Capítulo LIV De cómo vino nueva falsa de venir gente de guerra contra los españoles, de cómo Pizarro, faltando a la palabra y al concierto que juró con Atabalipa, con gran crueldad y poca justicia, la hizo de él Habiéndose partido para España Hernando Pizarro, como en el capítulo pasado se contó; sucedió luego la muerte de Atabalipa, que fue la más mala hazaña que los españoles han hecho en todo este imperio de Indias, y por tal es vituperada y tenida por gran pecado. Fuéronle contrarios los principales; que bastaron permitiéndolo Dios a le quitar la vida y a que Pizarro se aventurase a dar tal sentencia. Rodeóse esta muerte, como lo contaré; la información que sobre ellos he hecho sin poner ni quitar nada. Atabalipa tenía muchas indias señoras principales naturales de las provincias naturales del reino por mujeres y mancebas, las más de ellas en extremo hermosas y algunas muy blancas y de gentiles cuerpos. Felipillo, lengua, traidor malvado, habíase enamorado de una de éstas tanto, que estaba perdido por la haber; en vida del señor no se hallaba él con valor para con riesgo, o amenaza, ni promesa gozar de ella; pero parecióle que si moría la pediría a Pizarro o la tomaría y quedaría con ella. Pues estando éste con este intento, y el real lleno de ladrones a quien llamamos anaconas, nombre de siervo perpetuo, tuvo con ellos sus pláticas, y otros indios naturales de los que entendía, como era lengua, que estaba mal con Atabalipa; para que echasen nueva echadiza que de todas partes venía gente de guerra juntada por mandado de Atabalipa; y que lo afirmasen aunque en presencia del mismo Atabalipa (293.1): se lo preguntase, porque él era la lengua y había de ser creído lo que él interpretase. Engañados con estos dichos y con promesas que Felipillo hacía, comenzó luego a rugirse entre los españoles, como contra ellos venía todo el poder del Cuzco y de Quito. Pizarro sintió esta nueva, temiendo no se viese en aprieto fue a hablar a Atabalipa, diciéndole que no cabía en razón hacer tan mal, como se decía lo hacía con los cristianos en procurar, con engaños y cautelas por falsos modos, que viniesen contra ellos gente de guerra a matarlos, habiéndole él hecho honra y tratado su persona como a gran señor que era. Atabalipa no se alteró: oía tales razones a Pizarro, respondiéndole pocas palabras, aunque muy graves y sentidas, diciendo que se espantaba venirle con tal embajada; que los incas nunca supieron mentir ni jamás dejaron de decir verdad, cuanto más que estando él en su poder, y por su preso, el temor de no ser muerto por ellos, les había a ellos de tenerlos seguros para no creer tal cosa; lo cual juró y afirmó por su palabra real ser mentira y gran falsedad inventada por alguno que le quería mal; y que desde que lo prendieron nunca procuró sino en dar orden como fuesen bien servidos y proveídos; y que supiesen que en todo el reino no se meneaba hombre ni se tomaba armas; y que no solamente los hombres cumplían lo que él mandaba, mas que las hojas de los árboles no se movían sin su consentimiento. Como esto dijo, Pizarro se partió de él, creyendo que decía en todo verdad. Dicen que un cierto indio hizo no sé qué por donde se fue, a la iglesia, y que Pizarro y Atabalipa lo mandaron sacar, de que recibió tanto enojo fray Vicente de Valverde, que en voz de algunos lo pudieron oír mirando contra la parte donde estaba Atabalipa, dijo: "¡Yo prometo que yo pueda poco o te haga quemar!". Palabras de soldado, y no de religioso. Las nuevas no dejaban de venir a Caxamalca de que venía gente de guerra contra ellos. Felipillo, como estaba en su mano, decía uno por otro a los cristianos y a los indios, adjetivando él a su voluntad. Afirmaba a Pizarro que sin falta decían verdad los indios, y que si él mataba a Atabalipa, luego cesaría todo. Con estas cosas andaban los cristianos turbados; y el preso Atabalipa hacía grandes exclamaciones de no ser tal verdad y que había sido engañado por ellos, pues después de los haber hecho ricos andaban buscándole la muerte. Los españoles (si no eran pocos), los demás no deseaban su muerte, antes procuraban su vida; mas en esto que oían, daban unos por voto que muriese; otros decían que lo enviasen a España al emperador. Teníase gran cuidado de su persona y del real. A Chalacuchima se mandó prender, poniéndole en parte que no le pudiese hablar. A todo esto, Felipillo andaba publicando que ya tenían los indios de guerra y estaban no muy lejos. Dicen, y todos lo afirman, que los oficiales del rey, de ellos, o todos, daban voces a Pizarro que matase a Atabalipa, luego sin más aguardar, porque así convenía a la pacificación de la tierra, y haciendo otra cosa, el rey sería deservido. Estando en esto llegó otra nueva falsa: como la gente de guerra no estaba de Caxamalca cuatro leguas. Con esta nueva hubo algunos votos para que muriese Atabalipa, creyendo que si le mataban, no pararía hombre con hombre, ni pararía lanza enhiesta. Otros decían con grandes voces que daban, que era mal hecho. Los oficiales, especialmente Riquelme, insistían que luego, sin más aguardar, se debería hacer de él justicia. El pobre de Atabalipa estaba turbado con aquello que le decían que andaba; sabía de sus indios como todo era mentira y no había junta hecha para venir de guerra; pesábale porque se hubiere ido Hernando Pizarro; temió que los españoles, después de le haber robado y engañado, le querían matar; quería asegurarles, mas no era creído, por ser su enemigo el traidor de Felipillo. El gobernador determinóse a le matar. Primero, se ordenó que saliese Hernando de Soto con algunos de a caballo camino del lugar donde se afirmaba que estaba la gente de guerra, para ver si era verdad; y, siéndolo, Atabalipa fuese muerto; y si no, fuese guardado sin recibir daño ni injuria. Partióse Soto, Lope Vélez y otros, con voluntad de ver lo cierto de aquella nueva y con gran deseo de que saliese mentira, para que Atabalipa no muriese. De algunos tengo entendido y sabido que Almagro fue parte para que Atabalipa muriese, aconsejando, como los otros, al gobernador que lo hiciese; y de otros, especialmente del beneficiado Morales, clérigo que se halló allí y enterró a Atabalipa, que no pasó tal, ni Almagro lo procuro; antes diz que habló a Pizarro, diciéndole: "¿Por qué queréis matar este indio?". Y que le respondió: "Eso decía; ¿queréis que vengan sobre nosotros y nos maten?". Y que Almagro dijo, llorando por Atabalipa, pesándole de su muerte: "¡Oh, quién no te hubiera conocido!". Pasando estas cosas, Felipillo daba de nuevo voces que venía la gente por muchas partes, y tanto alboroto hubo sobre esto, que sin aguardar que Soto volviese, se hizo proceso contra él. Los testigos eran indios; la lengua que los dexamimaba era Felipillo. ¡Ved la vida de Atabalipa cual andaba, no tuvo defensa ni él fue creído ni se hizo más de ver la información! La cual dice que se llevó a fray Vicente para que la viese y que dijo que era bastante para ajusticiarle y que así lo daría firmado de su nombre. Riquelme, con grande agonía, dicen, que no veía la hora que verlo muerto. El gobernador sentenció por el proceso que contra él se hizo, para que fuese quemado Atabalipa como supo la cruel sentencia; quejábase a Dios todopoderoso de la poca verdad que le guardaron los que le prendieron; no hallaba medio para escapar; si creyese que lo había por más oro; diérales otra casa y aun otras cuatro; decía muchas lástimas, que habían gran piedad, los que lo oían, de su juventud; hablaba que por qué le mataban habiéndoles dado tanto y no hécholes mal ninguno?; quejábase de Pizarro y con razón. Sacáronle de donde estaba a las siete de la noche, poco más o menos; lleváronlo donde se había de hacer la justicia, yendo con él fray Vicente y Juan de Porras, el capitán Saucedo, y otros algunos; iba diciendo por el camino, estas palabras formales: "¿Por qué me matan a mí?; ¿a mí por qué me matan?; ¿qué he hecho yo, mis hijos y mis mujeres?", y otras palabras de éstas; fray Vicente le iba amonestando se volviese cristiano y dejase su secta. Pidió el bautismo y el fraile se lo dio. Luego lo ahogaron, y por cumplir la sentencia, le quemaron con unas pajas algunos de los cabellos; que fue otro desatino. Dicen, algunos de los indios, que Atabalipa dijo antes que le matasen que le aguardasen en Quito, que allá le volverían a ver hecho culebra: dichos de ellos deben ser. Fue tan grande el sentimiento que las mujeres y sirvientas hacían, que parecían rasgar las nubes con alaridos. Quisieran muchas matarse y enterrarse con él en la sepultura, mas no se les permitió. La borla echaban en la sepultura. Morales, el clérigo, la sacó y llevó a España. Como las mujeres vieron que no se podían enterrar con su señor, se apartaban y se ahorcaban de sus mismos cabellos y con cordeles. Fue aviso a Pizarro, y si en ello no pusiera remedio, se ahorcaran y mataran las más de las mujeres. Enterró este clérigo dicho a Atabalipa, dándole eclesiástica sepultura, con la pompa que se pudo, llevando algunos sombreros, en señal de luto. Plega a Dios que si con corazón pidió el bautismo, le tenga en su gloria, que será otro deleite y riqueza que mandar al Perú, y a los que le mataron, tan malamente, ¡perdone!: que todos estos están allá. Y podríase, por Atabalipa, decir el refrán de "matarás y matarte han"; "y matarán a los que te mataren". Y así, los que tiene por culpantes, en su muerte, murieron muertes desastrosas: Pizarro, mataron a puñaladas; y Almagro, le dieron garrote; fray Vicente, mataron los indios en la Puná; Riquelme, murió súbitamente. Pero Sancho, que fue el escribano, le dieron en Chile muerte cruel de garrote y cordel.
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Capítulo LIV Que trata de cómo el general Pedro de Valdivia hizo justicia de ciertos principales e indios que sacó de aquel fuerte, y de cómo se volvió a la ciudad con su gente Cuando el general quiso salir del fuerte, dejó colgados algunos principales e indios, y lo mismo hizo fuera, para que los demás tuviesen voluntad de venir a servir y estar de paz, que les era más sano y aún más provechoso. Pues estando esta noche el general con sus compañeros con voluntad de ir a romper otro pucarán o fuerza, comenzó el tiempo a mudarse de cómo había hecho y cómo lo suele hacer en el invierno en todas partes, de suerte que cuando amaneció llovía y ventaba y nevaba tanto y con tan recio aire, que no podían sufrirlo. E le convino irse a la ciudad y no aguardar otra noche por no perecer todos. Pues viendo el general el tiempo metido en grave tormenta, y viendo que convenía poner en cobro tan buenos amigos y compañeros, dio orden a su gente que viniese sin parar hasta la ciudad, y que caminasen aquellas siete leguas que había sin reposar, porque no pereciesen de frío. Y mandó a su maestre de campo que trajese la avanguardia con seis de a caballo, no por los indios, sino por no perder una pieza de servicio. Hecho esto, se partió con todo el campo. Fue tan gran tormenta la que hizo aquel día y noche siguiente, que se contaron veinte y siete de mayo de mil y quinientos e cuarenta e dos, principio del invierno en esta gobernación. Decían los indios naturales que no se acordaban haber visto tiempo tan recio ni lo habían oído a sus pasados. Fue tanta el agua y viento tan recio, ya que cerca de la ciudad allegaban cuando quería anochecer, que no bastó el buen recaudo del general ni del maestre de campo, que en la oscuridad y furioso aire les arrebató un español, que nunca más se pudo hallar vivo ni muerto. Y si la ciudad estuviera dos leguas más, perecieran la mayor parte de los españoles. Y con ser tan breve el camino perecieron algunos indios. Viendo el general el temporal tan deshecho y en tormenta metido, se dio muy gran priesa con los que seguirle pudieron y entró en la ciudad con grave trabajo. Y como no traían vestidos, sino todos viejos, y con las armas no podían apearse de los caballos si no les ayudaran, allegados tan fríos y helados, que para tornarlos en sí no bastaba todo el refrigerio que en la ciudad había, por ser poco. Como el general allegó a la ciudad, mandó que saliesen de la gente que estaba en la ciudad en sus caballos, y que llevasen más caballos, y que no parasen hasta encontrar con la gente de a pie, y que los trajesen. Y mandó hacer luminarias para que atinasen a la ciudad porque hacía la noche muy oscura. Y con esta buena orden llegaron y no pereció ninguno, sino el que dicho habemos, que nunca se pudo hallar.
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Que trata de la muerte de Axayacatzin, sucesión de Tizotzicatzin, y los hijos que tuvieron Había cerca de catorce años que el valeroso rey Axayacatzin gobernaba, cuando llegó la muerte y le atajó los pasos, casi con el mismo achaque que falleció Nezahualcoyotzin, con gran sentimiento de todo el imperio, por haber sido uno de los príncipes más valerosos que hubo entre los mexicanos. Tuvo el segundo lugar después del gran Mutecuhzomatzin, primero de este nombre (como parece por las historias y cartas que tratan de la vida y hechos de estos príncipes) y así se le hicieron muy grandes exequias, y juntándose los dos reyes Chimalpopocatzin y Nezahualpiltzintli con los electores, fue de común consentimiento electo Tizotzicatzin, séptimo rey mexicano y compañero en el imperio de las tres cabezas, el cual era hermano del difunto, hijo de Tezozómoc y nieto de Motecuhzomatzin, porque no tuvo Motecuhzomatzin más de una hija legítima en quien tuvo Tezozómoc tres hijos que todos fueron reyes, uno en pos de otro, Axayacatzin, Tizotzicatzin (de quien tratamos) y Ahuitzotzin que le sucedió en el reino después de su muerte. Ticotzicatzin fue recibido y jurado con la solemnidad y ceremonia que sus antepasados; y en la dignidad y oficio del gobernador y capitán general del reino mexicano fue puesto su hermano Ahuitzotzin, y pasando a tratar de los hijos que tuvo el rey Axayacatzin, digo que Techotlalatzin, segundo señor de Iztapalapan, hito de Cuitlahuatzin, primero de este nombre, casó con Izelcoatzin, hija del rey Nezahualcoyotzin, en la cual tuvo a Tiyacapantzin, que fue señor de la casa de Xilomenco (de esta casa fue señora una de las mujeres y concubinas del rey Nezahualpiltzintli, madre del rey Cacama); el segundo hijo se llama Cuitlahuatzin, que vino a ser señor de Iztapalapan por muerte de su abuelo Techotlalatzin y después rey de México; el tercero fue Motecuhzoma, asimismo rey de México, en cuyo tiempo fue la venida de los españoles, y en otra señora que según común opinión era su mujer legítima la reina, tuvo otros hijos, que fueron Macuilmalinatzin (que había de suceder en el reino), Tlacahuepantzin, Atlixacaxochíchitl, Metzin, Matlazica, Mauhtzin y la que había de ser mujer legítima del rey Nezahualpiltzintli, que fue castigada por la traición y adulterio que cometió. También fueron hijos de Axayacatzin, Tezozómoc (padre de don Diego Huanitzin) Itztlicuecháhuac señor que fue de Tula, Matlatzincatl, Huehuecuiltzitzlin Zezepáctic y Teyolpáchoz. El rey Ticotzicatzin tuvo por hijos a Tezcalnopocatzin (padre que fue de don Diego Tehuezquititzin, que también fue señor de México) y a Yaotzin Amatquemetzin.
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De la isla de la Puna y de la Plata, y de la admirable raíz que llaman zarzaparrilla, tan provechosa para todas enfermedades La isla de la Puna, que está cerca del puerto de Tumbez, terná de contorno poco más de diez leguas. Fue antiguamente tenida en mucho, porque, demás de ser los moradores della muy grandes contratantes y tener en su isla abasto de las cosas pertenecientes para la humana sustentación, que era causa bastante para ser ricos, eran para entre sus comarcanos tenidos por valientes. Y así, en los siglos pasados tuvieron muy grandes guerras y contiendas con los naturales de Tumbez y con otras comarcas. Y por causas muy livianas se mataban unos a otros, robándose y tomándose las mujeres y hijos. El gran Topainga envió embajadores a los desta isla pidiéndoles que quisiesen ser sus amigos y confederados, y ellos, por la fama que tenían y porque habían oído dél grandes cosas, oyeron su embajada, mas no le sirvieron ni fueron enteramente sojuzgados hasta en tiempo de Guaynacapa, aunque otros dicen que antes fueron metidos debajo del señorío de los ingas por Inga Yupangue, y que se rebelaron. Como quiera que sea, pasó lo que he dicho de los capitanes que mataron, según es público. Son de medianos cuerpos, morenos, andan vestidos con ropas de algodón ellos y sus mujeres, y traen grandes vueltas de chaquira en algunas partes del cuerpo, y pónense otras piezas de oro para mostrarse galanos. Tiene esta isla grandes florestas y arboledas y es muy viciosa de frutas. Dase mucho maíz y yuca y otras raíces gustosas, y asimismo hay en ella muchas aves de todo genero, muchos papagayos y guacamayas, y gaticos pintados, y monos y zorras, leones y culebras, otros muchos animales. Cuando los señores se mueren son muy llorados por toda la gente della, así hombres como mujeres, y entiérranlos con gran veneración a su uso, poniendo en la sepultura cosas de las más ricas que él tiene y sus armas, y algunas de sus mujeres de las más hermosas, las cuales, como acostumbran en la mayor parte destas Indias, se meten vivas en las sepulturas para tener compañía a sus maridos. Lloran a los difuntos muchos días arreo, y tresquílanse las mujeres que en su casa quedan, y aun las más cercanas en parentesco, y pónense a tiempos tristes y hácenles sus obsequios. Eran dados a la religión y amigos de cometer algunos vicios. El demonio tenía sobre ellos el poder que sobre los pasados, y ellos con él sus pláticas, las cuales oían por los que estaban señalados para aquel efecto. Tuvieron sus templos en partes ocultas y escuras, a donde con pinturas horribles tenían las paredes esculpidas. Y delante de sus altares, donde se hacían los sacrificios, mataban algunos animales y algunas aves, y aun también mataban, a lo que se dice, indios esclavos o tomados en tiempo de la guerra en otras tierras, y ofrecían la sangre dellos a su maldito diablo. En otra isla pequeña que confina con ésta, la cual llaman de la Plata, tenían en tiempo de sus padres un templo o guaca, a donde también adoraban a sus dioses y hacían sacrificios, y en circuito del templo y junto al adoratorio tenían cantidad de oro y plata y otras cosas ricas de sus ropas de lana y joyas, las cuales en diversos tiempos habían allí ofrecido. También dicen que cometían algunos destos de la Puna el pecado nefando. En este tiempo, por la voluntad de Dios, no son tan malos; y si lo son, no públicamente ni hacen pecados al descubierto, porque hay en la isla clérigo, y tienen ya conocimiento de la ceguedad con que vivieron sus padres y cuán engañosa era su creencia, y cuánto se gana en creer nuestra santa fe católica y tener por Dios a Jesucristo, nuestro redentor. Y así, por su gran bondad, permitiéndolo su misericordia, muchos se han vuelto cristianos y cada día se vuelven más. Aquí nace una hierba, de que hay mucha en esta isla y en los términos desta ciudad de Guayaquil, la cual llaman zarzaparrilla, porque sale como zarza de su nacimiento; y echa por los pimpollos y más partes de sus ramos unas pequeñas hojas. Las raíces desta hierba son provechosas para muchas enfermedades, y más para el mal de bubas y dolores que causa a los hombres esta pestífera enfermedad; y así, a los que quieren sanar, con meterse en un aposento caliente y que esté abrigado, de manera que la frialdad o aire no dañe al enfermo, con solamente purgarse y comer viandas delicadas y de dieta y beber del agua destas raíces, las cuales cuecen lo que conviene para aquel efecto, y sacada el agua, que sale muy clara y no de mal sabor ni ninguno olor, dándola a beber al enfermo algunos días, sin le hacer otro beneficio, purga la maletía del cuerpo de tal manera, que en breve queda más sano que antes estaba, y el cuerpo más enjuto y sin señal ni cosa de las que suelen quedar con otras curas; antes queda en tanta perfección, que parece nunca estuvo malo, y así verdaderamente se han hecho grandes curas en este pueblo de Guayaquil en diversos tiempos. Y muchos que traían las asaduras dañadas y los cuerpos podridos, con solamente beber el agua destas raíces quedaban sanos y de mejor color que antes que estuviesen enfermos. Y otros que venían agravados de las bulbas y las traían metidas en el cuerpo y la boca de mal olor, bebiendo esta agua los días convenientes, también sanaban. En fin, muchos fueron hinchados y otros llagados y volvieron a sus casas sanos. Y tengo por cierto que es una de las mejores raíces o hierbas del mundo y la más provechosa, como se ve en muchos que han sanado con ella. En muchas partes de las Indias hay zarzaparrilla; pero hállase que no es tan buena ni tan perfeta como la que se cría en la isla de la Puna y en los términos de la ciudad de Guayaquil.
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CAPITULO LIV Prosigue la materia del antecedente de la fundación del Presidio de Santa Bárbara. En cuanto el Señor Gobernador se vio desocupado por lo resuelto de la suspensión de la Expedición del Colorado hasta el mes de septiembre, que hubo despachado al Río al Señor Fages, como queda dicho, salió de San Gabriel para dar mano a los Establecimientos de la Canal. Llegó a mediados de abril a la iniciada Misión de San Buenaventura, vio el sitio y lo mucho que se iba estableciendo con el mismo método espiritual y temporal que todas las demás, y no habló palabra, no obstante que tenía ideado e informado (como poco después se supo) que fuesen estas Misiones fundadas según el nuevo método del Río Colorado, aunque la variación de éxitos y efectos, según lo que había oído al Señor Fages, puede ser le abriese los ojos, y le hiciese mudar de idea e intención, pues no habló palabra, ni se quiso oponer al método que vio en la Misión de San Buenaventura. En breve habló de pasar adelante y dar mano a la fundación del Presidio de Santa Bárbara, y el V. P. Presidente trató lo mismo. Dejó de Ministro interino de San Buenaventura al P. Cambón mientras llegaban los Barcos, y con ellos seis Misioneros que se esperaban. Y el Señor Gobernador para la Escolta de la Misión principiada dejó un Sargento, y catorce Soldados, que hasta la presente no se había fundado con tanta Escolta Misión alguna, y en breve se le añadieron otros diez al regreso del Señor Fages, ínterin llegaba el mes de septiembre para la Expedición del Colorado. Toda la demás Tropa siguió para la Fundación del Presidio con los dos Oficiales Teniente y Alférez, y el Señor Gobernador con los diez Soldados de Monterrey. Fue también siguiendo la Expedición el V. P. Presidente. Caminaron por la Costa o Playa de la Canal, mirando las Islas que la forman, y habiendo andado como nueve leguas de la Misión de San Buenaventura, que se juzgó como a la medianía de la Canal, mandó el Gobernador parar la Tropa, y con el R. P. Presidente y algunos Soldados se hizo el registro de aquellas cercanías, y hallaron sitio muy al propósito para la ubicación del Presidio a la vista de la Playa, que allí forma una Ensenada, en la que podrían dar fondo los Barcos, en cuya Playa tiene una grande Ranchería de Gentiles. Mandó el Señor Gobernador parar el Real en dicho sitio apto, y se puso mano a hacer una Cruz grande, y una Barraca para primer Capilla, y la mesa para el Altar. Bendijo el V. P. Presidente el terreno, y la Santa Cruz, que adorada, y enarbolada, dijo la primera Misa, que oyó el Señor Gobernador con los oficiales y toda la Tropa, y en ella hizo S. R. una fervorosa Plática, y se concluyó la función tomando posesión del sitio sin la menor contradicción de los naturales de él. El día siguiente empezaron el corte de madera para las fábricas de Capilla, casas para el Padre, Oficiales, Cuartel, Almacenes, casas para las familias particulares de los Soldados casados, y Estacada. Mantúvose el V. P. Presidente en dicho Presidio una temporada hasta que le dijo el Señor Gobernador que no empezaría a fundar la Misión hasta quedar concluido el Presidio: oyendo esto S. R. dijo: pues Señor: Yo aquí no hago falta, no pasando a fundar la Misión, y así determino pasar a Monterrey, porque ya no pueden tardar mucho los Barcos, desde allí enviaré a los Padres, y entretanto, para que aquí no se quede tanta gente sin Misa y quien les administre, llamaré a uno de los Misioneros de San Juan Capistrano: así lo practicó, dejando primero confirmados a todos los de la Tropa que no habían recibido este Santo Sacramento. Salió del Presidio de Santa Bárbara para Monterrey lleno de gozo por ver ya fundada la Misión de San Buenaventura, que tantos años había anhelado: visitó de paso las dos Misiones de San Luis y San Antonio, y en ambas hizo confirmaciones, confirmando a los que se habían bautizado desde marzo, que había hecho en ellas Confirmaciones, y se retiró para su Misión de San Carlos a mediados del mes de junio. Llegó a buen tiempo, pues aquel mismo día poco antes de llegar a Monterrey se encontró con el Correo, que traía los Pliegos y Cartas de México venidos por los Barcos, que habían dado fondo en este Puerto el 2 de junio de dicho año de 83; y aunque la noticia de la llegada de los Barcos alegró a S. R.; pero diciéndole no venían Padres, lo entristeció, como diré en el Capítulo siguiente.
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Capítulo LIV Cómo otro día pelearon Quisquis y Chalco Chima con Huascar Ynga y le vencieron y prendieron Cuando el famoso y celebrado cartaginés Aníbal, que fue espanto y terror de la monarquía romana, venció la última batalla de las que más daño hicieron a los romanos con tan lamentable y nunca vista destrucción, le dijo un capitán suyo: sigue Aníbal la victoria, que al quinto día serás vencedor, y él, ciego con la buena fortuna sucedida, y también la buena fortuna de los romanos no quería su total miseria y acabamiento, le respondió: déjalos que lleven las nuevas de la victoria a Roma; a lo cual replicó el capitán: Ah cómo los dioses no pusieron todas las gracias en uno, que ha sabido vencer pero no gozar el fruto de la victoria. Esto mismo se puede decir ahora por Huascar Ynga, que aunque supo vencer con infinita mortandad del ejército de Atao Hualpa, su hermano, no supo seguir la victoria y dejó la buena ocasión que asida tenía por los cabellos, que fue la causa principal de la pérdida de su libertad y reinos y señoríos, de su muerte, de la de sus mujeres, hijos y hermanos y parientes y de todos los que bien le querían, que todos pasaron por el rigor del cuchillo del vencedor, y, finalmente, dijo bien el que dijo que las faltas y descuidos que en la guerra se cometían no llevaban enmienda, como por vista de ojos se ve hoy. Huascar, pues, alcanzada tan señalada victoria, muy ufano y contento que le sucedió tan a medida de su deseo, viendo que los enemigos se retiraban de la otra parte del río de Cotabamba, y su gente con el tesón de la pelea, que todo el día había durado, cansada, no la quiso fatigar más en seguir al alcance. Así mandó hacer alto a los soldados y para otro día, con nuevo esfuerzo y ánimo, tornar a embestir a los enemigos y acabarlos de destruir. También por su mandado habían ido con Huanca Auqui y los demás capitanes a tomar las espaldas a Quisquis, para embestirle por todas partes, que con esto le pareció a Huascar Ynga que con toda la facilidad del mundo concluiría y asolaría a sus contrarios, y ninguno dellos se le escaparía sin ser muerto o preso, que era lo que más deseaba, para ejecutar su saña y apetito de venganza en ellos. Quisquis y Chalco Chima, cuando se retiraron de la otra parte del río, quisieron, viendo la destrucción y menoscabo tan grande que había en su ejército, que con mucho número no llegaba al de Huascar, retraerse poco a poco hacia Quito, pues, al fin, tan mal les había sucedido. Pero visto por ellos que Huascar ni su gente no los seguían, alentáronse con ello y cobraron esperanzas de mejorar su partido, y más cuando vieron que la noche los dejaron donde estaban retirados sosegar. Como hombres que en semejantes casos estaban industriados y expertos en la guerra, acordaron que otro día antes que el sol se manifestase, estuviese todo el ejército a pique y diesen sobre todo el ejército de Huascar Ynga, que con el regocijo de la victoria estaría descuidado, y que todos, pues no los iba menos que la vida en ello, peleasen valientemente, porque, sin duda, estos dos capitanes alcanzaron la verdad de lo que había sucedido, que estarían todos en fiestas y bailes descuidados, no entendiendo que en ellos habría quedado brío para acometerles. Otro día antes que amaneciese, puestos en buena ordenanza y con presteza maravillosa, conociendo que en ella estaba todo el toque de la batalla, bajaron a pasar el río presentando la batalla a los de Huascar, que estaban holgándose muy descuidados de tan repentino acometimiento. Visto todo por Huascar y sus capitanes, a la mayor prisa que pudieron se comenzaron a ordenar, y pasaron el río a toparse con sus enemigos que ya bajaban, y llegaron a una media ladera llamada Chinta Capa, y allí se juntaron los escuadrones y empezaron con gran denuedo su batalla. Y Huascar Ynga iba armado ricamente de sus armas de oro y plata, que resplandecían bizarramente, y le llevaban en sus andas, que iba animando a sus soldados. Fue la batalla muy reñida y porfiada, y murieron tantos de la una parte y otra, que había montones infinitos en el lugar de la batalla, y a la hora de vísperas, como la fortuna, que hasta allí había favorecido a Huascar, le quisieron mostrar su poca firmeza y estabilidad, y los ardides de Chalco Chima eran tantos en la guerra, diose tan gentil maña, que desbarató el ejército de Huascar, aunque era doblado que ellos, prendiendo a Huascar Ynga, que había peleado valerosamente y hecho oficio de valiente capitán, y con él fue preso su hermano Tito Atauchi y Topa Atao, y otros muchos parientes y capitanes suyos. Esta prisión de Huascar Ynga la refieren algunos indios antiguos desta manera: dicen que habiendo peleado con gran valor todo el día él y sus soldados, que a la hora de vísperas, llevando lo mejor de la batalla, para animar mejor a su gente se puso en la delantera en sus andas, y como Chalco Chima le viese y conociese que su gente declinaba a vencimiento, pareciéndole que el toque de repararse era prender o matar a Huascar, juntó muchos soldados valientes y con ellos aremetió adonde estaba Huascar en sus andas. Y con unos instrumentos con que enlazan los venados, que tienen unas pelotas de plomo, tiraron a gran priesa a los que llevaban las andas, y arremetiendo entonces Chalco Chilma con otros indios, le prendió. Visto por los orejones y demás gente el desbarate y prisión de Huascar Ynga, su señor, desbaratáronse por diversas partes y pusieron el remedio en la huida, y así, vencidos, huyendo llegaron al Cuzo, donde dieron las tristes nuevas a Rahua Ocllo, Madre de Huascar, y a su mujer, Chuaui Huipa, y a la estatua del Sol, las cuales oídas en el Cuzco todo fue confusión y alboroto, y se empezó el más lastimoso y terrible llanto que hasta allí se hubiese hecho en muerte de ningún inga, cuyos alaridos y voces penetraban los cielos. Preso Huascar Ynga, llegó a noticia de los ejércitos que habían ido a tomar las espaldas a sus enemigos. Sabido esto, como gente sin consejo, en lugar de rehacerse y con presteza ir sobre Quisquis y Chalco Chima, que según la gente habían perdido en las batallas pasadas y en la última, estaban faltísimos della, a los cuales pudieran fácilmente vencer, en especial estando ocupados con el regocijo y descuido de la victoria, todos se desbarataron, y cada nación de por sí dividida se encaminó hacia su tierra, pareciéndoles que ya no había que esperar en la fortuna de Huascar Ynga, pues tan al descubierto se mostraba en favor de Atao Hualpa y sus capitanes. Quisquis y Chalco Chima, alegres, con la nunca pensada victoria, recogieron con sus soldados los despojos de los vencidos, que fueron riquísimos, y poniendo a buen recaudo a Huascar y sus hermanos y los demás presos, partieron con todo el ejército al Cuzco, haciendo en el camino innumerables crueldades en los vencidos. Llegados a Quiuipay, que es media legua del Cuzco, asentaron su real, y algunos soldados de Quisquis se adelantaron, hasta llegar a dar una vista al Cuzco en lo alto de Yauira, y allí oyeron el llanto y gritos que en el Cuzco había entre las mujeres de Huascar y demás prisioneros, y todo el común pensando ser muerto Huascar y sus hermanos. Oído esto por Chalco Chima, envió un mensajero a Rahua Ocllo, madre de Huascar, y a su mujer y a los demás principales, diciendo que se juntasen todos y que no tuviesen miedo, pues ellos no tenían culpa de aquellas guerras que habían sido causadas por disensiones de los dos hermanos, y que no merecían ninguna pena ni daño, y que así se sosegasen y cesase el llanto, porque Huascar Inga, su señor, estaba bueno y sano y los demás presos. Desque los tuvo algo quietos, envió otro mensajero para sólo los orejones, diciéndoles que todos, sin faltar ninguno, saliesen del Cuzco y viniesen luego a dar la obediencia a la figura de Atao Hualpa Ynga, su señor, que consigo traía y le reconociesen por Ynga y rey, adorando su figura, a la cual llamaban Ticci Capac, que quiere decir señor de los fines del universo, y que con esto escusarían los daños y destrucción que sobre ellos y la ciudad podría venir, siendo rebeldes a lo que se les mandaba, pues no tenían defensa ni serían bastantes a defenderse.
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Cómo el Almirante dejó bien dispuestas las cosas de la isla y salió a descubrir la de Cuba, creyendo que era tierra firme Habiendo el Almirante resuelto ir a descubrir tierra firme, instituyó un Consejo que quedaría en su lugar para gobierno de la isla, las personales del cual fueron: don Diego Colón, su hermano, con título de Presidente; el padre fray Boil y Pedro Hernández Coronel, Regentes; Alonso Sánchez de Carvajal, Regidor de Baeza, y Juan de Luján, caballero de Madrid, criado del Rey Católico. A fin de que, para mantenimiento de la gente no faltase harina, procuró con mucha diligencia la fábrica de los molinos, aunque las lluvias y la crecida de los ríos fuesen muy contrarias a esto; de cuyas lluvias dice el Almirante proceder la humedad, y de consiguiente la fertilidad de aquella isla, la cual es tan grande y maravillosa que comieron fruta de los árboles en Noviembre, en cuyo tiempo volvían a producirla, de lo cual deduce que dan dos veces fruto al año. Las hierbas y las semillas fructifican y florecen de contiuo. También en todo tiempo hallaban en los árboles nidos de pájaros con huevos y pajarillos. Así como la fertilidad de todas las cosas era grande, se tenían también todos los días nuevas de la gran riqueza de aquel país, porque a diario venía alguno de los que el Almirante había mandado a diversas partes, y traía noticias de minas que se habían descubierto, sin contar con la relación que él tenía de los indios de la gran cantidad de oro que se descubría en varios lugares de la isla. Pero el Almirante, no contentándose con todo esto, acordó volver a descubrir por la costa de Cuba, de la que no tenía certeza si era isla o tierra firme. Tomando consigo tres navíos, el jueves, a 24 días de Abril, desplegó al viento las velas, y aquel día fue a dar fondo en Monte Cristo, al Poniente de la Isabela. El viernes fue al puerto de Cuacanagarí, creyendo encontrarle allí; pero éste, apenas había visto los navíos, huyó de miedo, aunque sus vasallos, fingiendo, afirmaban que muy pronto volvería. Pero el Almirante, no queriendo detenerse sin gran motivo, salió el sábado, 25 de Abril, y fue a la isla de la Tortuga, que está seis leguas más al Occidente. Pasó la noche cerca de aquella, con las velas desplegadas, con gran calma y con la mar picada, que volvía de las corrientes. Después, al día siguiente, con Noroeste y las corrientes al Oeste, fue obligado a tornar hacia el Este y surgir en el río Guadalquivir, que está en la misma isla, para esperar un viento que venciese las corrientes; las cuales entonces, y el año pasado en su primer viaje, había encontrado muy recias, en aquellas partes hacia Oriente. De allí, el martes, a 29 del mes, con buen tiempo llegó al puerto de San Nicolás, y desde este lugar fue a la isla de Cuba, la que comenzó a costear por la parte del mediodía; y habiendo navegado una legua más allá del Cabo Fuerte, entró en una gran bahía que llamó Puerto Grande, cuya entrada era profundísima, y la boca de ciento cincuenta pasos. Allí echó las áncoras y tomó algún bastimento de peces asados, y hutias, de las que los indios tenían gran abundancia. Al día siguiente, que fue primero de Mayo, salió de allí navegando a lo largo de la costa, en la que halló comodísimos puertos bellísimos ríos y montañas muy altas; en el mar, desde que dejó la isla de la Tortuga, encontró mucha de aquella hierba que había hallado en el Océano, yendo y al venir a España. Como pasaba cerca de tierra, mucha gente de aquella isla iba en canoas a los navíos, creyendo que los nuestros eran hombres bajados del cielo, llevándoles de su pan, agua y peces, y dándoles todo alegremente, sin demandar cosa alguna. Pero el Almirante, para enviarlos más contentos, ordenó que todo les fuese pagado, dándoles cuentas de vidrio, cascabeles, campanillas y otras cosas parecidas.
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Cómo Tupac Inca tornó a salir del Cuzco y de la recia guerra que tuvo con los del Guarco y cómo, después de los haber vencidos, dio la vuelta al Cuzco. La provincia de Chincha fue en lo pasado gran cosa en este reino del Perú y muy poblada de gente, tanto que antes deste tiempo habían con sus capitanes salido y allegado al Collao, donde, con grandes despojos que hobieron, dieron la vuelta a su provincia, donde estuvieron y fueron siempre estimados de los comarcanos y temidos. El Inca padre de Tupac Inca se dice que envió desde los Soras un capitán con gentes de guerra, llamado Capac Inca, a que procurase atraer a los de Chincha al señorío suyo; mas, aunque fue y lo procuró, fue poca parte porque se pusieron en arma y de tal manera se querían defender quel orejón, lo mejor que pudo, se volvió; y estuvieron sin ver capitán del Inca ninguno hasta que Tupac Inca los sojuzgó, a lo quellos mesmos cuentan; porque yo no sé en esto más de lo que ellos mismos cuentan. Volviendo al propósito, como Tupac Inca hobiese llegado al Cuzco, como se ha escrito, después de se haber holgado y dádose a sus pasatiempos los días que le pareció, mandó de nuevo hacer llamamiento de gente, con intención de acabar de señorear los indios de Los Llanos. Su mandado se cumplió y prestamente parecieron en el Cuzco los capitanes de las provincias con la gente de guerra que habían de traer y, después de puesto en orden lo de la ciudad y lo que más el rey había de proveer, salió del Cuzco y abajó a Los Llanos Por el camino de Guaytara. Y, sabiendo de su ida, muchos le aguardaban con intención de le tomar por Señor y muchos con voluntad de le dar guerra y procurar de conservarse en la libertad que tenían. En los valles de los Nazcas habían copia de gente y apercibidos de guerra. Llegado Tupac Inca, hobo embajadas y pláticas entre unos y otros y, aunque hubo algunas porfías y guerrilla, se contentaron con lo que el Inca dellos quiso por cimiento: que se hiciesen casas fuertes y que hobiese mitimaes y pagar lo que de tributo les pusieron. Y de aquí fue el Inca al valle de Ica, a donde halló resistencia más que en lo de la Nazca; mas, su prudencia bastó a hacer, sin guerra, de los enemigos amigos y se allanaron como los pasados. En Chincha estaban aguardando si el Inca iba a su valle, puestos más de treinta mill hombres a punto de guerra, y esperaban favores de los vecinos. Tupac Inca, como lo supo, les envió mensajeros con grandes presentes para los señores y para los capitanes y principales, diciendo a los embajadores que de su parte les hiciesen grandes ofrecimientos y quél no quería guerra con ellos, sino paz y hermandad y otras cosas desta suerte. Los de Chincha oyeron lo que el Inca decía y recibiéronle sus presentes y fueron para él algunos principales con lo que había en el valle y hablaron con él y trataron el amistad, de tal manera que se asentó la paz y los de Chincha dejaron las armas y recibieron a Tupac Inca, que luego movió para Chincha. Esto cuentan los mesmos indios de Chincha y los orejones del Cuzco; otros indios de otras provincias he oido que lo cuentan de otra manera, porque dicen que hobo grande guerra; mas yo creo que sin ella quedó por Señor de Chincha. Llegado el Inca a aquel valle, como tan grande y hermoso lo vio se alegró mucho. Loaba las costumbres de los naturales y con palabras amorosas les rogaba que tomasen de las del Cuzco las que viesen que les cuadraban, y ellos le contentaron y obedecieron en todo; y, dado asiento en lo que se había de hacer, partió para Ica, de donde fue a lo que llaman del Guarco, porque supo questaban aguardándole de guerra; y así era la verdad, porque los naturales de aquellos valles, teniendo en poco a sus vecinos porque así se habían amilanado y, sin ver por qué dado la posesión de sus tierras a rey estraño, y con mucho ánimo se juntaron, habiendo hecho casas fuertes y pucaraes en la parte perteneciente para ello, cerca de la mar, en donde pusieron sus mujeres y hijos. Y andando el Inca con su gente en orden, allegó a donde estaban sus enemigos y les envió sus embajadas con grandes partidos y algunas veces con amenazas y fieros; mas no quisieron pasar por la ley de sus comarcanos, que era reconoscer a extranjeros, y entre unos y otros, al uso destas partes, se trabó la guerra y pasaron grandes cosas entre ellos. Y como viniese el verano y hiciesen grandes calores, adolesció la gente del Inca, que fue causa que le convino retirar; y así, con la más cordura que pudo, lo hizo; y los del Guarco salieron por su valle y cogieron sus mantenimientos y comidas y tornaron a sembrar los campos y hacían armas y aparejábanse para, si del Cuzco viniesen contra ellos, que los hallasen apercibidos. Tupac Inca revolvió sobre el Cuzco; y como los hombres sean de tan poca constancia, como vieron que los del Guarco se quedaron con lo que intentaron, comenzó a haber novedades entre algunos dellos, y se rebelaron algunos y apartaron del servicio del Inca. --Estos eran naturales de los valles de la mesma costa.-- Todo fue a oído del rey y lo que quedaba de aquel verano entendió en hacer llamamiento de gente y en mandar salir orejones para que fuesen por todas partes del reino a visitar las provincias y determinó de ganar el señorío del Guarco, aunque sobre ello se le recreciese notorio daño. Y como viniese el otoño y fuese pasado el calor del estío, con la más gente que pudo juntar abajó a Los Llanos y envió sus embajadores a los valles dellos, afeándolos su poca firmeza en presumir de se levantar contra él y amonestóles que estuviesen firmes en su amistad; donde no, certificóles que la guerra les haría cruel. Y como llegase al principio del valle del Guarco, en las faldas de una sierra, mandó a sus gentes fundar una ciudad a la cual puso por nombre Cuzco, como a su principal asiento, y las calles y collados y plazas tuvieron el nombre que las verdaderas. Dijo que, hasta quel Guarco fuese ganado y los naturales sujetos suyos, había de permanecer la nueva población y que en ella siempre había de haber gente de guarnición; y luego que se hobo hecho lo que en aquello se ordenó, movió con su gente a donde estaban los enemigos y los cercó, y tan firmes estuvieron en su propósito que jamás querían venir a partido ninguno y tuvieron su guerra, que fue tan larga que dicen que duró tres años, los veranos de los cuales el Inca se iba al Cuzco, dejando gentes de guarnición en el nuevo Cuzco que había hecho, para que siempre estuviese contra los enemigos. Y así, los unos por ser señores, los otros por no ser siervos, procuraban de salir con su intención; pero al fin, al cabo de los tres años, los del Guarco fueron enflaqueciendo y el Inca, que lo conoció, les envió de nuevo embajadores que les dijiesen que fuesen todos amigos y compañeros, quel no quería sino casar sus hijos con sus hijas y, por el consiguiente, sustener en todo confederación con gran igualdad; y otras cosas dichas con engaño, paresciéndole a Tupac Inca que merescían grand pena por haberle dado tanto trabajo; y los del Guarco, paresciéndoles que ya no podrían sustenerse muchos días y que con las condiciones hechas por el Inca sería mejor gozar de tranquilidad y sosiego, concedieron en lo que el rey Inca quería; que no debieran, porque dejando el fuerte fueron los más principales a le hacer reverencia y, sin más pensar, mandó a sus gentes que los matasen a todos y ellos con gran crueldad lo pusieron por obra y mataron a todos los principales y hombres más honrados dellos que allí estaban, y en los que no lo eran también se ejecutó la sentencia; y mataron tantos como hoy día lo cuentan los descendientes dellos y los grandes montones de huesos que hay son testigos; y creemos que lo que sobre esto se cuenta es lo que véis escripto. Hecho esto, mandó hacer el rey Inca una agraciada fortaleza tal y de tal manera que yo conté en la Primera parte. Asentado el valle y puestos mitimaes y gobernador, habiendo oído las embajadas que le vinieron de los Yuncas y de muchos serranos, mandó ruinar el nuevo Cuzco que se había hecho y con toda su gente dio la vuelta para la ciudad del Cuzco, donde fue recibido con gran alegría y se hicieron grandes sacrificios con alabanza suya en el templo y oráculos, y por el consiguiente se alegró el pueblo con fiestas y borracheras y taquis solenes.
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Dase razón de lo que pasó con los indios de una isla El otro día se llegó cerca de la isla que dije está al Poniente de la de San Marcos, y por toda ella vimos levantarse muchos humos, y a la noche muchos fuegos. Es en el medio un poco alta y parejamente va extendiendo sus faldas por todas partes hasta la mar: su forma casi redonda maciza, con sólo a la parte del Sur una mediana quebrada: es tierra de muchas palmas, platanares, grandes verduras, muy buenas aguas y muy poblada; bojea al parecer cincuenta leguas, aunque hubo quien la juzgó por de ciento y tener doscientos mil indios: su altura catorce grados y medio. Diósele por nombre, por su mucha belleza, Isla de la Virgen María. Salieron a la almiranta cuatro piraguas con indios sin armas que convidaron por señas con sus puertos; y viendo que los nuestros no quisieron, les dieron cocos y otras frutas, y recibido un buen retorno se volvieron a su isla. Pareciendo al capitán buena la disposición de esta isla, envió gente en la zabra y barca a reconocer la costa y a buscar puerto en ella, y por caudillo a un Pedro López de Sojo. Hallaron de la parte del Sur y Sueste fondo limpio de veinte brazas a menos, a donde bien se podía surgir si fueran conocidos los tiempos. Vieron en la isla mucho número de gente que salían a ver y llamar, y seguían a los nuestros sin pasar de ciertos términos, y por esto se entendió ser particiones de tierras y gentes mal avenidas, entre los cuales había dos blancos y zarcos. Estando, pues, con espacio mirando los unos a los otros y hablándose por señas, por unas peñas abajo vino desgalgando un hombre de buen cuerpo, su color mulato claro, los cabellos de barbas y de cabeza bermejos, crespos, algo crecidos: era robusto, doblado y brioso, y de un brinco se entró dentro en la barca, y según los ademanes que hizo y el modo de hablar debía de preguntar:--¿Dónde venís?, ¿quién sois?, ¿qué buscáis? o ¿qué queréis? Y como si fuera así, dijo un nuestro: --Venimos de oriente, somos cristianos, a vos buscamos, y queremos que lo seáis. Mostróse en todo tan osado que los nuestros entendieron que los quiso hacer creer ser para él todos pocos. Salió presto de este engaño, pues fue preso y traído a la nao, a donde entró tan sin miedo que nos hizo confesar no era hombre cobarde. Abrazólo el capitán, y por señas le preguntó por tierras, de que dio, a buen juzgar, grandes noticias. Apuntaba hacia partes del horizonte, y contaba por los dedos muchas veces, y remataba con decir: --Martín Cortal. Mucho se gustó de oírle y de cuán vivo era, de cuánto se esforzaba, de cuán placentero estaba cercado de nuestra gente, haciendo buen rostro a todos, y aun a los que le importunaban con deseos de saber cosas. Ya había anochecido cuando llegó la zabra, y dijo el piloto della al capitán que trayendo preso a un indio en la cadena de su escutilla, la rompió y llevando parte della y el candado en un pie se arrojó a la mar. Mucha pena recibió el capitán temiendo no se ahogase, y por asegurar al otro hizo darle de cenar y ponerle en el cepo con cama a donde durmiese. Ordenó al punto que las naos fuesen a buscar al que huyó. Yendo, pues, en su demanda, como a las diez de la noche un hombre que de guarda estaba oyó en la mar una voz. Fuese al tino hacia la parte de donde el indio venía de cansado peleando con la muerte. A las voces del nadador iba respondiendo el preso con tan dolorosa tonada, que a todos nos daba lástima ver al uno y oír al otro, que llegado fue metido dentro de la nao con alegría suya y nuestra, y aun espanto de que con tanto peso en un pie se sustentase cuatro horas. Al momento le fue quitado el candado y la cadena, y le fue dado de cenar con vino para beber, y arropado, fue entrado en el cepo, porque no hiciese otro tanto, a donde los dos estuvieron todo el resto de la noche confusos y tristes habla do; y cuando amaneció, el capitán, fingiendo que reñía todos por los tener en el cepo, los sacó dél y hizo que el barbero con navaja les quitase las barbas y los cabellos dejando a un lado de las cabezas un montón como lo usan traer, y con tijeras cortar las uñas de pies y manos de cuya facilidad se admiraron. Vistiólos de tafetán de colores: dioles sombreros con plumajes de oropel y chaquiras, cuchillos y otras cosas, y un espejo en que se fueron mirando con cuidado y a buen sabor. Hecho esto, el capitán hizo luego se aprestase la barca. Dijo a Sojo que los llevase a tierra, y pasase adelante costeando hasta un cabo de isla, y mirase lo que de allí parecía. Iban los indios ya con el temor perdido cantando su buena y no esperada suerte: llegada la barca a la playa de su tierra, les dijeron que saltasen, y según se pudo entender no lo creían. Al fin saltaron a donde estaban muchos indios, y una india con una niña en los brazos, que por recibirle los dos con grande amor, pareció ser esta india mujer del indio primero; y que éste era señor, pues todos le respetaban y obedecían sus mandatos. Mostráronse unos y otros satisfechos, y con alegre mormullo se dieron muchos abrazos. El cacique, apuntando con el dedo, parece que les decía ser buena gente la nuestra: llegaron muchos a donde estaba la barca, y dellos a tanta la confianza, que pidiéndole un nuestro a la india su criatura, la dio luego; y viendo que pasándola de mano en mano la vieron y abrazaron, quedaron todos muy pagados. Al fin efectos de buenos y entendidos intentos. El nadador fue corriendo y vino luego con un puerco a los hombros que ofreció a los nuestros: el cacique dio otro que allí había y un racimo de unos plátanos extraños, por ser su forma de berengenas medianas sin punta, su médula naranjada, olorosa tierna y dulce. Los otros indios a porfía dieron cocos, cañas dulces y otra fruta, y unos cañucos con agua de más y menos de cuatro palmos de largo, uno de grueso. Apuntando a las naos pareció decían fuesen allí a surgir para darles de cuanto tenía su isla: los nuestros se despidieron y pasaron hasta llegar a la punta, o cabo donde vieron la contracosta de esta isla ir corriendo como al Norte, y más la otra isla de Belén a distancia de cuatro leguas al Noroeste; y contentos de sus vistas se volvieron a las naos, trayendo flechado en un carrillo al guardián de la almiranta, que ciertos indios con envidia de la amistad de los otros, o con rabia, porque llamando a los nuestros no quisieron pararse a hablar con ellos, tiraron flechas y llevaron la respuesta de mosquetes. Sanó esta herida presto, y por esto se entendió no ser yerbadas las flechas, y más daño hicieran si el indio nadador no viniera delante corriendo, dando gritos y haciendo señas que hiciesen la barca a fuera. ¡Grande prueba de gratitud!
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Cómo el gobernador envió a los xarayes Desde a ocho días que Antón Correa y Héctor de Acuña, con los indios que llevaban por guías, hobieron partido, como dicho es, para la tierra y pueblos de los indios xarayes a les hablar de parte del gobernado vinieron al puerto a le dar aviso de lo que habían hecho, sabido y en tendido de la tierra y naturales y del principal de los indios, y visto por vista de ojos; y trujeron consigo un indio que el principal de los xarayes enviaba por que fuese guía del descubrimiento de la tierra; y Antón Correa y Héctor de Acuña dijeron que el propio día que partieron del puerto de los Reyes con los guías habían llegado a unos pueblos de unos indios que se llaman artaneses, que es una gente crescida de cuerpos y andan desnudas, en cueros; son labradores siembran poco a causa que alcanzan poca tierra que sea buena para sembrar, porque la mayor parte es anegadizos arenales muy secos; son pobres, y mantiénense la mayor parte del año de pesquerías de las lagunas que tienen junto de sus pueblos; las mujeres de estos indios son muy feas de rostros, porque se los labran y hacen muchas rayas con sus púas de rayas que para aquello tienen, y traen cubiertas sus vergüenzas; estos indios son muy feos de rostros porque se horadan el labio bajo y en él se ponen una cáscara de una fruta de unos árboles; que es tamaña y tan redonda como un gran tortero, y ésta les apesga hace alargar el labio tanto, que paresce una cosa muy fea, y que los indios artaneses los habían recebido muy bien en sus casas y dado de comer de lo que tenían; y otro día había salido con ellos un indio de la generación a les guiar, y habían sacado agua para beber en el camino en calabazos, y que todo el día habían caminado por ciénagas con grandísimo trabajo, en tal manera, que en poniendo el pie zahondaban hasta la rodilla, y luego metían el otro y con mucha premia los sacaban; y estaba el cieno tan caliente, y hervía con la fuerza del sol tanto, que les abrasaba las piernas y les hacía llagas en ellas, de que pasaban mucho dolor; y allende de esto, tuvieron por cierto de morir el dicho día de ser, porque el agua que los indios llevaban en calabazos no les bastó para la mitad de la jornada del día, y aquella noche durmieron en el campo entre aquellas ciénagas con mucho trabajo y sed y cansancio y hambre. Otro día siguiente, a las ocho de la mañana, llegaron a una laguna pequeña de agua, donde bebieron el agua de ella, que era muy sucia, y hincheron los calabazos que los indios llevaban, y todo el día caminaron por anegadizos, como el día antes habían hecho, salvo que habían hallado en algunas partes agua de lagunas, donde se refrescaron, y un árbol que hacía una poca de sombra, donde sestearon y comieron lo que llevaban, sin les quedar cosa ninguna para adelante; y las guías les dijeron que les quedaba una jornada para llegar a. los pueblos de los indios xarayes. Y la noche venida, reposaron, hasta que venido el día, comenzaron a caminar, y dieron luego en otras ciénagas, de las cuales no pensaron salir, según el aspereza y dificultad que en ellas hallaron, que demás de abrasarles las piernas, porque metiendo el pie se hundían hasta la cinta y no lo podían tornar a sacar; pero que sería una legua poco más lo que duraron las ciénagas, y luego hallaron el camino mejor y más asentado; y el mismo día, a la hora después de mediodía, sin haber comido cosa ninguna ni tener qué, vieron por el camino por donde ellos iban que venían hacia ellos hasta veinte indios, los cuales llegaron con mucho placer y regocijo, cargados de pan de maíz, y de patos cocidos, y pescado, y vino de maíz, y les dijeron que su principal había sabido cómo venían a su tierra por el camino, y les había mandado que viniesen a les traer de comer y les hablar de su parte, y llevarlos donde estaba él y todos los suyos muy alegres con su venida; con lo que estos indios les trujeron se remediaron de la falta que habían tenido de mantenimiento. Este día, una hora antes que anocheciese, llegaron a los pueblos de los indios; y antes de llegar a. ellos con un tiro de ballesta, salieron más de quinientos indios de los xarayes a los recibir con mucho placer, todos muy galanes, compuestos con muchas plumas de papagayos y avantales de cuentas blancas, con que cubrían sus vergüenzas, y los tomaron en medio y los metieron en el pueblo, a la entrada del cual estaban muy gran número de mujeres y niños esperándolos, las mujeres todas cubiertas sus vergüenzas, y muchas cubiertas con unas ropas largas de algodón que usan entre ellos, que llaman tipoes; y entrando por el pueblo, llegaron donde estaba el principal de los xarayes, acompañado de hasta trescientos indios muy bien dispuestos, los más de ellos hombres ancianos; el cual estaba asentado en una red de algodón en medio de una gran plaza, y todos los suyos estaban en pie y lo tenían en medio; y como llegaron todos, los indios hicieron una calle por donde pasasen, y llegando donde estaba el principal, le trujeron dos banquillos de palo, en que les dijo por señas que se sentasen; y habiéndose sentado, mandó venir allí un indio de la generación de los guaranfes que había mucho tiempo que estaba entre ellos y estaba casado allí con una india de la generación de los xarayes, y lo querían muy bien y lo tenían por natural. Con el cual el dicho indio principal les había dicho que fuesen bien venidos y que se holgaba mucho de verlos, porque muchos tiempos había que deseaba ver los cristianos; y que dende el tiempo que García había andado por aquellas tierras tenía noticia de ellos, y que los tenía por sus parientes y amigos; y que ansimesmo deseaba mucho ver al principal de los cristianos, porque había sabido que era bueno y muy amigo de los indios, y que les daba de sus cosas y no era escaso, y les dijesen si les enviaba por alguna cosa de su tierra, que él se lo daría; y por lengua del intérprete le dijeron y declararon cómo el gobernador los enviaba para que dijese y declarase el camino que había dende allí hasta las poblaciones de la tierra, y los pueblos y gente que había dende allí a ellos, y en qué tantos días se podría llegar donde estaban los indios que tenían oro y plata; y allende de esto, para que supiese que lo quería conoscer y tener por amigo, con otras particularidades que el gobernador les mandó que le dijesen; a lo cual el indio respondió que él se holgaba de tenerlos por amigos, y que él y los suyos le tenían por señor, y que los mandase; y que en lo que tocaba al camino para ir a las poblaciones de la tierra, que por allí no sabían ni tenían noticia que hobiese tal camino, ni ellos habían ido la tierra adentro, a causa que toda la tierra se anegaba al tiempo de las avenidas, dende a dos lunas; y pasadas todas las aguas, toda la tierra quedaba tal, que no podían andar por ella; pero que el propio indio con quien les hablaba, que era de la generación de los guaraníes, había ido a las poblaciones de la tierra adentro y sabía el camino por donde habían de ir, que por hacer placer al principal de los cristianos se lo enviaría para que fuese a enseñarle el camino, y luego en presencia de los españoles le mandó al indio guaraní se viniese con ellos, y ansí lo hizo con mucha voluntad; y visto por los cristianos que el principal había negado el camino con tan buenas cautelas y razones, paresciéndoles a ellos, por lo que de la tierra habían visto y andado, que podía ser ansí verdad, lo creyeron, y le rogaron que los mandase guiar a los pueblos de los guaranfes, porque los querían ver y hablar, de lo cual el indio se alteró y escandalizó mucho; y que con buen semblante y disimulado continente había respondido que los indios guaranfes eran sus enemigos y tenían guerra con ellos, y cada día se mataban unos a otros, que pues él era amigo de los cristianos, que no fuesen a buscar sus enemigos para tenerlos por amigos; y que si todavía quisiesen ir a ver los dichos indios guaraníes, que otro día de mañana lo llevarían los suyos para que los hablasen. Ya porque era noche, el mismo principal los llevó consigo a su casa, y allí les mandó dar de comer y sendas redes de algodón en que durmiesen, y les convidó que si quisiese cada uno su moza, que se la darían; pero no las quisieron, diciendo que venían cansados; y otro día, una hora antes del alba, comienzan tan gran ruido de atambores y bocinas, que parescía que se hundía el pueblo, y en aquella plaza que estaba delante de la casa principal se juntaron todos los indios, muy emplumados y aderezados a punto de guerra, con sus arcos y muchas flechas, y luego el principal mandó abrir la puerta de su casa para que los viese, y habría bien seiscientos indios de guerra; y el principal les dijo: "Cristianos, mira mi gente que de esta manera van a los pueblos de los guaranfes; id con ellos, que ellos os llevarán y os volverán, porque si fuésedes solos, mataros hían sabiendo que habéis estado en mi tierra y que sois mis amigos." Y los españoles, visto que de aquella manera no podrían hablar al principal de los guaraníes, y que sería ocasión de perder la amistad de los dichos xarayes, le dijeron que tenían determinado volverse a dar cuenta de todo a su principal, y que verían lo que les mandaría, y volverían a se lo decir; y de esta manera se sosegaron los indios; y aquel día todo estuvieron en el pueblo de los xarayes, el cual seria de hasta mil vecinos; y a media legua y a una de allí había otro cuatro pueblos de la generación, que todos obedescían al dicho principal, el cual se llamaba Camire. Estos indios xarayes es gente crescida, de buena disposición; son labradores, y siembran y cogen dos veces en el año maíz y batatas y mandioca y mandubies; crían patos en gran cantidad y algunas gallinas como las de nuestra España; horádanse los labios como los artaneses, cada uno tiene su casa por sí, donde viven con su mujer e hijos; ellos labran y siembran, las mujeres lo cogen y lo traen a sus casas, y son grandes hilanderas de algodón; estos indios crían muchos patos para que maten y coman los grillos, como digo antes de esto.