Busqueda de contenidos

contexto
Capítulo LIII Que trata de la batería que se dio a este fuerte y de cómo le entraron el general y sus compañeros y lo que en este lugar aconteció Estando escaramuzando los cuatro de a caballo que habemos dicho con los indios, y pareciéndoles que cuatro cristianos eran pocos, llamábanlos los indios diciéndoles palabras ofensivas, insistiéndoles que trabasen más de veras la escaramuza. Estando litigando con las armas matando aquel que alcanzaban los cristianos, en este tiempo allegó el maestre de campo a la parte o lugar donde habían de acometer. Y dejando el recaudo que era menester para la guarda de los caballos y huida de los indios, para que fuesen muertos y presos todos los que pudiesen tomar que por allí acometiesen a se salir. Hecho esto comenzó a marchar con toda la orden que convenía. Y pasado el arroyo y foso comenzaron los indios a defenderles la entrada. Y allegados a la albarrada, acudía más gente y defendíase más reciamente y con mayor ánimo. Y como los españoles los apretaban, acudían algunos indios con temor a la huida, donde eran algunos muertos por los españoles que los caballos guardaban. Sabido por los indios del fuerte que en la parte donde tenían la huida había españoles, y no muchos, repartiéronse y fueron en un escuadrón con intención de romper a los españoles y debaratarlos. Y en esta sazón entraban el maestre de campo y su gente por la palizada con gran trabajo y mayor peligro. Luego que se vieron para subir soltaron el arcabuz que tenían por seña, y los indios peleaban muy de veras, animándose con sus cornetas y vocería. Pues oído por el general el trueno del arcabuz, acudió con toda priesa y ánimo por aquella parte, hiriendo y matando a los que alcanzar podían. Pues como los indios vieron que por tres partes les acometían los españoles, y que para defenderse convenía dividir su gente en tantas partes, y divididos no eran parte para resistirlos, viendo tiempo oportuno acordaron de desamparar el fuerte y volver las espaldas. Como los españoles que con el maestre de campo estaban vieron que los indios aflojaban en el combate, entraron con toda furia dentro del fuerte y trinchera, y echaron fuego a los bohíos y pueblo que los indios allí tenían hecho, como ya dijimos. Cuando el general allegó a pasar el baluarte, vio arder las chozas. De presto se ayuntó con su maestre de campo y compañeros, y siguieron su victoria, que no lo tuvieron en poco por dos cosas, por ser tan fuerte como era aquella fuerza y por la mucha cantidad de gente que había de guerra, y la otra, porque les decían los indios que tomaban, que no les habían podido ganar aquella fuerza los ingas combatiéndoles aquel fuerte. Los que se señalaron en la entrada de este fuerte fueron Francisco de Villagran, Alonso de Córdoba y el padre Juan Lobo. Hubo en esta batalla cinco españoles heridos que en breve fueron sanos. No hubo muerto ninguno, ni caballo. Y de los indios hubo muertos hasta trescientos y no más, porque cuando acometen al principio tienen recio, y si los españoles son experimentados en aquella guerra pelean con más ánimo, y viendo los indios que no pueden resitir luego a los españoles, vuelven las espaldas. El general después de haber echado los indios de su fuerte corrió todo aquel llano, y tomáronse algunas ovejas de que había necesidad. Pues habiendo hecho esto, el general se salió con sus compañeros fuera de aquella fuerza a lo llano, ya donde los caballos pudiesen comer y aun correr si indios viniesen.
contexto
Que trata de algunas guerras y conquistas que hicieron las tres cabezas del imperio, Axayacatzin rey de México, Nezahualpiltzintli de Tetzcuco y Chimalpopocatzin de Tlacopan, y muerte de Xihuitltémoc señor de Xochimilco Entre los señores que ayudaron al rey Axayacatzin contra el de Tlatelulco y sus aliados, fue uno de ellos Xihuitltémoc, señor de la ciudad de Xochimilco, valerosísimo capitán y muy diestro jugador de pelota, de donde le vino su daño; porque después de hecha la guerra atrás referida, quiso el rey Axayacatzin hacer fiestas a sus valedores, y entre los regocijos que hubo fue uno el del juego de la pelota, de que el rey se preciaba mucho, aunque Xihuitltémoc le competía en mayor destreza; y así metido en cólera el rey, viendo que perdía muchas rayas, echó el resto y apostó el mercado y la laguna de la ciudad de México contra un jardín que Xihuitltémoc tenía en la de Xochimilco, el cual no advirtiendo la hazaña y cólera del rey, admitió luego el convite, y a pocos lances le ganó, de que quedó escocido y entre sí fraguando el modo que tendría para ejecutar su ira; y fue que habiéndose ido Xihuitltémoc a su ciudad, otro día después fueron cierta cantidad de soldados de la guardia con voz de que lo iban a visitar y darle alguna parte de las rentas de la laguna y el mercado, y al tiempo que lo saludaron y dieron sus presentes, le echaron un collar de flores al cuello en que iba oculta una soga por cierto artificio y traza que dieron algunos caballeros de la misma ciudad; le dieron garrote y lo mataron sin tener lugar de poderse escapar. Esta severidad fue causa para que de allí en adelante, los otros señores procuraran no burlarse, no ponerse con su rey en semejantes lances. Los tres reyes, habiendo juntado sus gentes, fueron contra los de la provincia de Matlaltzinco y los vencieron, y con los cautivos poblaron el pueblo de Xalatlahuco, y luego fueron contra los de Tzinacantépec, contra los ocuiltecas, Malacatépec y Coatépec, y contra los chichimecas y otomíes de todas las provincias que contienen tres naciones, que son otomíes, mazahuas y matlatzincas, cuyos pueblos son Xiquipilco, Xocotitlan, Xilotépec, Teuhtenanco, Tlacotépec, Callimayan, Amatépec, Zimatépec y Tolocan. Aunque fue trabajoso el sujetar estas tres naciones por ser gente belicosísima, en donde más se trabajó y corrió riesgo el rey Axayacatzin, fue en Xiquipilco, porque Tlilcuezpali, señor de aquella provincia y muy valeroso capitán, le estrechó en tanta manera, que demás de haberle dado un golpe en un muslo de que quedó muy mal herido el rey, y dádole muchas heridas, le tuvo rendido y casi para acabarlo de matar, y pasara muy adelante su osadía y coraje, si no fuera por Quetzalmamalitzin, uno de los catorce grandes y capitán general del reino de Tetzcuco, que con su gran valor se metió entre los enemigos y con gran animo y osadía liberó al rey mexicano, y fue preso y cautivo Tlilcuezpali con otros muchos capitanes de su valía. Fueron de los contrarios, cautivos más de doce mil personas, y de los del imperio no llegaron a mil los que en estas batallas murieron. El rey Axayacatzin quedó lisiado de la pierna, aunque sanó de las heridas y habiendo repartido las tierras de los conquistados entre las tres cabezas, hicieron mercedes a todos los señores que fueron en su defensa, dándoles pueblos y lugares en estas provincias, entre los cuales los que más se aventajaron fueron Quetzalmamalitzin señor de Teotihuacan, que era el capitán general y uno de los grandes del reino de Tetzcuco, y así los tres reyes le dieron por su divisa y armas una pierna de un rey, que del muslo le salían llamas de fuego, por la hazaña que hizo en librar al rey de México. Acapioltzin, coadjutor del rey de Tetzcuco, que se le dieron por sus armas y divisa tres pendones de oro y plumería con tres cabezas de lo mismo, y Mocahuhqui que hicieron señor de Xalatlauhco. Otros muchos señores fueron premiados y se les dieron sus armas y divisas conforme a sus hechos y hazañas. Después de haber puesto sus presidios y gente de guarnición en lo más necesario de estas provincias, se volvieron a sus tierras, y llegados a la ciudad de México fueron sacrificados en el templo mayor todos los cautivos habidos en estas guerras. Cúpole al rey de Tetzcuco de parte del valle de Toluca, Maxtlacan, Coquitzinco y otros lugares, en donde le fueron señalados de tributos en cada año ochocientos ochenta fardos de mantas finas, labradas y veteadas de diversos colores de pelo de conejo; otros trescientos sesenta fardos de otras mantas con sus cenefas de lo propio, y cuarenta fardos más siete de otras mantas de pluma que servían de sobrecamas, que por todas venían a ser veinticinco mil seiscientas siete mantas sin las preseas de joyas de oro, aderezos y divisas de plumería fina, y en cada año y lugar una sementera de maíz, en donde se cogía gran cantidad de ello; y por mayordomo y cobrador de todo esto, puso a uno llamado Yáotl. Por el mismo modo y cantidad se les repartió al rey de México y al de Tlacopan cierta parte, que sería como la quinta, según por los padrones reales parece.
contexto
De la fundación de la ciudad de Guayaquil y de la muerte que dieron los naturales a ciertos capitanes de Guaynacapa Más adelante, hacia el poniente, está la ciudad de Guayaquil, y luego que se entra en sus términos los indios son guancavilcas, de los desdentados que por sacrificio y antigua costumbre y por honra de sus malditos dioses se sacaban los dientes que he dicho atrás, y por haber ya declarado su traje y costumbres no quiero en este capítulo tornarlo a repetir. En tiempo de Topainga Yupangue, señor del Cuzco, ya dije cómo, después de haber vencido y subjectado las naciones deste reino, en que se mostró capitán excelente y alcanzó grandes vitorias y trofeos deshaciendo las guarniciones de los naturales, porque en ninguna parte parescían otras armas ni gente de guerra sino la que por su mandado estaba puesta en los lugares que él constituía, mandó a ciertos capitanes suyos que fuesen corriendo de largo la costa y mirasen lo que en ella estaba poblado, y procurasen con toda benevolencia y amistad allegarlo a su servicio a los cuales sucedió lo que dije atrás, que fueron muertos, sin quedar ninguno con la vida, y no se entendió por entonces en dar el castigo que merescían aquellos que, falsando la paz, habían muerto a los que debajo de su amistad dormían (como dicen) sin cuidado ni recelo de semejante traición; porque el Inga estaba en el Cuzco y sus gobernadores y delegados tenían harto que hacer en sustentar los términos que cada uno gobernaba. Andando los tiempos, como Guaynacapa sucediese en el señorío y saliese tan valeroso y valiente capitán como su padre, y aun de más prudencia y vanaglorioso de mandar, con gran celeridad salió del Cuzco acompañado de los más principales orejones de los dos famosos linajes de la ciudad del Cuzco, que habían por nombre los hanancuzcos y orencuzcos, el cual, después de haber visitado el solemne templo de Pachacama y las guarniciones que estaban y por su mandado residían en la provincia de Jauja y en la de Caxalmaca y otras partes, así de los moradores de la serranía como de los que vivían en los fructíferos valles de los llanos, llegó a la costa, y en el puerto de Tumbez se había hecho una fortaleza por su mandado, aunque algunos indios dicen ser más antiguo este edificio; y por estar los moradores de la isla de la Puna diferentes con los naturales de Tumbez les fué fácil de hacer la fortaleza a los capitanes del Inga, que a no haber estas guerrillas y debates locos pudiera ser que se vieran en trabajo. De manera que puesta en término de acabar llegó Guaynacapa, el cual mandó edificar templo del sol junto a la fortaleza de Tumbez y colocar en él número de más de docientas vírgenes, las más hermosas que se hallaron en la comarca, hijas de los principales de los pueblos. Y en esta fortaleza (que en tiempo que no estaba ruinada fue, a lo que dicen, cosa harto de ver) tenía Guaynacapa su capitán o delegado con cantidad de mitimaes y muchos depósitos llenos de cosas preciadas, con copia de mantenimiento para sustentación de los que en ella residían y para la gente de guerra que por allí pasase. Y aun cuentan que le trujeron un león y un tigre muy fiero, y que mandó los tuviesen muy guardados; las cuales bestias deben ser las que echaron para que despedazasen al capitán Pedro de Gandía al tiempo que el gobernador don Francisco Pizarro, con sus trece compañeros (que fueron los descubridores del Perú, como se tratará en la tercera parte desta obra), llegaron a esta tierra. Y en esta fortaleza de Tumbez había gran número de plateros que hacían cántaros de oro y plata con otras muchas maneras de joyas, así para el servicio y ornamento del templo, que ellos tenían por sacrosanto, como para el servicio del mismo Inga, y para chapar las planchas deste metal por las paredes de los templos y palacios. Y las mujeres que estaban dedicadas para el servicio del templo no entendían en más que hilar y tejer ropa finísima de lana, lo cual hacían con mucho primor. Y porque estas materias se escriben bien larga y copiosamente en la segunda parte, que es de la que pude entender del reino de los ingas que hubo en el Perú, desde Mangocapa, que fue el primero, hasta Guascar, que derechamente, siendo señor, fue el último, no trataré aquí en este capítulo más de lo que conviene para su claridad. Pues luego que Guaynacapa se vio apoderado en la provincia de los guancavilcas y en la de Tumbez y en lo demás a ello comarcano, envió a mandar a Tumbala, señor de la Puna, que viniesen a le hacer reverencia, y después que le hubiese obedescido, le contribuyese con lo que hubiese en su isla. Oído por el señor de la isla de la Puna lo que el Inga mandaba, pesóle en gran manera; porque, siendo él señor y habiendo recebido aquella dignidad de sus progenitores, tenía por grave carga, perdiendo la libertad, don tan estimado por todas las naciones del mundo, recebir al extraño por solo y universal señor de su isla, el cual sabía que no solamente habían de servir con las personas, mas permitir que en ella se hiciesen casas fuertes y edificios, y a su costa sustentarlos y proveerlos, y aun darles para su servicio sus hijas y mujeres las más hermosas, que era lo que más sentían. Mas al fin, platicado unos con otros de la calamidad presente y cuán poca era su potencia para repudiar el poder del Inga, hallaron que sería consejo saludable otorgar el amistad aunque fuese con fingida paz. Y con esto envió Tumbala mensajeros propios a Guaynacapa con presentes, haciéndole grandes ofrescimientos; persuadiéndole quisiese venir a la isla de la Puna a holgarse en ella algunos días. Lo cual pasado y Guaynacapa satisfecho de la humildad con que se ofrescían a su servicio, Tumbala, con los más principales de la isla, hicieron sacrificios a sus dioses, pidiendo a los adivinos respuesta de lo que harían para no ser subjetos del que pensaba de todos ser soberano señor. Y cuenta la fama vulgar que enviaron sus mensajeros a muchas partes de la comarca de la Tierra Firme para tentar los ánimos de los naturales della, porque procuraban con sus dichos y persuasiones provocarlos a irá contra Guaynacapa, para que, levantándose y tomadas las armas, eximir de sí el mando y señorío del Inga. Y esto se hacía con una secreta disimulación, que por pocos, fuera de los movedores, era entendida. Y en el ínterin destas pláticas Guaynacapa vino a la isla de la Puna, y en ella fue honradamente recebido y aposentado en los aposentos reales que para él estaban ordenados y hechos de tiempo breve, en los cuales se congregaban los orejones con los de la isla, mostrando todos una amicicia simple y no fingida. Y como muchos de los de la Tierra Firme deseasen vivir como vivieron sus antepasados y siempre el mando extraño y peregrino se tiene por muy grave y pesado y el natural por muy fácil y ligero, conjuráronse con los de la isla de Puna para matar a todos los que había en su tierra que entraron con el Inga. Y dicen que en este tiempo Guaynacapa mandó a ciertos capitanes suyos que con cantidad de gente de guerra fuesen a vistar ciertos pueblos de la Tierra Firme y a ordenar ciertas cosas que convenían a su servicio, y que mandaron a los naturales de aquella isla que los llevasen en balsas por la mar a desembarcar por un río arriba a parte dispuesta para ir adonde iban encaminados, y que hecho y ordenado por Guaynacapa esto y otras cosas en esta isla se volvió a Tumbez o a otra parte cerca della, y que salido, luego entraron los orejones, mancebos nobles del Cuzco, con sus capitanes, en las balsas, que muchas y grandes estaban aparejadas, y como fuesen descuidados dentro en el agua, los naturales engañosamente desataban las cuerdas con que iban atados los palos de las balsas, de tal manera que los pobres orejones caían en el agua, adonde con gran crueldad los mataban con las armas secretas que llevaban; y así, matando a unos y ahogando a otros, fueron todos los orejones muertos, sin quedar en las balsas sino algunas mantas, con otras joyas suyas. Hechas estas muertes, los agresores era mucha la alegría que tenían, y en las mismas balsas se saludaban y hablaban tan alegremente, que pensaban que por la hazaña que habían cometido estaba ya el Inga con todas sus reliquias en su poder. Y ellos, gozándose del trofeo y victoria, se aprovechaban de los tesoros y ornamentos de aquella gente del Cuzco; mas de otra suerte les sucedió el pensamiento, como iré relatando, a lo que ellos mismos cuentan. Muertos (como es dicho) los orejones que vinieron en las balsas, los matadores, con gran celeridad, volvieron adonde habían salido, para meter de nuevo más gente en ellas. Y como estuviesen descuidados del juego que habían hecho a sus confines, embarcáronse mayor número con sus ropas, armas y ornamentos, y en la parte que mataron a los de antes mataron a éstos, sin que ninguno escapase; porque si querían salvar las vidas algunos que sabían nadar, eran muertos con crueles y temerosos golpes que les daban, y si zabullían para ir huyendo de los enemigos a pedir favor a los peces que en el piélago del mar tienen su morada, no les aprovechaba, porque eran tan diestros en el nadar como lo son los mismos peces, porque lo más del tiempo que viven gastan dentro en la mar en sus pesquerías; alcanzábanlo, y allí en el agua los mataban y ahogaban, de manera que la mar estaba llena de la sangre, que era señal de triste espectáculo. Pues luego que fueron muertos los orejones que vinieron en las balsas, los de la Puna, con los otros que les habían sido consortes en el negocio, se volvieron a su isla. Estas cosas fueron sabidas por el rey Guaynacapa, el cual, como lo supo, recibió (a lo que dicen) grande enojo y mostró mucho sentimiento por que tantos de los suyos y tan principales careciesen de sepulturas (y a la verdad, en la mayor parte de las Indias se tiene más cuidado de hacer y adornar la sepultura donde han de meterse después de muertos que no en aderezar la casa en que han de vivir siempre vivos), y que luego hizo llamamiento de gente, juntando las reliquias que le habían quedado, y con gran voluntad entendió en castigar los bárbaros de tal manera que, aunque ellos quisieron ponerse en resistencia, no fueron parte ni tampoco de gozar del perdón, porque el delito se tenía por tan grave que más se entendía en castigarlo con toda severidad que en perdonarlo con clemencia ni humanidad. Y así, fueron muertos con diferentes especies de muertes muchos millares de indios, y empalados y ahogados no pocos de los principales que fueron en el consejo. Después de haber hecho el castigo bien grande y temeroso, Guaynacapa mandó que en sus cantares en tiempos tristes y calamitosos se refiriese la maldad que allí se cometió; lo cual, con otras cosas, recitan ellos en sus lenguas como a manera de endechas. Y luego intentó de mandar hacer por el río de Guayaquil, que es muy grande, una calzada, que cierto, según paresce por algunos pedazos que della se ve, era cosa soberbia; mas no se acabó ni se hizo por entero lo que él quería, y llámase esto que digo el Paso de Guaynacapa. Y hecho este castigo, y mandado que todos obedesciesen a su gobernador, que estaba en la fortaleza de Tumbez, y ordenadas otras cosas, el Inga salió de aquella comarca. Otros pueblos y provincias están en los términos desta ciudad de Guayaquil, que no hay que decir dellos más que son de la manera y traje de los ya dichos y tienen una misma tierra.
contexto
CAPITULO LIII Dase noticia de lo sucedido en el Río Colorado, y efectos de la Expedición. Fúndase el Presidio de Santa Bárbara, sube el V. P. Presidente para Monterrey. Queda dicho en el antecedente Capítulo, cómo el Señor Gobernador desde la primera jornada del camino para la Canal se regresó para la Misión de San Gabriel, a donde fue a amanecer el día 27 de marzo, y trató con el Señor Teniente Coronel D. Pedro Fages los asuntos y órdenes que traía del Señor Comandante General, y le refirió por menudo todo lo acaecido, según las declaraciones que jurídicamente hicieron los Rescatadores, que tuve la dicha de tener en mis manos, y leerlas por habérmelas prestado el dicho Señor Fages, que actualmente se halla Gobernador de la Provincia. Y aunque el asunto no es perteneciente a esta Historia: diré sólo aquello que abona lo que en estas Misiones se ha practicado a dirección del V. P. Junípero, no omitiendo cuanto sea de edificación. Dice que los Indios Yumas, que es la Nación que puebla las orillas del Río hacia el paso, aunque al principio que se fue a fundar se manifestaron de paz, y no hicieron resistencia, sino al parecer se alegraban de la vecindad de los nuestros, que se fundaron dos Misiones, de la Purísima Concepción María Santísima, y de San Pedro y San Pablo, a distancia de tres leguas la una de la otra, y las dos a este lado del Río en el rumbo que mira a estos establecimientos de Monterrey. Se establecieron dichas Misiones en el método que queda dicho en el Capítulo 51. Y como los Padres Misioneros no tenían con qué atraerlos ni congratularlos, ni que tratar mucho con ellos, se dificultaba su reducción, no obstante no dejaban los Gentiles de frecuentar los dichos Pueblos, pero solo de paso a hacer sus tratos y cambalaches con los Soldados y Pobladores, como también por el interés de conseguir alguna ropa a trueque de Maíz, de que ellos cogían alguno en las orillas del Río (aunque no es cosa mucha, pues se mantienen como los demás Gentiles de semillas silvestres). No obstante lo dicho, con esta comunicación y ayuda de un buen Intérprete, lograron el bautizar algunos, aunque pocos: y como éstos no vivían en los Pueblos, sino en sus Rancherías con los Gentiles, con la misma libertad y costumbres de ellos, se arrimaban muy poco a la Misión a rezar, viéndose precisados los Misioneros de ir a buscarlos por las Rancherías, y a estar con ellos algunos días para rezar la Doctrina, y enseñarlos algo, y para atraerlos a que fuesen a Misa los días festivos, costando lo dicho mucho trabajo y desazones. A esto se agregó el sentimiento que causaba a dichos Gentiles el ver que las bestias y ganados de los Soldados v Pobladores se comían los zacates, quedando ellos privados de las semillas, de las que antes la mayor parte del año se mantenían: veían al mismo tiempo que los Pobladores se habían apropiado los cortos pedazos de tierra que se pueden aprovechar, y que ellos ya no los podían sembrar como hacían antes, que en ellos sembraban Maíz, Frijol, Calabazas y Sandías, aunque de todo poco por la cortedad de la tierra, que sólo en los derrames, o Vegas que quedan con humedad, al minorar las aguas del Río en tiempo de seca, se logra. Viéndose privados de esto, que reputan por grande heredad, y que se aprovechaban los nuevos Vecinos, no aprovechándose ellos siendo naturales de aquella tierra, les incitó el enemigo en la cabeza (como que conocía a que se dirigían estas Poblaciones a hacerlos Cristianos, y quitarlos de su tirana esclavitud y dominio) una grande ojeriza contra los Españoles, y resolvieron echarlos no sólo de su tierra, sino del mundo, acabando con ellos, para quedarse con la caballada, de que son muy codiciosos. Nada de esto entendieron los Soldados ni Pobladores; pero según las declaraciones, algo recelarían los Padres Misioneros, pues mucho tiempo antes iban disponiendo a los Soldados y Vecinos para que los cogiese la muerte prevenidos, y así todos los días les predicaban, de que resultaba mucha frecuencia de Sacramentos, y asistir a la Iglesia al rezo de la Corona, y andar el Vía Crucis y otros ejercicios: así preparados y ejercitados, que parecían más Conventos que Pueblos. Un Domingo, acabada la Misa última, a un mismo tiempo cayeron en ambas Poblaciones muchísimos Gentiles, que quitaron la vida al Comandante, al Sargento, y a todos los Soldados y Vecinos, menos unos pocos, que se pudieron esconder, y a los cuatro Padres Misioneros que en cuanto vieron el estrago empezaron a ejercer su ministerio Apostólico, confesando a unos, ayudando a otros a morir con fervorosas exhortaciones, quitaron con mayor crueldad la vida estando en el actual ejercicio de la caridad. Asimismo quitaron también la vida al Capitán Don Fernando Rivera y Moncada y a los Soldados de Monterrey, que todos ocho estaban con la caballada a la otra banda del Río, no obstante que pelearon bastante hasta morir, y se quedaron con toda la caballada. Uno de los pocos Soldados que se pudieron esconder, se escapó y fue a salir al primer Presidio de la Sonora, y dio cuenta de lo sucedido al Capitán del Presidio, y éste al Comandante General, quien mandó luego juntar la Tropa que se pudo de Dragones Voluntarios de Cataluña, y de Soldados de Cuera, y los despachó al mando del Teniente Coronel D. Pedro Fages, y con un segundo Comandante Capitán que era de Tropa arreglada, con la orden de llegar al Río Colorado, y hallando ser verdad la declaración del Soldado (que quedó ínterin arrestado) procurase lo primero rescatar todos los Cautivos, que para ello llevase ropas, y otras cosas que apetecen los Indios, y conseguido esto procurase indagar por los Rescatados, quiénes habían sido las cabecillas; que los asegurasen, y llevasen presos para Sonora, y que a los demás se les diese el merecido castigo; y que comunicase con el Gobernador de Monterrey, y tratasen de ir a caerles a un mismo tiempo por ambas partes del Río, para que saliese a toda satisfacción la empresa, y quedasen los Gentiles castigados y escarmentados, y no se posibilitase el paso tan importante. Caminó el dicho Señor Comandante Fages con su Expedición para el Río Colorado, y llegados a él hallaron despobladas las orillas del Río, cerca del paso, cruzaron a esta banda, llegaron a los sitios de las Misiones, y lo hallaron todo quemado, y reducido a cenizas: los difuntos tirados al Sol y sereno, que mandó enterrar, halló los cuerpos de los Venerables Padres Misioneros de la primera Misión Fr. Juan Díaz de la Provincia de San Miguel de la Extremadura, y Fr. Matías Moreno de la Provincia de Burgos, los halló enteros tirados al Sol en distintos sitios el uno del otro, los que mandó poner en unos cajones para llevarlos a Sonora. De allí pasó al sitio de la otra Misión, y la halló de la misma manera incendiada, y a los difuntos tirados, y practicó lo propio que con los de la primera. Pero no hallaban los cuerpos de los Misioneros, que eran los Padres Fr. Francisco Garcés de la Provincia de Aragón, y Fr. Juan Barraneche de la Provincia de Santa Helena de la Florida y Havana: pensaban todos que no les habrían quitado la vida, fundados en que el dicho Padre Garcés era muy querido de los Indios, había vivido mucho tiempo con ellos, sin Compañero y sin Soldados, sin haberle hecho lo más mínimo; antes bien lo estimaban entrañablemente, y lo mantenían con sus comidas silvestres, que comía con tanto gusto como los mismos Gentiles, conocido de ellos por el viva Jesús, que era su salutación ordinaria con los Indios, y hacía que ellos así se saludasen. Dicho Padre con un solo Indio de Compañero había andado muchísimas Naciones no conocidas desde el Río Colorado antes que se poblase: vino a estas Misiones, y de aquí se fue, y entró a la Provincia de Moxi, y de ésta a Sonora, sin que los Gentiles de tantas Naciones como visitó le hubiesen hecho lo más mínimo, y sin entender la lengua él, y su Compañero el Indio, y tan distintas lenguas de tantas Naciones, y en todas partes les daban de comer de las comidas que usan. Por lo dicho juzgaban todos que no lo matarían, ni a su Compañero, sino que estarían entre los Gentiles, que no podían dar con ellos para preguntarles. Pero no quiso Dios privarle del grande mérito de dar su sangre y vida en demanda de la conversión de los Gentiles, y quiso el Señor que fuese cuando más resguardado se hallaba de Tropa, pues le quitaron la vida con la misma crueldad que a los demás, según la declaración que dieron después los que quedaron con vida y cautivos. Repararon los Soldados de la Expedición, que iban recogiendo a los difuntos, en un tramo de tierra que estaba verde (entre la demás quemada) toda vestida de zacate verde y matizada de flores de varios colores, las unas conocidas, y las otras no: había entre ellas la Manzanilla y otras. Mandó el Comandante cavar allí, y hallaron a los benditos Padres, cuyos venerables Cuerpos estaban juntos, y ambos ceñidos con sus cilicios, los que se mantenían sin haberse consumido; y según consta de las declaraciones hechas, allí los enterró una India Gentil vieja, que en vida quería y estimaba mucho a los Padres, y viéndolos muertos hizo un hoyo, y los enterró. Mandó el Comandante Fages ponerlos en unos cajones, que después llevó consigo y entregó personalmente al R. P. Presidente de las Misiones de la Pimería en Sonora, pertenecientes al Colegio de Santa Cruz de Querétaro, junto con las declaraciones hechas sobre todo lo acaecido, y entre las cosas particulares que en ellas se contiene y he leído, es una la siguiente, que no omito por más particular: dice que: Después de haber sucedido el incendio de las Misiones, luego que entreba la noche, se veía una Procesión de Gente vestida toda de blanco, todos con velas en las manos encendidas, y delante su Cruz con ciriales, y daban vueltas alrededor del recinto en donde había estado la Misión, y que cantaban no saben qué; y que después de haber dado muchas vueltas desaparecían; y que esto lo vieron muchas noches, no sólo los Cristianos, sino también los Gentiles, y que a éstos les causó tal horror, e infundió tal temor, que desampararon sus tierras, y se mudaron como ocho leguas más abajo, también a la orilla del Río, que allí llevaron los Cautivos Cristianos; aunque a éstos no causó dicha visión ni horror ni temor, sino alegría. Esta mutación fue la causa de no haber hallado en el sitio a la Nación Yuma. Buscáronlos Río abajo, y como ocho leguas del sitio los hallaron, pero metidos en la espesura de un Bosque o Monte de arboleda pegada al Río, sin poder conseguir el sacarlos, ni poder tratar con ellos más que fuera de tiro; pero consiguieron en buenas, así de lejos, rescatar todos los Cautivos a trueque de ropas; y viendo el Comandante que por entonces no podía hacer otra acción, determinó volver para Sonora con todos los rescatados, y con los cuerpos de los difuntos, y dar cuenta de todo al Comandante General, y así lo practicó. Enterado de todo el Señor Comandante General, dióle nuevo orden para que se juntase la Expedición a fin de coger las cabecillas, que ya constaba por las declaraciones de los Rescatados quienes habían sido los principales motores, como también para escarmentar aquella atrevida y rebelde Nación Yuma. Para que se cogiese, dio orden al Teniente Coronel Fages, que iba de Comandante, para que llegado al Río Colorado dejase allí al mando del Capitán que iba de segundo Comandante la mayor parte de la Tropa, y con parte de ella, cruzando el Río, llegase a estos Establecimientos a tratar con el Señor Gobernador de la Provincia sobre este asunto, a quien le enviaba la orden para que con toda la Tropa que fuese posible pasase en persona a la Expedición del Colorado, para que repartida dicha Tropa por ambas partes del Río se lograse el deseado fin. A esto venía el dicho Señor Fages, y llegó a San Gabriel el mismo día 26 de marzo, que había salido de dicha Misión el Señor Gobernador para la fundación de la Canal, como ya dije. En cuanto el Señor Gobernador recibió los Pliegos que le remitió el Señor Fages, se regresó para la dicha Misión: allí trataron ambos el asunto, y acordaron el dilatar la ida al Río Colorado hasta septiembre, que estaría el Río en disposición de vadearse; ya para que no estuviese la Tropa de Sonora detenida tanto tiempo en dicho Río, pasó el Señor Fages al Río a darles la orden para que se retirasen a la Sonora, con los Pliegos para la Comandancia, en que se daba cuentas de lo determinado, y el Señor Fages se regresó con su Tropa a San Gabriel a esperar el tiempo señalado para la Expedición, la que se ejecutó por septiembre; pero no se consiguió la pacificación de dicha Nación, aunque se mataron a muchos Gentiles, sin muerte alguna de parte de los nuestros, sólo algunos salieron heridos, aunque no de muerte; pero siempre el paso imposibilitado. Con lo dicho parece quedarían desengañados los Señores Comandante General, y Gobernador de la Provincia, que el nuevo método que habían ideado para la reducción de los Indios no era tan a propósito, como el que en estos Establecimientos tenemos; por lo que desengañados con los gastos que se habían hecho, y tan excesivos, sin efecto alguno, parece les hizo ceder del intento y proyecto que tenían de que los Establecimientos de la Canal fuesen con el ideado método, de que los Misioneros corriesen sólo en lo espiritual, y que los Gentiles que se convirtiesen, viviesen y se mantuviesen como cuando Gentiles y en la misma libertad.
contexto
Capítulo LIII De cómo Huascar Ynga, habiendo hecho grandes sacrificios, salió en persona a la defensa de sus estados y venció a Quisquis en una batalla Las nuevas de tantos tristes y desastrados sucesos llegaron al Cuzco, donde al presente estaba Huascar Ynga, y decía lo que sintió con ellos y su pena no se puede significar por palabras, y considerando que en todo le había ido mal y que sus consejos y trazas en todo le habían salido al contrario de su pensamiento, acordó de acudir a sus huacas y hacerles innumerables sacrificios y ofrendas con ayunos. Habiendo consultado sobre ello a los sacerdotes, quiso él mismo hacer el ayuno, y para este efecto salió del Cuzco y se fue a Huana Cauri a ello, y allí estuvo algunos días, entendiendo con sus privados y queridos en aplacar al hacedor, sacrificando mil géneros y diferencias de animales, según sus ritos y ceremonias, a las huacas del Cuzco. Visto que en todas hallaba mala respuesta, dada por los demonios que en ellas hablaban, y que no eran conforme a su intento y propósito, no sabiendo qué hacerse acordó de nuevo hacer Junta General de hechiceros, y envió de nuevo a consultar las demás huacas que hablaban, y a preguntar qué haría en tanta adversidad y miseria como le cercaba, y en ninguna halló remedio ni respuesta que les satisficiese a su deseo. Preguntando a los adivinos y hechiceros para por ellos saber lo que haría en la guerra, ellos, por contentarle y evadir el peligro que de no decirle cosa conforme a su gusto esperaban, le respondieron que le iría bien en la guerra y que todo le sucedería conforme su deseo y que vencería a sus enemigos con grandes muertes y triunfaría dellos. Y todo lo permitía por Dios, que ya era tiempo que su santísimo evangelio se promulgase en estas apartadas regiones, y el triunfo y monarquía de Lucifer cesase en estos reinos, que tan sujetos y aprisionados debajo de su mano tenía. Con este acuerdo y respuesta de los hechiceros satisfecho en alguna manera, Huascar Ynga salió del Cuzco, acompañado de muchos hermanos, parientes y allegados suyos, y se fue a Sacsa-Huana, donde haciendo junta General del más poderoso ejército, que pudo de todas las naciones desde Chile, que con graves penas movidas vinieron, hizo reseña de todas ellas y las proveyó de armas y vestidos a los que estaban faltos de lo necesario, y los animó alabando su esfuerzo y valentía, diciéndoles que en ellos tenía puesta su esperanza para vencer de una vez todos sus enemigos, que tan contra justicia y razón se le habían rebelado y negado la obediencia debida como a su señor natural, y que hiciesen como buenos soldados, que a todos ofrecía y prometía, según su valor y cómo peleasen, honrarlos y premiarlos. Concluido con lo tocante a esto, salió por el camino de Cotabamba a encontrarse con Quisquis y Chalco Chima. Y para hacerlo con mejor acuerdo ordenó que la gente de Colla Suyo y Conti Suyo, Chuischarcas y Chile fuesen repartidos por encima de Cotabamba, hacia los Omasuyos, y que procurasen por todas las vías posibles hechar los enemigos hacia el río de Cotobamba. Y por la parte de abajo, que es hacia la puente de Apurina, fuesen juntos Huanca Auqui y Huapanti y Pacamayta con la gente que traían, de los que habían escapado de las batallas pasadas, a embestir a los enemigos por otro lado, de suerte que procurase subir al cerro de Cotabamba a darle la batalla, y cogiéndolos en medio los destruyesen más fácilmente. Los Chumpibilcas, Chuis, y Charcas, y Chile y demás naciones que habían salido en la orden dicha a echar los enemigos hacia el río de Cotabamba, por donde había de ir Huanca Auqui, se encontraron, muy sin pensarlo, en Tauaray con un ejército grande, que por mandato de Quisquis y Chalcochima venían a entrar por los Chumpibilcas al Cuzco. Y el capitán de la gente de Huascar Ynga, que se llamaba Rampa Yupanqui, como los vio, muy alegre, animó su gente, diciéndoles que peleasen como buenos soldados, que vencidos aquéllos los demás serían fácil de vencer y sujetar, y en el dicho Tauaray, que es a las espaldas de los Omasuyos, se dieron la batalla, que fue muy cruel y sangrienta, y Rampa Yupanqui venció al ejército de Atao Hualpa, con muerte de más de diez mil indios dellos, y allí murió Tumayrima, su capitán, y de la gente de Huascar murió muy poca. Y Rampa Yupanqui, muy gozoso por la victoria, mandó luego cortar las cabezas de los capitanes de Atao Hualpa que fueron presos y de otros muchos, haciendo en los prisioneros grandes castigos. Luego despachó Rampa Yupanqui mensajeros con la nueva del suceso tan venturoso a Huascar Ynga, con la cual recibió grandísima alegría y contento, olvidando todas las pérdidas y desdichas pasadas. Y, riéndose con rostro placentero y risueño, dijo a sus hermanos y capitanes que estaban presentes, que pues los Collas, Chuis y Charcas y demás gente habían habido aquella victoria tan insigne, y desbaratado los enemigos con tantas muertes suyas y de sus capitanes, con cuánta más razón nosotros, hermanos míos, siendo quien somos, tenemos obligación y más precisa de aventajarnos en los que restan como lo hicieron nuestros antepasados, así que con gran ánimo y brío salgamos a Quisquis y Chalco Chima que se nos van acercando, y demos batalla, de suerte que entiendan que no están del todo acabadas las fuerzas de los Yngas, y que ha querido el Hacedor desde Quito donde salieron y han vencido tantas batallas y muerto tantos capitanes y hecho tantas y tan innumerables crueldades que lleguen aquí al pagadero de sus maldades en lo último, cuando esperaban gozar de nuestras mujeres e hijas y robar nuestras haciendas, y que todo esto sea por mi mano para mayor gloria y honra mía.. Habiendo con estas razones, y otras que les dijo, movido a sus capitanes a nuevos deseos de pelear con más valentía y demostrarse merecedores de los premios que él les había ofrecido, luego Tito Atauchi y Topa Atao, sus hermanos, y Mano Yuro Huaranca, parientes suyos, que con él estaban, y otros capitanes, empezaron a ordenar la gente del ejército por sus naciones dividiéndolos según su modo y traza de pelear, para que no se embarazasen, puestos los escuadrones en el campo, ya que se acercaban Quisquis y Chalco Chima y Ucumari con su gente, aunque tristes del desbarate que en Tauaray había sucedido, salió Huascar Ynga en sus andas a ver sus soldados y escuadrones y la orden que tenían, y viéndole, tocaron luego infinidad de instrumentos militares, que en las batallas suelen usar, de bocinas, flautas, caracoles y huesos, con que él se regocijó, y todos se animaron, preparándose para la batalla, porque ya venían Quisquis y Chaco China a ella, extendiendo sus escuadrones. Allí arremetieron unos contra otros con ánimo y denuedo nunca visto, y con una confusa bocería se empezó la batalla, cayendo a montones de ambas partes, y con un tesón maravilloso duró la contienda, sin mostrarse vencimiento, hasta la tarde, que entonces quiso la fortuna por un día sólo mostrarse favorablemente a Huascar Ynga, que rompió los enemigos y los desbarató, con singular alegría suya, donde murió infinito número de gente de unos y otros, aunque más de los de Atao Hualpa. Estos, como se iban desbaratando, se retiraron muchos dellos a una ladera y cerro, donde había un pajonal grandísimo junto con un montecillo. Visto esto por Huascar Ynga, mandó luego poner fuego al pajonal y monte, y hecho, se quemó mucha cantidad de indios, y los que del fuego escapaban huyendo, iban a dar a manos de la gente de Huascar, que a todos los mataban, sin género de piedad ninguna, y allí murió la mayor parte del ejército de Atao Hualpa, y Quisquis y Chalco Chima. Vista su pérdida y desbarate, recogiendo el restante del ejército se retiraron poco a poco, mostrando rostro a los enemigos, hacia la otra parte del río de Cotamba.
contexto
Cómo el Almirante volvió a la Isabela y halló que aquella tierra era muy fértil Luego que el Almirante dispuso lo adecuado a la buena construcción y resistencia de la fortaleza, viernes, 21 de Marzo, tornó a la Isabela. Llegado al río Verde, halló muchos mulos que iban con vituallas; y no pudiendo pasar el río por las muchas lluvias, quedóse allí y mandó a la fortaleza los bastimentos. Después, buscando un vado para pasar aquel río, y también el río de Oro, que es mayor que el Ebro, se detuvo algunos días en algunos pueblos de los indios, comiendo pan de éstos, y ajes, que daban gustosos por poco. Sábado, a 29 de Marzo, llegó a la Isabela, donde ya habían nacido melones buenos de comer, aunque no habían pasado dos meses desde que los sembraron; también nacieron allí cohombros a los veinte días, y una vid silvestre de las del país produjo uvas, luego de cultivada, que eran buenas y grandes. Al día siguiente, que fue el 30 de Marzo, un labrador cogió espigas del trigo que sembraron a fin de Enero. También se dieron garbanzos más gruesos de los que se habían sembrado. A los tres días salían de la tierra todas las semillas de las plantas que sembraban, y al vigésimoquinto comían de éstas; de los huesos de los árboles, a los siete días salieron plantas; los sarmientos echaron pámpanos a los siete días, y a los veinticinco después se cogió de ellos agraz. Las cañas de azúcar germinaron en siete días; lo cual procedía de la templanza del aire, bastante análoga a la de nuestro país, pues era más bien fría que caliente. A más de que las aguas de aquellas partes son muy frías, delgadas y sanas. Estando el Almirante muy satisfecho de la calidad del aire, de la fertilidad y de la gente de aquella región, el martes, a primero de Abril, vino un mensajero de Santo Tomás, enviado por Pedro Margarit, que allí había quedado por capitán, y llevó nuevas de que los indios del país huían y que un cacique, llamado Caonabó, se preparaba para acometer la fortaleza. Pero el Almirante, que conocía la cobardía de aquellos indios, tuvo en poco tal rumor, especialmente porque confiaba en los caballos, de los cuales temían los indios ser devorados, y por ello era tanto su miedo que no se atrevían a entrar en casa alguna donde hubiera estado un caballo. Sin embargo de esto, el Almirante, por buenos respetos, acordó mandarle más gente y vituallas, pues creía que, pensando ir él a descubrir la tierra firme en tres carabelas que le habían quedado, era bien que dejase allí todas, las cosas muy quietas y seguras. Por lo cual, miércoles, a 2 de Abril, mandó setenta hombres con bastimentos y municiones a dicho castillo; veinticinco de ellos fueron para defensa y escolta, y los otros para que ayudasen en la obra de un nuevo camino, pues eran muy difíciles de atravesar en el primero los vados de los ríos. Idos aquellos, mientras los navíos se ponían a punto para ir al nuevo descubrimiento, atendió el Almirante a ordenar las cosas necesarias en la villa que fundaba; dividióla en calles con una cómoda plaza, y procuró llevar allí el río por un ancho canal, para lo que mandó hacer una presa que sirviera también para los molinos; porque, estando la villa a distancia del río casi un tiro de artillería, con dificultad habría podido la gente proveerse de agua en parte tan lejana, mayormente estando aquélla, en su mayor parte, muy débil y fatigada, por la sutileza del aire, que no les probaba bien, por lo que padecían algunas enfermedades, y no tenían más comida ni vituallas que las de Castilla, esto es, bizcocho y vino, por el mal gobierno que los capitanes de las naves habían tenido en ello; y a más de esto, porque en aquel país no se conservan tan bien como en el nuestro. Y aunque en aquellos pueblos tuviesen bastimentos en abundancia, sin embargo, como no estaban acostumbrados a tales comidas, les eran muy nocivas. Por lo que el Almirante estaba resuelto a no dejar en la isla más de trescientos hombres, y mandar los otros a Castilla, pues dicho número, considerada la calidad del país y de los indios, creía ser bastante para tener aquella región tranquila y sujeta a la obediencia y servicio de los Reyes Católicos. En tanto, como a la sazón se acababa el bizcocho, y no tenían harina, sino sólo trigo, acordó hacer algunos molinos; pero no se encontró salto de agua para tal efecto sino a distancia de legua y media del pueblo; en cuya obra y en todas las demás, para aguijar a los artesanos, era necesario que el Almirante estuviese presente, porque todos huían del trabajo. Al mismo tiempo decidió enviar toda la gente sana, excepto los oficiales y los artesanos, a la campana, para que, yendo por el país, lo pacificasen, fuesen temidos por los indios y poco a poco se acostumbrasen a las comidas de éstos, porque de día en día faltaban las de Castilla. Mandó por capitán a Hojeda, hasta llegar a Santo Tomás, y allí los entregaría a Pedro Margarit, quien debía ir con ellos por la isla, y Hojeda quedarse por castellano en la fortaleza, pues habíase fatigado el pasado invierno, en descubrir la provincia de Cibao, que en lengua india quiere decir pedregosa. Hojeda salió de la Isabela el miércoles, a 9 de Abril, camino de Santo Tomás, con toda la mencionada gente, que pasaban de cuatrocientos hombres, y luego que pasó el Río del Oro, hizo prisionero: al cacique de allí, a un hermano y a un sobrino, los mandó con cadenas al Almirante, e hizo cortar las orejas a un vasallo de aquél en la plaza de su pueblo, porque viniendo de Santo Tomás tres cristianos a la Isabela, dicho cacique les dio cinco indios que pasasen a ellos y sus ropas a la otra parte del río por el vado, y éstos, luego que estuvieron en medio del río con las ropas, se volvieron con ellas a su pueblo; y el cacique, en vez de castigar tal delito, tomó para sí las ropas y no quiso devolverlas. Pero otro cacique, que habitaba más allá del río, confiado en los servicios que había hecho a los cristianos, resolvió ir con los prisioneros a la Isabela e interceder por éstos con el Almirante, quien le hizo buena acogida y mandó que dichos indios, con las manos atadas, en la plaza, fueran con público bando sentenciados a muerte. Viendo esto el buen cacique, obtuvo con muchas lágrimas la vida de aquéllos, quienes prometieron por señas que nunca cometerían algún otro delito. Habiendo el Almirante libertado a todos, llegó un hombre a caballo de Santo Tomás, y dio nueva de que en el pueblo de aquel mismo cacique prisionero había hallado que sus vasallos tenían prisioneros a cinco cristianos que salieron para ir a la Isabela, y que él espantando a los indios con el caballo, los había libertado y hecho huir a más de cuatrocientos de aquéllos, habiendo herido a dos en la persecución; y que, pasado luego a esta parte del río, vio que tornaban contra dichos cristianos, por lo que hizo muestra de acometerles volviendo contra ellos; pero por miedo de su caballo huyeron todos, temiendo que el caballo pasase el río volando.
contexto
De cómo hallándose muy viejo Inca Yupanqui, dejó la gobernación del reino a Tupac Inca, su hijo. No mostró en público sentimiento Inca Yupanqui en saber la nueva del alzamiento del Collao, antes, con ánimo grande, mandó hacer llamamiento de gentes para en persona ir a los castigar, enviando sus mensajeros a los Canas y Canches, para que estuviesen firmes en su amistad, sin los ensoberbecer la mudanza del Collao; y queriendo ponerse a punto para salir del Cuzco, como ya fuese muy viejo y estuviese cansado de las guerras que había hecho y caminos que había andado, sintióse tan pesado y quebrantado que, sintiéndose poco bastante para ello ni tampoco para entender en la gobernación de tan gran reino, mandó llamar al Gran Sacerdote y a los orejones y más principales de la ciudad y les dijo que ya él estaba tan viejo que era más para estarse junto a la lumbre que no para seguir los reales; y, pues así lo conoscían y entendían decía en todo verdad, que tomasen por Inca a Tupac Inca Yupanqui, su hijo, mancebo tan esforzado como ellos habían visto en las guerras que había hecho y que le entregaría la borla, para que por todos fuese obedecido por Señor y estimado por tal; y quél se daría maña cómo los del Collao fuesen castigados por su alzamiento y muertes que habían hecho a los orejones y delegados que entre ellos quedaron. Respondieron a estas palabras, los que por él fueron llamados, que fuese hecho como lo ordenase, y en todo mandase lo quél fuese servido, porque en todo le obedecerían como siempre habían hecho... y habiéndole recibido los orejones por Inca, que será en el número XI, fue con el Ejército en el Collao y en las provincias de los Canches y Canas le hicieron grandes recebimientos con presentes ricos y le habían hecho, en lo que llaman Cacha unos palacios al modo de como ellos labran, bien vistosos. Los Collas, como supieron que Tupac Inca venía contra ellos tan poderoso, buscaron favores de sus vecinos y juntáronse los más dellos con determinación de le aguardar en el campo a le dar batalla. Cuentan que tuvo de todo esto aviso Tupac Inca y como él era tan clemente, aunque conoscía la ventaja que tenía a los enemigos, les envió de los Canas, vecinos suyos, mensajeros que les avisasen como su deseo no era de con ellos tener enemistad ni castigallos conforme a lo mal que lo hicieron, cuando sin culpa ninguna mataron a los gobernadores y delegados de su padre, si quisiesen dejar las armas y dar la obediencia, pues para ser bien gobernados y regidos convenía reconocer Señor y que fuese uno y no muchos. Con esta embajada envió un orejón con algunos presentes para los principales de los Collas, mas no prestó nada ni quisieron su confederación, antes, la junta questaba hecha, teniendo por capitanes los señores de los pueblos, se vinieron acercando a donde estaba Tupac Inca; y cuentan todos que en el pueblo llamado Pucara se pusieron en un fuerte que allí hicieron y, como llegó el Inca, tuvieron su guerra con la grita que suelen y al fin se dio batalla entre unos y otros, en la cual murieron muchos de entrambas partes y los Collas fueron vencidos y presos muchos, así hombres como mujeres; y fuéranlo más si el Inca diera lugar a que el alcance se siguiera, más esforzado, y a Cari, señor de Chucuito, habló ásperadamente diciéndole ¿cómo había respondido a la paz que puso su abuelo Viracocha Inca?, y que no le quería matar, mas que lo enviaría al Cuzco a donde sería castigado; y así a éste como a otros de los presos mandó llevar al Cuzco con guardas; y en señal de la vitoria que hobo de los Collas, en el lugar susodicho mandó hacer grandes bultos de piedra y romper, por memoria, de un pedazo de una sierra y hacer otras cosas que hoy día, quien fuere por aquel lugar, verá y notará como hice yo, que paré dos días para ver y entender de raíz.
contexto
Cuéntase cómo se tuvo vista de la tercera isla poblada, y lo que en ella pasó Navegando se iba al Poniente con mucha pena, nacida de la confusión que había en determinar la distancia de nuestras naos al puerto de Lima, y más por ser la ración tan corta que ni mataba la sed ni dejaba comer guisado, en tiempo que Dios nos dio un grande aguacero de que se cogió suma de agua. La gente con esta provisión del cielo se consoló grandemente, y por ver presto mucha cantidad de culebras, peces de poco fondo y tortugas, frutas silvestres, cocos, troncos, pájaros de tierra, grandes corrientes, y otras señales de cercanas tierras; a cuya causa se navegaba de noche con poca vela y mucha guarda, los faroles encendidos, la zabra delante con orden de los avisos que había de dar con fuego si huebiese bajos, o tierra. Así fuimos navegando hasta siete de abril. Este día, como a las tres de la tarde, del tope de la capitana dijo un hombre: --Tierra veo al Noroeste; parece alta, y es negra. Sonó la voz bien a todos, y mareadas las velas se puso en ella las proas. Pairamos aquella noche, y venida la mañana nos hallamos sobre un banco, su menos fondo doce brazas: hubo por esto bullicio que duró las dos horas que gastamos en pasarle, siempre con las áncoras listas y sondando, y gente a los topes mirando para decir lo que viesen. Llegamos cerca de la isla, y por la parte del Norte vimos en ella levantarse algunos humos, que dobló alergría y dio esperanza del agua, que era el tema. En esto cerró la noche: el otro día ordenó el capitán que el almirante con zabra y barca fuese a reconocer la isla: y las naos, de aquella vuelta en que iban, hallaron puerto, a donde con gozo increíble dieron fondo. El almirante vino a la tarde muy contento de la disposición de la tierra, y quedaron de acuerdo que el otro día se fuese a buscar mejor puerto, agua y leña. No era bien amanecido, cuando con la zabra y barcas y gente armada salió de las naos el almirante, y a distancia de dos leguas halló un pueblo en un pequeño arrecife. Los indios a grande priesa llevaron luego tierra a dentro las mujeres, niños y todo cuanto tenían, y ciento y cincuenta dellos tomaron presto las armas: el uno se adelantó dando voces, no entendidas a qué fin; más por algo inquietos se disparó un mosquete para sólo espantarlos, y así como fue oído se zambulleron en el agua, salvo el indio primero. Este tal se llegó cerca y por señas dijo a los nuestros no tirasen, que él haría que los suyos dejasen arcos y flechas, y así se hizo de ambas partes. Llegóse del todo a las barcas y en muestras de amistad dio la mano al almirante, y a entender señalando su cabeza que era el señor de la tierra y que se llamaba Tumai; y por otro nombre Falique. Llegóse luego allí otro indio a mirar con grande espanto a los nuestros, que no con menos cuidado lo estaban mirando a él por ser de color tan blanco y tan bermejo de barbas y de cabellos, que por esto le llamaban el flamenco y su nombre era Olan. Dijo el almirante a Tumai, avisase a los indios que no tirasen sus flechas y se desviasen de allí para se desembarcar; y a una palabra suya se fueron todos a la isla, y él solo se quedó. Con esto salieron en paz los nuestros, formando ante todas cosas en una de aquellas casas cuerpo de guardia, y puestos en las partes que convino: centinelas se alojaron en el pueblo. Mostró por señas Tumai al almirante sus casas, y Por señas le rogó no pegasen fuego a ellas ni a las otras; y dijo más, que él asistiría allí y daría de cuanto en su isla tenía. El almirante se le mostró grande amigo, y para que mejor lo viese, le vistió de tafetán tornasol, que mostró estimar mucho: luego al punto fue despachada una barca y avisado el capitán de todo cuanto pasó, y de una muy buena aguada que estaba cerca del pueblo, y que viniese, como vino, por estar más a la mano a surgir con las dos naos en otro puerto más cerca; y la zabra surgió más junto del pueblo entre la tierra y una baja. Surtas las naos, se desembarcaron luego y fueron al pueblo todos seis religiosos, y a instancia del capitán se dijo y ofreció la primera misa a Nuestra Señora de Loreto, con conmemoración a San Pedro. Los indios, en cuanto se dijo la misa, estuvieron presentes, muy atentos, de rodillas, dando golpes en los pechos y haciendo cuanto vieron que los cristianos hicieron; que cierto es muy gran dolor, cuando bien se considera, lo fácil con que todas las gentes de aquellas partes recibirían la fe si hubiese quien las enseñase, y doblado por tan grande perdición de tanta suma de almas cuantas allí se condenan. Mas será servido Dios que muy presto se ha de llegar el tiempo de todo el bien de los bienes, tan ignorado de estas gentes, y de otras tan deseado. El otro día, a petición de Tumai lo envió el almirante con un soldado a la nao, que dijese al capitán como iba a verlo, y la persona que era: recibiólo el capitán con rostro alegre y abrazos, y Tumai le dio la paz en el carrillo, y sentados en el corredor, fue luego puesta la mesa para que con él comiese; mas nunca quiso comer nada, aunque más se lo rogó. Estaba el comisario presente, y porque Tumai supiese que era persona de estima, la mano le besó el capitán, y dijo a Tumai que hiciese, como hizo, otro tanto. Preguntó el capitán a Tumai si había visto navíos o gente como la nuestra: dio a entender que no; mas que tenía noticia. Preguntóle Por el volcán que la otra vez había visto, y dijo por señas de fuego, que a cinco días de viaje estaba más al Poniente, y que en su lengua se llamaba el volcán Mamí, y que allí a vista y cerca está la isla de Santa Cruz, cuyo nombre natural es Indeni. También dio a entender la muerte que el otro viaje se había dado al cacique Malope, y la cabeza que en pago de esta muerte el adelantado Mendaña envió, como se lee en aquella relación. Esta, pues, se entendió ser la causa porque él y todos sus indios se mostraron tan temerosos cuando vieron arcabuces, y la noticia que dijo de gente y naos como las nuestras. Pregúntole más el capitán; si sabía de otras tierra lejas o cerca, pobladas o despobladas; y para esto le mostró su isla y luego a la mar, y apuntó a través del horizonte: y habiendo por estas señas entendido, fue por los dedos contando y dando nombre a más de setenta islas, y a una muy grande tierra que se llama Manicolo. El capitán fue escribiendo los nombres, teniendo presente la guja de navegar para saber hacia el rumbo que cada una demoraba, que viene a ser de aquella isla de Taumaco a la parte del Sueste Sursudueste-Oeste hasta el Noroeste. Para dar a entender cuáles eran mayores, hacía mayores círculos; por aquella grande tierra abrió ambos los brazos y manos, sin los volver a juntar. Para dar a entender cuáles eran las lejanas o estaban de allí más cerca, mostraba el sol, recostaba la cabeza sobre una mano, cerraba los ojos, y contaba por los dedos las noches que en el camino se dormía, y decía por semejanzas cuáles gentes eran blancas, negras, mulatas; cuáles estaban mezclados, cuáles sus amigos, o enemigos. Dio a entender que en una isla se comía carne humana, y para esto hizo como que mordía su brazo, y mostró querer mal a esta gente. De este modo, y de otros, al parecer se entendió cuanto dijo: y repitiósele tantas veces, que mostró cansarse dello; y dando con la mano hacia el Sudueste y Poniente y otras partes, dio bien a entender cuántas más tierras había. Mostró deseo de volverse a su casa, el capitán, por más gustarlo, le dio cosas de rescate, y se fue despidiéndose con abrazos y otras muestras de amor. El día siguiente el capitán fue al pueblo a donde nuestra gente estaba, y para más bien enterarse de lo que Tumai declaró, llevó los indios a la playa. Teniendo en la mano el papel, presente la aguja de navegar, a todos fue preguntando una vez y muchas veces por las tierras a que Tumai puso nombre, y en todo conformaron todos, y dieron noticia de otras pobladas de gentes de los referidos colores, y juntamente de aquella grande tierra. Todas estas preguntas y diligencias hicieron otras personas este día y otras veces, a estos y otros indios, y siempre dijeron lo mismo; por manera, que pareció gente que trata verdad. Mucho se espantaron los indios de ver leer el papel, y tomándolo en las manos, lo miraban al derecho y al revés. Un día vieron los indios estar comiendo a los nuestros ciertos tasajos de carne, y con cuidado preguntaron aquella carne de qué era; y para lo entendiesen le mostraron un peto de cuero crudo y con pelo, y así como lo vieron, puso el uno las manos en la cabeza, dando en esto a entender, y en otras señas bien claras, que en aquellas grandes tierras hay vacas o búfalos; y porque les mostraron perlas en el botón de un rosario, dieron a entender las había. Holgaban mucho de ver meter nuestra guarda; mostrábanse muy contentos del buen trato que siempre allí se les hizo: cuanto les daban lo comían sin escrúpulo, y cuanto les dieron tomaron de buena gana. Trabaron grande amistad con quien bien les parecía de los nuestros: trocaban los nombres, llamándose camaradas, y tratábanse con todos de tal manera como si fuera muy antigua la conocencia. Llegó a tanto, que algunos de los nuestros fueron solos y vinieron de sus pueblos, sin jamás hacer ofensa, ni falta de cosas nuestras, con quedar en su arroyo, cuando se lavó, la ropa una y dos noches, las ollas y las calderas de cobre. Tratósele a Tumai de aguada y leña para las naos, a las cuales envió con gran demostración toda cuanta se quiso con sus indios en sus canoas: algunos se recataban en llegando, otros entraban y pedían cascabeles, que estimaban mucho, y otras cosas que les dieron, con que volvían contentos. Era Tumai señor de ésta y otras islas; su edad cincuenta años, hombre de buen cuerpo y rostro, y de hermosos ojos y buena forma de nariz, su color algo moreno, barbas y cabellos entre cano, era grave y de gran reposo, mostró ser prudente y sagaz en cuanto hizo; y en cuanto prometió trató de verdad. Una vez quiso salir del pueblo para ir a ver a dos mujeres que tenía, pidió licencia y dejó un su hijo en prendas.
contexto
De cómo los indios del puerto de los Reyes son labradores Los indios de este puerto de los Reyes son labradores; siembran maíz y mandioca (que es el cazabí de las Indias), siembran mandubies (que son como avellanas), y de esta fruta hay gran abundancia, y siembran dos veces en el año; es tierra fértil y abundosa, así de mantenimientos de caza y pesquerías; crían los indios muchos patos en gran cantidad para defenderse de los grillos (como tengo dicho). Crían gallinas, las cuales encierran de noche, por miedo de los murciélagos, que les cortan las crestas, y cortadas, las gallinas se mueren luego. Estos murciélagos son una mala sabandija, y hay muchos por el río que son tamaños y mayores que tórtolas de esta tierra, y cortan tan dulcemente con los dientes, que al que muerden no lo siente; y nunca muerden al hombre si no es en las lumbres de los dedos de los pies o de las manos, o en el pico de la nariz, y el que una vez muerde, aunque haya otros muchos, no morderá sino al que comenzó a morder; y éstos muerden de noche y no parescen de día; tenemos que hacer en defenderles las orejas de los caballos; son muy amigos de ir a morder en ellas, y en entrando unos murciélagos donde están los caballos, se desasosiegan tanto, que despiertan a toda la gente que hay en la casa, y hasta que los matan o echan de la caballeriza, nunca se sosiegan; y al gobernador le mordió un murciélago estando durmiendo en un bergantín, que tenía un pie descubierto, y le mordió en la lumbre de un dedo del pie, y toda la noche estaba corriendo sangre hasta la mañana, que recordó con el frío que sintió en la pierna y la cama bañada en sangre, que creyó que le habían herido; y buscando dónde tenía la herida, los que estaban en el bergantín se reían de ello, porque conoscían y tenían experiencia de que era mordedura de murciélago, y el gobernador halló que le había llevado una rebanada de la lumbre del dedo del pie. Estos murciélagos no muerden sino adonde hay vena, y éstos hicieron una muy mala obra, y fue que llevábamos a la entrada seis cochinas preñadas para que con ellas hiciésemos casta, y cuando vinieron a parir, los cochinos que parieron, cuando fueron a tomar las tetas, no hallaron pezones, que se los habían comido todos los murciélagos, y por esta causa se murieron los cochinos, y nos comimos las puercas por no poder criar lo que pariesen. También hay en esta tierra otras malas sabandijas, y son unas hormigas muy grandes, las cuales son de dos maneras: las unas son bermejas, y las otras son muy negras; doquiera que muerden cualquiera de ellas, el que es mordido está veinticuatro horas dando voces y revolcándose por tierra, que es la mayor lástima del mundo de lo ver; hasta que pasan las veinticuatro horas no tienen remedio ninguno, y pasadas, se quita el dolor; y en este puerto de los Reyes, en las lagunas, hay muchas rayas, y muchas veces los que andan a pescar en el agua, como las ven, huéllanlas, y entonces vuelven con la cola, y hieren con una púa que tienen en la cola, la cual es más larga que un dedo; y si la raya es grande, es como un geme, y la púa es como una sierra; y si da en el pie, lo pasa de parte a parte, y es tan grandísimo el dolor como el que pasa el que es mordido de hormigas; mas tiene un remedio para que luego se quite el dolor, y es que los indios conoscen una yerba que luego como el hombre es mordido la toman, y majada, la ponen sobre la herida de la raya, y en poniéndola se quita el dolor; mas tiene más de un mes que curar en la herida. Los indios de esta tierra son medianos de cuerpo, andan desnudos en cueros, y sus vergüenzas de fuera; las orejas tienen horadadas y tan grandes, que por los agujeros que tienen en ellas les cabe un puño cerrado, y traen metidas por ellas unas calabazuelas medianas, y continuo van sacando aquéllas y metiendo otras mayores; y ansí las hacen tan grandes, que casi llegan cerca de los hombros, y por esto les llaman los otros indios comarcanos orejones, y se llaman como los ingas del Perú, que se llaman orejones. Estos cuando pelean se quitan las calabazas o rodajas que traen en las orejas, y revuélvense en ellas mismas, de manera que las encogen allí, y si no quieren hacer esto, anúdanlas atrás, debajo del colodrillo. Las mujeres de éstos no andan tapadas sus vergüenzas; viven cada uno por sí con su mujer e hijos; las mujeres tienen cargo de hilar algodón, y ellos van a sembrar sus heredades, y cuando viene la tarde, vienen a sus casas, y hallan la comida aderezada; todo lo demás no tienen cuidado de trabajar en sus casas, sino solamente cuando están los maíces para coger; entonces ellas lo han de coger y acarrear a cuestas y traer a sus casas. Dende aquí comienzan estos indios a tener idolatría, y adoran ídolos que ellos hacen de madera; y según informaron al gobernador adelante la tierra adentro tienen los indios ídolos de oro y de plata, y procuró con buenas palabras apartarlos de la idolatría, diciéndoles que los quemasen y quitasen de sí, y creyesen en Dios verdadero, que era el que había criado el Cielo y la Tierra, y a los hombres, y a la agua, y a los peces, y a las otras cosas, y que lo que ellos adoraban era el diablo, que los tenía engañados; y así, quemaron muchos de ellos, aunque los principales de los indios andaban atemorizados, diciendo que los mataría el diablo, que se mostraba muy enojado; y luego que se hizo la iglesia y se dijo misa, el diablo huyó de allí, y los indios andaban asegurados, sin temor. Estaba el primer pueblo del campo hasta poco más de media legua, el cual era de ochocientas casas, y vecinos todos labradores.
contexto
De la relación y carta que escribimos a su majestad con nuestros procuradores Alonso Hernández Puertocarrero y Francisco de Montejo, la cual iba firmada de algunos capitanes y soldados Después de poner en el principio aquel muy debido acato que somos obligados a tan gran majestad del emperador nuestro señor, que fue así: "Siempre sacra, católica, cesárea, real majestad"; y poner otras cosas que se convenían decir en la relación y cuenta de nuestra vida y viaje, cada capítulo por sí, fue esto que aquí diré en suma breve. Cómo salimos de la isla de Cuba con Hernando Cortés, los pregones que se dieron, cómo veníamos a poblar, y que Diego Velázquez secretamente enviaba a rescatar, y no a poblar; cómo Cortés se quería volver con cierto oro rescatado, conforme a las instrucciones que de Diego Velázquez traía, de las cuales hicimos presentación; cómo hicimos a Cortés que poblase y le nombramos por capitán general y justicia mayor hasta que otra cosa su majestad fuese servido mandar; cómo le prometimos el quinto de lo que se hubiese, después de sacado su real quinto; cómo llegamos a Cozumel y por qué ventura se hubo Jerónimo de Aguilar en la punta de Cotoche, y de la manera que decía que allí aportó él y un Gonzalo Guerrero, que se quedó con los indios por estar casado y tener hijos y estar ya hecho indio; cómo legamos a Tabasco, y de las guerras que nos dieron y batallas que con ellos tuvimos; cómo los atrajimos de paz; cómo a do quiera que llegamos se les hacen buenos razonamientos para que dejen sus ídolos, y se les declara las cosas tocantes a nuestra santa fe; cómo dieron la obediencia a su real majestad y fueron los primeros vasallos que tiene en aquestas partes; cómo hicieron un presente de mujeres, y en él una cacica, para india, de mucho ser, que sabe la lengua de México, que es la que se usa en toda la tierra, y que con ella y el Aguilar tenemos verdaderas lenguas; cómo desembarcamos en San Juan de Ulúa, y de las pláticas de los embajadores del gran Montezuma, y quién era el gran Montezuma y lo que se decía de sus grandeza s y del presente que trajeron; y cómo fuimos a Cempoal, que es un pueblo grande, y desde allí a otro pueblo que se dice Quiahuistlán, que estaba en fortaleza, y cómo se hizo la liga y confederación con nos otros y quitaron la obediencia a Montezuma en aquel pueblo; de más de treinta pueblos que todos le dieron la obediencia y están en su real patrimonio, y la ida de Cingapacinga; cómo hicimos la fortaleza; y que ahora estamos de camino para ir la tierra adentro hasta vernos con el Montezuma. Cómo aquella tierra es muy grande y de muchas ciudades y muy pobladísima, y los naturales grandes guerreros; cómo entre ellos hay mucha diversidad de lenguas y tienen guerra unos con otros; cómo son idólatras y se sacrifican y, matan en sacrificios muchos hombres e niños y mujeres, y comen carne humana y usan otras torpedades; cómo el primer descubridor fue un Francisco Hernández de Córdoba, y luego cómo vino Juan de Grijalva. E que ahora al presente le servimos con el oro que hemos habido, que es el sol de oro y la luna de plata y un casco de oro en granos como se coge en las minas, y muchas diversidades y géneros de piezas de oro hechas de muchas maneras; mantas de algodón muy labradas de plumas, y primas; otras muchas piezas de oro, que fueron mosqueadores, rodelas y otras cosas que ya no se me acuerda, como ha ya tantos años que pasó; también enviamos cuatro indios que quitamos en Cempoal, que tenían a engordar en unas jaulas de madera para después de gordos sacrificarlos y comérselos. Y después de hecha esta relación e otras cosas, dimos cuenta y relación cómo quedábamos en estos sus reinos cuatrocientos y cincuenta soldados, a muy gran peligro entre tanta multitud del pueblo y gentes belicosos y muy grandes guerreros, para servir a Dios y a su real corona; y le suplicamos que en todo lo que se nos ofreciese nos haga mercedes. Y que no hiciese merced de la gobernación destas tierras ni de ningunos oficios reales a persona ninguna, porque son tales ricas y de grandes pueblos y ciudades, que conviene para un infante o gran señor; y tenemos pensamiento que, como don Juan Rodríguez de Fonseca, obispo de Burgos y arzobispo de Rosano, es su presidente y manda a todas las Indias, que lo dará a algún su deudo o amigo, especialmente a un Diego Velázquez que está por gobernador en la isla de Cuba; y la causa es, por qué se le dará la gobernación o otro cualquier cargo, que siempre le sirve con presentes de oro, y le ha dejado en la misma isla pueblos de indios que le sacan oro de las minas; de lo cual había primeramente de dar los mejores pueblos a su real corona, y no le dejó ninguno, que solamente por esto es digno de que no se le hagan mercedes; y que como en todo somos sus muy leales servidores, y hasta fenecer nuestras vidas le hemos de servir, se lo hacemos saber para que tenga noticia de todo; y que estamos determinados que, hasta que sea servido que nuestros procuradores que allá enviamos besen sus reales pies y vea nuestras cartas y nosotros veamos su real firma, que entonces, los pechos por tierra, para obedecer sus reales mandos; y que si el obispo de Burgos por su mandado nos envía a cualquiera persona a gobernar o ser capitán, que primero que le obedezcamos se lo haremos saber a su real persona a do quiera que estuviere, y lo que fuere servido de mandar, que le obedeceremos como mando de nuestro rey y señor, como somos obligados; y demás destas relaciones, le suplicamos que entre tanto que otra cosa sea servido mandar, que le hiciese merced de la gobernación a Hernando Cortés; y dimos tantos loores de él y que es tan gran servidor suyo, hasta ponerlo en las nubes. Y después de haber escrito todas estas relaciones con todo el mayor acato y humildad que pudimos y convenía, y cada capítulo por sí, y declaramos cada cosa cómo y cuándo y de qué arte pasaron, como carta para nuestro rey y señor, y no del arte que va aquí en esta relación; y la firmamos todos los capitanes y soldados que éramos de la parte de Cortés, e fueron dos cartas duplicadas; y nos rogó que se la mostrásemos, y como vio la relación tan verdadera y los grandes loores que dél dábamos, hubo mucho placer y dijo que nos lo tenía en merced, con grandes ofrecimientos que nos hizo; empero no quisiera que dijéramos en ella ni mentáramos del quinto del oro que le prometimos, ni que declaráramos quiénes fueron los primeros descubridores; porque, según entendimos, no hacía en su carta relación de Francisco Hernández de Córdoba ni del Grijalva, sino a él solo se atribuía el descubrimiento y la honra e honor de todo; y dijo que ahora al presente aquello estuviera mejor por escribir, y no dar relación dello a su majestad; y no faltó quien le dijo que a nuestro rey y señor no se le ha de dejar de decir todo lo que pasa. Pues ya escritas estas cartas y dadas a nuestros procuradores, les encomendamos mucho que por vía ninguna entrasen en la Habana ni fuesen a una estancia que tenía allí el Francisco de Montejo, que se decía el Marien, que era puerto para navíos, porque no alcanzase a saber el Diego Velázquez lo que pasaba; y no lo hicieron así, como adelante diré. Pues ya puesto todo a punto para se ir a embarcar, dijo misa el padre de la Merced, y encomendándoles al Espíritu Santo que les guiase, en 26 días del mes de julio de 1519 años partieron de San Juan de Ulúa a La Habana; y el Francisco de Montejo con grandes importunaciones convocó e atrajo al piloto Alaminos guiase a su estancia, diciendo que iba a tomar bastimento de puercos y cazabe, hasta que le hizo hacer lo que quiso. Fue a surgir a su estancia, porque el Puertocarrero iba muy malo, y no hizo cuenta de él; y la noche que allí llegaron, desde la nao echaron un marinero en tierra con cartas e avisos para el Diego Velázquez; y supimos que el Montejo le mandó que fuese con las cartas, y en posta fue el marinero por la isla de Cuba de pueblo en pueblo publicando todo lo aquí por mí dicho, hasta que el Diego Velázquez lo supo. Y lo que sobre ello hizo, adelante lo diré.