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Cómo poblaron aquí los indios de García A media legua estaba otro pueblo más pequeño, de hasta setenta casas, de la misma generación de los sacocies, y a cuatro leguas están otros dos pueblos de los chaneses que poblaron aquella tierra, de los que atrás dije que trujo García de la tierra adentro; y tomaron mujeres en aquella tierra, que muchos de ellos vinieron a ver y conoscer, diciendo que ellos eran muy alegres y muy amigos de cristianos, por el buen tratamiento que les había hecho García cuando los trujo de su tierra. Algunos de estos indios traían cuentas, margaritas y otras cosas, que dijeron haberles dado García cuando con él vinieron. Todos estos indios son labradores, criadores de patos y gallinas; las gallinas son como las de España, y los patos también. El gobernador hizo a estos indios muy buenos tratamientos, y les dio de sus rescates, y los recebió por vasallos de Su Majestad, y los rogó y apercibió, diciéndoles que fuesen buenos y leales a Su Majestad y a los cristianos; y que haciéndolo así, serían favorecidos y muy bien tratados, mejor que lo habían sido antes.
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Cómo Diego Velázquez, gobernador de Cuba, supo por cartas muy por cierto que enviábamos procuradores con embajadas y presentes a nuestro rey, y lo que sobre ello se hizo Como Diego Velázquez, gobernador de Cuba, supo las nuevas, así por las cartas que le enviaron secretas y dijeron que fueron del Montejo, como lo que dijo el marinero que se halló presente en todo lo por mí dicho en el capítulo pasado, que se había echado a nado para le llevar las cartas; y cuando entendió del gran presente de oro que enviábamos a su majestad y supo quién eran los embajadores, temió y decía palabras muy lastimosas e maldiciones contra Cortés y su secretario Duero y del contador Amador de Lares, y de presto mandó armar dos navíos de poco porte, grandes veleros, con toda la artillería y soldados que pudo haber y con dos capitanes que fueron en ellos, que se decían Gabriel de Rojas, y el otro capitán se decía hulano de Guzmán, y les mandó que fuesen hasta la Habana, y que en todo caso le trajesen presa la nao en que iban nuestros procuradores y todo el oro que llevaban; y de presto, así como lo mandó, llegaron en ciertos días a la canal de Bahama, y preguntaban los de los navíos a barcos que andaban por la mar de acarreto que si habían visto ir una nao de mucho porte, y todos daban noticia della y que ya sería desembocada por la canal de Bahama, por que siempre tuvieron buen tiempo; y después de andar barloventeando con aquellos dos navíos entre la canal y la Habana, y no hallaron recado de lo que venían a buscar, se volvieron a Santiago de Cuba; y si triste estaba el Diego Velázquez antes que enviase los navíos, muy más se acongojó cuando los vió volver de aquel arte; y luego le aconsejaron sus amigos que se enviase a quejar a España al obispo de Burgos, que estaba por presidente de Indias, que hacía mucho por él; y también envió a dar sus quejas a la isla de Santo Domingo a la audiencia real que en ella residía y a los frailes jerónimos que estaban por gobernadores en ella, que se decían fray Luis de Figueroa y fray Alonso de Santo Domingo y fray Bernardino de Manzanedo; los cuales religiosos solían estar y residir en el monasterio de la Mejorada, que es dos leguas de Medina del Campo, y envían en posta un navío a la Española y danles muchas quejas de Cortés y de todos nosotros. Y como alcanzaron a saber en la real audiencia nuestros grandes servicios, la respuesta que le dieron los frailes fue que a Cortés y a los que con él andábamos en las guerras no se nos podía poner culpa, pues sobre todas cosas acudíamos a nuestro rey y señor, v le enviábamos tan gran presente, que otro como él no se había visto de muchos tiempos pasados en nuestra España, y esto dijeron porque en aquel tiempo y sazón no había Perú ni memoria de él; y también le enviaron a decir que antes éramos dignos de que su majestad nos hiciese muchas mercedes. Entonces le enviaron al Diego de Velázquez a Cuba a un licenciado que se decía Zuazo, para que le tomase residencia, o a lo menos había pocos meses que había llegado a la isla de Cuba; y como aquella respuesta le trajeron al Diego Velázquez, se acongojó mucho más; y como de antes era muy gordo, se paró flaco en aquellos días; y luego con gran diligencia mandó buscar todos los navíos que pudo haber en la isla de Cuba y apercibir soldados y capitanes, y procuró enviar una recia armada para prender a Cortés y a todos nosotros; y tanta diligencia puso, que él mismo en persona andaba de villa en villa y en unas estancias y en otras, y escribía, a todas las partes de la isla donde él no podía ir, a rogar a sus amigos fuesen a aquella jornada; por manera que en obra de once meses o un año allegó diez y ocho velas grandes y pequeñas y sobre mil y trescientos soldados entre capitanes y marineros; porque, como le verían, del arte que he dicho, andar tan apasionado y corrido, todos los más principales vecinos de Cuba, así los parientes como los que tenían indios, se aparejaron para le servir, y también envió por capitán general de toda la armada a un hidalgo que se decía Pánfilo de Narváez, hombre alto de cuerpo y membrudo, y hablaba algo entonado, como medio de bóveda; y era natural de Valladolid, casado en la isla de Cuba con una dueña que se llamaba María de Valenzuela, ya viuda, y tenía buenos pueblos de indios y era muy rico. Donde lo dejaré ahora haciendo y aderezando su armada, y volveré a decir de nuestros procuradores y su buen viaje; y porque en una sazón acontecían tres y cuatro cosas, no puedo seguir la relación y materia de lo que voy hablando por dejar de decir lo que más viene al propósito; y a esta causa no me culpen porque salgo y me aparto de la orden por decir lo que más adelante pasa.
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Capítulo LV De lo que más pasó en Caxamalca, muerto Atabalipa, y cómo Soto volvió sin ver ni topar ninguna gente de guerra Son tan prestos los hombres de acá en contar lo que ha pasado, que en tiempo breve derrama la fama de unos en otros la nueva de lo que quieren. Afirmando ellos mismos por muy cierto, que con gran velocidad corrió por todas partes como Atabalipa era muerto por los cristianos; nunca ellos tal creyeron, porque decían que se estaban en sus tierras seguros y quietos, sin jamás haber ofendido a los españoles, y que si habían prendido a Atabalipa, que por el rescate lo soltarían. Mas como se entendió el fin, muchos hicieron grandes lloros por el difunto, llamando bienaventurados los incas que murieron sin conocimiento de gente tan cruel, sanguinaria, viciosa. Inflamábanse en ira, tornando a pensar en el caso, determinaban de hacer liga contra ellos, para les dar guerra, la cual no habían dado, porque Atabalipa les mandaba siempre que los sirviesen y proveyesen. Venían de, algunas partes muchas cargas de oro y plata para los mismos cristianos; adonde les tomaba la voz paraban, y los más se lo llevaron, y otros lo dejaron. Matáronse muchos hombres y mujeres creyendo que le irían a servir su ánima a los altos cielos donde creen que van los incas. El cuerpo dicen que desenterraron de aquel lugar y lo pusieron en el Cuzco en rico sepulcro. Nunca los cristianos han podido alcanzar en qué parte se puso; porque para sacar el tesoro que con él meterían, lo procuraron. El Quizquiz con algunos se fue la vuelta del Quito; y de todo punto se alzaron hombres poderosos con haciendas y señoríos que no eran suyos; quedó todo el Perú revuelto: porque muchos que estaban mal con Atabalipa se holgaron con su muerte. Los españoles conquistadores que se hallaron con Pizarro, y otros algunos que vinieron con Almagro, hubieron gran lástima con la muerte de este señor y muchos derramaban lágrimas, suspirando con gemidos, diciendo, que holgaran no haberlo visto a él ni a su oro, pues tanta pena con su muerte habían de recibir. Y el sentimiento fue mayor de todos en general, cuando Soto, habiendo ido adonde estaba la junta y no hallando más que algunos indios que venían a servir a los cristianos, volvió a Caxamalca, y sabido lo que había pasado, se fatigó mucho él y los que habían ido con él, maldiciéndose porque más presto no habían llegado. Culpaban al gobernador, porque no había aguardado a que ellos volviesen a dar razón de lo que les mandó. Esto pasado, Pizarro y los principales que con él estaban, en lugar de favorecer a aquellas señoras del linaje real de los incas, hijas de Guayna Capac, príncipe que fue tan potente y famoso, y casarse con ellas, para con tal ayuntamiento ganar la gracia de los naturales, tomábanlas por mancebas, comenzando la desorden del mismo gobernador. Y así se fueron teniendo en poco estas gentes en tanto grado, que hoy día los tenemos en tan poco como veis los que estáis acá. Dicen que después de haber pasado lo que la crónica ha contado, Pizarro preguntó a los principales orejones que allí estaban, quién sería digno entre ellos de merecer la borla y tener la dignidad del inca, porque quería dar favor a quien de derecho le viniese, y lo fuese. Coronarse por rey, si no era en la ciudad del Cuzco, teníanlo por cosa de aire, y a quien venía el señorío era al hijo mayor de Guasear, mas habíanlos muertos a todos, que pocos quedaron vivos de Guayna Capac, había muchos que pretendían el señorío, mas, siendo aficionados los que estaban en Caxamalca a Atabalipa, dijeron a Pizarro que nombrase por Inca a un hijo suyo llamado Toparpa. Pizarro fue contento, y juntos los señores principales naturales, al modo de sus antepasados le saludaron por nuevo rey matando por sacrificio un cordero de una color sin mancha, poniéndose algunas diademas de plata por le honrar. Y determinado Pizarro salir con brevedad de Caxamalca, proveyó por su teniente de la ciudad de San Miguel en "los llanos", al capitán Sebastián de Belalcázar, al cual mandó que luego se partiese a tener en justicia aquella ciudad. Y porque en este tiempo se movió el adelantado don Pedro de Alvarado, gobernador de Guatemala, a venir al Perú, quiero contar qué fue la causa de ello, según lo entendí de algunos de aquella tierra que con él vinieron. Y es el cuento, que en Nicaragua hicieron cierta compañía Belalcázar y el piloto Juan Hernández, y en Caxamalca llegaron a tener algunas palabras el uno y el otro sobre el interés habido de las partes, y como el piloto Juan Hernández volviese a Nicaragua, fue de allí donde estaba el adelantado Alvarado a quien contó las grandezas del Perú y la mucha tierra que era, adonde decían, sin lo del Cuzco, grandes cosas de los tesoros de Quito, aconsejándole, pues tenía licencia del emperador para descubrir, fuese con su armada a aquellas tierras. Tanto fue lo que éste dijo al adelantado, que por su dicho y por la gran fama que ya volaba del Perú, determinó Alvarado de sacar de su gobernación gente y caballos para ocupar lo que pudiese de la tierra que estuviese fuera de los términos que tenía señalados por gobernación don Francisco Pizarro. Y luego se divulgó cómo querían hacer esta jornada. El licenciado Castañeda, juez de residencia de Nicaragua, como supo que estaba Alvarado con determinación de pasar con gente de armada, deseando ganar la amistad y gracia de Pizarro, hizo secretamente una probanza con testigos que sabían el negocio y la envió al Perú a que la pusiesen en sus manos, encargando que la llevase un caballero llamado Gabriel de Rojas, que después fue principal en este reino y vecino del Cuzco, el cual, con deseo de verse en él, partió en una nao de Nicaragua.
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Capítulo LV Que trata en cómo el general Pedro de Valdivia envió tres capitanes fuera de la ciudad Pareciendo al general que ya era tiempo que viniese el capitán Alonso de Monrroy, que había ido al Pirú por socorro, y que podía venir por la mar, puesto que fue por la tierra. Envió doce de a caballo, y éstos que estuviesen sobre el puerto en un alto, para que viendo vela hiciesen humadas y señas a los navíos, para que sin temor de los naturales viniesen al puerto. Y mandó que estos doce de a caballo estuviesen un mes, y cumplido este tiempo fuesen otros doce y que viniesen los que estaban. Y para tener aviso si por la tierra viniesen, envió otros quince de a caballo al valle del Guazco, para que sabido que venía gente por el despoblado, enviasen socorro de bastimento, porque la tierra es de tal calidad y la jornada de tal suerte, que no podían dejar de traer necesidad, y por andar los naturales alterados que sembraban poco y escondían lo que cogían de sus sementeras. En esta sazón despachó el general un caudillo con veinte y cinco hombres a pie, que fuesen a romper ciertos fuertes en que los indios estaban de las cabezadas del valle de Anconcagua, donde tenían alguna presunción que, pues no habían ido los españoles a ellos, que les temían. Y de allí, teniendo esta vana osadía, enviaban a decir y amenazar a los caciques que nos servían, que por cuanto nos ayudaban a hacer las casas y sementeras, que los habían de matar. Avisado el caudillo de lo que había de hacer y la orden que había de tener en la guerra, se partió a diez de julio de mil y quinientos y cuarenta y tres años. Salió este caudillo, que se decía Pedro Esteban, con sus veinte y cinco compañeros, y fue a los pucaranes. Y diose tan buena maña cual convenía como hombre astuto en ella, y venció y rompió tres fuertes, cada uno por sí, en diversos y breves días. Echados los indios de ellos y castigados los que lo merecían, corrió la tierra que había entre aquellas fuerzas y la sierra, y allegaron a las nieves, donde tuvieron noticia por dicho de indios serranos, que diez leguas de allí, caminando por las sierras de la nieve contra la parte de oriente, hallarían gran copia de sal, por donde cotidianamente la traen en cantidad. Los indios que escaparon de los fuertes, sabiendo que los españoles iban por la sierra despacio contra la ciudad, adelantáronse y en la sierra les rompieron los caminos por partes ásperas y peligrosas, de suerte que se vieron en muy gran trabajo, del cual salieron con ayuda de nuestro señor y con buenos ardides y gran diligencia que pusieron, la cual conviene poner con todo ánimo. En aquellos tiempos volvieron los españoles con su caudillo, que no pasaron a la sal. Trujeron algunos indios yanaconas cargados de maíz, los cuales fueron bien recebidos por la buena maña que se dieron y por la hacienda que dejaron hecha, porque es de tener en muy mucho a los españoles, siendo tan pocos en cantidad, y tan peregrinos y apartados de donde socorro les viniese, acometer a tanta barbárica gente y tan guerreros, y salir con ellos victoriosos y vencedores. Y los naturales, estando en sus casas y en su tierra, sabiendo los pasos y veredas y vados de los ríos y sotos y sendas de los bosques, salir vencidos y descalabrados. Y no pensaban que hacían poco en huir y poderse escapar de la furia de los españoles.
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Que trata de la primera salida que hizo el rey Nezhualpiltzintli contra los de Ahuilizapan, Tototlan, Oztoticpac y otras provincias de la costa del Mar del Norte Al rey Nezahualpiltzintli cada día se le hacía mil años por salir a batalla y probar su ventura, y como su tierna edad no le ayudaba, se afligía mucho; y así, además de cursar cada día el ejercicio y destreza de las armas, iba a los cuartos en que el rey su padre había dejado todas las insignias, armas y otros aderezos de guerra con que había sujetado la mayor parte del imperio, y ninguna le venia, con que quedaba triste y afligido, y no se tenía por signo de comer ni vestir con pompa y aparato real, si no era forzado de sus ayos y maestros, ni quería dormir en cama regalada sino por el suelo como el más mínimo de los de su casa y servicio, como fue hallado una madrugada de sus hermanos los mayores y otros señores que le iban a ver y reprender; y así parece en las historias, que entrando estos señores por los cuartos donde dormía el rey, le hallaron en el suelo cobijado con una manta de hombre pobre y humilde, y entendiendo que era alguno de los pajes llegó uno de ellos y le dio un puntillón con el pie reprendiéndole, porque estaba allí echado con tanto descuido, el cual descubriendo el rostro, aunque muy corridos estos señores de lo hecho, pidiéndole perdón por su ignorancia, le llevaron a su asiento, le comenzaron a reprender, diciéndole que sus vasallos se hallaban corridos y ofendidos en que no hubiese salido a alguna batalla, porque cuando iban a la guerra, los mexicanos y tepanecas les baldonaban diciéndoles que tenían los aculhuas un rey rapaz y afeminado, y que mirase que aquellas borlas que traía en su cabeza, las orejas y bezotes que tenía en el rostro, la pedrería en el cuello, las ajorcas y brazaletes en los brazos, y grevas y alpargatas de oro y pedrería en los pies, y las mantas ricas con que se cubría por sus empresas y hazañas en las guerras y batallas, las habían habido y ganado, y si eran justamente dignos de cualesquier bienes, mandos y señoríos y otras muchas razones que al rey lastimaron y fueron con alguna demasía, el cual les respondió con rostro grave y severo, que les agradecía el cuidado que tenían de mirar por su aumento y honra, y que en cuanto a no haber salido a ninguna batalla, que bien echaban de ver no haber tenido edad suficiente para poder salir en campo y pelear; pero que esperaba en el creador de todas las cosas, que le daría ánimo y esfuerzo para quitarle de semejante afrenta; y que así en las guerras que trataban al presente hacia la parte de oriente, quería ir en persona a hallarse en ellas, y en cuanto a lo que decía ser dignos de todo lo que le habían representado, que aquellos que alcanzaron en tiempo de su padre, se los perpetuarían y si de nuevo en su tiempo se hiciesen algunos servicios como leales vasallos, se los aumentaría; y que entendiesen todos y que nadie excedería de su voluntad y gusto, que se acordasen de las últimas palabras que el rey su padre les dijo y encargó. Los cuales, oídas las razones tan vivas y severas del rey, bajaron las cabezas y con mucha humildad se salieron a dar orden de la jornada; y habiendo juntado las gentes de guerra, salieron marchando por sus jornadas hasta llegar a la provincia de Ahuilizapan, en donde dieron principio a su conquista y sujeción, saliendo personalmente a la batalla el rey, y le sucedió también que sojuzgó aquella provincia y la de Tototlan, Oztotícpac y otras de la Mar del Norte que caía hacia la parte de oriente, en donde por su persona el rey cautivó muchos capitanes y soldados, entre los cuales fue uno llamado Tetzahuitl que era el más principal de los señores de aquella costa; y habiendo puesto sus presidios y repartido las tierras conforme a los tratos y capitulaciones del imperio, se volvió y entró triunfando en la ciudad de Tetzcuco. Esta conquista según parece por los anales, fue en el año 1481, que llaman ome calli.
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De cómo se fundó y pobló la ciudad de Santiago de Guayaquil, y de algunos pueblos de indios que son a ella subjetos y otras cosas hasta salir de sus términos Para que se entienda la manera como se pobló la ciudad de Santiago de Guayaquil será necesario decir algo dello, conforme a la relación que yo pude alcanzar, no embargante que en la tercera parte desta obra se trata más largo en el lugar que se cuenta al descubrimiento de Quito y conquista de aquellas provincias por el capitán Sebastián de Belalcázar, el cual, como tuviese poderes largos del adelantado don Francisco Pizarro y supiese haber gente en las provincias de Guayaquil, acordó por su persona poblar en la comarca dellas una ciudad. Y así, con los españoles que le pareció llevar, salió de San Miguel, donde a la sazón estaba allegando gente para volver a la conquista del Quito, y entrando en la provincia, luego procuró atraer los naturales a la paz de los españoles y a que conociesen que habían de tener por señor y rey natural a su majestad. Y como los indios ya sabían estar poblado de cristianos San Miguel y Puerto Viejo, y lo mismo Quito, salieron muchos dellos de paz, mostrando holgarse con su venida; y así, el capitán Sebastián de Belalcázar, en la parte que le pareció, fundó la ciudad, donde estuvo pocos días, porque le convino ir la vuelta de Quito, dejando por alcaide y capitán a un Diego Daza. Y como saliese de la provincia, no se tardó mucho cuando los indios comenzaron a entender las importunidades de los españoles y la gran cobdicia que tenían y la priesa con que les pedían oro y plata y mujeres hermosas. Y estando divididos unos de otros, acordaron los indios, después de lo haber platicado en sus ayuntamientos, de los matar, pues tan fácilmente lo podían hacer; y como lo determinaron lo pusieron por obra, y dieron en los cristianos estando bien descuidados de tal cosa, y mataron a todos los más, que no escaparon sino cinco o seis dellos y su caudillo Diego Daza; los cuales pudieron, aunque con trabajo y gran peligro, llegar a la ciudad de Quito, de donde había salido ya el capitán Belalcázar a hacer el descubrimiento de las provincias que están más llegadas al Norte, dejando en su lugar a un capitán que ha por nombre Juan Díaz Hidalgo. Y como se supiese en Quito esta nueva, algunos cristianos volvieron con el mismo Diego Daza y con el capitán Tapia, que quiso hallarse en esta población para entender en ella; y vueltos, tuvieron algunos rencuentros con los indios, porque unos a otros se habían hablado y animado, diciendo que habían de morir por defender sus personas y haciendas. Y aunque los españoles procuraron de los atraer de paz, no podían, por les haber cobrado grande odio y enemistad, la cual mostraron de tal manera, que mataron algunos cristianos y caballos, y los demás se volvieron a Quito. Pasado lo que voy, contando, el gobernador don Francisco Pizarro, como lo supo, envió al capitán Zaera a que hiciese esta población; el cual, entrando de nuevo en la provincia, estando entendiendo en hacer el repartimiento del depósito de los pueblos y caciques entre los españoles que con él entraron en aquella conquista, el gobernador lo envió a llamar a toda priesa para que fuese con la gente que con él estaba al socorro de la ciudad de los Reyes, porque los indios la tuvieron cercada por algunas partes. Con esta nueva y mando del gobernador se tornó a despoblar la nueva ciudad. Pasados algunos días, por mandado del mismo adelantado don Francisco Pizarro tornó a entrar en la provincia el capitán Francisco de Orillana, con mayor cantidad de españoles y caballos, y en el mejor sitio y más dispuesto pobló la ciudad de Santiago de Guayaquil en nombre de su majestad, siendo su gobernador y capitán general en el Perú don Francisco Pizarro, año de nuestra reparación de 1537 años. Muchos indios de los guancavilcas sirven a los españoles vecinos desta ciudad de Santiago de Guayaquil; y sin ellos, están en su comarca y jurisdicción los pueblos de Yacual, Colonche, Chinduy, Chongon, Daule, Chonana, y otros muchos que no quiero contar porque va poco en ello. Todos están poblados en tierras fértiles de mantenimiento, y todas las frutas que he contado haber en otras partes tienen ellos abundantemente. Y en las concavidades de los árboles se cría mucha miel singular. Hay en los términos desta ciudad grandes campos rasos de campaña, y algunas montañas, florestas y espesuras de grandes arboledas. De las sierras abajan ríos de agua muy buena. Los indios, con sus mujeres, andan vestidos con sus camisetas y algunos maures para cubrir sus vergüenzas. En las cabezas se ponen unas coronas de cuentas muy menudas, a quien llaman chaquira, y algunas son de plata y otras de cuero de tigre o de león. El vestido que las mujeres usan es ponerse una manta de la cintura abajo, y otra que les cubre hasta los hombros, y traen los cabellos largos. En algunos destos pueblos los caciques y principales se clavan los dientes con puntas de oro. Es fama entre algunos que cuando hacen sus sementeras sacrificaban sangre humana y corazones de hombres a quien ellos reverenciaban por dioses, y que había en cada pueblo indios viejos que hablaban con el demonio. Y cuando los señores estaban enfermos, para aplacar la ira de sus dioses y pedirles salud hacían otros sacrificios llenos de sus supersticiones, matando hombres, según yo tuve por relación, teniendo por grato sacrificio el que se hacía con sangre humana. Y para hacer estas cosas tenían sus atambores y campanillas y ídolos, algunos figuraban a manera de león o de tigre, en que adoraban. Cuando los señores morían, hacían una sepultura redonda con su bóveda, la puerta a donde sale el sol, y en ella le metían, acompañado de mujeres vivas y sus armas y otras cosas, de la manera que acostumbraban todos los más que quedan atrás. Las armas con que pelean estos indios son varas y bastones, que acá llamamos macanas. La mayor parte dellos se han consumido y acabado. De los que quedan, por la voluntad de Dios se han vuelto cristianos algunos, y poco a poco van olvidando sus costumbres malas y se llegan a nuestra santa fe. Y pareciéndome que basta lo dicho de las ciudades de Puerto Viejo y Guayaquil, volveré al camino real de los ingas, que dejé llegado a los aposentos reales de Tumebamba.
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CAPITULO LV Suspéndense las fundaciones de la Canal con grande pena del V. P. Junípero. Al mismo tiempo que el Señor Comandante General mandó reclutar la Tropa para los Establecimientos de la Canal, pidió el nuevo Virrey el Exmô. Señor Don Martín de Mayorga al R. P. Guardián de nuestro Colegio, a petición de dicho Señor Comandante, seis Misioneros Sacerdotes para las tres Misiones, nombrándolos el V. Discretorio de los que voluntariamente se ofrecieron, y uno de ellos tuvo oportunidad de escribirlo, por cuyo medio llegó dicha noticia a estas Misiones, y por esta daba por cierto el V. P. Presidente que vendrían con el Barco dichos Padres; pero no fue así, por lo que ya refiero. Habiéndose nombrado los seis Misioneros, ocurrieron a S. Excâ. pidiendo lo acostumbrado y establecido de ornamentos, utensilios de Iglesia, Sacristía, los Sínodos para la Misión y transporte del camino, como también para los de casa y campo. Todo lo mandó aprontar S. Excâ. menos lo perteneciente a útiles de casa y campo, excusándose con decir había escrito los Señores Comandante General y Gobernador de la Provincia, que no eran necesarios, y que no se diese para ellos. Viendo los Padres esta respuesta, indagaron con toda sagacidad la causa o motivo, y supieron por cierto de que intentaban se fundasen dichas tres Misiones con nuevo método, esto es, con la que se fundaron las dos del Río Colorado, como queda expresado. En cuanto se cercioraron de esto, se presentaron por escrito al Venerable Directorio excusándose para la venida, por lo que habían sabido; y que en atención a que con el nuevo método no habían de conseguir la conversión de los Gentiles (que desea S. Majestad) que eran los de la Canal de la misma calidad que los de la California nueva, pues están en el centro de lo Conquistado, que sólo se conseguía su reducción por el interés de tener qué comer, y vestir, y después poco a poco se les entra el conocimiento del bien, y del mal espiritual. Que mientras no tuvieren los Misioneros que darles, no les cobrarían afecto; si no vivían juntos en el Pueblo bajo de campana, sino en sus Rancherías de la misma manera que cuando Gentiles desnudos y hambrientos, no se podría conseguir el que dejasen las viciosas costumbres de la Gentilidad, ni que se civilizasen como tanto encarga S. M. a los Misioneros dedicados a las nuevas conversiones, como consta por sus Leyes de Indias; y supuesto que con el nuevo método ideado no se había de conseguir el fin, era ocioso el que S. M. gastase en Sínodos ahorros, y en su transporte de mar y tierra; y que habiéndose ofrecido ellos voluntariamente, de la misma manera se excusaban. Viendo el R. P. Guardián y Padres Discretos las razones tan fundadas de los Misioneros destinados, las representaron a S. Excâ.; pero como la determinación no dependía de su Superior Gobierno, sino de la Comandancia General, que dista más de quinientas leguas de México, hubo demora en la respuesta, y se suspendió la venida de dichos Ministros. Y escribió el R. P. Guardián al P. Presidente lo que había pasado, y que en atención a ello, no pasase a fundar dichas Misiones hasta nuevo orden, que sería cuando no hubiera novedad en el método que hasta la presente se había observado, y con él conseguido el principal fin. Afligió en gran manera esta impensada noticia al fervoroso corazón del celosísimo Prelado, considerando ser ardid del enemigo para impedir la conversión de aquellos Gentiles; pero no por esto perdió la paz interior, sino que ofreciendo al Señor sus deseos, se conformó con su santísima voluntad, y se resignó a la del Prelado, pues la más leve insinuación la cumplía como si fuera precepto. Veía la voluntad del Prelado al mismo tiempo que ya tenía fundada una de las tres Misiones, porque daba por cierto vendrían los Misioneros, porque viendo que no sólo no venían, sino que le decía el R. P. Guardián se suspendiesen las fundaciones, entró en la duda, si debía retirar el Misionero de la Misión fundada en San Buenaventura, supuesto que estaba tan a los principios; y si el darla por fundada dejando en ella Padres, sería faltar a la voluntad del Prelado. No quiso S. R. por sí deliberar, por no errar, llevado de la grande inclinación que siempre tuvo de aumentar el número de Misiones, que para ello jamás se le propuso dificultad alguna, confiado siempre en Dios, como dueño de esta espiritual labor, y así para no proceder con su solo parecer, quiso hacer junta de Misioneros los más inmediatos a Monterrey. Hallábase en su Misión con el Compañero y uno Supernumerario, escribió a las cuatro Misiones más inmediatas, y concurrimos uno de cada Misión; juntos todos los siete nos leyó la Carta del R. P. Guardián, que refería todas las noticias dichas, como también nos refirió él cómo se había fundado la Misión de San Buenaventura en el mismo método de las demás de la Conquista, cómo lo había visto el Señor Gobernador, y no había hablado palabra, quien si en su interior tenía otra cosa, hasta ahora no lo había expresado; que tal vez habiendo experimentado el efecto de las dos del Río Colorado con tanta pérdida de tantas vidas, y excesivos gastos de la Real Hacienda, así por lo que allí se perdió, como en lo que se gastó en las Expediciones para castigar a los Gentiles, y sin efecto, podría ser que hubiese mudado de dictamen. Pero que no obstante esto, deseaba nuestro parecer para determinar si había de permanecer la Misión de San Buenaventura. Enterados de todos los puntos y conferenciados los reparos que a cada uno ocurrieron, se resolvió que en atención a lo dicho, ya que para la dicha Misión de San Buenaventura se habían recibido desde el año de 69 no sólo los ornamentos, Vasos Sagrados, utensilios de Iglesia, y Sacristía, sino también los de casa, y campo, y que para dicha fundación habían estado depositados desde el año de 71, y a la presente había dos Misioneros supernumerarios que podrían estar de Ministros de la iniciada Misión, fueron todos de parecer subsistiese ésta, ciándose por fundada por haber llegado la orden del Prelado verificada ya la fundación, y en el antiguo método; porque de desamparar el sitio se seguirían muy malas consecuencias, y atrasos a la Conquista. Conformóse S. R. con el parecer de todos, quedando su corazón y conciencia sosegada. Luego nombró dos Ministros para ella, para que cuanto antes caminasen para su destino, quedándose por esta razón la de San Carlos sin supernumerario, y ya imposibilitado el V. P. Presidente a salir al ministerio de Confirmaciones en las demás Misiones. De todo lo resuelto y practicado dio cuenta por los Barcos al R. Padre Guardián del Colegio y Venerable Discretorio, suplicando que para el siguiente año enviasen a lo menos dos Religiosos para supernumerarios, porque se veía por esta falta imposibilitado de salir a visitar, y confirmar: y que en caso de enfermedad o muerte de algún Misionero, no había quien pudiese suplir, que sería de mucho desconsuelo para el que quedase solo. Vióse el fervososo y laborioso Prelado imposibilitado de salir a sus visitas anuas hasta el siguiente año, de que hablaré en el Capítulo siguiente; pero se dio con mas afán a la espiritual labor de su Misión, y lo consoló el Señor enviándole muchos Gentiles, hasta Rancherías enteras, en cura educación se empleó instruyéndolos en el Catecismo, e instruidos bautizaba y confirmaba, aumentando en gran manera el número de hijos de Dios y de la Santa Iglesia. Este fruto espiritual que con abundancia cogía en su Misión, por un lado lo consolaba, y por otro lo afligía acordándose de la Canal, que mayor fruto se cogería; por lo que incesantemente pedía al Señor Operarios para aquella su Viña, pues según lo que había experimentado estaban ya de sazón.
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Capítulo LV Cómo Huanca Auqui y los demás orejones dieron la obediencia a la figura de Atao Hualpa Oída tan soberbia embajada por Huanca Auqui, que estaba en el Cuzco, y los demás orejones y capitanes que se habían escapado de las manos de los enemigos, entraron en Cabildo juntándose todos a tratar lo que les convenía sobre ello, y consultándolo y confiriéndolo duró tres días en confusión, si sería bueno obedecer el mandato de Chalco Chilma y salir a la obediencia de la figura de Atao Hualpa como se les decía, o salir juntos y dar batalla a los enemigos y morir y vencer. Al cabo, como se vieron tan pocos, y ésos tristes y quebrantados de tantas desdichas y vencimientos, acordaron de obedecer lo que se les mandaba y seguir su triste suerte, dando la obediencia a la figura de Atao Hualpa y a sus capitanes, que estaban esperando su última resolución. Así acordado, haciendo el semblante en la demostración más alegre que tenían el ánimo, con corazón afligido y triste, salieron por su orden, distinguiéndose en Ayllos. Todos los que se habían hallado en la batalla donde fue preso Huascar Ynga llevaban una borla, en señal de que habían sido perdonados por los capitanes de Atao Hualpa del delito de haber peleado contra él. Llegados al llano de Quiuipay se fueron sentando por su orden en el suelo, haciendo reverencia o la mocha, como ellos dicen, en señal de obediencia a la figura de Atao Hualpa, que allí estaba. Acabada esta ceremonia y asentados todos, la gente de Atao Hualpa, que a punto de guerra se había ordenado y puesto, por mandado de Quisquis y Chalco Chima, para lo que tenían intención de hacer, los rodearon a todos, porque ninguno hubiese que se pudiese escapar ni huir, viendo lo que hacían. Desque los tuvieron cerrados prendieron a Huanca Auqui, que estaba, como el más principal, en medio de los orejones, y a Huapanti y a Paucar Usno, porque a estos tres traían sobre ojo con más cuidado, por las batallas que desde Tomebamba les habían dado. Por cumplir el mandato de Atao Hualpa, que, como dijimos, les había mandado en todo caso prender, y con éstos juntamente echaron mano de Apochalco, Yupanqui, Yarupac, sacerdotes del Sol, que eran deste ministerio los más principales y respetados, diciendo que porque habían dado la corona de Señor e Ynga a Huascar, poniéndole ellos la borla de su autoridad. Acabadas estas prisiones, se lavantó Quisquis de donde estaba sentado, y vuelto a la gente del Cuzco que había salido a dar la obediencia, y hablando con Huanca Auqui, y los que con él habían sido presos, les dijo estas razones: ya sabéis cómo vosotros me habéis dado tantas batallas en Tomebamba y otras partes y me habéis hecho detener en el camino con tanto trabajo como he venido, y también sabéis cómo Huascar Ynga no fue heredero legítimo de Huaina Capac, Nuestro Señor, porque cuando murió en Quito dejó por su sucesora Ninan Cuyuchi, el cual murió, y aunque esto no hubiera sido así, bien notorio es a todos que había otros hijos de Huaina Capac mejores que Huascar Ynga a quien más derechamente venía el señorío y reino, como era Tilca Yupanqui y otros y, sin mirar esto, alzastes por Señor y coronastes, poniéndole la borla en la cabeza, a Huascar Ynga, y mofastes y tuvistes en poco haciendo burla y escarnio de Atao Hualpa, mi Señor, que ahora os ha vencido y os tiene debajo de su mano y poder, al cual el Sol, su padre, le tenga de su mano y la tierra le sustente y ampare. Y echándole otros mil géneros de bendiciones, prosiguió diciendo: y, asimismo, sabéis que por estas cosas que tengo referidas érades dignos y merecíades un castigo nunca oído y crueles muertes, para que a otros fuesen escarmiento en lo de adelante, pero usando de piedad y misericordia, porque no os quejéis ni me tangáis por hombre inhumano y enemigo vuestro, en nombre de Atao Hualpa, mi Señor, os he perdonado con tal que siempre le seáis muy obedientes y fieles vasallos, reconociéndole por Señor e Ynga. Y porque en alguna manera no os quedéis sin castigo y pena de lo mucho que merecistes os acordéis siempre, es justo que a todos se os dé algún castigo; y vuelto a su gente les mandó que les diesen golpes en las espaldas con las porras y champis, a cada uno diez golpes, ya menos ya más, conforme era su castigo. Luego mandó que sin remedio matasen de los más culpados a muchos, con lo cual puso en los demás que quedaron vivos un miedo y temor notable, pensando todos ir por aquel camino. Acabado lo susodicho mandó Quisquis a todos los orejones que allí estaban sentados, y a los demás de las otras naciones vencidas, que se hincasen de rodillas con mucha humildad y vueltos los rostros hacia Quito, en señal de sujeción hiciesen reverencia a Atao Hualpa, su Señor, pelándose las cejas y las pestañas y las ofreciesen por modo de don y ofrenda, y oído esto por los desdichados orejones, viendo no ser posible menos o haber de pasar por el rigor de la muerte, postrados en el suelo con profunda humildad cumplieron lo que se les mandó, y de miedo dijeron a voces: ¡Viva muchos años Atao Hualpa, Nuestro Señor e Ynga, el Sol, su padre, le acreciente la vida y le prospere y sujete a su mano sus enemigos y triunfe dellos y le haga Señor de todos los fines del mundo! En esta sazón estaba Rahua Ocllo, madre de Huascar Ynga y mujer que fue de Huaina Capac, entre los vencidos y con ella Chuqui Huipa, su mujer de Huascar, con la tristeza y dolor que cada uno podrá imaginar, viendo tan lamentable espectáculo de muertos allí delante de sus ojos, y oyendo aquellas voces acompañadas de tales ceremonias. Consideraban su suerte amarga y su fortuna miserable, que de tan alto estado les había bajado a tan humilde y desdichado trance. Y como las vido Quisquis y Chalco Chima, no contentos con los pesares que les habían dado y palabras que de Huascar habían dicho en su presencia dellas, con palabras sucias y desvergonzadas las afrentó Quisquis, diciendo de Rahua Ocllo, que siendo ella manceba de Huaina Capac había parido a Huascar, y que de dónde había sido su legítima mujer ni principal entre sus mujeres, para que fuese Coya y reina, y su hijo Huascar viniese a ser Ynga y Señor. Tras éstas fue añadiendo otras razones de escarnio y afrenta contra ella y contra Chuqui Huipa, que todo fue añadir más dolor y consumirles los corazones, afligidos de las desdichas, que ni podían ni sabían qué responder a tantas sinrazones como les decían.
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Cómo el Almirante descubrió la isla de Jamaica Sábado, a 3 de Mayo, resolvió el Almirante ir desde Cuba a Jamaica, por no dejarla atrás sin saber si era verdadera la farma del mucho oro que, en todas las otras islas, se afirmaba haber en aquélla; y con buen tiempo, estando a la mitad del camino, la divisó el domingo siguiente. El lunes dio fondo junto a ella, y le pareció la más hermosa de cuantas había visto en las Indias; era tanta la multitud de canoas, grandes y pequeñas, y de gente que iba a los navíos, que parecía maravilla. Después, el día siguiente queriendo explorar los puertos, fue por la costa abajo; y habiendo ido las barcas a sondar las bocas de los puertos, salieron tantas canoas y gente armada para defender la tierra, que fueron los nuestros obligados a tornar a los navíos, no tanto porque hubiesen miedo como por no verse precisados a romper la paz con los indios. Pero considerando luego que demostrándoles temor éstos se llenarían de orgullo y se envalentonarían, volvieron a otro puerto de la isla, que el Almirante llamó Puerto Bueno. Como los indios salieron a rechazarlos con sus lanzas, los de las barcas los castigaron de tal modo con sus ballestas, que, habiendo herido a seis o siete, les obligaron a retirarse. Después que cesó la contienda, llegaron de los lugares vecinos infinitas canoas a las naves, muy pacíficamente, para vender y trocar algunas cosas y bastimentos que llevaban, las que daban por la más pequeña baratija que en cambio les fuese ofrecida. En este puerto, que tiene la forma de una herradura de caballo, se aderezó el navío donde iba el Almirante, porque tenía una grieta y entraba por allí el agua; una vez arreglado, viernes a 9 de Mayo, desplegó velas siguiendo la costa de abajo hacia el Poniente, tan cercano a tierra que le seguían los indios en sus canoas, con deseo de cambiar y tener algunas de nuestras cosas. Como los vientos eran algo contrarios, no podía el Almirante caminar lo que deseaba; hasta que, el martes, a 13 de Mayo, acordó volver a la isla de Cuba, para seguir la costa Sur de ésta, con ánimo de no volver hasta que hubiese navegado 500 o 600 leguas de aquélla, y adquiriese la certeza de si era isla o tierra firme. Salido en dicho día de Jamaica, llegó a los navíos un indio muy joven, diciendo que se quería ir a Castilla. En pos de él fueron muchos parientes suyos y otras personas en sus canoas, rogándole con grande instancia que se volviese a la isla; mas no pudieron apartarlo de su resolución; lejos de esto, por no ver las lágrimas y los gemidos de sus hermanas, se fue a lugar donde nadie podía verle. Maravillado el Almirante de la firmeza de este indio, mandó que fuese muy bien tratado.
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De cómo Tupac Inca Yupanqui salió del Cuzco y como sujuzgó toda la tierra que hay hasta el Quito, y de sus grandes hechos. Esta conquista de Quito que hizo Tupac Yupanqui, bien pudiera yo ser más largo; pero tengo tanto que escribir en otras cosas, que no puedo ocuparme en tanto, ni quiero contar sino sumariamente lo que hizo, pues, para entenderlo, bastará lo divulgado por la tierra. La salida que el rey quería hacer de la ciudad del Cuzco, sin saber a qué parte ni dónde había de ser la guerra, porque esto no se decía sino a los consejeros, juntáronse más de doscientos mill hombres, con tan gran bagaje y repuesto que henchían los campos; y por las ostas fue mandado a los gobernadores de las provincias que de todas las comarcas se trujesen los bastimentos y municiones y armas al camino real de Chinchasuyo, el cual se iba haciendo no desviado del que su padre mandó hacer ni tan llegado que pudiesen hacerlo todo uno. Este camino fue grande y soberbio, hecho por la orden y industria que se ha escripto, y por todas partes había proveimiento para toda la multitud de gentes que iba en sus reales, sin que nada faltase, y con la haber, ninguno de los suyos era osado de coger tan solamente una mazorca de maíz del campo y si la cogía no le costaba menos que la vida. Los naturales llevaban las cargas y hacían los otros servicios personales, mas, creed que cierto se tiene, que no las llevaban más de hasta el lugar limitado; y como lo hacían con voluntad y les guardaban tanta verdad y justicia no sentían el trabajo. Dejando en el Cuzco gente de guarnición con los mitines y gobernador escogido entre los más fieles amigos suyos, salió dél llevando por su capitán general y consejero mayor a Capac Yupanqui, su tío no el que dio la guerra a los de Xauxa, porque éste dicen que se ahorcó por cierto enojo; y como salió del Cuzco, anduvo hasta llegar a Vilcas, adonde estuvo algunos días holgándose de ver el templo y aposentos que allí se habían hecho y mandó que siempre estuviesen plateros labrando vasos y otras piezas y joyas para el templo y para su casa real de Vilcas. Fue a Xauxa, a donde los Guancas le hicieron solene recebimiento, y envió por todas partes mensajeros haciéndoles saber cómo él quería ganar el amistad de todos ellos, sin les hacer enojo ni darles guerra; por tanto, que pues oían que los Incas del Cuzco no hacían tiranías ni demasías a los que tenían por confederados y vasallos y que, en pago del trabajo y homenaje que les daban, recebían dellos mucho bien, que le enviasen sus mensajeros para asentar la paz con él. En Bonbón súpose la grand potencia con que el Inca venía y, como tuviesen entendido grandes cosas de su clemencia, le fueron a hacer reverencia; y los de Yauyo hicieron lo mismo y los de Apurima y otros muchos, a los cuales recibió muy bien dándoles a unos mujeres y a otros coca y a otros mantas y camisetas y poniéndose del traje que tenía la provincia donde él estaba que fue por donde ellos recibían más contento. Entre las provincias que hay entre Xauxa y Caxamalca cuentan que tuvo algunas guerras y pendencias y mandó hacer grandes albarradas y fuertes para defenderse de los naturales y que con su buena maña, sin mucho derramamiento de sangre, los sojuzgó y lo mesmo lo de Caxamalca; y por todas partes dejaba gobernadores y delegados y postas puestas, para tener aviso y no salir de ninguna provincia grande sin primero mandar hacer aposentos y templo del sol y poner mitimaes. Cuentan, sin esto, que entró por lo de Guánuco y que mandó hacer el palacio tan primo que hoy vemos hecho; que yendo a los Chachapoyas le dieron tanta guerra que aína de todo punto los desbarataran; mas, tales palabras les pudo decir que ellos mesmos se le ofrecieron. En Caxamalca dejó de la gente del Cuzco mucha, para que impusiesen a los naturales en cómo se habían de vestir y el tributo que le habían de dar y, sobre todo, cómo habían de adorar y reverenciar por dios al sol. Por todas las más de las partes le llamaban padre y tenía gran cuidado en mandar que ninguno hiciere daño en las tierras por donde pasaba ni fuerzas a ningund hombre ni mujer; al que lo hacía, luego por su mandado lo daban pena de muerte. Procuraba con los que sojuzgaba que hiciesen sus pueblos juntos y ordenados y que no se diesen guerra unos a otros ni se comiesen ni cometiesen otros pecados reprobados en ley natural. Por los Bracamoros entró y volvió huyendo, porque es mala tierra aquella de montañas; en los Paltas y en Guancabamba, Caxas y Ayavaca y sus comarcas tuvo gran trabajo en sojuzgar aquellas naciones, porque son belicosas y rebustas, y tuvo guerra con ellos más de cinco lunas; mas, al fin, ellos pidieron la paz y se les dio con las condiciones que a los demás; y la paz se asentaba hoy y mañana estaba la provincia llena de mitimaes y con gobernadores, sin quitar el señorío a los naturales; y se hacían depósitos y ponían en ellos mantenimiento y lo que más se mandaba poner; y se hacía el real camino con las postas que había de haber en todo él. De estas tierras anduvo Tupac: Inca Yupanqui hasta ser llegado a los Cañares, con quien también tuvo sus porfías y pendencias, y siendo dellos lo que de los otros quedaron por sus vasallos y mandó que fuesen dellos mesmos al Cuzco, a estar en la misma ciudad más de quince mill hombres con sus mujeres y el señor principal dellos, para los tener por rehenes, y fue hecho como se mandó. Algunos quieren decir questa pasada de los Cañares a Cuzco fue en tiempo de Guayna Capac. Y en lo de Tomebamba mandó hacer grandes edificios y muy lustrosos. En la primera parte traté como estaban estos aposentos y lo mucho que fueron. Deste lugar envió diversas embajadas a muchas tierras de aquellas comarcas, para que le quisiesen venir a ver y muchos, sin guerra, se ofrecieron a su servicio; y a los que no, enviando capitanes y gente les hacían hacer por fuerza lo que otros hacían de su voluntad. Puesta en orden la tierra de los Cañares, fuese para Tiquizambi, Cayambi, los Puruaes y otras muchas partes, a donde cuentan del tantas cosas que hizo ques de no creer, y el saber que tuvo para hacerse monarca de tan grandes reinos. En La Tacunga tuvo recia guerra con los naturales y asentó paz con ellos después que se vieron quebrantados y mandó hacer tantos y tan insines edificios por estas partes que excedían en perfección a los más del Cuzco. Y en La Tacunga quiso estar al unos días, para que sus gentes descansasen; y viníales casi cada día mensajero del Cuzco del estado en que estaba lo de allá y de otras partes siempre venían correos con avisos y cosas grandes que se ordenaban en el regimiento de las tierras por sus gobernadores. Y vino nueva de cierto alboroto que había en el Cuzco entre los mesmos orejones y causó alguna alteración, recelándose de novedades; mas, seguido, vino otra nueva cómo estaba llano y asentado y se habían hecho por el gobernador de la ciudad castigos grandes en los que habían causado el alboroto. De La Tacunga anduvo hasta llegar a lo que decimos Quito, donde está fundada la ciudad de Sant Francisco del Quito, y pareciéndole bien aquella tierra y que era tan buena como el Cuzco, hizo allí fundación de la población que hobo, a quien llamó Quito y poblóla de mitimaes y hizo hacer grandes cavas y edificios y depósitos, diciendo: "El Cuzco ha de ser por una parte cabeza y amparo de mi gran reino; por otra ha de ser el Quito". Dio poder grande al gobernador de Quito; por toda la comarca del Quito puso gobernadores suyos y delegados; mandó que en Caranqui hobiese guarnición de gente ordinaria para paz y guerra y de otras tierras puso gente en éstas y destas mandó sacar para llevar en las otras. En todas partes adoraban el sol y tomaban las costumbres de los Incas, tanto que parecía que habían nacido todos en el Cuzco; y queríanle y amábanle tanto que le llamaban Padre de todos, buen Señor, justo y justiciero. En la provincia de los Cañares, afirman que nació Guayna Capac, su hijo, y que se hicieron grandes fiestas. Todos los naturales de las provincias que había señoreado el gran Tupac Inca con su buena industria que les dio ordenaron sus pueblos en partes dispuestas y hacían en los caminos reales aposentos; entendían en aprender la lengua general del Cuzco y en saber las leyes que habían de guardar. Los edificios hacíanlos maestros que venían del Cuzco y emponían a los otros en ello; y así se hacían las demás cosas que por el rey eran mandadas.