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Datos principales
Desarrollo
CAPITULO LVIII Muerte ejemplar del V. P. Junípero. Viendo la Carta del R. P. Presidente, en la que me decía fuese para Monterrey, aunque no me decía fuese breve mi ida, pero viendo que dilataba el Barco a salir, me fui por tierra. Llegué el día 18 de agosto a su Misión de San Carlos, y hallé a S. P. muy postrado de fuerzas, aunque en pie, y con mucha cargazón de pecho; pero no por esto dejaba de ir por la tarde a la Iglesia a rezar la Doctrina y Oraciones con los Neófitos y concluyó el rezo con el tierno y devoto Canto de los Versos que compuso el V. P. Margil a la Asunción de Ntrâ. Señora, en cuya Octava nos hallábamos. Al oirlo cantar con la voz tan natural, dije a un Soldado que estaba hablando conmigo: no parece que el P. Presidente esté muy malo; y me respondió el Soldado (que lo conocía desde el año de 69): Padre, no hay que fiar: él está malo, este Santo Padre en hablar de rezar y cantar, siempre está bueno, pero se va acabando. El día siguiente, que era 19 del mes, me encargó cantase la Misa al Santísimo Patriarca San José, como acostumbraba todos los meses, diciéndome se sentía muy pesado: así lo hice; pero no faltó S. P. a cantar en el coro con los Neófitos, y a rezar los siete Padres nuestros y oraciones acostumbrarlas; por la tarde no faltó a rezar y cantar los Versos de la Virgen, y el siguiente día, que fue viernes, anduvo como siempre las Estaciones del Vía Crucis en la Iglesia con todo el Pueblo. Tratamos de espacio los puntos a que me llamaba, ínterin llegaba el Barco; pero siempre me recelaba de su próxima muerte, pues siempre que entraba en su cuartito o Celda que tenía de adobes, lo encontrba muy recogido en su interior, aunque su Compañero me dijo que de la misma manera había estado desde el día que expiró la facultad de confirmar, que como dije fue el mismo día que dio fondo el Barco en estos Establecimientos.
A los cinco días de mi llegada a Monterrey, dio fondo en aquel Puerto el Paquebot, y luego el Cirujano del Rey pasó a la Misión a visitar al R. P. Presidente, y hallándolo tan fatigado del pecho, le propuso el aplicarle unos cauterios para llamar el humor que había caído al pecho: le respondió que de estos medicamentos que aplicase cuantos quisiese: hízolo así, sin más efecto que el de mortificar aquel fatigado cuerpo, aunque ni de este fuerte medicamento, .ni de los dolores que padecía, se le oyó la menor demostración de sentimiento, como si tales accidentes no tuviera, siempre en pie como si estuviera sano. Y habiendo traído del Barco alguna ropa de avío, empezó por sus propias manos a cortar y repartir a los Neófitos para cubrir sus desnudos. Día 25 de agosto me dijo que sentía no hubiesen venido los Padres de las dos Misiones de San Antonio y San Luis, pueden haberse atrasado las Cartas que les escribí. Despaché luego al Presidio, y vinieron con las Cartas diciendo se habían quedado olvidadas. En cuanto vi el contenido de ellas, que era el convidarlos para la última despedida, les despaché correo con las Cartas, añadiéndoles se viniesen cuanto antes, porque me recelaba no tardaría mucho a dejarnos nuestro amado Prelado según lo muy descaecido de fuerzas que estaba. Y aunque luego de recibidas las Cartas se pusieron en camino, no llegaron a tiempo, porque el de la Misión de San Antonio, que distaba veinte y cinco leguas, llegó después de su muerte, y sólo pudo asistir a su entierro; y el de San Luis, que distaba cincuenta leguas, llegó tres días después, y sólo pudo asistir a las Honras el día 7, como diré después.
Día 26 se levantó más fatigado, diciéndome había pasado mala noche, y así que quería disponerse para lo que Dios dispusiera de él. Estúvose todo el día recogido sin admitir distracción alguna, y por la noche repitió conmigo su Confesión General con grandes lágrimas, y con un pleno conocimiento, como si estuviera sano; y concluída, después de un rato de recogimiento, tomó una taza de caldo, y se recostó, sin querer que quedase alguno en su cuartito. En cuanto amaneció el día 27 entré a visitarlo, y lo hallé con el Breviario en la mano, como siempre acostumbraba el empezar los Maitines antes de amanecer, y por los caminos los empezaba en cuanto amanecía: preguntando como había pasado la noche, me dijo, que sin novedad; que no obstante que consagrase una forma, y la reservase, que él avisaría; así lo hice, y acabada la Misa, volví a avisarle, y me dijo que quería recibir el Divinísimo de Viático, y que para ello iría a la Iglesia; diciéndole yo que no había necesidad, que se adornaría la Celdita del mejor modo que se pudiese, y vendría su Majestad a visitarlo; me respondió que no, que quería recibirlo en la Iglesia supuesto podía ir por su pie, no era razón que viniese el Señor. Hube de condescender y cumplir sus santos deseos. Fue por sí mismo a la Iglesia (que dista más de cien varas) acompañado del Comandante del Presidio, que vino a la función con parte de Tropa, que juntó con la de la Misión, y todos los Indios del Pueblo o Misión acompañaron al devoto Padre enfermo a la Iglesia, todos con gran ternura y devoción.
Al llegar S. P. a la grada del Presbiterio, se hincó de rodillas al pie de una mesita preparada para la función. Salí de la Sacristía revestido, y al llegar al Altar, en cuanto preparé el incienso para empezar la devota función, entonó el fervoroso Siervo de Dios con su voz natural, tan sonora, como cuando sano, el verso Tantum ergo Sacramentum, expresándolo con lágrimas en los ojos. Administréle el Sagrado Viático con todas las ceremonias del Ritual, y concluída la función devotísima, que con tales circunstancias jamás había visto, se quedó S. P. en la misma postura arrodillado dando gracias al Señor, y concluídas se volvió para su Celdita acompañado de toda la Gente. Lloraban unos de devoción y ternura, y otros de pena y dolor por lo que recelaban de quedarse sin su amado Padre. Quedóse solo en su Celdita recogido, sentado en la silla de la Mesa, y viéndolo así tan recogido no di lugar entrasen a hablarle. Vi iba a entrar el Carpintero del Presidio, y no dándole lugar, me dijo que venía llamado del Padre para hacerle el cajón para enterrarlo, y quería preguntarle cómo lo quería. Enternecióme, y no dándole lugar a entrar a hablarle, le mandé lo hiciera como el que había hecho para el P. Crespí. Todo el día lo pasó el V. P. en un sumo silencio y profundo recogimiento sentado en la silla, sin tomar más que un poco de caldo en todo el día, y sin hacer cama. Por la noche se sintió más agravado, y me pidió los Santos Oleos, y recibió este Santo Sacramento sentado en un equipal (humilde silla de cañas) y rezó con nosotros la Letanía de los Santos, con los Salmos Penitenciales; toda la noche pasó sin dormir, la mayor parte de ella hincado de rodillas, reclinado de pecho a las tablas de la cama; y díjele que se podía recostar un poco, y me respondió que en dicha postura sentía más alivio: otros ratos los pasó sentado en el suelo, reclinado al regazo de los Neófitos, de que estuvo toda la noche llena la Celdita, atraídos del amor grande que le tenían como a Padre que los había reengendrado en el Señor.
Viéndolo así muy postrado, y recostado en los brazos de los Indios, pregunté al Cirujano qué le parecía. Y me respondió (que le parecía estar muy agravado): a mí me parece que este bendito Padre quiere morir en el suelo. Entré luego, y le pregunté si quería la absolución, y aplicación de la Indulgencia plenaria: y diciéndome que sí, se dispuso, y puesto de rodillas recibió la absolución plenaria, y le apliqué 1a Indulgencia plenaria de la Orden, con lo que quedó consoladísimo, y pasó toda la noche de la manera que queda referido. Amaneció el día del Dr. Señor San Agustín, 28 de agosto, al parecer aliviado, y sin tanta sofocación del pecho, siendo así que en toda la noche no durmió ni tomó cosa alguna. Pasó la mañana sentado en la silla de cañas arrimada a la cacha. Ésta consistía en unas duras tablas mal labradas, cubiertas de una fresada, más para cubrir que para ablandar para el descanso, pues ni siquiera ponía una salea como se acostumbra en el Colegio, y por los caminos practicaba lo mismo, tendía en el suelo la fresada y una almohada, y se tendía sobre ella para el preciso descanso, durmiendo siempre con una Cruz en el pecho, abrazado con ella, del tamaño de una tercia de largo, que cargaba desde que estuvo en el Noviciado del Colegio, y jamás la dejó, sino que en todos los viajes la cargó, y recogía con la fresada, y almohada, y en su Misión, y en las paradas, en cuanto se levantaba de la cama ponía la Cruz sobre la almohada; así la tenía en esta ocasión que no quiso hacer cama, ni en toda la noche, ni por la mañana del día que había de entregar su alma al Criador.
Como a las diez de la mañana del dicho día de San Agustín vinieron a visitarlo los Señores de la Fragata su Capitán y Comandante D. José Canizares, muy conocido de S. P. desde la primera Expedición del año de 69, y el Señor Capellán Real D. Cristobal Díaz, que también lo había tratado en este Puerto el año de 79: Recibiólos con extraordinarias expresiones, mandando se diese un solemne repique de las campanas; y parado les dio un estrecho abrazo, como si estuviese sano, haciéndoles sus religiosos y acostumbrados cumplimientos, y sentados, y S. P. en su equipal, le refirieron los viajes que habían hecho al Perú desde que no se habían visto, que era desde el dicho año de 79. Después de haberlos oído les dijo: pues Señores, Yo les doy las gracias de que después de tanto tiempo que ha no nos vemos, y que después de tanto viaje como han hecho, el que hayan venido de tan lejos a este Puerto, para echarme una poca de tierra encima. Al oir esto los Señores y todos los demás que estaban presentes, nos quedamos sorprendidos, viéndolo sentado en la sillita de cañas, y que con todos los sentidos había contestado a todo: dijéronle (disimulando las lágrimas, que no pudieron contener): no Padre, confiamos en Dios que todavía ha de sanar, y proseguir en la Conquista. Respondióles el Siervo de Dios (quien, si no tuvo revelación de la hora de su muerte, no pudo menos que decir que la esperaba breve), y les dijo: sí, sí, háganme esa caridad, y obra de misericordia de echarme una poca de tierra encima, que mucho se los agradeceré.
Y poniendo sus ojos en mí, me dijo: deseo que me entierre en la Iglesia, cerquita del P. Fr. Juan Crespí por ahora, que cuando se haga la Iglesia de piedra me tirarán donde quisieren. Cuando las lágrimas me dieron lugar para responderle, le dije: P. Presidente, si Dios es servido de llevarlo para sí, se hará lo que V. P. desea: y en este caso pido a V. P. por el amor y cariño grande que siempre me ha tenido, que llegando a la presencia de la Beatísima Trinidad la adore en mi nombre, y que no se olvide de mí, y de pedirle por todos los moradores de estos Establecimientos, y principalmente por los que están aquí presentes. Prometo, dijo, que si el Señor por su infinita misericordia me concede esta eterna felicidad, que desmerecen mis culpas, que así lo haré por todos, y el que se logre la reducción de tanta Gentilidad que dejo sin convertir. No pasó mucho rato cuando me pidió rociase con agua bendita el Cuartito: lo hice; y preguntándole si sentía algo, me dijo que no, sino para que no lo haya: quedóse en un profundo silencio: y de repente muy asustado me dijo: mucho miedo me ha entrado, mucho miedo tengo: léame la Recomendación del alma, y que sea en alta voz, que yo lo oiga. Así lo hice asistiendo a todo los dichos Señores del Barco, como también su P. Compañero Fr. Matías Noriega, y Cirujano, y otros muchos así del Barco como de la Misión. Y le leí la Recomendación del alma, a la que respondía el V. Moribundo como si estuviera sano, sentadito en el equipal, o silla de cañas, enterneciéndonos a todos.
En cuanto acabé, prorrumpió lleno de gozo, diciendo: Gracias a Dios, gracias a Dios ya se me quitó totalmente el miedo, y así vamos fuera. Salimos todos al Cuartito de a fuera con S. P. viendo todos esta novedad, quedamos al mismo tiempo admirados y gozosos: Y el Señor Capitán del Barco le dijo: P. Presidente, ya ve V. P. lo que sabe hacer mi devoto San Antonio. Yo le tengo pedido que lo sane, y espero que lo ha de hacer, y que todavía ha de hacer algunos viajes para el bien de los pobres Indios. No le respondió el V. Padre de palabra; pero con una risita que hizo nos dio bien claro a entender que no esperaba esto, ni pensaba sanar. Sentóse en la silla de la mesa, cogió el Diurno, y se puso a rezar: en cuanto se concluyó, le dije que era más de la una de la tarde, que si quería tomar una taza de caldo, y diciendo que sí, lo tomó, y después de dado gracias, dijo: pues vamos ahora a descansar: fue por su pie al Cuartito en donde tenía su cama o tarima, y quitándose solo el manto, se recostó sobre las tablas cubiertas con la fresada con su santa Cruz arriba dicha, para descansar: todos pensábamos que era para dormir, supuesto que en toda la noche no había probado el sueño. Salieron los Señores a comer; pero estando con algún cuidado, al cabo de poco rato volví a entrar, y arrimándome a la cama para ver si dormía, lo hallé como poco antes lo habíamos dejado, pero durmiendo ya en el Señor, sin haber hecho demostración ni señal de agonías, quedando su cuerpo sin más señal de muerto que la falta de respiración, sino al parecer durmiendo, y píamente creemos que durmió en el Señor poco antes de las dos de la tarde el día del Señor San Agustín del año de 1784, y que iría a recibir en el Cielo el premio de sus tareas Apostólicas.
Dio fin a su laboriosa vida, siendo de edad de setenta años nueve meses y cuatro días. Vivió en el siglo diez y seis años nueve meses y veinte y un días, y de Religioso cincuenta y tres años once meses y trece días, y de éstos en el ejercicio de Misionero Apostólico treinta y cinco años cuatro meses y trece días, en cuyo tiempo obró las gloriosas acciones que ya vimos, en las que fueron más sus méritos que sus pasos; habiendo vivido siempre en continuo movimiento, ocupado en virtuosos y santos ejercicios, y en singulares proezas, todas dirigidas a la mayor gloria de Dios, y salvación de las almas. ¿Y quien con tanto afán trabajó para ellas, cuánto más trabajaría para el logro de la suya? Mucho podría decir; pero pide más tiempo y más sosiego; que si Dios me lo concede, y fuere su voluntad santísima, no omitiré el trabajo de escribir algo de sus heroicas virtudes para edificación y ejemplo. En cuanto me cercioré de haber quedado huérfanos sin la amable compañía de nuestro venerado Prelado, que no dormía, sino que en realidad había muerto, mandé a los Neófitos que allí estaban hiciesen señal con las campanas; y luego que con el doble se dio el triste aviso ocurrió todo el Pueblo, llorando la muerte de su amado Padre, que los había reengendrado en el Señor y estimado más que si Hubiera sido Padre carnal: todos deseaban verlo para desahogar la pena que les oprimía el corazón por los ojos, y llorarlo. Fue tanto el tropel de la Gente así de Indios, como de Soldados y Marineros, que fue preciso cerrar la puerta para ponerlo en el cajón, que S.
P. el día antes habían mandado hacer. Y para amortajarlo no fue menester hacer otra cosa que quitarle las sandalias (que heredaron para memoria el Capitán del Paquebot y el P. Capellán, que se hallaban presentes) y se quedó con la mortaja con que murió, esto es, con el Hábito, Capilla y Cordón, y sin Túnica interior, pues las dos que tenía para los viajes, seis días antes de morir las mandó lavar con los paños menores de muda, y no quiso usar de ellas, queriendo morir con el solo Hábito y Capilla con la cuerda. Puesto el V. Cadáver en el Cajón, y con seis velas encendidas, se abrió la puerta de la Celda, en la que ya estaban los tristes Hijos Neófitos con sus ramilletes de flores del campo de varios colores para adornar el Cuerpo de su V. P. difunto. Mantúvose en la celda hasta entrada la noche, siendo continuo el concurso que entraba, y salía rezándole, y tocando Rosarios y Medallas a sus venerables manos y rostro, llamándole a boca llena Padre Santo, Padre Bendito, y con otros epítetos nacidos del amor que le tenían, y del ejercicio de virtudes heroicas que en él habían experimentado en vida. Al anochecer lo llevamos a la Iglesia en Procesión, que formó el Pueblo de Neófitos con los Soldados y Marineros que se quedaron; y puesto sobre un Mesa con seis velas encendidas, se concluyó la función con un Responso. Pidiéronme que quedase la Iglesia abierta para velarlo, y rezar a coros la Corona por el alma del Difunto, remudándose por cuadrillas, pasando así la noche en continuo rezo: condescendí a ello, quedando dos Soldados de centinela para impedir cualesquiera piedad indiscreta, o de hurto, pues todos anhelaban lograr alguna cosita que hubiese usado el Difunto, principalmente la Gente de mar y de la Tropa, que congo de más conocimiento, y que tenían al V. Padre Difunto en grande opinión de virtud y santidad, por lo que los que lo habían tratado en mar y tierra me pedían alguna cosita de las que hubiese usado; y aunque les prometí que a todos consolaría después del entierro, no fue bastante para que no se propasasen cortándole pedazos del hábito del lado de abajo, para que no se conociera, y parte del cabello del cerquillo, sin poderlo advertir la Centinela, si no es que diga que fue consentidor, y participante del devoto hurto, pues todos anhelaban lograr algo del Difunto para memoria, aunque era tal el concepto en que lo tenían, que llamaban reliquia; y procuré corregirlos, y explicarles, etc.
A los cinco días de mi llegada a Monterrey, dio fondo en aquel Puerto el Paquebot, y luego el Cirujano del Rey pasó a la Misión a visitar al R. P. Presidente, y hallándolo tan fatigado del pecho, le propuso el aplicarle unos cauterios para llamar el humor que había caído al pecho: le respondió que de estos medicamentos que aplicase cuantos quisiese: hízolo así, sin más efecto que el de mortificar aquel fatigado cuerpo, aunque ni de este fuerte medicamento, .ni de los dolores que padecía, se le oyó la menor demostración de sentimiento, como si tales accidentes no tuviera, siempre en pie como si estuviera sano. Y habiendo traído del Barco alguna ropa de avío, empezó por sus propias manos a cortar y repartir a los Neófitos para cubrir sus desnudos. Día 25 de agosto me dijo que sentía no hubiesen venido los Padres de las dos Misiones de San Antonio y San Luis, pueden haberse atrasado las Cartas que les escribí. Despaché luego al Presidio, y vinieron con las Cartas diciendo se habían quedado olvidadas. En cuanto vi el contenido de ellas, que era el convidarlos para la última despedida, les despaché correo con las Cartas, añadiéndoles se viniesen cuanto antes, porque me recelaba no tardaría mucho a dejarnos nuestro amado Prelado según lo muy descaecido de fuerzas que estaba. Y aunque luego de recibidas las Cartas se pusieron en camino, no llegaron a tiempo, porque el de la Misión de San Antonio, que distaba veinte y cinco leguas, llegó después de su muerte, y sólo pudo asistir a su entierro; y el de San Luis, que distaba cincuenta leguas, llegó tres días después, y sólo pudo asistir a las Honras el día 7, como diré después.
Día 26 se levantó más fatigado, diciéndome había pasado mala noche, y así que quería disponerse para lo que Dios dispusiera de él. Estúvose todo el día recogido sin admitir distracción alguna, y por la noche repitió conmigo su Confesión General con grandes lágrimas, y con un pleno conocimiento, como si estuviera sano; y concluída, después de un rato de recogimiento, tomó una taza de caldo, y se recostó, sin querer que quedase alguno en su cuartito. En cuanto amaneció el día 27 entré a visitarlo, y lo hallé con el Breviario en la mano, como siempre acostumbraba el empezar los Maitines antes de amanecer, y por los caminos los empezaba en cuanto amanecía: preguntando como había pasado la noche, me dijo, que sin novedad; que no obstante que consagrase una forma, y la reservase, que él avisaría; así lo hice, y acabada la Misa, volví a avisarle, y me dijo que quería recibir el Divinísimo de Viático, y que para ello iría a la Iglesia; diciéndole yo que no había necesidad, que se adornaría la Celdita del mejor modo que se pudiese, y vendría su Majestad a visitarlo; me respondió que no, que quería recibirlo en la Iglesia supuesto podía ir por su pie, no era razón que viniese el Señor. Hube de condescender y cumplir sus santos deseos. Fue por sí mismo a la Iglesia (que dista más de cien varas) acompañado del Comandante del Presidio, que vino a la función con parte de Tropa, que juntó con la de la Misión, y todos los Indios del Pueblo o Misión acompañaron al devoto Padre enfermo a la Iglesia, todos con gran ternura y devoción.
Al llegar S. P. a la grada del Presbiterio, se hincó de rodillas al pie de una mesita preparada para la función. Salí de la Sacristía revestido, y al llegar al Altar, en cuanto preparé el incienso para empezar la devota función, entonó el fervoroso Siervo de Dios con su voz natural, tan sonora, como cuando sano, el verso Tantum ergo Sacramentum, expresándolo con lágrimas en los ojos. Administréle el Sagrado Viático con todas las ceremonias del Ritual, y concluída la función devotísima, que con tales circunstancias jamás había visto, se quedó S. P. en la misma postura arrodillado dando gracias al Señor, y concluídas se volvió para su Celdita acompañado de toda la Gente. Lloraban unos de devoción y ternura, y otros de pena y dolor por lo que recelaban de quedarse sin su amado Padre. Quedóse solo en su Celdita recogido, sentado en la silla de la Mesa, y viéndolo así tan recogido no di lugar entrasen a hablarle. Vi iba a entrar el Carpintero del Presidio, y no dándole lugar, me dijo que venía llamado del Padre para hacerle el cajón para enterrarlo, y quería preguntarle cómo lo quería. Enternecióme, y no dándole lugar a entrar a hablarle, le mandé lo hiciera como el que había hecho para el P. Crespí. Todo el día lo pasó el V. P. en un sumo silencio y profundo recogimiento sentado en la silla, sin tomar más que un poco de caldo en todo el día, y sin hacer cama. Por la noche se sintió más agravado, y me pidió los Santos Oleos, y recibió este Santo Sacramento sentado en un equipal (humilde silla de cañas) y rezó con nosotros la Letanía de los Santos, con los Salmos Penitenciales; toda la noche pasó sin dormir, la mayor parte de ella hincado de rodillas, reclinado de pecho a las tablas de la cama; y díjele que se podía recostar un poco, y me respondió que en dicha postura sentía más alivio: otros ratos los pasó sentado en el suelo, reclinado al regazo de los Neófitos, de que estuvo toda la noche llena la Celdita, atraídos del amor grande que le tenían como a Padre que los había reengendrado en el Señor.
Viéndolo así muy postrado, y recostado en los brazos de los Indios, pregunté al Cirujano qué le parecía. Y me respondió (que le parecía estar muy agravado): a mí me parece que este bendito Padre quiere morir en el suelo. Entré luego, y le pregunté si quería la absolución, y aplicación de la Indulgencia plenaria: y diciéndome que sí, se dispuso, y puesto de rodillas recibió la absolución plenaria, y le apliqué 1a Indulgencia plenaria de la Orden, con lo que quedó consoladísimo, y pasó toda la noche de la manera que queda referido. Amaneció el día del Dr. Señor San Agustín, 28 de agosto, al parecer aliviado, y sin tanta sofocación del pecho, siendo así que en toda la noche no durmió ni tomó cosa alguna. Pasó la mañana sentado en la silla de cañas arrimada a la cacha. Ésta consistía en unas duras tablas mal labradas, cubiertas de una fresada, más para cubrir que para ablandar para el descanso, pues ni siquiera ponía una salea como se acostumbra en el Colegio, y por los caminos practicaba lo mismo, tendía en el suelo la fresada y una almohada, y se tendía sobre ella para el preciso descanso, durmiendo siempre con una Cruz en el pecho, abrazado con ella, del tamaño de una tercia de largo, que cargaba desde que estuvo en el Noviciado del Colegio, y jamás la dejó, sino que en todos los viajes la cargó, y recogía con la fresada, y almohada, y en su Misión, y en las paradas, en cuanto se levantaba de la cama ponía la Cruz sobre la almohada; así la tenía en esta ocasión que no quiso hacer cama, ni en toda la noche, ni por la mañana del día que había de entregar su alma al Criador.
Como a las diez de la mañana del dicho día de San Agustín vinieron a visitarlo los Señores de la Fragata su Capitán y Comandante D. José Canizares, muy conocido de S. P. desde la primera Expedición del año de 69, y el Señor Capellán Real D. Cristobal Díaz, que también lo había tratado en este Puerto el año de 79: Recibiólos con extraordinarias expresiones, mandando se diese un solemne repique de las campanas; y parado les dio un estrecho abrazo, como si estuviese sano, haciéndoles sus religiosos y acostumbrados cumplimientos, y sentados, y S. P. en su equipal, le refirieron los viajes que habían hecho al Perú desde que no se habían visto, que era desde el dicho año de 79. Después de haberlos oído les dijo: pues Señores, Yo les doy las gracias de que después de tanto tiempo que ha no nos vemos, y que después de tanto viaje como han hecho, el que hayan venido de tan lejos a este Puerto, para echarme una poca de tierra encima. Al oir esto los Señores y todos los demás que estaban presentes, nos quedamos sorprendidos, viéndolo sentado en la sillita de cañas, y que con todos los sentidos había contestado a todo: dijéronle (disimulando las lágrimas, que no pudieron contener): no Padre, confiamos en Dios que todavía ha de sanar, y proseguir en la Conquista. Respondióles el Siervo de Dios (quien, si no tuvo revelación de la hora de su muerte, no pudo menos que decir que la esperaba breve), y les dijo: sí, sí, háganme esa caridad, y obra de misericordia de echarme una poca de tierra encima, que mucho se los agradeceré.
Y poniendo sus ojos en mí, me dijo: deseo que me entierre en la Iglesia, cerquita del P. Fr. Juan Crespí por ahora, que cuando se haga la Iglesia de piedra me tirarán donde quisieren. Cuando las lágrimas me dieron lugar para responderle, le dije: P. Presidente, si Dios es servido de llevarlo para sí, se hará lo que V. P. desea: y en este caso pido a V. P. por el amor y cariño grande que siempre me ha tenido, que llegando a la presencia de la Beatísima Trinidad la adore en mi nombre, y que no se olvide de mí, y de pedirle por todos los moradores de estos Establecimientos, y principalmente por los que están aquí presentes. Prometo, dijo, que si el Señor por su infinita misericordia me concede esta eterna felicidad, que desmerecen mis culpas, que así lo haré por todos, y el que se logre la reducción de tanta Gentilidad que dejo sin convertir. No pasó mucho rato cuando me pidió rociase con agua bendita el Cuartito: lo hice; y preguntándole si sentía algo, me dijo que no, sino para que no lo haya: quedóse en un profundo silencio: y de repente muy asustado me dijo: mucho miedo me ha entrado, mucho miedo tengo: léame la Recomendación del alma, y que sea en alta voz, que yo lo oiga. Así lo hice asistiendo a todo los dichos Señores del Barco, como también su P. Compañero Fr. Matías Noriega, y Cirujano, y otros muchos así del Barco como de la Misión. Y le leí la Recomendación del alma, a la que respondía el V. Moribundo como si estuviera sano, sentadito en el equipal, o silla de cañas, enterneciéndonos a todos.
En cuanto acabé, prorrumpió lleno de gozo, diciendo: Gracias a Dios, gracias a Dios ya se me quitó totalmente el miedo, y así vamos fuera. Salimos todos al Cuartito de a fuera con S. P. viendo todos esta novedad, quedamos al mismo tiempo admirados y gozosos: Y el Señor Capitán del Barco le dijo: P. Presidente, ya ve V. P. lo que sabe hacer mi devoto San Antonio. Yo le tengo pedido que lo sane, y espero que lo ha de hacer, y que todavía ha de hacer algunos viajes para el bien de los pobres Indios. No le respondió el V. Padre de palabra; pero con una risita que hizo nos dio bien claro a entender que no esperaba esto, ni pensaba sanar. Sentóse en la silla de la mesa, cogió el Diurno, y se puso a rezar: en cuanto se concluyó, le dije que era más de la una de la tarde, que si quería tomar una taza de caldo, y diciendo que sí, lo tomó, y después de dado gracias, dijo: pues vamos ahora a descansar: fue por su pie al Cuartito en donde tenía su cama o tarima, y quitándose solo el manto, se recostó sobre las tablas cubiertas con la fresada con su santa Cruz arriba dicha, para descansar: todos pensábamos que era para dormir, supuesto que en toda la noche no había probado el sueño. Salieron los Señores a comer; pero estando con algún cuidado, al cabo de poco rato volví a entrar, y arrimándome a la cama para ver si dormía, lo hallé como poco antes lo habíamos dejado, pero durmiendo ya en el Señor, sin haber hecho demostración ni señal de agonías, quedando su cuerpo sin más señal de muerto que la falta de respiración, sino al parecer durmiendo, y píamente creemos que durmió en el Señor poco antes de las dos de la tarde el día del Señor San Agustín del año de 1784, y que iría a recibir en el Cielo el premio de sus tareas Apostólicas.
Dio fin a su laboriosa vida, siendo de edad de setenta años nueve meses y cuatro días. Vivió en el siglo diez y seis años nueve meses y veinte y un días, y de Religioso cincuenta y tres años once meses y trece días, y de éstos en el ejercicio de Misionero Apostólico treinta y cinco años cuatro meses y trece días, en cuyo tiempo obró las gloriosas acciones que ya vimos, en las que fueron más sus méritos que sus pasos; habiendo vivido siempre en continuo movimiento, ocupado en virtuosos y santos ejercicios, y en singulares proezas, todas dirigidas a la mayor gloria de Dios, y salvación de las almas. ¿Y quien con tanto afán trabajó para ellas, cuánto más trabajaría para el logro de la suya? Mucho podría decir; pero pide más tiempo y más sosiego; que si Dios me lo concede, y fuere su voluntad santísima, no omitiré el trabajo de escribir algo de sus heroicas virtudes para edificación y ejemplo. En cuanto me cercioré de haber quedado huérfanos sin la amable compañía de nuestro venerado Prelado, que no dormía, sino que en realidad había muerto, mandé a los Neófitos que allí estaban hiciesen señal con las campanas; y luego que con el doble se dio el triste aviso ocurrió todo el Pueblo, llorando la muerte de su amado Padre, que los había reengendrado en el Señor y estimado más que si Hubiera sido Padre carnal: todos deseaban verlo para desahogar la pena que les oprimía el corazón por los ojos, y llorarlo. Fue tanto el tropel de la Gente así de Indios, como de Soldados y Marineros, que fue preciso cerrar la puerta para ponerlo en el cajón, que S.
P. el día antes habían mandado hacer. Y para amortajarlo no fue menester hacer otra cosa que quitarle las sandalias (que heredaron para memoria el Capitán del Paquebot y el P. Capellán, que se hallaban presentes) y se quedó con la mortaja con que murió, esto es, con el Hábito, Capilla y Cordón, y sin Túnica interior, pues las dos que tenía para los viajes, seis días antes de morir las mandó lavar con los paños menores de muda, y no quiso usar de ellas, queriendo morir con el solo Hábito y Capilla con la cuerda. Puesto el V. Cadáver en el Cajón, y con seis velas encendidas, se abrió la puerta de la Celda, en la que ya estaban los tristes Hijos Neófitos con sus ramilletes de flores del campo de varios colores para adornar el Cuerpo de su V. P. difunto. Mantúvose en la celda hasta entrada la noche, siendo continuo el concurso que entraba, y salía rezándole, y tocando Rosarios y Medallas a sus venerables manos y rostro, llamándole a boca llena Padre Santo, Padre Bendito, y con otros epítetos nacidos del amor que le tenían, y del ejercicio de virtudes heroicas que en él habían experimentado en vida. Al anochecer lo llevamos a la Iglesia en Procesión, que formó el Pueblo de Neófitos con los Soldados y Marineros que se quedaron; y puesto sobre un Mesa con seis velas encendidas, se concluyó la función con un Responso. Pidiéronme que quedase la Iglesia abierta para velarlo, y rezar a coros la Corona por el alma del Difunto, remudándose por cuadrillas, pasando así la noche en continuo rezo: condescendí a ello, quedando dos Soldados de centinela para impedir cualesquiera piedad indiscreta, o de hurto, pues todos anhelaban lograr alguna cosita que hubiese usado el Difunto, principalmente la Gente de mar y de la Tropa, que congo de más conocimiento, y que tenían al V. Padre Difunto en grande opinión de virtud y santidad, por lo que los que lo habían tratado en mar y tierra me pedían alguna cosita de las que hubiese usado; y aunque les prometí que a todos consolaría después del entierro, no fue bastante para que no se propasasen cortándole pedazos del hábito del lado de abajo, para que no se conociera, y parte del cabello del cerquillo, sin poderlo advertir la Centinela, si no es que diga que fue consentidor, y participante del devoto hurto, pues todos anhelaban lograr algo del Difunto para memoria, aunque era tal el concepto en que lo tenían, que llamaban reliquia; y procuré corregirlos, y explicarles, etc.