premiarlo en el Cielo. Por la tarde se hizo con toda la solemnidad posible la bendición según el Ritual Romano, con asistencia de todo el Pueblo de Neófitos, y muchos Gentiles que asistieron, como también la Tropa y del Vecindario del Pueblo de San José de Guadalupe. Y el día siguiente, que fue el Domingo quinto después de Pascua, día de la Consagración de la Basílica de N. S. P. San Francisco, cantó el R. P. Presidente la Misa, en la que predicó al Pueblo con aquel espíritu y fervor que acostumbraba; y concluida la Misa hizo Confirmaciones en los que estaban ya preparados. Aunque pensaba retirarme a mi Misión, me detuvo S. P. diciéndome se quería disponer para morir, por si no nos viésemos más, pues se hallaba ya postrado, y que ya no le podía quedar mucho tiempo de vida. Hizo unos días de ejercicios espirituales y su confesión general, o repitió la que otras veces había hecho, derramando muchas lágrimas, no siendo menos las mías reclamando no fuese ésta la última vez que nos viésemos: no logrando lo que ambos deseábamos de morir juntos, o a lo menos que el último asistiese al que se adelantase, y mirando el que S. P. se iba para su Misión, y Yo para la mía, distantes cuarenta y dos leguas, y todas de Gentilidad, no sería muy fácil el conseguirlo; pero quiso el Padre de las misericordias, y Dios de toda consolación darme este consuelo, que diré en el siguiente Capítulo. Los días que se detuvo en Santa Clara se empleó en disponerse para morir, como también en el santo ejercicio de bautizar a algunos que concurrieron, (de que fue siempre muy goloso y jamás se vio harto) y confirmar a los Neófitos que no habían recibido este Santo Sacramento; y habiendo algunos, que por enfermos no pudieron venir a la Iglesia, fue S. P. a su Ranchería a confirmarlos en sus casas, para que no se privasen de este bien: y no dejando a Cristiano alguno sin confirmar, el mismo día que hizo las últimas Confirmaciones se puso en camino para su Misión de Monterrey, dejándome con aquella pena que se deja considerar de un filial afecto. En cuanto llegó a su Misión, que fue a principios de junio, envió para la de Santa Clara para Ministro en lugar del difunto P. Murguía, al que estaba en Monterrey de Supernumerario Fr. Diego Noboa: y S. P. entabló de nuevo su Apostólico ejercicio, instruyendo de nuevo a los que faltaba de confirmar, antes que se cumpliese el decenio de la Comisión y facultad, que era el 16 de julio de dicho año de 84, y para dicho día tuvo ya confirmados a todos los de su Misión, sin quedar Neófito alguno por confirmar. Y al ver S. P. expirada la facultad, dejando confirmados cinco mil trescientos y siete, parece que aquel mismo día 16 de julio dijo lo que el Apóstol de las Gentes a los Gentiles: Cursum consumavi, fidem servavi: pues parece que aquel mismo día llegó el Nuncio de su cercana muerte, como ya digo. Dicho día 16 de julio dio fondo en este Puerto de N. S. P. San Francisco uno de los Barcos que venían de San Blas, con los víveres y avíos; y por el recibo de las Cartas, cuando vio que los Operarios que habían de venir en este Barco, y que no vino alguno para las fundaciones de la Canal, se halló con la Carta del R. P. Guardián, en la que le decía la causa porque no enviaba Misioneros, que era por el corto número de Religiosos que actualmente tenía el Colegio, por los que habían fallecido, y otros que se habían regresado para España cumplido el tiempo y de la Misión, que años había esperaban de España no se tenía la menor noticia. Esta nueva fue muy sensible para e1 fervoroso corazón del V. P. Junípero viendo frustrados sus deseos de dichas fundaciones, que anhelaba ver antes de morir; y leyendo la imposibilidad para el efecto, parece que leyó el aviso de su cercana muerte, si no que digamos, que por otro más seguro conducto tuvo aviso de ella, pues según obró esperaba en breve su muerte, pues en cuanto recibió las Cartas del Barco, escribió como acostumbraba a las Misiones, dando noticia a los Ministros de la llegada del Barco, remitiéndoles las Cartas. A los más retirados del rumbo Sur, escribió despidiéndose de ellos para la eternidad, que lo supe a los quince días de su muerte, por Carta que le contestaban a esta cláusula de despedida. A los Padres de las Misiones más cercanas de San Antonio veinte y cinco leguas, y San Luis cincuenta, escribió, que estimaría viniese un Padre de cada Misión para los avíos que traía el Barco, que lo deseaba mucho para hablarles y despedirse por si fuese la última vista; y a mí me escribió que fuese para Monterrey, o con el Barco, o por tierra, como me pareciese; y según el efecto, todo esto se dirigía a que asistiésemos a su muerte, y así habría sucedido, si así como yo recibí la carta la hubiesen recibido los otros Padres de San Antonio y San Luis.
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Capítulo LVII Cómo Quisquis mandó matar en presencia de Huascar Ynga gran número de sus mujeres y quemar el cuerpo de Tupa Ynga Yupanqui No contento Quisquis con haber mandado hacer las crueldades dichas y haber muerto tanto número de gente como hemos visto, y con tan afrentosas palabras haber baldonado al triste de Huascar Ynga, mando otro día con Chalco Chima que todas las mujeres de Huascar, así preñadas como paridas, y las demás criadas y queridas suyas, con sus hijos y todos los criados dél y dellas, sin faltar ninguno, viniesen a la Pampa de Quiuipay. Y las desdichadas, sospechando la desventura y calamidad que se les aparejaba, no pudieron escusar la venida, y así, según les fue ordenado, salieron del Cuzco retumbando con clamores el cielo, y llegaron a Quiuipay, y entonces las mandaron poner en orden, asentadas. Luego sacaron a Huascar Ynga en el lecho que ya dijimos, fuertemente amarrado y cercado de los que le guardaban, y teniendo delante, por causarle más pena y dolor, Quisquis y Chalco Chima mandaron que todos los hijos, mujeres criados suyos y dellas, en su presencia los matasen, que fue una fiereza bárbara y horrenda. Y luego los soldados comenzaron la matanza de la manera que si entre las mansas ovejas se empezara hacer carnicería. Allí mataron ochenta y tantos hijos e hijas de Huascar Ynga, cosa que sin lágrimas no se puede referir. Entre ellos, mataron a una hermana y manceba de Huascar, llamada Coya Miro, la cual tenía a un hijo y una hija suya, el uno en los brazos y el otro a cuestas. También murió allí Chimpo Siza, hermana suya. Decir la pena que su atribulado y triste corazón sintió no se puede con palabras referir, ni aun cabe debajo de la imaginación, y con un semblante desesperado se volvió al Hacedor diciendo: Apacha, Achachic Vira Cocha; que quiere decir: ¡Oh! Hacedor, que por tan poco tiempo me diste ser, ten por bien que por quien tantos males me vienen, se vea de la misma suerte que yo, que en su presencia y con sus mismos ojos vea la desventura que yo veo ahora en mis hijos y queridos, para que llegue a sentir en su corazón lo que yo siento. Con esto, con ánimo verdaderamente real, procuró disimular su dolor, volviendo el rostro a otra parte por no verlo. Escapáronse desta manzana tan cruel y bárbara algunas mancebas de Huascar Ynga, porque no estaban preñadas ni paridas, diciendo Quisquis y Chalco Chima las dejasen para Atao Hualpa, por ser de buena presencia y hermosas, entre ellas fue doña Elvira Chuna, hija de Canac Capac, y doña Beatriz Carumay Huay, hija del Señor de Chinchay Cocha, y doña Juana Tocto y doña Cathalina Usica, madre de don Carlos Ynga, que tuvieron grandísima ventura, pues vinieron, andando el tiempo, a ser bautizadas y a ponerse en camino de salvar sus almas. A las demás mujeres y mancebas de Huascar Ynga, que eran hijas de pobres, a todas, sin dejar ninguna, las mataron en Chuqui Pampa con exquisitos modos y géneros de muertes, abriéndoles los vientres y pechos, porque no quedase rastro de generación de Huascar que, andando el tiempo, inquietase a Atao Hualpa. Concluidas estas muertes y no harto el insaciable apetito de Quisquis y Calco Chima de sangre humana de aquellos inocentes, que no le habían ofendido, volvió su ánimo y rabia a los muertos de muchos años atrás, porque todos gustasen de su insaciable furor y experimentasen su saña, y así mandó sacar el cuerpo de Tupa Ynga Yupanqui y que lo llevasen arrastrando hasta Rooromoca, que ahora es Chacara del convento de Santo Domingo, y allí mandó lo quemasen. Para hacer esto con más solemnidad y poner más temor y espanto en los orejones y moradores del Cuzco, hizo que se saliese con el cuerpo un grande ejército de todas naciones, y fueron acompañando el cuerpo infinito número de Mamaconas, que eran las que tenían a cargo el servicio del difunto, y muchos criados de Tupa Ynga Yupanqui, y allí los mandó despedazar después que hubieron visto quemar el cuerpo de su Señor. Al otro día, no parando aquí su saña, hizo llamar ante sí a todos los hijos, que algunos eran vivos, y a los nietos y descendientes y criados que le servían y que fuesen a Chuqui Bamba, junto a la fortaleza, diciendo que les querían hablar y dar razón por qué causa había hecho matar a las Mamaconas y quemar el cuerpo de su Señor, Tupa Ynga Yupanqui, y abuelo. Como todos estaban medrosos y atemorizados con tantas muertes y no pudiesen hacer otra cosa, al fin hubieron de ir a su llamado, y desque Quisquis los tuvo allí, mandó que los contasen y halló que eran mil criados y casi mil nietos y bisnietos y descendientes, y entre la matanza se escaparon mucho número de nietos y bisnietos. Y de los que se escaparon, murieron por ser belicosos, en el cerco del Cuzco cuando los españoles estuvieron cercados, y algunos quedaron vivos porque se huyeron y escondieron en los montes y en otros lugares, los cuales gozaron deste modo de la vida. Fue la causa de mandar Quisquis y Chalco Chima sacar el cuerpo de Tupa Ynga Yupanqui y arrastrarlo afrentosamente y, al fin, matarlo y destruir en cuanto fue en él toda su generación, por ser padre de Rahua Ocllo, madre de Huascar Ynga, y abuelo de Huascar de padre y madre, y parecer que no se quedase cosa de aquel linaje que perteneciese a Huascar Ynga. Esto le movió a hacer en aquella casta las crueldades y muertes ya dichas. No contento con las cosas que ya he dicho, comenzó de nuevo a examinar los del consejo de Huascar Ynga, y sus más allegados y favorecidos, y los que más se habían mostrado en las ocasiones ser de su parte, y contra Atao Hualpa, y en hallando alguno culpado, luego lo mandaba matar, y a los que negaban algo que se presumía sabían, les daba tormento hasta morir, y así todos aquellos días no se oía en el Cuzco y sus alrededores otra cosa que llantos y sollozos y una confusión terrible, que nadie se aseguraba de otro, aunque fuese su padre y hermano, y los que vivos restaban, cada hora aguardaban que los habían de llamar a darles la muerte, y ninguno esperaba tener más vida sino hasta que Quisquis y Chalco Chima gustasen, tan encarnizados los veían en muertes y heridas y en destrucción de aquel linaje de Huascar Ynga. Acabado esto, mandó despachar a todas las provincias de arriba hasta Chile y las de Conti Suyo y Chinchay Suyo, que luego, sin dilación, todos de mancomún fuesen a dar la obediencia y reconocer por Señor e Ynga a Atao Hualpa, para deste modo establecer y mejor fundar su señorío, del cual al principio no hubo quizás tenido pensamiento, pero la fortuna le fue enseñando el camino dello para dar con él después mayor caída, como veremos. Y habiendo enviado estos mensajeros dichos despachó grandísima suma de gente a Atao Hualpa, los cuales le llevaron toda la vajilla que había en el Cuzco y todos los cántaros de oro, ollas, aquellas que son tazas en que los indios beben, y las más ricas piezas que se hallaron de plata y oro, y todo cuanto pudieron haber a las manos de cosas ricas que habían sido de Tupa Ynga Yupanqui y de Huascar Ynga, que fue de grandísima riqueza y valor, la cual se halló después en Caxa Marca, cuando los españoles prendieron a Atao Hualpa, sin la que los señores curacas de las provincias le enviaron presentadas, que también fue de mucha estima y precio.