De un razonamiento que Cortés nos hizo después de haber dado con los navíos al través, y cómo aprestamos nuestra ida para México Después de haber dado con los navíos al través a ojos vistas, y no como lo dice el cronista Gómara, una mañana, después de haber oído misa, estando que estábamos todos los capitanes y soldados juntos hablando con Cortés en cosas de la guerra, dijo que nos pedía por merced que le oyésemos, y propuso un razonamiento desta manera: "Que ya habíamos entendido la jornada a que íbamos, y mediante nuestro señor Jesucristo habíamos de vencer todas las batallas y rencuentros, y que habíamos de estar tan prestos para ello como convenía; porque en cualquier parte que fuésemos desbaratados (lo cual Dios no permitiese) no podríamos alzar cabeza, por ser muy pocos, y que no teníamos otro socorro ni ayuda sino el de Dios, porque ya no teníamos navíos para ir a Cuba, salvo nuestro buen pelear y corazones fuertes; y sobre ello dijo otras muchas comparaciones de hechos heroicos de los romanos." Y todos a una le respondimos que haríamos lo que ordenase; que echada estaba la suerte de la buena o mala ventura, como dijo Julio César sobre el Rubicón, pues eran todos nuestros servicios para servir a Dios y a su majestad. Y después deste razonamiento, que fue muy bueno, cierto que con otras palabras más melosas y elocuencia que yo aquí las digo, luego mandó llamar al cacique gordo, y le tornó a traer a la memoria que tuviese muy reverenciada y limpia la iglesia y cruz; e demás desto le dijo que él se quería partir luego para México a mandar a Montezuma que no robe ni sacrifique; e que ha menester doscientos indios tamemes para llevar el artillería, que ya he dicho otra vez que llevan dos arrobas a cuestas e andan con ellas cinco leguas; y también les demandó cincuenta principales hombres de guerra que fuesen con nosotros. Estando desta manera para partir, vino de la Villa Rica un soldado con una carta del Juan de Escalante, que ye le había mandado otra vez Cortés que fuese a la villa para que le enviase otros soldados, y lo que en la carta decía el Escalante era que andaba un navío por la costa, y que le había hecho ahumadas y otras grandes señas, y había puesto unas mantas blancas por banderas, y que cabalgó a caballo con una capa de grana colorada porque lo viesen los del navío; y que le pareció a él que bien vieron las señas, banderas, caballo y capa, y no quisieron venir al puerto; y que luego envió españoles a ver en qué paraje iba, y le trajeron respuesta que tres leguas de allí estaba surto, cerca de una boca de un río; y que se lo hace saber para ver lo que manda. Y como Cortés vio la carta, mandó luego a Pedro de Alvarado que tuviese cargo de todo el ejército que estaba allí en Cempoal, y juntamente con él a Gonzalo de Sandoval, que ya daba muestras de varón muy esforzado, como siempre lo fue. Y éste fue el primer cargo que tuvo el Sandoval; y aun sobre que le dio entonces aquel cargo, que fue el primero, y se lo dejó de dar a Alonso de Ávila, tuvieron ciertas cosquillas el Alonso de Ávila y el Sandoval. Volvamos a nuestro cuento, y es, que luego Cortés cabalgó con cuatro de a caballo que le acompañaron, y mandó que le siguiésemos cincuenta soldados de los más sueltos, porque Cortés nos nombró los que habíamos de ir con él; y aquella noche llegamos a la Villa Rica. Y lo que allí pasamos diré adelante.
Busqueda de contenidos
contexto
Capítulo LIX De lo que más pasó a los españoles y a los indios hasta llegar a la campaña de Riobamba, donde habían hecho muchos hoyos para en que cayesen los caballos Los indios y capitanes que habían estado en Teocajas, por todas las vías, modos y maneras que podían pensaban qué remedio tendrían para matar a los españoles, pues eran tan pocos y ellos eran tantos. Miraban, por una parte, cuanto les convenía ponerse a todo peligro por los echar de la tierra, y que de ella no se hiciesen señores; por otra, creían que estaban acompañados de alguna deidad o que la virtud divina peleaba por ellos, pues siendo tan pocos bastaban a hacer tales cosas. Temíanlos a ellos y a sus caballos, no osaban burlarse como en Teocaja, mas después de lo haber bien considerado y platicado entre ellos determinaron de hacer junto a Riobamba una gran cantidad de hoyos hondables, por tal modo, que, aunque fuesen anchos para dañar a ellos y a los caballos, habían de estar cubiertos sutilmente con yerba porque no los viesen --hoy día están hechos estos hoyos; yo los vi cuando pasé por aquella parte en torno de todo lo más del camino--, pareciéndole que los españoles, siendo por ellos provocados a batalla, irían hasta dar con sus caballos en los tales hoyos, y así procuraban por aquella parte provocarlos a la pelea. Los españoles caminaron por su camino. Salían los indios a ellos haciendo alharacas. Belalcázar, como vio que los indios se juntaban y tantas gritas les daban, recogió sus compañeros, mandó quedar en la rezaga treinta caballos para que hiciesen rostro a los indios hasta que los que iban en la vanguardia hubiesen ganado una loma que tenían por delante, y así quedando los unos, caminaron los otros. La grita de los indios fue mayor cuando los vieron dividir; tanto, que los treinta caballos enviaron al capitán que dejase socorro de más gente porque los indios venían a dar en ellos. Belalcázar respondió con una gran voz que si treinta de caballo no eran parte para se defender de los indios que se enterrasen vivos. Y como Zopezopagua y Ruminabi habían apellidado la comarca, había juntádose tanta gente que Belalcázar, dijo: "¡Válgame Dios!, ¿dónde ha salido tanta? ¿Pues, mana la tierra indios?". Y daban tantas voces salidas por tal tenor que era para haber espanto, y lo han los que son recién venidos de España a estas partes, hasta que conociendo esta costumbre, déjanlos ladrar sin tomar ninguna fatiga. Estando en la loma dicha, los españoles, bien cansados, ellos y sus caballos, acordaron de abajar a un llano de campaña que estaba cerca de una laguna. Los indios, como eran muchos, determinaron en su acuerdo de dar en los cristianos por tres o cuatro partes, pareciéndoles que los espantarían con los cercar; y así un capitán de ellos se puso en un collado, que estaba por encima de los mismos españoles, y otro con un golpe de gente, ocupó otro que estaba por un lado; los demás, tomaron la falda de la sierra que estaba junto al palude. Ruminabi y Zopezopagua andaban en Riobamba, poniendo ánimo y esfuerzo en toda la gente y se fueron a poner con otros principales en lo alto de la loma de Riobamba, de manera que tenían cercados a los poquitos cristianos y caballos que había, por todas partes, aguardando que los españoles irían para ellos, y en el lugar donde estaban los hoyos los matarían a todos. Y por provocarlos a ira hacían arremetidas, dando tan gran grita que no se oía otra cosa que sus voces, y como entre los españoles había algunos recién venidos de España --que acá llamamos chapetones--, temían lo que oían porque para ellos era cosa nueva. Donde los españoles estaban no tenían falta de maíz, que fue harto alivio para ellos. Inspirando en uno de los indios la gracia de Dios nuestro señor, les vino de su voluntad y contó lo que pasaba acerca de los hoyos, que eran tantos que cercaban un gran trecho. Tuvieron a mucho, aviso tan provechoso, dando por ello muchas gracias a Dios y tomando su acuerdo determinaron de dejar el camino que a Riobamba iba a salir por la parte donde los hoyos estaban (bien llenos de estacas con puritas agudas, y por encima sutilmente cubiertos con las pajas del campo), y caminar por la cumbre de unos collados algo ásperos por donde, aunque fue con algún trabajo y fatiga de los caballos, pudieron desechar los hoyos. Como los indios vieron tal novedad, daban voces como locos diciendo que de dónde le fue aviso a sus enemigos, pues era claro por recelo del peligro de ellos, habían dejado aquel camino. Mostrándose muy furiosos unos a otros, se quejaban de la fortuna suya, veniales pensamiento a creer los españoles que tenían alguna parte en la gracia de Dios, para salir adelante con sus intenciones. Trataron algunos, sobre que sería saludable remedio ofrecerles la paz, mas los tiranos Ruminabi y los otros lo reprobaron, diciendo que mejor era con la muerte descansar, y no verse con la vida ellos y sus mujeres e hijas en poder de tan malvada gente. En esto, los nuestros poco a poco habían llegado a los tambos de Riobamba, asentados en una linda y muy hermosa campaña, y alojáronse allí, saliendo Belalcázar con treinta caballos a tener escaramuza con los indios, mas como habían cobrado gran temor a los caballos y los tristes no tienen armas defensivas que los guarezca del espada y lanza ni ofensivas más que sus dardos y honda aíllos, haciendo los pies ligeros, comenzaron de huir sin los osar aguardar. Hallaron algunos depósitos llenos de maíz, de donde Belalcázar dio la vuelta al real, dejando cinco caballos para que estuviesen en vela si los indios abajaban de los altos donde se había subido: y eran éstos Vasco de Guevara, Ruy Díaz, Hernán Sánchez, Morales Varela, Domingo de la Presa. Los indios, como vieron que cinco cristianos solos habían osado quedar en frontera con ellos, teniéndolo por gran ultraje y afrenta suya, echaron para que los sacasen a la pelea tres o cuatros hombres a los cuales salieron para los alancear y los metieron en un escuadrón donde había doce mil hombres de guerra y ellos no más de cinco, y pudieron tanto, que después de haber muerto algunos, y herido, los hicieron retraer y ellos pudieron volver seguramente a Riobamba, donde contaron al capitán lo que les había sucedido. Y mandó que todos los caballos saliesen, y lo mismo los hombres de espada y rodela y los ballesteros para ir a dar en los enemigos, los cuales, como vieron su determinación, perdiendo el ánimo, sin ningún brío, volvían las espadas con gran silencio; yendo todavía los poderosos y más principales de ellos a hombros de los suyos y anduvieron hasta llegar al río que pasa por Ambato --que creo el propio río tiene ese nombre-- donde mandaron hacer albarradas y fosos para tornar a tentar su fortuna contra los españoles que, aposentados en los grandes palacios de Riobamba, estuvieron doce días, siendo muy servidos de los Cáñares sus amigos. Y pasados, salieron de allí muy en orden, habiendo enviado mensajeros Belalcázar a los indios, para que dejando las armas se gozasen con la paz, prometiendo de no les dar guerra ninguna; mas no pudieron acabarlo con los capitanes. Y como llegasen al río de suso dicho, defendieron el paso poco más de media hora; los caballos procuraron pasar como pudiesen para ganar el alto que los indios tenían, que también huyeron. En este tiempo, como en los pasados, los españoles, como los vieron ir de huida les fueron siguiendo, y habiéndose con ellos, ásperamente mataron tantos de los que alcanzaban, que era gran lástima verlos, porque los siguieron hasta Latacunga, donde había grandes aposentos, y de ellos habían sacado suma de tesoros. Restaba gente de guerra, la cual había hecho muchos hoyos al modo de los de Riobamba. No cayó ningún caballo ni cristiano, que fue ventura, pues, juntos los unos indios con otros huyeron, así los que venían por aquella parte como los que estaban yéndoles los españoles a las espaldas; muchos de los cuales abrían con las lanzas hasta enclavar los corazones que los agudos hierros. Y duró el alcance hasta que llegaron a un furioso río lleno de grandes piedras que echó un volcán de sí.
contexto
Capítulo LIX Que trata de la liberalidad que el general Pedro de Valdivia usó aquí con los españoles descubridores y conquistadores y pobladores que con él vinieron y estaban Cuatro años había que los españoles estaban en la tierra, antes que este navío viniese a este reino, que no se vestían después que rompieron la ropa que trajeron, sino pieles de raposas y de nutrias y de lobos marinos. Y había cinco meses que no se decía misa por falta de vino. Y luego que fue descargada la ropa del navío y traída a la ciudad, mandó el general poner en cobro siete botijas de vino porque no faltase, y porque otra vez no se viesen como se habían visto sin oír misa tanto tiempo. Pues viendo el general, y conociendo los incomportables trabajos que habían pasado sus compañeros y pobladores y sustentadores hasta entonces, y demasiados gastos y pérdidas de haciendas que habían perdido y hecho en estos cuatro años que habemos dicho, que estaban tan desnudos cuanto nunca lo estuvo gente en estas partes, ni en ningunas de Indias. Y en todo este tiempo nunca les habían venido socorro, y a esta causa su principal intento era sembrar y criar para poderse sustentar y perpetuar esta tierra a Su Majestad. Y esto siempre ha procurado, puesto que haya sido ajeno de la condición de la mayor parte de los conquistadores de indios, de decir en esto. Que era un tiempo bueno y un tiempo sano y tiempo libre y amigable. Digo bueno sin codicia, sano sin malicia y libre de avaricia. Todos hermanos, todos compañeros, todos contentos con lo que les sucedía y con lo que se hacía. Llamábale yo a este tiempo, tiempo dorado. Pues viendo el general que los que trajeron la mercadería y navío no vendían ni fiaban a nadie por no ver oro, acordó tomar en sí toda la ropa y mercadería a su cargo, como en efecto lo hizo, y quedó a pagar por toda ella a su dueño setenta y cinco mil pesos, de lo cual fueron todos contentos, dando espera hasta que sacasen oro de él, primero estando la tierra más de asiento y más rica, en los cuales se empeñó. Y recebidos los repartió entre todos, no tomando para sí más de un vestido y camisas. Y junto con esto hizo otra liberalidad, y fue que dio a cada uno por libre de todo lo que le debía, y les rompió las escrituras y obligaciones que tenían del socorro y caballos que en el Pirú les había dado, que pasaban de cincuenta mil pesos. Y juntamente con esto hizo otra notable liberalidad, que paga por todos a los herreros que hacían las obras a los españoles, y mandó que no llevasen a ningún perpetuador y compañero ninguna paga por la obra que se le hiciese, quedando él a pagarla. Y no fue poca la suma, que no había conquistador que no debía cuatrocientos y quinientos pesos de obras que se le hiciese de herraje y de otras herramientas que se hicieron del hierro que trajo el navío y de cobre que ellos sacaron. Era lo que el general pretendía enriquecer en la honra y en hacienda dada por mano y voluntad de su príncipe y señor. Trabajaba de todo su corazón con servir a Dios y a su rey, en traer los indómitos bárbaros indios en el conocimiento de nuestra Santa Fe católica, y a la obediencia y vasallaje de la corona real de nuestra madre España, y en acrecentar nuestra Santa religión cristiana y los patrimonios y rentas reales.
contexto
Que trata de la entrada que hizo Nezahualpiltzintli en la costa de Nauhtlan, y después él y los reyes Ahuizotzin y Chimalpopocatzin la conquista que hicieron de ciertas provincias que caen hacia el sur En este año de 1486 atrás referido, juntó sus gentes el rey Nezahualpiltzintli, y fue sobre la costa de Nauhtlan (que el día de hoy llaman Almería) y aunque tuvo alguna dificultad por las serranías y fragosidad de los puertos de aquellas provincias, a pocos lances las sojuzgó y cautivó muchos capitanes y soldados de los más principales de aquella nación (que es de la tierra baja de los totonáquez) y entre ellos su señor, con que quedó toda aquella costa hasta la de Pánuco, debajo de su señorío, y habiendo puesto sus presidios, repartió la tierra como lo tenía de costumbre, y se volvió victorioso y cargado de despojos a la ciudad de Tetzcuco, en donde este mismo año juntando sus gentes con las del rey Ahuitzotzin de México y el de Tlacopan Chimalpopocatzin, fueron sobre las provincias de Chinauhtla, Coyolapan, Hualtécpec, Tlapan, Xoconochco, Xochtlan, Amaxtlan y la de Tzapoteca y Mizteca baja y alta, hasta llegar a la provincia de Chiapan, cuya conquista aunque echaron el resto, fue muy dificultosa; mas al fin conquistaron todas las naciones referidas y volvieron cargados de muy grandes y ricos despojos, y de muy gran suma de cautivos que fueron casi cien mil hombres, y de la parte del imperio no pasaron de siete mil los que en estas conquistas murieron. Antes de venirse dejaron gente de guarnición en las más fuertes ciudades y cabeceras de aquellas provincias, y en sus confines hacia las tierras remotas por conquistar, pertrecharon muy bien sus tierras y fronteras. Esta fue una de las mayores conquistas que hicieron las tres cabezas del imperio en tan breve espacio de tiempo. Asimismo fue el rey Nezahualpiltzintli contra los de la provincia de Tizauhcóac, porque se habían rebelado contra el imperio, y muerto a los mercaderes naturales de la ciudad de Tetzcuco y México que trataban y contrataban en sus tierras, y habiéndolos sujetado y castigado a los rebeldes dejando bien proveídos de gente los presidios y fortalezas, trajo demás de los despojos, más de veinticinco mil cautivos. Igualmente el rey Nezahualpiltzintli casi por estos tiempos hizo una entrada contra los de Atlixco, una de las señorías que estaban dedicadas para el ejercicio militar, de donde habían cautivos para el sacrificio ordinario de sus falsos dioses, y así Quauhtliytzactzin señor y capitán general de aquella república, salió al campo dedicado para estas guerras contra el rey Nezahualpiltzintli echando el resto de lo más mejor de sus soldados, por ganar honra y fama como la que se le ofrecía si en batalla vencía tan poderoso rey; mas Nezahualpiltzintli como astuto y sabio, y muy bien ejercitado en las cosas de la guerra, a los primeros encuentros venció y cautivó a su contrario y con él, a otros muchos capitanes y soldados de fama; y éste fue uno de los seis señores que por su persona venció y cautivó, sin otros muchos capitanes que venció y cautivó que no se hace mención de ellos.
contexto
Que trata la diferencia que hace el tiempo en este reino del Perú, que es cosa notable en no llover en toda la longura de los llanos que son a la parte del mar del Sur Antes que pase adelante, me paresció declarar aquí lo que toca al no llover, de lo cual es de saber que en las sierras comienza el verano por abril, y dura mayo, junio, julio, agosto, setiembre, y por octubre ya entra el invierno, y dura noviembre, diciembre, enero, febrero, marzo; de manera que poco difiere a nuestra España en esto del tiempo; y así, los campos se agostan a sus tiempos, los días y las noches casi son iguales, y cuando los días crescen algo y son mayores es por el mes de noviembre; mas en estos llanos junto a la mar del Sur es al contrario de todo lo susodicho, porque cuando en la serranía es verano, es en ellos invierno, pues vemos comenzar el verano por octubre y durar hasta abril, y entonces entra el invierno; y verdaderamente es cosa extraña considerar esta diferencia tan grande, siendo dentro en una tierra y en un reino; y lo que es más de notar, que por algunas partes pueden con las capas de agua abajar a los llanos, sin las traer enjutas; y para lo decir más claro, parten por la mañana de tierra donde llueve, y antes de vísperas se hallan en otra donde jamás se cree que llovió; porque desde principio de octubre para adelante no llueve en todos los llanos si no es un tan pequeño rocío, que apenas en algunas partes mata el polvo; y por esta causa los naturales viven todos de riego, y no labran más tierra de la que los ríos pueden regar, porque en toda la más (por parte de su esterilidad) no se cría hierba, sino toda es arenales y pedregales sequísimos, y lo que en ellos nasce son árboles de poca hoja y sin fruto ninguno; También nascen muchos géneros de cardones y espinas, y a partes ninguna cosa destas, sino arena solamente; y el llamar invierno en los llanos no es más de ver unas nieblas muy espesas, que paresce que andan preñadas para llover mucho, y destilan, como tengo dicho, una lluvia tan liviana que apenas moja el polvo; y es cosa extraña que, con andar el cielo tan cargado de ñublados en el tiempo que digo, no llueve más en los seis meses ya dichos que estos rocíos pequeños por estos llanos, y se pasan algunos días que el sol, escondido entre la espesura de los ñublados, no es visto; y como la serranía es tan alta y los llanos y costa tan baja, parece que atrae a sí los ñublados sin los dejar parar en las tierras bajas; de manera que cuando las aguas son naturales llueve mucho en la sierra y nada en los llanos antes hace en ellos gran calor; y cuando caen los rocíos que digo es por el tiempo que la sierra está clara y no llueve en ella; y también hay otra cosa notable, que es haber un viento solo por esta costa, que es el sur; el cual, aunque en otras regiones sea húmido y atrae lluvias, en ésta no lo es; y como no halle contrario, reina a la contina por aquella costa hasta cerca de Tumbez; y de allí adelante, como hay otros vientos, saliendo de aquella constelación de cielo, llueve y viene ventando con grandes aguaceros. Razón natural de lo susodicho no se sabe más de que vemos claro que de cuatro grados de la línea a la parte del sur hasta pasar el trópico de Capricornio va estéril esta región. Otra cosa muy de notar se ve, y es que debajo de la línea, en estas partes, en unas es caliente y húmida y en otra fría y húmida; pero esta tierra es caliente y seca, y saliendo de ella, a una parte y a otra llueve; esto alcanzo por lo que he visto y notado dello; quien hallare razones naturales, bien podrá decirlas, porque yo digo lo que vi, y no alcanzo otra cosa más de lo dicho.
contexto
CAPITULO LIX Solemne Entierro que se le hizo al Venerable Padre Junípero. La cortedad de la tierra, y de la Gente que la puebla no daban lugar a hacer al bendito Cadáver del V. P. Junípero aquel entierro, y honras con la pompa que le merecían sus heroicas virtudes, por reducirse sólo a la Tropa del Presidio, distante como una legua de la Misión, y de la Escolta de ésta, como también de los Neófitos de que se compone el Pueblo de la Misión, que son como seiscientas personas de todas las edades. También era difícil la asistencia de muchos Sacerdotes, porque no habiendo en los Presidios Capellanes, y en las Misiones sólo dos Misioneros en cada una y tan distantes entre sí, es natural que en el entierro de alguno de los Misioneros no asista otro que el Compañero que queda en vida, y que no haya más concurso de Gente que los Indios Neófitos, y la Escolta de un Cabo con cinco Soldados. Pero quiso Dios honrar a su fiel Siervo (que tanto había trabajado para formar Pueblos que alabasen al Señor, y que igualmente había huido de todo lo que era honra) el que muriese en ocasión que estuviese fondeado en el Puerto de Monterrey el Barco, que sólo en dicho corto tiempo que se detiene una vez al año a dejar la carga logramos concurso de gente Española: con lo que se logró para el entierro el concurso de la Gente de mar y del Real Presidio, como también la de cuatro Sacerdotes, y cinco para las Honras, de que hablaré después. Fue el Entierro el día inmediato después de su muerte, que fue el día Domingo 29 de agosto. La mañana del dicho día llegó al Presidio el P. Fr. Buenaventura Sitjar Ministro de la Misión de San Antonio, distante veinte y cinco leguas de Monterrey, quien en cuanto recibió mi Carta, que queda expresada en su lugar, despachándola para San Luis, distante otras veinte y cinco leguas, se puso en camino sin pérdida de tiempo, y no pudo alcanzarlo vivo; y sabiendo en el Presidio que la tarde antecedente había fallecido el V. Prelado, se detuvo en él a decir Misa, y concluída se fue para la Misión con el Señor Ayudante Inspector de ambas Californias, (ausente el Señor Gobernador) como también fue el Comandante del Presidio cuasi con toda la Tropa, dejando la muy precisa Guardia en el Real Presidio. Poco después llegó el Señor Capitán y Comandante del Paquebot con el P. Capellán, y con los oficiales de mar, y toda la Tripulación dejando a bordo la muy precisa para custodiar el Barco, como también para que con la Artillería de a bordo se le hiciese al V. P. difunto los honores, disparando de media a media hora un Cañón, al que correspondía con otro el Presidio (en cuyo ejercicio estuvieron todo el día) cuyos tiros con el funesto doble de las campanas enternecían los corazones de todos. Junta toda la Gente en la Iglesia, que siendo bastante grande se llenó, cantóse una Vigilia con toda la solemnidad posible, e inmediatamente canté la Misa, asistiendo los Señores con velas encendidas, y se concluyó con un Responso cantado, y se dejó la función del Entierro para la tarde, quedando el gentío en la Misión, empleándose en visitar al difunto, rezándole, y tocándole Rosarios y Medallas a su bendito Cadáver: continuando las campanas con el funesto doble, y la Artillería de mar y tierra con sus tiros, como si fuera algún General. A las cuatro de la tarde se hizo señal con las campanas, y se volvió a juntar toda la gente en la Iglesia: se formó la Procesión con cruz y ciriales, componiéndose toda la gente de Indios Neófitos, Marineros, Soldados y Oficiales, éstos con velas, en dos filas, y la capa con Ministros, los mismos de la mañana: y después de cantado un Responso cargaron al V. Difunto, remudándose a tramos, porque todos los Señores así de mar, como de tierra querían lograr la dicha de haberlo cargado sobre sus hombros. Diose vuelta por toda la Plaza, que es bastante capaz: hiciéronse cuatro posas o paradas, y en cada una se cantó un Responso. Llegados a la iglesia fue colocado sobre la misma mesa al pie de las gradas del Presbiterio: se pasó al entiero, cantando las Laudes con toda solemnidad, según el Manual de la Orden: fue sepultado en el Presbiterio al lado del Evangelio, y se concluyó la función con un Responso cantado, aunque las lágrimas, suspiros y clamores de los asistentes tapaban las voces de los Cantores. Lloraban los hijos la muerte de su Padre, que habiendo dejado a sus ancianos Padres en su Patria, había venido de tan lejos, sólo con el fin de hacerlos sus hijos, e hijos de Dios por medio del Santo Bautismo. Lloraban las ovejas la muerte de su Pastor, que había trabajado tanto para ciarles el pasto espiritual, y los había libertado de las uñas del Lobo infernal; y finalmente los Súbditos por la falta de su Prelado, tan docto, tan prudente, afable, laborioso y ejemplar, conociendo la grande falta que hacía para el adelantamiento de estas espirituales Conquistas. Acabada la función se me amontonó toda la gente, pidiéndome alguna cosita de las que hubiese usado el Padre; y como eran tan pocas las que el V. Padre tenía de su uso, no era fácil contentar a todos. Para evitar el tropel de la gente que pedía, saqué la Túnica interior que había usado el Padre (aunque a lo último no la usaba, pues como ya dije murió con sólo el Hábito) y la entregué al Comandante del Paquebot, para que la repartiese entre la Gente de mar, a fin de que hiciesen unos Escapularios, que los trajesen a bendecir el día 5 de septiembre, que para este día, como séptimo de la muerte, se harían las Honras al Padre difunto, con lo que quedaron contentos; y a la Tropa, y a otros particulares repartí los paños menores, haciendo tiras de ellos, como también dos pañitos de narices. El uno de ellos heredó el Médico o Cirujano Real Don Juan García, así por lo que le había asistido, como por el antiguo conocimiento y particular afecto que tenía al Difunto. A los pocos días que volvió a la Misión me dio las gracias del pañito, diciéndome: con el pañito espero hacer mas curas que con mis libros y Botica: tenía en la Enfermería, dijo, un Marinero muy malo de unos fuertes dolores de cabeza, que no le dejaban sosegar; me dije de medicamentos, y le amarré el pañito, quedó se dormido, y amaneció sano y bueno. Espero, dijo, que el pañito ha de hacer irás que la Botica general. Tal era el concepto que tenía hecho del V. Padre Junípero. No era menor el que tenía de sus virtudes el P. Predicador Fr. Antonio Paterna, que le conocía desde el año de 50 que vino de España en la misma Misión, aunque en el segundo trozo; estuvo machos años en las Misiones de la Sierra Gorda al mismo tiempo que allí estaba el V. P. Presidente, y desde el año de 71 en estas Misiones, y actualmente se halla de Ministro de la Misión de San Luis, a quien escribí, como ya queda dicho, el aviso de hallarse enfermo el R. P. Presidente, que lo deseaba ver antes de morir. En cuanto recibió mi Carta se puso en camino apresuradamente con los deseos de alcanzarlo vivo; pero por mucha prisa que se dio caminando todo el día, y parte de la noche, no pudo llegar a tiempo, ni aún para el Entierro, pues llegó a los tres días de haber muerto, y sólo pudo asistir a las Honras, corno diré en el Capítulo siguiente. De la fatiga del camino en un Religoso de sesenta años de edad, que caminó la mayor parte malo, y muy caluroso en el mes de agosto, que hacen excesivos calores en la Sierra de Santa Lucía, le resultó a los pocos días de su llegada un grande y grave accidente que nos puso a todos en cuidado, como también al Cirujano Real, que dijo ser dolor cólico; hizo el Médico su oficio, y diciendo era cosa de cuidado, se dispuso el Padre para morir, pensando seguiría al V. P. Presidente. Viéndole fatigado de los dolores, le dije: ¿Padre, quiere ceñirse con el cilicio de cerdas de nuestro P. Presidente Fr. Junípero? tal vez querrá Dios aliviarlo: sí, Padre, me respondió, tráigamelo: ciñóse con él, y en breve sintió alivio, de modo que ya suspendí el darle el Viático: se fue mejorando, y en breve se recuperó, y se puso sano y bueno, de suerte, que cuando salí de aquella Misión para ésta, ya decía Misa. El referir estos casos, no es porque intente publicarlos por milagros, ni es mi ánimo que como a tales los tengan, pues puede haber sido el efecto natural, o casualidad, y a mí no me toca el indagarlo, ni examinarlo, sino repetir la Protesta del principio: que así en este particular, como en todo lo que llevo escrito en esta relación histórica, y demás que dijere, me conformo con el Breve de la Santidad del Señor Urbano VIII, expedido en 5 de junio de 1631, y con los demás Decretos Pontificios. Sólo he referido dichos casos en prueba de la grande opinión en que estaban las virtudes del R. P. Junípero, y su vicia ejemplar en toda clase de gentes, que lo habían tratado y comunicado de muchos años: cuya fama y pública voz de sus virtudes les hacía codiciar alguna cosita que hubiese usado el Padre; como también los atraía a asistir a honrarlo después de muerto, como se verá en el siguiente Capítulo.
contexto
Capítulo LIX De cómo el marqués don Francisco Pizarro se vio en el campo con Atao Hualpa y lo prendió Recibió Atao Hualpa los mensajeros del marqués don Francisco Pizarro, que fueron Felipillo y Martín, muy bien y los regaló con mucho amor y humanidad, y como le decían que los españoles eran embajadores del Hacedor, juntó a sus consejeros y les propuso qué debían hacer en ello, y todos le dijeron los fuese a recibir y a verse con ellos, y con esto acordó de venirse a Caja Marca a ver a los españoles. Y para hacerlo mandó pregonar en todo su ejército que ninguna persona dél llevase consigo armas de ningún género, porque para saber nuevas de tanto contento y recibir los mensajeros del Hacedor no eran necesarias armas, y así hizo con mucha diligencia buscar las chuspas, que son unas taleguillas que traen los indios colgadas debajo del brazo izquierdo, porque acaso no llevasen en ellas piedras ocultas y ofendiesen a los embajadores, ni con otras armas ocultosas. Hecha esta prevención, que tan en daño suyo le salió, puesto en ordenanza todo su ejército, que era grandísimo, partió de los baños dichos con una majestad y ostentación nunca vista. Llevábanle en unas andas, que ya dijimos le habían traído del Cuzco, de finísimo oro, cuyo aisento era un tablón de lo mismo y encima un cojín de lana muy preciada, guarnecido de piedras ricas. En la frente llevaba puesta su borla de lana colorada finísima, que era la insignia real, y rodeado de los más principales capitanes suyos, de los caciques y señores de las provincias que con él venían, algunos a pie y otros en andas dadas por gran favor a los principales, porque entre ellos no hubo caballos hasta allí. Y con mucho espacio vino caminando y llegó a Caja Marca a medio día, donde el marqués don Francisco Pizarro, con la gente que tenía consigo puesta en orden, le estaba aguardando, y ya que llegaba cerca salió a él Fray Vicente de Valverde, religioso de la orden de Santo Domingo, que después fue el primer obispo universal de todo el Pirú y lo mataron los indios de la isla de la Puná y se lo comieron. Llevaba este religioso una cruz y misal o breviario, y con él iba Phelipillo, indio lengua del marqués, y otros algunos soldados. Y allí le trató el Padre F. Vicente el fin e intención de su venida a este reino, y cómo venían de parte del Papa y del Emperador a darle noticia de cosas importantísimas para el bien de su alma y salvación della. Y mezclando con estas razones, otras para la primera visita de un rey, impertinentes y fuera de propósito, pues no luego había de creer lo que se proponía un entendimiento bárbaro e inculto y que nunca había tenido noticia de cosas sobrenaturales, ni que exceden la capacidad humana, no estando ilustrada con los rayos de la fe divina, pues creer ligeramente es señal de liviandad de corazón. De muchas cosas que allí pasaron, aunque se ha tenido alguna noticia, no ha sido tan cierta que no se hayan dicho unas contra otras, conforme la afición que los que las refieren tienen, y aun la culpa de que hubieron muchos de los que allí se hallaron, y así no las diré. Sólo que habiéndole dicho el padre Fr. Vicente a Atao Hualpa que lo que le enseñaba lo decía aquel libro, y ello mirase y ojease para oírselo, y no le oyese palabra, mohíno y enfadado dello, y ver cuán diferentes razones le proponían de lo que él había esperado y concebido en su entendimiento de los mensajeros que él pensaba ser del Hacedor y Viracocha, arrojó el libro en el suelo, sentido de no hallar lo que esperaba y que se le pidiese luego tributo y reconocimiento a quien no conocía, arrojó el libro en el suelo con desdén, a lo cual dando voces el padre Fr. Vicente de Valverde y diciendo: ¡cristianos, los evangelios de Dios por tierra! arremetió don Francisco Pizarro con los suyos. Y llegando a las andas donde estaba Atao Hualpa, embistió con él y lo derribó dellas. Visto por los indios a su rey en el suelo caído y que los españoles meneaban las manos y se aprovechaban de sus armas y especial de los arcabuces, nunca hasta allí vistos ni oídos dellos, parecióles que rayos de fuego bajaban del cielo a abrasarlos, y como venían sin armas ningunas, como está dicho, todos se pusieron en huida, dejando al desdichado de su rey y Señor desamparado y en poder de los españoles, que contentísimos del buen suceso y tan sin peligro ni muerte de ninguno, le prendieron y llevaron consigo a Caja Marca. Y en una sala que hasta hoy está en pie le pusieron con prisiones y grillos y guardas que con cuidado le velasen. El triste de Atao Hualpa, que a la mañana se vio tan poderoso y obedecido y con tanto señorío, rodeado de la multitud de su ejército que le guardaban y respetaban, a la tarde se halló en poder de quien le trató con ninguna cortesía, y no tenía a quien mandar con una tan súbita mudanza, para ejemplo de los grandes potentados y monarcas del mundo, que con soberbia y arrogancia le huellan y mandan, sin consideración de las mudanzas del mundo. Constituido el valeroso y mal afortunado Atao Hualpa en prisión, no supo qué medio tenerse para salir libre della, porque veía la ferocidad y braveza de aquella gente que había reputado por mensajeros del Hacedor. Y así lo que más acertado le pareció fue tratar de rescate, diciendo que lo pagaría abundantísimo, y poniéndose en pie en la sala donde estaba preso, hizo una raya en la pared, diciendo que hasta allí henchiría de oro y plata, y se lo daría si le soltaban y daban libertad, porque realmente conoció el humor y codicia tan insaciable de los españoles, y con este medio la quiso apagar y satisfacer si pudiese. Aceptáronlo todos con el marqués don Francisco Pizarro y su hermanos. Concertado el rescate y prometido que le darían libertad traído lo que ofrecía, con buena o mala intención del marqués don Francisco Pizarro, Atao Hualpa despachó a Quisquis, su General, que estaba en el Cuzco con su ejército, haciéndole saber su desdicha y siniestra suerte y cómo le habían preso los españoles que él juzgaba embajadores del Viracocha, y que estaba en su poder, con gran trabajo y aflición detenido, y que su libertad de aquella esclavitud solamente pendía de sus manos, y que así, con la mayor diligencia que le fuese posible, hiciese juntar toda la mayor cantidad de plata y oro que hallase y toda la vajilla que había recogido en el Cuzco, y todos los vasos, cántaros y ollas de oro y plata que para él tenía junto y guardado, porque aquello era lo que estimaban en más sobre todas las cosas del mundo aquellos españoles, y aquello procuraban hacer, y que si no se lo enviaba luego con gran presteza corría peligro su vida a manos de los españoles, y así lo quedaba aguardando en Caja Marca, y que Huascar Ynga, su hermano, y los demás presos fuesen a gran prisa, que convenía mucho llegasen donde él estaba.
contexto
De la grande hambre y los trabajos que padeció el Almirante con los suyos, y cómo volvió a Jamaica Salido de este paraje, el Almirante, a 16 de Julio, acompañado de muy terribles lluvias y de vientos, llegó cerca del Cabo de la Cruz en Cuba, donde de improviso fue embestido por un aguacero tan recio y molesto, y con tantos chaparrones que le pusieron el bordo debajo del agua. Pero, quiso Dios que pudiesen amainar las velas y dar fondo con todas las mejores áncoras; como quiera que el agua que entraba en el navío por el plan era tanta que los marineros no podían sacarla con las bombas, especialmente por hallarse todos muy angustiados y fatigados por la escasez de bastimento, pues no comían más que una libra de bizcocho podrido cada uno en todo el día, y un cuartillo de vino; y si, por ventura, mataban algún pez, no lo podían conservar de un día para otro, por ser en aquellas partes las vituallas poco sustanciosas y ligeras, y porque el tiempo allí se inclina más al calor que en nuestros países. Como la penuria de alimentos era común a todos, escribe acerca de esto el Almirante en su Itinerario: "Yo estoy también a la misma ración; plega a Nuestro Señor que sea para su servicio, porque, por lo que a mí toca, no me pornía más a tantas penas e peligros, que no hay día que no vea que llegamos todos a dar por tragada nuestra muerte". Con tal necesidad y peligro llegó al Cabo de la Cruz el 18 de Julio, donde fue recibido amigablemente por los indios. Estos le llevaron mucho cazabí, que así se llama su pan, el cual hacen con raspaduras de ciertas raíces; muchos peces, gran cantidad de fruta, y otras cosas de que ellos se alimentan. Después, no hallando viento próspero para ir a la Española, martes, a 22 de Julio, pasó a Jamaica, donde navegó por la costa abajo con rumbo a Occidente, cercano a la tierra, que era bellísima, y de gran fertilidad. Tenía excelentes puertos de legua en legua, y toda la costa llena de pueblos, cuyos moradores seguían a las naves en sus canoas, llevando los bastimentos que utilizan, que fueron apreciados por los cristianos mucho más que cuantos habían gustado en las otras islas. El cielo, la disposición del aire y el clima eran del todo lo mismo que en los demás países; porque en esta parte occidental de Jamaica todos los días, al atardecer, se formaba un nubarrón con lluvia, que duraba una hora más o menos; lo cual dice el Almirante que lo atribuía a las grandes selvas y árboles de este país y haber hallado por experiencia que esto ocurría también antes en las islas de Canaria, de Madera y de los Azores; mientras que ahora, que se han talado las muchas selvas y los árboles que las embarazaban, no se forman tantas nubes y lluvias como se engendraban antes. De este modo venia navegando el Almirante, aunque siempre con viento contrario, que le obligaba a resguardarse todas las tardes con la tierra, la cual se le mostraba tan verde, amena, fructuosa, llena de bastimentos y tan poblada que juzgó no ser aventajada por ninguna otra; especialmente junto a un canal que llamó de las Vacas, por haber allí nueve isletas cercanas a tierra, la que dice ser tan alta como cualquier otra de las que había visto; y creía que llegaba más arriba del aire donde se producen las tempestades; no obstante, es toda ella muy poblada, y de gran fertilidad y belleza. Juzgaba que esta isla tendría en circuito unas 800 millas, si bien cuando luego descubrió toda, no le dio más que veinte leguas de anchura y cincuenta de longitud. Enamorado de la hermosura de ésta, le entró el deseo de quedarse allí para conocer particularmente la calidad del país; mas la penuria de las vituallas, que ya hemos mencionado, y la mucha agua que entraba en las naves, se lo impidieron. Por esto, luego que hubo un poco de buen tiempo, caminó al Este, tan felizmente que el martes, a 19 de Agosto, perdió aquella isla de vista y siguió derecho su viaje a la Española. Al cabo más oriental de Jamaica, en la costa del Mediodía, llamó Cabo del Farol.
contexto
De cómo los Collas pidieron paz y de cómo el Inca se la otorgó y se volvió al Cuzco. Los Collas que escaparon de la batalla, dicen, que, muy espantados del acaecimiento, se dieron mucha prisa a huir, creyendo que los del Cuzco les iban a las espaldas; y así, andaban con este miedo volviendo de cuando en cuando los rostros a ver lo que ellos no vieron, por lo haber estorbado el Inca. Pasado el Desaguadero se juntaron todos los principales y tomando su consejo unos con otros determinaron de enviar a pedir paz al Inca, conque si los recebía en su servicio, pagarían los tributos que debían desde que se alzaron y que para siempre serían leales. A tratar esto fueron los más avisados dellos y hallaron a Tupac Inca que venía caminando para ellos y oró la embajada con buen semblante y respondió con palabras de vencedor piadoso, que le pesaba de lo que había hecho por causa dellos y que seguramente podían venir a Chucuito, a donde se asentaría con ellos la paz de tal manera que fuese provechosa para ellos. Y como lo oyeron pusierónlo por obra. Mandó proveer de muchos bastimentos y el Señor Humalla fue a los rescebir y el Inca le habló bien, así a él como a los demás señores y capitanes; y antes que se tratase la paz, cuentan que se hicieron grandes bailes y borracheras y que, acabados, estando todos juntos, les dijo que no quería que se pusiesen en necesidad en le pagar los tributos que le eran debidos pues eran suma grande; mas, que pues sin razón ni causa se habían levantado, quél había de poner guarniciones ordinarias con gente de guerra y que proveyesen de bastimentos y mujeres a los soldados. Dijeron que lo harían, y luego mandó que de otras tierras viniesen mitimaes para ello, con la orden que está dicha; y asimismo entresacó muchas gentes del Collao, poniendo la de unos pueblos en otros, y entre ellos quedaron gobernadores y delegados para coger los tributos. Esto hecho, dijo que habían de pasar por una ley que quería hacer para que siempre se supiese lo que por ellos había sido hecho, y era que no pudiesen entrar jamás en el Cuzco más de tantos mill hombres de toda su provincia y mujeres, so pena de muerte si más osasen entrar de los dichos. Desto recibieron pena, mas concediéronlo como lo demás; y es cierto que si había Collas en el Cuzco no osaban entrar otros, si el número estaba cumplido, hasta que salían; y si lo querían hacer no podían, porque los portazgueros y cogedores de tributos y guardas que habían para mirar lo que entraba y salía de la ciudad no lo permitían ni consentían y entre ellos no se usaba cohecho para poder hascer su voluntad, ni tampoco jamás se les decía a sus reyes mentira en cosa ninguna ni descubrieron su secreto; cosa de alabanza grande. Asentada la provincia de Collao y puesta en orden, y hablándoles lo que habían de hacer los señores della el Inca dio su vuelta al Cuzco enviando primero sus mensajeros a lo de Condesuyo y a los Andes y que particularmente le avisasen lo que pasaba, y si sus gobernadores hacían algunos agravios y si los naturales andaban en algunos alborotos; y acompañado de mucha gente y principales volvió al Cuzco, donde fue recibido con mucha honra y se hicieron grandes sacrificios en el templo del sol y por los que entendían en la labor del gran edificio de la Casa Fuerte que había mandado edificar Inca Yupanqui; y la Coya, su mujer y hermana, llamada Mama Ocllo, hizo por sí grandes fiestas y bailes. Y como Tupac Inca tuviese voluntad de salir por el camino de Chinchasuyo a sojuzgar las provincias que están más adelante de Tarama y Bonbón, mandó hacer gran llamamiento de gente por todas las provincias.
contexto
Dase razón de esta isla, sus gentes, comidas y embarcaciones, y de la salida della Esta isla se llama en lengua natural Taumaco; púsosele por nombre Nuestra Señora del Socorro, por el mucho que aquí se halló: está en altura de diez grados y un tercio. Tiene de boj diez leguas más o menos: es medianamente alta, y de mucha arboleda. Por esto y su forma es a la vista agradable: córrese de Leste-Oeste, tiene en rueda sus playas con muchos palmares y pueblos de pocas casas, y cantidad de embarcaciones. Dista de Lima, a buen juzgar, mil seiscientas y cincuenta leguas; tiene a la parte de Leste tres farallones que sólo abrigan de los vientos Leste y Nordeste, y entre ellos y la isla está el puerto a donde primero surgimos. Tiene de quince a veinte brazas de fondo limpio; el surgidero segundo está al Sur de la isla, y al Oeste de una baja que no se descubre; su fondo ocho y diez brazas de coral tosco, que roen cables, por lo que se aboyaron los nuestros; es sin abrigo, a cuya causa y por los grandes mares que había, se estuvo allí con sólo un ancla y con algún trabajo y peligro. El pueblo de Tumai está a la parte del Sur, un poco apartado de la isla y cercado de agua, por lo que le llamábamos Venecia. No pueden entrar ni salir dél canoas, sino cuando hay pleamar: tiene enfrente, como a tiro de arcabuz, un mediano valle con frutales y sementeras, y un arroyuelo de agua muy clara, dulce y sana, a donde se hizo la que se llevó a las naos. Las casas son de dos vertientes algo grandes y limpias, armadas sobre maderas, las techumbres de cañas dulces, cubiertas de hojas de palmas, con dos y tres puertas bajas, y los suelos con esteras; las camas son de petates, con banquetas algo curvas para poner las cabezas: hay allí mayores casas, y en ellas unas ciertas embarcaciones de un grande y bien labrado tronco, con su cubierta de tablas, y con vigas y otros palos muy fuertemente amarrados que bajan por la una banda hasta topar en el agua, como contrapeso para que escote y sufra más vela; las junturas del bajel breadas con cierta goma que allí se vio y se trujo, que pegándole fuego arde como una vela y huele bien. Tiene el vaso un camarote, o retrete a donde cuando navegan llevan todas sus comidas; las proas engastadas con las conchas de las perlas, y junto allí a parte sus remos, jarcias, y cuerdas y grandes velas de petate. Caben en cada navío de treinta a cuarenta personas. Estaba más una placeta y ciertos palos, algunos teñidos de colorado, a los cuales los indios tenían grande respeto, colgados dellos telas, petates y cocos. Entendióse ser entierro de alguno de sus personajes, o lugar a donde el diablo los habla. Tiene esta isla raíces como ñames, cocos, plátanos, cañas dulces, y unas almendras bien grandes, cuyas pepitas se forman de hojas, son dulces y muy suaves al comer; nueces moscadas, que sólo sirven a los indios la masa dellas para teñir sus flechas. Otras frutas se vieron y se comieron, y un pequeño cochino; las gallinas no las comen; matáronse diez o doce gallos; las gallinas las escondieron. Viose un perrito; hallóse una bala de artimonia, y súpuso que allí mesmo las hacen para con ellas pelear engastadas en los remates de bastones, sirviendo de maza. Los indios en común son hombres altos, derechos, briosos, y bien agestados, color de mulato claro más, o menos: otros que no llegan del todo a ser negros. Entendióse ser algunos venidos de otras islas por vía de contrato, o que los traen cautivos. Algunos dellos se labran: cubren partes con unas telas que tejen en pequeños telares. Usan mucho el buyo, comida usada en Filipinas, del cual se dice que conserva la dentadura y fortalece el estómago. Tienen por armas arcos y flechas; es gente, al parecer, amiga de pelear con indios de otras tierras: dos dellos estaban de poco heridos y lastimados de esto. Decían a los nuestros, que los fuesen a ayudar a vengar de los otros que los flecharon. El uno dio a entender ser cirujano. Dos leguas al Poniente está otra isla, poblada de gente como la dicha, al parecer del tamaño y vista de la de Taumaco. Llámase Temelflua. Al Nordeste della, a poco trecho, hay dos isletas algo riscosas. Ya del todo estaban prestas las naos y dada orden al almirante, que se viniese a embarcar trayendo algunos indios para los fines requeridos. En su lugar el almirante envió delante a Tumai, con achaque que lo llamaba el capitán para despedirse dél. Estaba Tumai con otros dos en una piragua hablando con el capitán, que le dio una banda y otras cosas, cuando las barcas llegaron en que venía nuestra gente con cuatro indios presos, de modo que Tumai no los viese; mas ellos que vieron a Tumai, levantaron la voz pidiendo al parecer socorro. Tumai se hizo sordo viendo no tener remedio, y por asigurar su persona se apartó de las naos. Tiró la capitana una pieza para aviso que se levase la zabra. Los dos indios compañeros de Tumai, al punto se arrojaron a la mar y fueron nadando a tierra. El Tumai estuvo quedo sin mostrar temor alguno, que era animoso este hombre y su bondad digna de ser celebrada y eternizado su nombre, y llorada su miseria. Nuestra gente se embarcó, y en cada nao dos indios, y al punto fueron zarpadas las áncoras, y dadas velas ya que estaba puesto el sol, martes diez y ocho de abril con mucho peligro de dar en el bajo.